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De pirámides y bastillas en la imaginación. Bastide Niel, MVDRV en Burdeos

Carlos Tapia*

Perfil del sujeto, de estudio: la pirámide

*Carlos Tapia es Arquitecto y Doctor de la ETSA de la Universidad de Sevilla, donde enseña e investiga.

Que no sea evidente encontrarse con pirámides en Francia no implica que no las haya. La del Louvre es lo que nos llega a la memoria, más por la vía de la activación de la imaginación, multiplicadora, no solo por la memoria. En sí, cuando la forma-pirámide aflora en occidente, por la tensión irresuelta entre el deberse y el liberarse, asociar frente a disociar, debe admitirse que su ser es, precisamente, no-ser. No puede tratarse esa negación como una paradoja, es que el anverso de su simbolismo formal fue empujado hasta hacerlo reverso, misterioso, uncanny, como diría Freud, algo familiar pero extrañado. Sucede con la forma-pirámide en general, o con la forma-huevo en particular, simbologías de mitos de creación y renacimiento excitadas por determinar reapropiaciones en orígenes y destinos.

Desmaterializada, hipergeometrizada, intracontextualizada, mineralógica y extrasignificante, la pirámide que Pei colocó en la Cour Napoleón tenía ya en 1983, fecha del encargo, tantos prefijos como prejuicios, aludiendo a lo que no era esa pirámide. Para hallar su fundamento a-existencial, alguien que vea pirámides en Burdeos podría servirse como parangón del relato del no ser del huevo contemplado en la cocina brasileña de Clarice Lispector, indiferentes al saber que fue recitado mediante lectura pública en el único congreso de brujería celebrado hasta la fecha, en la ciudad de Bogotá.

Miro el huevo con una sola mirada. Inmediatamente percibo que no se puede estar viendo un huevo. Ver un huevo nunca se mantiene en el presente: mal veo un huevo y ya me parece haberlo visto hace tres milenios. En el propio instante de verse un huevo él ya es el recuerdo de un huevo. Sólo ve el huevo quien ya lo haya visto. Al ver el huevo ya es demasiado tarde: huevo visto, huevo perdido. Ver el huevo es la promesa de un día llegar a ver el huevo. Mirar breve e indivisible; si es que hay pensamiento; no hay, lo que hay es un huevo. Mirar es el instrumento necesario que, después de usado, arrojaré fuera. Me quedaré con el huevo. El huevo no tiene un sí-mismo. Individualmente él no existe. […] (El huevo y la gallina, 1964, incluido en “A legião estrangeira” y leído en agosto de 1975 en Bogotá, en vez del previsto “Literature and Magic”)

Cambiemos el huevo por la pirámide y volvamos a leer el extracto del análisis desvelador de Lispector, echando un vistazo de reojo a la imagen tomada desde le Place des Quinconces hacia el Quai de Queyries, obviando al ancho y turbulento Garona, que lo intermedia. No hay ni que cambiar fechas, ni tampoco una sola de las afirmaciones-negaciones, a pesar de que uno no se va encontrando pirámides en lo cotidiano: no es habitual reconocerlas en la ciudad, en las occidentales en general, pero tampoco es que se conviva con pirámides en otras latitudes, como sí lo hacemos con cualquier huevo de consumo casero. Lo que se puede decir de una pirámide cuando se presenta es que la saca uno de la imaginación como imagen que la inteligencia aprestó en una suerte de memoria que burbujea, como agua de pozo nocturno o, de otro modo expresado, del inconsciente. Más tarde admitiré que esa metáfora no es mía.

