PERCONTARI N2 : La Mentira

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PERCONTARI Año I • Nº 2 • Santa Cruz de la Sierra, Bolivia • agosto 2014

La mentira Revista del Colegio Abierto de Filosofía 1


Colegio Abierto de Filosofía

EDITORIAL

Percontari es una revista del Colegio Abierto de Filosofía. Filosofar significa estar en camino. Sus preguntas son más esenciales que sus respuestas y toda respuesta se convierte en nueva pregunta. Karl Theodor Jaspers

Dirección Enrique Fernández García Consejo Editorial H. C. F. Mansilla Roberto Barbery Anaya Blas Aramayo Guerrero Alejandro Ibáñez Murillo Andrés Canseco Garvizu Ilustración Juan Carlos Porcel Seguimiento editorial Gente de Blanco DL: 8-3-39-14

Colaboran en este número Lo que no se dice de la mentira

Jorge Luna Ortuño

Yo, humano, que tanto he mentido

Andrés Canseco Garvizu Pinocho y la mentira

Luis Christian Rivas Salazar ¿Miente quien proclama que tiene la verdad?

Marcelo Alfonso Siles Vargas Mentira versus verdad

Carolina Pinckert Coimbra

La mentira entre nosotros

Enrique Fernández García Elogio de la mentira

Roberto Barbery Anaya

Mentíos los unos a los otros María Claudia Salazar Oroza

facebook.com/colegioabiertodefilosofia revistapercontari@gmail.com revistapercontari.blogspot.com Con el apoyo de:

Instituto de Ciencia, Economía, Educación y Salud

Dialéctica de la mentira

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n nuestro primer número, reflexionamos acerca de la felicidad. Sabíamos que agotar el tema era ilusorio; por tanto, aspirábamos únicamente a generar inquietudes al respecto. Ésta fue la misión que asumieron quienes colaboraron entonces con Percontari. Así, recurriendo a distintos enfoques, se plantearon ideas que aportaban al debate sobre dicho asunto. Tres meses después de haberlo hecho, estimamos que una ocurrencia como ésa se justificó a cabalidad. Lo señalamos gracias a comentarios de individuos que no aprecian lugares comunes, prejuicios y banalidades, pues han entendido el objetivo perseguido por esta publicación. Nunca dejará de ser grato el apoyo que se brinda en las contiendas intelectuales. Por supuesto, si bien es innegable que lo venidero puede sorprendernos de diversas maneras, nos comprometemos a mantener esta cruzada hasta cuando el oscurantismo, en sus diferentes formas, haya desaparecido. Ahora bien, en esta oportunidad, para continuar con las provocaciones intelectuales, discurriremos sobre la mentira. Como es sabido, la cuestión ha sido considerada durante las distintas épocas, mereciendo juicios diversos, al igual que fértiles para el debate. No se desconoce que, conforme a lo expresado por Rafael Ferber, entre otros autores, resultaría más atinado discutir en relación con la verdad; empero, según nuestro criterio, su opuesto nos ofrece mayores ventajas para provocar al lector. Porque, aunque, por el legado judeocristiano, parezca evidente en muchas sociedades que mentir está mal, si nos atreviéramos a meditar con libertad, podríamos percatarnos de cuán razonables son algunas objeciones a esa condena. Lo fundamental es regalarnos la oportunidad, desgraciadamente rara, de remirar todo aquello que nos han dictado en ese campo. Quizá, luego de hacerlo, ratifiquemos nuestras convicciones; no obstante, resulta asimismo posible que no encontremos tan repudiable, en determinadas circunstancias, atentar contra cualquier verdad. Nuevamente, las páginas de nuestra revista cuentan con textos que, ante todo, destilan sinceridad. Hay la osadía de forjar ideas, intentar cuestionamientos, incluso proponer máximas que nos guíen mientras transitamos por este curioso mundo. En ese afán, pueden cometerse equivocaciones, pero éstas no deben servir para relegar un mérito superior: el heroísmo de quienes procuraron pensar sin ninguna restricción. Esperemos que se valore la proeza. E. F. G.

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Lo que no se dice de la mentira Jorge Luna Ortuño

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os más aburridos relacionan de inmediato la mentira con lo malo. La mentira es vista como un punto de inflexión, suele señalar el momento en que las cosas empiezan a ir mal, mientras que en otras ocasiones sirve para mantener un equilibrio funcional. Vuélvase a la historia de los gobiernos y se verá cómo, a través de los tiempos, la mentira ha servido para prolongar el dominio de los imperios, para evitar la fractura de un matrimonio o para rehacer un país. En la historia de la filosofía, la mentira es una de las primeras categorías que se identifica como enemiga para su actividad, vale decir, la filosofía se propone como ejercicio para conjurar la mentira, y el filósofo entendido así es el guardián de las verdades universales. Después esto irá variando, el nuevo enemigo ya no será la mentira sino más bien la ilusión, y en momentos postreros se intentará desterrar el error. Dicho esto, no espere el amigo lector encontrar aquí una disertación moralista contra la mentira. Nos interesa mirar al acto de mentir de frente, con los ojos bien abiertos, y en relación a una cuestión: cuándo la mentira está relacionada con lo subversivo/creativo. En palabras simples, lo que decimos es algo que no se enseña en colegios, ni estará escrito en catequismos, pues es algo que se aprende en la calle y a medida que se crece en pericia. El mundo de la infancia termina cuando te das cuenta de que se vive en este mundo según un discurso doble: se alaba la verdad, pero se prefiere la mentira como piedra de toque. Es así que existen diversas ocasiones en la vida en las que es necesario decir que sí al poder, cuando en realidad se piensa interiormente que no. ¿Cómo podría de otra manera un adolescente, que desea cultivar su talento, relacionarse con un padre rígido e intolerante? Naturalmente, esto no pasa sólo con el padre, el poderoso tiene diversos ropajes, se encarna de modos distintos. En la edad escolar uno de los agentes del poder es el profesor, y ni hablar del director de colegio, sacrosanta autoridad; también juega ese

