Laberinto No.1033 (01/04/2023)

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Un día de 1947: el beso fugaz de Tongolele

La intimidad toma el espacio público

Rosa

Suplemento cultural de MILENIO LABERINTO
Beltrán/ FOTOGRAFÍA: SHUTTERSTOCK SÁBADO 1 DE ABRIL DE 2023 AÑO 19 - NÚMERO 1033 HOMBRE DE CELULOIDE FERNANDO ZAMORA
Foto: Blueprint Pictures
INÉDITO GERARDO DE LA TORRE
La amistad según Martin McDonagh
RELATO
Foto: Armando Herrera

ANTESALA

LA GUARIDA DEL VIENTO

Losríos profundos: una reedición

ALONSO CUETO

La Academia de la Lengua Española ha realizado una edición conmemorativa de una de las novelas más potentes y delicadas de la literatura latinoamericana. Losríosprofundos, de José María Arguedas, publicada en 1958, es la historia del joven Ernesto, es decir de su aprendizaje sentimental y social en Abancay, una localidad en el sur andino. La despedida del padre, la convivencia con sus compañeros en un colegio, su encuentro con la naturaleza, la conexión entre el mundo natural y la rebelión social, son los hitos de ese viaje interior, en un relato marcado por la belleza sensorial de sus descripciones. La novela retrata la intimidad de su protagonista con una prosa lírica excepcional. Su español integrado al quechua crea asimismo un idioma nuevo.

La mirada de Arguedas recoge uno de los principios de la visión andina. Los seres humanos no existen por encima de la naturaleza. Son parte de ella. El encuentro con la naturaleza supone la purificación y la integración del protagonista, como lo muestra el ritual descrito en el capítulo 1: “A medida que baja al fondo del valle, el recién llegado se siente transparente, como un cristal en que el mundo vibrara”. La naturaleza no es un marco o un escenario sino un espacio existencial, un paraíso de revelaciones.

Tuve la suerte de conocer a Arguedas en los primeros años de mi infancia y parte de mi juventud. Amigo de mis padres, iba a mi casa a almorzar todas las semanas. Lo que más nos impresionaba a mis hermanos y a mí era que hablaba en quechua con la cocinera de la casa. Pero lo que más le agradecíamos es que nos hablaba a los niños. Recuerdo la naturalidad con la que nos contaba de sus viajes por la sierra. Fue ese mismo tono natural y sencillo cargado de poesía el que reconocería luego en sus libros. Cuando íbamos de viaje con mis padres, nos decía que el corazón de un pueblo puede verse en los mercados y en los estadios de futbol. En muchas ciudades pequeñas que visitábamos íbamos a ambos lugares. Con frecuencia cantaba en quechua y nos regalaba libros, entre ellos los de Mafalda, que le fascinaban. Nunca entendí por entonces las razones de su suicidio a los 58 años, en 1969.

Losríosprofundos no es una novela definida por el seguimiento de una intriga en busca de una sorpresa argumental. Está más bien llena de revelaciones desde el inicio. Ernesto, el protagonista, está en continuo proceso de descubrimientos. Su mirada de la naturaleza (de los ríos, de las aves, de las montañas) es precisa, minuciosa y a la vez sagrada.

Poco antes de la publicación de Los ríos profundos aparecieron El llano en llamas y Pedro Páramo. Pueden encontrarse una serie de relaciones entre estos libros donde la tierra es la encargada de cumplir los destinos de los personajes y la luz de la luna, reflejada en los ojos de sus personajes, cumple un papel redentor. Rulfo y Arguedas se quisieron y se admiraron. Hay un brillo misterioso en cada una de las páginas de esta novela. Una luz que vuelve con toda su potencia a nosotros gracias a esta edición de la RAEt. _

HOMBRE DE CELULOIDE

La forma más pura de amar

En los estériles paisajes de una isla de Irlanda hay un hombre bueno llamado Pádraic. Presume de tener un amigo que se llama Colm. Lo presume pues todas las tardes ambos se toman una pinta de cerveza y hablan estupideces. Sucede, sin embargo, que un día Colm le pide a Pádraic que le deje de hablar. ¿Qué sucedió? Este es el misterio de Losespíritusdelaisla(disponible en Star+), una película entrañable que gira en torno a la forma más pura de amar: la amistad. Aristóteles, el clásico por excelencia, lo decía: la amistad entre iguales es pura pues en ella no hay otra necesidad que el afecto en sí mismo. En el amor sexual, por ejemplo, hay necesidad de reconocimiento y contacto, pero en la amistad no. ¿Es así? Martin McDonagh, (conocido por Tresanunciosporun crimen) discute el asunto y nos invita a pensar: ¿es verdad que un amigo debe hacernos crecer? Como buen artista, McDonagh sabe dónde comienza su historia. Conocemos la relación de amistad entre Pádraic y Colm justo en el momento en que acaba de terminar, cuando este último dice: “No me has hecho nada, simplemente ya no me caes bien”. Pareciera incluso chistoso, pero surge en el espectador la pregunta que trasciende: ¿acaso un amigo está ahí para caer bien? ¿No

será, más allá de lo que piensa Aristóteles, que independientemente de “la igualdad” un amigo está para cuidarte o dejarse cuidar, para cultivar contigo la parte bondadosa de una mente atribulada o para enseñarte a escuchar? Colm es un personaje que parece haber llegado al momento en que uno se pregunta: ¿qué he hecho de mi vida? Él, que es violinista, decide responderse como muchos amantes del arte: el sentido está en la belleza. Colm quiere dedicar su tiempo a hacer música. “A volverse como Mozart”, dice. Y la amistad con Pádraic, piensa, se interpone entre el arte y la eternidad. Su necesidad de dejar de pensar en estupideces es tanta que amenaza a su viejo amigo con cortarse los dedos con los que hace música si el otro sigue tratando de recuperar su amistad. ¿Tienen doce años?, pregunta el tonto del pueblo cuando se entera.

