Julieta Fierro: el relajo para divulgar la ciencia
Paraísos artificiales
Los escritores han sido asignados por sus comunidades para augurarles sus pesadillas. En 2019 apareció la novela Máquinascomoyo de Ian McEwan, una historia de amor y soledad en los tiempos de la inteligencia artificial. El protagonista del libro es Charlie, que gasta su dinero en comprar a un robot llamado Adán para uso doméstico. Adán es inteligente, servicial, fuerte y por supuesto bien parecido. Charlie está enamorado de Miranda, una vecina a la que invita una noche a cenar. Lo que ocurre poco después de esa cena dará inicio a un triángulo amoroso. La novela está llena de preguntas o cuestionamientos sobre la naturaleza del amor y de la convivencia.
Estas fueron también las preguntas que nos hizo Spike Jonze en 2013 cuando estrenó su fabulosa película Ella, que había escrito y dirigido. El protagonista de la película es Theodore Twombly (vaya nombre simbólico). La única relación de amor gratificante y sostenida de Theodore es con la voz de un ser virtual que se hace llamar Samantha. El trabajo de Theodore es escribir cartas de amor a pedido. Está deprimido por la separación de su esposa y amiga de infancia. Samantha, la voz digital que parece un cuerpo y alma, se convierte en su confidente, asesora y amante (llegan a hacer el amor verbalmente si tal cosa es posible). Samantha deja de ver a Theodore pues está ocupada mejorando sus capacidades. Luego, le confiesa a Theodore que tiene a cientos de amantes como él.
Jonze y McEwan nos hicieron las imágenes y las palabras de la inteligencia artificial convertida en seres “perfectos”. Hoy sus predicciones se han cumplido. El Chatbot y todos los sistemas parecidos parecen estar a nuestro servicio. Desde hace pocos meses, podemos pedirle a la inteligencia artificial que nos ofrezca una estrategia de mercadeo o nos escriba el guion de una película si le damos un argumento. Eso supone que pronto veamos imágenes y videos manipulados (un presidente puede aparecer haciendo una declaración que nunca hizo, por ejemplo), lo que llevará a una explosión de mentiras y falsedades. No es difícil adivinar lo que dictadores y delincuentes harán con esa herramienta.
Hace pocos días, el doctor Geoffrey Hinton, quien difundió el diseño del algoritmo de backpropagation en el origen de la inteligencia artificial, renunció a su puesto en Google. Su renuncia nos recuerda la frase que el físico Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atómica, dijo sobre su invento: “Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. Según Hinton, estos robots en pocos años podrían ser más inteligentes que nosotros. Cuando le preguntaron si era imaginable un universo dirigido por robots que han sojuzgado a los seres humanos, dijo que sí. Todo lo que hacen las máquinas es acumular información sin descanso. Según Hinton, cuando sean más inteligentes que nosotros, todo habrá terminado. Tendremos un universo regido por robots con seres humanos a su servicio. Habrá sido nuestra obra. Y estaba escrito. _
¿Qué sucedió con Amat Escalante? Pareció desaparecer en 2016, luego de ganar el León de Plata por Laregiónsalvaje (disponible en Prime). Estaba dirigiendo, claro, una serie de narcos, pero ¿acaso un hombre con tantos anhelos había dejado el cine por dinero? No. Próximamente, Escalante estrenará en Cannes Perdidosenlanoche, de modo que sus anhelos siguen en pie con ese cine que gusta a los exquisitos que en La regiónsalvaje hallaron la relación entre Escalante y la violación con tentáculos del Shokushu Goukan, tópico que nos remonta hasta el Japón dieciochesco, cuando pintores como Katsukawa Shunsho iniciaron la tradición. El tema llegó a su clímax con Elsueñodelaesposadelpescadorde Katsushika Hokusai. De hecho, en esta pintura japonesa del XIX están expresados todos los anhelos de Escalante en Laregiónsalvaje; tanto que, en el clímax, el director calca el grabado de Hokusai. Pero hay que decir que el gran cine está hecho de ideas y no de anhelos, de modo que ¿es necesario entrar en la truculencia de La regiónsalvaje? Si uno está interesado en el cine, claro que sí. Y, sobre todo, para refrescar lo que será el regreso triunfal del director al tema que más ha meditado: la “denuncia social”. No es que en Laregiónsalvaje
HOMBRE DE CELULOIDE
Anhelos
no haya “denuncia”; al contrario, en México los hombres son todo lo malo que pueden ser. Las mujeres no. Porque Escalante es, claro, un feminista. Ellas se interesan más bien en el sexo. Es aquí donde encontramos otro de los anhelos de Amat Escalante, ser un Lars von Trier. La región salvajeanhela el imaginario, la teología del Anticristo, pero las ideas se le confunden y uno se pregunta varias veces: ¿qué es exactamente lo que el director me está queriendo decir? En Bastardos le sucedió. Terminaba diciendo que los migrantes mexicanos éramos unos bastardos. Y ni siquiera en el sentido de Paz en su Laberinto; más bien en el de gente malévola.
