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Universidad y Sociedad La U Con-Texto
Grupo <<Pedagog铆a y Praxis>>
Richard Ayala Ardila Organizaci贸n Pavlov
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Villavicencio 2014
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Índice Presentación
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Contenidos
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5
Problemas
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3
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48
Seminario
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132
Proyecto
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161
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Universidad y Sociedad La U Con-Texto
1.
Identificación de la asignatura
La asignatura <<Universidad y Sociedad. La U Con-texto>> es la primera de las nueve asignaturas ALETHEIA. En un plan de estudios normal en una IES se puede tomar en el primer semestre de cada programa. Tiene una intensidad horaria semanal de dos horas. Con esta asignatura se sitúa al estudiante frente a su Universidad desde el punto de vista de las instituciones. En primera instancia se expone el origen y desarrollo de la Universidad como institución, luego se cuenta cómo se dio la introducción de la universidad en Colombia y cuál ha sido su desarrollo, a continuación se da a conocer la IES u Organización en la cual se realiza ALETHEIA, en términos prácticos, necesarios para un estudiante de primer semestre, o sea una persona necesitada de información útil para situarse o ubicarse (dependencias, funciones, trámites), en términos institucionales (misión, visión, símbolos, PEI, historia), en términos del Sistema Educativo Nacional, lo cual va a significar en términos del Aseguramiento de la Calidad como política nacional en educación (Ley 30, acreditación, ciencia-tecnología-innovación para el desarrollo).
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En términos curriculares, es la primera de un ciclo también conformado por <<Epistemología y Humanidades. El Origen y su texto>> y <<Eurocentrismo y Humanidades. Europa como Origen y Con-texto>>, con el cual se busca situar al estudiante frente a su proceso de formación.
2.
Objetivos
2.1. Objetivo General Reflexionar con el estudiante sobre el sentido de la Universidad como Institución. 2.2. Objetivos específicos Introducir al estudiante en la formación socio-humanística Conocer el origen y desarrollo histórico de la Universidad como Institución fundamental en la tradición occidental Dotar al estudiante del conocimiento necesario para que viva inteligente y creativamente en su Universidad la universalidad de la universidad Fortalecer el sentido de pertenencia con la Institución Conocer la metodología de ALATHEIA. Contribuir al fortalecimiento del sistema de investigación de la IES o de la Institución en donde se realiza ALETHEIA
3.
Evaluación
Cada institución es autónoma para definir la forma concreta de evaluar la asignatura.
8
Se recomienda trabajar con la metodología de rúbricas.
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Contenidos
Primera Unidad
Origen y desarrollo de la universidad Las universidades de Par铆s y de Bolonia Sesi贸n 1
La Universidad Europea Sesi贸n 2
La universidad Latinoamericana
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Sesi贸n 3
Segunda Unidad
La Universidad en Colombia La herencia colonial Sesiรณn 4
La modernizaciรณn institucional Sesiรณn 5
Panorama de la educaciรณn superior en Colombia
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Sesiรณn 6
Tercera Unidad
Nuestra Universidad La Institución de Educación Superior [En donde se reraliza Aletheia]: PEI, Símbolos, Historia, Organización, Oferta
Sesión 7
El Sistema de Investigación Sesión 8
Alitheia y la U
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Sesión 9
Cuarta Unidad
La Sociedad PostIndustrial ¿Qué o cómo es la Sociedad Post-Industrial ? Sesión 10
Universidad y Sociedad PostIndustrial Sesión 11
La U y la Sociedad PostIndustrial
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Sesión 12
LA UNIVERSIDAD [María Constanza Jiménez Vargas]
En palabras de Le Goff1, el siglo XIII <<es el siglo de los intelectuales; el intelectual nace con las ciudades, con su desarrollo debido a su función comercial e industrial (artesanal), el intelectual es el hombre de oficio que se instala en la ciudad>>. Es el siglo de la Universidad. La edad media hasta entonces, reconoce las tres clases sociales que el feudalismo declara: la clase que reza (los clérigos), la que protege (los nobles), la que trabaja (los siervos); la ciudad y el intelectual traerán consigo el surgimiento de la naciente burguesía. El intelectual, el que sabe el oficio, el traductor, cobrará gran importancia puesto que es el encargado de posibilitar que occidente se beneficie de todo el conocimiento que Oriente trae a través de los manuscritos; las matemáticas de Euclides, la Astronomía con Tolomeo, la medicina de Hipócrates y Galeno, la física, la lógica, la filosofía y la ética de Aristóteles, será el aporte del mundo griego; la aritmética, los números arábigos, la medicina, la botánica, la alquimia, aportes del mundo árabe.
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El surgimiento de las corporaciones, es el surgimiento de las universidades (universitas). El oficio desempeñado por el artesano logra agrupar un importante número de miembros que se organizan en gremios o cofradías que designan a una agrupación con una identidad particular; asociadas estrechamente al comercio y al oficio artesanal tenían como fin preservar el conocimiento, los secretos y técnicas del respectivo oficio. El gremio se preocupa de mantener su oficio en ciertos niveles, lo que lleva a la adopción de un sistema de calificaciones que exigía por lo tanto una etapa previa de aprendizaje y un probado desempeño para los nuevos miembros. De otro lado, encontramos las escuelas catedralicias, de carácter completamente eclesiástico; todos sus profesores y estudiantes son clérigos, pues la función de enseñar es exclusiva de ellos; la cultura entendida como cuestión de fe; allí predomina el estudio de las artes liberales (trívium y quadrivium); se orientaban 1
Le Goff, J. Los Intelectuales de la Edad Media. Gedisa, Editorial, 1996.
más al desarrollo del espíritu. En ese sentido, las técnicas y conocimiento exigidos para la vida práctica se desarrollan en los lugares que ya hemos descrito: las cofradías. A una muy interesante reflexión nos lleva esto en términos de comprender el esquema que hoy aún tenemos en nuestras universidades: la distinción entre el conocimiento teórico y el conocimiento práctico. Es decir, la lucha por la universalidad del conocimiento y el cultivo del espíritu versus la especialización en el oficio. En medio de esta gran agitación, encontramos también la pugna entre iglesia y poder laico; la crisis por la separación de poderes será un elemento fundamental en el surgimiento y desarrollo de las universidades. La necesidad de formación de quienes administraban la iglesia y el embrionario Estado Nacional, derivan en el surgimiento de los studium generales como se denominó en sus inicios la universidad surgida de la escuela catedralicia. Es necesario anotar que los estudios impartidos, así como los métodos utilizados para la enseñanza no eran estructurados y más bien dependían de cada maestro; tampoco existía un sistema que permitiera identificar los logros de los estudiantes.
LAS PRIMERAS UNIVERSIDADES
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A Bolonia, París, Salerno, Montpellier, Oxford y Combria se las reconoce tradicionalmente como las primeras universidades, por ser las primeras en lograr su institucionalización con el consentimiento papal; las universidades se dan por el movimiento cultural de la época, es un movimiento espontáneo de la sociedad de entonces. Ambos poderes, el eclesiástico y el político propiciaron la expansión de la universidad. Gregorio IX será el encargado a través de la bula Parens Scientarum de reconocer el carácter soberano2 de las nacientes universidades. Es necesario anotar, que el reconocimiento de una universidad se daba por la calidad de científica de la corporación y no en el sentido de expansión; es así como algunas se organizaban en una sola facultad o alrededor de escuelas, incluso de programas de estudio. Bolonia con el derecho, Montpellier con la medicina y París con las artes, la filosofía y la teología. En ese sentido, Según Borrero 3, el término facultad lo podemos ubicar con una variedad de matices: como disciplina científica particular, como poder o cualidad corporativa de la universidad y como componente de la estructura académica y administrativa de la universidad. Etimológicamente facultas proviene del latín y es la potestad de hacer algo, la capacidad, fuerza. La bula papal concedida a las universidades, en un primer momento serviría para protegerlas de poder y ambiciones del Reino; allí se les reconocía la posibilidad de organización, la forma de escoger a sus estudiantes y maestros, y lo más importante: la formas de organizar los estudios a través del curriculum 3 Borrero, A. S.J. Conferencia II. Idea de la universidad en sus orígenes. Icfes, 2002 2
LOS TITULOS
En relación con su desarrollo la universidad va adquiriendo un cuerpo estructural y normativo que le permita su funcionamiento; al nacimiento de las profesiones (professio), que designa la facultad o habilidad para algo, estado de vida o dedicación individual a trabajos y servicios estables y beneficiarios de prerrogativas, se suma el nacimiento de los títulos que significa rótulo o inscripción. Los primeros títulos otorgados por las universidades fueron la licencia, el bachiller en artes, el doctor, el magister y el profesor, dependiendo si enseñaban en las facultades inferiores (artes) o en las facultades superiores (derecho, medicina).
EL MÉTODO
En lo referente a los currículums, pensum y pedagogía sus métodos se desarrollan lentamente y se consolidan en el S.XIII. Como se ha señalado lo siglos XI y XII sirven para la legitimación del poder sacerdotal sobre el poder real, lo cual se reflejará en la disposición intelectual de las escuelas y universidades, primando el saber espiritual sobre el saber práctico. Sin embargo y debido al florecimiento de la burguesía, como clase social sobre todo del gremio de juristas, se consolidan las facultades, donde se enseñaba y preparaba al artesano y maestros de los diferentes gremios, comerciantes, médicos y abogados; ganado importancia tal, que influyen en la manera en cómo se institucionalizaría la universidad del siglo XIII. De este modo, se institucionalizan los diversos grados de los estudiantes de las universidades y facultades.
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En cuanto a la pedagogía, la universidad es heredera de los métodos de las escuelas palatinas y catedralicias, donde se enseñaban las artes liberales y su metodología consistía más en discutir sobre lecturas de autores reconocidos y cuya base la constituía el estudio de Cicerón, de Aristóteles y de autores cristianos. Sobresalen entre otras, la Lectio que privilegiaba el aprendizaje memorístico de los estudiantes, sobre los textos que sus profesores escogían para las discusiones que se realizaban en los espacios conocidos como las disputationes; Poco a poco, por el propio ingenio crítico humano así como las distintas condiciones socio-políticas, fueron apareciendo otras, que luego sustentarían el modelo pedagógico universitario, como el de confrontación (opiniones a favor y opiniones en contra) sobre determinada cuestión y utilizar la argumentación en pro de la postura. Este tipo de enfoque permitía un corpus sobre el cual institucionalizar un método de enseñanza permitiendo la recopilación, ordenamiento y temas de estudio. La metodología más utilizada era la Qaestio, que consistía en confrontar opiniones de autoridades y debatir una solución. También se ejercitaba el arte de la oratoria, donde grandes maestros debatían sobre diversos temas en frente de sus estudiantes. Poco a poco la compilación de las cuestiones en diferentes libros,
dieron lugar a las glossas y posteriormente a las summas. En cuanto a los currículums y pensum, dependía de cada universidad e incluso en un principio del maestro. Lentamente, se fueron consolidando los diversos textos que servirían de estudio para cada carrera.
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A finales del siglo XIII, las universidades se encontraban ya bastante consolidadas (Bolonia, París) con una estructura corporativa y un programa de estudios en pleno desarrollo, sentando las bases de una amplia difusión del saber. Para finales de siglo ya existían veintitrés universidades funcionando: once en Italia, cinco en Francia, cuatro en España, dos en Inglaterra y una en Portugal. Como bien lo afirma Bowen4: “La universidad estaba destinada a ser la institución educativa más importante de occidente y a dominar en los siglos venideros la educación en todos sus niveles”.
Bowen, J. Historia de la Educación Occidental. Tomo II. La Civilización de Europa. Editorial Herder, 1986 4
Lecturas
Primera
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Sesi贸n
Segunda Sesi贸n
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Tercera Sesi贸n
La Educación Superior en Colombia: De la Colonia al Siglo XX [Carlos Patiño Millán] En nuestros días la educación se volvió prioritaria entre las demandas de los padres de familia de todas las clases sociales. Pero, por parte de las élites dirigentes, nos encontramos lejos de la esperanza que brevemente agitó los años 30 cuando la educación representó el medio de realizar la integración nacional y los docentes debían preparar el advenimiento de una sociedad nueva, más justa y feliz. Desde entonces la sociedad colombiana no ha cesado de dividirse y fragmentarse, reforzando su pesimismo y su individualismo. Pero la oligarquía sabe que para preservar una paz precaria debe suministrar a cada uno al menos la esperanza de creer que podrá aspirar a una mejor posición que los demás.
Aline Helg, La educación en Colombia 1918-1957
En cuanto a la educación superior, la historia tiene sus particularidades. En la primera etapa de la Colonia, una vez instalada la Real Audiencia en 1550, los clérigos y seglares recibían cátedras de gramática y lectura en los conventos de los franciscanos, agustinos y dominicos. No fue sino hasta comienzos del siglo XVII, sin embargo, cuando los colegios y universidades obtuvieron la autorización respectiva para otorgar títulos de licenciados y doctores. En 1605 se fundó el Colegio de San Bartolomé, en 1654 apareció el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en 1623 se fundó la Universidad Javeriana y en 1626 se estableció la Universidad Tomística, que empezó labores en 1636.
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Los ciclos de estudio en colegios y universidades se hacían en latín, eran de rigurosa estirpe escolástica y se circunscribían, en la época, a tres: Artes, Teología y Cánones. El primero correspondía a los Estudios Generales medievales y tenía una duración de dos a tres años con asignaturas como Gramática, Retórica, Lógica, Metafísica, Matemáticas y Física. Los otros dos, Teología y Cánones, duraban cuatro años y sus contenidos se derivaban de las enseñanzas de Aristóteles, Santo Tomás y los maestros escolásticos. En 1791, un estudiante de la Universidad
Tomística, Pablo Plata, hizo la sustentación de sus exámenes en castellano “causando con ello un verdadero escándalo en la República de las Letras”536.
La modalidad de los exámenes que eran públicos y se realizaban cada cuatro meses era la siguiente: “el examinador abría un texto de Aristóteles al azar, en torno al cual se hacían preguntas, se argumentaba, se contra-argumentaba y se concluía. El jurado aprobaba o desaprobaba”6. En la segunda mitad del siglo XVIII tienen lugar los primeros brotes de inconformidad con el modelo regente7. Aparece, entonces, la necesidad de adelantar una reforma de los estudios superiores y la idea de crear una nueva universidad. Así el Virrey Guirior encomendó en 1774 al fiscal Moreno y Escandón para fundar una Universidad Pública aprovechando los bienes expropiados a la Compañía de Jesús. El fiscal, en su justificación, calificó a los estudios tradicionales como “inútil jeringonza”8, verbalistas, dogmáticos, carentes de aplicación práctica y propuso incorporar las ciencias útiles al currículo como manera de aprovechar las riquezas del Reino. También proscribió el memorismo y el criterio de autoridad como única fuente del conocimiento, ordenando que a los estudiantes “se les permitiera comparar las doctrinas”9 de varios autores. Se buscaba, ante todo, que “la elección sea libre y gobernada por la razón, sin formar empeño en sostener determinado dictamen”10. Si bien el cuestionamiento era audaz no se puede calificar como revolucionario: mantenía la vigencia y supremacía del contenido católico y escolástico.
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Uno de los aspectos que más llama la atención de este plan –que nunca fue puesto en práctica aduciendo razones financieras y por ausencia de catedráticos- es el interés por examinar la capacidad de los maestros “para comprobar que pueden enseñar a leer”42. En los años siguientes, los esfuerzos de modernización de la cultura nacional se concentraron en las actividades de José Celestino Mutis y la Expedición Botánica. Todo hace indicar que la enseñanza universitaria regresó a sus métodos y contenidos tradicionales.
Jaramillo Uribe, Jaime. El proceso de la educación del Virreinato a la época contemporánea. En Manual de Historia de Colombia. Tomo III. Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1980. 6 Ibíd. 7 Anota Jaramillo Uribe: “como los únicos objetivos eran mantener el status de persona educada y prepararse para salvar el alma, bastaban la educación religiosa, el latín y algún conocimiento de los clásicos”. Ibíd. 8 Ibíd. 9 Ibíd. 10Ibíd. 5
La universidad republicana de Santander La educación, en sus tres ramas, primaria, media y superior, fue uno de los intereses principales de los gobiernos republicanos de Bolívar y Santander. El nuevo Estado necesitaba urgentemente ampliar y capacitar a su clase dirigente para asumir las tareas que demandaba la administración pública. En 1822 fue contratada una misión científica francesa encabezada por el químico Jean Bautiste Boussingault para el desarrollo de nuevos proyectos universitarios. Un año después, sin llegar a concretar nada serio, la mayoría de sus integrantes regresó a Europa.
Por medio de la Ley del 18 de marzo de 1826 se creó la Universidad Central de la República (con sedes en Bogotá, Caracas y Quito) como primera expresión jurídico-institucional de la universidad pública en Colombia. Hacia 1830 comenzó a funcionar con profesores y estudiantes que mantenían viva la experiencia de la Expedición Botánica. Las sedes tenían cinco facultades, así: Filosofía, Jurisprudencia, Medicina, Teología y Ciencias Naturales. El decreto en mención, que tenía 33 capítulos y más de 300 artículos, fue acaso la primera iniciativa seria por reglamentar la vida universitaria hasta en sus más mínimos detalles.
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Calificada como liberal y “una amenaza para la estabilidad moral y política de la Nación”11, por sus contradictores más férreos, la reforma de 1826 vio frustrados sus intentos por incluir en el canon a autores polémicos como el filósofo y jurisconsulto inglés Jeremy Bentham, cuya moral utilitaria basada en el cálculo del placer en relación con el dolor12, fue prohibida por el mismo Bolívar en 1827 cuando asumió la dictadura13.
Al finalizar el gobierno de Santander en 1836, los programas universitarios preferidos por los estudiantes eran Derecho, Teología y Medicina, a pesar de los intentos gubernamentales por fomentar otras áreas como las Ciencias Naturales. En 1840, el Congreso –tras la experiencia de la polémica desatada por los textos de Bentham, sus prohibiciones y reincorporaciones al canon, aprobó una ley que autorizaba a los profesores universitarios a elegir sus textos y autores a conveniencia o a escribir, a criterio, sus propios textos14.
Ibíd. Según José Manuel Groot, “la peor innovación que se hizo entonces, peor que la masonería y de las sociedades bíblicas, fue la difusión de las obras de Bentham”. En Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada, volumen 5, Bogotá, 1953. 13 Afirma Jaramillo Uribe que Bolívar y sus amigos, después del atentado del 25 de septiembre de 1828, “al examinar las causas que lo produjeron y que habían deteriorado las costumbres, encontraron una explicación en la influencia de las ideas de Bentham”. Jaramillo Uribe, Op. Cit. 14 Ibíd. 11 12
La reforma de Ospina Rodríguez Después de la guerra civil de 1840, el país dio un viraje hacia el conservadurismo. Mariano Ospina Rodríguez, el poder tras el trono del gobierno del general Herrán, comprendió que “buena parte de la resolución del problema político y social debía estar en la dirección que se diese a la instrucción pública”15 y acometió la reforma conservadora de 1842 que giraba en torno a tres puntos básicos: “la primera, sujetar a los alumnos a severa disciplina, así en sus costumbres y moralidad como en sus estudios y adquisición de grados profesionales; la segunda, introducir el elemento religioso en la dirección universitaria, completando la instrucción con la educación; y la tercera, reorganizar las enseñanzas de manera que en ellas se introdujesen elementos conservadores (como el estudio del derecho romano) y algunos de la literatura y humanidades que habían sido muy descuidados, y que al mismo tiempo se proscribiesen ciertas materias calificadas de peligrosas por el gobierno, tales como la ciencia de la legislación, la ciencia constitucional y la táctica de las asambleas”16. Paradójicamente, afirma Jaramillo Uribe, en la universidad modelada por Ospina Rodríguez se preparó la generación radical que asumiría el mando durante el mandato del general José Hilario López17.
“Es libre en la República la enseñanza...” Las reformas del gobierno de López fueron drásticas y quisieron llevar a la práctica las promesas de libertad política individual, libertad de enseñanza y de ejercicio profesional. De su radicalidad dan cuenta los tres artículos esenciales de la Ley del 15 de mayo de 1850: “Artículo 1. Es libre en la República la enseñanza de todos los ramos de las ciencias, las artes y las letras. Artículo 2. El grado o título científico no será necesario para ejercer las profesiones científicas, pero podrán obtenerlo las personas que quieran del modo que se establece en la presente ley.
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Artículo 3. Suprímanse las universidades. Los edificios, bienes y rentas que hoy disfrutan se aplicarán para el establecimiento de los colegios nacionales, a excepción del Colegio del Rosario, cuyos bienes serán administrados conforme lo decida la Cámara Provincial de Cundinamarca”18.
Ibíd. Samper, José María. Historia de un alma. Volumen 1. Bogotá, 1946. 49 Jaramillo, Uribe, Jaime. Op. Cit. 17 Jaramillo, Uribe, Jaime. Op. Cit. 18 Gaceta Oficial, número 1124, de 1850. 15 16
Surge la Universidad Nacional Si bien la concepción de universidad pública y estatal -en el país- comenzó a concretarse después de la Independencia, sólo hasta 1864, José María Samper presentó un proyecto de ley al Congreso, de lo que llamó Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia. El 22 de septiembre de 1867, mediante la Ley 66 expedida por el Congreso es oficialmente fundada como tal. En ese año la Universidad constaba de seis facultades: la de Derecho, Medicina, Ciencias Naturales, Ingeniería, Artes y Oficios, Literatura y Filosofía. Se anexaron también el Observatorio Astronómico, el Museo Nacional, el Laboratorio Químico Nacional, la Biblioteca Nacional, el Hospital de la Caridad y el Militar. En 1868 el decreto reglamentario del presidente Santos Acosta nombra el primer rector de dicho centro. De los 132 estudiantes matriculados en 1870, 51 eran de Medicina, 44 de Ciencias Naturales, 29 de Ingeniería y 8 de Jurisprudencia. Llama la atención el hecho de que sin el diploma de Filosofía y Letras –un colegio de enseñanza media incorporado a la Universidad en donde se enseñaban idiomas extranjeros, matemáticas y gramática castellana, entre otras asignaturas- no se admitieran estudiantes en Ingeniería, Medicina y Jurisprudencia. Entre 1870 y 1880 se revivió el fantasma de Bentham, esta vez a raíz de la obra Ideología del filósofo francés Destut de Tracy que se leía en la Universidad Nacional en los cursos de filosofía. Los conservadores objetaron sus tesis y el derecho del Estado de fijar textos obligatorios de enseñanza. Los liberales, por su parte, defendían el derecho de enseñar las doctrinas liberales para formar liberales. Los gobiernos posteriores al de Aquileo Parra comenzaron la rectificación de las políticas educativas vigentes y “ya no se hablaría más de Tracy y menos de Bentham”19.
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Una caracterización de los estudiantes y profesores de la época El profesor suizo Ernest Roethlisberger en su libro El Dorado dejó para la posteridad una semblanza de los estudiantes y profesores de la Universidad Nacional en las dos últimas décadas del siglo XIX. Al respecto, señala: “los estudiantes tenían, por término medio, una gran inteligencia y daban muestra de un extraordinario poder de captación, si la exposición docente era clara, y a ser posible, infundida de cierto aliento poético. Era un verdadero placer darles clase. Las contradicciones verdaderas o aparentes, eran descubiertas en seguida en las clases y utilizadas por ellos como consulta en las horas dedicadas a repaso o discusión. Casi todos tenían además una memoria fuera de lo común, ejercitada desde muy pronto y continuamente, una memoria que lo retenía todo, pues al contrario que en Europa, no había recargo de tareas, ni por consiguiente, fatiga. A muchos les faltaban los necesarios conocimientos básicos para una formación científica; otros, en fin, aprendían demasiadas cosas de memoria y pensaban poco, falta esta desfavorecida por el hecho de que la mayor parte de los profesores 19
Jaramillo Uribe, Jaime. Op. Cit.
tomaban como base de su lecciones algún texto, explicándolo durante media hora y dando a prender un determinado trozo... Si el profesor se tomaba trabajo en sus lecciones y no se mostraba como un charlatán o un ignorante, esto es, si enseñaba lo que realmente sabía, podía estar seguro del cariño y respeto de sus alumnos. ¡Pero ay de aquel que fuera pillado en un fallo o en una incongruencia! Nuestro estudiante, crítico hasta el exceso, exigente, amigo de tener siempre la razón, aficionado a disputas y orgulloso, sabía descubrir el punto flaco y explotarlo con sumo rigor”20.
La Atenas suramericana Fue por esa época que se empezó a hablar de una suerte de ebullición intelectual en el país. El historiador y erudito español Marcelino Menéndez y Pelayo habló de Atenas suramericana para referirse a Bogotá y el argentino Miguel Cané caracterizó a Colombia como república de catedráticos2153. Sólo en Cundinamarca, incluyendo a Bogotá, había 12 imprentas y 23 20 periódicos22. Una publicación como Anales de la Universidad Nacional fue decisiva para la difusión de las nuevas doctrinas pedagógicas, de las ciencias tanto naturales como culturales, de la filosofía y del movimiento educativo de Europa y América. En palabras de Jaramillo Uribe, “constituyen una fuente indispensable para el conocimiento de la vida intelectual y política del período23”
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La constitución política de 1886 resumió el espíritu conservador de la época que culpaba a los gobiernos radicales de la inestabilidad política y la desazón social que el país había vivido. Ese cambio, liderado por Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro, figuras centrales de la Regeneración, afectó directamente la política educativa y la organización de las universidades en el país. El nuevo Concordato de 1887 le permitió a la Iglesia intervenir, de nuevo, en la marcha de la educación pública. Así la Universidad perdió su autonomía frente al Estado.
Roethlisberger, Ernest. El Dorado. Bogotá, 1963. Véanse al respecto el libro del historiador británico Malcolm Deas llamado Del poder y la gramática. Y otros ensayos sobre historia, política y literatura colombiana en donde caracteriza, a propósito de Miguel Antonio Caro, ese fenómeno de los filólogos en el gobierno, Tercer Mundo Editores, Bogotá, 1993 y el libro Historia portátil de la poesía colombiana 1880-1995 en donde el poeta Cobo Borda consigna lo siguiente: “la palabra doctrinaria de tantos presidentes gramáticos, traductores o poetas, que, si bien reconocían, como Rufino Cuervo en El eco del Tequendama, la crítica de algunos censores extranjeros acerca de los colombianos, que leemos mucho y pensamos poco, buscarían, a través del combate en la prensa, la redacción de constituciones o la reglamentación ortográfica, rearmar de nuevo un país que se les escapaba de las manos, en su creciente variedad”. Cobo Borda, J.G. Op. Cit. 22 Anales de la Universidad Nacional, número 61, 1873. 23 Jaramillo Uribe, Op. Cit. 20 21
El siglo XX: primeras décadas La educación universitaria no fue ajena a los vientos de reforma que soplaron en la Colombia de la década de los años veinte. La ley 57 de 1923 autorizó la contratación de una misión alemana para que realizara un estudio del sistema educativo en al país y formulara las correspondientes recomendaciones. Hartos de la vieja estructura educativa, los estudiantes empezaron a pronunciarse en distintas tribunas. La participación activa del estudiantado en los sucesos del 8 de junio de 1929, “que dio al traste con la corrupta administración de Bogotá y produjo la primera víctima de la violencia oficial, el estudiante Gustavo Bravo Pérez, maduró y dio nuevos alientos al movimiento de reforma universitaria”24. Un cambio fundamental se produce entre 1930 y 1946 con la ascensión de gobiernos de estirpe liberal: se fortalece la cultura del texto escolar. Es cierto que desde el siglo XIX existían en el país catecismos y cartillas que servían para enseñar Religión, Gramática, Política, etc. Incluso, hacia finales de siglo, cuando se introduce el método de enseñanza, aparecen los manuales para enseñar Ciencias, Artes, Higiene, Pedagogía, Lectura y Escritura, etc. Inconformes con estos manuales que llamaron “caducos, inútiles y poco didácticos”25, un grupo de educadores laicos propusieron en 1935 los llamados libros de texto. Estos no reproducían ya un método universal sino que dirigían directamente a una ciencia específica. De acuerdo a Humberto Quiceno, “libro de texto fue aquel libro producido por el Estado para los maestros y que contenía conocimientos sobre las ciencias”26.
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Inspirado en un proyecto de estatuto universitario presentado por Carlos García Prada en la revista Educación en 1935 se dio a conocer la Ley Orgánica de la Universidad Nacional. La idea era integrar a todas las escuelas y facultades en una sola sede, la Ciudad universitaria, formar un Gran Consejo que fijaría las políticas de la institución y un Consejo académico que tendría a su cargo todas las funciones relacionadas con la vida académica, además de la elección del rector y decanos y directores. La Ley Orgánica concedió cierta autonomía académica y administrativa a la Universidad Nacional. Algunos límites se fijaron, entre ellos, se restringió la autonomía para nombrar al rector, potestad que recayó en el Presidente de la República, quien enviaba una terna de candidatos. Apoyados por el gobierno liberal de Alfonso López Pumarejo, se abrieron nuevas facultades y nuevos estudios profesionales como Arquitectura, Veterinaria, Agronomía, Química, Filosofía, Economía, Administración de Empresas, etc. Gracias, entre otros, al aporte de un grupo de profesores alemanes, franceses y españoles que huyeron de la Segunda Guerra Mundial y se residenciaron en Colombia, se introdujeron algunas mejoras como darle mayor relevancia al uso de laboratorios y bibliotecas. Se buscaba así dejar atrás una concepción
Ibíd. Quiceno, Humberto. El manual escolar: pedagogía y formas narrativas. Revista Educación y Pedagogía. Vol. XIII. No 29-30. 2001. 26 Ibíd. 24 25
exclusivamente libresca y verbalista con el fin de lograr “una mayor participación y mayor actividad personal del estudiante en el proceso de enseñanza”27. Dentro de las reformas, cabe destacar el empuje dado a la investigación, la aparición de los exámenes de admisión para los estudiantes, la extensión cultural, el bienestar universitario, la selección de docentes que concluyó con una genuina profesionalización de la carrera de profesor universitario. Finalmente, la Universidad se abrió a nuevas corrientes del pensamiento y la ciencia. Entre los años de 1948 y 1957, y coincidiendo con un grave período de violencia y represión, la universidad pública fue intervenida por el gobierno nacional y suspendido –en la práctica- el estatuto de 1935. Ese momento se caracteriza por el avance y consolidación de las universidades privadas. En 1954 se fundó el Fondo Universitario Nacional, entidad encargada de distribuir los fondos nacionales entre las universidades públicas y las privadas auxiliadas por el Estado. En 1957 se creó la Asociación Colombiana de Universidades, instancia que agrupó a universidades públicas y privadas y en la cual delegó el gobierno las funciones de inspección y vigilancia de la educación superior. En 1968, tras una nueva reforma constitucional, se funda el Instituto Colombiano para la Educación Superior, Icfes, que centra el control y vigilancia de los establecimientos de universitarios para el Estado.
La (in)movilidad social, los intercambios (des)iguales Entre 1966 y 1969, se produce un notable incremento de matrículas en las universidades colombianas. Este incremento –como lo señala Rodrigo Parra Sandoval- no se reparte de manera equilibrada entre las diversas regiones en que se ha dividido el país. “Por el contrario, se dan grandes desequilibrios interregionales tanto en el número absoluto de estudiantes como los incrementos porcentuales de matrículas y en las tasas de crecimiento”28.
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Es pertinente detenernos en algunas conclusiones que arroja el estudio de Parra Sandoval: <<1. La inserción de la economía colombiana en lo que se ha llamado economía de la dependencia impulsó, y fue a la vez efecto, de un proceso de división de trabajo a nivel interno de la sociedad que puede ser impulsado por medio del crecimiento y evolución de la industria y de la vida urbana. Este conjunto de fenómenos trajo un cambio radical en la orientación y forma de crecimiento del aparato educativo nacional. El proceso de modernización educativa tuvo su comienzo durante los años cuarenta y marcó un cambio en cuanto al volumen, tipos de ramas del Jaramillo Uribe, Jaime. Op. Cit. Parra Sandoval, Rodrigo. Escuela y modernidad en Colombia. Tomo IV. La Universidad, Bogotá, 1996. 27 28
conocimiento y contenidos educativos, en cuanto al desarrollo de políticas de construcción d escuelas y de formación de maestros, y en su conjunto, en cuanto a la función que dentro de la sociedad colombiana cumple la educación. De allí arranca la institucionalización de la idea de movilidad social y de la educación como canal básico de esa movilidad.
2. Sin embargo, si se mira con un poco de detenimiento la sociedad colombiana en lo que se refiere a la movilidad social se observa que: a. las posibilidades de movilidad ascendente que ofrece dentro o fuera del canal educativo son mínimas, b. esas posibilidades de movilidad por medio del canal educativo sólo existen para grupos específicos, estratos medios y altos urbanos, para los que realmente y en términos generales no representa un ascenso sino un elemento de mantenimiento de la posición, c. el fenómeno más importante y masivo es el de movilidad descendente, por medio de la proletarización rural y la marginalidad de grandes masas.
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3. La movilidad espacial de estudiantes universitarios entre regiones obedece también a una serie de patrones relacionados con las formas dependientes de crecimiento. La migración universitaria es hacia los centros urbanos que han desarrollado una base industrial y cuyo crecimiento ha ido consolidado por la inversión extranjera. Se da así un proceso de concentración educativa superior y de recursos humanos en ciertas regiones con detrimento de otras, un intercambio desigual>>29.
Por último, cabe subrayar que la década de los años 60 y 70, las universidades colombianas, públicas y privadas, hicieron parte del beligerante movimiento internacional de protesta que alcanzó su grado máximo en el célebre mayo de 1968 parisino –fundamentalmente, los estudiantes franceses se manifestaron a favor de reformas educativas y sociales- y que repercutió, de distinta forma e intensidad, en casi todo el mundo. En Estados Unidos, por ejemplo, desde el invierno de 1964 hasta la primavera de 1968 la protesta juvenil se alzó por todo ese país. Desde enero hasta junio de 1968, 221 manifestaciones de importancia tuvieron lugar en 101 universidades americanas30. Numerosas movilizaciones y tomas de sedes fueron reprimidas a la fuerza por las autoridades con el consabido número de víctimas y detenidos. Con todo, en Colombia, la población universitaria alcanzó cotas nunca antes vistas31.
Ibíd. 2 Cantor, Norman F. La era de la protesta. Alianza Editorial, Madrid, 1973. 31 3 En 1940 Colombia tenía 2.990 estudiantes universitarios, en 1960 la cifra sobrepasa los 20.000, en 1975 la cifra llega a 176.000, en 1980 son ya 279.000, en 1983 son 356.000 y en 1985 alrededor de 500.00. Parra Sandoval, Rodrigo. Op. Cit. 29 30
Las últimas décadas del siglo XX
Los últimos años del siglo se caracterizaron por las numerosas crisis políticas, sociales y de índole económica que afectaron a la educación en general y a la universidad pública, en particular. Si bien se establecieron planes gubernamentales, se ampliaron cupos, sedes y jornadas, se abrieron carreras de toda laya, y el analfabetismo se redujo sustancialmente, también se recortaron los subsidios estatales, a la par que avanzó la agenda privatizadora global, la calidad bajó, proliferaron las universidades de garaje, decayó el movimiento estudiantil, aumentaron los costos de las matrículas, y la educación intermedia de carácter tecnológico se convirtió en una alternativa frente a la formación tradicional que exige más años de estudio.
