Llamados para servir
Es verdad que hay una única Iglesia de Cristo (Cf. LG 8; CDF. Declaración Dominus Iesus, nn 4; 16ss). La Iglesia, en su esencia, la comunidad humana del amor divino, es decir, del amor del Padre comunicado a los seres humanos por el Hijo, en el Espíritu Santo. La Iglesia es como un proyecto que viene de la Trinidad. El amor divino es esencialmente donación, deseo de comunión, que se manifiesta a la persona humana situada en la historia en forma de vocación. Esta vocación, dirigida a todos, es siempre vocación que se traduce en asociación. Esta ecclesia es el lugar del diálogo de Dios con el mundo, hasta el fin de los tiempos. El deseo de comunión se realiza plenamente en la encarnación del Verbo, por la cual nos hacemos partícipes de su naturaleza divina.
Como Cristo es el sacramento primordial del amor divino, la Iglesia es el sacramento de Cristo (Cf. CIC 774-776), que le confirió el mandato de continuar su misión salvífica. Por tanto, en una palabra, la Iglesia viene de la Trinidad, vive por la presencia de ella y se dirige a ella. No hay otro fundamento para la Iglesia sino Cristo -Hijo de Dios- en el amor. En él, enviado del Padre (misión divina), está la fuente de la comunión eclesial en la medida en que la comunión con Dios fundamenta la comunión eclesial. Cristo y la Iglesia no pueden ni confundirse ni separarse, pero constituyen un único Cristo total (Cf. CIC 795).
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