Las pirámides que alcanzo a jarrear de mi pozo nocturno no empiezan en Egipto, pero se originan allí. En un conteo rápido, recuerdo la de Le Corbusier en Le Tourette, y esa otra que devolvió al pozo el mismo Le Corbusier tras arrepentirse de haber hecho el proyecto en 1951 de una capilla funeraria para el padre del coronel Carlos Delgado-Chalbaud y para él mismo, asesinado en Caracas siendo Presidente de Venezuela como jefe de la Junta Militar que, desde 1948, estaba en el poder. Del segundo caso sabemos que Le Corbusier cobró 2000 dólares y que le encomendó la responsabilidad proyectual de trabajar en los arranques a un joven arquitecto –Jean-Claude Mazet– que había completado estudios en Harvard, hijo de amigos, con carta de recomendación para Josep Lluis Sert para que lo recibiera en la institución de Cambridge, carente de experiencia profesional previa, sin que se llegara a construir por rechazo de las autoridades venezolanas –y eso que Carlos Raúl Villanueva iba a dirigir la obra– y retirando prudentemente y en el último momento el proyecto en la publicación de sus obras completas (Lapunzina, 2002). Por su parte, del primero, como dijo Curtis, se trata de imágenes que apelan directamente al inconsciente (Curtis, 1994: 181). Ambos proyectos se retroalimentan, en esa especial atribulación que mantenía Le Corbusier con el simbolismo. El arquitecto suizo-francés viaja a El Cairo un año después del encargo venezolano, y tiene literatura relativa a las pirámides muy accesible en su estudio. Le Corbusier pide a Iannis Xenakis que construya una cubrición para la maqueta en la parte del volumen del oratorio de jóvenes, que había tenido que ser insertado como cubo en el espacio del ya de por sí heterodoxo claustro, con forma de pirámide. Xenakis rebate que esa no es parte de la familia de formas ya existente, pero no se oye réplica justificativa del maestro, tal vez por la evidencia de que es más que reconocible la evocación actualizada, con sus deformaciones –como distorsiones también tenían las formas en el proyecto venezolano–, de las cubiertas del lavatorio de Le Thoronet, la abadía cisterciense del departamento de Provence, en Francia. Si vuelvo a lanzar el cubo al pozo e izo mis aguas del olvido, aflora la lección de Roma en “Vers une Architecture”, del mismo Corbusier, con la pirámide egipcíaca de Cayo Cestio (c. 12 AC), acariciada por la luz, esa misma que pinta y graba Piranesi en 1756 y 1761, mucho antes que llegara a Roma el pintor español Goya. Goya vive los cuatro últimos e intensos años de su vida en Burdeos, desde 1824 a 1828, y tiene pintadas algunas pirámides, ninguna en esa ciudad francesa, pero sí antes, siendo la más contundente la de 1808 (La Pirámide, c. 1800-1808, Colección Marqués Casa-Torres). Se trata de una pirámide de dominación, donde la gente a sus pies queda precisamente relegada a la mera supeditación al coloso edilicio. Tal vez sucediese que en Roma el pintor de Fuendetodos viera la tumba cestiana, o quizá los grabados piranesianos o, como se ha indicado en una recomposición histórica de la vida de Goya (Usón, 2010, un libro excelente con prólogo de Carlos Sambricio), sus amigos arquitectos Silvestre Pérez o Juan Pedro Bernal le hicieron ver la transcendencia que recorría Europa en los primeros años del siglo XIX la forma piramidal, como visos de las realidades solo imaginadas por el protomoderno Ledoux o por el mayestático Boullée.

Vista del edificio de MVDRV en el Quai des Queyries desde la Place des Quinconces.

Es interesante remover ese poso de pirámide en pozo, si a uno se le viene a la cabeza la polémica recaída en Pei por el Louvre, en la búsqueda de apoyos en el imaginario arquitectónico-histórico parisino, y encontrado en la “Mémoire sur deux grandes obligations à remplir par les français” (1809) de Bernard François Balzac, donde se expresa la obligación nacional de reparar la carencia de una pirámide; o en el dibujo del proyecto de una pirámide en el propio Louvre para conmemorar el centenario de la Revolución Francesa del arquitecto Louis Ernest Lheureux.

Pei nunca justificó fehacientemente su conocimiento de esos dos puntos focales mientras que sí dijo que se basó en las geometrías del jardinero-arquitecto del rey Luis XIV, André Le Nôtre, quien construyó, de entre otros, los Jardines de Versalles.

Pero pocas pirámides occidentales más quedan por sacar de mi brocal: las pintadas, al fondo, pero para dominar la escena, por Cockerell (The Professor’s Dream 1848. Charles Robert Cockerell, 1788-1863) o de Cole, que popularizaron Scott-Brown y Venturi (El sueño del arquitecto. Thomas Cole, 1838); o un regalado e incompleto monumento fascista burgalés de Puerto del Escudo a los muertos italianos en la Guerra Civil española; la que dejó Jože Plečnik en 1927 en Ljubljana en memoria del mecenas e ilustrado esloveno Žiga Zois; la Instant City de Tigerman de 1966; las maclas agudas de Agustín Hernández Navarro en su casa-taller-palapa en México en 1970; o la que Siza estacionó en la calle labrada sobre el Centro Gallego de Arte Contemporáneo de Santiago de Compostela (1993).