Los espíritus de la isla, con simplicidad magnífica, nos señala a esas personas que se han convencido de que el sentido de la vida está en

trascender, algo a todas luces imposible pues ¿quién sabe en realidad quién fue Homero? Meditar en torno a la amistad y la trascendencia es lo que hace a esta película tan importante de pensar. Para ello presenta a estos personajes antagónicos: uno que encuentra el sentido de la vida en la bondad y otro en su deseo de ser Mozart. Martin McDonagh, autor que ya ha hablado antes de esta inexplorada forma de amor, la amistad, vuelve a sumergirnos en toda su sabiduría. Porque en Los espíritus de la isla uno aprende que es inútil buscar a un amigo para crecer, complementarse o cualquier otra estupidez de esas que se encuentran escritas en los libros burgueses de autoayuda. Creer que produciendo arte va a dar sentido a su vida hace de Colm un maniaco que corrompe a su mejor amigo y lo llena de cólera ante una suerte de bruja que todo lo observa, como atestiguando que no hay peor destino que ser incapaz de reconocer el amor. El amor de amistad, en este caso.

Aristóteles decía que la amistad se da entre iguales. El cristianismo y otras formas más profundas de mirar al mundo demuestran que el amor existe sin un porqué. Lo ha dicho Angelus Silesius y lo cita Borges: la rosa florece sin un porqué. Florece porque florece. Igual que una verdadera amistad. _

-02- 1 DE ABRIL 2023
FERNANDO ZAMORA @fernandovzamora FOTOGRAFÍA BLUEPRINT PICTURES
Uno aprende que es inútil buscar a un amigo para crecer o cualquier otra estupidez
Los espíritus de la isla. Dirección: Martin McDonagh, Irlanda, 2022.

POESÍA

Historia natural

siempre dijeron que yo tenía los ojos de mi padre cabello estatura mentón caligrafía —cada cosa de una tía los gestos      de mi madre hoy miro a mi hija y solo alcanzo a verla a ella misma

rosa es una rosa. es una rosa es una rosa

pienso en un poema de cacaso y en la américa latina del futuro que él un día quiso imaginar

miro hacia mi hija y juntas miramos hacia esta américa latina del futuro

estamos en un túnel de humo y no alcanzo a ver qué aconteció

Traducción: Rodolfo Mata y Marco Antonio Campos Marília Garcia nació en Rio de Janeiro en 1979. Es autora, entre otros libros, de 20 poemas para tu walkman (2007) y Parque de las ruinas (2018).

EX LIBRIS

ANTESALA

¡Que viva México!

Con LaleydeHerodes(1999), Luis Estrada se perfiló como el realizador más irreverente del cine mexicano. Su fábula de los chanchullos del poder y de la corrupción sin pausa no solo rebosaba de ironía y humor negro, sino que fue el primer filme de la industria nacional en el que los monstruos se llamaron por su nombre: el partido oficial es el PRI y la oposición el PAN, y sus militantes copias calca de los especímenes paradigmáticos de esos partidos que, en un pueblucho abandonado en el desierto, compiten políticamente a punta de transas y pistola.

Ingeniosa, delirante, La ley de Herodes consiguió esbozar una metáfora perfecta del sistema y sus lacras, contrario a lo que pasa con Un mundo maravilloso (2006), que fracasó en el intento de repetir la fórmula: la historia de Juan Pérez, un jodido que por mala suerte prueba la vida de rico, resultó una comedia fofa, intrascendente, que años más tarde pasaría al olvido porque El infierno (2010), parodia de las componendas de los poderes fácticos, Estado, ejército, Iglesia y narco, volvió a trazar el retrato del flagelo mexicano.

Sin embargo, El infierno olía demasiado a La ley de Herodes. Y el mismo tufo tienen Ladictaduraperfecta (2014), caricatura de la gestión de Peña Nieto y la corrupción mediática e institucional, y ¡QuevivaMéxico!, su nueva película, que ha causado más controversia pero no por su contenido sino por las disputas que, primero, Luis Estrada entabló con Imcine por cuestiones de apoyo financiero, y luego con los porristas del gobierno, que se empeñan en satanizar a una cinta con poca imaginación y sin novedades narrativas, por el presunto pecado de criticar a la 4T.

¡QuevivaMéxico! es la historia de Pancho Reyes (Alfonso Herrera), un climber social que tras la muerte de su abuelo debe retornar a su pueblo para que el notario ejecute el testamento. La herencia incluye una hacienda decadente, terrenos, una mina y algunas pertenencias que van a manos de Pancho, quien deberá lidiar con su esperpéntica familia para conservar lingotes, monedas de oro y escrituras. La ambición nubla los pocos sesos de ese clan como extraído de la fauna de San Garabato de las Tunas de Los Supermachos de Rius, en una espiral por la que todos descienden hasta quedar como empezaron, incluso peor.

A ¡QuevivaMéxico! le falta ironía pero está sobrada de lugares comunes (el retrato del presidente en oficinas de gobierno, diálogos con los eslóganes más burdos de la propaganda de la 4T). La polarización que pretende parodiar se limita a los clichés de la demagogia cotidiana (fifís, conservadores, pueblo bueno, etcétera), mientras que los personajes hacen eco de las creaturas que Estrada ha explotado hasta el cansancio: el Rosendo, Regino y Ambrosio que interpreta Damián Alcázar es el mismo Juan Vargas, Juan Pérez, Benjamín García y Carmelo Vargas que encarnó en La Ley de Herodes, Un mundo maravilloso, El infierno y Ladictaduraperfecta, sin matices ni variación de tono, y lo mismo pasa con Joaquín  Cosío cuyos Rosendito, Reginito y el abuelo, son El Cochiloco recargado.