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La situación, por desgracia, fue similar en los demás países del área. Afirma Eunice Ribeiro Dirham: “dada una tradición común y problemas semejantes, los gobiernos (de América Latina) parecen operar con un número limitado de alternativas políticas”32. La agenda pública regional de los últimos años aspiró, sin mucho éxito, a ser receta para casi todos los males de la educación. Si se revisan sus puntos, encontramos lo siguiente: “cobro de servicios como forma de captación de ahorro privado para completar las necesidades de financiamiento del sistema; limitación de la matrícula en el sector público; implantación de mecanismos de evaluación de la calidad de la educación y de la producción científica; asociación de financiamiento con la definición de metas, con alguna forma de evaluación de desempeño o con ambas; y descentralización del sistema con simplificación de los controles burocráticos y concesión de mayor autonomía administrativa a las instituciones”33.
Los indicadores más recientes para Colombia muestran señales que hay que interpretar con muy moderado optimismo3466. Como lo puntualiza Jorge Orlando Melo, “...pese al alfabetismo nominal del 90%, la mayor parte de los colombianos siguen siendo funcionalmente analfabetas. La minoría lectora tiene acceso fundamentalmente al texto de las publicaciones periódicas: son tal vez unos dos o tres millones de colombianos. El resto aprendió a leer después de tener acceso a la radio y, en los años recientes, a la televisión. (...) La mala educación que da el
Ribeiro Durham, Eunice. Los estudios comparativos de la educación superior en América Latina. Introducción a Los temas críticos de la educación superior en América Latina en los años noventa. Coedición FLACSO Chile, Universidad Autónoma de Aguascalientes, Fondo de Cultura Económica, México, 2002. 33 Ibíd. 2002 34 Población 2001: 42,3 millones. Población urbana 2000: 75%. Personas que saben leer y escribir mayores de 15 años: 91.3% de hombres y 91.7% de mujeres. Educación primaria: 90.7% de la población (estimado para el 2000. Educación secundaria: 61% de la población (est. 2000). Personas con computadores personales: 3.6% de la población (est. 2000). Usuarios de Internet: 878.000 (est. 2000). Fuente: Indicadores de desarrollo en el mundo, Banco Mundial, abril del 2002. 32
sistema escolar colombiano es el principal elemento de discriminación social que hace el país con su población de menores recursos, y condena a los hijos de estos grupos a entrar al mercado laboral y al mundo social y político del siglo XXI sin las habilidades necesarias para enfrentarlos”35.
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Nadie duda de que se hayan dado grandes, importantes y decisivos cambios en materia educativa y pedagógica en Colombia, pero aun así es difícil afirmar que se haya logrado consolidar plenamente un sistema educativo integral y compacto. Los numerosos conflictos en los que nos hemos desenvuelto sumados a las marcadas diferencias regionales, raciales, sociales, culturales y políticas han impedido construir y mantener un proyecto nacional de país, y así las cosas, es apenas comprensible que asuntos como la educación hayan salido damnificados.
67 Melo, Jorge Orlando. Bibliotecas y educación. Leer y releer. Sistema de Bibliotecas de la Universidad d 35
Lecturas
Cuarta
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Sesi贸n
Quinta Sesi贸n
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Sexta Sesi贸n
La Institución de Educación Superior Hace más de mil años los magos sufrían la incomprensión y el miedo por parte de las personas sin poderes mágicos, llamados muggles. Cuatro hechiceros con un talento excepcional decidieron fundar una escuela de magia, hacia aproximadamente el año 992, para ofrecer un refugio a los brujos perseguidos y transmitir sus conocimientos. Por lo tanto, Godric Gryffindor, Helga Hufflepuff, Rowena Ravenclaw y Salazar Slytherin crearon la escuela en un castillo y luego fueron en busca de las personas con las habilidades necesarias para enseñar magia a los futuros estudiantes. El lema del colegio es: «Draco dormiens Nunquam Titillandus»1 («Nunca hagas cosquillas a un dragón dormido»).
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En la historia, el nombre Hogwarts viene de la inspiración de Rowena Ravenclaw, uno de los fundadores de la escuela, después de un sueño que tuvo donde un cerdo verrugoso la condujo al acantilado donde se edificaría el castillo, pero fue Helga Hufflepuff quien reuniría gente para construir toda la edificación. En realidad, su nombre en inglés Hogwarts es el nombre de una variedad de lirio especialmente apreciada por J. K. Rowling, la autora de las novelas, aunque este nombre le vino de forma instintiva. En inglés, « hog» significa "cerdo" y « warts» significa "verruga".
Las opiniones principales de los cuatro fundadores sobre la elección de los alumnos y de las asignaturas a enseñar comenzaron a diferir muy rápidamente, principalmente entre Godric Gryffindor y Salazar Slytherin, apareciendo las primeras tensiones. El colegio se dividió entonces en cuatro casas separadas. Con el fin de elegir de la forma más justa posible en qué casa sería enviado cada alumno, Godric Gryffindor decidió hechizar su sombrero rebautizado como «sombrero seleccionador», y cada uno de los fundadores donaron una parte de su mente y su personalidad para ayudar al sombrero a repartir a los alumnos al principio de su primer año durante la ceremonia de selección
Misión Institucional
Promover e inovar em processos eficazes de sustentabilidade, em suas diferentes dimensões, em todos os níveis de atuação na e da Instituição, bem como incentivar ações voltadas para sociedades sustentáveis, integrando áreas do conhecimento e constituindo a Universidade como exemplo dessas práticas.
Visión Institucional
Promover ações de valorização da graduação, pós-graduação, pesquisa e extensão, em todas as modalidades (presencial e a distância), garantindo sua indissociabilidade.
Símbolos e Himnos El Escudo
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El archivo histórico de la Universidad comenzó su organización institucional en el año 1931. Según consta en una nota del 3 de febrero de ese año, se considera "que hay interés en organizar el archivo de la Universidad en forma que pueda prestar utilidad pública facilitando la compulsa de los valiosos documentos existentes en la misma desde su fundación en 1821”. De acuerdo con lo expuesto en dicha nota, el interventor Dr. Benito Nazar Anchorena “(…) Resuelve (…) encargar la organización del archivo de la Universidad al personal permanente de la Facultad de Filosofía y Letras (…)".
La Bandera Desde principios de 1918, los estudiantes de la Universidad de Córdoba protagonizaron una fuerte revuelta contra las autoridades de la casa de estudios. La élite cordobesa había mantenido un control férreo sobre la Universidad impidiendo toda renovación de la organización institucional. Los estudiantes cordobeses se rebelaron contra el régimen disciplinario que imperaba en la Universidad y también cuestionaron la naturaleza del sistema de enseñanza, las arbitrariedades de los profesores e incluso el escaso compromiso de muchos de ellos con las tareas universitarias. El Logo
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Los esfuerzos discursivos de Justo Sierra se encaminaban a deslindar al nuevo proyecto universitario del anterior, al mismo tiempo que buscaba, en la experiencia pasada, un punto en común, el origen, tal vez, de la consecución de una obra; la educativa. Por tal motivo recurrió al carácter laico que cobraría la nueva institución y se apegó al método científico como única vía para alcanzar el conocimiento.
EL CONCEPTO DE 'SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO' [Karsten Krüger. Dr. en Sociología. Dep. Geografía Humana. Universidad de Barcelona]
Introducción El término ‘sociedad del conocimiento’ ocupa un lugar estelar en la discusión actual en las ciencias sociales así como en la política europea. Se trata de un concepto que aparentemente resume las transformaciones sociales que se están produciendo en la sociedad moderna y sirve para el análisis de estas transformaciones. Al mismo tiempo, ofrece una visión del futuro para guiar normativamente las acciones políticas.
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La revisión de la bibliografía de referencia indica un uso diferente en los ámbitos lingüísticos alemán y español. En el ámbito alemán el uso de este término está asentado desde el principio de los años 1990, teniendo como una de sus referencias el trabajo de Nico Stehr. En la misma época se estaba utilizando en el ámbito de habla española casi exclusivamente el término ‘sociedad de la información’. El uso del término sociedad del conocimiento es más reciente y tiene como punto de referencia el trabajo de Manuel Castells, que ha acuñado, a su vez, el término de la sociedad red.
La búsqueda de los términos ‘sociedad del conocimiento’, ‘sociedad red’ y ‘sociedad de la información’ en la Internet a través del buscador Yahoo por ámbitos lingüísticos, da una impresión de la importancia de esos términos (véase cuadro 1). Los resultados muestran que ‘sociedad de la información’ es la expresión más frecuente en los tres ámbitos lingüísticos, pero su uso comparado con los otros dos es más frecuente en el ámbito del habla inglesa y del habla española. A su vez, el término ‘sociedad del conocimiento’ es más importante en el ámbito del idioma alemán, mientras que el término ‘sociedad red’ tiene más importancia en el ámbito de los idiomas inglés y español que en el ámbito alemán.
Si buscamos el nombre de Nico Stehr en el ámbito español del Internet encontramos solamente 200 referencias que podrían ser tomadas como indicador de la poca relevancia que tiene la discusión alemana del concepto ‘sociedad del conocimiento’ para las ciencias sociales españolas e iberoamericanas.[1] Este artículo tiene como objetivo exponer brevemente el estado de la cuestión de la discusión alemana de la sociedad del conocimiento.
Orígenes históricos de la noción
La noción sociedad de conocimiento tiene sus orígenes en los años 1960 cuando se analizaron los cambios en las sociedades industriales y se acuñó la noción de la sociedad post-industrial. Así, por ejemplo, el sociólogo Peter F. Drucker pronosticó la emergencia de una nueva capa social de trabajadores de conocimiento (P.F. Drucker 1959) y la tendencia hacia una sociedad de conocimiento (Drucker 1969). Este tipo de sociedad está caracterizada por una estructura económica y social, en la que el conocimiento ha substituido al trabajo, a las materias primas y al capital como fuente más importante de la productividad, crecimiento y desigualdades sociales (véase Drucker 1994).
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Sin embargo, más conocido es el trabajo de D. Bell (1973; 2001) sobre la sociedad post-industrial. Este concepto expresó la transición de una economía que produce productos a una economía basada en servicios y cuya estructura profesional está marcada por la preferencia a una clase de profesionales técnicamente cualificados. El conocimiento teórico se ha convertido, según este enfoque, en la fuente principal de innovación y el punto de partida de los programas políticos y sociales. Este tipo de sociedad está orientado hacia el progreso tecnológico y la evaluación de la tecnología y se caracteriza por la creación de una nueva tecnología intelectual como base de los procesos de decisión.
En esta época, hasta el final de los años 1970, el análisis de los cambios en la sociedad moderna resaltó tres aspectos: -La expansión de las actividades de investigación estatales y privadas era la base principal de la cientifización de una serie de sectores industriales (véase Lane 1996). En esta diagnosis se reflejó la expansión histórica de los gastos en I+D que se habían producido en la post-guerra. -Paralelamente a la expansión de los sectores de servicios, se incrementaron las actividades económicas basadas en el conocimiento. Con la importancia creciente del conocimiento teórico creció también el peso económico de las actividades basadas en el conocimiento (véase para los años 1950 y 1960 Machlup 1992 y Porat 1977) -La estructura profesional estaba marcada por los trabajadores de conocimiento profesionalizado y con una cualificación académica: Bell (2001) estimó que alrededor de una cuarta parte de la población pertenecía a esta nueva clase de conocimiento, en la que se incluyó a los empleados con un diploma universitario o de un escuela superior, a los empleados y los funcionarios de altas categorías y a los empresarios.
Estos análisis apuntaron, por lo tanto, a una sociedad cientifizada, academizada y centrada en los servicios diferenciada de la sociedad industrial que, a su vez, estaba caracterizada por el conocimiento experimental, el predominio de los sectores industriales, las actividades manuales y el conflicto entre capital y trabajo.
Competición de conceptos Desde luego, el concepto de la ‘sociedad del conocimiento’ no es el único empleado para describir los cambios sociales en las sociedades actuales. También se usan otras nociones como, por ejemplo, la ‘sociedad de la información’ y la ‘sociedad red’.
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La noción de la ‘sociedad de la información’ se utiliza sobre todo cuando se tratan aspectos tecnológicos y sus efectos sobre el crecimiento económico y el empleo [2], Esta discusión tiene como punto de partida la consideración de que la producción, la reproducción y la distribución de la información es el principio constitutivo de las sociedades actuales. Pero en la reciente discusión europea, tanto en el ámbito de las ciencias sociales como en el ámbito político, se observa que este término es reemplazado por el de la ‘sociedad del conocimiento’[3] lo que implica un cambio conceptual de la información al conocimiento considerándolo como principio estructurador de la sociedad moderna y resaltando su importancia para la sociedad actual, para los cambios en la estructura económica y en los mercados laborales, para la educación y para la formación.[4] Otra noción alternativa es la de la ‘sociedad red’, noción promovida por M. Castells. Se trata de un concepto que está situado entre la ‘sociedad de la información’ y la ‘sociedad del conocimiento’. Castells marca diferencias respecto a la ‘sociedad de
la información’, distinguiendo entre información e informacional. Información, es decir comunicación del conocimiento, ha sido, según Castells, “fundamental en todas las sociedades (…) En contraste, el término informacional indica el atributo de una forma específica de organización social en la que la generación, el procesamiento y la transmisión de la información se convierten en las fuentes fundamentales de la productividad y el poder, debido a las nuevas condiciones tecnológicas que surgen en este periodo histórico” (Castells 1996. Vol. 1. p. 47). Similar al concepto de la ‘sociedad del conocimiento’, el de la ‘sociedad red’ sostiene que la transformación actual de la sociedad indica un cambio de modo de producción social, dada la creciente importancia de la información o del conocimiento para los procesos socio-económicos. Información y conocimiento se convierten en los factores productivos más importantes [5]. Sin embargo, y a pesar de que Castells declara que ni la tecnología determina la sociedad ni la sociedad dicta el curso del cambio tecnológico, el enfoque de la sociedad red parte de la idea de una tecnología hecha e investiga los efectos de la aplicación de los inventos tecnológicos sobre la sociedad. No tiene en cuenta que la tecnología es una construcción social en cuyo desarrollo intervienen múltiples actores y diferentes intereses y tampoco profundiza más en la idiosincrasia del conocimiento y su relevancia para los procesos socio-económicos y los efectos sobre el propio conocimiento cuando se ha convertido en el factor productivo más importante.[6]
Actualidad del concepto Desde los años 1990, el concepto de la ‘sociedad del conocimiento’ ha resurgido tanto en la política como en las ciencias sociales (véase por ejemplo Reich 1992, Drucker 1994, Lundvall & Johnson 1994, Stehr 1994, OECD 1996, Krohn 1997, Knorr-Cetina 1998, Willke 1998 y Weingart 2001). Al contrario que el concepto de la ‘sociedad de la información’, este término no hace referencia solamente a la base tecnológica para caracterizar la sociedad actual y para resaltar las diferencias con la ‘sociedad industrial’. Pero queda menos claro qué se entiende por ‘sociedad del conocimiento’. Heidenreich distingue, en primera instancia, cuatro definiciones: 1. Similar al término ‘sociedad de la información’, la noción ‘sociedad de conocimiento’ indica la importancia de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y su utilización en los procesos económicos. 2. La noción resalta las nuevas formas de producir conocimiento. El conocimiento es considerado como uno de los principales causantes del crecimiento junto con los factores capital y trabajo. En este sentido, se concede una relevancia crucial a la producción de productos intensivos en conocimiento y a los servicios basados en el conocimiento [7]
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3. Se resalta la creciente importancia de los procesos educativos y formativos, tanto en su vertiente de educación y formación inicial como a lo largo de la vida.
4. Se destaca la creciente importancia de los servicios intensivos en conocimiento y comunicación, que generalmente se denominan trabajo de conocimiento (véase OECD 2001 y Reich 1992) El concepto de ‘sociedad del conocimiento’ hace referencia, por lo tanto, a cambios en las áreas tecnológicas y económicas estrechamente relacionadas con las TIC, en el ámbito de planificación de la educación y formación, en el ámbito de la organización (gestión de conocimiento) y del trabajo (trabajo de conocimiento). Sin embargo, frente a un concepto tan general se debe, según Heidenreich (2003), mantener una postura escéptica. Se debe preguntar, por ejemplo, si es posible basar la definición de un tipo de sociedad en el concepto conocimiento teniendo en cuenta que ninguna sociedad existe sin disponer de conocimiento. Tampoco queda muy claro, si conocimiento es más que una categoría residual para explicar la parte del crecimiento económico que no se ha podido explicar a través de las otras categorías. El hecho de que el término está siendo utilizado por instancias políticas como la OECD, la Unión Europea y gobiernos nacionales para promover estrategias políticas, hace sospechar que se trata más bien de una visión directriz en lugar de un concepto sociológico contrastado. Para aclarar estas sospechas, se hace a continuación una revisión de la trayectoria sociológica de la noción, prescindiendo de su carrera política pero antes se exponen brevemente algunos indicadores que justifican que se está hablando de una sociedad del conocimiento.
Indicadores de una sociedad del conocimiento Ya hemos mencionado anteriormente algunos de los indicadores que apuntan a la emergencia de una ‘sociedad del conocimiento’. En el ámbito económico se observa que los sectores de producción de bienes pierden importancia en la estructura económica a favor del sector servicios. Más concretamente, crece la importancia de los mercados globalizados de divisas, de finanzas y de capitales frente a los mercados de productos. Además, la estructura ocupacional cambia radicalmente a través del crecimiento de las categorías profesionales altamente cualificadas y la disminución de las categorías menos cualificadas. Y dentro de las empresas, crece la relevancia de tener sistemas adecuados de gestión del conocimiento y adaptar las estructuras organizativas y de gestión a un entorno cambiante.
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También se observan cambios profundos en el ámbito político en el sentido de que las decisiones políticas dependen cada vez más de una legitimación científica, lo que causa que los actores políticos dependan cada vez más de expertos y asesores. Además parece que están disminuyendo los márgenes de decisión y de la capacidad de gestionar procesos sociales por parte del sistema político, lo que es más evidente frente al sistema económico que depende cada vez menos de las decisiones políticas a causa de la globalización de los procesos económicos (véase Willke 1998).
Relacionado con los cambios en las estructuras ocupacionales, se observa una creciente importancia de la educación, que queda reflejada en el nivel de educación más alto de la población. Un indicador es la transformación de las universidades como instituciones de elite en instituciones de educación superior masificada. No obstante, en el debate alrededor de la sociedad del conocimiento no está resuelta aún la cuestión de si el progreso tecnológico es el causante del incremento de nivel educativo o si el incremento del nivel formativo ha impulsado la innovación tecnológica y, por consiguiente, la transición hacia la sociedad del conocimiento. También en el ámbito cultural se han producido cambios profundos. A pesar de que apenas se debaten estos cambios en el ámbito cultural relacionado con la transición hacía la sociedad del conocimiento, se ha producido un intenso debate en torno a la globalización y al uso de Internet, que indica un profundo cambio en los procesos culturales y las interacciones sociales relacionadas con el uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación y los avances en las tecnologías de tráfico.
Definición de la sociedad del conocimiento El concepto actual de la ‘sociedad del conocimiento’ no está centrado en el progreso tecnológico, sino que lo considera como un factor del cambio social entre otros, como, por ejemplo, la expansión de la educación. Según este enfoque, el conocimiento será cada vez más la base de los procesos sociales en diversos ámbitos funcionales de las sociedades. Crece la importancia del conocimiento como recurso económico, lo que conlleva la necesidad de aprender a lo largo de toda la vida. Pero igualmente crece la conciencia del no-saber y la conciencia de los riesgos de la sociedad moderna. Estas consideraciones implican la necesidad de preguntarse por los fundamentos del concepto. Un punto de partida debe ser la pregunta: ¿Qué es conocimiento? Heidenreich, en el artículo anteriormente mencionado, propone partir de las teorías de Kant, James, Dewey y Luhmann para responder a esta cuestión. Ya Kant indicó que conocimiento no es una representación objetiva del mundo. Sin embargo, tampoco es una representación meramente subjetiva y discrecional. Somos capaces de distinguir entre “sueños” y “realidad”, independientemente de que se entiende por ésta. Algunas representaciones se confirman en la práctica, otras no.
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Lo que hace falta es conseguir un equilibrio entre lo subjetivo y lo objetivo de la noción conocimiento, para lo cual se puede recurrir a las propuestas conceptuales del pragmatismo norteamericano de James y Dewey, y a la teoría de sistemas desarrollada por el sociólogo Luhmann. Este último define conocimiento como un esquema cognitivo que se considera verdadero, pero que, al mismo tiempo, es variable. Estos esquemas regulan la relación de sistemas sociales y físicos con su entorno. A diferencia de las expectativas normativas, que no se revisan ni siquiera en caso de decepción [8], las expectativas cognitivas si se revisan y se corrigen en caso de que será necesario a
base de las experiencias adquiridas. A pesar de que el conocimiento no representa el mundo de forma objetiva, hay un criterio de su adecuación (su verdad), que reside en su convalidación en la práctica (James 2001 y Dewey 1960) aunque estos efectos prácticos no están dados de forma objetiva, sino que a su vez se constituyen a través de las interrelaciones entre las personas perceptoras y actuantes por un lado, y la realidad por otro lado. De esta forma se construye socialmente una certeza de la realidad (“Realitätsgewißheit” - Luhmann 1995. p. 166) que es condición imprescindible para cualquier formar de pensar y de actuar. En este sentido, conocimiento implica la “capacidad de acción social” (véase Stehr 1994. p. 208). La utilización de esta definición del conocimiento implica que no se puede hablar de la sociedad del conocimiento refiriéndose solo al hecho de que se está produciendo cada vez más conocimiento tomando como indicador, por ejemplo, que el 90 por ciento de todos los científicos de todos los tiempos están viviendo ahora. No se trata de un indicador de la ‘sociedad del conocimiento’, sino, como mucho, de un indicador de la constitución de un sistema autónomo de la producción de conocimiento. Basándose en la definición expuesta, la sociedad actual no dispone de más conocimiento que otras sociedades, sino que la definición de conocimiento como variable y verificable en cuanto al no cumplimiento de expectativas hace pensar, que la ‘sociedad del conocimiento’ está caracterizada por la decreciente importancia de los rituales, de las tradiciones y de las normas aceptadas sin más. Al contrario, la ‘sociedad del conocimiento’ está marcada por la disposición de poner en cuestión las percepciones, suposiciones y expectativas tradicionales y socialmente aceptadas. La tesis implícita es que las sociedades actuales consideran cada vez más la expectativas basada en conocimiento en lugar de normas. Es decir, las expectativas son cada vez más variables y revisables.
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Las reglas y evidencias de nuestra sociedad están cada vez más sometidas a procesos de reflexión, lo cual tiene su expresión en el deterioro acelerado de las estructuras reguladoras tradicionales La consideración de que una sociedad se basa en el conocimiento no depende, por lo tanto, del tipo de los bienes producidos (es decir bienes inmateriales o intensos en I+D) y tampoco de la competencias específicas de los empleados, que se manifiestan por ejemplo en certificaciones académicas. Las organizaciones muchas veces citadas como ejemplos del trabajo basado en el conocimiento -como consultorías, los bancos de inversión, los corredores de bolsa, los laboratorios de software o las agencias publicitarias- no lo son por sus exigencias laborales específicas o sus productos como organizaciones basadas en conocimiento. De entrada, los conocimientos y experiencias requeridos para la producción de ropa y de acero no son menos intensos que el conocimiento requerido para las actividades en las organizaciones mencionadas.[9] Tampoco se puede definir la sociedad del conocimiento a través de la inmaterialidad de sus procesos económicos (Stehr 2000. p. 63). No hay duda de que se está reduciendo el peso de las actividades relacionadas con la obtención de materias primas, su tratamiento y la producción de bienes materiales. Pero también las actividades inmateriales podrían ser altamente estandarizadas, dejando poco margen de acción y de decisión individual.
El criterio esencial es la disposición de poner en duda las normas y reglas establecidas. Por lo tanto, la capacidad innovadora es constitutiva para la ‘sociedad de conocimiento’. Solamente se puede hablar de una sociedad de conocimiento, cuando las estructuras y procesos de la reproducción material y simbólica de una sociedad están tan impregnadas de operaciones basadas en conocimiento, que el tratamiento de información, el análisis simbólico y los sistemas expertos se convierten en dominante respecto a los otros factores de re-producción. Otro requisito imprescindible de la ‘sociedad del conocimiento’ es que el conocimiento en general y el conocimiento de los expertos en particular sean sometidos a un proceso de revisión continua convirtiendo de esta forma la innovación en un componente cotidiano del trabajo basado en conocimiento (véase Willke 1998. p. 355). Se puede suponer que todo tipo de sociedad tiene está disposición. No se puede imaginar una sociedad invariable en el tiempo, como tampoco se puede imaginar una sociedad sin tradiciones, normas y reglas institucionalizadas. Pero solo la sociedad moderna altamente diferenciada, cuyo origen se encuentra en el Renacimiento italiano, ha sido capaz de crear dinámicas transformadoras permanentes a través de la constitución de subsistemas de la sociedad orientados al cambio (sobre todo la ciencia, la economía y la tecnología). En este sentido, la validez del concepto de la ‘sociedad del conocimiento’ depende de obtener indicios claros de que la producción, distribución y reproducción del conocimiento ha cobrado una importancia estratégica y dominante en las sociedades actuales. En primera instancia se deben identificar los espacios sociales estratégicos de la producción y distribución del conocimiento, como las prácticas y los objetos constitutivos, y descubrir su puesta en red y su institucionalización de las estructuras locales en regímenes globales (véase Rammert 1999).
Paradoja de la sociedad del conocimiento: el crecimiento del no-conocimiento
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Basándose en el concepto del conocimiento de la teoría de sistemas, surge la cuestión ¿qué es lo específico de la ‘sociedad del conocimiento’ actual? La respuesta debe partir de las incertidumbres, las sombras, los dilemas y las paradojas de la sociedad del conocimiento. El sociólogo N. Stehr (2000) resalta, por ejemplo, la fragilidad de la sociedad del conocimiento moderno cuando subraya que los avances tecnológicos y científicos son una de las causas de la incertidumbre actual. Así, por ejemplo, los avances en las tecnologías de información y comunicación han aumentado la fragilidad de los mercados financieros y comerciales, lo cual obliga a las organizaciones a aumentar su flexibilidad para poder adaptarse a los cambios en los mercados. También el aumento del conocimiento científico y su amplia difusión causan más incertidumbre, fragilidad y contingencia (véase Stehr 1996). En este sentido se considera que el mayor conocimiento produce también más desconocimiento. Mientras los conocimientos aumentan con gran rapidez, el saber de lo que no sabemos aumenta con velocidad aún más vertiginosa. (H. D. Evers 2000. p. 8). Por
lo tanto, uno de los rasgos de la ‘sociedad del conocimiento’ es el aumento de las zonas de incertidumbre, convirtiendo la ignorancia - entendida como el desconocimiento del no-conocimiento – en incertidumbre – entendido como el conocimiento del no-conocimiento (sé, que no sé).[10] Hasta ahora, se observaba esta dinámica solamente en los subsistemas de la ciencia y de la tecnología. Pero las fronteras entre los sistemas de producción de conocimiento son cada vez más permeables, lo cual aumenta la incertidumbre hacia el conjunto de la sociedad y sus procesos de innovación. En otras palabras, en la ‘sociedad del conocimiento’ la percepción y el tratamiento de la incertidumbre cobra cada vez más importancia, lo que es inmanente al proceso de generación del conocimiento moderno (véase Krohn 2001. p. 16). El procedimiento experimental y los discursos hipotéticos típicos del sistema de ciencia empiezan a formar parte de los procesos del conjunto de la sociedad, es decir las formas en que se están llevando a cabo las prácticas científicas entran en las prácticas cotidianas de las sociedades (véase Krohn & Weyer 1989 y Krohn 1997). La práctica experimental es más que la simple “prueba y error”, es el intento sistemático de procesar colectivamente y aprender de la experiencia. Según Krohn (1997. p. 66) se puede hablar de una práctica experimental cuando: -Se usan las nuevas tecnologías basadas en el conocimiento en un contexto organizativo determinado; -Una red de actores integra diferentes formas de aprendizaje (learning by using, doing, designing, researching, reflecting);
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-Existen posibilidades institucionalizadas de retroalimentar los procesos de innovación con las experiencias adquiridas en la práctica. Las ventajas de los procedimientos basados en la práctica experimental son obvios. Existe una disposición permanente para buscar nuevos soluciones y caminos. Y al contrario que la sociedad medieval, no hay tanta resistencia frente a las innovaciones, a pesar de que se conocen sus efectos destructivos (discutido por Schumpeter) y sus riesgos. Se construyen aviones y después de que han sido utilizados durante 20 años se ve que la explosión de una rueda hace caer el avión; se cambia la alimentación del ganado introduciendo carne en su alimentación para descubrir luego que, por causa de esta innovación, enfermedades cerebrales de algunos animales traspasan las barreras de las especies y producen también en los humanos este tipo de enfermedad. En este sentido, la ‘sociedad del conocimiento’ es también una sociedad del riesgo, en la que las consecuencias de la aplicación de teorías dudosas y de tecnologías deficientes contrastan con las perspectivas positivas de los avances científicos-tecnológicos por el hecho de que los efectos negativos ya no se producen solamente en un subsistema sino que afectan a la sociedad en su conjunto. Por lo tanto, la ‘sociedad del conocimiento’ no se caracteriza por la extensión del conocimiento reduciendo el desconocimiento, sino por unas prácticas experimentales que producen conocimiento, pero al mismo tiempo más desconocimiento, incertidumbre e inseguridad.
Esto queda reflejado en el hecho de que se cuestionan cada vez más reglas y evidencias aceptadas por el conjunto de la sociedad. La ‘sociedad del conocimiento’ está marcada por la erosión acelerada de sus estructuras reguladoras y del desarrollo de nuevas reglas y normas. Por lo tanto, uno de los indicadores claves para el desarrollo de la ‘sociedad del conocimiento’ es la oscilación acelerada entre la de regulación y la nueva regulación.
Nuevos riesgos de exclusión en la sociedad del conocimiento El concepto de la ‘sociedad del conocimiento’ llama la atención sobre el hecho de que los procesos socio-económicos cobran una nueva calidad porque el conocimiento se convierte en el factor de producción más importante. En este sentido, se está hablando de un nuevo modo de producción, dado que el capitalismo sigue siendo el principio dominante del sistema económico actual [11] y no se oculta el riesgo de que aparezcan nuevas formas de exclusión social relacionadas con el conocimiento. Sin embargo, el término usado como visión política parece que promete una sociedad más equilibrada y más justa en que cada uno puede esperar que en el futuro vaya a recibir más, siempre y cuando realice los esfuerzos necesarios. [12] En este sentido, se trata de una proyección al futuro del objetivo de reducir las injusticias sociales (véase Castel 2000. p. 326). Los riesgos de exclusión social en la sociedad del conocimiento están relacionados con el acceso a la información y al conocimiento, y con los efectos de la globalización socio-económica.
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Uno de los problemas más discutidos actualmente es la ‘división digital’. Este término hace referencia a las diferencias en el acceso a la información a través de las tecnologías de información y comunicación. En principio, los ordenadores y la Internet podrían facilitar la conexión de todas las personas a una red. El uso cada vez más extenso de la misma red implica que cada vez más transacciones sociales y económicas sean realizadas por la red. En consecuencia, el acceso a la red y la capacidad de saber usarla es cada vez más importante para la participación en la vida social, económica y política. Por lo tanto, es importante la igualdad de oportunidad de poder acceder a la red y la capacitación de poder usar estos medios metódica y efectivamente. Ahora bien, el término ‘división digital’ expresa el hecho de que existe una desigualdad geográfica y social de poder utilizar estas tecnologías, sea por el acceso a la Internet o por la disponibilidad de un ordenador o por la competencia de saber usarlo. Aunque se pueden mencionar las diferencias geográficas en el acceso a la Internet a escala global -por ejemplo, el olvido del continente africano- aquí se quiere poner el enfoque en las diferencias sociales en la sociedad europea. En el marco de la Unión Europea y de sus estados miembros hay programas políticos específicos para fomentar el uso de ordenadores y el acceso a la Internet en los diferentes ámbitos de la vía social, pero se observa que se re-producen las desigualdades sociales o se producen nuevas desigualdades a través del uso de la
red y de la información disponible en la red (véase Welsch 2002). Los programas tecnológicos son, desde luego, imprescindibles para ofrecer más posibilidades de acceso, pero no son suficientes dado que el no-uso de las redes tiene múltiples causas sociales. [13] En el concepto de ‘sociedad del conocimiento’ se proyecta la visión de que se puede alcanzar una mayor igualdad social a través de esfuerzos educativos y formativos. Sin embargo, hay varios argumentos de peso que inducen más bien a una versión pesimista. Hay, por ejemplo, el argumento de que un aumento general del nivel de cualificación de la población y un aumento de las titulaciones académicas causarían una devaluación de estos títulos. En otras palabras, una alta cualificación no serviría ya para conseguir subir escalones sociales sino “solamente” evitaría bajarlos. Otro argumento hace referencia a la desilusión de las políticas educativas de los años 1970 y 1980 que han contribuido al aumento del nivel de cualificación, pero que no han producido cambios significativos en la (des)igualdad de oportunidades sociales (Bittlingmayer 2001. p. 22). Sin que se cambien los mecanismos básicos de la socialización -es decir si los mecanismos de competencia y del mercado siguen siendo las instancias centrales de la socialización- en la sociedad moderna- seguirán produciéndose desigualdades y discriminaciones sociales. El concepto de la ‘sociedad del conocimiento’ insiste en la transformación de los mercados laborales hacia una de-estandarización de las relaciones laborales. Las relaciones laborales estables y altamente reguladas de la ‘sociedad industrial’ no son ya el punto de referencia, sino las relaciones laborales hasta ahora consideradas atípicas -por ejemplo el trabajo parcial, el trabajo de autónomo (falso), el trabajo temporal etc.- son cada vez más frecuentes como también las salidas y re-entradas en el mercado laboral. Y este tipo de trabajo no se limita ya solamente a los puestos de baja cualificación, al contrario, la de-regularización de trabajo afecta también puestos de alta cualificación.
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Recogiendo estos y otros argumentos, Gorz (2001) argumenta que actualmente no se debe hablar de una ‘sociedad del conocimiento’ sino del ‘capitalismo del conocimiento’ que pretende convertir el conocimiento en un forma de capital inmaterial y, por lo tanto, en propiedad privada de empresa, dándole el mismo trato que al capital material. Solamente se da el paso decisivo hacia la sociedad del conocimiento cuando se deja de considerar el conocimiento como conocimiento de expertos y se abre la vía para que sea considerado como un elemento esencial de la cultura y cuando se relaciona el desarrollo del conocimiento con el objetivo de desarrollar las capacidades, competencias y relaciones humanas. En este sentido, Gorz asigna al concepto de la ‘sociedad del conocimiento’ la función de una visión política que podría romper con las reglas del juego del sistema capitalista.
Conclusión
En una ‘sociedad del conocimiento’ las estructuras y procesos de la reproducción material y simbólica de la sociedad están tan impregnados de operaciones de conocimiento que el tratamiento de información, el análisis simbólico y los sistemas expertos cobran primacía frente a otros factores de reproducción como capital y trabajo. Las ‘sociedades del conocimiento’ no son simplemente sociedades con más expertos, más infraestructuras y estructuras tecnológicas de información sino que la validez del concepto depende de la verificación de que la producción, la distribución y la reproducción del conocimiento ha cobrado una importancia dominante frente a los otros factores de las reproducción social. Una de las características de la ‘sociedad del conocimiento’ es la transformación radical de la estructura económica de la ‘sociedad industrial’, de un sistema productivo basado en factores materiales hacia un sistema económico en que los factores simbólicos y basados en conocimiento son dominantes. Factores cognitivos, creatividad, conocimiento e información contribuyen cada vez más a la riqueza de las empresas. Otra característica es la cientifización de áreas esenciales de la sociedad. N. Stehr constata las siguientes tendencias: -Sustitución de otros formas de conocimiento por la ciencia; -Tendencias hacia la constitución de la ciencia como fuerza productiva directa; -Constitución de un sector político especifico (política de educación y ciencia) -Constitución de un nuevo sector productivo (producción del conocimiento) -Transformación de las estructuras de poder (debate de la tecnocracia) -Transformación de la base legitimadora del poder hacia el conocimiento especial (poder de expertos) -Tendencia hacia que el conocimiento se constituya como factor básico de la desigualdad social y de la solidaridad social.
