Silvia Finder Gam
Ilustrado por Rodrigo Folgueira
–¿Qué es la imaginación?
–Preguntó Tomás a su familia mientras dibujaba un dinosaurio enorme, con una cabeza pequeña llena de escamas multicolores.
–Ehh… mmm… La imaginación es cuando se te ocurren cosas… Como en los cuentos… –dijo su mamá. –Es como algo que sale de la galera –agregó el papá, que era mago. –¡Ah! ¿Es un truco, una fantasía? –preguntó Tomás. –¡No, chiquito! –intervino su tío–. No es magia… Es como tus dibujos, ¿se entiende? –No –dijo Tomás. Y siguió pintando su dinosaurio Nosecomosellama, de cinco colores y una gran sonrisa.
Siempre le hab铆an gustado los dinosaurios. Dibuj贸 miles. Ninguno igual. Ninguno parecido. Ninguno del mismo color. Ninguno.
Una tarde, Nosecomosellama suspiró fuerte. Mucho más fuerte que de costumbre. Tanto, que Tomás lo escuchó.
El chico se acercó lentamente al escritorio y vio que el dinosaurio movía la cabecita hacia un lado y hacia el otro.
Sus miradas se encontraron.
Nosecomosellama le dijo: –No tengo más hojas en los árboles. ¡Necesito comer!
Tomás llenó de hojas el único árbol que había dibujado. Pero se dio cuenta de que, con un solo árbol, no iba a tener comida suficiente. Entonces le dibujó un bosque lleno de árboles con hojas de todos colores. Y se fue a tomar la leche.
Cuando volvió a su cuarto, oyó otro suspiro. –¿Y ahora que te pasa? –Me siento muy solo. El bosque es hermoso y hay mucha comida… ¡pero no tengo con quién compartirla!
Tomás lo entendió enseguida, porque no tenía hermanos y, a veces, se sentía igual. –Ahora voy y te hago compañía –le dijo. Entonces sintió que lo absorbía un remolino de viento.
Y así como así, apareció dentro de su dibujo.
Un ruido extraño lo sorprendió…
Era una enorme hormiga con antenas poderosas… ¡Y se acercaba! Tomás empezó a correr pero sus piernas no le respondían.
Se escondió detrás de uno de los árboles lleno de ramas. Entonces escuchó un cricrí en lo alto. Era un pájaro de muchos colores que le hacía señas con su ala derecha, indicándole un hueco en el tronco.
Enseguida Tomás se refugió allí y vio como la hormiga, desorientada, seguía su camino. Esperó un buen rato, hasta que no sintió ruido alguno, y luego asomó su cabeza. Justo en ese instante sintió cómo era absorbido por algo raro y tibio. ¡Se lo había tragado una lombriz grandísima!
–¿Y ahora qué hago? –se preguntó. Se acordó de un cuento que le había leído su mamá cuando era más chico y comenzó a hacerle cosquillas a la lombriz con los dedos de las manos y con la punta de sus pies.
Al principio, ¡nada!
Pero continuó así por un buen rato hasta que las paredes de la panza de la lombriz se ensancharon y los pelitos que colgaban empezaron a moverse cada vez más fuerte, como si soplara un huracán.
¡La lombriz estornudó! Tomás fue arrastrado por ese viento y salió despedido por la boca de la lombriz con tal fuerza
Nosecomosellama no lo hubiese atajado, ¡vaya a saber dónde hubiera aterrizado! que si
–¿Qué hacés acá? –le preguntó el dinosaurio. –¿No me pediste que te hiciera compañía?
–No, te pedí que me DIBUJARAS una compañía.
Entonces Tom谩s sinti贸 una fuerza que lo impulsaba hacia fuera del dibujo y lo depositaba en la silla del escritorio.
Inmediatamente tomó los marcadores y dibujó una dinosauria con hermosas pestañas. –¡Qué linda compañera me trajiste! ¿Cómo se llama? –Kelinda. Los dinosaurios se miraron. Kelinda entrecerró sus ojos y Nosecomosellama le dijo algo en idioma dinosaurino, que Tomás no entendió.
–¡Eh, don! ¿Dónde vamos a vivir? No pretenderás que nos quedemos aquí en el bosque sin poder protegernos. Hacenos un refugio. Tomás tomó otra hoja en blanco y dibujó una cueva alta, con montaña y todo. En la entrada hizo una fogata para que no tuvieran frío. Los dinosaurios le agradecieron y se metieron en la cueva inmediatamente. Tomás regresó a su cama y se durmió contento.
A la mañana siguiente, durante el desayuno Tomás le dijo a su mamá: –Estoy preocupado, mami. –¿Por qué, Tomi? – Porque por más que piense y me rompa la cabeza, no sé qué es la imaginación.
Gestión de proyecto: Teresita Valdettaro Coordinación editorial: Juan Carlos Ciccolella Diagramación: Cecilia Ricci
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