Burgueses de manual; caricaturas simplonas de políticos, policías y agachados, lo más notable de ¡Que viva México! son los homenajes al pasado cine nacional, que Estrada suele meter a cuadro: como en LaleydeHerodes, en la que Vargas se presenta como Emilio Gabriel Fernández Figueroa, en ¡QuevivaMéxico! el hermano tullido se transporta en una carretilla con la leyenda “Me mirabas” (Los olvidados), mientras que en el burdel aparece, fugaz, una Manuela con vestido rojo ( El lugar sin límites).

En las redes sociales no dejan de arremeter en contra de ¡Que viva México!, lo que puede suscitar el éxito o el fracaso de taquilla, y aunque no es puntillosa sino innecesariamente larga mas no tediosa, francamente espero que los bots acarreen más gente al cine que una marcha del partido en el poder. _

-03- 1 DE ABRIL 2023
Los trabajos del hombre/ EKO

La noción de intimidad ha dejado de referirse en exclusiva al hogar, la conciencia o la familia. Ahora ocupa un lugar en la esfera política De cuando lo privado se volvió público*

so no se hace. Eso no se dice. Eso es cosa de uno. Por qué vas a dar a saber. La ropa sucia se lava en casa. La vida privada es recinto amurallado. Cada uno en su casa y Dios en la de todos.

¿Cuándo tuve conciencia de que lo privado me constituía de un modo colectivo; cuándo supe que lo íntimo nos representa de manera más pública que lo que las creencias familiares y sociales me habían hecho creer?

¿Cuándo tuve la intuición de que ciertas instituciones sociales existen solo por obra y gracia de sus secretos, de que es el secreto guardado en la intimidad de sus espacios lo que les da identidad y razón de ser? “Todas las familias felices son iguales”, dijo Tolstoi, “pero cada una es desgraciada a su modo” y con ello implicó que la única forma de conocer la particularidad de esas familias —la única manera de saber qué y cómo es una familia— es destapando sus secretos.

Secreto: lo que pertenece a un dominio reservado.

Secreto (según la RAE): lo oculto de la vista y el conocimiento de los demás.

Secreto: lo separado, lo aislado, lo remoto.

Antónimo de lo secreto: lo público.

La diferencia entre lo público y lo privado surge siglos atrás y aparece en distintos momentos y textos canónicos desde las culturas más remotas. En la cultura judeocristiana hay claras muestras de esta división desde la Biblia; en Occidente aparece en diversas manifestaciones de la vida en Grecia y Roma, más tarde aparece reflejada en el orden feudal y en la era moderna alcanza su momento más visible con la urgencia de establecer una jerarquía que permita visualizar el nacimiento del nuevo orden en la constitución del Estado burgués.

EPero hasta antes de su aparición, los espacios estaban delimitados. Ámbitos claros de la vida privada en la literatura del medioevo son el convento, el burdel, el hogar de una viuda y la corte u hogar gobernado de manera temporal por una mujer, y en ellos se revelan ciertas formas de autonomía pero también de secrecía que solo serán “reveladas” de forma extraordinaria y con una finalidad moral. Un ejemplo: “La abadesa preñada” en los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo. En general, en la Edad Media y desde tiempo atrás los secretos no deben revelarse. Deben guardarse con celo, de ahí el término arquitectónico para definir la retícula que divide el coro o los aposentos de las mujeres: “celosía”. Hablar del secreto y hacer público lo privado es someterse a la voluntad del otro; es perder de manera inmediata lo que de más preciado tiene la persona humana. “A quien dices tu secreto, das tu libertad”, dice Fernando de Rojas. Pero tarde o temprano, ya sea por voluntad expresa o por descuido, los secretos de la vida privada son carne del dominio público y hacen de sus portadores la comidilla de una comunidad. Algunas formas del secreto compartido ocurren en los burdeles dirigidos exclusivamente por mujeres como ocurría en la vida real y como se asienta en La Celestina. En estas obras aparecen tareas de auténticas aunque momentáneas micro sociedades femeninas donde la función de la trotaconventos —cuyo oficio es un secreto a voces— aparece en ámbitos antitéticos: lo mismo en los burdeles que (como su nombre lo indica) en los conventos, espacios habitados casi exclusivamente por mujeres. Algunos secretos revelados de las viudas se dan en un espacio mental privilegiado: cuando se las piensa como independientes y liberadas de toda tutela. Tal vez estas ideas tengan un fundamento real; en todo caso conforman ya desde el siglo XV un imaginario que se asienta en fueros y en libros como Lassietepartidas donde

a veces se habla de lo que no se habla (Alan Deyermond).

Para hablar de la sociedad civil fue imprescindible establecer la importancia del individuo, el ciudadano sobre el que recaían derechos y deberes. Sin la ciudadanía es imposible siquiera concebir el Estado moderno. Junto con él y con la Revolución francesa por primera vez en la historia surge el concepto de vida privada como un derecho. ¿Pues bien, qué tanto ha cambiado la idea de ese derecho? ¿Qué tan privado es lo privado? Las actividades propias de la sociedad civil ocurrían y ocurren todavía para muchos en la esfera de lo público. Lo privado en cambio es el ámbito de lo doméstico, lo que ocurre dentro de las casas, lo que se dice de puertas adentro y, la mayor parte de las veces, encierra un secreto. Es curioso pensar que haya existido un tiempo en que lo público fuera cualquier cosa que no se vinculara con las relaciones de parentesco o conyugalidad. Ni siquiera con las de amistad. Lo público era el ámbito de la reflexión y la historia, el espacio de transformación y conocimiento de la sociedad. Mientras que lo privado era y es un espacio en entredicho. Las más de las veces transcurre en los tiempos sociales de ocio o descanso, de convivencia familiar y expresión de los afectos y por ello durante años no se consideró un espacio político. Es hasta tiempos muy recientes que se pensó en que eso que ocurre de puertas adentro es también político. Tuvo que llegar el feminismo para dejar cincelada su máxima indeleble: lo personal es político.

