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Ángel Fuentes Balam

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J. R. Spinoza

J. R. Spinoza

ÁngeL Fuentes baLam

mérida, YucatÁn,1988

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Director de Teatro, escritor, actor. Egresado de la Licenciatura en Teatro de la Escuela Superior de Artes de Yucatán. Ha sido Profesor y Director de la Compañía Escuela de Teatro del Centro Cultural El Claustro, Campeche. Diplomado en Creación Literaria por el INBAL. Director y productor de “Perros que parecen laberinto Teatro”. Es autor de las obras literarias: Melodía tu engranaje quieto (Editorial El Drenaje), Cruoris o la rabia que fuimos (Libros en Red), Devoré el cráneo de Eros (Ediciones O) y Ya nadie cuida las antorchas (Sangre Ediciones / Poetazos. En proceso). Ha publicado en antologías y revistas a nivel nacional e internacional.

Revuelta en Kardián

0

Aun si la humanidad muere, la Tierra todavía girará alrededor del sol.

arjuna / Shoji Kawamori

Muchos morirán en la ciudad de los espejos, y nuestro pueblo será infinito.

1

Al año veintitrés de contingencia sanitaria, correspondiente al sesenta y cinco del Resguardo, Kardián —la ciudad de los muros espejo—, comenzó su estrepitosa conquista de los pueblos ignotos. Acostumbrados al Estado totalitario que se impuso décadas atrás para controlar la epidemia de cvd-20, los kardianos no pudieron imaginar que aquel minúsculo grupo terrorista, identificado con la bandera negra, traspasara la frontera. Las fuerzas militares no tenían forma de prever la emboscada nocturna de esa célula armada. El gobierno había subestimado a los fundamentalistas que surgieron en el año cincuenta y cinco, clamando por la inexistencia del virus y considerando falaz el poder de los Leucanos, nuestros enemigos naturales. Bajo la consigna de que el Primer Ministro y el Parlamento mintieron por más de medio siglo, ganaron gran cantidad de adeptos que se mantenían en la clandestinidad: la administración gubernamental era una perfecta maquinaria para exterminar conspiracionistas de ese grado; bastaba con que

rastrearan publicaciones en las redes virtuales (proexteriores y antivirus), para que llegaran hasta tu puerta agentes policiales. Ningún capturado volvía.

Yo estaba en mi iglú cuando la noticia apareció en todas las pantallas: «el grupo fundamentalista snk, ha masacrado a un escuadrón de batería del ejército Kardiano, y abrió una brecha en la pared sureste, en el Distrito Cuarto. Solicitamos permanecer en los iglús y en las esferas de ascensión-reposo. Los Leucanos podrían tener libre acceso a la ciudad. Las fuerzas armadas harán lo posible para defender las zonas aledañas. No habrá evacuación para evitar aglomeraciones. Use su máscara antiviral. A la gente de los mencionados sectores, le solicitamos cooperación máxima. Kardián combatirá al enemigo y salvaguardará a sus ciudadanos. Manténganse en sus casas. El Círculo Unido será eterno».

Mi hembra-par se estremeció al punto de la histeria. Todo kardiano había estudiado las atrocidades del cvd-20 y de los Leucanos: aquellas bestias semikardianas liberaron y propagaron el virus; habitaban en aldeas vecinas, fuera de nuestra Ciudad Estado: seres repulsivos cuyo fin era masacrar a nuestra raza con indignante brutalidad. Desde la enseñanza primaria nos sometían a ver las grabaciones de las primeras guerras, antes de la construcción del muro. Me provocaban un temor inaudito: su enorme altura era casi del doble que la nuestra; su hocico largo, con dos hileras de dientes torcidos y azulados; sus ojos tapados por la carne de la frente, sus tres extremidades largas que se articulaban en el medio y se retraían adentro del cuerpo blanco, sus brazos escamosos… En los registros no existía información de cuánto tiempo habían habitado el mundo ni porqué su tecnología, exclusivamente hecha para asesinar kardianos, llevaba años sin progresar.

El muro nos protegió durante decenios, acostumbrándonos a no pensar en el exterior: era imposible ver lo que habitaba fuera de él y a medida que avanzaba nuestra civilización, a nadie importaba

lo que tras él podía existir. Fue construido con un metal hiperlustrado que reflejaba el interior, así la luz artificial podía rebotar en su materia e iluminar cada rincón de la ciudad. La pared espejo hacía parecer a Kardián un lugar sin fronteras: infinitos corredores y edificaciones se replicaban a sí mismos hasta lo imposible. Nuestros ojos se hicieron muy pequeños, debido a la exposición a tal luminosidad; no obstante, los amaneceres eran un espectáculo hermoso: bastaba que el Motor se partiese en dos haces de luz blanca para que su refracción descubriese las carreteras, los iglús y los cuarteles.

