¿Qué lecciones son éstas?
ALONSO CUETO
En el inicio de Lecciones (Alfred
A. Knopf), la nueva novela de Ian McEwan, Roland, un joven de once años, contempla a su profesora de piano. “De cabeza redonda, erecta, perfumada, estricta”, su atractivo tiene algo que ver con su naturaleza enigmática. Este enigma se disuelve en parte con lo que ocurre poco después. La profesora, la señorita Miriam Cornell, de poco más de 20 años, le da un coscorrón en la pierna a su alumno. Se trata de un estimulante reproche a una falta suya en la interpretación de Bach. Más adelante vendrá un beso, y en un reencuentro tres años después, empezarán las sesiones eróticas, alimentadas por una obsesión mutua. Luego, Miriam le extenderá en la mesa los papeles para el matrimonio. Por entonces Roland ya ha comprendido que se trata de una desquiciada. Quizá por eso mismo, la bella y monstruosa Miriam le anuncia que la relación entre ellos va a influir a lo largo de su vida.
Entremezcladas con los recuerdos de su relación con Miriam, aparecen las escenas del presente de un Roland criando solo a un bebe de siete meses. Su esposa alemana Alissa lo ha abandonado, con una nota contundente: “Estoy bien. No es tu culpa. Te amo pero esto es definitivo. He estado viviendo la vida equivocada”. Alissa le manda postales. Le dice que la maternidad la hubiera hundido. Luego que se va a dedicar a lo que de veras le importa: escribir una novela.
Lecciones, que Anagrama publicará este año, es digresiva, larga, y está muy bien escrita.
Repite la marca de McEwan: la mezcla de lo grotesco y lo bello, lo banal y lo trascendente. El sexo es un componente esencial de su mundo. Pero al final, lo que queda del libro es la implacable vulnerabilidad de Roland. Uno se pregunta si su naturaleza pasiva es el resultado del dominio que Miriam ejerció sobre él o de los silencios cerrados de su madre. Esta pasividad define su actitud ante los principales hechos de su tiempo (de la crisis de los misiles al Covid). También nos preguntamos si su elección de Alissa es un intento por recuperar a la poderosa Miriam. ¿Es culpable Alissa? ¿Lo es él? ¿Es posible que Roland sea feliz con su última esposa, Daphne? La aparición de un policía que investiga el abandono de su esposa, muchos años después de ocurrido, no parece echar muchas luces sobre estos asuntos. La novela ofrece muchas relaciones entre la historia del personaje y del propio McEwan, entre ellas la aparición de un hermano desconocido y el hecho de que el protagonista sea hijo de un militar que, como el padre de McEwan, volvió a Londres después de una misión en el extranjero. Roland es un alterego que vive una situación común a todos: nunca comprende lo que le ocurre. Vive entre los enigmas de cualquier vida. La nieta de Roland le ofrece una frase reveladora: “Sería terrible arruinar una buena historia convirtiéndola en una lección”. Sigo pensando que McEwan nunca ha podido igualar Amor perdurable, pero Lecciones es un libro que se disfruta de principio a fin. _
HOMBRE DE CELULOIDE
El idioma del otro
Más que de imágenes el cine está hecho de ideas. Las de Park Chan-wook son espectaculares. La Trilogíadelavenganzapone al coreano junto a los más grandes artistas del cine pero, además, sus ideas lo establecen como uno de esos artistas capaces de crear un cine que parece salido de otro tiempo, un siglo en que uno se emocionaba con historias de detectives, mujeres fatales y amor. Park Chan-wook es consciente de que está filmando la historia de un hombre y una mujer que se definen como “de otros tiempos”; que se seducen con una suerte de respeto antiguo. Ladecisióndepartires una mezcla entre Deseando amar de Won Karwai y El secreto de sus ojos de Juan José Campanella. Las tres hablan de amores trágicos e imposibles echando mano del cine como poesía según teorizó, junto con otros, Pier Paolo Pasolini. La película comienza con un crimen. El detective asignado al caso se encuentra en ese momento de la vida en que uno se pregunta: ¿cómo llegué aquí? Su matrimonio no es particularmente infeliz, pero está basado en esa serie de cotidianeidades que a muchos les quita el sueño. El crimen es éste: han encontrado muerto a un hombre que, se presume, fue arrojado desde lo alto de una montaña. Cuando
Hae-joon, el detective, interroga a Seo-rae, la viuda y mujer fatal de nuestra historia, se encuentra con una migrante china que habla coreano difícilmente y que necesita de una aplicación telefónica para decirle frases así: que los hombres buenos prefieren la montaña, mientras que los hombres sabios suelen viajar al mar. Pero ¿acaso su marido era un hombre bueno? Hay algo en el montaje, en la actuación, en suma, en el cine de Park que, a través de las imágenes, nos permite entender lo que el personaje ficticio está sintiendo. Pasolini lo explica así en Cinedepoesíacontracinede prosa (1965): los discursos, cuando no están escritos, suelen apelar más a la razón pues necesitan de gestos. El cine, concluye Pasolini, más que de imagen debe estar hecho de gestos, como los de un napolitano que con sus manos abre el mundo a una realidad distinta. Es necesario aclarar, sin embargo, que no estamos hablando de imágenes icónicas sino de signos de vida, esa clase de ideas con las que el cine
expresa la realidad a través de otra realidad. La comunicación visiva, dice Pasolini, que se encuentra en la base del lenguaje cinematográfico, es “tosca, casi animal” como los sueños, como la memoria. Se trata de hechos casi prehumanos que justamente por su condición de pregramaticales y premorfológicos producen una comunicación entre el inconsciente del artista y el inconsciente del espectador. Esto es lo que sucede cuando el inspector que investiga el asesinato de ese hombre que se presume bueno por el solo hecho de haber caído desde una montaña espía a la viuda. La escucha por los micrófonos, pero en realidad entra en su casa, está cerca de ella y nosotros con él. Podemos olerla. Park rompe la lógica del espacio y el tiempo como para decir: “es como si la tuviera de frente”. ¿Por qué? Porque se ha enamorado. El discurso se ha transformado en lo que Pasolini llamaba “narración libre indirecta”; el autor nos ha metido en el ánimo del personaje gracias a esta gramática “casi animal”. Como la de los sueños o la memoria. Así asistimos a una persecución policiaca que simboliza el modo en que antaño un hombre podía seducir a una mujer. Y claro, como ella es china y él es coreano, aprendemos, además, que amar es aprender a hablar el idioma del otro. _
El director coreano es capaz de crear un cine que parece salido de otroLa decisión de partir. Dirección: Park Chan-wook, Corea, 2022.