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-Transformación de las fuentes dominantes de conflictos sociales. La ‘sociedad del conocimiento’ no está solamente caracterizada por la ampliación del conocimiento verificado sino también por el creciente conocimiento del noconocimiento y las incertidumbres y las inseguridades producidas por ello. El conocimiento en general y más específicamente el conocimiento de los expertos son sometidos a un proceso de reflexión y revisión continua, y de esta forma las reglas y las suposiciones de la sociedad se ponen cada vez más a menudo en cuestión. Las ‘sociedades del conocimiento’ se distinguen por poner a disposición de cada vez más actores nuevas y más amplias opciones de acción, y al mismo tiempo por la creciente puesta en duda de las estructuras de acción generalizadas y homogeneizadas.
En una ‘sociedad del conocimiento’ se erosionan las estructuras reguladoras de forma más rápida y este tipo de sociedad está caracterizada por el desarrollo de nuevas reglas. Por lo tanto, las ‘sociedades del conocimiento’ ganan en estabilidad, pero también en inseguridad y fragilidad. En las ‘sociedades del conocimiento’ no se constituyen necesariamente unidades sociales e intelectuales homogéneas, sino que ellas son caracterizadas por la existencia paralela o conjunto de diferentes formas de organización y pensamiento social. Una ‘sociedad del conocimiento’ no es necesariamente más igualitaria que la ‘sociedad industrial’. Teniendo en cuenta, que la ‘sociedad del conocimiento’ sigue estando, según los diversos analistas, dominada por los principios básicos del capitalismo, se prevé que se seguirán reproduciéndose las desigualdades sociales y se producirán nuevas desigualdades. Por lo tanto, sería más conveniente hablar de un ‘capitalismo de conocimiento’ o ‘economía del conocimiento’, teniendo en cuenta que los principios básicos de las sociedades avanzadas siguen siendo la acumulación de capital y que se pretende someter la generación y el uso del conocimiento a las reglas del mercado.
Notas [1] Si buscamos referencias a “Manuel Castells” exclusivamente en el idioma alemán a través del buscador Yahoo encontramos 2.560 referencias. [2] Véase la iniciativa Initiative Informationsgesellschaft Deutschland (http://www.iid.de), Enquete-Kommission "Zukunft der Medien in Wirtschaft und Gesellschaft – Deutschlands Weg in die Informationsgesellschaft" del Parlamento alemán (Deutscher Bundestag 1995http://www.iid.de/enquete/index.html) y Multimedia-EnqueteKommission del Parlamento regional (Landtag) de Baden-Württemberg (1995) (http://www.iid.de/informationen/bw_enq/index.html) [3] Véase Stehr (1994); Willke (1998), Stichweh (1998). [4] Véase la documentación del Parlamento de Baden-Württemberg (http://www.landtagbw.de/Dokumente/), Zukunftskommission Gesellschaft 2000 (http://www.badenwuerttemberg.de/zukunftskommission/) [5] “Sin duda, el conocimiento y la información son elementos decisivos en todos los modos de desarrollo, ya que el proceso de producción siempre se basa sobre cierto grado de conocimiento y en el procesamiento de la información. Sin embargo, lo que es específico del modo de desarrollo informacional es la acción del conocimiento sobre sí mismo como principal fuente de productividad.”(Castells 1996. Vol. 1. p. 43) [6] Castells recurre a la definición dada por Bell en el año 1973 diciendo que no tiene “una razón convincente para mejorar la definición de conocimiento expresado por D. Bell”. (Castells 1996. Vol.1. p. 43)
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[7] El STI Scoreboard 2001 de la OECD permite averiguar el peso de los sectores de alta tecnología (Fabricación de aeronaves y naves espaciales; Industria farmacéutica; Fabricación de maquinaria de oficina, contabilidad e informática, Fabricación de equipo y aparatos de radio, televisión y comunicaciones; Fabricación de instrumentos médicos, ópticos y de precisión-según el Instituto Nacional de Estadísticas), de las tecnologías avanzadas (Fabricación de maquinaria y aparatos eléctricos; Fabricación de vehículos automotores, remolques y semiremolques; Fabricación de sustancias y productos químicos; Fabricación de material ferroviario y otro material de transporte; Fabricación de maquinaria y equipo mecánico.-según elInstituto Nacional de Estadísticas) y de los servicios comerciales basados en conocimiento (Correo y telecomunicaciones; Finanzas y seguros; Servicios comerciales) en el conjunto de las economías. Se trata de los tres sectores, que están en el centro de l debate de la sociedad de conocimiento. Hay que subrayar, sin embargo, que no todos las estadísticas incluyen los mismos sectores en estas tres categorías. De modo de ejemplo aquí se menciona solamente que EOROSTAT incluye en la categoría “Servicios de alta tecnología” los siguientes sectores: Correo y Telecomunicaciones; Actividades informáticas; Investigación y Desarrollo. [8] Conocimiento y normas son el sedimento de dos tipos diferentes de meta-reglas: „Die eine lautet: ändere die Struktur, so daß die Irritation als strukturkonform erscheinen kann.Die andere lautet: halte die Struktur fest und
externalisiere deine Enttäuschung: rechne sie einem System der Umwelt zu, das sich anders verhalten sollte. Im ersten Fall wird die Erwartung kognitiv modalisiert, im zweiten Fall normativ“ (Luhmann 1994. p. 138). [9]Los no pocos errores en los pronósticos de los analistas de bolsa favorecen una cierta desmitificación del nuevo trabajador del conocimiento y de los analistas de símbolos (véase Reich (1992), Willke (1998) y Stichweh (1992)). Sin embargo, existe una diferencia importante entre los ritos de chamanes y de los pronósticos de los analistas de bolsa: Los principios del trabajo de los analistas se revisan más a menudo y se corrigen si hace falta frente a la aparente invariabilidad de los ritos de los chamanes. Por lo tanto, el criterio para considerar una actividad como de conocimiento no está en la mayor certeza de los pronósticos, sino en la disposición de cambiar los procedimientos y las expectativas. [10] Krohn denomina esta tendencia en honor al teórico de las ciencias polaco Ludwik Fleck la ley de Fleck. (Krohn 1997) [11] En esto coinciden el enfoque de la sociedad del conocimiento de N. Stehr y el de la sociedad red de M. Castells. [12] Bittlingmayer, Uwe H. (2001) “Spätkapitalismus” oder “Wissensgesellschaft”.Aus Politik und Zeitgeschichte. B36/2001. Página 22. [13] En el artículo Welsch mencionado anteriormente se hace referencia al origen social del individuo y su entorno social como uno de los factores claves para el uso de las redes. (Welsch: 2002. p.197.) Bibliografía BELL, DANIELEl advenimiento de la sociedad post-industrial. Un intento de pronosis social.Madrid. Alianza Editorial (2001)(original norteamericano 1973). BITTLINGMAYER, UWE, H. “Spätkapitalismus” oder “Wissensgesellschaft” en Aus Politik und Zeitgeschichte B36/2001. BMBF: Innovationen für die Wissensgesellschaft. Förderprogramm Informationstechnik. Bonn: BMBF. 1997 BRACZYK, HANS-JOACHIM; PHILIP COOKE y MARTIN HEIDENREICH (Ed.) Regional Innovation Systems. London: UCL-Press. 1998. CASTEL, ROBERT Die Metamorphosen der sozialen Frage. Eine Chronik der Lohnarbeit. Konstanz, 2000. CASTELLS, MANUEL La era de la información. Economía, Sociedad y Cultura. Vol.1 La Sociedad Red.. Madrid, Allianza Editorial. 1996 CASTELLS, MANUEL La era de la información. Economía, Sociedad y Cultura. Vol.2 El poder de la identidad. Madrid, Allianza Editorial. 1998 CASTELLS, MANUEL La era de la información. Economía, Sociedad y Cultura. Vol.3 Fin de Milenio. Madrid, Allianza Editorial. 1998. DEWEY, JOHN On Experience, Nature, and Freedom. Representative Selections. Edited. Indianapolis/New York: Bobbs-Merrill. 1960. DRUCKER, PETER F. Landmarks of Tomorrow. New York: Harper. 1959. DRUCKER, PETER F. The Age of Discontinuity. New York: Harper & Row. 1969. DRUCKER, PETER F. Post-Capitalist Society. New York: Harper Business. 1993. DRUCKER, PETER F., The Age of Social Transformation. en The Atlantic Monthly, Volume 273, Number 11, Boston, 1994. http://www.theatlantic.com/election/connection/ecbig/soctrans.htm EDQUIST, CHARLES (Ed.) Systems of innovation: technologies, institutions and organizations. London: Pinter. 1997.
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Lecturas
Décima Sesión
Décima primera Sesión
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Décima segunda Sesión
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Problemas
IES
Problemas Los cuatro problemas de la asignatura Universidad y Sociedad son:
Problema I ¿Qué es educar?
Problema II Historia de las ideas en Colombia
Problema III Panorama del empleo en Colombia
Problema IV Introducción a la economía colombiana
Cada problema se subdivide en tres partes, generando la siguiente estructura de semestre:
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Sesión 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12
Contenidos Unidad Unidad Unidad Unidad Unidad Unidad Unidad Unidad Unidad Unidad Unidad Unidad
1 1 1 2 2 2 3 3 3 4 4 4
Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo Capítulo
Problema 1 2 3 1 2 3 1 2 3 1 2 3
Coloquio Coloquio Coloquio Coloquio Coloquio Coloquio Coloquio Coloquio Coloquio Coloquio Coloquio Coloquio
I Tema A I Tema B I Tema C II Tema A II Tema B II Tema C III Tema A III Tema B III Tema C IV Tema A IV Tema B IV Tema C
Seminario Biografía de Platón Platón y la teoría política La República Libro I La República Libro II La República Libro III La República Libro IV La República Libro V La República Libro VI La República Libro VII La República Libro VIII La República Libro IX La República Libro X
Problema I
¿Qué es educar? Veamos la definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua: Educar. (Del lat. educāre). 1. tr. Dirigir, encaminar, doctrinar. 2. tr. Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc. Educar la inteligencia, la voluntad. 3. tr. Desarrollar las fuerzas físicas por medio del ejercicio, haciéndolas más aptas para su fin. 4. tr. Perfeccionar, afinar los sentidos. Educar el gusto. 5. tr. Enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía.
Ahora consideremos la educación de este modo:
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Educar. (Del lat. educāre). 1. tr. Dirigir, encaminar, doctrinar. Es decir, introducir en la cabeza del niño los prejuicios del adulto; de este modo, educar es decirle <<Haz caso>>, <<Se obediente>>, <<Ve a misa>>, <<Lávate las manos>>, <<Ama a Dios por sobre todas las cosas>>, <<Respeta a padre y madre>>… Usar la fuerza de los argumentos o de la férula, para hacerlo entrar en razón. 2. tr. Desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos, etc. Educar la inteligencia, la voluntad. O sea, adiestrar. Criar mascotas ejemplares: listas, capaces de resolver problemas, de realizar prodigios… Siempre y cuando sean confiables, amables y cariñosas. 3. tr. Desarrollar las fuerzas físicas por medio del ejercicio, haciéndolas más aptas para su fin. ¿Cuál fin? El empleo. La ciudadanía. Estudiar para conseguir un buen empleo y ser un ciudadano modelo: trabajador del
mes, padre del siglo, esposo devoto y ciudadano de voto consciente o crítico. Pagar impuestos, pagar las cuotas de los créditos, pagar por las culpas… Consumir más y mejor que cualquier otro del mismo estrato, consumir con cuidado y reciclar, usar condón y decir adiós sin lastimar… Estudiar para ser un profesional exitoso, emprendedor, innovador. Formarse para el puesto de trabajo que la sociedad ha reservado para uno.
Recibir la formación necesaria para desempeñar cabalmente una función.
4. tr. Perfeccionar, afinar los sentidos. Educar el gusto. Eso sólo para quienes eligen la educación estética. Porque ¿En cuál plan de estudios hay lugar y tiempo para aprender a percibir la pintura o la música o la poesía? 5. tr. Enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía. Una vez más, mascotas envidiables.
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En formación…
PROBLEMA I A
Educación y Dominación
Althusser
Louis Althusser
Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado
Acerca de la reproducción de las condiciones de producción36 En análisis anteriores nos hemos referido circunstancialmente a la necesidad de renovar los medios de producción para que la producción sea posible. Hoy centraremos nuestra exposición en este punto.
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Decía Marx que aun un niño sabe que una formación social que no reproduzca las condiciones de producción al mismo tiempo que produce, no sobrevivirá siquiera un año37. Por lo tanto, la condición final de la producción es la reproducción de las condiciones de producción. Puede ser “simple” (y se limita entonces a reproducir las anteriores condiciones de producción) o “ampliada” (en cuyo caso las extiende). Dejaremos esta última distinción a un lado. ¿Qué es pues la reproducción de las condiciones de producción? Nos internamos aquí en un campo muy familiar (desde el tomo II de El Capital) pero, a la vez, singularmente ignorado. Las tenaces evidencias (evidencias ideológicas de tipo empirista) ofrecidas por el punto de vista de la mera producción e incluso de la simple práctica productiva (abstracta ella misma con respecto al proceso de producción) se incorporan de tal modo a nuestra conciencia cotidiana que es El texto que se va a leer está constituido por dos extractos de un estudio en curso. El autor quiso titularlos Notas para la investigación. Las ideas expuestas sólo deben considerarse como introducción a una discusión. (Nota de la redacción de la revista La Pensée). 37 Carta a Kugelman del 11.7.1868 (Letres sur Le Capital, Ed. Sociales, p. 229). 36
sumamente difícil, por no decir casi imposible, elevarse hasta el punto de vista de la reproducción. Sin embargo, cuando no se adopta tal punto de vista todo resulta abstracto y deformado (más que parcial), aun en el nivel de la producción y, con mayor razón todavía, en el de la simple práctica. Intentaremos examinar las cosas metódicamente. Para simplificar nuestra exposición, y considerando que toda formación social depende de un modo de producción dominante, podemos decir que el proceso de producción emplea las fuerzas productivas existentes en y bajo relaciones de producción definidas. De donde resulta que, para existir, toda formación social, al mismo tiempo que produce y para poder producir, debe reproducir las condiciones de su producción. Debe, pues, reproducir: 1) las fuerzas productivas 2) las relaciones de producción existentes. Reproducción de los medios de producción Desde que Marx lo demostró en el tomo II de El Capital, todo el mundo reconoce (incluso los economistas burgueses que trabajaban en la contabilidad nacional, o los modernos teóricos “macroeconomistas”) que no hay producción posible si no se asegura la reproducción de las condiciones materiales de la producción: la reproducción de los medios de producción. Cualquier economista (que en esto no se diferencia de cualquier capitalista) sabe que todos los años es necesario prever la reposición de lo que se agota o gasta en la producción: materia prima, instalaciones fijas (edificios), instrumentos de producción (máquinas), etc. Decimos: un economista cualquiera = un capitalista cualquiera, en cuanto ambos expresan el punto de vista de la empresa y se contentan con comentar lisa y llanamente los términos de la práctica contable de la empresa.
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Pero sabemos, gracias al genio de Quesnay —que fue el primero que planteó ese problema que “salta a la vista”— y al genio de Marx —que lo resolvió—, que la reproducción de las condiciones materiales de la producción no puede ser pensada a nivel de la empresa pues no es allí donde se da en sus condiciones reales. Lo que sucede en el nivel de la empresa es un efecto, que sólo da la idea de la necesidad de la reproducción, pero que no permite en absoluto pensar las condiciones y los mecanismos de la misma. Basta reflexionar un solo instante para convencerse: el señor X, capitalista, que produce telas de lana en su hilandería, debe “reproducir” su materia prima, sus máquinas, etc. Pero quien las produce para su producción no es él sino otros capitalistas: el señor Y, un gran criador de ovejas de Australia; el señor Z, gran industrial metalúrgico, productor de máquinas-herramienta, etc., etc., quienes, para producir esos productos que condicionan la reproducción de las condiciones de producción del señor X, deben a su vez reproducir las condiciones de su propia producción, y así hasta el infinito: todo ello en tales proporciones que en el mercado
nacional (cuando no en el mercado mundial) la demanda de medios de producción (para la reproducción) pueda ser satisfecha por la oferta. Para pensar este mecanismo que desemboca en una especia de “hilo sin fin” es necesario seguir la trayectoria “global” de Marx, y estudiar especialmente en los tomos II y III de El Capital, las relaciones de circulación de capital entre el Sector I (producción de los medios de producción) y el Sector II (producción de los medios de consumo), y la realización de la plusvalía. No entraremos a analizar esta cuestión, pues nos basta con haber mencionado que existe la necesidad de reproducir las condiciones materiales de la producción. Reproducción de la fuerza de trabajo No obstante, no habrá dejado de asombrarle al lector que nos hayamos referido a la reproducción de los medios de producción, pero no a la reproducción de las fuerzas productivas. Hemos omitido, pues, la reproducción de aquello que distingue las fuerzas productivas de los medios de producción, o sea la reproducción de la fuerza de trabajo. Si bien la observación de lo que sucede en la empresa, especialmente el examen de la práctica financiera contable de las previsiones de amortización-inversión, podía darnos una idea aproximada de la existencia del proceso material de la reproducción, entramos ahora en un terreno en el cual la observación de lo que pasa en la empresa es casi enteramente ineficaz, y esto por una sencilla razón: la reproducción de la fuerza de trabajo se opera, en lo esencial, fuera de la empresa. ¿Cómo se asegura la reproducción de la fuerza de trabajo? Dándole a la fuerza de trabajo el medio material para que se reproduzca: el salario. El salario figura en la contabilidad de la empresa, pero no como condición de la reproducción material de la fuerza de trabajo, sino como “capital mano de obra”38.
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Sin embargo es así como “actúa”, ya que el salario representa solamente la parte del valor producido por el gasto de la fuerza de trabajo, indispensable para su reproducción; aclaremos, indispensable para reconstituir la fuerza de trabajo del asalariado (para vivienda, vestimenta y alimentación, en suma, para que esté en condiciones de volver a presentarse a la mañana siguiente —y todas las santas mañanas— a la entrada de la empresa—; y agreguemos: indispensable para criar y educar a los niños en que el proletario se reproduce (en X unidades: pudiendo ser X igual a 0, 1, 2, etc.) como fuerza de trabajo. Recordemos que el valor (el salario) necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo no está determinado solamente por las necesidades de un S.M.I.G.* “biológico”, sino también por las necesidades de un mínimo histórico (Marx señalaba: los obreros ingleses necesitan cerveza y los proletarios franceses, vino) y, por lo tanto, históricamente variable.
Marx ha dado el concepto científico: el capital variable. * S.M.I.G.: salario mínimo interprofesional garantizado. (N. del T.) 38
Señalemos también que este mínimo es doblemente histórico, en cuanto no está definido por las necesidades históricas de la clase obrera que la clase capitalista “reconoce” sino por las necesidades históricas impuestas por la lucha de clase proletaria (lucha de clase doble: contra el aumento de la jornada de trabajo y contra la disminución de los salarios). Empero, no basta con asegurar a la fuerza de trabajo las condiciones materiales de su reproducción para que se reproduzca como tal. Dijimos que la fuerza de trabajo disponible debe ser “competente”, es decir apta para ser utilizada en el complejo sistema del proceso de producción. El desarrollo de las fuerzas productivas y el tipo de unidad históricamente constitutivo de esas fuerzas productivas en un momento dado determinan que la fuerza de trabajo debe ser (diversamente) calificada y por lo tanto reproducida como tal. Diversamente, o sea según las exigencias de la división social-técnica del trabajo, en sus distintos “puestos” y “empleos”. Ahora bien, ¿cómo se asegura esta reproducción de la calificación (diversificada) de la fuerza de trabajo en el régimen capitalista? Contrariamente a lo que sucedía en las formaciones sociales esclavistas y serviles, esta reproducción de la calificación de la fuerza de trabajo tiende (se trata de una ley tendencial) a asegurarse no ya “en el lugar de trabajo” (aprendizaje en la producción misma), sino, cada vez más, fuera de la producción, por medio del sistema educativo capitalista y de otras instancias e instituciones. ¿Qué se aprende en la escuela? Es posible llegar hasta un punto más o menos avanzado de los estudios, pero de todas maneras se aprende a leer, escribir y contar, o sea algunas técnicas, y también otras cosas, incluso elementos (que pueden ser rudimentarios o por el contrario profundizados) de “cultura científica” o “literaria” utilizables directamente en los distintos puestos de la producción (una instrucción para los obreros, una para los técnicos, una tercera para los ingenieros, otra para los cuadros superiores, etc.). Se aprenden “habilidades” (savoir-faire). Pero al mismo tiempo, y junto con esas técnicas y conocimientos, en la escuela se aprenden las “reglas” del buen uso, es decir de las conveniencias que debe observar todo agente de la división del trabajo, según el puesto que está “destinado” a ocupar: reglas de moral y de conciencia cívica y profesional, lo que significa en realidad reglas del respeto a la división social-técnica del trabajo y, en definitiva, reglas del orden establecido por la dominación de clase. Se aprende también a “hablar bien el idioma”, a “redactar” bien, lo que de hecho significa (para los futuros capitalistas y sus servidores) saber “dar órdenes”, es decir (solución ideal), “saber dirigirse” a los obreros, etcétera.
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Enunciando este hecho en un lenguaje más científico, diremos que la reproducción de la fuerza de trabajo no sólo exige una reproducción de su calificación sino, al mismo tiempo, la reproducción de su sumisión a las reglas del orden establecido, es decir una reproducción de su sumisión a la ideología dominante por parte de los agentes de la explotación y la represión, a fin de que aseguren también “por la palabra” el predominio de la clase dominante. En otros términos, la escuela (y también otras instituciones del Estado, como la Iglesia, y otros aparatos como el Ejército) enseña las “habilidades” bajo formas que
aseguran el sometimiento a la ideología dominante o el dominio de su “práctica”. Todos los agentes de la producción, la explotación y la represión, sin hablar de los “profesionales de la ideología” (Marx) deben estar “compenetrados” en tal o cual carácter con esta ideología para cumplir “concienzudamente” con sus tareas, sea de explotados (los proletarios), de explotadores (los capitalistas), de auxiliares de la explotación (los cuadros), de grandes sacerdotes de la ideología dominante (sus “funcionarios”), etcétera. La condición sine qua non de la reproducción de la fuerza de trabajo no sólo radica en la reproducción de su “calificación” sino también en la reproducción de su sometimiento a la ideología dominante, o de la “práctica” de esta ideología, debiéndose especificar que no basta decir: “no solamente sino también”, pues la reproducción de la calificación de la fuerza de trabajo se asegura en y bajo las formas de sometimiento ideológico, con lo que reconocemos la presencia eficaz de una nueva realidad: la ideología. Haremos aquí dos observaciones. La primera servirá para completar nuestro análisis de la reproducción. Acabamos de estudiar rápidamente las formas de la reproducción de las fuerzas productivas, es decir de los medios de producción por un lado y de la fuerza de trabajo por el otro. Pero no hemos abordado aún la cuestión de la reproducción de las relaciones de producción. Es éste un problema crucial de la teoría marxista del modo de producción. Si lo pasáramos por alto cometeríamos una omisión teórica y peor aún, una grave falta política. Hablaremos pues de tal cuestión, aunque para poder hacerlo debamos realizar nuevamente un gran desvío. Y como segunda advertencia señalaremos que para hacer ese desvío nos vemos obligados a replantear un viejo problema: ¿qué es una sociedad? Infraestructura y superestructura
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Ya hemos tenido ocasión394 de insistir sobre el carácter revolucionario de la concepción marxista de “totalidad social” en lo que la distingue de la “totalidad” hegeliana. Hemos dicho (y esta tesis sólo repetía célebres proposiciones del materialismo histórico) que según Marx la estructura de toda sociedad está constituida por “niveles” o “instancias” articuladas por una determinación específica: la infraestructura o base económica (“unidad” de fuerzas productivas y relaciones de producción), y la superestructura, que comprende dos “niveles” o “instancias”: la jurídico-política (el derecho y el Estado) y la ideológica (las distintas ideologías, religiosa, moral, jurídica, política, etcétera). Además de su interés teórico-pedagógico (consistente en hacer notar la diferencia que separa a Marx de Hegel), esta representación ofrece una fundamental ventaja teórica: permite inscribir en el dispositivo teórico de sus conceptos esenciales lo 39
En Pour Marx y Le Capital, Maspero, 1965.
que nosotros hemos llamado su índice de eficacia respectivo. ¿Qué quiere decir esto? Cualquiera puede convencerse fácilmente de que representar la estructura de toda sociedad como un edificio compuesto por una base (infraestructura) sobre la que se levantan los dos “pisos” de la superestructura constituye una metáfora, más exactamente una metáfora espacial: la de una tópica40. Como toda metáfora, ésta sugiere, hace ver alguna cosa. ¿Qué cosa? Que los pisos superiores no podrían “sostenerse” (en el aire) por sí solos si no se apoyaran precisamente sobre su base. La metáfora del edificio tiene pues por objeto representar ante todo la “determinación en última instancia” por medio de la base económica. Esta metáfora espacial tiene así por resultado afectar a la base con un índice de eficacia conocido por la célebre expresión: determinación en última instancia de lo que ocurre en los “pisos” (de la superestructura) por lo que ocurra en la base económica. A partir de este índice de eficacia “en última instancia”, los “pisos” de la superestructura se hallan evidentemente afectados por diferentes índices de eficacia. ¿Qué clase de índices? Se puede decir que los pisos de la superestructura no son determinantes en última instancia sino que son determinados por la eficacia básica; que si son determinantes a su manera (no definida aún), lo son en tanto están determinados por la base. Su índice de eficacia (o de determinación), en tanto ésta se halla determinada por la determinación en última instancia de la base, es pensado en la tradición marxista bajo dos formas: 1) existe una “autonomía relativa” de la superestructura con respecto a la base; 2) existe una “reacción” de la superestructura sobre la base. Podemos decir entonces que la gran ventaja teórica de la tópica marxista, y por lo tanto de la metáfora espacial del edificio (base y superestructura), consiste a la vez en hacer ver que las cuestiones de determinación (o índice de eficacia) son fundamentales, y en hacer ver que es la base lo que determina en última instancia todo el edificio; por lógica consecuencia, obliga a plantear el problema teórico del tipo de eficacia “derivada” propio de la superestructura, es decir, obliga a pensar en lo que la tradición marxista designa con los términos conjuntos de autonomía relativa de la superestructura y reacción de la superestructura sobre la base.
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El mayor inconveniente de esta representación de la estructura de toda sociedad con la metáfora espacial del edificio radica evidentemente en ser metafórica: es decir, en permanecer en el plano de lo descriptivo. Nos parece por lo tanto deseable y posible representar las cosas de otro modo. Entiéndase bien: no desechamos en absoluto la metáfora clásica, pues ella misma obliga a su superación. Y no la superamos rechazándola como caduca. Deseamos simplemente tratar de pensar lo que ella nos da bajo la forma de una descripción. Tópico, del griego topos: lugar. Una tópica representa en un aspecto definido los respectivos lugares ocupados por tal o cual realidad: así la economía está abajo (la base), la superestructura arriba. 40
Pensamos que a partir de la reproducción resulta posible y necesario pensar en lo que caracteriza lo esencial de la existencia y la naturaleza de la superestructura. Es suficiente ubicarse en el punto de vista de la reproducción para que se aclaren muchas cuestiones cuya existencia indicaba, sin darles respuesta conceptual, la metáfora espacial del edificio. Sostenemos como tesis fundamental que sólo es posible plantear estas cuestiones (y por lo tanto responderlas) desde el punto de vista de la reproducción. Analizaremos brevemente el Derecho, el Estado y la ideología desde ese punto de vista. Y vamos a mostrar a la vez lo que pasa desde el punto de vista de la práctica y de la producción por una parte, y de la reproducción por la otra. El Estado La tradición marxista es formal: desde el Manifiesto y El 18 Brumario (y en todos los textos clásicos posteriores, ante todo el de Marx sobre La comuna de París y el de Lenin sobre El Estado y la Revolución) el Estado es concebido explícitamente como aparato represivo. El Estado es una “máquina” de represión que permite a las clases dominantes (en el siglo XIX a la clase burguesa y a la “clase” de los grandes terratenientes) asegurar su dominación sobre la clase obrera para someterla al proceso de extorsión de la plusvalía (es decir a la explotación capitalista). El Estado es ante todo lo que los clásicos del marxismo han llamado el aparato de Estado. Se incluye en esta denominación no sólo al aparato especializado (en sentido estricto), cuya existencia y necesidad conocemos a partir de las exigencias de la práctica jurídica, a saber la policía —los tribunales— y las prisiones, sino también el ejército, que interviene directamente como fuerza represiva de apoyo (el proletariado ha pagado con su sangre esta experiencia) cuando la policía y sus cuerpos auxiliares son “desbordados por los acontecimientos”, y, por encima de este conjunto, al Jefe de Estado, al Gobierno y la administración. Presentada en esta forma, la “teoría” marxista-leninista del Estado abarca lo esencial, y ni por un momento se pretende dudar de que allí está lo esencial. El aparato de Estado, que define a éste como fuerza de ejecución y de intervención represiva “al servicio de las clases dominantes”, en la lucha de clases librada por la burguesía y sus aliados contra el proletariado, es realmente el Estado y define perfectamente su “función” fundamental.
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De la teoría descriptiva a la teoría a secas Sin embargo, también allí, como lo señalamos al referirnos a la metáfora del edificio (infra-estructura y superestructura), esta presentación de la naturaleza del Estado sigue siendo en parte descriptiva.
Como vamos a usar a menudo este adjetivo (descriptivo), se hace necesaria una explicación que elimine cualquier equívoco. Cuando, al hablar de la metáfora del edificio o de la “teoría” marxista del Estado, decimos que son concepciones o representaciones descriptivas de su objeto, no albergamos ninguna segunda intención crítica. Por el contrario, todo hace pensar que los grandes descubrimientos científicos no pueden dejar de pasar por la etapa de lo que llamamos una “teoría” descriptiva. Esta sería la primera etapa de toda teoría, al menos en el terreno de la ciencia de las formaciones sociales. Se podría —y a nuestro entender se debe— encarar esta etapa como transitoria y necesaria para el desarrollo de la teoría. Nuestra expresión: “teoría descriptiva” denota tal carácter transitorio empleados el equivalente de una especie de “contradicción”. En efecto, el término teoría “choca” en parte con el adjetivo “descriptiva” que lo acompaña. Eso quiere decir exactamente: 1) que la “teoría descriptiva” es, sin ninguna duda, el comienzo ineludible de la teoría, pero 2) que la forma “descriptiva” en que se presenta la teoría exige por efecto mismo de esta “contradicción” un desarrollo de la teoría que supere la forma de la “descripción”. Aclaremos nuestro pensamiento volviendo sobre nuestro objeto presente: el Estado. Cuando decimos que la “teoría” marxista del Estado, que nosotros utilizamos, es en parte “descriptiva”, esto significa en primer lugar y ante todo que esta “teoría” descriptiva es, sin ninguna duda, el comienzo de la teoría marxista del Estado, y que tal comienzo nos da lo esencial, es decir el principio decisivo de todo desarrollo posterior de la teoría.
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Diremos, efectivamente, que la teoría descriptiva del Estado es justa, puesto que puede hacer corresponder perfectamente la definición que ella da de su objeto con la inmensa mayoría de hechos observables en el campo que le concierne. Así la definición del Estado como Estado de clase, existente en el aparato represivo de Estado, aclara de manera fulgurante todos los hechos observables en los diversos órdenes de la represión, cualquiera que sea su campo: desde las masacres de junio de 1848 y de la Comuna de París, las del domingo sangriento de mayo de 1905 en Petrogrado, de la Resistencia de Charonne, etc., hasta las simples (y relativamente anodinas) intervenciones de una “censura” que prohíbe La Religiosa de Diderot o una obra de Gatti sobre Franco; aclara todas las formas directas o indirectas de explotación y exterminio de las masas populares (las guerras imperialistas); aclara esa sutil dominación cotidiana en la cual estalla (por ejemplo en las formas de la democracia política) lo que Lenin llamó después de Marx la dictadura de la burguesía. Sin embargo, la teoría descriptiva del Estado representa una etapa de la constitución de la teoría que exige a su vez la “superación” de tal etapa. Pues está claro que si la definición en cuestión nos provee de medios para identificar y reconocer los hechos de opresión y conectarlos con el Estado concebido como aparato represivo de Estado, esta “conexión” da lugar a un tipo de evidencia muy especial, al cual tendremos ocasión de referirnos un poco más adelante: “¡Sí, es
así, es muy cierto!...”41. Y la acumulación de hechos en la definición del Estado, aunque multiplica su ilustración, no hace avanzar realmente esta definición, es decir, la teoría científica del Estado. Toda teoría descriptiva corre así el riesgo de “bloquear” el indispensable desarrollo de la teoría. Por esto pensamos que, para desarrollar esta teoría descriptiva en teoría a secas, es decir, para comprender mejor los mecanismos del Estado en su funcionamiento, es indispensable agregar algo a la definición clásica del Estado como aparato de Estado. Lo esencial de la teoría marxista del Estado Es necesario especificar en primer lugar un punto importante: el Estado (y su existencia dentro de su aparato) sólo tiene sentido en función del poder de Estado. Toda la lucha política de las clases gira alrededor del Estado. Aclaremos: alrededor de la posesión, es decir, de la toma y la conservación del poder de Estado por cierta clase o por una alianza de clases o de fracciones de clases. Esta primera acotación nos obliga a distinguir el poder de Estado (conservación del poder de Estado o toma del poder de Estado), objetivo de la lucha política de clases por una parte, y el aparato de Estado por la otra. Sabemos que el aparato de Estado puede seguir en pie, como lo prueban las “revoluciones” burguesas del siglo XIX en Francia (1830, 1848), los golpes de estado (2 de diciembre de 1851, mayo de 1958), las conmociones de estado (caída del Imperio en 1870, caída de la II República en 1940), el ascenso de la pequeñaburguesía (1890-1895 en Francia), etcétera, sin que el aparato de Estado fuera afectado o modificado; puede seguir en pie bajo acontecimientos políticos que afecten a la posesión del poder de Estado. Aun después de una revolución social como la de 1917, gran parte del aparato de Estado seguía en pie luego de la toma del poder por la alianza del proletariado y el campesinado pobre: Lenin lo repitió muchas veces.
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Se puede decir que esta distinción entre poder de Estado y aparato de Estado forma parte, de manera explícita, de la “teoría marxista” del Estado desde el 18 Brumario y las Luchas de clases en Francia, de Marx. Para resumir este aspecto de la “teoría marxista del Estado”, podemos decir que los clásicos del marxismo siempre han afirmado que: 1) el Estado es el aparato represivo de Estado; 2) se debe distinguir entre el poder de Estado y el aparato de Estado; 3) el objetivo de la lucha de clases concierne al poder de Estado y, en consecuencia, a la utilización del aparato de Estado por las clases (o alianza de clases o fracciones de clases) que tienen el poder de Estado en función de sus objetivos de clase; y 4) el proletariado debe tomar el poder de Estado completamente diferente, proletario, y elaborar en las etapas posteriores un proceso radical, el de la destrucción del Estado (fin del poder de Estado y de todo aparato de Estado). 41
Véase más adelante Acerca de la ideología.