Esta última –la de Piano en Londres no cuenta, aunque habría que preguntarle al universalista Cockerell–, fue objeto de largas discusiones que se resuelven hablando de masonería, de emblemas de canteros para sus

“El espejo de agua” frente a la Plaza de la Bolsa, construida para que su arquitectura deslumbrara a los comerciantes y pasajeros que desembarcaran en el “Puerto de la Media Luna”. Este waterfront es patrimonio de la Humanidad.

Orilla derecha, con la pirámide de Quai de Queyries, 80, de MVDRV, e izquierda, con la intervención del paisajista francés Michel Corajoud (2000-2009) sobre el frente fluvial histórico. Como la visión es aguas arriba, en la secuencia de las dos imágenes la izquierda y derecha se colocan para entender cada lugar en su relación con su opuesto. Ambas zonas conjuntamente fueron objeto de concurso en 1992 que ganó Dominique Perrault gremios y de la reduplicación de memorias con las que tan acertadamente Dan Graham especuló con su instalación (Triangular Pavilion, 1997) –malestacionada en doble fila– frente a la pieza extrañada de Siza.

Lo que Bjarque Ingels (BIG, 2016) ha dejado en la West 57th Street de Nueva York no es estrictamente una pirámide, pero cumple con una equivalente misión de extrañamiento para el perfil que se observa desde New Jersey. Ni que decir tiene que no cae del lado de lo valorable para nuestros supuestos las de Las Vegas (Nevada, EEUU) o de Falconcity of Wonders (Dubái, EAU, 2005), entre otras disneylandizaciones tetraédricas repartidas por el planeta cuyas autorías arquitectónicas no se requiere mencionar.

Por lo tanto, analogías formales muy próximas no se encuentran si no se pretenden consabidas, para el perfil extendido que se construye actualmente en la rive droite del Garona, en Burdeos. Bien es verdad que lo que se enfrenta, en la orilla opuesta, à gauche, mais loin à droite, es el perfil de la ciudad, en su frente de fachada al río, protegido como Patrimonio de la Humanidad. Cubiertas amansardadas de ese lado, frente a dientes de sierra y cubiertas a 4 aguas bien altas, las de los restos fabriles y de infraestructuras ferroviarias, en el otro lado. Si se quiere un contextualismo consolador, con eso ya se tienen razones, pero no parecen suficientes, ni vistas de cerca, ni vistas a lente de dron, como son las que se presentan más habitualmente como información de la renovación urbana de Bastide Niel

Estudio del sujeto, de perfil: el gobierno de Burdeos

Burdeos se fundó en el cruce de rutas terrestres e hídricas, en un lugar del estuario del Garona con influjo mareal a pesar de que está a 100 km de su desembocadura en el Océano Atlántico. Con pocos puentes, el primero ordenado construir por Napoleón como infraestructura estratégica (Pont de Pierre) en 1822 y solo 6 más, si sumamos el del paso ferroviario exclusivo en uno de ellos y otro en construcción con encargo a OMA. El puerto, situado en la orilla izquierda, de tráfico internacional, se desarrolló extensamente desde los tiempos de la duquesa Leonor de Aquitania –verdadera diseminadora de dinastías monárquicas en media Europa–, hasta el siglo XIX (Cohen, 2005).

A partir del siglo XIII, los ingleses transportaron los ya entonces famosos vinos por mar a todo el norte de Europa. Su momento álgido fue en el siglo XVI cuando Burdeos, que se había convertido en el primer puerto de Francia, logró su mayor desarrollo económico y arquitectónico gracias al comercio triangular entre Francia, África y las Indias Occidentales, esclavismo incluido.