Lecciones ofrece muchas relaciones entre la historia del personaje y del propio McEwan
POESÍA
Hoteles muertos
MAURICIO
MONTIEL FIGUEIRAS
Hoteles para los que la noche ha venido a representar la bolsa negra donde serán trasladados a la morgue de la historia.
Hoteles por cuyos pasillos avanza con torpeza la acumulada desolación de huéspedes que decidieron mudar sus aposentos al hostal del que ya nadie vuelve.
[Gunkanjima,Japón]
LOS PAISAJES INVISIBLESGavaldón y López Tarso
IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGascon
Me parece que Roberto Gavaldón fue el director con quien Ignacio López Tarso se entendió mejor. La primera vez que trabajaron juntos fue en la emblemática Macario(1960), con argumento de B. Traven (inspirado en el cuento “El ahijado de la muerte”, de los hermanos Grimm), y guion de Emilio Carballido y el propio Gavaldón. Fábula de sueños proféticos de milagros, fama y fortuna, de maldad, necedad y de avaricia, Macariono solo marcó el gran protagónico de López Tarso (dicen que, originalmente, el papel era para Pedro Armendáriz), sino que también fue el debut oficial de Pina Pellicer, pues aunque antes de Macario ella había hecho El rostro impenetrable en Hollywood (dirigida y actuada por Marlon Brando, y por la que obtuvo la Concha de Plata para mejor actriz del Festival de San Sebastián en 1961), el filme de Gavaldón se estrenó primero. Sobrina del poeta Carlos Pellicer, Pina volvería a ser dirigida por Gavaldón y a colaborar con López Tarso en Días de otoño (1963), basada en el relato “Frustración”, de B. Traven, solo que en aquel, su penúltimo trabajo, los roles se invirtieron, siendo ella la protagonista principal, y él, el personaje secundario, pero esa es otra historia, porque decíamos que Gavaldón y López Tarso hacían buena mancuerna: La Rosa Blanca (1961), también basada en la novela de B. Traven; El gallo de oro (1963), adaptación del cuento de Juan Rulfo, escrita por Carlos Fuentes y García Márquez, y La vida inútil de Pito Pérez (1970), de la obra de José Rubén Romero, destacan en la filmografía de un actor que, curiosamente, participó lo mismo en el melodrama tradicional que en un buen número de adaptaciones literarias.
De Ignacio López Tarso, hay muchas películas que no se olvidan. Elhombredepapel (Ismael Rodríguez, 1963), la patética odisea de Adán, un pepenador mudo que encuentra un billete de diez mil pesos, con el que quiere comprar un hijo. Adaptación de un relato de Luis Spota, El hombre de papel anticipa otros personajes que López Tarso cinceló en el imaginario colectivo: el papelero y tragafuegos Don Eme, de Cayó de la gloria el diablo (José Estrada, 1972); Ángel Peñafiel, Mimí, de El profeta Mimí (José Estrada, 1973), el Mexican Psycho de las páginas de Alarma!, o Don Jesús, el velador de Los albañiles (Jorge Fons, 1976), ese mariguano, cornudo y pederasta al que nadie sabe quién mató, pero que, según la policía corrupta, tenía más enemigos que un gángster. Adaptación de la novela de Vicente Leñero, y escrita por él mismo junto con Luis Carrión y Fons, Los albañiles fue una de las cintas simbólicas de la producción de Conacine en la década de los 1970, el punto de quiebre en el que el cine mexicano se perfilaba hacia el despeñadero.
López Tarso fue “El sacrílego” de Nazarín (1959), la única película que hizo con Luis Buñuel. Fue el general Hilario Jiménez en La sombra del caudillo (Julio Bracho, 1960), de la novela de Martín Luis Guzmán. Fulgor Sedano en Pedro Páramo (Carlos Velo, 1967), adaptación de la obra maestra de Rulfo, y escrita por Carlos Fuentes. Interpretó a Ignacio en Los hijos de Sánchez (Hall Bartlett, 1978), de la novela proscrita de Oscar Lewis. A Vargas en Antonieta (1982), de Carlos Saura. Al doctor Vigil en Bajo el volcán (1984), la versión de John Huston del libro capital de Malcolm Lowry. Al coronel De la Gándara de Tirano Banderas (1993), de José Luis García Sánchez, la desafortunada versión fílmica de la novela de Ramón del Valle–Inclán.
