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Mujeres productoras del hábitat popular

Espacialidades del cuidado en la comuna nororiental en Medellín.

Daniela Núñez Ruiz.

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En tan solo cuarenta años la ladera nororiental del valle de la ciudad de Medellín, Colombia, pasó de ser una topografía natural a una artificial. La incapacidad de los modelos formales de ciudad para responder al rápido crecimiento urbano y a las masivas migraciones rurales -en el caso de Colombia causadas en gran medida por los conflictos y disputas que tenían lugar en el ámbito rural- generaron el nacimiento de una ciudad paralela que se desarrolló intuitivamente por sus habitantes de manera comunitaria. En su interior, el espacio de la ladera surge desde la vida cotidiana, es decir que sus habitantes como principales productores de éste, entienden sus necesidades y construyen siguiendo las condiciones físicas que les suministra su entorno y, a la vez, las intangibles que les proporcionan sus deseos de hacerse un lugar en la ciudad. Vista desde lejos, su imagen es la misma que se repite en la mayoría de las ciudades latinoamericanas en las que la preocupación general, al ver extensas áreas naturales ser consumidas irremediablemente por el crecimiento desbordado de las ciudades, contrasta con la indiferencia de la administración pública para abordar de manera holística esta problemática. A pesar de que durante las últimas dos décadas Medellín ha sido una ciudad referente en integración urbana, a través del “urbanismo social” (Pérez, 2019:96) -cuyos principales proyectos nacieron y se ejecutaron en esta ladera-, dichas estrategias no han partido de comprender las lógicas socioespaciales del lugar. Por esta razón los proyectos implementados por las autoridades locales usualmente terminan siendo fotografías vistosas que apenas viven en los libros y en campañas políticas, pero cuya incidencia en la mejora de la calidad de vida de sus habitantes ha sido poco perceptible , o que incluso se encuentran subutilizados: como es el caso del parque biblioteca España, construido en 2005, con múltiples premios internacionales y usado como imagen central para campañas políticas pero que actualmente se

encuentra en ruinas. Aunque estas intervenciones han tomado diversas formas, desde políticas públicas y planes de ordenamiento territorial hasta proyectos urbanos y arquitectónicos, la mayoría coinciden en que se centran en el discurso alrededor de la formalización. Estas dicotomías entre producción urbana formal/ informal, regular/irregular y legal/ilegal -consecuencia del pensamiento binario occidental- ocultan la complejidad del fenómeno urbano y se convierten en el instrumento político y simbólico mediante el cual el Estado busca hacerse presente en un territorio que nunca ha sido suyo. En consecuencia, cualquier otra forma de producción del espacio es anulada como alternativa para habitar las ciudades del presente y pensar las ciudades del futuro. A pesar de esto, la Ladera, como la nombran sus habitantes, se ha consolidado a través de los años como un espacio de resistencia en el que se cuestionan las narrativas hegemónicas sobre los territorios por medio de la organización comunitaria. Este proceso ha sido liderado por las mujeres quienes, desde el momento de las primeras ocupaciones, al no existir provisión estatal, asumieron la gestión, apropiación y defensa del territorio como parte de las actividades reproductivas que históricamente nos han sido asignadas en función de la división sexual del trabajo. Esto se puede leer claramente en el proceso de obtención del agua como recurso necesario para la reproducción de la vida: en un principio las mujeres debían realizar largos recorridos por la pendiente de la montaña para ir a recolectar agua en las partes altas; posteriormente encabezaron el proyecto de construcción de tanques de almacenamiento que la distribuyó por medio de mangueras hasta las casas. Lo mismo sucedió con la electricidad, las vías de acceso, los equipamientos colectivos, entre otros. Muchos de estos tejidos comunitarios y formas organizativas siguen presentes hasta el día de hoy. Tal es el caso de las Madres Comunitarias, el cual fue un programa que surgió en la década de los 70 para cubrir la ausencia obligada de madres y padres para el cuidado de sus hijos/as. Posteriormente, en 1997 con apoyo de la Corporación Convivamos, el programa se consolidó en la Coordinación de Mujeres de la Zona Nororiental cuyo objetivo es “Construir y fortalecer el movimiento social de mujeres de la Zona Nororiental, para aportar al desarrollo y la defensa de los derechos humanos de las mujeres populares a nivel zonal, local, regional y nacional” (Mujeres que Crean, 2012 citado en Gómez, 2013). En ese sentido, el hábitat de la Ladera, en el que las mujeres han sido las principales productoras, tiene características singulares que representan una

