SANGRE EN LA BOCA1
I
1990 MILAGROS SOCORRO (venezolana)
ncluso meses después del gran recibimiento, cada vez que Manolo Alvia se emborrachaba, se ponía a contar el momento en que un chorro de sangre saltó de la boca de sus oponentes indicando al mundo que él era el propietario de una medalla de plata en boxeo en las Olimpíadas de Montreal. Si contaba con un auditorio interesado, Alvia agregaba detalles con respecto a la estela roja en la lona y al sabor que la sangre de su contendor había dejado en su propia boca. Sus antiguos compañeros en Bébsara gritaban «aaag» y ese era el momento en que Judith, la esposa de Alvia, salía de un rincón para llevárselo a casa. Es necesario recordar que la recepción que el pueblo de Bébsara organizó para su primer campeón olímpico fue verdaderamente extraordinaria. Claro que el júbilo había comenzado durante las eliminatorias del torneo olímpico, que Alvia parecía superar con la facilidad con que derribaba muchachitos en las arenas de Bébsara. En esos días el pueblo se cubrió de niños que peleaban con su propia sombra como la piña madura convoca las moscas en los mediodías de mayo. El día de su llegada, puede decirse que más de la mitad del pueblo se hallaba congregado en el matapalo que indica la entrada a Bébsara. El carro que lo transportaba pasó veloz a través de una pancarta decorada con su nombre y con dos enormes círculos plateados, puestos en cada extremo de la cinta. A los pocos metros, el carro se detuvo y el campeón se bajó, se quitó la chaqueta y la corbata, tiró ambas prendas en el interior del vehículo y retó a los presentes a una carrera hasta el centro de Bébsara. El jubiloso maratón se inició con un impresionante rugido que no cesó hasta que el presidente del concejo municipal tomó el micrófono para ensalzar al héroe y hacerle promesas referidas al futuro que le esperaba en el boxeo profesional del mundo. Al acto en la Plaza Bolívar de Bébsara siguieron almuerzos, ruedas de prensa con la multitud de periodistas que invadió el pueblo, fiestas en el club de ganaderos y visitas a las escuelas. Por las noches se reunía con sus verdaderos amigos en parrandas que duraban hasta el amanecer. En aquellos días Judith estaba embarazada de su primer hijo, condición que le servía de excusa para sustraerse de los festines y sesiones de fotografías con la gente del barrio. Apenas si cambiaba palabra con Alvia porque a las diez de la mañana, cuando él regresaba del espeso sopor en que se había 1 Tomado de Rivera Izcoa (1996).
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