El perfil que presentan las dos orillas, como se muestra en las imágenes, confiere a cada margen una territorialidad, representatividad e historicidad, manifiestamente distante. Su evolución es de interés, tanto como para considerar que es un laboratorio sobre el que depositar la atención, para quienes quieran no solo entender similares procesos en otras ciudades europeas –habida cuenta de que las áreas de reconversión ferroviaria son hoy una constante de intervención en el paisaje de la Unión–, como por ser la acción arquitectónica una clave de definición de la propia Unión Europea. Al menos, eso está en el discurso de Winy Maas, arquitecto de MVDRV con contrato por quince años para dirigir la transformación de una parte de gran envergadura de la margen derecha de Burdeos. La concentración de áreas de reforma interior (ZAC Zone du Aménagement Concerté) hace de esta ciudad un punto importante de aprendizaje de generación de expectativas de lo posible y de lo finalmente alcanzable. Así, OMA, por su parte, ha sido designado por la Communauté Urbaine de Bordeaux (CUB) para desarrollar un masterplan para la introducción de 50.000 nuevas unidades de vivienda y 120.000 personas en sus 27 comunas integradas. La estrategia buscará formas de lograr densidad, uso mixto y accesibilidad para las nuevas viviendas en un territorio de 550 km2, lo que sobre el papel permitirá a Burdeos absorber el crecimiento de la población de manera sostenible, aportando densidad a la CUB sin ser necesariamente de carácter urbano, según reza en la memoria del proyecto.

Burdeos es singular por los procesos políticos que han derivado desde el final de la Segunda Guerra Mundial en una correlación del modelo social con la forma urbana, que poseía una heredada caracterización de tejido de barrio obrero dependiente de lo fabril y productivo agrario, junto con un espléndido conjunto patrimonial asentado sobre un lábil lecho pantanoso que lo ha determinado desde su antigüedad.

Se dice que antes que París, el castor luterano Haussmann ensayó su visión de modernidad con Burdeos. Sin embargo, el paso del barón Georges-Eugène Haussmann por la ciudad de Burdeos duró sólo un año y medio como prefecto de la Gironda con la misión de allanar la restauración imperial entre 1852 a 1853, año en que el emperador Napoleón III lo llamó para trabajar en la capital. Durante su presencia en Burdeos, su contribución directa se limita a tres intervenciones urbanas. Según el historiador Robert Coustet (Coustet & Saboya, 1999), el barón, cuya energía era similar a la de otros personajes hiperactivos como un Charles Fourier o un Buckminster Fuller, acometió algunas obras importantes, como la limpieza de Place Pey-Berland alrededor de la catedral de San Andrés y el Ayuntamiento, donde el arquitecto español Patxi Mangado intervino relimpiándola de vehículos entre 1998 y 2003; la apertura de la Rue Vital-Carles, que desemboca precisamente en la plaza de la catedral partiendo del actual Instituto Cervantes, casa que fue la de Goya hasta su muerte; y la Cours Alsace-Lorraine, antiguo cauce del río Peugue, que abraza la catedral desde su otro lado, conectando el río con lo que será el Tribunal de Justicia de Burdeos, obra de Richard Rogers de 1992, una perfecta antesala para mirar en diagonal desde su podio la discutida intervención desde los años 50 a los 80 en el barrio de Mériadeck (Saboya, 2004 a), el primer experimento radical de transformación de la ciudad desde que se hiciera cargo de la alcaldía el prefecto –y por tres veces Primer Ministro francés– Jacques Chaban-Delmas. Por lo tanto, será la fama de las acciones parisinas haussmannianas de los “grands travaux” la que llevará hasta Burdeos sus perfiles, como lo hicieron a buena parte de Francia. Burdeos, la capital de la llamada –desde 2016– Nueva Aquitania, construyó los bulevares, por ejemplo, mucho después de su marcha, en 1863, así como la demolición de los claustros catedralicios que se asomaban al canalizado río Peugue para culminar la Cours Alsace-Lorraine, valorados para decidir su conservación tan ambiguamente por un dictamen de Viollet-le-Duc que, tiempo después, fueron destruidos (Saboya, 2004 b).

La línea recta política que conllevó el año y medio de gobierno de Haussmann a los 48 de Chaban-Delmas (pasando por un Le Corbusier panfletario y con una extensión posterior de 22 años de Alain Juppé, que fue también Primer Ministro, por dos años) está escrita en la trama urbana bordelesa de la orilla izquierda como con tiralíneas en mano diestra. Aquella ciudad de mediados del XIX era un laberinto de casas bajas y precarias, obreras, calles estrechas y plazas anómalas y pintorescas, una red de callejones, azotados por insalubridades, que dificultaba el acceso al río y la actividad económica.