Por consiguiente, desde este punto de vista, lo que propondríamos que se agregue a la “teoría marxista” de Estado ya figura en ella con todas sus letras. Pero nos parece que esta teoría, completada así, sigue siendo todavía en parte descriptiva, aunque incluya en lo sucesivo elementos complejos y diferenciales cuyas reglas y funcionamiento no pueden comprenderse sin recurrir a una profundización teórica suplementaria. Los aparatos ideológicos del Estado Lo que se debe agregar a la “teoría marxista” del Estado es entonces otra cosa. Aquí debemos avanzar con prudencia en un terreno en el que los clásicos del marxismo nos precedieron hace mucho tiempo, pero sin haber sistematizado en forma teórica los decisivos progresos que sus experiencias y análisis implican. En efecto, sus experiencias y análisis permanecieron ante todo en el campo de la práctica política. En realidad, los clásicos del marxismo, en su práctica política, han tratado al Estado como una realidad más compleja que la definición dada en la “teoría marxista del Estado” y que la definición más completa que acabamos de dar. Ellos reconocieron esta complejidad en su práctica, pero no la expresaron correspondientemente en teoría42.7 Desearíamos tratar de esbozar muy esquemáticamente esa teoría correspondiente. Con este fin proponemos la siguiente tesis. Para hacer progresar la teoría del Estado es indispensable tener en cuenta no sólo la distinción entre poder de Estado y aparato de Estado, sino también otra realidad que se manifiesta junto al aparato (represivo) de Estado, pero que no se confunde con él. Llamaremos a esa realidad por su concepto: los aparatos ideológicos de Estado.
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¿Qué son los aparatos ideológicos de Estado (AIE)? No se confunden con el aparato (represivo) de Estado. Recordemos que en la teoría marxista el aparto de Estado (AE) comprende: el gobierno, la administración, el ejército, la policía, los tribunales, las prisiones, etc., que constituyen lo que llamaremos desde ahora el aparato represivo de Estado. Represivo significa que el aparato de Estado en cuestión “funciona mediante la violencia”, por lo menos en situaciones límite (pues la represión administrativa, por ejemplo, puede revestir formas no físicas).
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Gramsci es, por lo que sabemos, el único que siguió el camino tomado por nosotros. Tuvo esta idea “singular” de que el Estado no se reduce al aparato (represivo) del Estado, sino que comprende, como él decía, cierto número de instituciones de la “sociedad civil”: la Iglesia, las escuelas, los sindicatos, etc. Gramsci, lamentablemente, no sistematizó sus intuiciones, que Gramsci, Ouvres Choisies, Ed. Sociales, pp. 290, 291 (nota 3), 293, 295, 436. Véase Lettres de la Prison, Ed. Sociales.
Designamos con el nombre de aparatos ideológicos de Estado cierto número de realidades que se presentan al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas y especializadas. Proponemos una lista empírica de ellas, que exigirá naturalmente que sea examinada en detalle, puesta a prueba, rectificada y reordenada. Con todas las reservas que implica esta exigencia podemos por el momento considerar como aparatos ideológicos de Estado las instituciones siguientes (el orden en el cual los enumeramos no tiene significación especial): AIE AIE AIE AIE AIE AIE AIE AIE
religiosos (el sistema de las distintas Iglesias), escolar (el sistema de las distintas “Escuelas”, públicas y privadas), familiar43, jurídico44, político (el sistema político del cual forman parte los distintos partidos), sindical, de información (prensa, radio, T.V., etc.), cultural (literatura, artes, deportes, etc.).
Decimos que los AIE no se confunden con el aparato (represivo) de Estado. ¿En qué consiste su diferencia? En un primer momento podemos observar que si existe un aparato (represivo) de Estado, existe una pluralidad de aparatos ideológicos de Estado. Suponiendo que ella exista, la unidad que constutye esta pluralidad de AIE en un cuerpo no es visible inmediatamente.
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En un segundo momento, podemos comprobar que mientras que el aparato (represivo) de Estado (unificado) pertenece enteramente al dominio público, la mayor parte de los aparatos ideológicos de Estado (en su aparente dispersión) provienen en cambio del dominio privado. Son privadas las Iglesias, los partidos, los sindicatos, las familias, algunas escuelas, la mayoría de los diarios, las familias, las instituciones culturales, etc., etc. Dejemos de lado por ahora nuestra primera observación. Pero será necesario tomar en cuenta la segunda y preguntarnos con qué derecho podemos considerar como aparatos ideológicos de Estado instituciones que en su mayoría no poseen carácter público sino que son simplemente privadas. Gramsci, marxista consciente, ya había previsto esta objeción. La distinción entre lo público y lo privado es una distinción interna del derecho burgués, válida en los dominios (subordinados) donde el derecho burgués ejerce sus “poderes”. No alcanza al dominio del Estado, pues éste está “más allá del Derecho”: el Estado, que es el Estado de la clase dominante, no es ni público ni privado; por el contrario, es la condición de toda distinción entre público y privado. Digamos lo mismo partiendo esta vez de nuestros aparatos ideológicos de Estado. Poco importa si las instituciones que los materializan son “públicas” o “privadas”; lo que importa es su funcionamiento. Las instituciones privadas pueden “funcionar” perfectamente como aparatos La familia cumple, evidentemente, otras funciones que la de un AIE. Interviene en la reproducción de la fuerza de trabajo. Es, según los modos de producción, unidad de producción y/o unidad de consumo. 44 “Derecho” pertenece a la vez al aparato (represivo) del Estado y al sistema de los AIE. 43
ideológicos de Estado. Para demostrarlo bastaría analizar un poco más cualquiera de los AIE. Pero vayamos a lo esencial. Hay una diferencia fundamental entre los AIE y el aparato (represivo) de Estado: el aparato represivo de Estado “funciona mediante la violencia”, en tanto que los AIE funcionan mediante la ideología. Rectificando esta distinción, podemos ser más precisos y decir que todo aparato de Estado, sea represivo o ideológico, “funciona” a la vez mediante la violencia y la ideología, pero con una diferencia muy importante que impide confundir los aparatos ideológicos de Estado con el aparato (represivo) de Estado. Consiste en que el aparato (represivo) de Estado, por su cuenta, funciona masivamente con la represión (incluso física), como forma predominante, y sólo secundariamente con la ideología. (No existen aparatos puramente represivos.) Ejemplos: el ejército y la policía utilizan también la ideología, tanto para asegurar su propia cohesión y reproducción, como por los “valores” que ambos proponen hacia afuera. De la misma manera, pero a la inversa, se debe decir que, por su propia cuenta, los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante pero utilizan secundariamente, y en situaciones límite, una represión muy atenuada, disimulada, es decir simbólica. (No existe aparato puramente ideológico.) Así la escuela y las iglesias “adiestran” con métodos apropiados (sanciones, exclusiones, selección, etc.) no sólo a sus oficiantes sino a sus feligreses. También la familia... También el aparato ideológico de Estado cultural (la censura, por mencionar sólo una forma), etcétera.
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¿Sería útil mencionar que esta determinación del doble “funcionamiento” (de modo predominante, de modo secundario) con la represión y la ideología, según se trate del aparato (represivo) de Estado o de los aparatos ideológicos de Estado, permite comprender que se tejan constantemente sutiles combinaciones explícitas o tácitas entre la acción del aparato (represivo) de Estado y la de los aparatos ideológicos del Estado? La vida diaria ofrece innumerables ejemplos que habrá que estudiar en detalle para superar esta simple observación. Ella, sin embargo, nos encamina hacia la comprensión de lo que constituye la unidad del cuerpo, aparentemente dispar, de los AIE. Si los AIE “funcionan” masivamente con la ideología como forma predominante, lo que unifica su diversidad es ese mismo funcionamiento, en la medida en que la ideología con la que funcionan, en realidad está siempre unificada, a pesar de su diversidad y sus contradicciones, bajo la ideología dominante, que es la de “la clase dominante”. Si aceptamos que, en principio, “la clase dominante” tiene el poder del Estado (en forma total o, lo más común, por medio de alianzas de clases o de fracciones de clases) y dispone por lo tanto del aparato (represivo) de Estado, podremos admitir que la misma clase dominante sea parte activa de los aparatos ideológicos de Estado, en la medida en que, en definitiva, es la ideología dominante la que se realiza, a través de sus contradicciones, en los aparatos ideológicos de Estado. Por supuesto que es muy distinto actuar por medio de leyes y decretos en el aparato (represivo) de Estado y “actuar” por intermedio de la ideología dominante en los aparatos ideológicos de Estado. Sería necesario detallar esa diferencia que, sin embargo, no puede enmascarar la realidad de una profunda identidad. Por lo que
sabemos, ninguna clase puede tener en sus manos el poder de Estado en forma duradera sin ejercer al mismo tiempo su hegemonía sobre y en los aparatos ideológicos de Estado. Ofrezco al respecto una sola prueba y ejemplo: la preocupación aguda de Lenin por revolucionar el aparato ideológico de Estado en la enseñanza (entre otros) para permitir al proletariado soviético, que se había adueñado del poder de Estado, asegurar el futuro de la dictadura del proletariado y el camino al socialismo45. Esta última observación nos pone en condiciones de comprender que los aparatos ideológicos de Estado pueden no sólo ser objeto sino también lugar de la lucha de clases, y a menudo de formas encarnizadas de lucha de clases. la clase (o la alianza de clases) en el poder no puede imponer su ley en los aparatos ideológicos de Estado tan fácilmente como en el aparato ideológicos de Estado tan fácilmente como en el aparato (represivo) de Estado, no sólo porque las antiguas clases dominantes pueden conservar en ellos posiciones fuertes durante mucho tiempo, sino además porque la resistencia de las clases explotadas puede encontrar el medio y la ocasión de expresarse en ellos, ya sea utilizando las contradicciones existentes, ya sea conquistando allí posiciones de combate mediante la lucha46. Puntualicemos nuestras observaciones:
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Si la tesis que hemos propuesto es válida, debemos retomar, determinándola en un punto, la teoría marxista clásica del Estado. Diremos que es necesario distinguir el poder de Estado (y su posesión por...) por un lado, y el aparato de Estado por el otro. Pero agregaremos que el aparato de Estado comprende dos cuerpos: el de las instituciones que representan el aparato represivo de Estado por una parte, y el de las instituciones que representan el cuerpo de los aparatos ideológicos de Estado por la otra. Pero, si esto es así, no puede dejar de plantearse, aun en el estado muy somero de nuestras indicaciones, la siguiente cuestión: ¿cuál es exactamente la medida del rol de los aparatos ideológicos de Estado? ¿Cuál puede ser el fundamento de su
En un texto conmovedor, que data de 1937, Krupskaia relató los esfuerzos desesperados de Lenin, y lo que ella consideraba como su fracaso (“Le chemin pareouru”). 46 Lo que se dice aquí, rápidamente, de la lucha de clases en los AIE, está lejos de agotar la cuestión. Para abordarla es necesario tener presentes dos principios: El primer principio fue formulado por Marx en el Prefacio a la Contribución: “Cuando se consideran tales conmociones (una revolución social) es necesario distinguir siempre entre la conmoción material —que puede comprobarse de una manera científicamente rigurosa— de las condiciones económicas de producción y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas en las cuales los hombres toman conciencia de ese conflicto y lo llevan hasta el fin”. La lucha de clases se expresa y se ejerce pues en las formas ideológicas y también por lo tanto en las formas ideológicas de los AIE. Pero la lucha de las clases desborda ampliamente esas formas, y por ello la lucha de las clases explotadas puede ejercerse también en las formas de los AIE, para volver contra las clases en el poder el arma de la ideología. Esto ocurre en virtud del segundo principio: la lucha de clases desborda los AIE porque está arraigada fuera de la ideología, en la infraestructura, en las relaciones de producción, que son relaciones de explotación y que constituyen la base de las relaciones de clase. 45
importancia? En otras palabras: ¿a qué corresponde la “función” de esos aparatos ideológicos de Estado, que no funcionan con la represión sino con la ideología?
Sobre la reproducción de las relaciones de producción Podemos responder ahora a nuestra cuestión central, que hemos dejado en suspenso muchas páginas atrás: ¿cómo se asegura la reproducción de las relaciones de producción? En lenguaje tópico (infraestructura, superestructura) diremos: está asegurada en gran parte47 por la superestructura jurídico-política e ideológica. Pero dado que hemos considerado indispensable superar ese lenguaje todavía descriptivo, diremos: está asegurada, en gran parte, por el ejercicio del poder de Estado en los aparatos de Estado, por u n lado el aparato (represivo) de Estado, y por el otro los aparatos ideológicos de Estado. Se deberá tener muy en cuenta lo dicho precedentemente y que reunimos ahora bajo las tres características siguientes: 1) Todos los aparatos de Estado funcionan a la vez mediante la represión y la ideología, con la diferencia de que el aparato (represivo) de Estado funciona masivamente con la represión como forma predominante, en tanto que los aparatos ideológicos de Estado funcionan masivamente con la ideología como forma predominante. 2) En tanto que el aparato (represivo) de Estado constituye un todo organizado cuyos diferentes miembros están centralizados bajo una unidad de mando —la de la política de lucha de clases aplicada por los representantes políticos de las clases dominantes que tienen el poder de Estado— los aparatos ideológicos de Estado son múltiples, distintos, “relativamente autónomos” y susceptibles de ofrecer un campo objetivo a contradicciones que, bajo formas unas veces limitadas, otras extremas, expresan los efectos de los choques entre la lucha de clases capitalista y la lucha de clases proletaria, así como sus formas subordinadas.
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3) En tanto que la unidad del aparato (represivo) de Estado está asegurada por su organización centralizada y unificada bajo la dirección de representantes de las clases en el poder, que ejecutan la política de lucha de clases en el poder, la unidad entre los diferentes aparatos ideológicos de Estado está asegurada, muy a menudo en formas contradictorias, por la ideología dominante, la de la clase dominante.
Gran parte. Pues las relaciones de producción son reproducidas en primer lugar por la materialidad del proceso de producción y del proceso de circulación. Pero no se debe olvidar que las relaciones ideológicas están inmediatamente presentes en esos mismos procesos. 47
Si se tienen en cuenta estas características, se puede entonces representar la reproducción de las relaciones de producción48,13 de acuerdo con una especie de “división del trabajo”, de la manera siguiente. El rol del aparato represivo de Estado consiste esencialmente en tanto aparato represivo, en asegurar por la fuerza (sea o no física) las condiciones políticas de reproducción de las relaciones de producción que son, en última instancia, relaciones de explotación. El aparato de Estado no solamente contribuye en gran medida a su propia reproducción (existen en el Estado capitalista dinastías de hombres políticos, dinastías de militares, etc.) sino también, y sobre todo, asegura mediante la represión (desde la fuerza física más brutal hasta las más simples ordenanzas y prohibiciones administrativas, la censura abierta o tácita, etc.) las condiciones políticas de la actuación de los aparatos ideológicos de Estado. Ellos, en efecto, aseguran en gran parte, tras el “escudo” del aparato represivo de Estado, la reproducción misma de las relaciones de producción. Es aquí donde interviene masivamente el rol de la ideología dominante, la de la clase dominante se asegura la “armonía” (a veces estridente) entre el aparato represivo de Estado y los aparatos ideológicos de Estado y entre los diferentes aparatos ideológicos de Estado. Nos vemos llevados así a encarar la hipótesis siguiente, en función de la diversidad de los aparatos ideológicos de Estado en su rol único —por ser común— de reproducir las relaciones de producción.
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En efecto, hemos enumerado en las formaciones sociales capitalistas contemporáneas una cantidad relativamente elevada de aparatos ideológicos de Estado: el aparato escolar, el aparato religioso, el aparato familiar, el aparato político, el aparato sindical, el aparato de información, el aparato “cultural”, etcétera. Ahora bien, en las formaciones sociales del modo de producción “servil” (comúnmente llamado feudal) comprobamos que, aunque existe (no sólo a partir de la monarquía absoluta sino desde los primeros estados antiguos conocidos) un aparato represivo de Estado único, formalmente muy parecido al que nosotros conocemos, la cantidad de aparatos ideológicos de Estado es menor y su individualidad diferente. Comprobamos, por ejemplo, que la Iglesia (aparato ideológico de Estado religioso) en la Edad Media acumulaba numerosas funciones (en especial las escolares y culturales) hoy atribuidas a muchos aparatos ideológicos de Estado diferentes, nuevos con respecto al que evocamos. Junto a la Iglesia existía el aparato ideológico de Estado familiar, que cumplía un considerable rol, no comparable con el que cumple en las formaciones sociales capitalistas. A pesar de las apariencias, la iglesia y la familia no eran los únicos aparatos ideológicos de Estado. Existía también un aparato ideológicos de Estado político (los Estados Generales, el Parlamento, las distintas facciones y ligas políticas, antecesoras de los partidos políticos modernos, y todo el sistema político de Para la parte de la reproducción a la cual contribuyen el aparato represivo de Estado y los AIE. 48
comunas libres, luego de las ciudades). Existía asimismo un poderoso aparato ideológico de Estado “pre-sindical”, si podemos arriesgar esta expresión forzosamente anacrónica (las poderosas cofradías de comerciantes, de banqueros, y también las asociaciones de compagnons [Antiguamente, obreros pertenecientes a un mismo gremio (compagnonnage). (N. del T.) ], etcétera). Las ediciones y la información también tuvieron un innegable desarrollo, así como los espectáculos, al comienzo partes integrantes de la iglesia y luego cada vez más independientes de ella. Ahora bien, es absolutamente evidente que en el período histórico pre-capitalista que acabamos de examinar a grandes rasgos, existía un aparato ideológico de Estado dominante, la Iglesia, que concentraba no sólo las funciones religiosas sino también las escolares y buena parte de las funciones de información y “cultura”. Si toda la lucha ideológica del siglo XVI al XVII, desde la primera ruptura de la Reforma, se concentró en la lucha anticlerical y antirreligiosa, ello no sucedió por azar sino a causa de la posición dominante del aparato ideológico de Estado religioso. La revolución francesa tuvo ante todo por objetivo y resultado no sólo trasladar el poder de Estado de la aristocracia feudal a la burguesía capitalista-comercial, romper parcialmente el antiguo aparato represivo de Estado y reemplazarlo por uno nuevo (el ejército nacional popular, por ejemplo), sino también atacar el aparato ideológico de Estado Nº 1, la Iglesia. De allí la constitución civil del clero, la confiscación de los bienes de la Iglesia y la creación de nuevos aparatos ideológicos de Estado para reemplazar el aparato ideológico de Estado religioso en su rol dominante. Naturalmente, las cosas no fueron simples: lo prueba el concordato, la restauración, y la larga lucha de clases entre la aristocracia terrateniente y la burguesía industrial durante todo el siglo XIX para imponer la hegemonía burguesa sobre las funciones desempeñadas hasta entonces por la iglesia, ante todo en la escuela. Puede decirse que la burguesía se apoyó en el nuevo aparato ideológico de Estado político, democrático-parlamentario, implantado en los primeros años de la Revolución, restaurado luego por algunos meses, después de largas y violentas luchas, en 1848, y durante decenas de años después de la caída del Segundo Imperio, para dirigir la lucha contra la Iglesia y apoderarse de sus funciones ideológicas, en resumen, para asegurar no sólo su hegemonía política sino también la hegemonía ideología indispensable para la reproducción de las relaciones capitalistas de producción.
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Por esto nos creemos autorizados para ofrecer la tesis siguiente, con todos los riesgos que implica. Pensamos que el aparato ideológico de Estado que ha sido colocado en posición dominante en las formaciones capitalistas maduras, como resultado de una violenta lucha de clase política e ideológica contra el antiguo aparato ideológico de Estado dominante, es el aparato ideológico escolar. Esta tesis puede parecer paradójica, si es cierto que cualquier persona acepta — dada la representación ideológica que la burguesía quería darse a sí misma y dar a las clases que explota— que el aparato ideológico de Estado dominante en las formaciones sociales capitalistas no es la escuela sino el aparato de Estado político,
es decir, el régimen de democracia parlamentaria combinado del sufragio universal y las luchas partidarias. No obstante, la historia, incluso la historia reciente, demuestra que la burguesía pudo y puede adaptarse perfectamente a aparatos ideológicos de Estado políticos distintos de la democracia parlamentaria: el Primer y Segundo Imperio, la Monarquía Constitucional (Luis XVIII, Carlos X), la Monarquía parlamentaria (Luis Felipe), la democracia presidencial (de Gaulle), por hablar sólo de Francia. En Inglaterra las cosas son todavía más evidentes. La revolución fue allí particularmente lograda desde el punto de vista burgués ya que, contrariamente a lo ocurrido en Francia —donde la burguesía, a causa de la necedad de la pequeña nobleza, tuvo que aceptar su elevación al poder por intermedio de “jornadas revolucionarias” plebeyas y campesinas, que le costaron terriblemente caras—, la burguesía inglesa pudo “llegar a un acuerdo” con la aristocracia y “compartir” con ella el poder de Estado y el uso del aparato de Estado durante mucho tiempo (¡paz entre todos los hombres de buena voluntad de las clases dominantes!). En Alemania las cosas son aún más asombrosas, pues la burguesía imperialista hizo su estruendosa entrada en la historia (antes de “atravesar” la República de Weimar y entregarse al nazismo), bajo un aparato ideológico de Estado político en el que los junkers imperiales (Bismark es el símbolo), su ejército y su policía le servían de escudo y de equipo dirigente. Por eso creemos tener buenas razones para pensar que detrás del funcionamiento de su aparato ideológico de Estado político, que ocupaba el primer plano, lo que la burguesía pone en marcha como aparato ideológico de Estado Nº 1, y por lo tanto dominante, es el aparato escolar que reemplazó en sus funciones al antiguo aparato ideológico de Estado dominante, es decir, la Iglesia. Se podría agregar: la pareja Escuela-Familia ha reemplazado a la pareja Iglesia-Familia. ¿Por qué el aparato escolar es realmente el aparato ideológico de Estado dominante en las formaciones sociales capitalistas y cómo funciona? Por ahora nos limitaremos a decir que:
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1) Todos los aparatos ideológicos de Estado, sean cuales fueren, concurren al mismo resultado: la reproducción de las relaciones de producción, es decir, las relaciones capitalistas de explotación. 2) Cada uno de ellos concurre a ese resultado único de la manera que le es propia: el aparato político sometiendo a los individuos a la ideología política de Estado, la ideología “democrática”, “indirecta” (parlamentaria) o “directa” (plebiscitaria o fascista); el aparato de información atiborrando a todos los “ciudadanos” mediante la prensa, la radio, la televisión, con dosis diarias de nacionalismo, chauvinismo, liberalismo, moralismo, etcétera. Lo mismo sucede con el aparato cultural (el rol de los deportes es de primer orden en el chauvinismo), etcétera; el aparato religioso recordando en los sermones y en otras grandes ceremonias de nacimiento, casamiento o muerte que el hombre sólo es polvo, salvo que sepa amar a sus hermanos hasta el punto de ofrecer su otra mejilla a quien le abofeteó la primera. El aparato familiar..., no insistimos más.
3) Este concierto está dominado por una partitura única, ocasionalmente perturbada por contradicciones, las de restos de las antiguas clases dominantes, las de proletarios y sus organizaciones: la partitura de la ideología de la clase actualmente dominante que integra en su música los grandes temas del humanismo de los ilustres antepasados que, antes del cristianismo, hicieron el milagro griego y después la grandeza de Roma, la ciudad eterna, y los temas del interés, particular y general, etc., nacionalismo, moralismo y economismo. 4) No obstante, un aparato ideológico de Estado cumple muy bien el rol dominante de ese concierto, aunque no se presten oídos a su música: ¡tan silenciosa es! Se trata de la Escuela. Toma a su cargo a los niños de todas las clases sociales desde el jardín de infantes, y desde el jardín de infantes les inculca —con nuevos y viejos métodos, durante muchos años, precisamente aquellos en los que el niño, atrapado entre el aparato de Estado-Familia y el aparato de Estado-Escuela, es más vulnerable— “habilidades” recubiertas por la ideología dominante (el idioma, el cálculo, la historia natural, las ciencias, la literatura) o, más directamente, la ideología dominante en estado puro (moral, instrucción cívica, filosofía). Hacia el sexto año, una gran masa de niños cae “en la producción”: son los obreros o los pequeños campesinos. Otra parte de la juventud escolarizable continúa: bien que mal se encamina y termina por cubrir puestos de pequeños y medianos cuadros, empleados, funcionarios pequeños y medianos, pequeño-burgueses de todo tipo. Una última parte llega a la meta, ya sea para caer en la semidesocupación intelectual, ya para proporcionar, además de los “intelectuales del trabajador colectivo”, los agentes de la explotación (capitalistas, empresarios), los agentes de la represión (militares, policías, políticos, administradores, etc.) y los profesionales de la ideología (sacerdotes de todo tipo, la mayoría de los cuales son “laicos” convencidos).
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Cada grupo está prácticamente provisto de la ideología que conviene al rol que debe cumplir en la sociedad de clases: rol de explotado (con “conciencia profesional”, “moral”, “cívica”, “nacional” y apolítica altamente “desarrollada”); rol de agente de la explotación (saber mandar y hablar a los obreros: las “relaciones humanas”); de agentes de la represión (saber mandar y hacerse obedecer “sin discutir” o saber manejar la demagogia de la retórica de los dirigentes políticos), o de profesionales de la ideología que saben tratar a las conciencias con el respeto, es decir el desprecio, el chantaje, la demagogia convenientes adaptados a los acentos de la Moral, la Virtud, la “Trascendencia”, la Nación, el rol de Francia en el Mundo, etcétera. Por supuesto, muchas de esas virtudes contrastadas (modestia, resignación, sumisión por una parte, y por otra cinismo, desprecio, altivez, seguridad, grandeza, incluso bien decir y habilidad) se enseñan también en la familia, la iglesia, el
ejército, en los buenos libros, en los filmes, y hasta en los estadios. Pero ningún aparato ideológico de Estado dispone durante tantos años de la audiencia obligatoria (y, por si fuera poco, gratuita...), 5 a 6 días sobre 7 a razón de 8 horas diarias, de formación social capitalista. Ahora bien, con el aprendizaje de algunas habilidades recubiertas en la inculcación masiva de la ideología de la clase dominante, se reproduce gran parte de las relaciones de producción de una formación social capitalista, es decir, las relaciones de explotados a explotadores y de explotadores a explotados. Naturalmente, los mecanismos que producen este resultado vital para el régimen capitalista están recubiertos y disimulados por una ideología de la escuela universalmente reinante, pues ésta es una de las formas esenciales de la ideología burguesa dominante: una ideología que representa a la escuela como un medio neutro, desprovisto de ideología (puesto que es... laico), en el que maestros respetuosos de la “conciencia” y la “libertad” de los niños que les son confiados (con toda confianza) por sus “padres” (que también son libres, es decir, propietarios de sus hijos), los encaminan hacia la libertad, la moralidad y la responsabilidad de adultos mediante su propio ejemplo, los conocimientos, la literatura y sus virtudes “liberadoras”. Pido perdón por esto a los maestros que, en condiciones espantosas, intentan volver contra la ideología, contra el sistema y contra las prácticas de que son prisioneros, las pocas armas que puedan hallar en la historia y el saber que ellos “enseñan”. Son una especie de héroes. Pero no abundan, y muchos (la mayoría) no tienen siquiera la más remota sospecha del “trabajo” que el sistema (que los rebasa y aplasta) les obliga a realizar y, peor aún, ponen todo su empeño e ingenio para cumplir con la última directiva (¡los famosos métodos nuevos!). Están tan lejos de imaginárselo que contribuyen con su devoción a mantener y alimentar, esta representación ideológica de la escuela, que la hace tan “natural” e indispensable, y hasta bienhechora, a los ojos de nuestros contemporáneos como la iglesia era “natural”, indispensable y generosa para nuestros antepasados hace algunos siglos.
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En realidad, la iglesia es reemplazada hoy por la escuela en su rol de aparato ideológico de Estado dominante. Está combinada con la familia, como antes lo estuvo la iglesia. Se puede afirmar entonces que la crisis, de una profundidad sin precedentes, que en el mundo sacude el sistema escolar en tantos Estados, a menudo paralela a la crisis que conmueve al sistema familiar (ya anunciada en el Manifiesto), tiene un sentido político si se considera que la escuela (y la pareja escuela-familia) constituye el aparato ideológico de Estado dominante; aparato que desempeña un rol determinante en la reproducción de las relaciones de producción de un modo de producción amenazado en su existencia por la lucha de clases mundial.
PROBLEMA I B
Educación y Normalización
Foucault
Michel Foucault
Vigilar y Castigar DISCIPLINA
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I. LOS CUERPOS DÓCILES He aquí la figura ideal del soldado tal como se describía aún a comienzos del siglo XVII. El soldado es por principio de cuentas alguien a quien se reconoce de lejos. Lleva en sí unos signos: los signos naturales de su vigor y de su valentía, las marcas también de su altivez; su cuerpo es el blasón de su fuerza y de su ánimo; y si bien es cierto que debe aprender poco a poco el oficio de las armas —esencialmente batiéndose—, habilidades como la marcha, actitudes como la posición de la cabeza, dependen en buena parte de una retórica corporal del honor: "Los signos para reconocer a los más idóneos en este oficio son los ojos vivos y despiertos, la cabeza erguida, el estómago levantado, los hombros anchos, los brazos largos, los dedos fuertes, el vientre hundido, los muslos gruesos, las piernas flacas y los pies secos; porque el hombre de tales proporciones no podrá dejar de ser ágil y fuerte." Llegado a piquero, el soldado "deberá, al marchar, tomar la cadencia del paso para tener la mayor gracia y gravedad posibles; porque la pica es un arma honorable que merece ser llevada con gesto grave y audaz"49. Segunda mitad del siglo XVIII: el soldado se ha convertido en algo que se fabrica; de una pasta informe, de un cuerpo inepto, se ha hecho la máquina que se necesitaba; se han corregido poco a poco las posturas; lentamente, una coacción calculada recorre cada parte del cuerpo, lo domina, pliega el conjunto, lo vuelve perpetuamente disponible, y se prolonga, en silencio, en el automatismo de los hábitos; en suma, se ha "expulsado al campesino" y se le ha dado el "aire del soldado"50. Se habitúa a los reclutas "a llevar la cabeza derecha y alta; a mantenerse erguido sin encorvar la espalda, a adelantar 49 50
L. de Montgommery, La Milice française, edición de 1636, pp. 6 y 7. Ordenanza del 20 de marzo de 1764.
el vientre, a sacar el pecho y meter la espalda; y a fin de que contraigan el hábito, se les dará esta posición apoyándolos contra una pared, de manera que los talones, las pantorrillas, los hombros y la cintura toquen a la misma, así como el dorso de las manos, volviendo los brazos hacia afuera, sin despegarlos del cuerpo... se les enseñará igualmente a no poner jamás los ojos en el suelo, sino a mirar osadamente a aquellos ante quienes pasan... a mantenerse inmóviles aguardando la voz de mando, sin mover la cabeza, las manos ni los pies... finalmente, a marchar con paso firme, la rodilla y el corvejón tensos, la punta del pie apuntando hacia abajo y hacia afuera"51.
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Ha habido, en el curso de la edad clásica, todo un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco de poder. Podrían encontrarse fácilmente signos de esta gran atención dedicada entonces al cuerpo, al cuerpo que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se multiplican. El gran libro del Hombre-máquina ha sido escrito simultáneamente sobre dos registros: el anatomo-metafísico, del que Descartes había compuesto las primeras páginas y que los médicos y los filósofos continuaron, y el técnico-político, que estuvo constituido por todo un conjunto de reglamentos militares, escolares, hospitalarios, y por procedimientos empíricos y reflexivos para controlar o corregir las operaciones del cuerpo. Dos registros muy distintos ya que se trataba aquí de sumisión y de utilización, allá de funcionamiento y de explicación: cuerpo útil, cuerpo inteligible. Y, sin embargo, del uno al otro, puntos de cruce. L'Homme-machine de La Mettrie es a la vez una reducción materialista del alma y una teoría general de la educación, en el centro de las cuales domina la noción de "docilidad" que une al cuerpo analizable el cuerpo manipulable. Es dócil un cuerpo que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser trasformado y perfeccionado. Los famosos autómatas, por su parte, no eran únicamente una manera de ilustrar el organismo; eran también unos muñecos políticos, unos modelos reducidos de poder: obsesión de Federico II, rey minucioso de maquinitas, de regimientos bien adiestrados y de prolongados ejercicios. En estos esquemas de docilidad, que tanto interés tenían para el siglo XVIII, ¿qué hay que sea tan nuevo? No es la primera vez, indudablemente, que el cuerpo constituye el objeto de intereses tan imperiosos y tan apremiantes; en toda sociedad, el cuerpo queda prendido en el interior de poderes muy ceñidos, que le imponen coacciones, interdicciones u obligaciones. Sin embargo, hay varias cosas que son nuevas en estas técnicas. En primer lugar, la escala del control: no estamos en el caso de tratar el cuerpo, en masa, en líneas generales, como si fuera una unidad indisociable, sino de trabajarlo en sus partes, de ejercer sobre él una coerción débil, de asegurar presas al nivel mismo de la mecánica: movimientos, gestos, actitudes, rapidez; poder infinitesimal sobre el cuerpo activo. A continuación, el objeto del control: no los elementos, o ya no los elementos significantes de la conducta o el lenguaje del cuerpo, sino la economía, la eficacia de los movimientos, su organización interna; la coacción sobre las fuerzas más que sobre los signos; la única ceremonia que importa realmente es la del ejercicio. La modalidad, en fin: implica una coerción ininterrumpida, constante, que vela sobre 51
Ibid
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los procesos de la actividad más que sobre su resultado y se ejerce según una codificación que retícula con la mayor aproximación el tiempo, el espacio y los movimientos. A estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se puede llamar las "disciplinas". Muchos procedimientos disciplinarios existían desde largo tiempo atrás, en los conventos, en los ejércitos, también en los talleres. Pero las disciplinas han llegado a ser en el trascurso de los siglos XVII y XVIII unas fórmulas generales de dominación. Distintas de la esclavitud, puesto que no se fundan sobre una relación de apropiación de los cuerpos, es incluso elegancia de la disciplina prescindir de esa relación costosa y violenta obteniendo efecto de utilidad tan grande por lo menos. Distintas también de la domesticidad, que es una relación de dominación constante, global, masiva, no analítica, ilimitada, y establecida bajo la forma de la voluntad singular del amo, su "capricho". Distintas del vasallaje, que es una relación de sumisión extremadamente codificada, pero lejana y que atañe menos a las operaciones del cuerpo que a los productos del trabajo y a las marcas rituales del vasallaje. Distintas también del ascetismo y de las "disciplinas" de tipo monástico, que tienen por función garantizar renunciaciones más que aumentos de utilidad y que, si bien implican la obediencia a otro, tienen por objeto principal un aumento del dominio de cada cual sobre su propio cuerpo. El momento histórico de las disciplina es el momento en que nace un arte del cuerpo humano, que no tiende únicamente al aumento de sus habilidades, ni tampoco a hacer más pesada su sujeción, sino a la formación de un vínculo que, en el mismo mecanismo, lo hace tanto más obediente cuanto más útil, y al revés. Fórmase entonces una política de las coerciones que constituyen un trabajo sobre el cuerpo, una manipulación calculada de sus elementos, de sus gestos, de sus comportamientos. El cuerpo humano entra en un mecanismo de poder que lo explora, lo desarticula y lo recompone. Una "anatomía política", que es igualmente una "mecánica del poder", está naciendo; define cómo se puede hacer presa en el cuerpo de los demás, no simplemente para que ellos hagan lo que se desea, sino para que operen como se quiere, con las técnicas, según la rapidez y la eficacia que se determina. La disciplina fabrica así cuerpos sometidos y ejercitados, cuerpos "dóciles". La disciplina aumenta las fuerzas del cuerpo (en términos económicos de utilidad) y disminuye esas mismas fuerzas (en términos políticos de obediencia). En una palabra: disocia el poder del cuerpo; de una parte, hace de este poder una "aptitud", una "capacidad" que trata de aumentar, y cambia por otra parte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta. Si la explotación económica separa la fuerza y el producto del trabajo, digamos que la coerción disciplinaria establece en el cuerpo el vínculo de coacción entre una aptitud aumentada y una dominación acrecentada. La "invención" de esta nueva anatomía política no se debe entender como un repentino descubrimiento, sino como una multiplicidad de procesos con frecuencia menores, de origen diferente, de localización diseminada, que coinciden, se repiten, o se imitan, se apoyan unos sobre otros, se distinguen según su dominio de aplicación, entran en convergencia y dibujan poco a poco el diseño de un método general. Se los encuentra actuando en los colegios, desde hora temprana más tarde en las escuelas elementales; han invadido lentamente el espacio hospitalario, y en unas décadas han restructurado la organización militar. Han circulado a veces muy de prisa y de un punto a otro (entre el ejército y las escuelas técnicas o los
colegios y liceos), otras veces lentamente y de manera más discreta (militarización insidiosa de los grandes talleres). Siempre, o casi siempre, se han impuesto para responder a exigencias de coyuntura: aquí una innovación industrial, allá la recrudescencia de ciertas enfermedades epidémicas, en otro lugar la invención del fusil o las victorias de Prusia. Lo cual no impide que se inscriban en total en unas trasformaciones generales y esenciales que será preciso tratar de extraer.