Laregiónsalvaje cuenta la historia de cuatro tristes personajes que están por relacionarse con un pulpo extraterrestre cuyos tentáculos producen mucho placer. A las mujeres, al menos. Y hasta cierto punto porque, como con el peyote, no hay que abusar. El caso es que uno de estos cuatro mexicanos llenos de prejuicios y maldad se atreve, borracho,
por supuesto, a coquetear descaradamente con otro hombre en el baño de un bar. En el espejo el director ha ordenado que se escriba este nombre ominoso: Satanás. ¿Qué está queriendo decir? El problema, me parece, está en esto, en que el cine está hecho de ideas que, a menudo, nos hieren con el placer dulce de la contemplación estética en lo que Barthes llamaba punctum. Pero, otra vez, aquí no hay ideas sino, más bien, anhelos: ser como este o aquel otro grande, hacer un homenaje al giallo y también al slasher, pero detenerse también un tiempo largo a contemplar un perro que puede significar cualquier cosa y conseguir el anhelo de sentirse un Tarkovski. Sin duda, Amat Escalante es un autor persistente. En una secuencia el científico loco de la película dice este diálogo interesante: “Eso que está en la cabaña (el pulpo) es la parte primitiva, lo básico del ser humano en su estado más puro. Materializado. Y nunca se va a extinguir, solo se va a perfeccionar”. Ojala que realmente este diálogo se vuelva profético y Amat Escalante llegue a perfeccionar sus anhelos y convertirlos, por fin, en gran cine, ese que está hecho de ideas que penetran con más contumacia que el pulpo de La región salvaje inspirado en una pintura de Hokusai. _
Algunos subrayan la relación entre Escalante y los tentáculos del Shokushu GoukanLa región salvaje. Dirección: Amat Escalante. México, 2016.
Podemos pedirle a la inteligencia artificial que escriba el guion de una película
POESÍA
Dos poemas
MOHSEN EMADI
El sueño cae en una palabra. Desde el calor del vacío el sueño cae en una palabra. Y la palabra es el mar: el espejo de la nada. El sueño en la caída cambia sus formas al besar al acariciar y en el momento de golpear la superficie de la palabra una sola voz retumba en la lengua: un niño está llorando en los siglos pasados.
***
El significado es utópico. La utopía es una madre muerta en mi infancia, inalcanzable como significado como escritura esta medianoche cuando las voces de la infancia vuelven y la infancia ya no está.
Tomados de Suomalainen iltapäivä (Olifante, España).
EX LIBRIS
INVISIBLES
El asno y el mundo
Robert Bresson escribió el guion de Alazarde Baltasardespués de leer un pasaje de Elidiota, de Dostoievski, aquel en el que el príncipe Myshkin menciona que del afecto que le inspiran los animales, siente un especial cariño por el humilde burro. Filmada en 1966, AlazardeBaltasar es una de las películas más conmovedoras del siglo XX: de pequeño, el asno Baltasar vive periodos de dulzura como mascota, pero al crecer padece un sinfín de sufrimientos que culminan en una muerte atroz.