II

La vieja dicotomía entre libertad versusseguridad se vio acrecentada por la pandemia. Algunas sociedades hipervigiladas como la china, donde las cámaras invaden todos los espacios públicos y pueden seguir a un individuo

desde que sale de su casa hasta que regresa, se vieron justificadas y apoyadas por otros países con las medidas de sobreinformación a que fueron expuestos los individuos del mundo para hacer un seguimiento de los síntomas de la covid-19 y para tener derecho a vacunarse. Según Byung-Chul Han, la pandemia reforzó la idea de la necesidad del Estado protector que puede participar en cualquier hecho de la vida privada y la gente eligió y adoptó esa opción.

Por más que existan páginas enteras de aceptación de las condiciones de confidencialidad, en Occidente el manejo de datos de los usuarios se ha escapado de todo control por parte de los usuarios de internet y dispositivos electrónicos. La pandemia y el confinamiento obligado de los habitantes del planeta forzados a vivir a través de pantallas hizo crecer exponencialmente la información solicitada y surgió en los usuarios el hábito de dar su consentimiento en cualquier aplicación, en cualquier servicio como el pago justo ante la posibilidad de ser protegidos, de acceder a bienes y servicios y de existir.

A esto se suma la cuestión de las imágenes. Hoy que todo es fotografiable y fotografiado y que tendemos a mirar el mundo a través de nuestros dispositivos para compartir —eso decimos, ese verbo usamos, compartir— con los otros todo lo que vamos viviendo, ¿dónde habita la línea delgada que divide lo privado de lo público?

Si la intención y el verbo que impulsan a exhibir un contenido en redes implica algo tan desinteresado como “compartir”, ¿se puede hablar de invasión, abuso, infracción, perversión, apropiación del espacio donde habita lo privado? ¿Se puede siquiera hablar de lo privado? Y qué puede ser punible en el manejo de datos o imágenes de la vida privada.

Cuándo hay una usurpación. La RAE dice que usurpar consiste en apoderarse de una propiedad o de un derecho que pertenece a otro, por lo general con violencia. Pero si en la exhibición del espacio privado en las

-04- 1 DE ABRIL 2023 DE PORTADA
ROSA BELTRÁN FOTOGRAFÍA KASPERSKY
El problema de la autoficción es que se ostenta (o eso creen sus lectores) como la verdad absoluta

redes no hay violencia; si en la mayoría de los casos hay consentimiento y hasta afán de exhibición; lo que usurpo, usurpas, usurpamos al tomar ese contenido es la forma de existir que el exhibicionista eligió al postear un contenido. No el contenido, que exige ser reposteado, sino la forma de existencia que su usuario eligió en primer lugar. Pero ¿no hacemos exactamente lo que el usuario del contenido quiso al subirlo a una plataforma pública? Hacer que exista. Darle carta de cabal existencia. Existir a través de la foto.

III

La autoficción o “las literaturas del yo”, como ahora se nombran, constituyen un nuevo y muy poderoso acercamiento a la ficción puesta al servicio de la experiencia que se vuelve materia literaria donde lo privado y lo público se unen de forma inextricable. En un sentido, el término “autoficción” es tautológico porque en rigor no hay nada que escriba uno mismo que no sea autoficción. Pero, además, no es un género nuevo aunque sus combinaciones, el debate de existir como género híbrido entre autobiografía y ficción y la proliferación de estas narrativas sí lo sean.

El caso de la escritura de mujeres, no obstante, adquiere un matiz especial. Su origen no solo se remonta a muchos siglos atrás (las jarchas, por ejemplo, en nuestra lengua) sino que las cartas y los diarios transitan por una narrativa que oscila entre la narración personal que se inscribe en el momento y hecho histórico o que definitivamente entremezcla lo doméstico con la gran panorámica social. Natalia Ginzburg es paradigmática en el ejercicio de contar la experiencia del exterminio nazi desde el ámbito familiar. Sus obras Léxicofamiliary Todos

nuestrosayeresson clásicos y sin quererlo inspiran o influyen en la obra de una gran cantidad de autoras notabilísimas que entrelazan el periodismo con la historia personal, como Vivian Gornik y Joan Didion, o llevan lo privado a extremos casi impensables como Annie Ernaux, la reciente Premio Nobel que ha insistido en la escritura del yo como una experiencia social. Buena parte de la literatura escrita por mujeres ha tocado siempre lo personal. Es decir, lo político, visto fuera de la caja. Según Aina Vidal-Pérez y Neus Rotger, “La autoficción plantea la posibilidad de proyectar una escritura del yo no necesariamente factual, de reconocer el carácter esquivo de la subjetividad y de ubicar el sujeto en un cuestionamiento perenne (Infobae, 6 de diciembre de 2021). J. M. Coetzee sostiene que “este género debe conservar un pacto en que el escritor se compromete a descubrir las verdades que se ocultan detrás de la experiencia humana, pero, para ello, debe hacerlo de forma paralela al gesto de la escritura” (ibid). Es decir, lo que menos importa es la fidelidad a la experiencia o la “autenticidad de los hechos narrados sino el emplazamiento de la experiencia de lo real en el propio tejido narrativo”.