papel el policía de tránsito, la tramitadora en oficinas de gobierno, la madre de los hijos en hogares separados, el político que firma una ley que afecta directamente a tu trabajo… Cualquier idiota puede estar en control del poder en una situación determinada, la mayoría de las veces depende de condiciones circunstanciales y temporales, pero otra cosa es SER poderoso. Conviene desarrollar brevemente esta diferencia: unos son los seres en ejercicio del poder, otros son los seres poderosos. Los primeros dependen de las circunstancias, su poder deriva del cargo temporal que ocupan, de la cantidad de dinero que poseen en un momento determinado, de las voluntades que han comprado a su alrededor, y de aquello que han podido levantar a partir de una mentira inicial. Ellos se valen de la mentira de manera vil y, por ocultar su debilidad, no se interesan por los terceros, no comprenden la manera en que esos procederes los socavan en su reino interior. Otros, en cambio, son los seres poderosos, los inamovibles, los intocables, los que parten un gobierno adquirido sobre sí mismos, alientan la templanza del espíritu, pueden atravesar situaciones de carencia económica o de soledad sin visos de cambio, pero se comportan como reyes soberanos, nadie los puede comprar ni convertirlos en esclavos al servicio de placeres más bajos. De estos últimos podremos seguir rastros a través de algunas de sus obras, si es que escribieron, como, por ejemplo, Baruch Spinoza, el príncipe de la filosofía. En el gran anecdotario filosófico, escrito por Diógenes de Laercio, Vidas de los filósofos más ilustres, encontramos la figura inmortal de Diógenes de Sínope, el cínico, el retratado en su tonel, con la expresión calma y autosuficiente, mandando al poderoso Alejandro Magno a que se quite del frente porque le tapa del sol. Insolente, torpe, nada diplomático, Diógenes el cínico es uno de los que recordamos como ser auténtico, el parricida, el que tiene el coraje de decir la verdad, porque decir la verdad es una apuesta que se sustenta con el propio pellejo. 3


Sin embargo, si hemos de reencauzar esta meditación hacia su punto de partida, deseamos indagar en otra manera quizá menos admirable de utilizar la mentira, a favor de algo más grande que uno mismo. Cristian Vila Riquelme, un filósofo titulado en Valparaíso, Chile, subió a la web un breve ensayo bastante sugerente, se titula «El poder, la negociación y las líneas de fuga». Él habla de la mentira para sobrevivir, para diferir la conversación hacia otro punto donde el choque frontal no sea insalvable. Sócrates sería el gran mártir de la filosofía, el que no miente, el que prefiere morir envenenado antes que mentir y retractarse. Giordano Bruno muere también por juzgar demasiado pobre a la mentira, cae de pie, echado a la hoguera, por defender sus ideas. Pero ¿qué hacer para no convertirse en mártir, para conservar la vida y dar paso a otra estrategia de resistencia? Vila Riquelme escribe: «Galileo Galilei es el ejemplo, por excelencia, de la negociación. Cuando su pensamiento lo arriesga a ser condenado, negocia su libertad. Frente al tribunal de la Inquisición opta por desdecirse puesto que sabe, secretamente, que “epour si muove”. Palabras enigmáticas si se quiere, aunque son toda una forma política de disimulación». Si has usado la investigación científica para comprender que el mundo es redondo, pero el poder eclesiástico está empeñado en defender la idea de que es cuadrado, ¿qué sentido tiene que te confrontes directamente contra los que ostentan el poder? Galileo se retracta ante ellos, pero no pierde su secreta convicción. Ahora, no faltarán los que reclamen, ¡y de qué sirve una convicción noble o verdadera si sólo existe oculta dentro de uno, pero no se lleva a la práctica! Se trata de una manía demasiado humana, una necesidad de pedirles a los otros que sean totalmente honestos o admirables, para que podamos seguir creyendo en la honestidad, en la verdad o en la justicia de la misma manera plana en la que nos adoctrinan desde los años mozos. Por ello, es vital la estimulación del espíritu creativo desde temprana edad, y del gusto por la libertad, tanto propia como de los otros. Los seres libres no mienten de la misma manera que los viles, es una cuestión de resistencia. Galileo miente porque es más sabio, no le interesa ganarles en un argumento a los po-

derosos, no busca tener la razón para sentirse bien, ni pretende imponer su verdad a los que no están de acuerdo. Debe mentir para desplazar el problema, para tener una chance de seguir trabajando en su descubrimiento, valora su vida antes que la veracidad de sus ideas, se desconecta del cuerpo teórico que defiende, no pierde ni gana nada, simplemente evita sentirse maniatado. Es lo contrario de lo que hace el mártir, o el discutidor, porque este defiende la rigidez, el aferrarse a un punto de vista, defiende sólo cierta conclusión, no le importa tanto la relación, le importa tener la razón. Hace falta internarse un poco más en los caminos de esa sabiduría para aprender las cualidades de la mentira. Existen ocasiones en las que mentir puede ser un acto subversivo, pues protege la vida, o la permanencia de unas condiciones de vida, pero sólo en vista de un fin superior, que no consiste en el puro beneficio personal, sino que apunta a una creación, a un desvelamiento que tendrá el tiempo para crecer como bola de nieve y sin meter mucha bulla alrededor. La mentira es una herramienta que usan libremente los seres más talentosos en sus campos, véase en el boxeo a un Floyd Mayweather, haciendo creer que su siguiente movimiento será siempre otro del que termina realizando, engañando sobre sus intenciones, haciendo de la mentira una finta. Carece de interés hablar de si es bueno o malo, hace falta ver todo el conjunto, observarlo moverse con gracia por el ring, su estilo se presenta a ojos del espectador como un acto bello, una forma de expresar una estética sublime. Ronaldinho, por su parte, cuando deslumbraba en el Barcelona, era un gran regateador porque sabía mentir, lo mismo que Johan Cruyff cuando fingía quedarse para luego arrancar improvistamente con bola dominada, y qué decir de Romario: parecía fuera del partido durante 80 minutos, mentía con todo su cuerpo, pequeño y lento, y de repente aparecía como una flecha trepidante para marcar el gol del triunfo. Mentir es a veces resistirse, y crear, cuando se afronta una situación en inferioridad de ocasiones. Basta con leer la historia.