Entre el Cours de l’Intendance y la rue Peyronnet se encuentra lo que se conoce como el Viejo Burdeos. Se compone de varios distritos, las antiguas parroquias de Saint-Pierre, Sainte-Colombe, Saint-Michel y Sainte-Croix. Es la mayor zona protegida de Francia (150 ha).

El período entre las dos guerras también marcó la decadencia de las casas bajas tradicionales o “échoppes”. De hecho, bajo el efecto combinado del desarrollo del tranvía y la ley Loucheur (para la construcción de un gran número de viviendas de bajo coste, siendo importante mencionar el modelo nunca construido del mismo nombre que realizó Le Corbusier entre 1927-28, y en el que en 46 m2 cabían hasta 6 personas, en dependencias para dormir sin ventanas, entre otros subterfugios previstos para el ahorro), están surgiendo urbanizaciones periféricas en la CUB. La más famosa de ellas sigue siendo la Cité Fruges de 1927, que Le Corbusier crea para el industrial del mismo nombre en Pessac a unos 40 minutos en transporte público a la Catedral. Ideológicamente, la línea curva es el camino de los burros, mientras que el de la recta es el de los hombres, según dejó dicho Le Corbusier en el libro “La Ciudad del Futuro” de 1962, y entusiastamente defendió como eslogan electoral el prefecto Chaban-Delmas. Este precoz general en la Segunda Guerra Mundial, buen deportista, gaullista, por encima de todo europeísta, liberal, no sectario, no dudó en poner por delante los intereses de la CUB a los de la capital regional, aunque su modus operandi se basaba en una red de relaciones políticas heredadas de la Resistencia y en una carrera nacional que le permitía, en la época de un estado centralizador, liberar en París los créditos útiles para su política municipal (Cohen, 2005). Además, en aras de una pretendida flexibilidad de acción urbana, sus desarrollos se hicieron sin ningún verdadero proyecto general planificado, sino que creó un Taller de Urbanismo, dirigido por él mismo para dirimir los trazados y la política a seguir.

Chaban propuso la “nueva sociedad”, una fórmula a caballo entre la política de Kennedy y la tercera vía de Tony Blair y Anthony Giddens. Cuando se habla de Burdeos, no es posible eludir su figura como político. Contrariamente, ha de aludirse muy claramente a su perfil, ese que fue al tiempo controvertido y valorado tanto por los suyos como por los demás.

Bastide Niel. Callejuelas entre pirámides.

Bastide Niel. Ubicación y usos de áreas de parques 3D con ubicación de la manzana de MVDR estudiada.

Estudios iniciales para el reparto de usos en la ZAC.

La llegada del futuro a la ciudad conllevó un vaciado del centro en favor de la periferia y sus consecuencias aún se perciben en las áreas internas históricas como Capucins o el famoso Quartier du Grand Parc, (ese decadente “plan Voisin” donde más tarde intervinieron los Priztkers Lacaton&Vassal y donde los bloques rehabilitados lamentablemente vuelven a languidecer en una regresión imparable a su entropía original), o externas, bien articuladas por una red de tranvía, en todos los megaproyectos en curso como Ginko, Allée Serr, el frente de Quai Deschamps, Bacalan, Quai de Paludate (que incluye el centro cultural Méca, de BIG Bjarke Ingels Group), el referido Euroatlantique de OMA con su nuevo puente equipado, o el que tratamos aquí, Bastide Niel, dirigido por MVDRV con la participación de 149 arquitectos y 60 paisajistas.

[Página siguiente] Perfiles insistentes en pirámide en las áreas periféricas de Bastide Niel junto a los antiguos galpones que quedan tras el desmontado de las líneas ferroviarias. La imagen inferior es el edificio Catrere de Winy Maas (70 viviendas, 400 nuevos árboles).

Rue Hortense. Contacto entre las nuevas edificaciones y las existentes. A la izquierda se observa el restaurante acristalado en el vértice superior de la manzana de MVDRV.

