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El espacio público a partir del feminismo. Del cuidado de lo íntimo al compromiso global.

María Ruiz de Gopegi.

Introducción.

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La construcción de la ciudad moderna en occidente se fundamenta en el paradigma de una dicotomía simbólica y jerárquica entre lo público (masculino, productivo) y lo privado (femenino, reproductivo). Este modelo, originado en los inicios del sistema capitalista y la división sexual del trabajo, y que prioriza la esfera productiva frente a la reproductiva en la planificación y diseño de la ciudad, es la que aún hoy impera en la mayor parte de núcleos urbanos que habitamos. Frente a esta tendencia, en los años 70 comenzó a desarrollarse la investigación sobre estudios urbanos feministas, un nuevo marco conceptual a través del cual analizar los aspectos sociales y económicos de la vida humana estableciendo el género como uno de los fundamentos básicos para el estudio de las ciudades y la vida urbana y reclamando una forma alternativa de hacer ciudad (McDowell, 1983). Entre otros aspectos, esta corriente de pensamiento apunta al espacio público como uno de los elementos o variables urbanas en las que más explícitamente se reflejan esas dicotomías herederas de la Revolución Industrial, pues identifica al espacio doméstico con los cuidados y las tareas de reproducción; y al espacio público como un soporte físico para poder llevar a cabo las tareas productivas. El espacio público es, sin embargo, mucho más que eso: es lugar de encuentro, de juego, de expresión cultural, de trayectos de cercanía ligados a las diversas actividades fundamentales para sostener la vida. A pesar de que ya han pasado varias décadas desde el inicio de estas corrientes de pensamiento, a día de hoy las ciudades y el espacio público siguen siendo en muchos casos lugares de exclusión, pensados para una serie de sujetos y un conjunto de actividades normativas generalmente ligadas a lo productivo, negando la diversidad en cuanto a características biológicas y subjetivas de sus habitantes. Además, a 337

las reivindicaciones iniciales se han sumado en las últimas décadas las nociones de justicia ambiental y climática, una dimensión muy ligada al concepto de los cuidados y que complementa y enriquece los primeros estudios urbanos de género. Esta contribución pretende hacer una revisión sobre la evolución e integración de estas teorías a lo largo de las últimas décadas, finalizando con una compilación de criterios o guías orientados al diseño de un espacio público que posibilite, impulse y celebre modos diversos de vivir la ciudad.

Cambio de paradigma.

De acuerdo a las teorías de las primeras geógrafas feministas, por primera vez se reconoció que las ciudades no son únicamente el “escenario para el juego del género” (Turner & Garber, 1995), sino que la propia forma y procesos urbanos construyen activamente el género, reforzando o modificando discursos, roles e identidades, tanto en la esfera pública como en la privada (Dowling, 1998; Preston et al., 2000) (Tivers, 1985). A diferencia de las sociedades preindustriales, que desarrollaban una forma de vida más comunitaria en la que las que las esferas productiva y reproductiva se solapaban en el tiempo y el espacio, el modelo dicotómico que persiste a día de hoy hace que los patrones de uso del suelo, los sistemas de transporte, y tendencias más recientes como la gentrificación o la turistificación de los centros históricos favorezcan todo aquello relacionado con las actividades productivas, en detrimento de las reproductivas (Jacobs, 2016; Kern, 2020; Mazey & Lee, 1983; Young, 2011). En relación con las teorías más orientadas a lo reproductivo, la “ética del cuidado” pone el foco en la empatía y el fomento de las relaciones, planteándose como una visión alternativa y complementaria al modelo imperante de desarrollo moral de la “ética de la justicia”, que se funda en el reconocimiento de estándares universales de equidad, la autonomía y el respeto por unos derechos generales (Gilligan, 1993). Esta perspectiva, en lugar de relegar los cuidados a una subcategoría bajo la esfera privada, diluye el límite entre lo doméstico y lo público y reivindica que las decisiones morales relativas a las relaciones personales pueden (y deben) considerarse modelos para la toma de decisiones políticas basadas en el cuidado (Clement, 1996; Day, 2000; Tronto, 1993). El concepto del cuidado, entendido como “todo lo que hacemos para mantener, continuar y reparar nuestro “mundo” para que podamos vivir en él lo mejor posible”, incluyendo nuestros cuerpos,

nosotros mismos y nuestro medio ambiente (Tronto, 1993), está también relacionado con las nociones del buen vivir, de poner el bienestar y la vida en el centro para que todas las personas tengan la posibilidad de alcanzar una vida digna (Amaia Pérez Orozco, 2014). La revisión del modelo de ciudad en clave feminista y de cuidados no pretende perpetuar (aunque sea de manera inversa) la dicotomía hombre-mujer o implantar algún otro tipo de estandarización, sino que busca una visión más flexible e interseccional que ponga a las personas en el centro, teniendo en cuenta la diversidad de sujetos, visiones y experiencias que coexisten en los entornos urbanos y denunciando las desigualdades estructurales que discriminan en función del género pero también de la clase social, raza, identidad sexual, edad o diversidad funcional (Col·lectiu Punt 6, 2019). Además, frente al discurso capitalista de la autosuficiencia, esta línea de pensamiento considera que a lo largo de la vida todas somos interdependientes en mayor o menor medida de otras personas, tanto biológica como socialmente, así como del medio en que nos desenvolvemos (Carrasco, Borderías y Torns, 2011). Es en este sentido en el que las teorías feministas enlazan con los movimientos ambientalistas y de justicia ambiental y climática, pues el cuidado del medio ambiente no es sino una extensión del cuidado para abarcar a la comunidad, el entorno natural y el mundo (Warren, 1990; Berkes, 2017; Allison, 2017) (Fig. 1). De hecho, desde el ámbito de la justicia climática urbana, un área de estudio en pleno crecimiento durante los últimos años, se reivindica que toda acción climática deberá necesariamente tener en la justicia social uno de sus pilares fundamentales, y reconocer las desigualdades sistémicas que han hecho a gran parte de la población especialmente vulnerable a los impactos climáticos esperados en el ámbito urbano (Bulkeley et al., 2013; Shi et al., 2016; Broto & Westman, 2019; Anguelovski et al., 2016).