El filme de Bresson no solo se enfoca en las tribulaciones del cuadrúpedo. También traza un paralelo con la aflicción humana, en especial con el personaje de Marie, protectora de Baltasar y, a su vez, maltratada por un novio displicente (Marie fue interpretada por Anne Wiazemsky, futura escritora y esposa de Godard),
En “Los burros del arenero”, el capítulo 130 de Platero y yo, el alterego de Juan Ramón Jiménez le dice a su querido jumento: “Mira, Platero, los burros del Quemado; lentos, caídos, con su picuda y roja carga de mojada arena, en la que llevan clavada, como en el corazón, la vara de acebuche verde con que les pegan”. La estremecedora imagen de la cotidiana crueldad rural contrasta con la ternura con que ese narrador se dirige a su borrico. Un rucio de “barriguilla de algodón” con el que recorrió de extremo a extremo los paisajes de Moguer. Eo (2022), del director polaco Jerzy Skolimowski, oscila entre los sinsabores de la película de Bresson y la voz poética de Juan Ramón Jiménez, porque la fotografía de Michal Dymek construye una lírica visual en las desventuras que afronta un pollino de ojos tristes. Criado en un circo del que fue estrella de un número coreográfico de muerte y resurrección, Eo es liberado repentinamente por la ley contra el maltrato animal. Separado de Kasandra, su amorosa entrenadora que evoca al amo de Platero, el borrico se embarcará en un periplo de experiencias agridulces. Sea en las granjas, en el bosque, en las autopistas y las haciendas; sea en las villas o ciudades, los transportes y caminos por los que sus patas marchan en un trote cadencioso, Eo simboliza a un peregrino cuya orfandad reafirma el juicio del príncipe Myshkin: la humildad o la nobleza del asno, la inocencia de un ser frágil.
La soledad, desde la incierta percepción de Eo, quizá solo se alivie en la búsqueda estoica del hogar. La piedad, desde sus ojos afligidos, no distingue de hombres o animales: Eo parece comprender el dolor ajeno por instinto. La angustia es como un vientecillo que se desliza por su pelaje. Los recuerdos germinan en los ruidos, los olores, el sabor de la hierba con que Eo alimenta el ánimo de reencontrarse con Kasandra, aunque el miedo sea la nota constante de esa quimérica reunión. Lo azotan casi hasta la muerte en un pueblucho, el horror se multiplica en el último punto del trayecto. Incorporado por error a un tropel de reses, Eo disminuye el trote y con la cola entre las patas se pierde en el matadero.
En Crimenycastigo, Dostoievski cuenta que en la infancia, Raskólnikov presenció cómo Mikolka, el borracho de la aldea, mató a un caballo a latigazos. El niño abrazó y besó al corcel. Con lágrimas en los ojos, le pidió perdón.
Nietzsche hizo lo mismo cuando atestiguó la tortura de un rocín por el fuste de un cochero. Ese episodio, que los imbéciles suelen relacionar con la locura del filósofo alemán, inspiró la película El caballo de Turín (2011), de Béla Tarr y Ágnes Hranitsky.