Recuerdo que de niño yo me preguntaba por qué el mundo exterior era tan oscuro, por qué el cielo tenía ese permanente rojo, por qué el aire que respirábamos era tan viscoso. Mis germinadores me reprendían, ordenando que pusiera atención a la escuela y no hiciera esas preguntas de conspiracionista.

Aquel día del año sesenta y cinco, abracé a mi hembra-par, acaricié sus profusas antenas capilares y le dije que no temiera. Habíamos aprendido a vivir con el cvd-20 desde hacía dos decenios, cuando apareció el primer caso en Kardián. Nuestra sociedad aprendió con múltiples sacrificios a vivir en su nuevo orden, miles de muertes a manos del virus nos dieron el derecho a subsistir entre las sagradas paredes. —Kardián seguirá en pie —le dije a Maia, observando en la pantalla del computador la transmisión en vivo del noticiero: la brecha del muro que abrió el Sendero Nacionalista Kardiano.

«—Aún no se sabe el número de los terroristas que participaron en el ataque. Se reportan siete miembros del snk muertos y cerca de tres soldados sobrevivientes, pero heridos de gravedad. El Tercer Pelotón de la Cuarta Compañía, no alcanzó a ofrecer refuerzos. Se cree que el grupo radical usó una bomba de ácido fluorosulfónico, una tecnología muy avanzada, incluso para nuestras fuerzas armadas…»

Los medios omitían deliberadamente el número de activos caídos en batalla. Mientras Maia lloraba, mirando cómo el ejército acordonaba la zona, yo había comenzado a grabar en mi rastreador ocular: aquel era un día que perduraría en la memoria de nuestro pueblo.

Caravanas de vehículos blindados del gobierno rondaron por la ciudad, prohibiéndonos salir de nuestros iglús o esferas de establecimiento. En el sector destruido, dos regimientos armados con cañoneras se asentaron en espera de la aparición de los Leucanos. El único noticiero con autorización para seguir los acontecimientos se instaló en las inmediaciones del campamento militar. Su transmisión era irregular y poco precisa.

Esa noche, los reflectores de Kardián se apagaron tres horas antes de lo establecido. Los ciudadanos acataron la medida, ya que según palabras del Primer Ministro: «Los Leucanos son menos eficaces en la oscuridad. Esta medida es para proteger al pueblo. El Círculo Unido será eterno». El único brillo artificial que iba a prevalecer era, por obvias razones, el del Distrito Cuarto.

2

Recordaré hasta la muerte esa gloriosa noche.

Cuando Maia se durmió entre mis brazos, después de intranquilas vueltas en la cama, fui silenciosamente a la pantalla del computador y abrí el portal virtual clandestino. Tecleé mi contraseña. Ante mí apareció la bandera del snk, nuestra bandera real: el círculo rojo, inconcluso en la parte superior, sobre fondo negro. Bajo mi id encriptado aparecieron las noticias de nuestro frente: «Ataque -01. ls exterminados. Amanecer. Verdad». Cerré la pantalla. Mi cuerpo palpitaba excitado, exudando gas turquesa. Faltaban unos minutos. En la mañana, todo Kardián sabría la verdad. Los conspiracionistas no estábamos locos. Era nuestro momento de ascender. La rebelión sería consumada. Años de anonimato y

de infiltración en la élite gubernamental por fin rendirían fruto.

Nuestro iglú se alzaba en el quinto nivel de una esfera perteneciente al Distrito Tercero. Desde ahí, se alcanzaba a vislumbrar el resplandor blanco de las lámparas, en el puesto de guardia de la brecha. Salí al balcón para contemplar aquella luz difuminada en el horizonte. Conté los minutos, nervioso. Una honda ráfaga de líquido eléctrico se revolvió en mi vientre cuando se hizo la oscuridad. Se alcanzó a escuchar el ruido de los cañones y las armas. Diversas explosiones retumbaron en nuestras paredes, haciendo temblar la esfera de reposo. Maia se despertó, aterrada. —¿Qué pasa? ¡Los Leucanos! ¿Han entrado?