El último cuestionamiento hecho a este género es si no es impúdico escribir acontecimientos reales y hasta dónde debe llegar la construcción literaria de personas de carne y hueso.

El caso paradigmático más reciente lo constituye Emmanuel Carrère, cuya esposa Hélène Devynck lo demandó y por esa demanda él se vio obligado a cambiar el manuscrito de su más esperada novela, Yoga. La novela apareció en 2020 —el año de la pandemia— y fue recibida con

grandes expectativas. Por la devoción que sus lectores tenían desde El adversario por las obras que Carrère había bautizado como “no ficción” y lo que en ellas había de “vida privada” de los personajes y por el escándalo de su exesposa, quien reclamaba la ilegalidad de publicar sobre las vidas de los otros. Lo relevante de la demanda, sin embargo, es que la esposa no adujera entre las razones de su negativa que el autor cometiera alguna indiscreción, sino todo lo contrario. Lo que la indignó fue que Carrère no decía la verdad sino que lo que escribe, dijo, “son fantasías”.

El problema de la autoficción es que se ostenta (o eso creen sus lectores) como la verdad absoluta, como el relato de los hechos puros y duros sin pasar por el cedazo de la razón. O es con esa expectativa que se acercan, morbosamente, los lectores. Pero ¿es posible que las palabras sean transmitidas sin el tamiz de la razón, la interpretación, y sin la escollera de la incapacidad o la torpeza, del azar y la imposibilidad, y sobre todo, sin el lenguaje? Un escrito, cualquier escrito, es ante todo un hecho estético, nos recuerda Borges. Para convertirse en relato una historia de familia tiene que pasar por varios Rubicón. Y entre más cercanos los hechos más distante debe estar el observador para poder volverlos “reales”. No hay nada más endemoniadamente difícil que escribir sobre aquello que tiene un referente real. Por eso en los relatos en primera persona siempre quedará la sensación de que el mundo está ahí y quien lo escribe/ quienes lo escribimos, estamos aquí. Irremisiblemente, del otro lado.

Y entonces, ¿para qué escribir un relato en primera persona que oscile entre la ficción y la no ficción? Para

poder convertir una experiencia narrada en primera persona del singular en algo que pueda ser leído como primera persona del plural. Para tocar una serie de problemas que no pueden abarcar las grandes y pequeñas épicas, tal y como las conocíamos. Para visibilizar lo que adquiere un matiz especial cuando eso que se ve está encarnado en la vivencia, es decir, en el cuerpo. Para escapar de lo que sabe o pretende saber de ti, de nosotros, el algoritmo. Y, sobre todo, para pensar fuera de un sistema. El sistema del psicoanálisis freudiano que durante más de un siglo nos obligó a interpretar cualquier situación familiar de un único modo y con un significado único. Hasta antes de que se escribieran estas novelas mucha literatura estaba entrampada en la tesis de que todo origen se remonta a los padres y toda relación con los padres implica un trauma. Esta forma de interpretación abarcó toda la literatura del siglo XX y buena parte del XXI. Incluso en Chéjov (“El maestro de literatura rusa”) hay ya una fuerte crítica a esta idea de interpretar todo a través del tamiz del psicoanálisis, ¡hasta a Pushkin! Pues bien, la mayor parte de estas historias están contadas desde un lugar que no tiene que ver con la interpretación psicoanalítica y por tanto con la autovictimización, ni el sentido moral o edificante, y aunque todas tengan los elementos compatibles de la autoficción todas y cada una son una apuesta. Un acto de resistencia en tiempos de sobreexposición, plagio, autoayuda y posverdad. _

*Una versión de este ensayo fue leída en la Academia Mexicana de la Lengua el 9 de marzo de 2023.

-05- 1 DE ABRIL 2023 DE PORTADA

Un día de...

Recordamos al autor de Ensayogeneral, quien habría cumplido 85 años el pasado 15 de marzo, con este relato inédito

1947. Por encima de las voces del público y de los engolados reclamos de los corredores de apuestas, se escuchaban los chasquidos de la pelota revestida de piel de cabra al golpear el piso y los indestructibles muros pintados de verde. Los pelotaris se desplazaban en la cancha parsimoniosos, sin prisa, con aire señorial, aunque a veces pegaban la carrera para alcanzar una pelota cerca de la alambrada. “Cien rojos”, voceaban los corredores de apuestas y lanzaban a la gente hendidas pelotas de tenis con las constancias de los envites en el interior.

Mi padre, apostador empedernido, acudía casi cada noche al Frontón México y ese 15 de septiembre del año 1947 lo acompañábamos mi madre y yo. Cada dos o tres meses invitaba a mi madre y mamá siempre aceptaba porque con cuatro hijos a su cuidado tenía pocas oportunidades de salir a orearse.

Terminó el primer partido de la jornada y acto seguido se apostaron en el centro de la cancha, vestidos de negro y plata, los integrantes del mariachi que acompañaban a una cantante de ranchero. Principiaba la llamada noche mexicana. Tras despachar un par de canciones el grupo desapareció en el túnel de los pelotaris. Y de repente se apagaron todas las luces. En la densa oscuridad empezó un sonido de tambores que fue creciendo a lo largo de la exhibición. Los altavoces anunciaron la presencia de la bailarina tahitiana Tongolele y un instante después en la parte más alta de la tribuna encendieron un poderoso reflector que iluminó la parte central de la cancha. Se hallaba ahí una mujer sin más atavío que un sostén decorado con pedrería, una tanga igualmente adornada y, cayendo de la tanga, dos trozos de tela vaporosa que alcanzaban los tobillos. La mujer era joven y hermosa, muy blanca, con una abundante cabellera negra. Cuando encendieron el reflector posaba inmóvil y por un instante la creí una estatua. Para sacarme del error comenzó a mover el cuerpo siguiendo el ritmo lento de

los tambores que tocaban en la penumbra. Con suavidad balanceaba las caderas, en puntas de pie adelantaba una pierna, la otra, retrocedía dando pequeños saltos, azotaba el aire con la furiosa cabellera, giraba, sacudía de pronto el cuerpo entero, sus ondulantes brazos parecían prodigar caricias fantasmales. Creció el fragor de los tambores, el ritmo se hizo más rápido y la sílfide apresuró sus movimientos.