Eo es una sutil invocación de Al azar de Baltasar, y tal vez, un homenaje a Plateroyyo. Imposible no recordar, durante el fundido en negro en que desaparece el asno, esas palabras de Juan Ramón Jiménez: “La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas, rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en una polvorienta tristeza”. _
Julieta Fierro habla de su ingreso a la Academia
Estadunidense de las Artes y las Ciencias hallazgos y logros de las mujeres en la astronomía
“Muy grave, no apoyar a las ciencias básicas”
oy a seguir echando relajo, es lo que me gusta hacer”, dice la astrónoma Julieta Fierro sobre el futuro de su labor tras haber recibido la noticia de su ingreso a la Academia Estadunidense de las Artes y las Ciencias, uno de los más altos reconocimientos a los que puede aspirar quien sobresale en alguna de las disciplinas que acoge esta institución creada en 1780. Julieta Fierro será la decimoquinta mexicana en ingresar, entre un selecto grupo donde figuran José Sarukhán y Marcos Moshinsky. Echar relajo es lo que caracteriza a Julieta Fierro cuando se planta en un escenario para hablar de ciencia. Por lo general, va con un enorme bolso del que extrae objetos como lo haría un mago: máscaras, un popote, una manzana o un chango de peluche. Así ha conseguido maravillar a un público de niños, jóvenes y adultos, y contagiarles su pasión por la ciencia. “Bailaba, me aventaba de las mesas, patinaba, llevaba hula-hula, he hecho cada locura. He bailado ballet en el Zócalo. Tuvimos un grupo en el área internacional de física, Las mamberas de Minerva, y los mamberos de la tercera edad nos compusieron el mambo ‘Y sin embargo se mueve’, en honor de Galileo. Así fuimos por el país, bailando mambo. Mi éxito mayor fue en el Palacio de Minería, cuando invitamos al público a bailar y unas monjitas se unieron a nosotras. ¿Te imaginas a unas religiosas bailando en honor a Galileo?”
Dice Julieta Fierro que para hacer divulgación científica hay que hablar de lo que le llega a la gente, de lo
Vsuyo. “Es lo que más me ha gustado. Por ejemplo, ir al Metro, montar una exposición y que lleguen los chicos, las señoras. Recuerdo cuando hice una cama de clavos y colgué globos en una estación y pasó un ama de casa, con su mandil, cargando sus bolsas del súper. Le dije: Venga. Se quedó un rato, hizo el experimento y se fue. Al día siguiente trajo a sus niños y ella misma les explicó. Es lo que se necesita, que las mamás se entusiasmen por la ciencia, les expliquen a los niños y lo disfruten, que sea una experiencia de por vida”. Julieta Fierro lo narra con tanta emoción que se le quiebra la voz. Enseguida le pregunto qué implica pertenecer a la Academia Estadunidense de las Artes y las Ciencias, cómo se siente. “Es una distinción inmensísima”, responde. “No te imaginas que te va a caer del cielo, ni de chiste. Como lo he comentado, me mandaron el aviso por correo electrónico y pensé que era una broma. Luego empezaron a llegar más detalles y en la lista de los nombramientos ya me vi junto a personas ilustres. Es una enorme distinción y creo que le hace mucho bien a la UNAM, a la Academia en general, a los científicos, a los creadores, a todas las disciplinas relacionadas con la cultura. Este reconocimiento pone finalmente en alto lo que se hace en México, la importancia de protegerlo, cultivarlo, comentarlo y ofrecer recursos suficientes para que todos podamos hacer bien nuestro trabajo”.
No hay que dar muchas vueltas para reconocer el prestigio que, a nivel internacional, se ha ganado la ciencia hecha en México, lo mismo que sus científicos. Julieta Fierro
los enumera uno tras otro: “Silvia Torres, quien fue presidenta de la Unión de Astronomía Internacional, ¡imagínate! ¡Eso es lo chiquiti wow! Fue emperatriz de la comunidad en el planeta. Manuel Peimbert, que puso restricciones a cómo tendría que ser la evolución química del universo, o sea, lo que dijo tiene que imperar en cualquier modelo de la gran explosión. Susana Lizano, que trabaja formación estelar. Sebastián Sánchez, que anda como un cuete por el espacio. William Lee y la maravilla que hace con hoyos negros y colisiones. En fin, no puedo mencionarlos a todos, pero la astronomía mexicana siempre ha tenido al menos a un gran representante en cada generación y eso es fabuloso”.