Ignacio López Tarso fue un centenar de especímenes mundanos. Esos que habitan en las ficciones, que hacen de las pantallas un asombroso espejo. _
El Premio Nobel de Literatura 1994 (31 de enero de 19353 de marzo de 2023).
Recordamos al escritor su paso por nuestro país Kenzaburo de su experiencia
ucho se ha escrito en estos días sobre el recientemente fallecido escritor japonés Kenzaburo Oé, Premio Nobel de Literatura 1994. Lo que se conoce poco es la relación especial que estableció con México, en donde vivió durante unos meses en 1976, y a la que se refirió en numerosos ensayos y relatos. Yo tuve el privilegio de conocerlo en Tokio, en enero de 1976, cuando regresaba de mi primer viaje a China. El director del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México me pidió comunicarme con el escritor, quien viajaría a México en febrero. En esos días sin celular, no recuerdo cómo logré ponerme de acuerdo con él para encontrarnos en un pequeño restaurante en el centro de Tokio, que servía espaguetis y consistía en una barra y taburetes. No le fue difícil reconocerme porque en el sitio era la única occidental. Yo había leído, en inglés, su exitosa novela Unacuestiónpersonal, en la que relataba, a través de una obra de ficción, su propia experiencia dolorosa cuando nació su hijo mayor, Hikari, con problemas graves de hidrocefalia y daño cerebral. Fue un hecho que aparecería en varias de sus obras a través de los años.
La primera dificultad en este encuentro fue la falta de una lengua común. Kenzaburo Oé no hablaba español, sabía muy poco inglés, y yo no hablaba japonés.
Kenzaburo Oé nació el 31 de ro de 1935 y murió en la madru gada del 3 de marzo de 2023. en muchos sentidos, un hijo Segunda Guerra Mundial y, todo, del bombardeo a Hiroshima, enclavada a unos kilómetros aldea apacible donde vivía milia. No sorprende entonces el dolor haya sido una presencia currente en su obra.
Fue en 1957 cuando abandonó ese microcosmos casi edénico se instaló en Tokio con el propó sito de estudiar Filología France sa. Ese año publicó La presa relato de un soldado negro sobrevive a la caída de un estadunidense y es capturado por un grupo de cazadores yas acciones se mueven entre terror y el asombro) y con gó el Premio Akutagawa. Luego vendría su novela Arrancad semillas,fusiladalosniños
zaburo Oé no había cumplido 25 años y ya era objeto de rés y escrutinio (sobre todo sus esfuerzos por “oscurecer” sintaxis japonesa).
Nos comunicamos en francés, él recordaba de sus estudios cuan do era joven, y con la escritura algunos caracteres chinos. que todos hemos tenido en algún momento la experiencia de haber logrado una comunicación seria, un intercambio de ideas y una versación que dura varias horas con una insólita naturalidad sar de esta dificultad. Primero blamos sobre China, en donde acababa de estar, y él, entusiasta de la revolución que había enca bezado Mao, visitó en 1960. Habló de sus luchas por el pacifismo oposición a las armas nucleares, me contó que asistió a una confe rencia mundial contra las armas
escritor japonés con este texto que evoca país en dos circunstancias distintas
Kenzaburo Oé y los frutos experiencia mexicana
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Dos hechos marcarían su entrada a la madurez: el nacimiento de su hijo Hikari y la muerte de su maestro Kazuo Watanabe, de quien aprendió la trascendencia del humanismo, una vía a través de la cual Kenzaburo Oé llegó a la literatura comprometida, la revisión del “pasado a través de testimonios y de uno mismo”. A esta época pertenecen sus novelas Unacuestiónpersonal, Elgrito silencioso y Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura.
Admirador de la poesía de T. S. Eliot, lector devoto de El maravillosoviajedeNilsHolgersson, de Selma Lagerlof, llegado a un punto en el que solo concibió la escritura si se tenía el carácter de Sancho Panza, Kenzaburo Oé no fue solo un explorador de la condición humana sino un incómodo detractor de algunas posturas resguardadas por la historia oficial japonesa, como la oscuridad en que yacen las muertes inducidas de la población civil por el Ejército Imperial en Okinawa poco antes del
fin de la Segunda Guerra Mundial y el rechazo a la potestad del emperador. De esta actitud política provienen Cuadernos de Hiroshima y Notas de Okinawa. Por momentos, el activista terminó por eclipsar al escritor. En 2011, luego del accidente nuclear en Fukushima, Kenzaburo Oé inició una batalla periodística para llamar a Japón a renunciar al uso de la energía atómica. No dudo en decir que se trataba de “la peor traición posible a la memoria de las víctimas de Hiroshima”. Cuatro años después volvió a la carga, esta vez contra los planes del primer ministro Shinzo Abe de permitir la acción de soldados japoneses en el extranjero.