Perseguida por el chorro de luz del reflector, emprendía la carrera y cuatro o cinco pasos más allá se detenía, meneaba unos instantes las caderas, agitaba los pechos y otra vez a correr y vuelta a detenerse.

Cesó el golpeteo de los tambores. La bailarina, inmóvil, bajo la luz azulada del reflector, una rodilla en el piso, los brazos abiertos, inclinó la cabeza en señal de reverencia y el público estalló en una aclamación larga y entusiasta. Cuando las luces se restablecieron, Tongolele se había esfumado. Cuatro pelotaris entraban a la cancha atándose las cestas.

Mamá empezó a reprocharle a mi

padre que nos hubiera llevado a presenciar el espectáculo de la desnudista.

—No tienes conciencia, Juanito es un niño, un inocente de apenas nueve años.

Mi padre replicó que no estaba enterado de que fueran a presentar una danzarina.

—Además —añadió—, no mostró nada que no enseñen las bañistas en cualquier playa.

—¿Y qué me dices de sus obscenos contoneos?

A mi padre se le iba agriando el gesto y para escapar del tenso escenario pedí permiso de ir al baño. Bajé al nivel de la cancha y crucé un breve pasaje para alcanzar el enorme vestíbulo debajo de la tribuna. De ese lado había oficinas, ventanillas de apuestas, vestidores y baños públicos. Satisfecha mi necesidad me dispuse a volver a la tribuna, y a punto de internarme en el pasaje se abrió una puerta y apareció la bailarina envuelta en un abrigo de pieles. Era muy bella, tenía unos ojos verdes relampagueantes.

—Te vi bailar —le dije.

Ella se inclinó, quedó su rostro a la altura del mío.

—¿Y te gustó?

—Me gustó mucho.

Sonrió, tomó mi cara entre sus manos y me plantó un beso en los labios. Pasaron muchos años. Tongolele se convirtió en una estrella del cabaré, el cine y la televisión. Me enteré de que nada tenía de tahitiana; había nacido en Estados Unidos, hija de un español de apellido Montes. Cuando se presentó en el Frontón México era una chiquilla de quince años; hoy es una mujer ochentona que, dicen, ha perdido la memoria. Hará unos veinte años nos encontramos por última vez. Ella salía de ver una película en las salas de cine de los Estudios Churubusco; yo esperaba para entrar a la siguiente función. Inesperadamente, Tongolele se hallaba frente a mí. Abrí los brazos para acogerla y de manera inexplicable ella pasó de largo. ¿Sería que desde entonces había perdido la memoria? ¿No recordaba el beso que alguna vez me dio? _

-06- 1 DE ABRIL 2023 LITERATURA
GERARDO DE LA TORRE FOTOGRAFÍA ARMANDO HERRERA
MEMORIA
La bailarina y actriz Yolanda Montes Tongolele.
José Luis Enciso: La mejor historia de la historia • Gerardo Herrera Corral: El Acto: inteligencia artificial • Avelina Lésper: I Love el otro logo • Fernando Figueroa: López Tarso, actor de época • José Juan de Ávila: Entrevista con Natalia López Gallardo • Andrea Serdio: Los olvidados • Guillermo Levine: Los hombres y las mujeres/ II • Luis G. Abbadie: El libro sin salida • Ángel Soto: Entrevista con Kurt Hollander • Cathy Fourez: Historias silenciadas • Maite Zubiaurre: De belleza y misoginia Y, además, en nuestra edición digital:
Cuando encendieron el reflector posaba inmóvil y por un instante la creí una estatua

Cien cuyes

NARRATIVA, ENSAYO

Primera sangre

Estrella y espiral

Gustavo Rodríguez

Alfaguara México, 2023 264 páginas

El Premio Alfaguara de Novela 2023 arroja una mirada tragicómica sobre la vejez y su descrédito frente al culto a la lozanía. Tiene como protagonista a Eufrasia Vela, quien no deja de cuestionar su papel de madre y hermana una vez que su empleo como cuidadora de ancianos la introduce en la existencia de doña Carmen y su médico.

La odisea rusa

Amélie Nothomb Anagrama España, 2023 152 páginas

El padre de la escritora belga protagoniza este libro de aura dolorosamente personal. Aparece frente a un pelotón de fusilamiento en la selva del Congo y a partir de ese momento iniciamos un viaje al pasado por el que despuntan su familia aristócrata, la poesía, las penurias durante la Segunda Guerra Mundial y su carrera diplomática.

Los intelectuales en el debate ideológico del siglo XX

El retrato, como muestra este libro, no es exclusivo de la pintura. Es también un género hecho de conceptos y tributos de la palabra, en este caso a antecesores intelectuales, maestros y amigos: Friedrich Katz, Bolívar Echeverría, Victor Serge, Luis Villoro, Juan Gelman, Octavio Paz… Cada uno proviene de la admiración y el asombro.