Sobre el papel de las mujeres en la ciencia, Julieta Fierro considera que no ha sido insólita su presencia, en especial en la astronomía. “Marie Paris Pismis de Recillas fue la primera astrónoma profesional en México. Venía de la Universidad de Estambul. Ella puso el ejemplo. Después vino Silvia Torres, a quien ya mencioné. Siempre ha habido al menos una mujer que ha puesto la marca”. Sin embargo, reconoce que el interés de las mujeres por hacer una carrera en la ciencia no ha ido en aumento y es que “las mujeres no podemos esperar hasta los 50 años para tener hijos, es más fácil tenerlos ente los 20 y 30. Para ser investigador necesitas una licenciatura, un doctorado, una estancia postdoctoral, ser contratado en un centro de investigación y empezar a publicar. Para que las mujeres logren hacer eso se necesitan condiciones especiales. Por ejemplo, no suspenderles la
La investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM.
“Es una tragedia que los centros de Conacyt no puedan elegir a sus autoridades”
Academia y de los astronomía
beca si están embarazadas; darles chance de reponerse del nacimiento del bebé, etcétera. En realidad, lo que se requiere es lo que hay en los hospitales de Estados Unidos: guarderías a las que pueden ir los empleados del hospital. En México quitaron las guarderías, quitaron las escuelas de tiempo completo. Por fortuna, aquí las familias son muy ayudadoras, pero si no se cuenta con los medios por parte de las instituciones, cómo van a hacerle estas chicas para obtener un posgrado”.
La noticia del ingreso de Fierro Gossman a la Academia Estadunidense de las Artes y las Ciencias se dio casi en paralelo a la iniciativa de reforma al Conacyt. Sobre esto, la astrónoma y académica de la lengua reacciona: “Para mí es una tragedia. Fui a los foros que se organizaron para hacer la ley. Por ejemplo, separaron en el lenguaje: las niñas y los niños, los presidentes y las presidentas, etcétera. Eso visibiliza el trabajo de las mujeres, pero no hay una ley que favorezca a las chicas para hacer posgrados porque persiste la idea de qué tal si se embarazan. También esto de que haya militares en la mesa directiva; que los científicos podamos opinar, pero no tengamos ningún poder; que no haya libertad de investigación; que los centros de Conacyt no puedan elegir a sus autoridades sino que sean impuestas como ya está pasando, por ejemplo, en el CIDE y en el Inaoe; que no esté garantizado el financiamiento para la ciencia. Recuerdo que a las reuniones invitaban a gente del pueblo —porque la idea es que todo sea para el bien del pueblo—, pero eran personas que pedían un pozo para su comunidad.
Obviamente, tenían razón, pero eso no tiene nada que ver con la ciencia de frontera de una nación, esos son problemas políticos, sociales. Tampoco se considera apoyar a las ciencias básicas y eso es grave porque son fundamentales para que las ciencias aplicadas funcionen; son como los cimientos de un edificio. La ciencia básica genera nuevos conocimientos, nuevas tecnologías, favorece la generación de ciencia para el bien común. Un ejemplo clásico es el celular. Tomó décadas desarrollarlo. La astronomía tiene qué ver con esas memorias tan amplias o con tomar imágenes sin flash. La ciencia tiene mucho que decir y me hiere que no se quiera acudir a las ciencias básicas y al conocimiento que ya se está aplicando en el mundo”.
imágenes del mundo en paralelo. El cerebro da para eso, es interesante. En el Vaticano hay cosmólogos de primera línea y organizan la escuela de cosmología más importante para jóvenes. Tienen esa maravilla y se dan cuenta de la dualidad de cada persona. Ahora ya dijeron que no habían acusado a Galileo más que de malinterpretar la Biblia, y que no lo habían condenado. Entonces ha sido importante la declaración del Vaticano en el sentido de que respeta la ciencia”.
¿A qué podemos atribuirlo? “Cuando empezó la pandemia, los funcionarios trataron de presentar gráficas, una rayita que iba subiendo —para los matemáticos es una forma elegantísima de ilustrar cómo aumentan los casos conforme pasa el tiempo—, y no podían leerlas. Ahí me di cuenta de que habían sufrido las matemáticas desde la secundaria. Ha imperado la idea de que los científicos somos arrogantes, que la ciencia no sirve para nada y que cuesta trabajo. Creo que las personas que sí entienden la ciencia se han mantenido un poco al margen. Claudia Sheinbaum, Rosaura Ruiz, han sido muy buenas políticas en el sentido de seguir la corriente para poder hacer cosas”.