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Yo, humano, que tanto he mentido Andrés Canseco Garvizu No exageres el culto de la verdad; no hay hombre que al cabo de un día, no haya mentido con razón muchas veces. Jorge Luis Borges

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que todas las acciones del hombre, conlleva responsabilidades y consecuencias que a veces aplastan al generador, y ante ellas el arrepentimiento es nulo, acaso sirva de lección o como un crudo escarmiento, nada más. Además, hay que decirlo, ¿a quién le agrada la cercanía de un mentiroso constante o compulsivo?, alguien en quien depositar confianza es un gran absurdo. Esas compañías deben de ser una de las formas menos estudiadas de masoquismo. Pienso en un cuento de Julio Cortázar, llamado «La salud de los enfermos». En la obra, mediante un particular recurso narrativo, se relata la historia de una madre de familia muy enferma, cuyo médico recomienda a los allegados evitar cualquier noticia impactante. Ya con anterioridad los parientes habían tomado la decisión de ocultarle la muerte de uno de sus hijos que vivía en el extranjero. A través de falsas cartas y una arquitectura de engaño (algo que no todos los mortales pueden realizar de manera correcta), los hijos conservan la vida de la madre hasta el límite, haciéndole creer que el hijo estaba vivo y que le escribía. Al estar cerca de morir inevitablemente la madre, se cuentan dos hechos que, para el motivo del análisis de la mentira, no pueden pasarse por alto. El primero es que la madre, al momento de su muerte, confiesa que ya conocía de todas las mentiras y seguía el juego por gratitud o por necesidad: “–Qué buenos fueron conmigo –dijo mamá–. Todo ese trabajo que se tomaron para que no sufriera. […] –Ahora podrán descansar –dijo mamá–. Ya no les daremos más trabajo”. El segundo giro del final, relevante sobre la mentira, es el que se encarna en una de las hijas que, luego de la muerte de la madre, recibe una de las cartas fraudulentas del hijo en el extran-

ejemos de lado aquellas imposturas y engaños que practica el abyecto, el ruin sin escrúpulos, esas mentiras que forjan en la bajeza; incluso apartemos al particular y raro mitómano (un ser con pies de barro fétido); para otro momento las estéticas, útiles y reveladoras que engendra la ficción literaria; también a un lado esas grandes falsedades colectivas que dan origen a las manipulaciones políticas y religiosas. Pensemos y delimitemos este ensayo en ese ser olvidado: el individuo. Me gustaría decir que es posible vivir en un mundo íntegro, en el que ningún minuto esté manchado de mentira; lo que no sé es si podría soportar vivir en ese mundo. Mentir es uno de los pilares del mundo, uno de los pilares negros, pero pilar al fin. En el contacto personal con los demás hombres, aparece como una necesidad para no herir con el puñal ardiente o para infundir esa locura vital llamada esperanza. Son nuestras contradicciones internas también las que se aplacan mintiendo, naciendo de la duda y del escepticismo. Es tentador el papel de inquisidor errante que pasea por las calles satanizando la mentira, pero él, ese inquisidor, no ha sentido tal vez el frío estremecedor de los hombres que tienen a un amigo o familiar a los bordes de la muerte, mirarlo y decirle en consuelo: “Calma, todo va a estar bien”. Tampoco este inquisidor parece haber caminado hacia un ser amado con paso destructor y, desprendiendo verdad, decirle sin demora y sin simulaciones: “Ya no te quiero”. Lo cierto es que hay mentiras y encuentros humanos –demasiado humanos– que nos recuerdan al inconfundible Nietzsche: “Lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal”. Es cierto que el acto de mentir no se justifica, pero puede ser comprendido. Al igual 5


jero, muerto hace mucho, y es presa completa de toda la farsa montada: “Tres días después del entierro llegó la última carta de Alejandro, donde como siempre preguntaba por la salud de mamá y de tía Clelia. Rosa, que la había recibido, la abrió y empezó a leerla sin pensar, y cuando levantó la vista porque de golpe las lágrimas la cegaban, se dio cuenta de que mientras la leía había estado pensando en cómo habría que darle a Alejandro la noticia de la muerte de mamá”. No es ociosa ni inútil la revisión de este cuento; la mentira es un elemento recurrente en tramas literarias. Se observa dos efectos del engaño en el cuento de Cortázar: quedar descubiertos y quizás ser desenmascarados, con mayor o menor crueldad; y también quedar anclado en el mar de falsificaciones que se llena irresponsablemente. Un simple azar que nos marca la vida es el idioma y admito mi debilidad por su riqueza en recursos. El castellano es un idioma que se asemeja a un laberinto; se abre a la ambigüedad y a la imprecisión, y, por tanto, es también una latente herramienta para ejercer la mentira. Su cantidad de modos y tiempos permiten al verbo camuflarse y darse matices; ¡ni qué decir de los juegos que puede inventarse a plan de eufemismos y epítetos! Otra utilidad que no es menor para ciertos artificios: ¿acaso a la misma mentira no la llamamos optimismo cuando puede parar un dolor o cuando se la necesita? En el recordado relato «Cándido», escrito por Voltaire, el protagonista dialoga con su criado: “–¿Qué es el optimismo? –preguntaba Cacambo. –¡Qué dolor! –dijo Cándido–. Es obstinarse en defender con vehemencia que todo está bien cuando está mal”. Que nuestra vida esté regida por la sinceridad y honestidad es algo a lo que se debe apuntar; pero comprender la dificultad de ese objetivo es necesario. Las dificultades éticas y morales están señaladas cuando se pone en la balanza el mentir –aunque sea por piedad o por amor– y verse en el otro lado, en ser el que cree cada pa-

labra, y un día se encontrará sin falta afectado y herido por el desengaño. Elijo un apunte relacionado a la música y una estrofa peculiar para cerrar este texto. El cavar entre los escombros del olvido musical brinda placeres únicos. Una canción que hace poco encontré (La verdad, del grupo San Pascualito Rey) me remonta a lo árido, a un crudo desierto americano, a desoladas regiones en que –no por casualidad– se venera a la muerte como deidad y que puede aportar una idea de por qué, como simples mortales, nos rendimos ante la mentira frente a la pesada verdad: “La verdad no viene sola; viene acompañada, de una bala, de una soga, se enquista en el alma…”.