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No se trata de hacer aquí la historia de las diferentes instituciones disciplinarias, en lo que cada una pueda tener de singular, sino únicamente de señalar en una serie de ejemplos algunas de las técnicas esenciales que, de una en otra, se han generalizado más fácilmente. Técnicas minuciosas siempre, con frecuencia ínfimas, pero que tienen su importancia, puesto que definen cierto modo de adscripción política y detallada del cuerpo, una nueva "microfísica" del poder; y puesto que no han cesado desde el siglo XVII de invadir dominios cada vez más amplios, como si tendieran a cubrir el cuerpo social entero. Pequeños ardides dotados de un gran poder de difusión, acondicionamientos sutiles, de apariencia inocente, pero en extremo sospechosos, dispositivos que obedecen a inconfesables economías, o que persiguen coerciones (143) sin grandeza, son ellos, sin embargo, los que han provocado la mutación del régimen punitivo en el umbral de la época contemporánea. Describirlos implicará el estancarse en el detalle y la atención a las minucias: buscar bajo las menores figuras no un sentido, sino una precaución; situarlos no sólo en la solidaridad de un funcionamiento, sino en la coherencia de una táctica. Ardides, menos de la gran razón que trabaja hasta en su sueño y da sentido a lo insignificante, que de la atenta "malevolencia" que todo lo aprovecha. La disciplina es una anatomía política del detalle.
Para advertir las impaciencias, recordemos al mariscal de Sajonia: "Aunque quienes se ocupan de los detalles son considerados como personas limitadas, me parece, sin embargo, que este aspecto es esencial, porque es el fundamento, y porque es imposible levantar ningún edificio ni establecer método alguno sin contar con sus principios. No basta tener afición a la arquitectura. Hay que conocer el corte de las piedras."52 De este "corte de las piedras" se podría escribir toda una historia, historia de la racionalización utilitaria del detalle en la contabilidad moral y el control político. La era clásica no la ha inaugurado; la ha acelerado, ha cambiado su escala, le ha proporcionado instrumentos precisos y quizá le ha encontrado algunos ecos en el cálculo de lo infinitamente pequeño o en la descripción de las características más sutiles de los seres naturales. En todo caso, el "detalle" era desde hacía ya mucho tiempo una categoría de la teología y del ascetismo: todo detalle es importante, ya que a los ojos de Dios, no hay inmensidad alguna mayor que un detalle, pero nada es lo bastante pequeño para no haber sido querido por una de sus voluntades singulares. En esta gran tradición de la eminencia del detalle vendrán a alojarse, sin dificultad, todas las meticulosidades de la educación cristiana, de la pedagogía escolar o militar, de todas las formas finalmente de encarnamiento de la conducta. Para el hombre disciplinado, como para el verdadero creyente, ningún detalle es indiferente, pero menos por el sentido que en él se oculta que por la presa que en él encuentra el poder que quiere aprehenderlo. Característico, ese gran himno a las "cosas pequeñas" y a su eterna 52
Maréchal de Saxe, Mes réveries, t. I. Avant-propos, p. 5.
importancia, cantado por Juan Bautista de La Salle, en su Tratado de las obligaciones de los hermanos de la Escuelas Cristianas. La mística de lo cotidiano se une en él a la disciplina de lo minúsculo. "¡Cuan peligroso es no hacer caso de las cosas pequeñas! Una reflexión muy consoladora para un alma como la mía, poco capaz de grandes acciones, es pensar que la fidelidad a las cosas pequeñas puede elevarnos, por un progreso insensible, a la santidad más eminente; porque las cosas pequeñas disponen para las grandes... Cosas pequeñas, se dirá, ¡ay, Dios mío!, ¿qué podemos hacer que sea grande para vos, siendo como somos, criaturas débiles y mortales? Cosas pequeñas; si las grandes se presentan, ¿las practicaríamos? ¿No las creeríamos por encima de nuestras fuerzas? Cosas pequeñas; ¿y si Dios las acepta y tiene a bien recibirlas como grandes? Cosas pequeñas; ¿se ha experimentado? ¿Se juzga de acuerdo con la experiencia? Cosas pequeñas; ¿se es tan culpable, si considerándolas tales, nos negamos a ellas? Cosas pequeñas; ¡ellas son, sin embargo, las que a la larga han formado grandes santos! Sí, cosas pequeñas; pero grandes móviles, grandes sentimientos, gran fervor, gran ardor, y, por consiguiente, grandes méritos, grandes tesoros, grandes recompensas."53 La minucia de los reglamentos, la mirada puntillosa de las inspecciones, la sujeción a control de las menores partículas de la vida y del cuerpo darán pronto, dentro del marco de la escuela, del cuartel, del hospital o del taller, un contenido laicizado, una racionalidad económica o técnica a este cálculo místico de lo ínfimo y del infinito. Y una Historia del Detalle en el siglo XVIII, colocada bajo el signo de Juan Bautista de La Salle, rozando a Leibniz y a Buffon, pasando por Federico II, atravesando la pedagogía, la medicina, la táctica militar y la economía, debería conducir al hombre que había soñado, a fines del siglo, ser un nuevo Newton, no ya el de las inmensidades del cielo o de las masas planetarias, sino de los "pequeños cuerpos", de los pequeños movimientos, de las pequeñas acciones; al hombre que respondió a Monge ("No había más que un mundo que descubrir"): "¿Qué es lo que oigo? El mundo de los detalles, ¿quién ha pensado jamás en ese otro, en ése? Yo, desde los quince años creía en él. Me ocupé de él entonces, y este recuerdo vive en mí, como una idea fija que no me abandona jamás... Este otro mundo es el más importante de todos cuantos me había lisonjeado de descubrir: pensar en ello me parte el corazón."54 228 No lo descubrió; pero sabido es que se propuso organizado, y que quiso establecer en torno suyo un dispositivo de poder que le permitiera percibir hasta el más pequeño acontecimiento del Estado que gobernaba; pretendía, por medio de la rigurosa disciplina que hacía reinar, "abarcar el conjunto de aquella (145) vasta máquina sin que, no obstante, pudiera pasarle inadvertido el menor detalle"55.
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Una observación minuciosa del detalle, y a la vez una consideración política de estas pequeñas cosas, para el control y la utilización de los hombres, se abren paso a través de la época clásica, llevando consigo todo un conjunto de técnicas, todo
J.-B. de La Salle, Traite sur les obligations des frères des Écoles chrétiennes, edición de 1783, pp. 238-239. 54 E. Geoffroy Saint-Hilaire atribuye esta declaración a Bonaparte, en la Introducción a las Notions synthétiques et historiques de philosophie naturelle. 55 J. B. Treilhard, Motifs du code d'instruction criminelle, 1808, p. 14 53
un corpus de procedimientos y de saber, de descripciones, de recetas y de datos. Y de estas fruslerías, sin duda, ha nacido el hombre del humanismo moderno56.
EL ARTE DE LAS DISTRIBUCIONES
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La disciplina procede ante todo a la distribución de los individuos en el espacio. Para ello, emplea varias técnicas. 1) La disciplina exige a veces la clausura, la especificación de un lugar heterogéneo a todos los demás y cerrado sobre sí mismo. Lugar protegido de la monotonía disciplinaria. Ha existido el gran "encierro" de los vagabundos y de los indigentes; ha habido otros más discretos, pero insidiosos y eficaces. Colegios: el modelo de convento se impone poco a poco; el internado aparece como el régimen de educación si no más frecuente, al menos el más perfecto; pasa a ser obligatorio en Louis-le-Grand cuando, después de la marcha de los jesuitas, se hace de él un colegio modelo57. Cuarteles: es preciso asentar el ejército, masa vagabunda; impedir el saqueo y las violencias; aplacar a los habitantes que soportan mal la presencia de las tropas de paso; evitar los conflictos con las autoridades civiles; detener las deserciones; controlar los gastos. La ordenanza de 1719 prescribe la construcción de varios centenares de cuarteles a imitación de los dispuestos ya en el sur; en ellos el encierro sería estricto: "El conjunto estará cercado y cerrado por una muralla de diez pies de altura que rodeará dichos pabellones, a treinta pies de distancia por todos los lados" —y esto para mantener las tropas "en el orden y la disciplina y para que el oficial se halle en situación de responder de ellas" 58. En 1745 había cuarteles en 320 ciudades aproximadamente, y se estimaba en 200000 hombres sobre poco más o menos la capacidad total de los cuarteles en 1775.233. Al lado de los talleres diseminados se desarrollaban también grandes espacios manufactureros, homogéneos y bien delimitados a la vez: las manufacturas reunidas primero, después las fábricas en la segunda mitad del siglo XVIII (las fundiciones de la Chaussade ocupan toda la península de Médine, entre el Nièvre y el Loira; para instalar la fábrica de In-dret en 1777, Wilkinson dispone sobre el Loira una isla, a fuerza de terraplenes y de diques; Toufait construye Le Creusot en el valle de la Charbonnière, remodelado por él, e instala en la fábrica misma alojamientos para obreros); es un cambio de escala, es también un nuevo tipo de control. La fábrica explícitamente se asemeja al convento, a la fortaleza, a una ciudad cerrada; el guardián "no abrirá las puertas hasta la entrada de los obreros, V luego que la campana que anuncia la reanudación de los trabajos haya sonado"; un cuarto de hora después nadie tendrá derecho a entrar; al final de la jornada, los jefes de taller tienen la obligación de entregar las llaves al portero de la manufactura que abre entonces las puertas59. Se trata, a medida que se concentran las fuerzas de producción, de obtener de ellas el máximo de ventajas y de neutralizar sus inconvenientes (robos, interrupciones del trabajo, agitaciones y Elegiré los ejemplos de las instituciones militares, médicas, escolares e industriales. Otros ejemplos podrían tomarse de la colonización, la esclavitud y los cuidados de la primera infancia. 57 Cf. Ph. Aries, L'enfant et la famille, 1960, pp. 308-313, y G. Snyders, La pédagogie en France aux XVIIe et XVIIle siècles, 1965, pp. 35-41. 58 L'ordonnance militaire, 25 de septiembre de 1719. Cf. lám. 5. 59 Projet de règlement pour l'aciérie d'Amboise, Archives nationales, f. 12 1301. 56
"cábalas"); de proteger los materiales y útiles y de dominar las fuerzas de trabajo: "El orden y la seguridad que deben mantenerse exigen que todos los obreros estén reunidos bajo el mismo techo, a fin de que aquel de los socios que está encargado de la dirección de la manufactura pueda prevenir y remediar los abusos que pudieran introducirse entre los obreros y detener su avance desde el comienzo."60 2) Pero el principio de "clausura" no es ni constante, ni indispensable, ni suficiente en los aparatos disciplinarios. Éstos trabajan el espacio de una manera mucho más flexible y más fina. V en primer lugar según el principio de localización elemental o de la división en zonas. A cada individuo su lugar; y en cada emplazamiento un individuo. Evitar las distribuciones por grupos; descomponer las implantaciones colectivas; analizar las pluralidades confusas, masivas o huidizas. El espacio disciplinario tiende a dividirse en tantas parcelas como cuerpos o elementos que repartir hay. Es preciso anular los efectos de las distribuciones indecisas, la desaparición incontrolada de los individuos, su circulación difusa, su coagulación inutilizable y peligrosa; táctica de anti-deserción, de anti-vagabundeo, de antiaglomeración. Se trata de establecer las presencias y las ausencias, de saber dónde y cómo encontrar a los individuos, instaurar las comunicaciones útiles, interrumpir las que no lo son, poder en cada instante vigilar la conducta de cada cual, apreciarla, sancionarla, medir las cualidades o los méritos. Procedimiento, pues, para conocer, para dominar y para utilizar. La disciplina organiza un espacio analítico.
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Y aquí, todavía, encuentra un viejo procedimiento arquitectónico y religioso: la celda de los conventos. Incluso si los compartimientos que asigna llegan a ser puramente ideales, el espacio de las disciplinas es siempre, en el fondo, celular. Soledad necesaria del cuerpo y del alma decía cierto ascetismo: deben por momentos al menos afrontar solos la tentación y quizá la severidad de Dios. "El sueño es la imagen de la muerte, el dormitorio es la imagen del sepulcro... aunque los dormitorios sean comunes, los lechos están, sin embargo, dispuestos de tal manera y se cierran a tal punto por medio de las cortinas, que las mujeres pueden levantarse y acostarse sin verse.61" 236 Pero ésta no es todavía sino una forma bastante aproximada. 3) La regla de los emplazamientos funcionales va poco a poco, en las instituciones disciplinarias, a codificar un espacio que la arquitectura dejaba en general disponible y dispuesto para varios usos. Se fijan unos lugares determinados para responder no sólo a la necesidad de vigilar, de romper las comunicaciones peligrosas, sino también de crear un espacio útil. El proceso aparece claramente en los hospitales, sobre todo en los hospitales militares y navales. En Francia, parece que Rochefort ha servido de experimentación y de modelo. Un puerto, y un puerto militar, es, con los circuitos de mercancías, los hombres enrolados de grado o por fuerza, los marinos que se embarcan y desembarcan, las enfermedades y Daisy, Le Royaume de France, 1745, pp. 201-209; Mémoire anonyme de 1775 (Dépôt de la guerre, 3689, f. 156). A Navereau, Le logement et les ustensiles des gens de guerre de 1439 à 1789, 1924, pp. 132-135. Cf. láms. 5 y 6. 61 Règlement pour la communauté des filles du Bon Pasteur, en Delamare, Traité de police, libro III, título v, p. 507. Cf. también lám. 9. 60
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epidemias, un lugar de deserción, de contrabando, de contagio; encrucijada de mezclas peligrosas, cruce de circulaciones prohibidas. El hospital marítimo, debe, por lo tanto, curar, pero por ello mismo, ha de ser un filtro, un dispositivo que localice y seleccione; es preciso que garantice el dominio sobre toda esa movilidad y ese hormigueo, descomponiendo su confusión de la ilegalidad y del mal. La vigilancia médica de las enfermedades y de los contagios es en él solidaria de toda una serie de otros controles; militar sobre los desertores, fiscal sobre las mercancías, (148) administrativo sobre los remedios, las raciones, las desapariciones, las curaciones, las muertes, las simulaciones. De donde la necesidad de distribuir y de compartimentar el espacio con rigor. Las primeras medidas adoptadas en Rochefort concernían a las cosas más que a los hombres, a las mercancías preciosas más que a los enfermos. Las disposiciones de la vigilancia fiscal y económica preceden las técnicas de la observación médica: localización de los medicamentos en cofres cerrados, registro de su utilización; un poco después, se pone en marcha un sistema para verificar el número efectivo de los enfermos, su identidad, las unidades de que dependen; después se reglamentan sus idas y venidas, se les obliga a permanecer en sus salas; en cada lecho se coloca el nombre de quien se encuentra en él; todo individuo atendido figura en un registro que el médico debe consultar durante la visita; más tarde vendrán el aislamiento de los contagiosos, las camas separadas. Poco a poco, un espacio administrativo y político se articula en espacio terapéutico, tiende a individualizar los cuerpos, las enfermedades, los síntomas, las vidas y las muertes; constituye un cuadro real de singularidades yuxtapuestas y cuidadosamente distintas. Nace de la disciplina un espacio médicamente útil. En las fábricas que aparecen a fines del siglo XVIII, el principio de la división en zonas individualizantes se complica. Se trata a la vez de distribuir a los individuos en un espacio en el que es posible aislarlos y localizarlos; pero también de articular esta distribución sobre un aparato de producción que tiene sus exigencias propias. Hay que ligar la distribución de los cuerpos, la disposición espacial del aparato de producción y las diferentes formas de actividad en la distribución de los "puestos". A este principio obedece la manufactura de Oberkampf, en Jouy. Está formada por una serie de talleres especificados de acuerdo con cada gran tipo de operaciones: para los estampadores, los trasportadores, los entintadores, las afinadoras, los grabadores, los tintoreros. El mayor de los edificios, construido en 1791, por Toussaint Barré, tiene ciento diez metros de longitud y tres pisos. La planta baja está destinada, en lo esencial, al estampado y contiene ciento treinta y dos mesas dispuestas en dos hileras a lo largo de la sala que recibe luz por ochenta y ocho ventanas; cada estampador trabaja en una mesa, con su "tirador", encargado de preparar y de extender los colores. 264 personas en total. Al extremo de cada mesa hay una especie de enrejado sobre el cual deja el obrero, para que se seque, la tela que acaba de estampar62. Recorriendo el pasillo central del taller es posible ejercer una vigilancia general e individual a la vez: comprobar la presencia y la aplicación del obrero, así como la calidad de su trabajo; comparar a los obreros entre sí, clasificarlos según su habilidad y su rapidez, y seguir los estadios sucesivos de la fabricación. Todas estas disposiciones en serie forman un cuadriculado
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Reglamento de la fábrica de Saint-Maur. B. N. Ms. col. Delamare. Manufactures III.
permanente en el que se aclaran las confusiones63: es decir que la producción se divide y el proceso de trabajo se articula por una parte según sus fases, sus estadios o sus operaciones elementales, y por otra, según los individuos que lo efectúan: los cuerpos singulares que a él se aplican. Cada variable de esta fuerza —vigor, rapidez, habilidad, constancia— puede ser observada, y por lo tanto caracterizada, apreciada, contabilizada, y referida a aquel que es su agente particular. Rotulando así de manera perfectamente legible toda la serie de los cuerpos singulares, la fuerza de trabajo puede analizarse en unidades individuales. Bajo la división del proceso de producción, al mismo tiempo que ella, se encuentra, en el nacimiento de la gran industria, la descomposición individualizante de la fuerza de trabajo; las distribuciones del espacio disciplinario han garantizado a menudo una y otra.
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4) En la disciplina, los elementos son intercambiables puesto que cada uno se define por el lugar que ocupa en una serie, y por la distancia que lo separa de los otros. La unidad en ella no es, pues, ni el territorio (unidad de dominación), ni el lugar (unidad de residencia), sino el rango: el lugar que se ocupa en una clasificación, el punto donde se cruzan una línea y una columna, el intervalo en una serie de intervalos que se pueden recorrer unos después de otros. La disciplina, arte del rango y técnica para la trasformación de las combinaciones. Individualiza los cuerpos por una localización que no los implanta, pero los distribuye y los hace circular en un sistema de relaciones. Consideremos el ejemplo de la "clase". En los colegios de los jesuitas, se encontraba todavía una organización binaria y masiva a la vez: las clases, que podían contar hasta doscientos o trescientos alumnos, y estaban divididas en grupos de diez. Cada uno de estos grupos con su decurión, estaba colocado en un campo, el romano o el cartaginés; a cada decuria correspondía una decuria contraria. La forma general era la de la guerra y la rivalidad; el trabajo, el aprendizaje, la clasificación se efectuaba bajo la forma del torneo, por medio del enfrentamiento de los dos ejércitos; la prestación de cada alumno estaba inscrita en ese duelo general; aseguraba, por su parte, la victoria o las derrotas de un campo y a los alumnos se les asignaba un lugar que correspondía a la función de cada uno y a su valor de combatiente en el grupo unitario de su decuria64. Es de advertir, por lo demás, que esta comedia romana permitiría vincular a los ejercicios binarios de la rivalidad una disposición espacial inspirada en la legión, con rango, jerarquía y vigilancia piramidal. No hay que olvidar que de una manera general, el modelo romano, en la época de las Luces, ha desempeñado un doble papel; bajo su apariencia republicana, era la institución misma de la libertad; bajo su faz militar, era el esquema ideal de la disciplina. La Roma del siglo XVIII y de la Revolución es la del Senado, pero también la de la legión; la del Foro, pero la de los campamentos. Hasta el Imperio, la referencia romana ha trasportado, de una manera ambigua, el ideal jurídico de la ciudadanía y la técnica de los procedimientos disciplinarios. En todo caso, lo que en la fábula antigua que se representaba permanentemente en los colegios de los jesuitas había de estrictamente disciplinario ha predominado Cf. lo que decía La Métherie al visitar Le Creusot: "Las construcciones para tan hermoso establecimiento y una cantidad tan grande de obras diferentes, debían tener una extensión suficiente, con el fin de que no hubiera confusión entre los obreros durante el tiempo de trabajo" (Journal de physique, t. xxx, 1787, p. 66). 64 Cf. C. de Rochemonteix, Un collège au XV11e siècle, 1889, t. III, pp. 51ss. 63
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sobre lo que tenía de torneo y de remedo de guerra. Poco a poco —pero sobre todo después de 1762— el espacio escolar se despliega; la clase se torna homogénea, ya no está compuesta sino de elementos individuales que vienen a disponerse los unos al lado de los otros bajo la mirada del maestro. El "rango", en el siglo XVIII, comienza a definir la gran forma de distribución de los individuos en el orden escolar: hileras de alumnos en la clase, los pasillos y los estudios; rango atribuido a cada uno con motivo de cada tarea y cada prueba, rango que obtiene de semana en semana, de mes en mes, de año en año; alineamiento de los grupos de edad unos a continuación de los otros; sucesión de las materias enseñadas, de las cuestiones tratadas según un orden de dificultad creciente. Y en este conjunto de alineamientos obligatorios, cada alumno de acuerdo con su edad, sus adelantos y su conducta, ocupa ya un orden ya otro; se desplaza sin cesar por esas series de casillas, las unas, ideales, que marcan una jerarquía del saber o de la capacidad, las otras que deben traducir materialmente en el espacio de la clase o del colegio la distribución de los valores o de los méritos. Movimiento perpetuo en el que los individuos sustituyen unos a otros, en un espacio ritmado por intervalos alineados. La organización de un espacio serial fue una de las grandes mutaciones técnicas de la enseñanza elemental. Permitió sobrepasar el sistema tradicional (un alumno que trabaja unos minutos con el maestro, mientras el grupo confuso de los que esperan permanece ocioso y sin vigilancia). Al asignar lugares individuales, ha hecho posible el control de cada cual y el trabajo simultáneo de todos. Ha organizado una nueva economía del tiempo de aprendizaje. Ha hecho funcionar el espacio escolar como una máquina de aprender, pero también de vigilar, de jerarquizar, de recompensar. J.-B. de La Salle soñaba con una clase cuya distribución espacial pudiera asegurar a la vez toda una serie de distinciones: según el grado de adelanto de los alumnos, según el valor de cada uno, según la mayor o menor bondad de carácter, según su mayor o menor aplicación, según su limpieza y según la fortuna de sus padres. Entonces, la sala de clase formaría un gran cuadro único, de entradas múltiples, bajo la mirada cuidadosamente "clasificadora" del maestro: "Habrá en todas las clases lugares asignados para todos los escolares de todas las lecciones, de suerte que todos los de la misma lección estén colocados en un mismo lugar y siempre fijo. Los escolares de las lecciones más adelantadas estarán sentados en los bancos más cercanos al muro, y los otros a continuación según el orden de las lecciones, avanzando hacia el centro de la clase... Cada uno de los alumnos tendrá su lugar determinado y ninguno abandonará ni cambiará el suyo sino por orden y con el consentimiento del inspector de las escuelas." Habrá de hacer de modo que "aquellos cuyos padres son descuidados y tienen parásitos estén separados de los que van limpios y no los tienen; que un escolar frívolo y disipado esté entre dos sensatos y sosegados, un libertino o bien solo o entre dos piadosos"65.
J.-B. de La Salle, Conduite des écoles chrétiennes, B. N. Ms. 1I759, pp. 248-249. Poco tiempo antes, Batencour proponía que las salas de clase estuvieran divididas en tres partes: "La más honorable para los que aprenden latín... Es de desear que haya tantos lugares en las mesas como alumnos que escriban, para evitar las confusiones que provocan de ordinario los perezosos." En otra los que aprenden a leer; un banco para los ricos, otro para los pobres, "a fin de que los parásitos no se trasmitan". El tercer emplazamiento para los 65
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Al organizar las "celdas", los "lugares" y los "rangos", fabrican las disciplinas espacios complejos: arquitectónicos, funcionales y jerárquicos a la vez. Son unos espacios que establecen la fijación y permiten la circulación; recortan segmentos individuales e instauran relaciones operatorias; marcan lugares e indican valores; garantizan la obediencia de los individuos pero también una mejor economía del tiempo y de los gestos. Son espacios mixtos: reales, ya que rigen la disposición de pabellones, de salas, de mobiliarios; pero ideales, ya que se proyectan sobre la ordenación de las caracterizaciones, de las estimaciones, de las jerarquías. La primera de las grandes operaciones de la disciplina es, pues, la constitución de "cuadros vivos" que trasforman las multitudes confusas, inútiles o peligrosas, en multiplicidades ordenadas. La constitución de "cuadros" ha sido uno de los grandes problemas de la tecnología científica, política y económica del siglo XVIII: disponer jardines de plantas y de animales, y hacer al mismo tiempo clasificaciones racionales de los seres vivos; observar, controlar, regularizar la circulación de las mercancías y de la moneda y construir así un cuadro económico que pueda valer como principio de enriquecimiento; inspeccionar a los hombres, comprobar su presencia y su ausencia, y constituir un registro general y permanente de las fuerzas armadas; distribuir los enfermos, separarlos unos de otros, dividir con cuidado el espacio de los hospitales y hacer una clasificación sistemática de las enfermedades: otras tantas operaciones paralelas en que los dos constituyentes — distribución y análisis, control e inteligibilidad— son solidarios el uno del otro. El cuadro, en el siglo XVIII, es a la vez una técnica de poder y un procedimiento de saber. Se trata de organizar lo múltiple, de procurarse un instrumento para recorrerlo y dominarlo; se trata de imponerle un "orden". Como el jefe de ejército de que hablaba Guibert, el naturalista, el médico, el economista están "cegados por la inmensidad, aturdidos por la multitud... las combinaciones innumerables que resultan de la multiplicidad de los objetos, tantas atenciones reunidas forman una carga que sobrepasa sus fuerzas. La ciencia de la guerra moderna al perfeccionarse, al acercarse a los verdaderos principios, podría volverse más simple y menos difícil"; los ejércitos "con tácticas simples, análogas, susceptibles de plegarse a todos los movimientos... serían más fáciles de poner en movimiento y de conducir"66. Táctica, ordenamiento espacial de los hombres; taxonomía, espacio disciplinario de los seres naturales; cuadro económico, movimiento regulado de las riquezas. Pero el cuadro no desempeña la misma función en estos diferentes registros. En el orden de la economía, permite la medida de las cantidades y el análisis de los movimientos. Bajo la forma de la taxonomía, tiene como función caracterizar (y por consiguiente reducir las singularidades individuales), y constituir clases (por lo tanto excluir las consideraciones de número). Pero en la forma de la distribución disciplinaria, la ordenación en cuadro tiene como función, por el contrario, tratar la multiplicidad por sí misma, distribuirla y obtener de ella el mayor número de efectos posibles. Mientras que la taxonomía natural se sitúa sobre el eje que va del carácter a la categoría, la táctica disciplinaria se sitúa sobre el eje que une lo singular con lo múltiple. Permite a la vez la caracterización del individuo como individuo, y la ordenación de una multiplicidad dada. Es la condición primera para recién llegados: "Cuando se ha reconocido su capacidad, se les fija un lugar" (M. I. D. B., Instruction méthodique pour l'école paroissiale, 1669, pp. 56-57). Cf. láms. 10-11. 66
J. A. de Guibert, Essai général de tactique, I. Discurso preliminar, p. xxxvi.
el control y el uso de un conjunto de elementos distintos: la base para una microfísica de un poder que se podría llamar "celular".
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EL CONTROL DE LA ACTIVIDAD 1) El empleo del tiempo es una vieja herencia. Las comunidades monásticas habían sin duda sugerido su modelo estricto. Rápidamente se difundió. Sus tres grandes procedimientos —establecer ritmos, obligar a ocupaciones determinadas, regular los ciclos de repetición— coincidieron muy pronto en los recién llegados. A las nuevas disciplinas no les ha costado trabajo alojarse en el interior de los esquemas antiguos; las casas de educación y los establecimientos de asistencia prolongaban la vida y la regularidad de los conventos, de los que con frecuencia eran anejos. El rigor del tiempo industrial ha conservado durante siglos un ritmo religioso; en el XVII el reglamento de las grandes manufacturas precisaba los ejercicios que debían escandir el trabajo: "Todas las personas..., al llegar por la mañana a su lugar, antes de trabajar comenzarán por lavarse las manos, ofrecerán a Dios su trabajo, harán el signo de la cruz y se pondrán a trabajar"; pero todavía en el siglo XIX, cuando se quiere utilizar en la industria a las poblaciones rurales, ocurre que, para habituarlas al trabajo en los talleres, se apela a congregaciones; se encuadra a los obreros en unas "fábricas-convento". La gran disciplina militar se ha formado, en los ejércitos protestantes de Mauricio de Orange y de Gustavo Adolfo, a través de una rítmica del tiempo que estaba escandida por los ejercicios de piedad; la existencia en el ejército debe tener, decía Boussanelle, bastante más tarde, algunas "de las perfecciones del claustro mismo"67. Durante siglos, las órdenes religiosas han sido maestras de disciplina: eran los especialistas del tiempo, grandes técnicos del ritmo y de las actividades regulares. Pero estos procedimientos de regularización temporal que las disciplinas heredan, ellas mismas los modifican. Afinándolos en primer lugar. Se ponen a contar en cuartos de hora, en minutos, en segundos. En el ejército, naturalmente; Guibert hizo proceder sistemáticamente a cronometrajes de tiro cuya idea había tenido Vauban. En las escuelas elementales, el recorte del tiempo se hace cada vez más sutil; las actividades se hallan ceñidas cada vez más por órdenes a las que hay que responder inmediatamente: "al último toque de la hora, un alumno hará sonar la campana y a la primera campanada todos los escolares se pondrán de rodillas, con los brazos cruzados y los ojos bajos. Acabada la oración, el maestro dará un golpe como señal para que los alumnos se levanten, otro para hacerles que se inclinen ante el Cristo, y el tercero para que se sienten"68. A comienzos del siglo XIX, se propondrá para la escuela de enseñanza mutua unos empleos del tiempo como el siguiente: 8 h 45 entrada del instructor, 8 h 52 llamada del instructor, 8 h 56 entrada de los niños y oración, 9 h entrada en los bancos, 9 h 04 primera pizarra, 9 h 08 fin del dictado, 9 h 12 segunda pizarra, etcétera69. La extensión progresiva del salariado lleva aparejada por su parte una división ceñida del tiempo: "Si ocurriera que los obreros
Artículo 1 del reglamento de la fábrica de Saint-Maur. L. de Boussanelle, Le bon militaire, 1770, p. 2. Sobre el carácter religioso de la disciplina en el ejército sueco, cf. The Swedish discipline, Londres, 1632. 67 68
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J.-B. de La Salle, Conduite des écoles chrétiennes, B. N. Ms. 11759. pp.
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llegaran pasado un cuarto de hora después de haber tocado la campana..." 70; "aquel de los compañeros a quien se hiciera salir durante el trabajo y perdiera más de cinco minutos..."; "aquel que no esté en su trabajo a la hora exacta... " 71 Pero se busca también asegurar la calidad del tiempo empleado: control ininterrumpido, presión de los vigilantes, supresión de todo cuanto puede turbar y distraer, se trata de constituir un tiempo íntegramente útil: "Está expresamente prohibido durante el trabajo divertir a los compañeros por gestos o de cualquier otro modo, entregarse a cualquier juego sea el que fuere, comer, dormir, contar historias y comedias"72; e incluso durante la interrupción de la comida, "no se hará ningún discurso de historia, de aventura o de otros temas que distraiga a los obreros de su trabajo"; "está expresamente prohibido a todo obrero y bajo ningún pretexto introducir vino en la manufactura y beber en los talleres"73. El tiempo medido y pagado debe ser también un tiempo sin impureza ni defecto, un tiempo de buena calidad, a lo largo de todo el cual permanezca el cuerpo aplicado a su ejercicio. La exactitud y la aplicación son, junto con la regularidad, las virtudes fundamentales del tiempo disciplinario. Pero no es esto lo más nuevo. Otros procedimientos son más característicos de las disciplinas. 2) La elaboración temporal del acto. Consideremos dos maneras de controlar la marcha de un cuerpo de tropa. Comienzos del siglo XVII: "Acostumbrar a los soldados, que marchan en fila o en batallón, a marchar a la cadencia del tambor. Y para hacerlo, hay que comenzar por el pie derecho, a fin de que toda la tropa se encuentre levantando un mismo pie al mismo tiempo."74 Mediados del siglo XVIII, cuatro especies de paso: "La longitud del paso corto será de un pie, la del paso ordinario, del paso redoblado y del paso de maniobra de dos pies, todo ello medido de un talón al otro; en cuanto a la duración, la del paso corto y el paso ordinario será de un segundo, durante el cual se harán dos pasos redoblados; la duración del paso de maniobra será de un poco más de un segundo. El paso oblicuo se hará en el mismo espacio de un segundo; será todo lo más de 18 pulgadas de un talón al otro... Se ejecutará el paso ordinario de frente llevando la cabeza alta y el cuerpo derecho, manteniéndose en equilibrio sucesivamente sobre una sola pierna, y echando la otra hacia delante, con la corva tensa, la punta del pie un tanto vuelta hacia fuera y baja para rozar sin exageración la superficie sobre la cual se deberá marchar y dejar el pie en el suelo de manera que cada parte se apoye en éste al mismo tiempo sin golpearlo”.75 Entre estas dos prescripciones, se ha puesto en juego un nuevo conjunto de coacciones, otro grado de precisión en la descomposición de los gestos y de los movimientos, otra manera de ajustar el cuerpo a unos imperativos temporales.