El vertedero losó co

La balada de Lupe

Estoy cada vez más convencido de que el primer mandamiento del oficio narrativo es la búsqueda y la consecución de un tono: una voz o modulación o temperamento que proviene de una fuerza interior que tiene mucho, como vislumbró Norman Mailer, de espectral. Frente al cliché, frente a los balbuceos de la turba, hay que blandir la potencia individual. Eso es justamente lo que encuentro en Lareinitapop no ha muerto (Literatura Random House): un tono endiabladamente soberano.

Con urgente desparpajo y sobrecogedora insolencia, Lupe (y también M. C. Akaótome, rapera acusada de plagiar a, vaya-vaya, Eminem), la narradora de La reinita pop no ha muerto, expone su viacrucis amoroso por Houston y Monterrey (Cabrito City, Machacado Ville, suerte de vientre materno del que sale expulsada para volver una y otra vez). No puede cerrar la herida abierta por el desdén de Inés Rivadeneira, a quien “quería abrirle los ojos pero sobre todo quería abrirle las piernas”. Así que vuelve sobre sus pasos, o sobre sus numerosos traspiés, para entregarnos su vida y la historia de sus guerras sin cuartel, tantas como las que libraba Monterrey en los años en que sus calles reproducían a toda hora las risas de las hienas.

Laila Porras Musalem

Aguilar México, 2023 352 páginas

¿Qué circunstancias económicas y geopolíticas están detrás de la invasión de Rusia a Ucrania? Este volumen ofrece algunas respuestas atendiendo a una historia de cruces culturales e intereses que tocan a la Unión Europea y a Estados Unidos. El paso del estatismo al capitalismo explica en mucho la ambición de las élites rusas.

Carlos Illades

Gedisa México, 2022 272 páginas

El coordinador del libro comienza señalando la sorpresa que causa a los observadores externos el poder que los intelectuales llegan a tener en México. Aquí, en general, han estado ligados al Estado; los que siguieron a la izquierda, por excepción, carecieron de apoyo y se vieron obligados a crear sus propios espacios.

No hay duda: antes de que el planeta desaparezca de manera natural dentro de millones de años, el ser humano lo hará inhabitable, no por una guerra nuclear sino por su contaminación sistemática. Si antes estas circunstancias se consideraban excepcionales, ahora son la norma, anota Marder. La Tierra se ha convertido en una cloaca.

El desamor resulta aún más insoportable porque el sexo brilló siempre por su ausencia. Y para rematar, Lupe no tiene siquiera el registro de un arrimón o un beso. Todo se le ha ido en el deseo sublimado a través de una cena en un bar, un roce en el elevador o una mirada chapucera durante una fiesta. “Me quedé”, confiesa, “como se quedan los amores clandestinos: este amor nunca ocurrió. Esta historia jamás pasó. Fue el árbol que cayó, que nadie oyó pero cayó”.

La reinita pop no ha muerto es la noveleta de un estado de ánimo. Sabe a insatisfacción —y no solo por el corazón y el cuerpo rotos sino por las sombrías expectativas laborales, por la calumnia convertida en industria mediática y por las muecas familiares de reproche— y a derrota. Y “no es otra historia sobre lesbianas infieles bipolares”. O tal vez sí, pero contada no en los márgenes sino desde las entrañas mismas de una conciencia enérgica y versátil que tiene la ironía suficiente para vapulear a sus contrincantes y, por supuesto, a ella misma. _

-07- 1 DE ABRIL 2023
A FUEGO LENTO
La reinita pop no ha muerto México, 2022
páginas
Adolfo
Gilly ERA México, 2023 116
Michael Marder Ned España, 2022 244 páginas
www.librotea.com
El
placer de leer

DIRECCIÓN: JOSÉ LUIS MARTÍNEZ S.

EDICIÓN: ROBERTO PLIEGO

EDICIÓN WEB: ÁNGEL SOTO

ARTE Y DISEÑO: JOSÉ LUIS MEDINA G.

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HUSOS Y COSTUMBRES

El lugar de la noche

ANA GARCÍA BERGUA

Siempre que atravieso la plaza de Santa Ana, esquivo la estatua de Federico García Lorca (y a varios enjambres de turistas), y luego cruzo la angosta calle Príncipe para entrar al Teatro Español, tengo la sensación de estar inmerso en una burbuja de otro tiempo. Llámenme cursi, pero si además la obra que voy a ver trata acerca de algún acontecimiento o personaje histórico, mi viaje al pasado es total (y sin ayuda de ninguna sustancia prohibida, aclaro). La otra tarde, por ejemplo, atestigüé la vida intelectual del Madrid de principios del siglo XX.

Desde mi estrecha butaca de terciopelo rojo (que podrá ser clásica, bonita y todo lo que ustedes quieran, pero también es bastante incómoda) vi subirse al escenario a dos de los Ramones más famosos y emblemáticos de este país: Ramón Gómez de la Serna y Ramón María del ValleInclán. Sale a escena el primero, no tarda en desdoblarse el segundo y, durante poco más de una hora, ambos se mimetizan en un monólogo musical en el que el autor de Greguerías relata, dramatiza y canta un puñado de anécdotas sobre el escritor de Luces de bohemia

El mérito es de Pedro Casablanc, uno de los mejores actores de este país que, bien trajeado y con ayuda de un monóculo y un guante blanco, interpreta sin despeinarse al ingenioso, barroco y divertido Gómez de la Serna haciendo una semblanza de su tocayo de integridad mitológica. Gracias al arte histriónico de este hombre de voz grave y facciones toscas, la vida, la obra, el alma, la intimidad, la realidad cotidiana, la ética y los mecanismos creativos

stiro el brazo en la mañana y tanteo los objetos de la mesa de noche: la pila de libros que siempre amenaza con caerse, la pluma, el cuaderno de las ocurrencias y los sueños, la lamparita, el celular, los lentes, a veces los audífonos y el antifaz, aretes y anillos. Un primer asidero al amanecer, las pequeñas cosas, las que necesitamos para viajar como los astronautas al sueño y salir de él como náufragos. Si me pongo a pensar, hace muchos años aquella mesa —en algunas épocas rudimentaria como un huacal— se poblaba de cosas muy distintas, empezando por la cajetilla de cigarros y el cenicero que fueron desterrados a los 30 años, o los broches para el pelo. Y unas pastillas muy distintas a las que tomo ahora, nada emocionantes. Aquella mesa es un territorio callado por donde el tiempo ha transcurrido, un juego de ajedrez en el que a algunas piezas se las ha tra-

E

gado la vida y otras ha habido que cobrarlas con desgano.