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Pinocho y la mentira Luis Christian Rivas Salazar

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omo muchos niños en el mundo, he crecido viendo las clásicas películas de Disney. Junto con mis hermanos, disfrutábamos muy atentos de la animación, y nos quedaban las enseñanzas morales que aprendíamos de los cuentos. Nuestros padres nos advertían que nuestra nariz crecería si mentíamos y enseguida reparábamos en decir la verdad. ¿Quién no ha sido advertido de esta manera en su infancia? La vida de Pinocho es dramática y cruel para ser vista por niños, pero así de dura es una lección inolvidable: cómo es la vida, un nacer y aprender de los errores, ensayar y cometer errores; cómo Pinocho, después de la diversión irresponsable, puede morir colgado, ser estafado, robado, quemado, secuestrado, tragado, golpeado, esclavizado, matar a su propia conciencia. Es una historia tremenda. Ésta es una de las primeras lecciones sobre la mentira que podemos tener en la infancia. Como sabemos, frente a la mentira está la conciencia, el grillo que dice a Pinocho que debe distinguir entre el bien y el mal. –¿Bien y el mal? ¿Y cómo sabré? –Tu conciencia te lo dirá. –¿Qué es conciencia? –¿Qué es conciencia? Te lo diré. La conciencia es esa débil voz interior que nadie escucha, por eso el mundo anda tan mal. Y la conciencia es ese Pepe Grillo que te cuestiona, que te advierte, que te amenaza y muestra las posibles consecuencias de tus actos y palabras: “Todo puede ser. Deja a tu conciencia ser tu guía. El mundo está lleno de tentaciones… No olvides de silbar, no basta soplar y al no poder silbar grita. ¡Pepito Grillo! ¡Eso! Si te estás portando bien y te está tentando el mal,

¡dame un silbidito, dame un silbidito y siempre tu conciencia triunfará!”. Las consecuencias de una mentira son funestas; nos vemos como niños con narices grandes, o convertidos en jumentos por no hacer caso a nuestros padres, la voz de la conciencia y del deber ser. Las consecuencias son la degeneración corporal y estética, que nos preocupan más que las complicaciones futuras de una mentira: ¡nos crecerán la nariz y las orejas! ¡Seremos monstruos! Algunos psicólogos dicen que la mentira en el niño demuestra su capacidad intelectual, pero, si ese niño es descubierto –obvio que lo es, por eso sabemos que ha mentido– queda como un burro: “Ya vez, Pinocho, las mentiras crecen y crecen hasta verse como la nariz en tu cara”. “Nunca más mentiré. Lo prometo”. Esa historia de la mentira nos muestra una variante de la paradoja del mentiroso, la paradoja de Pinocho, que fue formulada en 2001 por Veronique Eldridge-Smith a los 11 años de edad y su padre, Peter Eldridge-Smith, doctor en Filosofía de la Lógica en la Universidad Nacional de Australia, quien, tras explicarle la paradoja del mentiroso a su hija, le pidió que buscara su propia versión y Veronique respondió con una frase que Pinocho dice en un momento de la historia: “Mi nariz está creciendo ahora”. ¿Lo que nos dice Pinocho es verdad o es mentira? Así, nos da miedo mentir, un niño que fue malo, podrá volver a ser de palo. Estas son nuestras primeras lecciones sobre la mentira.

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¿Miente quien proclama que tiene la verdad? Marcelo Alfonso Siles Vargas

Así como nuestro cuerpo está revestido de ropa, así nuestro espíritu está revestido de mentiras. Nuestros discursos, nuestras acciones y todo nuestro ser son mendaces; sólo muy esporádicamente se puede discernir a través de este velo nuestro verdadero carácter, como se adivina un cuerpo tras la ropa que lleva puesta. Arthur Schopenhauer

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abemos que certeza se define como el conocimiento seguro y claro de algo, es decir, cuando hay certidumbre, verdad y seguridad de algo; y lo opuesto sería la duda o la incertidumbre de algo. No obstante y definida la palabra certeza, cabe preguntarse en primera instancia: ¿es posible que un humano pueda tener certezas pasadas, presentes y futuras? En parte, es posible tener certezas pasadas, pero el tiempo (Crono que se lo lleva todo) las distorsiona o las destruye con su mazo del olvido y la efímera palabra. Es decir que, en principio y cuando el hecho es reciente, se tiene una convicción sobre el suceso de un hecho que tuvo lugar en algún lado y que fue objeto de nuestra percepción; por ejemplo: el que haya tomado una ducha antes de sentarme a escribir. No obstante, dicha certeza no es permanente, sino efímera. Se difumará con el tiempo y, al ser un acontecimiento anodino, hasta puede ser extirpado de mi pasado (el olvido). Sobre este tema hay mucha tela por cortar, y ese cometido lo dejaremos para otro ensayo. Por otra parte, también es posible tener certezas presentes; sin embargo, tampoco se goza de permanencia. El presente ya no es presente cuando pasa aquel instante que fue presente. Parece un trabalenguas, pero eso quiere decir que en el momento que se suscita el presente deja de ser presente y se convierte en pasado, tal vez en un reciente pasado, pero pasado al fin. Nada es estático, todo fluye; como el río de Heráclito que no se detiene y que las aguas con las que me baño hoy no son las mismas de ayer y mañana. En suma, el presente es la realidad, lo que ocurre verdaderamente, lo cual es disuel-

to por el paso del tiempo y por las percepciones del ser humano a través de la palabra. El presente es aquel efímero instante cuyas apuradas aguas nos arrastran hacia la muerte y el olvido. En cuanto al futuro, diré que es ingenuo pensar que se puede predecir o tener seguridades sobre lo posible. Uno puede tener ciertos indicios y probabilidades, los cuales son informados por el pasado y son manifestados en tiempo presente para llegar a un futuro deseado; pero eso no les otorga certeza. Éste es el problema que se tiene para conocer el futuro: estamos imposibilitados de viajar en el tiempo para conocer lo venidero; carecemos de los atributos de Dios, omnipresencia y omnipotencia; y somos incapaces de conocer en tiempo real la realidad total. En ese sentido, se verifica que existe poca permanencia y anclaje de la certeza en el tiempo. Aclarado eso por mi parte, cabe preguntarse si miente quien proclama que tiene la verdad. Al respecto, puede decirse que, muchas veces, los malos políticos manifiestan en declaraciones públicas y entrevistas que poseen la verdad y que su discurso es el fiel reflejo de la veracidad. Tales afirmaciones son de temer, por el solo hecho de imaginarse qué tan productivo puede ser para la democracia sostener un debate o una conversación con un político que dice poseer la verdad, símil a un ser omnisciente y omnipotente que tiene acceso privilegiado a lo verídico. En ese caso, no hay posibilidad de diálogo con un ser supremo así. Es guerra perdida y sería inútil cualquier debate con dicho ser. Tal vez lo más acertado sea sentarse a oírlo para beber del manantial de sus palabras y conocer lo que 8