Henry Miller llegó a considerarlo un descendiente de la estirpe de Dostoievki. Menos enfático, Kenzaburo Oé dijo sobre sí mismo: “Me hice escritor para reflejar el dolor de un pez. Y hoy me siento, sobre todo, un profesional de la expresión del dolor humano, al que busco mostrar con la mayor precisión posible”.
Oe Kenzaburo’s Post Mexican Fiction”), hace un relato mucho más detallado de esta estadía. Señala también las consecuencias que tuvo para Kenzaburo Oé, como escritor, su vivencia de México. Asimismo, un estudiante de El Colegio de México escribió en el libro Nuevas aproximaciones a la literatura japonesa, publicado por Bellatera en 2020, un capítulo sobre “La influencia de México en la literatura de Kenzaburo Oé”.
Mi siguiente contacto con Kenzaburo Oé fue una vez más en Tokio, en la década de 1980, a raíz también de un viaje a China. Lo insólito de este encuentro fue la invitación que este escritor consagrado internacionalmente me hizo para ir a cenar a su casa. Los que conocen la cultura japonesa saben de lo inusual de una invitación de esta índole. La formalidad natural de los japoneses, la estrechez de los espacios habitacionales, hacen mucho más frecuente una invitación en un lugar público.
Kenzaburo Oé era un escritor prolífico, considerado una de las grandes figuras de Japón. Además de su obra literaria de ficción publicaba ensayos en los que seguía manifestando su interés por el pacifismo, su oposición al poder nuclear y su repudio por un Japón nacionalista que olvidaba los crímenes cometidos en el pasado. Sus ideas políticas llegaron a enfrentarlo con la autoridad. Él mismo defendía su decisión de mantenerse en la “periferia” y, a pesar de su fama, nunca quiso involucrarse con los grupos de poder. Finalmente, en 1994, se le otorgó el Premio Nobel de Literatura.
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nucleares en Hiroshima, en 1963, y recogió estrujantes testimonios que publicó en el libro Cuadernos de Hiroshima. Hablamos de México, que visitaría próximamente, de América Latina, cuya literatura había alcanzado en esa época una fama internacional, de Cuba y su revolución y muchos temas más. De México tenía conocimientos de su pasado precolonial, de las culturas que habían florecido antes de la conquista española, y manifestó un gran entusiasmo por aprender más. En México, adonde llegó en febrero de 1976, Kenzaburo Oé, con el apoyo de mi colega Óscar Montes, quien era especialista en literatura japonesa y hablaba japonés,
dirigió un seminario sobre literatura contemporánea de Japón. Una de sus metas, en este primer encuentro con un país de América Latina, era acercarse lo más posible a las raíces populares urbanas y, acompañado por Óscar, recorrió antros y cantinas y al parecer llegó a conocer a Juan Rulfo, a quien admiraba. Debo confesar que no participé en esta etapa de su primer contacto con México pero sabía de algunas de sus aventuras. Mi colega Mattias Chiappe, quien escribió una tesis doctoral sobre América Latina en la literatura japonesa y publicó un ensayo en la revista WILAS en 2020
(“The Image of Latin América in
Kenzaburo Oé fue por mí al hotel y juntos tomamos el tren al suburbio en donde vivía. Conocí así a su esposa, una mujer menuda y discreta en quien detecté cierta tristeza. Hikari, ya adolescente, según me contó Kenzaburo Oé, manifestaba un talento para la música que el padre alentaba. Completaban a la familia un hijo y una hija más pequeños. Kenzaburo Oé, cuyo inglés había mejorado mucho, insistió en acompañarme de regreso a Tokio y, en el tren, conversamos sobre su familia. Le pregunté cómo veía el futuro de Hikari y me contestó que mientras él viviera su hijo estaría protegido. “Lo único que deseo”, me dijo, “es que él muera un poco antes que yo”. No se cumplió su deseo. Hikari vive y ha cosechado éxitos como compositor. Pasaron muchos años y
En 1994 fui nombrada directora del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México y le envié una felicitación de parte de la institución. También lo hice personalmente y recibí una respuesta muy amable. Unos meses más tarde, supe que había aceptado pasar unos meses en Princeton como profesor visitante y le planteé al presidente de El Colegio de México, Víctor Urquidi, la posibilidad de invitar a Kenzaburo Oé a México. Obtuve el visto bueno e intenté comunicarme con el escritor. Me contestó su agente y me dijo que el señor Oé estaba demasiado ocupado para atender semejante solicitud. Tuve la impresión de que el agente obraba por cuenta propia y le pedí que le diera un mensaje al escritor. Un día después llegó la respuesta positiva y así fue como a principios de diciembre de 1996 Kenzaburo Oé volvió a México. Organizamos una conferencia el 5 de diciembre en El Colegio de México e invitamos, para acompañar a Kenzaburo Oé, a dos premios Nobel de Literatura: Octavio Paz y Gabriel García Márquez. No pudimos completar la tríada porque si bien aceptó Octavio Paz, cuyo interés en Japón y en la literatura japonesa eran bien conocidos, no lo hizo García Márquez. Completaban la mesa el poeta Aurelio Asiain y mi colega, estudioso de literatura japonesa, Guillermo Quartucci. El acto tuvo un éxito rotundo. Nunca se había visto en El Colegio de México una asistencia tan numerosa. Al día siguiente, Kenzaburo Oé dio una conferencia, patrocinada por Conaculta, en el Centro Nacional de las Artes que también contó con una nutrida asistencia.