Recorriendo las calles residuales que quedan tras el desarmado de las líneas férreas e instalaciones anexas, con apenas personas que se crucen, y grúas dominando el cielo, no dejan de perfilarse motivos para imaginar las justificaciones a las picudas formas que van a dominar este lado del río Garona. Pareciera como si los 23 grandes tomos de la “Description de l’Égypte” se hubieran abierto a la vez como una explosión redentora en alguno de estos –ahora y no por mucho tiempo–solares. Pero Lispector tenía razón, pirámide vista, pirámide perdida: la pirámide no tiene un sí-mismo. No obstante, entre visto y no visto hay un destello en el fondo de la pupila que mira, recuerda y solo después concuerda que proviene de la imaginación-pozo. En ese lapso, entre el pozo y la pirámide, cabe imaginar que se cumple el sueño del Rey Sol, Luis XIV, haciendo traslatio imperii de Roma a Francia, avasallando a un imperio español ya en decadencia, a través de su diplomacia, su cultura, su arte, sus monumentos, su arquitectura. Y que fue el civitas augenscens por excelencia representado por Napoleón con su séquito de 150 savants quien lo hace posible –colonial, simbólica y epistemológica- mente– con la ocupación de Egipto en 1798. Aunque Napoleón en 1815 ya tenía su Waterloo (ya tuvo uno anticipadamente en 1801 con los británicos echándolo de Egipto), la enciclopedia que recabó y clasificó todo el conocimiento egipcio generó un revivalismo y una fascinación desbordante no solo en Francia, sino en toda Europa, aparejada a descubrimientos que hoy diríamos transdisciplinares, como los del geómetra Gaspard Monge con el naturalista Etienne Geoffroy Saint-Hilaire. Recuérdese el dato ya aportado sobre Bernard François Balzac, donde en su libro de 1809 se exhorta a reparar la ignominiosa carencia de una pirámide en Francia. Más allá, de aquella expedición resultan aún hoy muchas de las comprensiones y actitudes irresueltas entre el Oeste y el Este. Lo que debió ver y no quiso contar aquella noche que pasó solo Napoleón en la negra profundidad de la pirámide de Keops en 1799, tratando de demostrar su virilidad por comparación con los otros conquistadores que ya habían pernoctado en esa cámara del faraón, Alejandro Magno y César, bien podría ser lo que anima a ver pirámides en Francia con la misma rapidez que desaparecen.

Pirámides en el perímetro, pirámides en el interior de la ZAC. Si nos detenemos en el bloque de MVDRV,

Fachada lateral derecha del edificio de MVDRV con las callejas ajardinadas.

Fachada principal, mirando al Garona y al perfil de la orilla izquierda, a la ciudad histórica con miradas conectadas sobre el cercano de Duncan Lewis, la Résidence EKKO, con un jardín 3D de 6800 m3, ganadora del Prix GIP de l’Innovation dans le cadre des Pyramides d’Argent, 2019 (declinamos investigar la coincidencia del nombre del galardón promovido por la Federación de Promotores Inmobiliarios), se percibe que las máximas modernas son invocadas para la celebración de su clausura. El nuevo barrio es una sucesión de calles bien temperadas, amigables, de anchos comedidos, longitudes finitas y alturas de imposta acordes: el burro está de vuelta. La convivencia con lo existente aún está por resolver, pero el diálogo no debería hacer peligrar, sino mejorar por contagio la calidad del espacio público en sus calles, solo para empezar. La manzana del número 80 de Quai des Queyries realizada por Winy Maas y con los arquitectos locales Marc y Flint Joubert alberga 282 apartamentos, de los cuales 128 son de alquiler social, insertando tienda y el restaurante panorámico en la cúspide de la pirámide más cercana al Garona. El patio interior de manzana es un jardín de 5.200 m2 que debería ser abierto al público en general, pero que no es accesible, para disgusto del arquitecto neerlandés. Este cierre es contradictorio para la lógica proyectual instalada, que ha jugado con la propia definición de manzana cerrada con patio interior de manzana. En español, bastide es una bastida o bastilla.