el destino nos depara si hacemos caso omiso a su advertencia. El diálogo es un buen instrumento de búsqueda de la verdad, lo cual no asegura encontrar lo veraz, pero viabiliza el intercambio de pareceres e ideas con la opción de ser refutadas sobre la base del razonamiento. Sin embargo, el diálogo tiene que darse en un ambiente de escucha activa y sobre la base de un temperamento de espíritu crítico. Obviamente, en la práctica se observan muy poco estas virtudes cuando los actores principales o protagonistas de la vida pública dialogan; para ellos, no existen fisuras en sus discursos o teorías, pues no están dispuestos a correr el riesgo de ser falseados y que lo construido se derrumbe a consecuencia de las refutaciones hechas por sus detractores. Por eso, querido lector, mi conclusión provisional (no definitiva) en esta ocasión de reflexión es que quien proclama que tiene la verdad, como si poseyera el pasado, el presente

y el futuro en sus manos, miente descaradamente, como cualquier sacasuerte o brujo de baja ralea; y esta mentira es aún más grave y dañina cuando tiene un contexto oficial –por ejemplo, en la política–, y que muchas veces quedan impunes porque no son verificadas por propios y extraños. Les aconsejo que se arrimen a políticos que carezcan de tal arrogancia (cometido casi imposible) y eviten a los políticos que tienen recetas mágicas o soluciones pomposas, porque de verdad les digo que es altamente improbable que algún bípedo tenga todo el conocimiento sobre la realidad, y a dicha afirmación me someto. En consecuencia, le insto a que usted prefiera primero los hechos antes que los misterios, lo actual antes que lo posible y la risa presente antes de la embaucadora felicidad utópica.

Mentira versus verdad Carolina Pinckert Coimbra

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ué es una mentira? La primera idea que surge ante esta pregunta debe ser que es la omisión de la verdad. Según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), mentira es la “expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa”. Entonces el acto de mentir sería la actividad voluntaria, o quizás en algunos casos automática, de omitir o transformar la verdad que sabemos, creemos o pensamos. Pero ¿qué nos lleva a mentir? Sería ilógico que nos afanemos en utilizar nuestros impulsos neuronales en un acto de creatividad e imaginación sin tener un fin u objetivo. Pienso que podría ser por dos razones: lograr un cometido o huir de una situación desagradable. Podemos observar que la psicología conductista postula que los seres humanos actúan en función de propiciar situaciones agradables y de evitar momentos incómodos, de cierta manera simi-

lar a los animales, solo que con objetivos claros y mucho más complejos. Esto explica por qué los niños desde tempranas edades pueden culpar a sus hermanos para evitar castigos o asegurar a sus padres que han realizado alguna tarea para ganarse un dulce, y esto sucede porque, desde los primeros momentos de vida, el ser humano empieza a experimentar sensaciones y a clasificarlas de una manera muy dicotómica: placenteras y desagradables. En el comienzo de la vida, las situaciones placenteras son demasiado simples, como comer, dormir, conocer el entorno; pero con el crecimiento se vuelven mucho más complejas. Ya no solo tenemos que atender necesidades físicas, sino también sociales, materiales, culturales, intelectuales, espirituales, etc., que nos llevarán a condicionar nuestras acciones diarias con el fin de satisfacerlas, incluso a omitir la verdad. De igual manera, con el fin de evitar el acontecimiento de situaciones que nos vayan a generar 9


gún tipo clase de daño en el sujeto o grupo al que dirigimos nuestras mentiras. Además, no podemos ignorar la realidad de que nuestros enunciados, sean ciertos o falsos, sirven de base a nuestros interlocutores para sacar sus propias conclusiones e interpretaciones de la realidad que luego pasarán a ser acciones, y he aquí el inicio del daño que podemos causar. Y así podemos terminar habitando un mundo donde lo cotidiano sería temer que las mentiras del prójimo sean de tal magnitud como las nuestras. Como bien expresa Mark Twain: “Si dices la verdad, no tienes que recordar nada”. Recurriendo nuevamente a la RAE, ésta define a la verdad (del latín verĭtas, -ātis) como la “conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente, conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa, propiedad que tiene una cosa de mantenerse siempre la misma sin mutación alguna, juicio o proposición que no se puede negar racionalmente, cualidad de veracidad, y expresión clara, sin rebozo ni lisonja, con que a alguien se le corrige o reprende”. Lo recuerdo porque, fuera de todo beneficio que pueda traer la mentira consigo, considero que lo adecuado, para quienes queremos vivir una vida establecida sobre ciertos principios morales y éticos, es adoptar una comunicación social y una conducta basada en la verdad. Una verdad correctamente expresada, con inteligencia, respeto y diplomacia, que nos permita adaptarnos efectivamente a la hora de relacionarnos con nuestros interlocutores. Una verdad productiva que, al salir de nosotros, vaya a causar un buen efecto en los demás, que vaya a lograr construir un lazo de confianza en quienes nos escuchen. Una verdad que haga reflexionar y cambie actitudes de otros sin violencia, sino más bien con bondad, empatía y libertad. Finalmente, creo que sería muy propicio que nos quedemos con una clara, certera y punzante frase de George Orwell: “En una época de engaño decir la verdad es un acto revolucionario”.