alternativa, desde una lógica de abajo hacia arriba, que se contrapone al urbanismo ortodoxo, estructurado de arriba hacia abajo. A su vez, esto se materializa en la existencia de espacialidades que muestran una clara disolución entre el espacio doméstico (interior) y el espacio urbano (exterior). De esta manera, señala Massolo (1999), que esto “nos revela más nítidamente el empalme entre espacio y experiencias cotidianas; la interacción fluida entre el «hacia afuera» y «hacia adentro» de las viviendas; las continuidades y rupturas de los modos de vivir cotidianamente; las condiciones materiales, sociales y políticas del «orden urbano»; los núcleos de opresión y desigualdad de las mujeres, coexistiendo con la segregación y desigualdad social del espacio urbano”. Finalmente vale la pena señalar el sentido en el cual estas espacialidades corresponden a una nueva concepción de lo urbano desde el cuidado, en la que el habitar ya no se imbrica únicamente con la construcción, sino también con la necesidad de realbergar y proteger a las/os demás. Sobre lo anterior, menciona Heidegger (1994), que “El verdadero cuidar es algo positivo, y acontece cuando de antemano, dejamos algo en su esencia, cuando propiamente realbergarnos algo en su esencia; cuando, en correspondencia con la palabra, lo rodeamos de una protección, lo ponemos a buen recaudo, resguardamos lo frye, lo libre, es decir: en lo libre que cuida toda cosa llevándola a su esencia. El rasgo fundamental del habitar es este cuidar (custodiar, velar por). Este rasgo atraviesa el habitar en toda su extensión”.

Fig. 1 Vista exterior de la Ladera. Fuente: propia

Fig. 2 Vista interior de la Ladera habitada. Fuente: propia

Fig. 3 Dos lógicas espaciales: a la izquierda, edificio habitacional construido por la administración pública; a la derecha, la apropiación del espacio público para las actividades domésticas. Fuente: propia

Fig. 4 Dispositivos espaciales que diluyen la dicotomía entre el espacio público y privado. Fuente: propia

Fig. 5 Red de equipamientos comunitarios para el cuidado de niños. Fuente: propia

Fig. 6 Formas abiertas para transformarse de acuerdo con los cambios de la composición familiar. Fuente: propia

Fig. 7 Espacialidades del cuidado presentes en el lugar. Fuente: propia

Fig. 8 Proyecto habitacional basado en las formas de habitar del lugar. Fuente: propia

Referencias.

• GIGLIA, A. (2008). El habitar y la cultura.

Perspectivas teóricas y de investigación. México:

Anthropos. • GÓMEZ, H. C. (2014). “Derechos humanos de las mujeres en la zona nororiental de Medellín alcances y desafíos institucionales y comunitarios” en Diálogos De Derecho Y Política, vol. 13, 122-143. <https://revistas.udea.edu.co/index.php/derypol/ article/view/19907 > [Consulta: 6 de mayo de 2021] • HEIDEGGER, M. (1994.) Conferencias y artículos.

España: Ediciones del Serbal. • MASSOLO, A. (1999). “Las Mujeres y el Hábitat

Popular: ¿cooperación para la sobrevivencia o para el desarrollo?” en Hojas de Warmi, Universitat de Barcelona, No. 10, p. 79-89. < http://institucional. us.es/revistas/warmi/10/6.pdf> [Consulta: 6 de mayo de 2021] • PÉREZ, J. (2020). Medellín: Urbanismo y sociedad.

España: Turner.

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