Yo expedía un gas totalmente verdoso, como muestra de mi alegría. Me aproximé a ella y clavé mis cefalofilamentos en los suyos. Compartimos nuestro líquido esencial. Era el mejor método para intercambiar impulsos corporales. Ella sintió mi tranquilidad, cerrando los ojos. —No, querida. No son los Leucanos. Ven. Quiero mostrarte algo —dije, conduciéndola hacia adentro.

Kardián amaneció para un renacimiento. Cuando los reflectores del Motor se encendieron en los Doce Distritos a la hora sexta, frente a la abertura, que ahora tenía el doble de ancho, estaban de pie tres compañías paramilitares del snk: unos trescientos elementos. Habían eliminado a los regimientos y a los reporteros, amparados por la oscuridad de la noche. Un grupo de comunicaciones intervino la señal del noticiero anclado en el sitio. Antes de esperar repuesta de las compañías todavía fieles al Círculo Unido, comenzaron a transmitir una grabación, la misma que yo le enseñé a Maia antes: un video que mostraba a un grupo de kardianos fuera de los muros. En su desesperación, grababan decenas de Leucanos muertos en el yermo próximo a las puertas de la ciudad. Los cadáveres se veían secos, como si hubieran muerto por debilidad o vejez. Uno de los kardianos decía, mientras filmaba: «no hay

virus. Llevamos tres días avanzando en zona de Leucanos y nada nos ha pasado. El virus se ha ido, al igual que nuestros enemigos».

Pude sentir la conmoción de mi esfera habitacional, algunos gritos afuera de confusión y pavor cimbraron en nuestros filamentos. La señal del video se interrumpió y la transmisión comenzó a ser en vivo. Las filas de kardianos del snk acaparaban la pantalla, las banderas negras con el círculo inconcluso ondeaban en el aire espeso. Una desbordada pulsación interna hacía vibrar mi exodermis: los magníficos líderes militares del Sendero demostraban un poderío incalculable; sus rostros serios, matizados con los destellos del muro espejo, parecían los de una deidad cruel y severa. Uno de los generales, se plantó frente a la cámara y habló así:

«—¡Kardianos! Hoy es el día de la revuelta contra un gobierno que nos ha mentido. Lleva mintiéndonos por casi un siglo. — Los camarógrafos se movieron y tomaron un camión blindado de cuya parte trasera dos soldados dejaban caer cadáveres al piso: eran Leucanos. Luego, otro camión, repleto de los mismos seres muertos—. El día de hoy, les enseñamos la verdad: los Leucanos ya no son una amenaza. Se están extinguiendo. El virus cvd-20 ya no existe. La idea de que aún perdura, matando a nuestros compatriotas, es una estrategia de control masivo por parte del Círculo Unido. Ellos encontraron en ese discurso el arma política definitiva. —La cámara volvió a mostrar en primer plano al General—. Por años nos preparamos para este golpe, moviéndonos en el anonimato, como viles alimañas. El video que hemos presentado ha sido nuestra fiel prueba, nuestra arma de afiliación. Los militantes del snk, actualmente son tantos que pueden estar seguros que conviven con ellos, comparten esfera e iglú con ellos. Nos hemos infiltrado en el Parlamento, en el ejército, en el sector religioso, esperando silenciosos este día, en el que romperemos el círculo de opresión. Salgan a las calles. ¡Kardián es suya! Destruyan a los falsos mandatarios. Vayan a los centros de salud, vacíos,

manipulados, derrúmbenlos. Hoy, comienza una nueva era. Hemos salido del muro. Ayer llevamos a cabo un ataque coordinado para abrir estas paredes y exterminar a los Leucanos de la periferia. Esa grabación que han visto, es solo una parte de las que encontramos hace años. Afuera existen más pueblos, pueblos libres que han colonizado nuestro vasto mundo. Pueblos que no nos desean y que están aliados con nuestros enemigos, su brazo armado. Pero ya no significan nada. Los kardianos hemos permanecido latentes, fortaleciéndonos, perfeccionándonos. Nuestras armas son capaces de hacer frente a cualquier enemigo. El mundo será nuestro otra vez. Nunca más nos encerraremos.»

Acto seguido, dos soldados del snk entraron a cuadro, con un prisionero: era nuestro Primer Ministro. Mi trémulo ser, no daba crédito a lo que percibía. Maia temblaba, expeliendo el gas púrpura del miedo. Desde que le revelé ser partidario del Sendero Nacionalista, no había dejado de contraerse y expulsar ese tipo de gas. Tuve que controlarla, explicándole que la revuelta era necesaria, que nosotros no corríamos peligro.