desagrado, incomodidad, dolor, tristeza, miedo y emociones negativas. Por ese motivo últimamente mencionado, el acto de mentir adquiere una justificación socialmente establecida que es el agradar o más bien “no desagradar” a los demás con la expresión de comentarios demasiado fieles a la realidad, o carentes de arreglos verbales, que vayan a generar algún tipo de molestia en los demás, ya que el disgusto del otro se expresará mediante alguna reacción conductual que nos llegará a generar igualmente alguna sensación de incomodidad a nosotros. Esto explica por qué solemos dar excusas cuando nos atrasamos o no asistimos a un acontecimiento, cuando olvidamos llevar algo, cuando no hemos hecho un trabajo, entre otras situaciones, ya que podría llegar a ser de cierta manera problemático comunicarle a un amigo que no fuimos a una cena porque apareció otra reunión de mayor importancia, que nos olvidamos de una pertenencia suya porque estábamos ocupados, pensando en nuestros propios asuntos, o que no hicimos cierto trabajo porque nos pareció más provechoso salir la noche anterior que pasar toda la noche escribiendo. Viendo la realidad desde esta perspectiva, la sinceridad, la emisión total de la verdad nos puede ser un tanto problemática en nuestras relaciones sociales con otros seres humanos, dejando a la mentira en la posición de ser una acción adaptativa dentro del marco del relacionamiento humano. Aldous Huxley, desnudando esta compleja dinámica, afirma severamente: “Una verdad aburrida puede ser eclipsada por una falsedad emocionante”. ¿Pero será lo anteriormente mencionado suficiente justificativo para mentir libremente? Winston Churchill sabiamente dijo: “Los hombres a veces tropiezan con la verdad, pero la mayoría de ellos se levantan y se apresuran a seguir como si nada hubiera pasado”. Los principios religiosos y códigos morales califican a la mentira, o a la omisión o deformación de la verdad, de un acto indeseable y censurable, ya que llega a implicar algún tipo de engaño o falsedad y que puede causar al-

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La mentira entre nosotros Enrique Fernández García

De todas las enseñanzas que la vida me ha proporcionado, la más acerba, más inquietante, más irritante para mí ha sido convencerme de que la especie menos frecuente sobre la tierra es la de los hombres veraces. José Ortega y Gasset

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por decisión y necesidad del que la dice; puede ser provocada gracias al semejante, quien sería beneficiado con ese fenómeno. Consiguientemente, plantear un rigorismo, una negación rotunda como ésa implicaría, en algún instante, la producción de perjuicios. Hay situaciones en las cuales amparar una falsedad puede conllevar la salvación del prójimo. Lo primordial es que se reflexione al respecto, ponderando los bienes en peligro, para evitar la comisión de injusticias. Caminar hacia el bien, aspiración que acostumbran perseguir los hombres cuando no son innobles, puede admitir actos reñidos con la franqueza. La inflexibilidad es una cualidad que sirve también para invitar al infierno a visitarnos. No debemos olvidar que la relación con las demás personas impone concesiones, licencias en pro de nuestra paz. Es probable que, si viviéramos aislados del mundo entero, podríamos darnos el gusto de ser tan rígidos cuanto drásticos. Por el momento, debemos tener presente la necesidad de moderar ciertos principios; empero, desde ninguna perspectiva, esto significa su renunciamiento. En esta cruzada, el absurdo es reducir la cuestión a dos únicas alternativas.

n El conocimiento inútil, Jean-François Revel escribió una frase que alcanzó la inmortalidad con justicia: “La primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. Si bien la vigencia de mitos ideológicos del siglo XX alimentó esa sentencia, no cabe negar su importancia para llevar a cabo un debate más amplio. No es casual que, durante todos los tiempos, razonar sobre las mentiras, sus beneficios y males, así como discutir en torno a su opuesto, la verdad, nunca haya dejado de ser trascendente, pues nuestra convivencia está signada por esos conceptos. Es imposible imaginarse una relación humana, entre seres dotados de razón y sentimientos, en la que sean irrelevantes esas apreciaciones. Por supuesto, fuera o dentro de la política –esa valiosa dimensión de la vida humana–, discurrir al respecto se vuelve ineludible. Lo han hecho pensadores desde ópticas que resultan variadas. Subrayo que, conforme a lo enseñado por Vladimir Jankélévitch, un problema como el de la mentira nos coloca frente a estas opciones: decir siempre la verdad, sin interesar las circunstancias; optar por el cinismo, es decir, mentir descaradamente; por último, buscar una suerte de justo medio aristotélico, en virtud del cual algunas mentiras sean aceptables.

Naturalmente, la búsqueda del justo medio parece bastante razonable. Esta postura posibilitaría, por ejemplo, justificar la mentira del prisionero político que, mediante torturas, está siendo forzado a declarar contra sus compañeros o familiares, quienes perderían la vida

La primera de las alternativas antes indicadas, cuya defensa hizo efectiva Kant, suele considerarse ideal, pero excesiva, incluso inhumana. Pasa que, a veces, la mentira no se produce sólo

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por esa revelación. Con todo, para evitar problemas mayores, el incurrir en la mentira debe ser excepcional y, asimismo, tener una fundamentación satisfactoria. El mero sentimentalismo no debe gobernarnos de manera permanente, puesto que, en ocasiones, la reacción del prójimo al que se quiere proteger de sufrir por el conocimiento de la realidad puede ser más racional de lo previsto. No es indeseable suponer que las personas pueden soportar el peso de la verdad. Nuestra generosidad se manifestaría en contribuir a la destrucción de los engaños que las ciegan. El punto es que no hay juicios absolutos en este ámbito. Las características de cada suceso, valoradas según nuestras convicciones, permitirán resolver el dilema. Obrar según la mesura es, en consecuencia, un consejo que continúa teniendo relevancia. En cualquier caso, debemos recordar que la norma es hablar con sinceridad. La inmoralidad se advertirá cuando convirtamos esto en un acontecimiento de carácter extraordinario. Acaecido este cambio, nada nos salvaría de caer en la desfachatez, malgastando los días en este planeta. En cuanto a la opción del cinismo (no entendiendo por éste una escuela filosófica, sino esa manifiesta desvergüenza a la hora de mentir), su presencia es censurable. Más allá del tema religioso, que puede atenderse para regir nuestros actos, se debe destacar que, por ese tipo de conductas, los individuos pierden un elemento que es fundamental para toda relación, sea política, comercial, laboral o incluso sentimental: la confianza. Si todos se decantan por la mentira, no es factible el establecimiento de un sistema de convivencia basado en creencias comunes; por tanto, numerosas necesidades, ligadas al hombre en sociedad, quedarían insatisfechas. La política es uno de los terrenos en donde se pueden percibir sus efectos. La mendacidad genera triunfos para el candidato, pero igualmente desgracias sociales. A propósito, en ese campo es también posible, además de útil, reflexionar sobre el sujeto pasivo de la mentira —en general, los ciudadanos— y su necesidad de ser engañado. Porque hay mortales que prefieren una realidad falaz a la verdadera. El hecho de que conceptos como demagogia, manipulación, mito, utopía e incluso diplomacia, entre otras invenciones, no pierdan vigencia sirve para probar que la discusión sobre las mentiras en la esfera pública no debe juzgarse irrelevante. Su desenmascaramiento es un desafío que conviene aceptar mientras queramos eludir la divinización de tiranías.