La estadía de Kenzaburo Oé fue corta, pero pudo pasear por el Zócalo, visitar el Templo Mayor y asistir a una comida que le ofreció Octavio Paz en el restaurante Champs Elysées, a la que fui invitada. Supe también que García Márquez lo invitó a cenar. No volví a ver a Kenzaburo Oé pero seguí su trayectoria literaria y política. Me alegra haberle conocido y tenido la oportunidad de, aunque brevemente, convivir con él. _
Pudo pasear por el Zócalo y asistir a una comida que le ofreció Octavio PazDostoievski
Sombras nada más*
Kora, la mítica creadora de la pintura, es también la representación de la mujer que pertenece a otro
Quiero dedicar este Premio de Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco a la nueva “ola” de escritoras de nuestra lengua (de las Américas, y de la península del otro lado del mar) que baña con voces bien distintas (sería absurdo catalogarlas como “voces femeninas” o intentar encasillarlas en un género), que baña, decía, el universo lector de nuestro y de otros idiomas. Bravo por estas bravas: sus obras y personas literarias diversas, sus escrituras neutras o femeninas o binarias, tridimensionales, develatorias o comprometidas con el Mundo o los mundos de los fantasmas: son un continente ellas mismas. Hubo una vez un boomlatinoamericano en el que solo varones tenían cabida. La nueva ola que menciono arropa a la literatura toda de nuestra lengua, sin orillar o desplazar. No es un boom excluyente: escapa a aquellas reglas no escritas, y hay grandes varones presentes. ***
Convoco aquí hoy a otra creadora mítica. Narra su historia en el siglo I alguien que nadie duda estaba en la biblioteca de Sor Juana: Plinio el Viejo. Ustedes conocen la fábula: una mujer “vencida de amor por un mancebo, queriendo él ausentarse a apartadas tierras”, dibuja el contorno de su sombra (“señaló con rayas la sombra que hacía su rostro a una candela en la pared”), como un medio para conservar la imagen de su enamorado. Es la fábula del origen de la pintura.
Plinio no le da nombre a la joven que traza el mítico primer dibujo. Cuenta que por ella, su papá (a quien sí nombra), Butades, de oficio alfarero, copia con barro las “rayas” de la hija, es “el primero” que labra “con arcilla, figuras y retratos”.
La escultura sería, entonces, un arte hijo del padre de la creadora del primer dibujo.
En esta corta narración de Plinio hay más que la historia de la primera mano pintora y la primera
La ganadora del Premio Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco 2023.
Y, además, en nuestra edición digital:
Carlos Rubio Rosell: Conversaciones con Kenzaburo Oé
pieza antropomorfa del alfarero, o la comprensión de la pintura y otras artes visuales, hay otros sentidos —en los textos literarios, como escribe Filostrato de los de Esopo, “Ni siquiera las tortugas son sonsas”. Algunos autores llamaron Kora a la primera pintora. Usemos este nombre, porque es triste que la creadora del arte de la pintura no tenga nombre. Al dibujar el contorno de la sombra del que está por irse, Kora describe, con líneas, su objeto de deseo. No se apropia de él: con la proyección de la candela, conserva su presencia. Dibuja para avivar su deseo: la línea de Kora es la zarza que arde.
Hace al amado presente. Dice Sor Juana que los humanos “solo tienen por empleo de la voluntad el que es objeto de los ojos”. El refrán: “ojos que no ven, corazón que no siente”. Y Sor Juana: “Ninguna cosa vemos muy insigne (aun en las sagradas letras) a quien no haya precedido diversas figurillas que como en dibujo la representen”. Kora, pues, afianza, prolonga y externa su deseo íntimo. No atrapa a su amado, no lo fuerza a quedarse —él sigue adelante con lo que desea: irse a “lejanas tierras”—. Le da luz: le da sombra: así le da vida.
***
Por su parte, Butades, cuando reproduce en barro el trazo de su hija, lo somete al horno (al “calor paternal”, calor supremo) y lo solidifica, lo materializa, lo convierte, no ya en el objeto de deseo de Kora, sino en una cosa: un medallón, un objeto sin respiración que irá en el frontispicio o en la orilla de una teja (como otras piezas de Butades, dice Plinio), y que indicarán clase, estatus social… Un relieve (o medallón o escultura) puede ser puesto en venta como otras hechuras del artesano.
Butades se apropia del deseo de su hija, y lo usa para provecho propio. (Cabe un pellizco de interpretación sicoanalítica: el padre desea al deseo de su hija, se apropia de él y lo paraliza, lo frigidiza. Y en esta
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• Jorge Esquinca: D. H. Lawrence, cien años después • Avelina Lésper: Tár: censura y fanatismo • José Juan de Ávila: Entrevista con Piotr Beczała • Fernando Figueroa: Richard Wagner aún tiene mucho que decir • Andrea Serdio: El mundo de Puccini
• Guillermo Levine: Los hombres y las mujeres/ I • Liliana Chávez: Turistear
línea: porque su hija, ya sin deseo, es suya, es propiedad de su papá, es su recurso, su utilidad, también un utensilio, el padre usará su enlace “matrimonial” para obtener estatus, clase, y dar poder a “la casa”. La hija es parte del “patrimonio”, como el medallón o el relieve.) Dejo este paréntesis atrás, y en honor de José Emilio, para también desplazarlo, un poema:
DonSegismundoFreud, trasarduoestudio, descubrióloquealotrolecostó un verso: eldelitoeshabernacido.