Aquellos soldados portaban armas leucanas, diseñadas expresamente para aniquilarnos. Despedazaron al Primer Ministro frente a las cámaras, disparando una ráfaga púrpura que coció su exodermis al instante. Maia gritó, volviéndose una irreconocible bruma morada. Yo registraba todo, seguro de que el futuro necesitaría esa parte de mi memoria.

3

La rebelión duró un escaso mes y fue aplastante. Las armas leucanas junto a las bombas de diseño de ácido fluorosulfónico (desarrolladas en secreto por los altos mandos del Sendero), devastaron a las fuerzas militares que siguieron fieles al Círculo Unido. El snk fue tomando tanta potencia de espionaje e infiltración (y tenía tantos adeptos no militares en Kardián) que fue posible

evitar la guerra civil. Los militantes sabíamos que el régimen ascendente podía ser incluso más despiadado con sus contrincantes, pero estábamos dispuestos a pagar el precio. Con demostrar nuestra fidelidad al snk era más que suficiente para salvaguardar nuestro patrimonio o la vida. Hospitales fueron incinerados, sedes gubernamentales, lapidadas; los campos de concentración que albergaron a tantos de nuestros compañeros conspiracionistas fueron centro de reclusión de aquellos que pertenecieron al gobierno caído. Las pruebas que el snk ofreció fueron suficientes para que la mayoría de los ciudadanos de Kardián se convencieran de que habían sido engañados. Por supuesto, algunos rehusaron del cambio, al principio. Fue necesario que todo el sector del muro del Distrito Cuarto cayera para que se dieran cuenta de la verdad, así que, unas semanas después de la revelación, las bombas de diseño destrozaron ese fragmento de las paredes. El Círculo Inconcluso tomó el poder y disipó cualquier indicio de contragolpe; la bandera negra vistió cada edificio en la ciudad. El sistema se restauró en tiempo récord. Kardián volvió a estar poblada de sus hijos en la calles, sin mascarillas ni miedo. Y así comenzó la era de expansión. Los Leucanos atacaron al décimo mes de la instauración del nuevo gobierno, con un ejército de apenas diez mil elementos. Otra mentira del antiguo régimen, que los contaba por billones. Una inútil infantería que avanzaba con lentitud hacia nuestras puertas. Nuestras fuerzas rondaban los trescientos mil soldados y esperaban el ataque. El asedio no era opción para el enemigo. Marchar contra nosotros era un suicidio. Era cierto que uno solo de ellos era capaz de exterminar a muchos de los nuestros, pero sus números no podían ganar la batalla. El Círculo Inconcluso no derribó por completo el muro, para protegernos del ulterior embate. Las crónicas dicen que la batalla terminó en cuatro horas. Los disparadores de ácido colocados en las cañoneras del muro, masacraron su vanguardia en segundos. Masas muertas de cientos de

Leucanos se amontonaban afuera de Kardián. Cuando las armas de largo alcance no pudieron contener la avanzada, el combate fue cuerpo a cuerpo, pero los contrarios no llegaron a penetrar ni cincuenta metros de la ciudad. Las bombas ácidas jugaron un papel determinante en la destrucción de los cuerpos enemigos. Un tercio de nuestros atacantes huyó de la batalla, la otra parte, fue destruida. Esa fue la última vez que los kardianos tuvimos que confinarnos, movilizándonos algunos a la parte céntrica de Kardián, para dejar libre del Distrito Tercero al Sexto.

4

La noticia de victoria se conoció a la hora décima. El festejo nacional se prolongó por dos semanas. Los Leucanos no volvieron a atacar. Entonces, el Círculo Inconcluso dio un aviso inédito para la población kardiana: era el momento de salir de la ciudad y fundar colonias extramuros.

Maia y yo nos habituamos a la nueva vida, felices de que nuestro encierro, el terror a ser atacados por agentes extranjeros, la paranoia constante de enfermar y el desconcierto por el futuro, terminaran. Kardián iba a florecer como la nación más poderosa del mundo.