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Elogio de la mentira Roberto Barbery Anaya Develada, entonces, la naturaleza plural de la “verdad”, que solo en el siglo XX exterminó a más de 100 millones de personas, cabe explorar los rescoldos que nos quedan para disfrutar de la mentira, singular…

…el problema de la “verdad” es que tiene una vocación totalitaria. Es tan “verdad” lo que pensaban los atenienses cuando consideraban “bárbaros” a todos los que no formaban parte de “su cultura”, como lo que piensa con auspicios constitucionales incluidos el Estado Plurinacional de Bolivia, cuando presume la Jauja en la época prehispánica –el texto dice así: “… comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas. Así conformamos nuestros pueblos, y jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la colonia”–.

La mentira singular no tiene otra alternativa que “caerse del tiempo”. Porque el tiempo es el dominio de la verdad plural. La mentira singular es la pulsión íntima que pasa de largo, indiferente y perpleja, ante las convulsiones políticas de plaza. Es la ausencia necesaria, que, además de ser fuente vital de equilibrio psicológico, entre otras sensibilidades intransferibles y maravillosas, permite crear. Así, por ejemplo, es imposible imaginarse a Chopin, componiendo su Vals N° 7 en Do sostenido menor, sin apartarse de las “verdades nacionalistas de Polonia”, aunque también su alma prodigiosa pueda componer polonesas.

¿No es la misma vocación maniquea? “Nosotros” somos “los buenos” y “los demás” son “los malos”. Como el cristianismo, cuando obliga a Galileo a abjurar de la convicción que la Tierra se mueve. Como Robespierre, cortando cabezas, poseído por la certeza de que él es la “verdad”. Como Stalin, en efecto, que ya es un caso epónimo, que raya en la patología…

La mentira, singular, nos permite respirar en este mundo saturado de ideas totalizadoras y criminales. En su impulso el hombre se redime de la “verdad” –aunque no siempre se salve de su abrazo de muerte–. Por eso este elogio.

En ese contexto, el hombre, parado frente a la Historia, no puede evitar la tentación de proponer el “elogio de la mentira”. Claro, no el hombre gregario, con vocación de rebaño, militante de todos los historicismos de moda; el hombre singular, que sabe que la Historia lo odia en forma irreconciliable y asesina… 13


Mentíos los unos a los otros María Claudia Salazar Oroza Una mentira no tendría sentido si la verdad no fuera percibida como peligrosa. Alfred Adler

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a humanidad ha recurrido a un sinnúmero de mentiras, y sobre todo a creérselas, para sobrevivir en el tiempo y no acabar consigo misma. Freud pone en cuestionamiento la posibilidad de cumplir el precepto universal “ama al prójimo como a ti mismo”, que, según él, serviría para contener la agresión que nos impulsa a actuar contra ese prójimo, que, al mismo tiempo, puede ser nuestro enemigo, y obrar para aniquilarnos y nosotros a él. Lo considera falso, pero imprescindible para construir una cultura que permita la convivencia. Ahora bien, a causa de nuestro intelecto, necesitamos una herramienta más compleja que la comunicación animal: el lenguaje humano. Este último permite contar al hombre, lo más posible, con certezas en la búsqueda de adaptación a la realidad. Una palabra no solo puede designar un significado racional, sino también comportamientos socialmente aceptados al respecto, para actuar de tal o cual manera, disminuyendo los riesgos a equivocarnos y reduciendo la complejidad de la realidad. Así, transformamos nuestros símbolos racionales en expresiones instintivas de la cognición. He aquí un nuevo animal racional que busca la certidumbre antes de la verdad. “El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: desea las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que conservan la vida, es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias, y está hostilmente predispuesto contra las verdades que puedan tener efectos perjudiciales y destructivos” (Friedrich Nietzsche, Sobre

la verdad y la mentira en sentido extramoral). Pero esos animales racionales admiten la diversidad. Por ejemplo, no tiene tantas cualidades el artista para su oficio como aquel que arde en su propia vanidad; este amor propio parecería ofrecer no solo al hombre con vocación, sino también al hombre que no goza de ninguna cualidad, vastas virtudes y dotes. La vanidad en su delirio es una creadora de ficciones, aunque, en ciertos casos, no tenga un buen gusto y se sienta atraída hacia lo vulgar. De allí que tengamos que dudar de nuestras interpretaciones, por tener un interés nuestro en ellas, para lo cual sería útil la cuestionar la veracidad de los juicios y la desconfianza en la propia memoria. “Este arte de la ficción alcanza su máxima expresión en el hombre: aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración, la hipocresía, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubiertos, teatro ante los demás y ante uno mismo” (Friedrich Nietzsche, ídem). Cabe señalar que las mentiras más sólidas se han construido a lo largo de la historia sobre un hecho real, los argumentos indiscutibles y las carencias humanas. Los hechos reales son aprovechados como un medio de comprobación de la veracidad de aquellas ficciones; los argumentos indiscutibles, como dogmas; y las carencias, finalmente, como medio de legitimización. Lo mismo ocurre con la verdad, pues ésta no es un valor absoluto. Es más, puede ser 14