Retomo mi hilo: del deseo de Kora y su bordear y delinear la sombra a la mano artesana de Butades que, cuando cosifica el trazo de su hija, priva también al representado de su deseo, que era ausentarseaapartadas tierras…, y de ahí, al medallón. El deseado pasa, entonces, en manos del padre, a ser cosa y mercancía —no iría yo tan lejos como para decir que lo torna en un saco de huesos; lo paraliza, pero no lo mata, solo le arrebata la capacidad de escape; inmóvil, lo deja sin libertad: lo esclaviza. ***
La Mujer es, ahí en la narración de Plinio, Hija —como en el Génesis, nacida para atender, cuidar y dar gusto al varón (“y tu deseo será para marido, y él se enseñoreará de ti”; o en otra versión: “Desearás estar con tu marido, pero él te dominará a ti”; en King James: “andthydesire shallbetothyhusband,andheshall ruleoverthee”), un infante a perpetuidad que no debe desear sino sujetarse a quien es el propietario de su persona, a quien es su Butades—. Es sin deseo, es sin libertad: Ella es el primer ser que pertenece a otro, y no a sí misma.
Ella es también un medallón —como el que hizo Butades—: otra que no tiene punto de fuga. Que no tiene nombre. Amado y enamorada son dos objetos sujetos al mercado: la hija, y el objeto hecho a partir del trazo de su deseo.
Esclavos son: la hija y el relieve del padre alfarero. ***
Así que lo que escribió Plinio (y creemos leyó Sor Juana), además de ser el del origen de la pintura y la diversidad de las artes, es una fábula sobre el deseo, el poder, el comercio, la utilidad, la necesidad de lo no utilitario, la esclavitud y el patriarcado. Y el poder creador de una mujer.
¿Y por qué, por qué la mujer es la primer dominada, esclavizada, cosificada? Si seguimos la narración de Plinio el Viejo, la que no tiene nombre, la que es hija, ella, es la que ama, es la creadora de la presencia de la memoria, la hacedora del primer dibujo, la que reproduce
*** En la versión del Génesis aprobada cuando Teresa de Ávila fundaba sus conventos, simultáneamente a cuando el Viejo Mundo se apropiaba del “Nuevo Mundo” (¿del Mundo-Niña?) (que es cuando se consolida, se solidifica, que la esclavitud vaya ligada a una “raza”, y se instituye un orden-de-las-cosas que marca nuestra infame Era, que hace posible y “normal” que la mitad de la población nazca para estar al servicio de la otra mitad, hasta la caricatura que es la realidad: hoy, el uno por ciento amasa el 63 por ciento de la riqueza global —datos de OXFAM, “por cada dólar de la riqueza global que percibe una persona perteneciente al 90 por ciento más pobre de la humanidad, un multimillonario se embolsa 1.7 millones de dólares”—1, en esa versión que no fue la primera de ese texto, pues las hubo muchas y previas y con tramas en las que Mujer jugó un papel bien distinto, y no fue hecha para servir a otro y seguir el deseo del varón (como bien leemos en el libro de Graves y Patai sobre los mitos judíos), se planta en la célula de la sociedad (la familia) la desigualdad como el ancla y la regla.
Desde el centro. Desde el espacio doméstico al globo. Desde la médula hasta Wall Street.
Ciudad con pedernal
ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.comla imagen, y, más importante: ella es la que da a luz a la luz. Esto último, literal: ella es quien puede dar a luz. La que tras sus faldas (y digo “faldas” con la palabra falda como esa prenda al piso que arrastra con su paso lo dejado por los pasos de otras, desde aquella primera que aparece representada en las cuevas de arte paleolítico de Albacete, como las Cuevas de la Vieja, posiblemente sí pintadas por las primeras pintoras, pasando por la basquiña o el miriñaques, o la minifalda de nuestra liberación sexual), bajo ésas, la cultura nuestra guardó el poder de dar vida, dar a luz, y de comprender las sombras: de delinear la vida a sabiendas de que el objeto de deseo está por partir: Kora, esa primera dibujante, la hija sin nombre, es la metáfora del poder creador —nos permite percibir la atmósfera, ver lo que se está yendo, porque el tiempo siempre corre, y comprender nuestro entorno—: bajo sus faldas se traza el contorno de las sombras, y con su persona delinea otro poder: el de la maternidad. La maternidad de nuestra conciencia del mundo. De nuevo, en las faldas, tenemos que, como en el dibujo de Kora, lo negativo es lo positivo: las sombras, las sombras nos iluminan.
El des/orden como un orden social que vemos en la hija sin nombre que deja a su deseo convertirse en pieza de cerámica se subvierte cuando Sor Juana toma la voz, cuando se declara neutra, no para anularse sus deseos, sino para conseguirlos, para salirse de ahí. Así recupera a las mujeres sabias en sus escritos para que “se muestren” a los ojos de todos, y quede magnificado su valor.