Bally, citado por R. R. Tronchot, L'enseignement mutuel en France, tesis mecanografiada, I, p. 221. 70
Projet de règlement pour la fabrique d'Amboise, art. 2. Archivos nacionales F 12 1301. Se précisa que esto es también para los que trabajan en las piezas. 71
Reglamento provisional para la fábrica de M. S. Oppenheim, 1809, arts. 7-8, en Hayem, Mémoires et documents pour revenir à l'histoire du commerce. 72
Reglamento para la fábrica de M. S. Oppenheim, art. 16. L. de Montgommery, La milice française, éd. de 1636, p. 86. 75 Ordonnance du 1er janvier 1766, pour régler l'exercise de l'infanterie. 73
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Lo que define la ordenanza de 1766 no es un empleo del tiempo, marco general para una actividad; es más que un ritmo colectivo y obligatorio, impuesto desde el exterior; es un "programa"; asegura la elaboración del propio acto; controla desde el interior su desarrollo y sus fases. Se ha pasado de una forma de conminación que medía o ritmaba los gestos a una trama que los coacciona y los sostiene a lo largo de todo su encadenamiento. Se define una especie de esquema anatomocronológico del comportamiento. El acto queda descompuesto en sus elementos; la posición del cuerpo, de los miembros, de las articulaciones se halla definida; a cada movimiento le están asignadas una dirección, una amplitud, una duración; su orden de sucesión está prescrito. El tiempo penetra el cuerpo, y con él todos los controles minuciosos del poder.
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3) De donde el establecimiento de correlación del cuerpo y del gesto. El control disciplinario no consiste simplemente en enseñar o en imponer una serie de gestos definidos; impone la mejor relación entre un gesto y la actitud global del cuerpo, que es su condición de eficacia y de rapidez. En el buen empleo del cuerpo, que permite un buen empleo del tiempo, nada debe permanecer ocioso o inútil: todo debe ser llamado a formar el soporte del acto requerido. Un cuerpo bien disciplinado forma el contexto operatorio del menor gesto. Una buena letra, por ejemplo, supone una gimnasia, toda una rutina cuyo código riguroso domina el cuerpo por entero, desde la punta del pie a la yema del dedo índice. Hay que "tener el cuerpo derecho, un poco vuelto y libre del lado izquierdo, y un tanto inclinado hacia delante, de suerte que estando apoyado el codo sobre la mesa, la barbilla pueda apoyarse en el puño, a menos que el alcance de la vista no lo permita; la pierna izquierda debe estar un poco más delante bajo la mesa que la derecha. Hay que dejar una distancia de dos dedos entre el cuerpo y la mesa; porque no sólo se escribe con más rapidez, sino que nada hay más perjudicial para la salud como contraer el hábito de apoyar el estómago contra la mesa; la parte del brazo izquierdo desde el codo hasta la mano, debe estar colocada sobre la mesa. El brazo derecho ha de estar alejado del cuerpo unos tres dedos, y sobresalir casi cinco dedos de la mesa, sobre la cual debe apoyarse ligeramente. El maestro hará conocer a los escolares la postura que deben adoptar para escribir y la corregirá, ya sea por señas o de otro modo, cuando se aparten de ella"76. Un cuerpo disciplinado es el apoyo de un gesto eficaz. 4) La articulación cuerpo-objeto. La disciplina define cada una de las relaciones que el cuerpo debe mantener con el objeto que manipula. Entre uno y otro, dibuja aquélla un engranaje cuidadoso. "Ejercido con el arma hacia delante. En tres tiempos. Se da un golpe con la mano izquierda, el brazo tendido pegado al cuerpo para mantenerlo verticalmente frente a la rodilla derecha, con el extremo del cañón a la altura del ojo, agarrándolo entonces de un golpe con la mano izquierda, el brazo tendido pegado al cuerpo-a la altura del cinturón. Al segundo tiempo, se llevará con la mano-izquierda el fusil ante sí, con el cañón entre los dos ojos, a plomo; la mano derecha lo tomará por el cuello, con el brazo tendido y el guardamonte apoyado en el dedo índice, la mano izquierda a la altura de la muesca, extendido el pulgar a lo largo del cañón contra la moldura. Al tercer tiempo, la mano izquierda abandonará el fusil, para caer contra el muslo; se levantará el arma con la mano derecha, con la llave hacia fuera y frente al pecho, el brazo derecho 76
J.-B. de La Salle, Conduite des Écoles chrétiennes, ed. de 1828, pp. 63-64. Cf. lám. 8.
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medio tendido, el codo junto al cuerpo, el pulgar contra la llave, apoyado en el primer tornillo, el dedo índice sobre el gatillo, el cañón a plomo." 77 Aquí tenemos un ejemplo de lo que podría llamarse el cifrado instrumental del cuerpo. Consiste en una descomposición del gesto global en dos series paralelas: la de los elementos del cuerpo que hay que poner en juego (mano derecha, mano izquierda, diferentes dedos de la mano, rodilla, ojo, codo, etcétera), y la de los elementos del objeto que se manipula (cañón, muesca, gatillo, tornillo, etcétera); después pone en correlación a los unos con los otro según cierto número de gestos simples (apoyar, doblar); finalmente, fija la serie canónica en la que cada una de estas correlaciones ocupa un lugar determinado. A esta sintaxis obligada es a lo que los teóricos militares del siglo XVIII llamaban la "maniobra". La receta tradicional se sustituye por prescripciones explícitas y coactivas. El poder viene a deslizarse sobre toda la superficie de contacto entre el cuerpo y el objeto que manipula; los amarra el uno al otro. Constituye un complejo cuerpo-arma, cuerpo-instrumento, cuerpomáquina. Se está lo más lejos posible de aquellas formas de sujeción que no pedían al cuerpo otra cosa que signos o productos, formas de expresión o el resultado del trabajo. La reglamentación impuesta por el poder es al mismo tiempo la ley de construcción de la operación. Y así aparece este carácter del poder disciplinario: tiene menos una función de extracción que de síntesis, menos de extorsión del producto que de vínculo coercitivo con el aparato de producción.
5) La utilización exhaustiva. El principio que estaba subyacente en el empleo del tiempo en su forma tradicional era esencialmente negativo; principio de no ociosidad: está vedado perder un tiempo contado por Dios y pagado por los hombres; el empleo del tiempo debía conjurar el peligro de derrocharlo, falta moral y falta de honradez económica. En cuanto a la disciplina, procura una economía positiva; plantea el principio de una utilización teóricamente creciente siempre del tiempo: agotamiento más que empleo; se trata de extraer, del tiempo, cada vez más instantes disponibles y, de cada instante, cada vez más fuerzas útiles. Lo cual significa que hay que tratar de intensificar el uso del menor instante, como si el tiempo, en su mismo fraccionamiento, fuera inagotable; o como si, al menos, por una disposición interna cada vez más detallada, pudiera tenderse hacia un punto ideal en el que el máximo de rapidez va a unirse con el máximo de eficacia. Era realmente esta técnica la que se utilizaba en los famosos reglamentos de la infantería prusiana que toda Europa imitó después de las victorias de Federico II: 254 cuanto más se descompone el tiempo, cuanto más se multiplican sus subdivisiones, mejor se lo desarticula desplegando sus elementos internos bajo una mirada que los controla, más se puede acelerar entonces una operación, o al menos regularla de acuerdo con un grado óptimo de velocidad. De ahí la reglamentación del tiempo de la acción que fue tan importante en el ejército y que debía serlo para toda la tecnología de la actividad humana: 6 tiempos preveía el No se puede atribuir el éxito de las tropas prusianas "a otra cosa que a la excelencia de su disciplina y de su ejercicio; no es, por lo tanto, una cosa indiferente la elección del ejercicio; se ha trabajado en ello en Prusia por espacio de cuarenta años, con una aplicación sin tregua" (Mariscal de Sajonia, carta al conde de Argenson, 25 de febrero de 1750; Arsenal, Ms. 2701. Mes rêveries, t. II, p. 249). Cf. láms. 3 y 4. 77
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reglamento prusiano de 1743 para descansar el arma, 4 para tenderla, 13 para ponerla vuelta sobre el hombro, etcétera. Por otros medios, la escuela de enseñanza mutua ha sido dispuesta también como un aparato para intensificar la utilización del tiempo; su organización permitía eludir el carácter lineal y sucesivo de la enseñanza del maestro: regulaba el contrapunto de operaciones hechas, en el mismo momento, por diferentes grupos de alumnos, bajo la dirección de los instructores y de los ayudantes, de suerte que cada instante que trascurría estaba lleno de actividades múltiples, pero ordenadas; y por otra parte, el ritmo impuesto por señales, silbatos, voces de mando, imponía a todos unas normas temporales que debían a la vez acelerar el proceso de aprendizaje y enseñar la rapidez como una virtud; 78"el único objeto de estas voces de mando es... habituar a los niños a ejecutar pronto y bien las mismas operaciones, disminuir en la medida de lo posible por la celeridad la pérdida de tiempo que supone el paso de una operación a otra"79. Ahora bien, a través de esta técnica de sujeción, se está formando un nuevo objeto; lentamente, va ocupando el puesto del cuerpo mecánico, del cuerpo compuesto de sólidos y sometido a movimientos, cuya imagen había obsesionado durante tanto tiempo a los que soñaban con la perfección disciplinaria. Este objeto nuevo es el cuerpo natural, portador de fuerzas y sede de una duración; es el cuerpo susceptible de operaciones especificadas, que tienen su orden, su tiempo, sus condiciones internas, sus elementos constitutivos. El cuerpo, al convertirse en blanco para nuevos mecanismos del poder, se ofrece a nuevas formas de saber. Cuerpo del ejercicio, más que de la física especulativa; cuerpo manipulado por la autoridad, más que atravesado por los espíritus animales; cuerpo del encauzamiento útil y no de la mecánica racional, pero en el cual, por esto mismo, se anunciará cierto número de exigencias de naturaleza y de coacciones funcionales. Es él lo que descubre Guibert en la crítica que hace de las maniobras demasiado artificiales. En el ejercicio que se le impone y al que resiste, el cuerpo dibuja sus correlaciones esenciales, y rechaza espontáneamente lo incompatible: "Éntrese en la mayoría de nuestras escuelas de ejercicio, y se verá a todos los desdichados soldados en actitudes violentas y forzadas, se verán todos sus músculos contraídos, la circulación de la sangre interrumpida... Estudiemos la intención de la naturaleza y la construcción del cuerpo humano y encontraremos la posición y la actitud que prescribe claramente para el soldado. La cabeza debe estar derecha, libre y fuera de los hombros, asentada perpendicularmente en medio de éstos. No debe estar vuelta ni a la izquierda ni a la derecha; porque, dada la correspondencia que existe entre las vértebras del cuello y el omóplato al cual están unidas, ninguna de ellas puede moverse circularmente sin arrastrar levemente del mismo lado que actúa una de las ramas del hombro, y entonces, al no estar ya el cuerpo situado en ángulo recto, el soldado no puede caminar hacia delante en línea recta ni servir de punto de alineamiento... Y como el hueso de la cadera, que la Ejercicio de escritura: ..."9: Manos sobre las rodillas. Esta orden se da por medio de un toque de campanilla; 10: manos sobre la mesa, cabeza alta; 11: limpien las pizarras: todos limpian las pizarras con un poco de saliva o mejor aún con una muñequilla de retazos; 12: muéstrense las pizarras: 13: instructores, revisen. Revisan las pizarras de sus ayudantes y a continuación las de su banco. Los ayudantes revisan las de su banco, y todos permanecen en su lugar." 78
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Samuel Bernard. "Rapport du 30 octobre 1816 à la société de l'enseignement mutuel".
Ordenanza indica como el punto en el que debe apoyarse el pico de la culata, no tiene la misma situación en todos los hombres, el fusil deben llevarlo unos más a la derecha y otros más a la izquierda. Por la misma razón de la desigualdad de estructura, el guardamonte se encuentra más o menos apretado contra el cuerpo, según tenga un hombre la parte externa del hombro más o menos carnosa, etcétera."80
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Hemos visto cómo los procedimientos de la distribución disciplinaria tenían su lugar entre las técnicas contemporáneas de clasificación y de disposición en cuadro; pero cómo introducían el problema específico de los individuos y de la multiplicidad. Asimismo, los controles disciplinarios de la actividad se sitúan entre todas las investigaciones; teóricas o prácticas, sobre la maquinaria natural de los cuerpos; pero comienzan a descubrir procesos específicos; el comportamiento y sus exigencias van a sustituir poco a poco la simple física del movimiento. El cuerpo, al que se pide ser dócil hasta en sus menores operaciones, opone y muestra las condiciones de funcionamiento propias de un organismo. El poder disciplinario tiene como correlato una individualidad no sólo analítica y "celular", sino natural y "orgánica".
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J. A. de Guibert, Essai général de tactique, 1772, I, pp. 21-22.
PROBLEMA I C
Educación y Formación
Gadamer
Hans-Georg Gadamer
Verdad y Método
Antes de empezar… <<Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del Sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos>>.
Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, quien, conmovida por el deseo del rey, le dijo "mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal". Y así fue como Galatea se convirtió en humana.
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Y… ¿Si hay un escultor? Y… ¿Si somos sus imágenes? Y… ¿Si <<amar>> es el verbo esculpir?
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Problema II
Historia de las ideas en Colombia << (…) el interés es mostrar los desfases y los aciertos que se dan frente a la realidad de esta nación [Colombia] en relación con la forma en que ha sido pensada, encontrando una ilación, difícil de separar, entre pensamiento y política, entendida esta última como ejercicio de poder por parte de las élites. De ahí la direccionalidad de una educación que va de la mano con la formación y el desarrollo del pensamiento colombiano, en maridaje con el catolicismo, con el liberalismo o con el conservatismo, y todas las formas y fracciones que de ello se pueden desprender. La falta de independencia de la formación de ese pensamiento es quizás el factor que explica por qué no existe realmente una filosofía colombiana como tal. La ausencia de lo que el autor llama falta de tradición filosófica, en la medida en que se pasa de una moda intelectual a otra, sin que se relacione el autor impuesto, tanto con un pensamiento que se ha intentado construir como con la pertinencia de ese pensamiento en el país, es otra de las limitantes expuestas. Creemos, sin embargo, que hay también un vacío al desconocer las cosmogonías que forjaron nuestros antepasados indígenas, hoy por hoy se está despertando un interés por relacionar también el pensamiento colombiano con el desarrollo del pensamiento indígena que ha existido siempre, pero que, sin duda alguna, ha sido el más invisibilizado de todos, en correspondencia con la permanencia de un sentimiento de dominio y de un desarrollismo que implica no abordar los temas de la tradición desde una lengua y una posición diferentes de la occidental.>>
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[Presentación del libro Estudios sobre el pensamiento colombiano de Damián Pachón Soto]
PROBLEMA II A
Ideas conservadoras en Colombia
Herencia colonial
Católicos
Conservadores
Vicisitudes del pensamiento conservador colombiano Jaime Jaramillo Uribe
Para presentar en una síntesis el desarrollo de las ideas conservadoras en Colombia, quizás sean convenientes algunas palabras sobre las características de este tipo de pensamiento político. Según el historiador Russel Kirk, los principios que caracterizan la mentalidad conservadora son los siguientes: 1. Creencia de que existe un designio divino que rige la sociedad y la conciencia humana, forjando una cadena de derechos y deberes que liga a grandes y humildes, a los vivos y a los muertos. Por esta razón los problemas políticos son en el fondo problemas religiosos y morales. 2. Cierta creencia en la variedad de la vida humana, frente a los limitativos designios de uniformidad, utilitarismo e igualitarismo de la mayor parte de los sistemas radicales como el liberalismo y el socialismo. 3. Convicción de que la sociedad requiere órdenes y clases, es decir, jerarquías. La única igualdad entre los hombres es la moral.
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4. Creencia en que la propiedad y la libertad están inseparablemente unidas. La propiedad es una garantía de la libertad y la nivelación no implica progreso económico. 5. Fe en las normas consuetudinarias, en la tradición como única manera de derrotar las tendencias anárquicas del hombre. 6. Reconocimiento de que cambio y reforma no son cosas idénticas y que las innovaciones son con mucha frecuencia devoradores incendios, más que muestra
de progreso. La sociedad debe cambiar, pero su conservación exige cambios lentos. La piedra de toque de un estadista es su capacidad para descubrir el sentido providencial de la sociedad. Si confrontamos estos criterios con las ideas que sobre el gobierno y los problemas de la sociedad y del Estado han expuesto los conservadores colombianos, podremos ver hasta dónde ha existido entre nosotros un pensamiento conservador bien fundado y coherente y quiénes los han representado. Si nos remontamos a nuestros orígenes históricos, podemos observar que en las leyes y la mentalidad de los súbditos de la corona española predominaba la idea del origen divino del poder real. El rey de España era por tradición milenaria o por designio divino quien tenía el poder de legislar y de ordenar. Las leyes y decisiones políticas se tomaban y variaban, se confirmaban o se modificaban siguiendo ciertas pautas morales y religiosas, pero en forma lenta y teniendo en cuenta las necesidades y circunstancias de las diversas regiones de América. A nadie se le ocurría que el origen del poder de la monarquía, del poder soberano del rey para legislar y ordenar, podría tener fundamento en la voluntad y el consentimiento de los súbditos americanos. No sólo el poder del rey se basaba en los designios divinos y en la tradición milenaria, sino también el ordenamiento de la sociedad con sus clases y órdenes sociales: aristocracia o nobleza, estamentos religiosos, burgueses y pueblo llano.
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Este tipo de mentalidad comenzó a cambiar, al menos en la clase dirigente de los territorios americanos, al finalizar el siglo XVIII, es decir, en las vísperas de la Independencia, cuando los sectores dirigentes de América comenzaron a ponerse en contacto con el pensamiento liberal, republicano y democrático que produjo la Revolución Francesa, pensamiento basado en la idea de que el origen del poder de los gobernantes se basa en el consentimiento de los ciudadanos. Ahora bien, una sociedad determinada por el consentimiento de los ciudadanos, en sus variables intereses, era forzosamente una sociedad abierta, sometida a cambios frecuentes, que no podía invocar la tradición como fundamento de sus instituciones. Por eso, ser republicano y negarse a reconocer el dominio de la monarquía española sobre los territorios americanos y ser un conservador consecuente implicaría un difícil, casi imposible cambio de mentalidad para un latinoamericano que luchó por la independencia y luego asumió la tarea de organizar la república. El esfuerzo para superar esa contradicción lo realizó, con relativo éxito, el más estructurado, quizás el único pensador conservador que ha tenido Colombia: Miguel Antonio Caro. Caro tenía la convicción, y así lo expresó reiteradamente, que el poder soberano tiene origen divino y que la política sin bases morales y religiosas carece de fundamentos sólidos. Afirmó también que la cohesión de una sociedad tiene su mayor soporte en la tradición, que en el caso de los pueblos latinoamericanos era la tradición política y cultural española. La independencia de España fue justificada, pero esto no obligaba a una absoluta ruptura con el pasado, con un pasado en que España había edificado para estos países una civilización y unas instituciones excelsas: lengua, valores morales y religiosos, derecho, civilización material, etc.
De haber actuado con estricta lógica, su convicción de que todo poder viene de Dios y su reverencia hacia la tradición habrían llevado a Caro a una posición monárquica. Como tal postura era imposible para un patriota, ya que la independencia se había hecho contra una monarquía y en Colombia, como en general en América, no existía ni una nobleza, ni una aristocracia con milenaria tradición de fueros y derechos, ni siquiera existía la riqueza que el boato y los rituales de una monarquía requieren, la única alternativa que quedaba era la organización del Estado sobre las bases del modelo republicano, liberal y democrático. Por eso fracasaron y tenían que fracasar en 1826 los fugaces intentos de instituir una monarquía en la Gran Colombia. Bolívar, en primer lugar, y muchos miembros de la generación prócer, se dieron cabal cuenta del problema y por eso aceptaron la organización republicana, inyectándole algunos factores de estabilidad como la presidencia vitalicia que proponía el Libertador en su proyecto de Constitución boliviana. El señor Caro estuvo ante los mismos dilemas en 1886. Por eso, pese a sus más íntimas convicciones, aceptó para la Constitución nacional el modelo básico del Estado liberal de derecho, insertándole también ciertos principios e instituciones que él consideraba le darían el carácter de una Constitución conservadora: la unión de la Iglesia y el Estado, la presidencia con fuertes atribuciones, de largo período y posibilidad de reelección, y algunos límites a los derechos individuales y a las garantías sociales. Su idea de un congreso compuesto de una cámara de elección popular y de un senado de extracción corporativa que representara intereses de instituciones como la familia, los gremios económicos, las universidades y la Iglesia, como una forma de compensar la debilidad, los defectos y las desfiguraciones que podía producir el sufragio popular, para su pesar, fue derrotada en la asamblea constituyente del 86.
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Si nos referimos a las ideas sostenidas por el partido conservador colombiano en los sucesivos programas desde su fundación en 1847 por Mariano Ospina Rodríguez y José Eusebio Caro, podemos observar las dificultades de adherirse a una línea ortodoxa de pensamiento. Estos fueron los lineamientos generales del primer programa formulado por los fundadores: El partido conservador sostiene el orden contra la dictadura. La legalidad contra las vías de hecho. La moral cristiana contra el materialismo y el ateísmo. La libertad racional contra la opresión y el despotismo monárquico, militar y demagógico. La igualdad contra el privilegio aristocrático, la oclocracia, el privilegio universitario o cualquiera otro. La tolerancia real y efectiva contra el exclusivismo, sea del católico contra el protestante y el deísta, o del ateo contra el jesuita. La propiedad contra el robo y la usurpación ejercida por los comunistas, los socialistas, los supremos o cualesquiera otros. La seguridad contra la arbitrariedad. Este programa no difería mucho del que por la misma época propuso Ezequiel Rojas al también naciente partido liberal colombiano. Durante la segunda mitad del siglo XIX, el partido conservador formuló varios programas. En 1878, terminada la guerra civil de 1876, promovida por conservatismo contra los gobiernos radicales de la época, se promulgó un programa, probablemente redactado por José María Samper, que en esa época había abandonado las toldas liberales para incorporarse al partido conservador. En este programa el conservatismo, en contra de su tradición, acepta el federalismo
como forma de organización del Estado. Declara que el catolicismo es la base de sus doctrinas. Proclama la organización de un gobierno justo y "barato", es decir, con poca burocracia y pocos gastos. Afirma la búsqueda de un gobierno alternativo y responsable. Acepta la tolerancia de cultos religiosos, pero afirma que por ser la religión católica la verdadera y la que profesa la casi totalidad de los colombianos, defenderá sus intereses contra toda arbitrariedad del Estado. En 1881 se formula un nuevo programa. Se mantienen en general los mismos principios del anterior y se agrega que el partido promoverá el fomento de las letras, el comercio y la agricultura. En el siglo XX, en 1931, una convención nacional adopta un programa en que se proclama la defensa de la unidad nacional contra todo intento de federalismo, la defensa de la familia, de la propiedad y de la unidad religiosa del país. Se afirma que el partido es democrático y que fomentará la riqueza, la educación y el desarrollo de la universidad pública. En materias económicas ofrece apoyar en primer lugar la agricultura, pero también la industria a través de una política de protección aduanera. Proclama la necesidad de tecnificar la administración pública mediante la organización de la carrera administrativa. Reconoce el derecho de propiedad como base del orden social y económico, pero afirma que puede limitarse por razones de utilidad pública y acepta en general la intervención del Estado en la economía "para conseguir la armonía entre el capital y el trabajo". Contiene además una declaración contra las doctrinas comunistas y contra todos los matices de la izquierda en materias de política social. Con excepción de Miguel Antonio Caro y de Sergio Arboleda en el siglo pasado, pocos escritores colombianos han intentado exponer el pensamiento conservador en forma sistemática. Unas pocas excepciones a esta regla las constituyen las obras escritas del político y escritor antioqueño Gonzalo Restrepo Jaramillo, del dirigente caldense Aquilino Villegas y en forma menos sistemática –en escritos periodísticos, conferencias y mensajes– Laureano Gómez. Restrepo Jaramillo retrotrae los orígenes del pensamiento conservador a la obra de Santo Tomás de Aquino, a las doctrinas del derecho natural sobre la propiedad, la libertad individual y la base religiosa y moral de la actividad del Estado. En lo demás, sobre todo en el problema crucial del origen de la soberanía y del poder político, acepta la teoría del consentimiento de los ciudadanos. Es decir, la teoría liberal clásica. Por su parte, Laureano Gómez sintetizó sus ideas sobre la organización del Estado, sostenidas a través de cincuenta años de vida política, en su discurso de posesión de la Presidencia de la República en 1950. Insistió en la idea de la intervención de la divina providencia en la marcha de los destinos humanos, insistió en la colaboración de la Iglesia y el Estado en el mantenimiento del orden social, en el contenido moral de la política y en la defensa de la civilización cristiana.
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BIBLIOGRAFÍA MÍNIMA JARAMILLO URIBE, JAIME. Antología del pensamiento político colombiano. 2 Vols. Bogotá: Banco de la República, 1970. Los programas conservadores. Editados por la Dirección Nacional de Unidad Conservadora. Bogotá: Renacimiento, 1967. KIRK RUSSEL. La mentalidad conservadora en Inglaterra y en los Estados Unidos. Madrid: Rialp, 1956. RESTREPO JARAMILLO, GONZALO. El pensamiento conservador. Medellín: Bedout, 1936.
PROBLEMA II B
Ideas liberales en Colombia
Modernidad
Liberales
Occidentales
El liberalismo colombiano y la democracia Jorge Orlando Melo
Ayer se señaló que algunos términos usuales del debate político, como democracia, izquierda, liberalismo, tienden a desgastarse y a adquirir un sentido confuso. Sin embargo, todos sabemos que las monedas desgastadas son admitidas para comprar en los almacenes y siguen siendo de todas maneras útiles, a pesar de las confusiones que ocasionalmente provocan. Lo mismo ocurre con estos términos.
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Pero por eso, resulta importante aclarar lo que entiendo por "liberalismo" en su sentido general, con independencia del grado en que las ideas liberales hayan sido acogidas o incorporadas al partido liberal colombiano. Como se señaló ayer, en otras exposiciones, el liberalismo del siglo XVIII se configuró alrededor de dos ideas fundamentales: la de defensa de los derechos y libertades individuales contra toda forma de opresión estatal, y la de la necesidad de un sistema político representativo que constituyera una garantía contra las posibilidades de que el estado infringiera los derechos del ciudadano. Este sistema político está basado en la separación de poderes o ramas del poder público; así, la existencia de órganos legislativos, ejecutivos y judiciales, independientes entre sí, se convierte en el mecanismo que permite el florecimiento de libertades de pensamiento, conciencia, expresión, movilización y trabajo, etc.
Debe quedar claro, por otra parte, que estas ideas liberales, cuyos exponentes paradigmáticos son Locke y Montesquieu, surgieron en forma independiente, con excepción tal vez de Rousseau, de una visión democrática de la sociedad. La visión
liberal fue defendida o impulsada principalmente por la burguesía europea y por algunos grupos intelectuales, y en ellos el liberalismo político estuvo estrecha mente ligado a la idea de una economía liberal, y habitualmente se contrapuso a lo que podríamos llamar una perspectiva democrática. Porque no es lo mismo pensar que deben respetarse los derechos individuales a pensar que el pueblo tenga el poder, y este último es el sentido original e inmediato de la idea de “democracia”. Puede existir un régimen liberal, respetuoso de los derechos individuales, que no sea popular, donde el poder esté en manos de un grupo social relativamente estrecho. Así ocurrió, efectivamente, durante los primeros tiempos del liberalismo.
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Pero tanto en Europa como en Colombia las dos corrientes ideológicas mencionadas, independientes en sus orígenes, comenzaron a confluir desde mediados del siglo XIX, para usar una fecha no muy precisa. El doctor Gerardo Molina mostró justamente en su exposición de ayer algunos de los elementos democráticos incluidos en las primeras formulaciones explícitas del liberalismo colombiano en 1849. En ese momento, el liberalismo surgió, al menos parcialmente, como un partido liberal-democrático, y esta confluencia hace parte esencial de su tradición, así haya sido abandonada en algunos momentos de su historia. Es esta una de las peculiaridades del partido liberal colombiano, que aparece cuando se compara con otros partidos liberales, y es justamente la que explica que haya logrado subsistir en Colombia, conservando su nombre y hasta cierto punto una continuidad ideológica e histórica, cuando en otros países, donde el liberalismo acentuó únicamente su vertiente “liberal”, vinculado usualmente a una ideología estrechamente empresarial, desapareció o se convirtió en una agrupación minoritaria.
La confluencia entre liberalismo y democracia estuvo facilitada teóricamente por la idea de que todos los hombres tenían un derecho igual a participar en los beneficios del desarrollo social, idea en la que se unían el concepto de igualdad legal de todos los hombres con el de igualdad substancial de estos. En el siglo XIX podía creerse que el individuo podía desarrollar todas sus capacidades humanas en el marco de una sociedad y una economía liberales. Por eso el hecho señalado por el doctor Molina ayer, de que en la Nueva Granada los prohombres liberales hubieran planteado simultáneamente la defensa de las libertades individuales y los derechos humanos, y la defensa de un modelo de acción estatal que no interviniera en la economía, no es tanto un error como una consecuencia inevitable del sistema de conceptos mencionados. En ese momento se creía que el juego automático de los mecanismos del mercado, en una economía de libre empresa, permitía precisamente lograr los mayores beneficios individuales, económicos y sociales, para todos. Se pensaba que cada persona, buscando su propio interés individual o privado, actuaba en la economía, en la producción, la distribución o el consumo, de tal modo que se lograba automáticamente el bienestar para el mayor número posible, como lo habría dicho Bentham, y el mayor beneficio para el conjunto de la sociedad, que era sólo la suma de los beneficios de los individuos.
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El problema para el liberalismo surgió al entrar en crisis esta visión individualista de la economía y la sociedad, lo que ocurrió en Europa a mediados del siglo XIX. Empezó a advertirse entonces que el juego libre del mercado, aunque aumentaba la productividad e impulsaba un acelerado crecimiento económico, producía continuamente un efecto especial: el mantenimiento de una sociedad dividida en clases con intereses opuestos, en la que los grupos con el control de la propiedad, del poder político y de la información pueden tener un acceso libre a los beneficios producidos por el desarrollo económico y social, mientras que otras clases sociales quedaban por fuera de tales beneficios. Se veía entonces que la economía liberal producía la felicidad de un corto número a costa de la miseria o la degradación de la gran mayoría de la población. Por esta razón importantes sectores del pensamiento liberal europeo —y el ideólogo que surge a la mente, es por excelencia John Stuart Mill—, acabaron reconociendo la necesidad de una intervención continua del estado para corregir los efectos inevitables de la economía liberal. Bentham, uno de los pensadores que mayor influjo tuvo sobre los ideólogos y políticos colombianos, se enfrentó explícitamente a este dilema, al recordar que el liberalismo defendía la ausencia de intervención estatal, la que producía una desigualdad social creciente, pero al mismo tiempo había prometido, —efecto de sus aspectos democráticos iniciales—-, la igualdad social . Para Bentham era preciso elegir entre las ventajas de un crecimiento acelerado de la economía, acompañado por la concentración de riqueza y la desigualdad, resultados todos del libre juego del mercado, y los beneficios de una acción del estado por lograr el ideal democrático de la igualdad. Bentham, buen liberal, concluía que no podía sacrificarse el crecimiento económico y la libertad de mercado en favor de la igualdad.
Esta tensión entre liberalismo y democracia, entre crecimiento de la economía e igualdad, entre los beneficios de los empresarios y los beneficios de la sociedad, trató de resolverse de muy diversas maneras. Por ejemplo, en los Estados Unidos y. en muchas partes de Europa se planteó lo que podríamos llamar un liberalismo utópico, basado en la idea que la sociedad debía convertirse en un conglomerado de pequeños propietarios, donde todos los hombres tuvieran acceso a la tierra y por lo tanto a la independencia personal y a la capacidad de intervenir razonablemente en política que, para los liberales, sólo podía tenerla quien fuera propietario. Por supuesto, esta “utopía” jeffersoniana iba en contra de tendencias más vigorosas de la economía, pues la revolución industrial del siglo XIX sólo fue posible mediante la expansión de la población asalariada, es decir mediante el aumento del número de gentes sin propiedad. Por otra parte, si todos los hombres no eran propietarios no podía realizarse la promesa liberal de igualdad, así fuera puramente política. Todos los pensadores liberales de la primera mitad del siglo XIX estaban de acuerdo en que quien no fuera propietario no podía intervenir responsablemente en la política, y no gozaba de la libertad necesaria para tomar decisiones de acuerdo con su razón. Por eso las constituciones colombianas del siglo XIX, como las leyes electorales inglesas, reservaron el voto para quienes
tuvieran ciertos ingresos mínimos o al menos tuvieran un determinado nivel educativo. Y así se entiende cómo quienes creían que el liberalismo debía promover una sociedad democrática tenían que propugnar porque todos los hombres fueran propietarios. En Colombia se encuentran esbozos de esta idea en figuras como Manuel Murillo Toro, Rafael Núñez en su época radical o Salvador Camacho Roldán, pero su formulación más clara se encuentra sin duda en la obra de Alejandro López a finales de la década de 1920.
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La otra respuesta que se ha dado a la comprobación de que el liberalismo económico, el capitalismo, produce al lado de la riqueza la miseria de las grandes masas, ha sido la que tan grande éxito ha tenido en la sociedad europea de este siglo, por supuesto sobre la basé de un previo desarrollo económico muy elevado. En Europa, se ha mantenido en esencia un sistema político liberal, con un régimen jurídico y legal que permite la competencia política no violenta y respeta en general el sistema de derechos y libertades individua les, y se ha conservado un sistema económico basado en la libertad de empresa y en el capitalismo. El estado interviene para evitar los peores defectos de la libre empresa y contribuir al éxito de la iniciativa empresarial privada, pero interviene también para realizar una amplia distribución de bienes y servicios. En vez de usar el poder del estado para modificar el sistema capitalista alterando la distribución de la propiedad productiva, la que se encuentra tan concentrada en Europa —incluso en Suecia o Inglaterra— como en cualquier país donde impere el capitalismo más crudo, la capacidad estatal se usa para redistribuir, sobre todo mediante un sistema tributario progresivo, los beneficios del crecimiento económico y en general de la producción. Así, el sistema económico produce nueva desigualdad, mantiene clases sociales más o menos antagónicas, concentra la capacidad de decisión económica, y todo esto se considera necesario y conveniente para mantener los estímulos al crecimiento económico, al ahorro y la inversión. Pero el estado, al establecer reglas para el funcionamiento de la economía y para el manejo de las relaciones entre empresarios y asalariados, interviene para corregir en forma continua las desigualdades permanentemente renovadas. Así se estableció el estado del bienestar, muchas veces por la presión y bajo el control de partidos de origen obrero, como el laborismo y las socialdemocracias.
Ahora bien, el partido liberal colombiano, en el momento de su surgimiento, hizo énfasis en lo que corresponde al aspecto puramente liberal, en la lucha por ciertas libertades individuales, en la defensa de una educación libre del control de la iglesia, y ‘en una actitud hacia el estado que insistía en su debilitamiento para ampliar la esfera de acción libre de los individuos. Sin embargo, desde sus orígenes incluyó algunos elementos de la constelación ideológica democrática, mezclados en forma diversa entre los grupos que lo configuraron. Así, como lo señaló ayer el doctor Molina, desde el año de 1849 el partido planteó como parte de su programa el sufragio universal, y la constitución de 1853, en acto que apenas tenía antecedentes en Europa (La Francia de 1851), consagró el derecho al voto de todos
los ciudadanos. Este, sin embargo, sólo se ejerció real mente entre 1853 y 1857, y luego esta idea dejó de hacer parte del ideario liberal por varias décadas. Al mismo tiempo, los grupos contrarios a los gólgotas y radicales rechazaron los efectos que ciertos aspectos del liberalismo económico tenían sobre el bienestar económico de artesanos o gentes sin recursos. Así pues, aunque en el complejo de ideas del liberalismo colombiano dominaban el liberalismo económico y político, tenían algún peso, así fuera subordinado, las ideas democráticas de participación popular en el poder y de la necesidad de que el estado interviniera en la economía para corregir los efectos del mismo liberalismo.