Los kardianos sometimos a los demás pueblos con fiereza. A los que se resistían se les asesinaba sin mediación. No significaban un peligro para nosotros. Sus cuerpos eran débiles, parecidos a los de los Leucanos, pero irremediablemente blandos, endebles cáscaras de seres sin alma. En poco tiempo, se levantaron las primeras aldeas foráneas. Los kardianos comenzamos a reproducirnos con avasalladora rapidez. La bandera negra ondeó por el mundo, instalándose en regiones ricas para nuestro asentamiento. Las nubes de gas verde de nuestros compatriotas complacidos comenzaron a liberar el aire de su espesura. El mundo estaba cambiando, modificándose para albergar a nuestro pueblo. Conforme pasaron los

años, Maia y yo nos reprodujimos muchas veces. Nuestra familia se instaló en una colonia creciente muy al norte de Kardián, donde tuvimos un descubrimiento que cambió todo lo que sabíamos del universo conocido: la luz natural existía y llegaba a nuestros cuerpos sin modificarlos, nutriéndonos incluso con proteínas completas para nuestro arn. La meta era conquistar aquel horizonte misterioso del cual manaba ese brillo.

Los científicos kardianos no se daban abasto: conforme más descubríamos nuevas zonas del territorio, nuestra composición ácida se fortalecía, y no solo eso: nuestra sociedad incidía en esos segmentos, haciéndolos más aptos para vivir. Los Descifradores Universales habían llegado a una conclusión que nos conmocionó: probablemente habría otros mundos, con seres inferiores o iguales a nosotros. Si a medida que nos expandíamos ganábamos fuerza y multiplicidad, debíamos ser una raza indestructible, la raza elegida, la raza definitiva en el universo tangible.

Pasó poco tiempo para que el primero de nosotros lograra salir a la superficie, detrás del horizonte de sucesos. Lo que observó nos dejó perplejos, pues era la noticia que esperábamos ansiosos, dueños de la realidad conocida, destructores de los organismos ínfimos que por tanto tiempo intentaron erradicarnos, destinarnos a una existencia en el claustro permanente. El primer kardiano que logró caminar en el exterior del mundo, habló de esta manera:

Fuera del cielo rojo, el aire espeso y la oscuridad constante, existe un universo de luz, cuyos límites son inabarcables. Un cielo azul se abre en esta nueva dimensión. Podríamos definir nuestro mundo como otro compendio de muros en la sombra. Así como los kardianos logramos escapar de nuestra ciudad de espejos, así escaparemos hacia el más allá, donde la luminosidad es cegadora pero óptima para nuestros cuerpos. No pararemos hasta multiplicarnos por toda la eternidad.

Maia y mis cien hijos se regocijaron ante el descubrimiento. Yo quedé aturdido por la emoción, incrédulo ante la magnificencia de nuestro pueblo que se había levantado después de tanto sufrimiento. El futuro no podía ser más alentador.

La bandera negra iba a viajar hacia otros lugares, maravillosos sitios que solo podíamos soñar. No importaría que nuestro propio mundo se agotase y muriese. Siempre habría un destino para los kardianos. Era un gigantesco paso para nuestra raza.

5

Kun Zhōu muere en la camilla de un hospital, en el Distrito de Luwan. Los médicos, consternados, lo estudian a través de los cristales de su habitación. Deliberan, gritan, no se atreven a entrar. Las enfermeras portan el cubrebocas sudoroso y viciado por su aliento. Los síntomas de la enfermedad que aquejan al hombre son feroces y lo han reducido a ser un demacrado mamífero, triste recordatorio de la fugacidad humana. Nadie reconoce el brote viral que ha destrozado sus pulmones y se ha extendido a cada uno de sus sistemas. Unos dicen que puede ser alguna variante del sars, pero las características parecieran responder a un agente mutágeno. Esta última opción hiela los huesos de los doctores: ¿podría ser un ataque biológico o una cepa desconocida e incontrolable?

Al nosocomio han llegado veintitrés pacientes con la misma sintomatología; también arribó un agente del gobierno, dirigiéndose a la administración para sondear el peligro. Los rostros preocupados respiran un aire espeso que los abruma. La tensión puede tocarse con las yemas de los dedos. —Tenemos que cerrar las fronteras —espeta un doctor, sin meditar sus palabras. —Si esto continúa, de nada servirá encerrarnos entre muros —lo confronta el agente de gobierno.

Los demás lo miran, como se mira una llama a punto de extinguirse. —Ya no es seguro estar afuera —añade el médico, mirando un ventanal por el que se divisa el resplandor de la luz matutina, reflejada en los cristales de los rascacielos.

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