Mil gracias de nuevo. Que vivan las fábulas, los poemas, los cuentos, el teatro y las novelas: nuestro capital. Que viva José Emilio Pacheco. Y a ustedes, gracias por leer estas páginas, o por haber estado conmigo cuando las leí.
El pequeño desorden de la hija sin nombre y de la Eva sin su deseo propio se subvierte como lo soñó Sor Juana (“un Marido sin mujer, y una casada Doncella”…), y ese desorden se empieza a cumplir cuando son ellas las que toman las calles y los elogios en las críticas literarias. Muchas gracias. _
*Texto leído el domingo 11 de marzo, en la inauguración de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán, con motivo de la recepción del Premio Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco 2023, otorgado por UC Mexicanistas, bajo la dirección de Sara Poot-Herrera, y la Filey, dirigida por María Teresa Mezquita.
1 https://oxfamilibrary. openrepository.com/bitstream/ handle/10546/621477/bp-survival-ofthe-richest-160123-es.pdf
Hansel y Gretel habitando una torre de departamentos al sur de la Ciudad de México, un corporativo sobre avenida Reforma cuyos espejos contienen el alma de los trabajadores, un edificio en la colonia Narvarte donde una piñata que simula a un león cobra vida inesperadamente, una calle del barrio de Coyoacán que toma por sorpresa a los caminantes hasta dejarlos reducidos a figuras dentro de un mural, la Basílica transformada en una enorme plancha de los sacrificios, una vieja mansión de la colonia Juárez funcionando como teatro de asesinatos rituales, una cabaña en el Ajusco… Esos son algunos de los escenarios por donde se mueven los relatos de Narralapiedra(Los libros del perro). Como si protagonizara un cuadro expresionista, la Ciudad de México respira, tritura y medra con voluntad propia.
En unos relatos se adivina la intromisión del horror (“Piso 15”, “Dani y el león”, “Oso”, “Pomona”); en otros domina la sensación de extrañeza ante una realidad que adquiere una consistencia cada vez más irreal (“Imperios molares”, “Alice through the looking glass”, “Acuarelas”, “Escudo”). Son, en su justa brevedad —no minificciones o cuentos-pigmeos—, ejemplo de una escritura concebida para obtener el mayor efecto con el menor uso de elementos.
Pero lo mejor proviene de todos esos guiños de maliciosa ambigüedad. Antes que certezas, Luis Olaf del Lago persigue las cumbres heladas hasta donde conduce al lector para que termine consumido por la incertidumbre. ¿O no es la impresión de una absoluta falta de asideros lo que nos deja “Escape” —un relato nada recomendable para quienes han perdido el sueño—, en el que un hombre asegura ser víctima de los ataques nocturnos de los “demonios de la madera”, viejos conocidos de la cultura japonesa?
Narra la piedra se adentra en los espacios sombríos —físicos, legendarios, psicológicos— donde se gesta el tránsito de la humanidad a la aberración o la monstruosidad. Suele hacerlo invocando a entidades o seres cuya existencia ignoramos porque los creemos un producto único de nuestra imaginación. Y para sorpresa nuestra, como sugiere Luis Olaf del Lago, confirmamos que están aquí, de este lado, como punzantes gusanos de luz natural. _
Así que lo que escribió Plinio es una fábula sobre el deseo, el poder, el comercio
DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.
EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO
EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO
ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.
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HUSOS Y COSTUMBRES
Espías
Ay los espías, que saben tantos secretos: las costumbres digestivas de la poderosa familia Gutiérrez, por ejemplo, los afanes amorosos de Osuna con la diputada Ramos, los robos de los Pardo en los estadios, el inenarrable secreto de Archundia, razón de que aletee y haga muecas mientras da discursos. Ay, el espía; cada que reporta a sus superiores o sus clientes alguna pequeña historia —un encuentro de Godínez con su amante, la tremenda vergüenza familiar de los Robinson— se pregunta por qué no escribe novelas. Por qué en lugar de oír conversaciones no las escribe, por qué no cuenta todas las historias que se desprenden de esa escena que miró por la ventana. Pero a la redacción de sus informes le falta estilo y profundidad.
Lo peor es que ahora a los Osuna, los Rodríguez, Archundia, Godínez y Robinson, les ha dado por exponer sus secretos sin recato alguno. Así el
espía lee que el bulto morado en la pierna del patriarca mayor está ya bien expuesto y comentado en todas partes. Que esa historia que le costó tanto trabajo dilucidar sobre la extraña y frustrante afición de Güemes por los ratones blancos es tema de un panel de expertos. Que los golpes que recibió Priscilo de pequeño son el motivo de su crueldad. Al final ya todos lo saben todo y los que exponen así sus interioridades, como vísceras en alegre sacrificio, se sienten aliviados y frescos. ¿Hay alguien aún que conserve algún secreto?