Enelcasoespecíficodelespaciopúblico,quealmismo tiempo reproduce los ideales socioeconómicos imperantes y es continuamente moldeado a través de prácticas cotidianas y de resistencia y transgresión ante las regulaciones impuestas (Domosh, 1998; Kenney, 2001; Stansell, 1987); emerge como un factor de importancia fundamental para el estudio de la participación de las mujeres y otros colectivos excluidos en la vida política, económica, social y cultural de la ciudad. En lugar de perpetuar las dualidades hombre-mujer, ciudad-ecología, etc. a través de las dimensiones arquitectónica, sociológica y ecológica del espacio público (Newalkar & Wheeler, 2017), una visión combinada de ética feminista y pensamiento ecológico guiada por la ética del cuidado permite entender muchas de las limitaciones de las mujeres y otros grupos discriminados en la ciudad (Day, 2000), así como valorizar aspectos positivos de las relaciones de cuidados y proponer criterios para repensar nuestras ciudades abordando de manera conjunta cuestiones de equidad y sostenibilidad socio-ecológica en el espacio público (Fig. 2).

Aunque no existe un único discurso sobre el urbanismo (eco)feminista ni es posible definir una única manera de ponerlo en práctica en la (re)construcción del espacio público urbano, a lo largo de los diferentes estudios elaborados durante las últimas décadas (Berkes, 2017; Ciocoletto, 2020; Day, 2000; Newalkar & Wheeler, 2017) se han propuesto una serie de criterios generales que pueden servir de guía para abordar este reto:

Fig. 2 Opciones mediante las que las mujeres experimentan y ejercen el cuidado a través del uso del espacio público (Adaptado de Day, 2000)

• Proximidad: formar parte de una red de servicios y equipamientos de proximidad y uso prioritario para la vida cotidiana, fomentando el uso de la movilidad peatonal y no motorizada. • Multifuncionalidad / vitalidad: fomentar el uso simultáneo del espacio por diferentes personas y/o actividades, en diferentes horas del día y épocas del año. • Diversidad: responder a las necesidades de los diferentes grupos sociales, especialmente la de los más vulnerables en función de su género, edad, diversidad funcional, clase social, origen, etc. • Accesibilidad: permitir la autonomía física de personas con diferentes tipos de diversidad funcional, mayores, infancia, así como personas cuidadoras. • Seguridad: facilitar la movilidad peatonal segura mediante estrategias de visibilidad, iluminación o vigilancia informal y solidaria. • “Domesticación” del espacio urbano: suavizar la distinción privado/público a través de espacios que apoyen actividades de cuidado como aprendizaje comunitario al aire libre, cuidado de niños, actividades para mejorar la salud, etc. • Representatividad: fomentar el sentimiento de pertenencia y visibilizar y reconocer el patrimonio social y cultural de diferentes colectivos mediante el uso de arte simbólico, nomenclatura de los espacios públicos, etc. • Impulsar estilos de vida sostenibles a través de la participación comunitaria en actividades de cuidado del ecosistema natural, la flora y la fauna locales. • Inducir el sentimiento de pertenencia a través de experiencias visuales y sensoriales mediante el aprovechamiento de la luz natural, el viento, el agua, el suelo y la vegetación y otros materiales naturales, favoreciendo al mismo tiempo una reducción del impacto ambiental y aumento de la resiliencia climática del espacio público.

Fig. 4 Imagen del Paseo de la Reforma de Ciudad de México en domingo, día en que se cierra al tráfico motorizado para ceder espacio a actividades alternativas (Foto: https://www.revistamira.com.mx/)

Fig. 5 Biblioteca al aire libre en Bogotá (Foto: https://soybibliotecario. blogspot.com/2016/12/bogota-paraderos-libros.html)

Fig. 6 Mural conmemorativo de Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera en Dallas (Foto: Jerome Larez / Arttitude)

Conclusión.

El modelo de desarrollo urbano tradicional centrado en lo productivo ha quedado obsoleto por no poder responder a las necesidades físicas y emocionales de los ciudadanos, así como las del entorno que los sustenta, tal y como evidencian las actuales crisis ambiental, climática y de cuidados. Parece evidente, por tanto, que es necesario impulsar un cambio de paradigma en la forma de pensar, diseñar y vivir la ciudad y, más concretamente, el espacio público urbano. La ética del cuidado, entendido en su sentido más amplio, ofrece un marco alternativo de pensamiento y ejecución de la disciplina urbana 342

Fig. 7 Huerto comunitario en Amsterdam (Foto: http://theprotocity.com/ urban-gardens-as-local-food-a-portrait-of-voedseltuin-ijplein/)

de manera de forma integral, una nueva forma de diseñar la ciudad y el espacio público centrada en las relaciones entre personas y medio ambiente. A pesar del complejo reto que supone modificar tendencias y formas de hacer ciudad hondamente arraigadas en nuestra cultura, es necesario aprovechar un momento de crisis sistémica como la actual para detenernos, hacer balance y reorientar nuestra práctica urbanística hacia un modelo que ponga la vida en el centro, apuntando a la sostenibilidad socioecológica y priorizando la cultura de cuidado y el bienestar.

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