usada con un fin tan egoísta, vanidoso y despiadado como la mentira, sirviendo para destruir sin compasión, aniquilar la dignidad y ser un instrumento para estimular el miedo en el ser humano. Expresado lo anterior, incursionaremos en algunos ejemplos para graficar las afirmaciones del presente texto. Partamos con uno de importancia para las letras y el pensamiento universal: el escritor irlandés Oscar Wilde, quien será un recurso triste, acabado y, por tanto, suficiente. Siendo uno de los más exitosos dramaturgos de su época, considerado un dandi, Wilde inicia juicio al padre de su amante, lord Alfred Douglas (Bosie), por difamación, el mismo que queda libre, entonces nuestro escritor es acusado de sodomía y grave indecencia. Es condenado a dos años de prisión con trabajo trabajos forzoso. La relación sentimental entre Wilde y Douglas era verdadera y comprobada, y este último hizo uso de los prejuicios que en ese momento tenía el homosexualismo, considerado como un delito. La cárcel se apropió sin piedad de su arte, de su poderío físico y sus energías. En el juicio, Douglas usó como prueba lo que en otro tiempo para Wilde serían las expresiones del amor que sentía por él. Logró convertir la vida de aquel gran literato en una vida oscura de la que no se podría escapar ni en libertad. Durante su estadía en la cárcel, Wilde escribió una carta dirigida a Douglas con el título De profundis, además del poema «La balada de la cárcel de Reading». Posiblemente, una certeza de la existencia del alma sea el dolor que provoca leer ambos textos, escritos por una mano en ruinas y desgastada, que tenía por dueño al concubino de la indigencia. El verdugo mata cosa muerta, el acusador mató cosa viva: Wilde no volvió a escribir. Falleció a los tres años de su salida de la cárcel. Así, los prejuicios de la época, esas manifestaciones de la mentira basadas en una verdad, que acostumbran ser bien tratadas por la mayoría de los hombres, impidieron que el espíritu de un artista prosiguiera su libre desenvolvimiento. Sobre un hecho real, una relación homosexual, se juzgó a Wilde, y, como es de esperar,

resultó insuficiente un solo argumento en su contra, pues se le atribuyó una serie de defectos, de vicios y faltas, que, por un lado, daban forma a un ser repugnante; y por otro, a un ser tan débil que podía ser objeto de múltiples burlas. No se hizo ningún cuestionamiento a Bosie, ni por su homosexualismo ni por sus intenciones y habilidad confabuladora; era una pobre víctima. “Después de haberte yo entregado todo mi genio, mi voluntad y mi fortuna, exigiste, en la ceguera de tu insaciable deseo, todo mi ser… Qué lejos me hallo todavía de la profunda serenidad, te lo demostrará claramente esta carta, con sus vacilaciones y sus estados cambiantes de ánimo, su desprecio y su amargura, sus anhelos y su impotencia de transformarlos en acción. Pero no olvides qué terrible es la escuela en que me veo sentado ante mi tarea. Por muy imperfecto, muy incompleto que yo sea, mucho has de aprender todavía de mí. Quisiste que yo te enseñara el placer de vivir y el placer del arte; tal vez esté yo llamado a enseñarte una cosa más hermosa: el valor y la belleza del dolor. Tu amigo que te quiere” (Oscar Wilde, De profundis). Nuestras reflexiones iniciales muestran también su valor si consideramos lo que pasa con las pugnas por el poder público. Es que, en el campo político, la mentira, para generar importantes beneficios, debe estimular emociones; solo así se podrán justificar acciones violentas, de represión y sometimiento. Esta manipulación necesita de la emoción para la acción y de la razón para su justificación. No únicamente se sirve de los prejuicios y argumentos aceptados del momento, sino que también es capaz de crear, cual si fuese el mejor dioses, los que le sean útiles al miedo, para generar comportamientos esperados en el otro. El miedo se aplica más con el enemigo y con la masa, la confusión, lo que no quiere decir que sean excluyentes entre sí ambas variables. «Durante la guerra, la mentira más eficaz para todo el pueblo alemán fue el eslogan de “la batalla del destino del pueblo alemán” (der Schicksalskampf des deutschen Volkes), inventado por Hitler o 15


por Goebbels, que facilitó el autoengaño en tres aspectos: primero, sugirió que la guerra no era una guerra; segundo, que la había originado el destino y no Alemania; y, tercero, que era una cuestión de vida o muerte para los alemanes, es decir que debían aniquilar a sus enemigos o ser aniquilados» (Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén). Pero, cuando no solo se permiten acciones violentas, sino que se las ejecuta, se necesita un ingrediente imprescindible: la estupidez. El teniente coronel de la SS, Adolf Eichmann, no era un hombre antisemita; al contrario, se sentía agradecido por los favores que recibió de ellos en otro tiempo. Sin embargo, estaba preso de su falta de ingenio, habilidad o destreza; no reparó nunca en ningún cuestionamiento, pues la reflexión y autocrítica hubieran lastimado su vanidad, sus pocos logros. Leyó a Kant y lo distorsionó por completo. La filosofía kantiana niega la obediencia sin el uso de la razón; él creía estar en consonancia con el concepto del deber kantiano. “Y esa sociedad alemana de ochenta millones de personas había sido resguardada de la realidad y de las pruebas de los hechos exactamente por los mismos medios, el mismo autoengaño, mentiras y estupidez que impregnaban ahora la mentalidad de Eichmann. Estas mentiras cambiaban de año en año, y con frecuencia eran contradictorias…” (Hannah Arendt, ídem). Es que no solo existe quien desea engañar, sino igualmente quien desea ser engañado. Al encontrarse ambos, celebran su unión sin necesitar mayores acuerdos ni rituales, como si con un solo gesto el mundo se les abriera de tal ma-

nera que no pueden concebirlo de otra; pueden usar el mismo lenguaje que cualquier mortal, pero su interpretación es única para los dos. El que desea ser engañado es porque ignora otras posibilidades o conocimientos, o porque piensa y siente que no puede cambiarla para realizar sus sueños o satisfacer sus necesidades. “Es esta fragilidad humana la que hace al engaño tan fácil hasta cierto punto y tan tentador. Nunca llega a entrar en conflicto con la razón porque las cosas podrían haber sido como el mentiroso asegura que son. Las mentiras resultan a veces mucho más plausibles, mucho más atractivas a la razón, que la realidad, dado que el que miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia desea o espera oír. Ha preparado su relato para el consumo público con el cuidado de hacerlo verosímil mientras que la realidad tiene la desconcertante costumbre de enfrentarnos con lo inesperado, con aquello para lo que no estamos preparados” (Hannah Arendt, Crisis de la República). Mentir es una necesidad, lo hacemos de diversas formas. Una verdad puede ser utilizada como barbitúrico, por lo cual resultaría hasta comprensible su empleo. No obstante, una verdad o una mentira deben ser expresadas de tal manera que preserven la vida, consideren la dignidad y humanidad del otro, sea éste un artista genial o una suma de hombres unidos por la cultura, religión u otro vínculo. Solamente si se cumple con lo anterior, puede asumirse el mandamiento que otorga el título a este ensayo: mentíos los unos a los otros.

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