Según el “Diccionario de arquitectura francesa de los siglos XI al XV” de Viollet-Le-Duc, se entendía por basti- de durante la Edad Media a una estructura de defensa aislada, integrada en el sistema de fortificación. Las había permanentes y otras erigidas temporalmente que, en origen, eran las verdaderas bastidas y, desde ellas, se toma el nombre para las que desde el siglo XIII se construían en mampostería conectadas a un recinto. Si a palabra bastide se aplicaba a menudo a una casa aislada, sigue Viollet-Le-Duc, construida fuera de las murallas de una ciudad, desde hace unas décadas, se denomina así en Francia a toda renovación urbana de importancia. De modo que la exploración de la manzana como disolución del encierro co-inmunitario es singularmente sugestivo por los desarrollos de los tipos, la intromisión de lo público del restaurante en la toiture –la cubierta– y el empeño de apertura del patio-jardín.

Sobre las tipologías de las viviendas, hay que señalar la dificultad de encontrarlas publicadas, acaso porque la operación urbana se considere más importante que la vida doméstica en el contexto de los procesos participativos implementados. Sin embargo, es sustancial concluir que no es posible lo uno sin lo otro. Y, si se miran con detenimiento las plantas y las secciones, podrá descubrirse que son en un porcentaje de un 80% viviendas pasantes, atravesando de calle a patio una anchura de no más de 15 metros.

Desde las calles y callejas se accede al edificio con entradas que son puertas, cuando se alude al ingreso al recinto y, apenas bocanas, cuando a las casas se trata de acceder. Son bocanas porque hay un cambio de escala, de sensibilidad, de territorialidad, de mar abierto a puerto. Y son puertas porque todo lo que tiene una hoja basculante de eje vertical como barrera no merece tal nombre. Eso es de lo que el proyecto presumía y que ahora como regla contraria se le ha impuesto, y su pugna es evidente. El gran vacío vertical en el alzado principal que se abre para permear el Garona y el skyline de la orilla derecha se presenta como un amarre que da sentido al Quai que nombra calle, por vocación y lugar. Pero hay más puertas, volúmenes colgados inestables, con pesos inverosímiles, dinteles habitados apoyados en débil sostén, puertas discontinuas, equívocas, aparentemente innecesarias, dadas las bocanas que salpican el contorno. El edificio surge imponente en la búsqueda de río, comedido e íntimo en su retirada, con la mano que se tiende para que cada tramo intermedio, trame. Barbacana escarpada y clara al exterior como descripción es solo dejarse llevar por una visión primeriza. Sobrepasada ésta, es depósito de vidas, en menudeo y calada hasta el fondo. Cortada a cuchillo, el rojo del interior es tan quirúrgico que cuchillo no es. Por poder buscar cómo hacerlo entender, bajé hasta el pozo de mi recuerdo-imaginación de nuevo y si bien la lógica computacional del diseño asistido para el dibujo quería hacerse paso, preferí dejarla lastrada a los recuerdos de los experimentos de geometrías proyectivas extraídas de la elección de utilidades CAD precargadas en el software de los años 90 y poner por encima la precisión de Axel Bruchhäuser, creador y productor entre 1981 y 1983 de una chaqueta para su fábrica de muebles TECTA. Bruchhäuser, para quien los Smithsons crearon mobiliario y una casa literaria, con apéndices, y cuarto para la escoba de la bruja “lo esotérico no es solo de masones, o de congresos donde leer cuentos de huevos– creó un complemento tecnologizado con bolsillos y aderezado de un radiante forro rojo intenso, perceptible solo al ajeno por la atracción del ademán que hacía brillar el cuerpo y aflorar la vitalidad. Creo que eso define mejor qué se siente en ese patio-jardín al percibir lo inmaterial de ese rojo-vida. Se entra en él y ya se sale, diría Lispector. Pero no se deja de estar en el interior reiterado del exterior, donde las morfologías imprimen continuidad, sin reiteración

Diagramas compositivos que justifican funcionalmente la forma en pirámide ni abuso, por ser éstas verdaderas estancias. Bolsillos donde calentarse, pasear, conversar, habitar. De fondo, un rojo profundo.

Formas de pirámide que hemos oído explicar a Maas, como dos preocupaciones, la europeidad y la formulación de comunidad. Para lograrlo, la estrategia es adaptarse a unas leyes internas de lo local por aproximación. Y sumarles todo lo que sabemos que aglutina: equilibrios energéticos, por movilidad, por consumo, por generación; paisaje escalado; lugares de roce y disfrute; retardo en las significaciones. Y simplificadamente procesual, la ley se encuentra en el sol. Basta garantizar para cada uno de los apartamentos un mínimo dos horas de sol. Para ello, se cortan los bloques en un ángulo de 22º a Sur, naciendo la altura de corte de la intersección de la línea que sale de las fábricas existentes con la del límite de la parcela, unificando el canal de la calle y, finalmente surgiendo el primero de los perfiles en pirámide. El opuesto, que carece de referente por preexistencia, se corta a 45º, como vemos en las imágenes adjuntas.