En la mesa de noche dejamos extendidos los rencores del día anterior para que se olviden al día siguiente. Su precario equilibro nos sostiene al despertar y también guarda en sus cajones nuestros secretos: habrá quien oculte en su oscuridad una botella, la marihuana para relajarse o tener sueños imposibles, píldoras para el sueño posible, aceites y perfumes, partes postizas para estar presentables.  Quien habla cada noche con la misma fotografía o lee la misma nota, quien tiende sus recuerdos a un lado para no pensar. Y es que dormir no es fácil y al abrir los ojos en la mañana nos encontramos inermes: el que duerme deja todo listo para facilitarle la vida al que despierta, incluso en el sobresalto de los temblores o las malas noticias a mitad de la noche. Quien se va del mundo deja en la mesita lo que más necesitó.

Ese par de Ramones

Meterse a la cama y leer tiene mucho de acto amoroso, de intimidad solitaria. Y no hay mejor rescate del insomnio que la lectura apaciguadora de angustias, por eso la pila de libros que va cambiando como las casas de una ciudad. Toda la vida un tomo de Proust, eso sí, porque a Proust se regresa siempre, algún libro de viejas crónicas y los poemas de los amigos; encima de ellos desfilan las novedades o los descubrimientos, las monomanías de cada época por autores distintos. Hay libros en la mesa de noche que nunca leeré y se quedarán ahí como un deseo de viaje frustrado; otros que leí con tal pasión que nunca los pude quitar de su lugar y en silencio me acompañan siempre.  Así, si pienso en todos los objetos que han ido poblando mi mesa de noche, los que despiden el día y me esperan al despertar como una familia; veo que la vida pasa por ahí, territorio minúsculo y zaguán del sueño _

del novelista manco y barbón se desparraman sobre las tablas mientras, al fondo, Mario Molina hace brotar de su elegante piano un torrente de notas musicales provenientes de la época de los dos célebres personajes.

Ese par de Ramones formó parte de la vida literaria madrileña de los primeros años del siglo pasado pero, en realidad, solo interactuó unas cuantas veces. Uno era un provinciano con aires decimonónicos que se

apuntó a la modernidad y el otro un cosmopolita e imprevisible. El gallego era estrafalario y extravagante y el madrileño un dicharachero empedernido. Lo cierto es que a este último se le debe la visión pintoresca del autor de Tirano Banderas que ha perdurado hasta nuestros días.

En 1944, durante su exilio argentino, Gómez de la Serna publicó una exitosa, amena y hasta divertida biografía de Valle-Inclán. Quizá catalogar ese libro como “biografía” sea mucho decir, porque no fue escrito con el rigor de un biógrafo, sino que en sus páginas el autor se limitó a contar una sucesión de anécdotas, apreciaciones personales y comentarios sobre la obra del protagonista, con una buena dosis de humor e ingenio.

Es un retrato de palabras o una pícara disección que incluye perlas como esta: “Valle-Inclán era la mejor máscara de a pie que cruzaba la calle de Alcalá y yo recuerdo haberle visto pasar tieso, orgulloso, pero ocultándose de cuando en cuando detrás de las carteleras de los teatros, que eran como burladeros contra las cornadas de aquel público que le llamaba el poeta melenudo”. O esta otra: “Don Ramón tuvo una adolescencia fantástica, grave, de seminarista que va a ser patriarca de las Indias. Sobre los libros cayeron sus barbas como raíces de los conceptos, como arraigo de la cabeza a la que subían las ideas por ahí”. Y no se pierdan, por último, este trazo verbal: “Don Ramón presumía de faquir no solo porque apenas comía, sino porque fumaba has-chissy porque tomaba las cosas ardiendo sin inmutarse. Pero yo, que me he sentido malhumillado y avergonzado junto a tantos hombres, a la vera de Valle-Inclán me sentía orgulloso, feliz, en compañía de una primerísima dignidad”. Comprenderán, entonces, que con argumentos como estos, en el patio de butacas del Teatro Español uno tuviera la sensación de estar en un cabaret literario. Sobre el escenario, ese par de Ramones (retratista y retratado, todo en uno), aderezados por una constelación de luces y piezas de Beethoven o cuplés y zarzuelas, hablan sin parar, mezclando anécdotas y detalles, a lo mejor sin ninguna base documental pero sí con mucha brillantez y estilo. Al caer el telón, ¡por las barbas de don Ramón!, se escucha zarpar un barco y uno se va de ahí imaginándolo asumir la dirección del navío con la fuerza de su hidalguía concentrada en una sola mano _

1 DE ABRIL 2023
LABERINTO
CAFÉ MADRID
VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismovictor@yahoo.com.mx FOTOGRAFÍA MADRID ACTUAL El actor Pedro Casablanc y el pianista Mario Molina.
Uno era un provinciano con aires decimonónicos y el otro un cosmopolita

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