Ay, los espías, una vocación tan emocionante; todos recuerdan cuando dijeron en su casa “mamá, de grande quiero ser espía” y la madre imaginó ilusionada a James Bond en su cocina. Un oficio secreto, claro, pero bello a su manera pues busca el conocimiento, el conocimiento arrebatado a los otros, cosa que lo vuelve más precioso. Ahora el espía se siente
decepcionado por la humanidad; la gente va perdiendo su misterio, sin darse cuenta de que eso era lo que le daba algún valor. Los secretos revelados resultan obvios, pueriles, el pasmo tarda cada vez menos en disolverse en el aire. Una gran verdad revelada se equipara a cualquier buenos días, a comentar una película de moda, y los espías sufren en secreto, quizá ese sufrimiento es el único secreto que les queda. Además, cualquiera se siente espía, cualquiera revela lo que sea sin estilo, oficio ni savoir faire Ante ese fracaso, los espías han decidido espiar a los espías, les pellizcan el trasero cuando están asomados a las rendijas y las puertas prohibidas, se burlan de su letra chueca, su redacción imposible, las confusiones que provocan cuando cambian los nombres sin querer. No les ha quedado a unos más que volverse censores y moralistas, huecos de secretos, y a otros, finalmente, novelistas _
Autobiografía de un biógrafo
En la ciudad de Granada, donde la herencia árabe continúa vigente, un carmen es una casa con un jardín interior oculto a los ojos de los demás. En una vivienda con esa característica transcurrió la primera y decisiva estancia en España del investigador y escritor irlandés Ian Gibson. Poco antes se había topado en su natal Irlanda con el Romancerogitanode Federico García Lorca, el libro y el autor que lo sedujeron para toda la vida. Así que, equipado con el vocabulario básico de nuestra lengua y con el firme propósito de averiguar la vida del poeta andaluz, viajó hasta la ciudad de la Alhambra. Pronto, sin embargo, se dio cuenta de que aquello que debía esclarecer era el asesinato de esa figura clave en la cultura española del siglo XX. Su pasión por este país, y por su historia reciente, lo llevaría a ocuparse más tarde de figuras como Antonio Machado, José Antonio Primo de Rivera, Salvador Dalí y Luis Buñuel.
Más de medio siglo después del inicio de sus pesquisas y de echar raíces en la península ibérica, este hombre de pelo blanco, gafas finas y rostro colorado es uno de los hispanistas más citados en el mundo entero. El próximo mes cumplirá 84 años de vida, una edad más que suficiente para realizar un arduo ejercicio memorialístico. De hecho, lo terminó de escribir el año pasado, se titula Un carmen en Granada, hace unas semanas la editorial Tusquets le dio el XXXV Premio Comillas y, dentro de unos días, el texto estupendamente editado llegará a las librerías.
El biógrafo, entonces, se ha pasado a la autobiografía.
Anoche tuve el privilegio de terminar
de leer las galeradas de esta obra de colmillos largos y tono íntimo, a veces emotiva y reflexiva, siempre apasionada, en la que Gibson describe sin tapujos la vida de su familia dublinesa de clase media, metodista pero rodeada de un océano católico, con dificultades afectivas y demonios que determinaron su infancia y juventud: celos, desavenencias entre una madre amargada y un padre acomplejado, desconfianza generalizada y una constante represión
religiosa. No se ha olvidado, sin embargo, de incluir en estas páginas a sus amigos y maestros, sus iniciales aventuras eróticas y su afición por la naturaleza y los pájaros.
Hace más de una década, cuando fui a visitarlo por primera vez a su apacible casa del barrio de Lavapiés, le pregunté por qué había elegido ser biógrafo. Pensó la respuesta durante unos instantes y soltó: “por mi niñera”. Me contó que cuando era niño estaba perdidamente enamorado de Kathleen, una hermosa y cariñosa mujer católica que habían contratado sus padres para cuidarlo a él y a sus hermanos. “Un día, de repente, se fue sin despedirse. Muchos años después mi madre me dijo que le habían ofrecido un trabajo mejor,
atendiendo a una anciana rica, y que no había querido decirnos adiós porque se le habría partido el corazón. Esa traumática desaparición fue la que me motivó a escarbar, por ejemplo, en la etapa simbolista de Antonio Machado, cuando en sus versos habla de una compañera perdida para siempre en la infancia”, me explicó. Después de un par de copas de vino, con la mirada vidriosa, confesó: “por eso, también, pongo obsesivamente en YouTube el video de Armando Manzanero interpretando ‘Esta tarde vi llover’: ‘Esta tarde vi llover, vi gente correr, ¡y no estabas tú!’ ¡Y no estabas tú! Es para morirse”.
Ahora, fiel a su estilo de centrarse en las anécdotas que importan y en los datos precisos, ha escrito en su autobiografía: “Wordsworth tenía razón: el niño es padre del hombre, algo que Freud y el psicoanálisis confirmarían después. Hoy sabemos que un niño de cuatro años puede estar locamente enamorado de una persona mayor. Y que, si esta desaparece de su vida sin aviso previo, sin explicación, para no retornar nunca, es capaz de querer morirse”.
Ian Gibson podría haber sido un eminente y bien pagado profesor de Filología Hispánica en Irlanda o en Inglaterra. Si eligió España fue porque aquí encontró su razón de ser: Federico García Lorca. “Sin Lorca no existo”, afirma. “No sabría decir por qué. Fue algo muy íntimo, muy profundo, lo que su poesía me revelaba. Tenía que ver con lo atávico, con algo primitivo, instintivo y telúrico. Debe ser que me enseñó tanto a detectar como a querer liberarme del ambiente puritano que viví de niño en una familia protestante rodeada de católicos” _
Si eligió España fue porque aquí encontró su razón de ser: Federico García LorcaANA GARCÍA BERGUA