Para alguien que lee a Ulrich Beck, ése del “¡Apártate Estado Unidos Europa vuelve! Antihumanismo y resistencia pública” (2003), como Maas, y se aún sorprende con los titulares que sus edificios provocan, (como el como el que suscitó su pixelado rascacielos doble para Yongsan de 2011 que decía: But what the hell were the architects thinking?”) explicarse Europa a sí mismo consiste en la ambición de ser más. Si hay un sueño europeo, se le oye decir con convicción ante un público bordelés no precisamente rendido a sus pies, “es ser más ambiciosos en un mundo donde debemos luchar cada día de nuestro existir”. No es difícil de asumir que tal máxima suena como lleva sonando desde Byron o Ruskin: sobreponerse a la decadencia de Europa. Sin embargo, ¿sería posible tal máxima con tan solo los mínimos arquitectónicos promovidos por los gestos de una extrusión y dos inclinaciones tajantes ante el sol? ¿Qué hay entre mi pozo y la pirámide, pues? Invoquemos a Hegel para que medie. De hecho, lleva mediando desde el inicio. No, no tiene Hegel por tumba una pirámide, es un monolito discreto, y solo se guardan allí sus restos, no se conmemora en ella la “muerte del arte”. Lo que tiene Hegel es una incomodidad, la de la escisión de la psicología desde la semiología, como ciencia. Esto lo cuenta entre varios de sus libros, los mismos que Derrida en 1971 pondrá en excitación en su capítulo “El pozo y la pirámide. Introducción a la semiología de Hegel”. Aquí es donde reconozco que la metáfora no era mía. Derrida (1971: 110) define la semiología como parte de la teoría de la imaginación, que llega más lejos cuando la renombra como fantasiología. Deviene entonces una nueva definición para la imaginación: representa la intuición rememorada-interiorizada. Lo sabía Sverre Fehn y lo plasmó como un dibujo proveniente de una intuición (“What is architecture”, 1983) donde una pirámide y un pozo buscan intercambiar posiciones, con una plataforma levitante con un alguien subido inter-mediando, inter-cediendo, inter-calando. Si lo saben Maas y MVDRV o no, tanto da, de su imaginación surge la fantasía que activa todo, que deja ver el exterior inconexo con su interior como la oportunidad de multiplicar la gestación de intuiciones. Ver (pirámi- des en Burdeos) y recibir (todo lo demás, lo que sale del fondo del pozo de la imaginación).

Así es Bastide Niel, pirámides que no lo son. Digamos inicialmente que la producción más creativa del signo se reduce aquí a una simple exteriorización, es decir, a una expresión, la puesta afuera de un contenido interior, con todo lo que puede regular este motivo muy clásico. Y, sin embargo, inversamente, esta producción fantástica no hace nada menos que producir intuiciones. Esta afirmación podría parecer escandalosa o ininteligible. Implica, en efecto, la creación espontánea de lo que se da para ser visto, por lo mismo que puede así ver y recibir. (Derrida, 1971:113)

Referencias

Cohen, Jean-Louis. Bordeaux. Paris: Institut Français d’Architecture, 2005

Coustet, Robert; Saboya, Marc, Bordeaux, le temps de l’Histoire. Architecture et urbanisme au XIXe siècle, Bordeaux, Mollat, 1999

Curtis, William. Le Corbusier: Ideas and Forms. Phaidon Press, 1994 p 181

Derrida, Jacques. El pozo y la pirámide. Introducción a la semiología de Hegel. En, Hegel y el pensamiento moderno. Jean Hyppolite (dir. congr.),

1971

Lapunzina, Alejandro. La Pirámide y el Muro: notas preliminares sobre una obra inédita de Le Corbusier en Venezuela. En, Massilia: anuario de estudios lecorbusierianos - 2002 [13]. Fundación Caja de Arquitectos, 2002

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