Estos contrastes ideológicos correspondieron a una clara división dentro de la coalición de sectores sociales que, como lo mostró el doctor Molina ayer, conformaban el liberalismo de mediados de siglo pasado. En el liberalismo había artesanos, intelectuales, profesionales, comerciantes, propietarios rurales, etc., y el conflicto entre los intereses y las ideas de estos grupos llevó rápidamente a una tensión que puso en crisis el partido liberal. Entre 1851 y 1855 los artesanos urbanos y los comerciantes liberales se enfrentaron cada vez con mayor vigor, y este enfrentamiento concluyó con la derrota de los artesanos y de sus defensores políticos. A partir de entonces el liberalismo, cuyo elemento popular expresado ante todo por los artesanos había sido tan importante, pasó a ser conducido en una forma que corresponde a la hegemonía, dentro de él, de los grandes comerciantes, de los empresarios rurales de exportación y de quienes impulsaron el desarrollo de un sistema bancario nacional. Los artesanos perdieron importancia política durante casi todo el resto de siglo, y fue el grupo radical y para usar un término no muy científico y algo antipático, “oligarca”, el que controló y orientó el partido liberal.
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No hay duda de que el liberalismo, durante el período de 1850 en adelante, desempeñó una importante función en la historia del país, pero no fue la de desarrollar los elementos democráticos del sistema político, sino la de incluir en la cultura política nacional ciertas ideas fundamentales del credo liberal, como la libertad de conciencia, la libertad de expresión y de prensa, el establecimiento de un sistema jurídico de defensa de derechos individuales y de un sistema republicano y representativo de organización política. Al mismo tiempo, impulsó una serie de transformaciones económicas que correspondían al intento de desarrollar el país mediante su incorporación en la economía capitalista mundial, como el establecimiento del llamado libre cambio, la eliminación de la esclavitud, la eliminación de las desigualdades legales entre los colombianos, la supresión de los monopolios coloniales y en general la reducción o eliminación de múltiples restricciones a la libre utilización de los recursos productivos.
No sobra recordar que aunque haya sido muy importante la tarea “educativa” ‘del liberalismo en la incorporación de los ideales liberales en el país, esta se hizo en
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forma en buena parte superficial, y existió una gran distancia entre los programas y declaraciones oficiales del partido y su práctica real. La tentación del poder, la necesidad de conservar el mando, hizo que en la era radical se diera un frecuente contraste entre los principios y los hechos. Para señalar casos más o menos extremos, basta recordar cómo mientras se defendía la libertad de conciencia, se actuaba en general de acuerdo con la idea de que, por ejemplo, como los jesuitas eran enemigos del liberalismo y el gobierno y aliados de los conservadores, no podían gozar de esa libertad de conciencia o de expresión, o, cómo, aunque se defendiera la propiedad privada, la iglesia no podía tener derecho a tal propiedad. No menos agudo fue el contraste entre la defensa de un sistema de gobierno representativo, basado en el sufragio, y la voluntad frecuente de apelar a todos los medios- el fraude o la violencia, el uso de la guardia nacional- para garantizar ejecutivos que permitieran ganar las elecciones nacionales. El ejemplo más palmario de esta actitud, que expresa una profunda crisis ética y política del radicalismo, lo da el famoso discurso, no sabemos si cínico o irónico, de Francisco Eustaquio Álvarez en 1879, cuando declaró que el liberalismo había llegado al poder por medio de las armas y no iba a perder con papelitos lo que había conquistado con aquellas.
La superficialidad de la incorporación de la tradición liberal en la vida política nacional del siglo XIX y la incongruencia entre un partido liberal que para mantenerse en el poder debía abandonar sus propias ideas fundamentales, son algunos de los elementos que explican la crisis política que llevó al país a la Regeneración. En 1886 se estableció una constitución autoritaria y a partir de entonces dominaron regímenes que pretendieron renunciar a muchas de las ideas y realizaciones impulsadas por el liberalismo. La reacción extrema de estos años, impulsada por el desencanto con un régimen liberal que había generado una continua alteración de la paz pública, provocó a su vez mayores perturbaciones nacionales, llevó a nuevas y más violentas guerras civiles y colocó otra vez el sistema institucional de país en una situación de aguda crisis. Tras el intento de resolverla por medios dictatoriales, también fallido, el liberalismo logró que la constitución de 1910 incorporara al ordenamiento político nacional algunas de las demandas que venía haciendo desde 1886. Entre estas habían desempeñado papel substancial, como es lógico en un partido minoritario y sin acceso alguno al poder, la defensa de un sistema electoral honesto y equitativo, el reconocimiento de la participación de las minorías en el legislativo y el poder judicial y la ampliación del sufragio. Alrededor de esta búsqueda de reglas de juego adecuadas para dirimir los conflictos entre los sectores dominantes del país expresados en ambos partidos, se formó la coalición “republicana” —una de esas coaliciones que tantas veces han surgido en la historia nacional para responder a las situaciones de pérdida general de legitimidad—, mediante la cual sectores moderados de ambos, partidos lograron establecer a partir de 1910 una forma de organización política republicana, más o menos estable, y que restableció en la constitución, por primera vez desde 1857, el sufragio universal, y por lo tanto al menos el principio formal de la participación de todos los colombianos en el poder.
La garantía así fuera restringida de unos derechos mínimos de las minorías, contribuyó a que el país gozara de una pausa más o menos larga en la violencia política que caracterizó la historia nacional durante el siglo XIX; esta pausa dio campo para que se aceleraran diversos procesos de cambio económico y social que influyeron a su vez en forma muy fuerte sobre el partido liberal. Como se sabe, las tres primeras décadas del siglo estuvieron caracterizadas por un impresionante auge de la economía cafetera, por la iniciación del proceso de crecimiento de ciudades modernas, la aparición de clases medias urbanas, de nuevos grupos de asalariados y en especial por el surgimiento de la industria. Estos cambios encontraron su expresión en el liberalismo, cuyos orientadores respondieron con bastante fortuna a la nueva realidad social del país.
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Una de las primeras transformaciones del liberalismo reside en el abandono de la teoría clásica de la no intervención del estado en la economía. Desde la primera década del siglo este abandono encontró su portavoz en Rafael Uribe Uribe, quien defendió la conveniencia de la intervención gubernamental en la economía. Dada la ideología de la época, esta intervención estatal era identificada fácilmente con el socialismo, y el mismo Uribe Uribe afirmaba que el liberalismo debía beber en las fuentes del socialismo, es decir defender una intervención estatal desde arriba en la economía, con lo que contraponía su socialismo a un socialismo que describía como “desde abajo”, democrático o popular. Alejandro López, en la década del 20, confirmó y desarrolló esta posición intervencionista, que encontró su realización en el programa liberal de 1935 y ante todo en la orientación del gobierno de Alfonso López Pumarejo y de algunas de sus realizaciones más visibles, como la reforma constitucional en su artículo 30, la ley 200, la reforma tributaria, etc. Este abandono del liberalismo clásico, al que se opusieron algunos liberales, encontró una expresión doble y cobijó dos orientaciones ideológicas diferentes, aunque no excluyentes: por un lado permitió afirmar y justificar la acción estatal para dar impulso al desarrollo económico y apoyo a los sectores empresariales del país, mediante medidas como la protección aduanera a las industrias nacionales, la creación de instituciones estatales de apoyo a la producción, etc.; por el otro llevó a estimular los intentos de regular las relaciones entre los sectores empresariales y asalariados para corregir, mediante la seguridad social, la legislación laboral, la regulación de los conflictos laborales, etc., las situaciones extremas de desigualdad que podían generarse como resultado del juego espontáneo de las fuerzas del mercado.
Esta reorientación política permitió al liberalismo acrecentar su respaldo y salir de su condición minoritaria con notable rapidez. Los grupos urbanos obreros, artesanales y algunos sectores intelectuales, que habían tenido algunos coqueteos en la década del 20 con perspectivas políticas socialistas, encontraron en el partido liberal un defensor más eficaz de sus intereses inmediatos, mientras que muchos
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empresarios industriales y agrarios encontraban en él una visión coherente del desarrollo económico, realista y adecuada a las situaciones locales e internacionales del momento. Así, el liberalismo encontró adhesión entre diferentes clases sociales, y este poli-clasismo no sólo consistió en contar con el respaldo de votantes o electores de todas las capas sociales sino en la existencia de un amplio abanico de orientaciones políticas. Utilizando las palabras “gastadas” a que aludimos antes, puede decirse que existía en el liberalismo de los años treinta una derecha liberal, caracterizada por la confianza en las leyes de la economía y el apego al principio de la no intervención, una izquierda que trató de incorporar elementos abiertamente socialistas y contrarios a la empresa privada en el programa liberal y un centro, que buscó conjugar la defensa de un modelo de desarrollo basado en el apoyo a los grupos empresariales privados con cierto grado de protección a los intereses inmediatos de algunos sectores populares. La mejor expresión de este centro liberal fue sin duda Alfonso López, bajo cuyo gobierno se completó el proceso iniciado en 1910, de generalización del sufragio, al extenderse la votación universal y directa a todos los cargos electivos públicos. De este modo por primera vez la constitución establecía al menos formalmente –y dejando de lado a las mujeres, es verdad- el carácter democrático del sistema político colombiano, al determinar que todo colombiano, sin tener en cuenta su grado de educación o su riqueza, tenía un derecho igual a participar en las decisiones acerca de la orientación política de su país. Por otro lado, el desarrollo de la organización sindical, dio por primera vez alguna participación, así fuera mínima, a los trabajadores sindicalizados en la política nacional.
El proceso mediante el cual los gobiernos liberales trataron de desarrollar la capacidad de intervención del estado en la vida económica y de ampliar la participación de algunos sectores populares en la vida política, así como de retomar la defensa de algunos de los ideales del liberalismo del siglo XIX (libertad de conciencia, separación de iglesia y estado) se hizo en medio de grandes tensiones, agravadas por las dificultades para establecer un sistema electoral ajeno al fraude y la violencia. La simple ley 200, a pesar de la timidez de sus intenciones reformistas, provocó una alianza de propietarios liberales y conservadores contra lo que veían como una amenaza radical al orden social del país. Y este es sólo un ejemplo de la polarización creciente de los grupos políticos que condujo, tras la división liberal, al gobierno conservador de 1946. La división liberal, por su parte, provenía en parte de un conflicto interno entre una visión liberal que acentuaba la modernización del país dentro del modelo liberal capitalista y una confusa tendencia democratizadora, que pretendía, como la estableció el programa liberal de 1947, que a la democracia formal y legal garantizada ya por el sistema constitucional colombiano, se añadiera una democracia social, una democracia real, la democracia económica. Aunque en sus líneas generales la plataforma de 1947, obra en lo esencial de Jorge Eliécer Gaitán, mantenía la adhesión básica del liberalismo a un sistema económico capitalista, los elementos intervencionistas e igualitarios abrían camino para la aparición de tendencias socializantes, y el temor de que estos esbozos se desarrollaron no fue ajeno al surgir de la violencia,
agudizada a partir de la muerte en 1948 del caudillo liberal y que frustró el proceso de radicalización democrática del liberalismo.
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Por esto cuando en 1957 se recuperó la llamada normalidad institucional el liberalismo puso todas sus energías en la consolidación de lo que 20 ó 30 años antes parecía ya un logro irrenunciable de la cultura política del país y concentró todos sus esfuerzos en establecer uno de los elementos esenciales, aunque no suficientes, de todo sistema liberal democrático: la existencia de un esquema de reglas de competencia política aceptables para el país, que sean aplicables con un mínimo de violencia extra-institucional. Era preciso que volviera a lograrse un consenso de respeto por el sistema institucional legal, por los organismos representativos, por el juego político constitucional, y en la medida en que esto requería tranquilizar a los interlocutores políticos (ante todo los conservadores, pero también los militares), el liberalismo comenzó a hacer una serie de concesiones que poco a poco parecen haberse ido convirtiendo en su segunda naturaleza. Para garantizar la adhesión del conservatismo al sistema representativo liberal, fue preciso establecer una democracia explícitamente restringida, con paridad y alternación, Se abandonaron casi todos los proyectos de reforma social y en el proceso de 20 y más años de acuerdos, el liberalismo acabó integrado a una perspectiva, a un programa social y económico que no es posible diferenciar del propuesto por el partido conservador. Ayer alguien preguntaba por qué había sido tan fácil el acuerdo del liberalismo con el conservatismo, mantenido en los 20 años del Frente Nacional y renovado por no sabemos cuántos años más, por qué el liberalismo había abandonado aquellos programas reformistas que le daban su atractivo popular.
No puede dudarse de que una razón está en el respiro del país por la disminución del clima de violencia que se logró mediante tales acuerdos. Pero otra, que pudo tener tanta importancia como la anterior para conservar el mínimo piso político necesario para hacer tan fuertes concesiones al conservatismo, esta en el acelerado desarrollo económico que ha tenido el país a partir de 1945 y en particular de 1967. Ante el evidente crecimiento de la capacidad productiva nacional muchos sectores del liberalismo, que veían con sospecha y desconfianza el orden capitalista, perdieron fuerza frente a quienes, sobre todo vinculados a los sectores empresariales, podían mostrar que el sistema de libre empresa producía un acelerado crecimiento de la economía. Además, este mismo auge amplió y dio mayores recursos a los grupos empresariales modernos, colocados en el sistema bancario y financiero, en el sector industrial y en el sector rural. El hecho es que desde el punto de vista de lo que el lenguaje marxista define como el “desarrollo de las fuerzas productivas”, el capitalismo colombiano resulta bastante exitoso. Sería fácil mostrar que desde otros puntos de vista —la concentración y distribución de los beneficios de ese crecimiento, el aumento del bienestar social, etc.-, los resultados han sido mucho más escasos, pero los triunfos económicos deslumbraron bastante a los dirigentes liberales. Recordemos, para ilustrar lo
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anterior, como Carlos Lleras Restrepo propuso en 1960 una reforma agraria mucho más drástica de la que fue aprobada en 1961 y 1968 y nunca aplicada; a finales de la década del 70, después de casi 15 años de acelerado desarrollo capitalista rural, Lleras aceptó que los empresarios del campo habían sido capaces de modernizar en lo esencial la producción rural y que ya no se justificaba hablar de una reforma agraria como la que antes se proponía. Estos brillantes resultados económicos del país, entonces, permitieron al liberalismo abandonar su tradición reformista y definirse, desde el punto de vista de sus programas políticos, por el mantenimiento de un sistema de reglas institucionales más o me nos representativas y de un conjunto de derechos individuales como el que había declarado defender a lo largo de toda su historia, y desde el de sus proyectos económicos, por una perspectiva de desarrollo del país que se identifica en lo esencial con el modelo propugna do por los empresarios colombianos. Hoy no es posible encontrar contradicción alguna entre la orientación de la política económica defendida por el liberalismo y la que promueven los dirigentes industriales, los grandes propietarios rurales o los gestores de los grandes grupos financieros e industriales. Pero mientras puede decirse sin vacilar que los principales dirigentes del partido liberal de hoy se han unido al águila, y nada los separa del Grupo Grancolombiano o del Grupo Santodomingo, sí ha ido creciendo la tensión entre los puntos de vista de aquellos grupos que tradicionalmente pudieron sentirse representados por tal partido, como los obreros organizados, las capas medias urbanas, los inmigrantes recientes a las grandes ciudades, y la política económica de los gobiernos liberales, sobre todo a partir de López. Ante todo, porque en la práctica se ha ido imponiendo más y más la idea de que con tasas de crecimiento tan elevadas como las que rigen en el país basta promover las condiciones adecuadas para el desarrollo económico impulsado por las empresas privadas y los dirigentes económicos particulares, y la confianza en que por añadidura vendrá la distribución de los beneficios del desarrollo. Así, lo que hace 6 u 8 años se presentaba en forma crítica como el “desarrollismo” impulsado por Álvaro Gómez Hurtado –la idea de que era necesario primero desarrollarse para pensar luego, en un futuro que se aplaza siempre, en distribuirse ha convertido, con pocas modificaciones, en la ortodoxia económico-social del liberalismo, en la visión dominante entre sus grupos dirigentes.
A consecuencia de lo anterior la capacidad del partido liberal para atraer ideológicamente, en términos de un proyecto político transformación del país, a los sectores llamados populares —obreros, grupos marginales, sectores de clase media— se ha debilita en forma acelerada, y se ha debilitado correlativamente su capacidad para promover el consenso social en el que se funda la legitimidad del régimen. Un síntoma de esto se encuentra en la disminución drástica del voto urbano del liberalismo; la votación liberal rural, que todos sabemos es en buena parte cautiva, se ha mantenido constante, cuando no ha crecido. Ante la imposibilidad de conservar la adhesión y el consenso mediante el manejo de contenidos ideológicos, el aparato político liberal parece haber optado, a partir del acceso que tiene a los recursos del estado, por utilizar estos beneficios para mantener un mínimo de contacto con el electorado liberal. Así han generalizado y
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ampliado las prácticas clientelistas, mediante las cuales lo miembros de la llamada “clase política” buscan la fidelidad y el respaldo de sus bases a través de una distribución calculada de beneficios individuales o de grupo. Pero los resultados reciente hacen pensar que estos mecanismos van perdiendo su eficacia en los grandes conglomerados urbanos, donde su manejo es difícil y más tenues las redes de lealtades requeridas para que funcionen. Así el liberalismo parece estar obrando en forma similar a como actuó el radicalismo hacia 1875, cuando sacrificó sus perspectivas de largo plazo por logros inmediatos, por la defensa de los privilegios del poder. Del mismo modo, ante el clima de conflicto social agudizad por el creciente contraste entre las posibilidades económicas del país y el acceso limitado a los beneficios del desarrollo y por el debilitamiento de los elementos ideológicos que hacían fuerte el consenso político, y ante la continua amenaza, más o menos velada, de golpe militar, el liberalismo ha aceptado y promovido recientemente formas de acción estatal que son del todo contrarias a la tradición liberal, como la violación de garantías procesales a los sindicado de delitos políticos, y ha tolerado o cerrado los ojos, con algunas excepciones como las de Luis Carlos Galán o Alberto Lleras Camargo, ante fenómenos como el de la tortura. Esto ha sido justificado en buena parte en términos de eficacia, pero es evidente que la eficacia de corto plazo está en conflicto con la posibilidad de mantener a más largo plazo la coherencia y la identidad ideológica del liberalismo y su capacidad de atracción política. Puede que el clientelismo y el uso de la fuerza estatal para limitar a la oposición permitan ganar una o dos elecciones más al liberalismo, pero agudizando su crisis de fondo y reduciendo aún más el ya disminuido respaldo en los sectores ya mencionados —obreros, grupos universitarios, sectores medios, sobre todo en sus grupos más jóvenes— entre quienes la vinculación con el liberalismo es ya bastante reducida.
En resumen, el liberalismo ha ido abandonando durante los últimos años sus elementos democráticos (al abandonar la pretensión de modificar la estructura social para permitir el acceso de los grupos populares al poder político) y ha ido haciendo más débil su defensa de los elementos propiamente liberales de su tradición (la defensa de los derechos humanos, en especial). Corre el riesgo de convertirse en un aparato vinculado a la burocracia estatal que, en el mejor de los casos, trate de usar con eficacia el poder público para coordinar y orientar unos programas de desarrollo económico y social que sean compatibles con un modelo social capitalista y con el mantenimiento de la capacidad de decisión del poder político, en manos de los grupos empresariales y sus aliados políticos, y en el peor, contribuya a una degradación del sistema institucional, al abandonar la defensa incondicional de los derechos ciudadanos, al ceder a la histeria que presenta como una gran amenaza para el país algunas reducidas bandas terroristas pero apenas se inmuta ante los miles de víctimas de otras formas de violencia, al admitir la confusión entre oposición al sistema actual y delito (manifiesta en recientes columnistas de la prensa liberal que han señalado la “subversión cultural” como el gran peligro para la paz nacional).
El partido liberal impulsó durante el siglo pasado la separación de poderes, la sujeción de la acción del estado a un sistema legal basado en la representación nacional, el respeto de los derechos individuales; en la década del 30 promovió el aumento de la capacidad de intervención del estado en el manejo económico y en la ordenación de los conflictos sociales e incorporó a la vida política del país a importantes sectores populares. Su acción en la historia nacional estuvo en buena parte orientada por la idea, a veces explícita y a veces implícita, de que era no sólo un partido liberal sino un partido democrático, en el sentido original de este concepto, un partido que de alguna manera sugería la promesa del “poder del pueblo”.
Así pues, en su tradición se encuentran los elementos para que pueda buscar una reorientación democrática de su acción política. La situación actual hace, sin embargo, muy grandes las dificultades para que el liberalismo se convierta en un partido de orientación claramente popular, y pueden ser otros los grupos u organizaciones que incorporen a su lenguaje político y a su ideología, los elementos democráticos, e incluso liberales, abandonados por el liberalismo. Pero en un momento en que la supervivencia del ordenamiento político vigente tropieza con amenazas cuya gravedad resulta difícil evaluar pero que se hacen mayores por la pérdida de legitimidad de un sistema en el cual participa apenas el 30 o 35 de la población, la afirmación decidida de la tradición democrática del liberalismo contribuiría a reducir tales amenazas, que transformarían el sistema actual en un sentido que sin duda no sería ni liberal, ni democrático, ni popular. Esto exigiría que el liberalismo abandonara su identificación total con el capitalismo, y que se empezara en una lucha por transformar el país para abrir el camino a la participación política popular, debilitar el peso del militarismo, modificar la estructura centralista, autoritaria y presidencialista del sistema político. Si esta reorientación del liberalismo se realiza es posible que el país evite, con la contribución de este partido y de todos los sectores democráticos, los peligros que hoy lo amenazan.
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Jorge Orlando Melo Punta Larga (Boyacá), 1980
PROBLEMA II C
Ideas socialistas en Colombia
Revolución Exclusión-Inclusión
Anomia
Quimera del pensamiento socialista colombiano Mauricio Archila Neira
Es justo, sin embargo, señalar que dichas ideas no tuvieron amplia difusión en el país. Salvo su influencia sobre la cúpula de la generación radical, en algunas Sociedades Democráticas y en órganos de prensa de circulación restringida como El Neo-Granadino o El Alacrán, el socialismo no pasaba de ser una idea vaga ante la cual se producía una simpatía difusa o sobre todo un visceral rechazo. Esto segundo es curioso pues, como dice Gerardo Molina, en nuestro medio antes de que se aclimatara el socialismo ya había una fuerte actitud anti-socialista.
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Los pudientes granadinos que iban a Europa volvían, por lo común, con noticias alarmantes sobre los desmanes populares en las revueltas sociales del viejo continente. Ese clima alarmista fue aprovechado por las fuerzas políticas tradicionales para obstaculizar el ascenso de los sectores radicales. Pero ni unos ni otros tenían un real conocimiento de las principales doctrinas y teóricos socialistas. Así, alguien como Rafael Núñez, quien conoció algunos textos socialistas en su periplo por Europa, o no los entendió o definitivamente no le provocaron simpatía.
Las ideas socialistas en Colombia son casi tan antiguas como las liberales o las conservadoras, aunque tomaron mucho más tiempo en cristalizarse políticamente. Tenemos noticias de su temprana aparición a mediados del siglo pasado al abrigo de las Sociedades Democráticas, que no eran otra cosa que clubes políticos en donde convergían intelectuales liberales y artesanos. Era un socialismo utópico inspirado tanto por los eventos revolucionarios de la Europa de ese momento como
por el pensamiento de reformadores franceses e ingleses de la talla de Fourier, Saint Simón, Cabet y Owen. Pero también tenían influencia, y tal vez mayor, los escritores románticos en boga por entonces, tales como Lamartine, Víctor Hugo y Eugenio Sué. Era, por tanto, un socialismo ecléctico en el que se exaltaban por igual los valores cristianos de solidaridad y justicia, y las apelaciones románticas al pueblo como fuente de la democracia. De hecho esas dos grandes tradiciones, la cristiana y la liberal, marcarán al naciente socialismo colombiano hasta entrado el siglo XX.
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La promulgación de encíclicas papales como la Rerum novarum a finales de siglo, desbloqueó parcialmente la discusión en nuestro medio sobre la llamada cuestión social. Ello fortaleció la tímida corriente del socialismo católico, o preocupación cristiana por la equidad social, que tuvo en Manuel María Madiedo su antecedente. Algunas figuras del liberalismo, por su parte, hablaron del "Socialismo de Estado", que bien leído era una invocación a la mayor intervención del ejecutivo en la economía y en la vida social. En la famosa conferencia de octubre de 1904, Rafael Uribe Uribe, adalid de dicho pensamiento, decía: "No soy partidario del socialismo de abajo para arriba... Declaro profesar el socialismo de arriba para abajo, por la amplitud de las funciones del Estado". Con todo y eso, fue una voz aislada en el contexto colombiano en el cual se defendía el laissez faire a ultranza, pues era compatible con la precaria armonía de intereses regionales y caudillistas que caracterizaba nuestra política del momento.
A mediados de los años diez la semilla del socialismo fructificó en un terreno abonado tanto por el surgimiento de organizaciones "obreras" como por la creciente agitación social que se presentó en el país a finales de la primera Guerra Mundial. Las organizaciones obreras comenzaron a modificarse a principios de siglo al abandonar el privilegio de la caridad que brindaban las sociedades de mutua ayuda. Así surgió en 1904 la Unión de Industriales y Obreros (UNIO) que abogaba por políticas proteccionistas en favor de artesanos y empresarios. En 1910, por impulso de dicha organización, se formó un efímero Partido Obrero en Bogotá que contó con simpatías artesanas y liberales. Su programa era, de nuevo, el proteccionismo estatal en los moldes esbozados por Uribe Uribe. Estos intentos de formar agrupaciones políticas independientes fueron continuos en los primeros decenios, pero rápidamente decayeron. Finalmente, en 1919 esos esfuerzos cristalizaron en una organización de carácter nacional, el Partido Socialista. Sus fundadores reivindicaron sus raíces cristianas y radicales, con lo que de paso tomaban distancia de las corrientes anarquista y bolchevique que comenzaban a aparecer en el país. Era un socialismo moderado que rechazaba las vías violentas de acceso al poder, respetaba la propiedad privada y los fueros del capital y proclamaba una transformación social por la vía de la redistribución de ingresos. Predicó la necesidad de alejar a los trabajadores de los partidos tradicionales, en especial del Conservador, y de la influencia clerical. En el plano internacional simpatizaba más con el laborismo inglés o la socialdemocracia alemana que con el
bolchevismo. Sin embargo, por tratarse de una organización pluralista, permitió en su seno expresiones de adhesión a la revolución rusa e incluso de simpatía con la causa anarquista. Organizativamente funcionaba más como una federación de núcleos locales que como una asociación rígida centralista.
A pesar del espíritu moderado y conciliador que presidía al Partido Socialista, su presencia en las elecciones para cabildos municipales de finales de 1919 preocupó mucho a los partidos tradicionales. En poblaciones como Medellín, Girardot, Segovia, Ambalema y Cisneros logró sustanciales votaciones que arrancaron esos congojes del control bipartidista. En 1921 tuvo cierto éxito en los puertos del río Magdalena e incluso eligió un representante a la Cámara.
Mientras tanto el temor al socialismo por parte de las elites se acrecentaba no sólo por esos aislados avances electorales, sino por la agitación social que conmovía al país. Aunque las huelgas se conocían en Colombia desde febrero de 1910, cuando los braceros de Barranquilla salieron a las calles para protestar por el abrupto descenso de sus jornales, fue a fines de ese decenio cuando hicieron presencia pública. En 1919 hubo 15 huelgas, cifra que subió a 31 en 1921, para luego estabilizarse en un número cercano 10 a lo largo del decenio de los veinte. Las estadísticas no son impresionantes si se comparan con otros países de América Latina en esos años, pero para la sociedad colombiana eran suficientemente alertadoras e indicaban un despertar social desconocido hasta el momento en el país. Las demandas obreras tampoco eran desproporcionadas, pero ponían el dedo en la llaga sobre el tradicional descuido de las elites empresariales y del Estado con relación al problema laboral. Los sectores más combativos eran los vinculados a los medios de transporte, en especial en el río Magdalena. Por algo esta arteria vial fue catalogada como el "cordón rojo" del país en esa época.
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El socialismo reformista de 1919 languideció luego de los avances electorales de sus inicios. En parte ello se debió a la actualización programática del partido liberal en las convenciones de Ibagué (1922) y Medellín (1924). El liberalismo adoptó hábilmente puntos de la plataforma socialista, sobre todo en torno a la intervención estatal, e incluso llegó a proclamar, como lo hacían los partidos marxistas de la época, "la lucha contra la explotación del hombre por el hombre". Cuando en 1922 el partido liberal lanzó la candidatura del general Benjamín Herrera, el socialismo criollo decidió adherirse a ella con lo que prácticamente se disolvió.
Las ideas socialistas, sin embargo, no desaparecieron. Diversos núcleos intelectuales, ubicados entre la bohemia y la preocupación social, leían panfletos anarquistas, informaciones de prensa sobre los avances de la revolución rusa y uno que otro texto sencillo de Marx o Engels. No había aún una lectura rigurosa y académica de la literatura socialista. En una de esas tertulias, alrededor de un
ruso con oscuro pasado, Silvestre Savinsky, se formó el primer grupo comunista del país en el que figuraban prestantes miembros de la elite. Otros inmigrantes formaron grupos socialistas con obreros y campesinos como el italiano Vicente Adamo en Montería o el griego Evangelista Priftis en Neiva. Pero definitivamente la difusión de las ideas socialistas en el país ocurrió por medio de activistas criollos, aunque algunos recibían correspondencia del extranjero, otros, periódicos españoles o argentinos, y otros fueron iluminados por ciertos grupos de teatro y ópera que predicaban ideales de justicia e igualdad. La publicación de algunos periódicos como El Socialista, Vía Libre, El Luchador o La Humanidad también sirvió de correa de transmisión de esas ideas, que por lo general eran una mezcla ecléctica de marxismo, anarquismo y diversos socialismos más moderados. No faltaron quienes reflexionaran en el marco de la universidad sobre las ideas socialistas. Tal fue el caso de Jorge Eliécer Gaitán, quien en su tesis de grado en 1924 se proclamó socialista y aceptó casi todos los postulados del marxismo. En lo que difirió fue en la alternativa política. Para Gaitán la revolución no estaba al orden del día; lo que se imponía era una transformación pacífica al abrigo del partido liberal. De hecho fue siempre consecuente con esta estrategia, salvo a principios de los años treinta, cuando temporalmente se alejó para crear la Unión Nacional de Izquierda Revolucionaria (UNIR). Por la proliferación de discursos sociales fue evidente que el socialismo había dejado de ser un vago concepto medio cristiano medio liberal para adquirir fisonomía propia.
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En las condiciones de agitación social descritas, se realizaron tres congresos obreros entre 1924 y 1926 de los cuales surgió el Partido Socialista Revolucionario. Como su nombre lo indica, el PSR intentó diferenciarse de su predecesor insistiendo en su carácter revolucionario. Formalmente adoptó los puntos que Lenin había consagrado para toda agrupación comunista, aunque no se designó en esa forma. En realidad el PSR fue un partido distante del leninismo, pues no estaba organizado en células y su ideología oscilaba entre un marxismo burdo, un anarco-sindicalismo militante y veladas afinidades liberales. La táctica insurreccional en la que se empeñó para derrocar al conservatismo segó la vida de valiosos dirigentes y lo aisló hasta dejarlo convertido en una pequeña minoría, que en 1930 se convertiría en el Partido Comunista de Colombia.
Con el tiempo, los gobiernos liberales de los años treinta y principios de los cuarenta, lograron integrar a esas diversas agrupaciones de izquierda, incluido el partido comunista, que ante la amenaza fascista decidió aliarse con los sectores burgueses más progresistas. Al abrigo de esta alianza política se pudieron gestar organizaciones gremiales como la Confederación de Trabajadores de Colombia (CTC) e impulsar medidas reformistas que fueron de buena aceptación por parte de los obreros. La amenaza de una insurrección de izquierda disminuyó y más bien el temor de acciones subversivas venía de los sectores de derecha.
Las ideas socialistas, sin embargo, seguían siendo marginales en el país, pues no traspasaban la minoría intelectual u obrera que las profesaba. Lo que predominaba era un liberalismo de izquierda e incluso algunos brotes de un difuso populismo. El anarquismo había sido abandonado por los pocos núcleos que lo proclamaron en los años veinte. El marxismo era adoptado más como ideología de unificación política que como pensamiento creativo. De hecho, hasta ese momento pocos activistas habían leído las obras de Marx o Engels y menos aún las tomaban como guía teórica para adelantar un pensamiento propio como el que pudo generar en Perú José C. Mariategui. Intelectuales como Antonio García o Luis E. Nieto Arteta, quienes curiosamente no se declaraban marxistas, fueron los primeros en acercarse a obras como El Capital. El resto se contentaba con panfletos o textos agitacionales, no de los clásicos sino de sus divulgadores. Por ello las ideas socialistas quedaron atrapadas entre un rígido dogmatismo y un fácil eclecticismo, sin que uno u otro se tomara en serio su estudio y desarrollo adaptado a nuestra realidad.
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En 1945 la alianza de la izquierda con el liberalismo llegó a su fin con el creciente clima de Guerra Fría que invadió al continente. El ascenso del gobierno conservador al año siguiente acabó por enfriar esa relación a pesar de que aún había mucha agitación social. Parte de ella fue recogida por Gaitán, quien en una posición pragmática habló menos de socialismo y más de reformas inmediatas que buscaban fortalecer al conjunto de pequeños propietarios rurales y urbanos. El partido comunista, el único sobreviviente de los múltiples grupos de izquierda, se encontró en orfandad política y tuvo que repensar su estrategia y su ideología. En el clima de la posguerra, con una Unión Soviética agigantada, la única salida era volver a la ortodoxia leninista cuyo gran pontífice era Stalin. Eso le costó divisiones y nuevos aislamientos, que se acrecentaron cuando la orgía de violencia se ensañó en campos y ciudades. Por esas fechas, gentes de izquierda o simples liberales fueron asesinados por fuerzas armadas institucionales o paramilitares. El socialismo volvió a ser algo prohibido y los intelectuales que quedaron vivos se fueron al extranjero o se sumieron en un autoexilio interior. En cualquier caso no fue una época de avance ideológico sustancial; por el contrario, se luchó escasamente por sobrevivir. Algo similar ocurrió con el estudio de las ciencias sociales, las artes y la difusión intelectual en general. Una de las pocas excepciones en esta época oscura fue la revista Mito, la cual sin identificarse políticamente logró difundir ideas críticas, además de nuevos valores estéticos. También por esos años se creó un efímero Partido Socialista que contó en sus filas a Antonio García y Luis Emiro Valencia. Con la vieja idea de un programa reformista basado en la nacionalización de la banca y algunos sectores oligopólicos, adocenado de anticomunismo, apoyó a la dictadura de Rojas Pinilla hasta el final. Esto último hizo perder credibilidad a su propuesta entre las gentes de izquierda.
El PCC inició sus actividades como un partido declarado leninista, rígidamente organizado y centralizado. La unificación ideológica en la que se embarcó implicó
sacrificar previas tradiciones pluralistas a las que atacó con crudeza. Muchos de los socialistas que por diversos motivos no comulgaban con las orientaciones de Moscú quedaron por puertas y conformaron inestables grupos que intentaron disputar el control de los escasos sectores inconformes de la sociedad colombiana. Los hubo más intelectuales como Vanguardia Socialista de Gerardo Molina y Diego León Córdoba. Los hubo también más pragmáticos como la misma UNIR de Gaitán, o el Partido Agrario Nacional de Erasmo Valencia, quien tenía sus reales por la zona de Sumapaz. En estos casos el socialismo seguía vivo como una doctrina ecléctica, aunque con evidentes simpatías hacia la causa soviética.
Nuestro país no fue una excepción en este proceso. A estas condiciones internacionales se agregaron particularidades nuestras como el cierre político, la exclusión de la oposición y el descuido de lo social por parte del régimen bipartidista. En ese contexto se gestó la "nueva izquierda" que renegaba del modelo ruso y de la ortodoxia comunista. La vía de la revolución ya no pasaba por las elecciones sino por las armas; el actor fundamental ya no era el proletariado urbano sino el campesinado, aunque muchos de sus militantes provenían de las capas medias, descollando el estudiantado universitario. Fue en ese momento cuando el marxismo tuvo mayor difusión en el país, aunque aún se hallaba muy concentrado en el mundo académico.
Las universidades, especialmente las estatales, iniciaron por esos años programas curriculares en diversas disciplinas sociales en las cuales el pensamiento crítico de Marx tuvo tal acogida que llegó a ser paradigmático. Por primera vez se leyeron los textos fundamentales de los pensadores socialistas y se presentaron debates públicos en los que aún brillaba la retórica ideológica.
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En términos de ideas socialistas, desde esos años hasta la caída del muro de Berlín no ha habido innovaciones fundamentales, salvo los intentos de salidas nacionalistas, con cierto dejo populista, o los fracasados intentos de socialismo democrático que buscaba competir en la arena política con los partidos tradicionales. La salida guerrillera, cada vez más alejada del ideario socialista y más concentrada en el poder local, cuando no en rencillas irracionales, se desdibuja políticamente cada vez más.
En cualquier caso, ante los grandes retos que hoy coloca la globalización y el desarrollo sin equidad, la crisis demográfica mundial, la catástrofe ecológica y la participación de las mayorías, nuestra izquierda tiene menos respuestas. Después del derrumbe del socialismo real se hundieron las ideologías que los sustentaban, mas no así las grandes preocupaciones sobre la equidad, la democracia y la viabilidad de un desarrollo sostenible. Esas preocupaciones que no difieren de las formuladas en el siglo XIX por los pensadores sociales, son las canteras de las que
surgen las "nuevas" ideas socialistas, interesadas más en gestas cotidianas por una sociedad más justa que en proyectos estratégicos de toma del poder.
BIBLIOGRAFÍA DE CONSULTA AGUILERA, MARIO y RENAN VEGA. Ideal democrático y revuelta popular. Bogotá: Ismac, 1991. ARCHILA, MAURICIO. Cultura e identidad obrera: Colombia 1910-1945. Bogotá: Cinep, 1991. HOBSBAWN, ERIC. Historia del siglo XX: La era de las contradicciones. Barcelona: Crítica, 1995. MEDINA, MEDOFILO. Historia del Partido Comunista de Colombia. Bogotá: CEIS, 1980. MOLINA, GERARDO. Las ideas socialistas en Colombia. Bogotá: Tercer Mundo, 1987.
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VARIOS. El marxismo en Colombia. Bogotá: Universidad Nacional, 1984.
Problema III
Panorama del Empleo en Colombia
Profesiones del futuro - Ingeniería civil. - Ingenierías conectadas con especializaciones en túneles, transporte, logística y sismología. - Administración de empresas. - Ingenierías en ciencias como geología y geofísica. -Ingenierías mecánica e hidráulica, Así "estén educadas y cuenten con la - Ingeniería subacuática para áreas de perforación. experiencia es difícil conseguir trabajo, - Profesiones que técnicamente puedan estar porque todavía experimentan discriminación involucradas en ejecución de proyectos de salarial y acoso laboral". infraestructura, transporte y producción industrial. - Carreras relacionadas con telecomunicaciones para atender demanda creciente de la deslocalización en tecnología. Las especialistas consultadas coinciden en
La mujer y el trabajo
Los jóvenes y El desempleo
que las ocupaciones masculinas son más diversificadas que las femeninas, es decir, hay más oportunidades laborales para los hombres. Esto se representa en los cargos tradicionales y los perfiles profesionales en los que ellas se desempeñan: enfermería, trabajo social, secretariado, docencia y servicios en el caso del sector informal (aseo, confección, ventas por catálogo y peluquería), según datos del Observatorio de Asuntos de Género a nivel nacional.
Informalidad, tercerización
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Durante el trimestre octubre-diciembre de El informe dice que 6 de cada 10 empleos 2013, del total de ocupados 49,0% tenía un generados para los jóvenes son informales. empleo informal, de los cuales 51,9% eran Además, sólo 37% de los jóvenes cotizan para el hombres y 48,1% mujeres. seguro social de salud, y 29,4% al sistema de pensiones. De todos los jóvenes que son asalariados, apenas 48,2% tienen contrato escrito, en comparación con 61% de los adultos. De las 13 áreas metropolitanas, las que presentaron mayor proporción de informalidad fueron: Cúcuta A.M (72,0%), Montería (62,9%) y Pasto (59,6%). Las ciudades con menor proporción de informalidad fueron: Bogotá (43,6%), Manizales A.M (45,2%), y Medellín A.M (46,7%).
PROBLEMA III A
Innovaci贸n y Emprendimiento
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Lectura
PROBLEMA III B
Desempleo
131
Lectura
PROBLEMA III C
Empleabilidad (Caso Bogotรก)
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Lectura
Problema IV
Introducción a la Economía de Colombia
Crecimiento económico El crecimiento en 2013 superó el promedio regional de 3,7 por ciento, aunque se vio impactado por los bajos precios internacionales para las materias primas e interrupciones en la producción de carbón. Sin embargo, la actividad económica se aceleró hacia fin de año, impulsada por la construcción, la agricultura y las actividades extractivas.
Devaluación
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El peso perdió el 15 por ciento de su valor frente al dólar de los EE. UU. desde comienzos de 2013, cuando el gobierno tomó medidas para debilitar su moneda y así proteger al sector exportador. Esto se vio agravado a comienzos de 2014 por la venta de activos de mercados emergentes que siguió al anuncio de la Reserva Federal de los EE. UU. de que comenzaría a desacelerar su política de estímulo monetario. La devaluación probablemente fomente las exportaciones de materias primas y bienes manufacturados.
Desempleo
El desempleo descendió a un mínimo histórico (9,6 por ciento en 2013), luego de importantes reformas para reducir los costos no laborales.
Déficit fiscal, deuda externa El déficit fiscal del Gobierno Central casi no registró cambios, llegando a 2,3 por ciento del PIB, menos que el 2,4 por ciento de 2013 y en línea con la norma presupuestaria. La deuda pública general se redujo de 32,6 por ciento del PIB en 2012 a 32,3 por ciento en 2013
PROBLEMA IV A
El sector primario
Agricultura
GanaderĂa
134
Lectura
Materias Primas
PROBLEMA IV B
El sector secundario
Industria
Energía
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Lectura
Minería
PROBLEMA IV C
El sector terciario
Comunicaciones
Finanzas
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Lectura
Servicios
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Seminario
LA REPÚBLICA PLATÓN
Platón
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[Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora]
PLATÓN (428/427-347 antes de J. C.) Nació en Atenas, de familia aristocrática; su padre, Aristón, era descendiente del rey ático Codro, y su madre, Perictione, era descendiente de Dropides, familiar de Solón. El nombre 'Platón' es, en rigor, un apodo (que significa 'el de anchas espaldas'); su nombre originario era el de Aristocles. Educado por los mejores maestros de la época en Atenas, Platón tuvo dos intereses: la poesía —que abandonó luego— y la política — que le preocupó siempre. A los 18 años de edad se allegó al círculo de Sócrates, quien ejerció una enorme influencia sobre su vida y sus doctrinas y de quien fue el más original discípulo. Por Sócrates tuvo lugar lo que puede llamarse la conversión de Platón a la filosofía. Tras la muerte de Sócrates se estableció un tiempo en Megara, con Euclides, otro discípulo de Sócrates. De regreso a Atenas comenzó sus enseñanzas filosóficas; se afirma —pero no puede asegurarse— que emprendió asimismo un viaje a Egipto. Poco después fue invitado por el tirano Dionisio el Viejo a Siracusa (Sur de Italia), donde se relacionó con los pitagóricos (especialmente con Arquitas). Aunque el sobrino de Dionisio el Viejo, Dion, se entusiasmó con las doctrinas de Platón, el resultado del viaje fue desastroso; parece que por orden de Dionisio el filósofo fue ofrecido (hacia 387) como esclavo en el mercado de Egina (que estaba entonces en guerra con Atenas) y que tuvo que ser rescatado por un cierto Aniceris. De regreso a Atenas, Platón fundó la Academia, pero invitado de nuevo por el sucesor del citado Dionisio, Dionisio el Joven, emprendió un segundo viaje a Siracusa, donde esperaba poner en práctica sus ideas de reforma política. Caído Dion en desgracia, Platón regresó a Atenas pero en 361/360 emprendió un tercer viaje a Sicilia — asimismo por invitación de Dionisio el Joven. Tuvo, sin embargo, que huir, protegido por Arquitas, a consecuencia de estar implicado en las luchas políticas del Estado, regresando de nuevo a Atenas, donde permaneció hasta el final de su vida consagrado a la Academia y a sus escritos.
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Es difícil resumir la filosofía de Platón —una de las más influyentes en la historia de la filosofía— no sólo a causa de su complejidad, sino también porque pueden considerarse en ella distintas etapas, marcadas especialmente por la evolución de la teoría de las ideas. Tendremos, pues, que limitarnos a destacar algunos de los rasgos esenciales. Aun teniendo en cuenta la citada evolución, consideraremos que la misma es continua y que, por lo tanto, subyacen en el pensamiento del autor durante todas las fases de su desenvolvimiento preocupaciones y problemas sensiblemente invariables. En principio la obra filosófica de Platón puede estimarse como una continuación de la socrática, hasta el punto de que los llamados diálogos de juventud o de la primera época son tanto elaboraciones del pensamiento socrático como exposición de las conversaciones mantenidas entre Sócrates y sus amigos, discípulos y adversarios. Muy frecuente en tales diálogos es un "aire inconcluso"; más que expresión de un cierto número de opiniones bien fijadas, los "diálogos socráticos" parecen ser ejercicios de "dialéctica", y hasta de retórica. Sin embargo, se ve cada vez más claramente que, a través de Sócrates, Platón quiere oponerse a una tendencia que considera funesta: el relativismo sofístico. Una y otra vez los sofistas resultan blanco de sus interrogaciones. Pero oponerse al relativismo quiere decir suponer que hay una posibilidad de conocimiento que no depende de factores circunstanciales. Poco a poco avanza Platón hacia lo que va a constituir su más sonada —y discutida— doctrina filosófica: la teoría de las ideas. Los motivos de la formulación de esta teoría son, empero, más complejos que la mera oposición a la sofística. A las razones epistemológicas se unen —y actúan a veces más poderosamente aun que aquéllas— razones éticas, metafísicas y de filosofía política. Por esta última entendemos sobre todo la actitud de Platón ante las circunstancias sociales de su época. Esta actitud puede rastrearse en diversos lugares de su obra, tal como, por ejemplo, en los libros III y IV de la República y en la Carta VIL Del primero se desprende que el famoso "Estado ideal" es un Estado en vista de una época de crisis y no un Estado ideal "absoluto". Del segundo se deduce que la cuestión fundamental es la de la concordia social, la cual puede solamente obtenerse cuando hay acuerdo acerca de quién debe regir el Estado y del lugar que corresponde a cada individuo —y a cada estamento social—· dentro del mismo, lugar determinado por la justicia, la cual rige las relaciones entre las diversas clases, que son respecto al cuerpo social lo que las facultades son respecto al alma individual humana. Del último resulta claro que el filósofo —o el rey-filósofo, o el jefe del Estado educado en la filosofía— debe tomar las riendas de una sociedad que el estadista sin filosofía ya no sabe manejar. Todos estos motivos concurren a la formación de la teoría de las ideas, a cuya exposición consagraremos la mayor parte del presente artículo.
Es una teoría que comienza a manifestarse en diálogos tales como el Banquete y el Fedón, y que es criticada, o discutida —o, según algunos autores, reafirmada— en los llamados "diálogos últimos". En esos estadios ulteriores de la elaboración de la teoría deben añadirse a la socrática otras influencias, tales como la eleática, la pitagórica y la heracliteana. Pero no hay que pensar que Platón llegó fácilmente a la formulación clara de la mencionada teoría. Antes de que pueda percibirse siquiera su estructura general es necesario ponerse bien en claro sobre lo que se necesita para juzgar rectamente de cada realidad. Ante todo, se necesita que haya una familiaridad con la realidad pertinente. Semejante familiaridad no la puede poseer cualquiera: sólo el "técnico" conoce aquello ¿CÓMO NOS ARREGLAREMOS de que habla. Así, para ENTONCES? ¿RECONOCEREMOS saber acerca del manejo de las naves hay que IGUALMENTE A LA MUERTE LA consultar al piloto, para VIRTUD DE PRODUCIR SU conocer cómo hay que batirse con el enemigo CONTRARIA, O DIREMOS QUE hay que recurrir al POR ESTE LADO LA NATURALEZA estratego. Una "tecnificación" del saber ES COJA? ¿NO ES TODA y la erección de una NECESIDAD QUE EL MORIR especie de "tecnocracia" TENGA SU CONTRARIO? parecen, pues, el resultado de esta Fedón (71 c – 73 a) tendencia.
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Sin embargo, no hay que dejarse despistar por las apariencias; se trata únicamente de ejemplos. Estos ejemplos están encaminados a mostrar dos cosas. Una: que cuanto sucede en las profesiones ocurre también, por lo menos analógicamente, en las cuestiones generales: la opinión "común", la que juzga meramente según apariencias, debe ser descartada. Otra: que la reflexión es necesaria para adquirir conocimiento. Ambas cosas se resumen en una sola: que el saber de lo más importante — qué es lo justo, qué es lo injusto; qué es el bien, qué es el mal— no debe dejarse en manos de cualquiera: sólo el filósofo podrá responder adecuadamente a tan fundamentales preguntas. Pero si el filósofo lo hace es porque ha adquirido previamente una "técnica": la que consiste en dar las definiciones correctas. Estas definiciones se consiguen, por lo pronto, mediante el empleo sistemático del proceso de la división; la realidad es articulada en tal forma, que se hace posible luego "cortarla" por medio del concepto y colocar cualquier entidad en el lugar lógico" que le corresponde, es decir, situarla dentro de un género próximo con el fin de precisarla luego mediante una diferencia específica. De este modo acaban por verse las realidades desde el punto de vista de las ideas. Y sólo así es posible alcanzar uno de los propósitos capitales de Platón: el dar cuenta de la realidad y, por lo tanto, en última instancia, el "salvar" las apariencias que para el hombre común parecen constituir toda la realidad.
El "conocimiento" que propugnan los sofistas es, así, un reflejo del falso saber de la mayoría. Ésta se halla predispuesta a reducir el conocimiento de las cosas al "conocimiento" de las apariencias, sensaciones o sombras de las cosas. De ahí su insistencia en el conocimiento sensible. Mas por medio de este "conocimiento" únicamente podemos saber acerca de las entidades particulares y de los accidentes de estas entidades. Tan pronto, empero, como intentamos saber qué es lo que es —y no sólo, como los presocráticos en general, las cosas que son, o, como los sofistas, las apariencias de estas cosas—, es menester proceder a aplicar un método sistemático, que nos lleve primero a la definición de cada realidad y luego, mediante una incesante dialéctica, al ESTAMOS, PUES, CONFORMES EN QUE ES conocimiento de las MUY POSIBLE, QUE AQUEL QUE HA SENTIDO ideas. La percepción nos UNA COSA, ES DECIR, QUE LA HA VISTO, OÍDO dice, por ejemplo, que el alma es perecedera. O, EN FIN, PERCIBIDO POR ALGUNO DE SUS
SENTIDOS, PIENSE, CON OCASIÓN DE ESTAS SENSACIONES, EN UNA COSA QUE HA OLVIDADO, Y COSA QUE TENGA ALGUNA RELACIÓN CON LA PERCIBIDA, YA SE LE PAREZCA O YA NO SE LE PAREZCA. DE MANERA QUE TIENE QUE SUCEDER UNA DE DOS COSAS: O QUE NAZCAMOS CON ESTOS CONOCIMIENTOS Y LOS CONSERVEMOS TODA LA VIDA; O QUE LOS QUE APRENDEN, NO HAGAN, SEGÚN NOSOTROS, OTRA COSA QUE RECORDAR, Y QUE LA CIENCIA NO SEA MÁS QUE UNA REMINISCENCIA.
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Pero la definición del alma, esto es, la aprehensión de su esencia nos puede demostrar su inmortalidad. Lo mismo ocurre con todas las demás realidades, en particular con esas "realidades" que tienen una estructura análoga a la de los números o a la de las relaciones. Así como el matemático no se ocupa de las figuras triangulares, sino del Fedón (73 a – 78 b) triángulo, el filósofo no debe ocuparse —si no es como punto de partida— de las cosas justas, sino de la justicia, la cual hace justamente que haya cosas justas, en el mismo sentido en que ya no el triángulo, sino la triangularidad, hace que sean posibles las cosas triangulares. Lo que importa, pues, es el "como tal" de las realidades; en otros términos, sus esencias o formas. Éstas surgen primariamente como modelos de los correspondientes objetos y, en gran medida, como estos objetos en tanto que son vistos en sus momentos de máxima perfección. La definición filosófica de las realidades nos conduce, pues, a una esencia que puede abarcar todos los casos, posibles y efectivos, de la realidad considerada. Hay, por ejemplo, muchas posibilidades de "definir" el amor: el amor es un instinto, una tendencia a la belleza, un movimiento de atracción. Pero sólo una definición es aceptable: la que corresponde a su idea. El amor resulta ser completadas por otras donde las posesión y la no posesión o, como dice Platón, siguiendo su tendencia al uso metafórico y a veces mítico, el hijo de Poros (la Pobreza) y de Penía (la Riqueza). Ahora bien, estas primeras precisiones sobre las ideas deben ser completadas por otras donde las ideas aparecen claramente en cuanto tales. A la elaboración del saber debe sobreponerse la teoría de este saber o, si se quiere, la de la verdadera ciencia. Esta ciencia —la del filósofo— se opone a la ignorancia, que es el no saber (a veces, el creer que se sabe no sabiendo). Es la más elevada de todas las sabidurías y por ello tiene a su servicio el más alto de todos los instrumentos del pensar: la dialéctica. Ahora bien, la importancia otorgada por Platón a la verdadera ciencia no debe hacer creer
que concibe solamente dos posibilidades: esta ciencia y la pura ignorancia. Así como hay un intermedio entre el ser y el no ser —es decir, un mundo de objetos (los objetos sensibles) que no son enteramente reales, pero que no son tampoco enteramente inexistentes—, hay un modo de saber intermedio entre la ignorancia y el verdadero conocimiento: es la opinión, la cual no es simple sensación, sino una reflexión que alcanza su propósito por lo menos en los asuntos de carácter práctico y en muchos de los cuales se necesita únicamente un conocimiento probable o plausible. En el mismo sentido en que Platón rehúye aniquilar el mundo fenoménico en aras de un universo puramente inteligible, se niega a hacer desaparecer por completo modos de conocimiento que tienen también por objeto una cierta realidad. De esta manera reconoce Platón una jerarquía del saber, lo mismo que reconoce una jerarquía del ser. La "escalera de la belleza" a que se refiere en El Banquete es sólo una de las metáforas usadas por nuestro autor para mostrar que existe verdaderamente un ascenso y, por consiguiente, una multiplicidad de peldaños.
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Pero otras metáforas o pensamientos pueden ser aducidos. Por ejemplo, la concepción de lo bello como algo que otorga a las realidades una especie de halo y, de consiguiente, un reflejo ya aquí visible de lo inteligible. O bien la concepción del alma, la cual es, como señala en el Fedón, afín a las ideas y no a las cosas sensibles, pero por ello mismo oscilante entre unas y otras. Mas si Platón insiste dondequiera en la jerarquía, es porque piensa que, en último término, hay una clave que sostiene el edificio entero de la realidad —y de su conocimiento—: son las esencias, las formas, o las ideas. Y por eso la teoría de las ideas, primero de una manera aproximada, luego en una forma dogmática y, finalmente, de un modo crítico, aparece como el eje de toda la especulación del filósofo. Estas ideas aparecen, por lo pronto, como la verdad de las cosas.
Se trata de verdades que el alma posee de una manera innata y que pueden ponerse de manifiesto, según es probado en el Menón, tan pronto como en vez de seguir apegados a las cosas sensibles, realizamos el esfuerzo de desprendernos de ellas y de vivir una vida en contemplación. Esta vida contemplativa o teórica puede no ser posible en este mundo si nos atenemos a la famosa imagen de la caverna (República, VII), de la cual parece desprenderse que estamos encadenados y obligados a contemplar solamente las sombras de las cosas que la luz exterior proyecta sobre la inmensa pared hacia la cual se nos fuerza a dirigir la vista. Pero con frecuencia Platón da a entender que puede llevarse en esta vida una existencia semejante a la de los dioses, y ello significa una existencia en la cual las ideas pueden contemplarse, por así decirlo, cara a cara. En verdad, esta última opinión es la que predomina, especialmente cuando en vez de destacar, por medio de la metáfora y del mito, la luz inteligible de las ideas, Platón se enfrenta con el problema del conocimiento verdadero a través de los conceptos. Se han dado muy diversas interpretaciones de la doctrina platónica de las ideas. Para unos se trata de entidades metafísicas, supremamente existentes y supremamente valiosas, objeto de contemplación intuitiva reservada solamente a los que son capaces de realizar el esfuerzo necesario o a los que poseen desde el comienzo
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las condiciones necesarias. Para otros se trata de estructuras de conocimiento de la realidad, más semejantes a las hipótesis matemáticas que a las realidades metafísicas. Para otros se trata de modelos de las cosas que resultan visibles únicamente cuando, como dice Bergson, tomamos una vista estable sobre la inestabilidad de la realidad; en este caso se concluye que las ideas son la expresión de las inmovilidades, alcanzadas tan pronto como se detiene el fluir incesante de la realidad en ciertos momentos privilegiados. Todas estas interpretaciones describen algo que hay efectivamente en la teoría platónica. Esto quiere decir que la concepción del filósofo griego es fundamentalmente compleja. Esta complejidad aumenta, por otro lado, si pensamos que junto a la cuestión de la naturaleza de las ideas hay otra cuestión en la cual Platón trabajó incesantemente y que dejó inconclusa: la de la forma de relación que semejantes ideas tienen con las cosas — cuestión que desencadena inmediatamente el problema de la jerarquía entre las propias ideas. La cuestión de la relación citada es resuelta, por lo pronto, mediante la noción de participación. Es una noción que choca, según hemos visto ya en el artículo correspondiente, con graves dificultades. No menos difícil resulta cualquier solución dada a la cuestión de la relación que entre sí mantienen las ideas. En el Sofista manifiesta Platón que una Prisioneros viendo idea puede participar en otra idea. Mas una vez resuelto este problema todavía queda otro: el de saber de qué cosas hay ideas. En los diálogos primeros y los llamados diálogos intermedios, la cuestión no era demasiado grave. En efecto, las ideas de que se hablaba eran ideas tales como la justicia, la virtud, etc., es decir, ideas que pueden comprenderse relativamente sin esfuerzo tan pronto como consideramos que a menos de postular la existencia de una justicia perfecta, todos los actos llamados justos serán incomprensibles a fuerza de ser relativos. 'Ser justo' es, pues, en este caso, aproximarse lo más posible a la idea perfecta de justicia; 'ser virtuoso', Sombras en la pared aproximarse lo más posible a la idea perfecta de virtud, etc., etc. Pero no parece plausible que las ideas deban limitarse a semejantes entidades. ¿Por qué no admitir también, como se pregunta en el Parménides, que haya no sólo ideas de entidades tales como el hombre, el fuego, etc., sino inclusive de cosas vulgares, tales como la suciedad y los pelos? Es obvio que al llegar a este punto Platón vacila considerablemente. Pues sí, en efecto, una cosa es en tanto que participa de una idea, habrá tantas ideas como hay clases de cosas, siendo entonces cada idea el "modelo" de cualquier cosa de su correspondiente clase. Pero entonces las ideas se multiplican hasta el vértigo. Por si fuera poco, esta extensión de la noción de idea suscita otro problema: hay en cada objeto múltiples partes y características
a cada una de las cuales podría corresponder una idea. A la idea del pájaro se añadiría entonces la idea del ala; además, la idea de lo volátil, de la "plumidad" y otras análogas. Esto llevó a Platón a reducir el reino de las ideas y, sobre todo, a insistir en ciertas ideas que parecen constituir el eje del mundo inteligible. Lo cual supone, evidentemente, que no hay solamente ideas, sino también clases de ideas. Las ideas de que se hablará ahora serán, pues, ideas tales como las de unidad, pluralidad y otras análogas. Cinco de estas "ideas más elevadas" alcanzan al final preeminencia. Son los "grandes géneros": el ser, la igualdad, la diferencia, el movimiento y el reposo. A base de ellos puede ya comprenderse la estructura inteligible de la realidad. Mas inclusive esto plantea algunos problemas. Uno de ellos es el que surge cuando se pregunta cómo una forma tal como el ser puede predicarse al mismo tiempo de formas tales como el movimiento y el reposo. La necesidad de resolver este problema conduce a Platón a una nueva
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La escuela socrática: Sócrates, Platón y Aristóteles
reducción: a la de tres grandes géneros, el ser, la igualdad y la diferencia, que pueden predicarse de todas las formas. Mas al llegar a esta cima del mundo inteligible nos encontramos con que se hace más difícil no sólo la comprensión del mundo sensible —que parece ya infinitamente alejado del inteligible—, sino también la del resto del mundo de las ideas. Para resolver este problema Platón aguzó hasta el máximo el instrumento de que se había valido en toda esta investigación, esto es, la dialéctica. Esta ciencia —la que es enseñada al final del largo proceso educativo descrito en la República— muestra cómo se unen y separan las ideas, muestra que algunas ideas se mezclan y otras no, y muestra la necesaria jerarquía que debe establecerse en el mundo inteligible con el fin de no tener que admitir una ruptura completa entre los grandes géneros y el resto de las entidades. A esta postrera elaboración de su teoría se debe, por lo demás, el sensible cambio que algunos autores observan en la doctrina de las ideas de Platón entendida como una teoría de los universales. En efecto, la necesidad de la jerarquía y, sobre todo, las dificultades que el propio autor acumula sobre su teoría le hacen abandonar el extremo realismo que había mantenido al principio para adherirse a un realismo que puede calificarse de moderado. De hecho, algunas de las objeciones que Aristóteles planteó contra la teoría de las ideas —y hasta algunos de los argumentos más conocidos, tal como el del "tercer hombre"— fueron formulados por el propio creador de la teoría. También puede deberse a estas objeciones la reformulación de la teoría de las ideas en una teoría de las ideas-números —como la
unidad, la diada— a la que Platón parece haberse entregado en los últimos años de su vida. Sin embargo, como hay todavía mucha discusión sobre este respecto, preferimos limitarnos a hacer una simple mención del mismo.
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Hemos destacado en la exposición anterior no solamente las afirmaciones positivas de Platón respecto a las ideas, a la relación entre ellas y las cosas, y a la relación de las ideas entre sí, sino también, y especialmente, las dificultades suscitadas por tales afirmaciones, porque queríamos dejar bien en claro que Platón, sobre todo el Platón de la madurez, es todo lo contrario de un filósofo dogmático. En algunas ocasiones inclusive parece dejarse llevar sin resistencia hacia todas las vías muertas a que conduce el ejercicio implacable de la dialéctica. Esto explica por qué lo que algunos autores consideran como la culminación de la filosofía de Platón —su teología y su cosmología— puede interpretarse como "un conjunto de probabilidades". La teología La Acrópolis - Atenas platónica había sido ya anticipada en la República, pero de un modo muy esquemático y, además, ambiguo. En efecto, Platón había insistido en tal diálogo en la idea suprema del Bien, la cual es respecto al mundo inteligible como el Sol respecto al mundo sensible, de tal modo que el Bien ilumina a aquel mundo por entero y es de tal manera elevado que, como dice Platón en una ocasión, se halla "más allá del ser", pudiendo con ello constituir el fundamento del ser y, con él — en virtud de la característica identificación platónica de ser y valor—, la belleza, la inteligencia y la bondad. Es posible considerar que esta idea del Bien es equiparable a Dios. Pero es posible asimismo negarlo. En cambio, las cuestiones teológicas se manifiestan de un modo decisivo en el Timeo, el diálogo que ejerció tan constante influencia al final de la Antigüedad y durante toda la Edad Media. Se trata, en rigor, como apuntamos, de una teología y de una cosmología — y cosmogonía. En efecto, Platón presenta en el mismo al cosmos como algo engendrado por una combinación de necesidad e inteligencia. Esta combinación debe entenderse del siguiente modo: la inteligencia controla a la necesidad y la persuade a que lleve siempre hacia el mejor resultado posible
la mayor parte de las cosas que llegan a ser. Esto no se entendería si concibiéramos a la necesidad como un orden estricto. Mas la necesidad no es un orden en el sentido en que Platón entiende este concepto, porque el orden implica para el filósofo un plan determinado, es decir, una finalidad determinada, en tanto que si la necesidad produce el orden engendra un orden sin finalidad y sin plan. La inteligencia es, pues, la que persuade a la necesidad para la producción ordenada de las cosas. Ahora bien, esta inteligencia es aquella norma sobre la cual se va a basar el demiurgo. No nos extenderemos aquí de nuevo sobre lo que hemos dicho en el artículo sobre el último concepto. Destacaremos sólo que el demiurgo es, ciertamente, un Dios, pero un Dios que trabaja, como ha indicado Victor Brochard, con los ojos fijos en los modelos de las ideas. Su actividad lo lleva a producir el alma del mundo por la mezcla (ordenada) de lo Mismo y de lo Otro, el tiempo como medida del universo y como imagen móvil de la eternidad, el alma humana y la realidad física. Puede decirse, pues, que el mundo ha sido hecho por el demiurgo de acuerdo con las ideas mediante una combinación de lo determinado y lo indeterminado a fin de sacar de esta combinación el mejor partido posible. Pero como esta última afirmación implica una teodicea y no sólo una teología, nos limitaremos a dejarla como una de las posibilidades en la interpretación platónica. En el mismo caso está la interpretación de la exacta función que tiene lo Otro o lo indeterminado en la producción del mundo. Por un lado, parece tratarse de una pura posibilidad; por el otro, de una especie de determinación. Es muy probable que haya en Platón la tendencia a usar simultáneamente los dos conceptos en su teología y en su cosmogonía. Bergson ha dicho que Platón, como todos los filósofos griegos, concibe que la posición de una realidad implica la posición simultánea de todos los grados de realidad intermediarios entre ella y la pura nada. Estimamos más plausible que la nada tenga también que ser puesta, junto con el puro ser, para que haya las realidades intermediarias. Y así la posición de estas realidades, que se trata de explicar, justificar o salvar, puede aparecer como una especie de interminable juego dialéctico entre el puro ser y el puro no ser o quizás, como el propio Platón escribe en el Timeo, como la expresión de una relación incesante entre lo que es siempre y jamás deviene y lo que deviene siempre y jamás es. Hemos dejado para el final la breve dilucidación de dos problemas que han ocupado mucho a varios expositores y críticos de la filosofía platónica. Uno es el de si las formas que Platón propugna deben ser entendidas como estando supuestas por nuestro conocimiento en las cosas sensibles, o bien como entidades separadas completamente de las cosas. En ambos casos se reconoce la naturaleza "objetiva" de las ideas. Pero mientras en la primera interpretación —que puede calificarse de inmanente— se tiende un puente entre las ideas y las cosas, en la segunda —que puede calificarse de trascendente— se acentúa su separación. De la solución que se dé a esta cuestión depende la interpretación total del platonismo. Ahora bien, resulta que, como ha puesto de relieve W. D. Ross, encontramos en las obras de Platón vocablos que nos incitan a adherirnos a la primera interpretación y términos que abonan la segunda. Así, la concepción más inmanente de las formas está
ἔ
146
apoyada en el uso de vocablos tales como χειν, μετέχειν; κοινωνία; la concepción más trascendente, en el uso de vocablos tales como παράδειγμα, αυτό καθ'αϋτό, μίμησις. Lo más probable es que el propio Platón vacilara en decidirse resueltamente por una sola de dichas concepciones; las necesidades de la dialéctica y las sucesivas dificultades que oponía a su propia doctrina le llevaban alternativamente de la una a la otra.
La RepĂşblica [Resumen del Contenido. Editorial Gredos. Madrid. 1988]
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Libro I
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149
LIBRO II
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151
Libro III
152
153
LIBRO IV
154
155
LIBRO V
156
157
LIBRO VI
158
159
LIBRO VII
160
161
LIBRO VIII
162
163
LIBRO IX
164
LIBRO X
165
La educaci贸n es la soluci贸n
166
Proyecto
UNIMETA
Proyecto Proyecto:
La República Ideal de Colombia
En grupos constituidos por aproximadamente cuatro estudiantes, se concibe un modelo ideal de organización para la República de Colombia. Se debe tener en cuenta el modelo de Platón y la mayor cantidad de elementos reales: presupuesto nacional, población de Colombia, instituciones, etc. Cada grupo entrega una propuesta y un breve trabajo escrito (Normas ICONTEC).
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EVALUACIÓN.
168
Sesiones
UNIMETA
Sesión
0
¿Qué es Aletheia?
Presentación
Metodología de la
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asignatura
Universidad y Sociedad
Sesión
1
Origen de la Universidad Bolonia París
170
Problema I Althouser
Seminario
Aparatos Ideológicos del Estado
Biografía de Platón
Sesi贸n
2
La Universidad
Europea
171
Problema I Foucault
Seminario
Vigilar y Castigar. Disciplina. Los cuerpos...
Plat贸n y la teor铆a pol铆tica
Sesi贸n
3
La Universidad Latinoamericana
Problema I Gadamer.
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Verdad y M茅todo. Formaci贸n
Seminario La Rep煤blica Libro I
Sesi贸n
4
Colombia: La herencia colonial
Problema II
173
Ideas Conservadoras en Colombia
Seminario La Rep煤blica Libro II
Sesi贸n
5
Colombia: Modernizaci贸n Institucional
Problema II
174
Ideas Liberales en Colombia
Seminario La Rep煤blica Libro III
Sesi贸n
6
Colombia: Panorama de la Educaci贸n superior
Problema II
175
Ideas Socialistas en Colombia
Seminario La Rep煤blica Libro IV
Sesión
7
IES: historia, organización, PEI, símbolos, oferta
Problema III Innovación y
176
Emprendimiento
Seminario La República Libro V
Sesi贸n
8
IES: Sistema de Investigaci贸n
Problema III Seminario
177
Desempleo
La Rep煤blica Libro VI
Sesión
9
IES: Aletheia y Universidad
Problema III
178
Empleabilidad (Caso Bogotá)
Seminario La República Libro VII
Sesión
10
Sociedad Post-
Industrial ¿Qué es? ¿Cómo es?
Problema IV Sector Primario
179
[Ecomía de Colombia]
Seminario La República Libro VIII
Sesión
11
Universidad y Sociedad PostIndustrial
Problema IV Sector Secundario
180
[Economía de Colombia]
Seminario La República Libro IX
Sesión
12
La U y la Sociedad Post- Industrial
Problema IV Sector Terciario
181
[Economía de Colombia]
Seminario La República Libro X
182
183