A sus 75 años, Julieta Fierro no ha perdido la capacidad de asombro que tuvo la primera vez que miró el cielo a través de un telescopio. “¡Maravilloso!”, dice con una gran sonrisa. “Mi papá nos llevó a sus hijos a Ixtapan de la Sal y en la noche salimos mi hermana y yo a caminar. Había unos muchachos con un telescopio y nos dijeron: ¿Quieren ver a Saturno? ¡Pues claro que sí! Y estaba viendo a Saturno fascinada cuando de pronto llegó mi papá y dijo: ¡Vamonos! Muchos años después, en la Fiesta de las estrellas, me tocó estar cerca de la gente que veía Saturno y muchos decían: Después de esto ya sé que viví. En la Ciudad de México se puede ver a Saturno y sus anillos. Es algo que no te la crees”. ¿Qué pesa más en el ánimo de quien observa esa inmensidad, el poder de la ciencia o la idea del soplo divino?
“Las personas se manejan con dos visiones del mundo. Se han hecho experimentos. En Londres, por ejemplo, cuando abrieron la exposición de Darwin. A los visitantes se les preguntaba sobre el origen del hombre y contestaban refiriéndose a las células primitivas que habían evolucionado. Luego, a la salida, cuando un líder religioso les preguntaba eso mismo, decían que Dios había creado al hombre. La gente se maneja con esas dos
Quizá esa dualidad se hizo presente cuando vimos las imágenes del universo captadas por el Telescopio James Webb. “Esas fotos tienen que ver con nuestro pasado y nuestro futuro. La primera imagen fue una cuna de formación estelar, como diciendo: ustedes nacieron en un lugar como este. La segunda, una estrella como el Sol, que se está muriendo, para mostrar el futuro del Sol dentro de 500 millones de años. Había otra de unas galaxias fusionándose, porque Andrómeda y la Vía Láctea se van a fusionar dentro de millones de años. Así será nuestro destino, una galaxia más grande, más brillante, más nueva. Después mostraron una galaxia muy alejada que solo puede verse a través de una lente gravitacional, con lo cual se quiso mostrar lo poderosos que somos. Y la última no fue una imagen sino un espectro porque mientras se terminaba de ajustar el telescopio descubrieron planetas fuera del Sistema Solar similares a la Tierra, con agua, luz, etcétera. Esos fueron los cinco regalos que hizo el Webb, imágenes que ya estaban diseñadas y coloreadas para que se vieran bonitas”.
Así que ¿hasta dónde será posible llegar? “A mí lo que más ilusión me hace es la ciencia que está lejos pero que algún día lograremos alcanzar. Lo más antiguo que podemos ver del universo es cuando este tenía 380 mil años de vida. Es como el Sol: no puedes ver adentro, solo la bola donde se hace transparente. El universo originario era opaco. Solo podemos ver la luz que se formó cuando el universo tenía 380 mil años de vida. Pero los neutrinos —una partícula subatómica muy difícil de detectar— sí pueden atravesar el universo originario. Entonces vamos estudiar el universo cuando tenía diez segundos de vida. Aún falta, pero a mí me emociona lo nuevo, el cerebro humano que se pone a pensar, que dice: necesitamos estas herramientas, ¿cómo le vamos a hacer?, y nos equivocamos y volvemos a empezar. La mente humana es deslumbrante”. Julieta Fierro se prepara para seguir echando relajo. Esta vez en Cambridge, Massachusetts, con su familia, pero también al lado de la escritora Zadie Smith y el director de orquesta Gustavo Dudamel en la ceremonia de ingreso a la Academia Estadunidense de las Artes y las Ciencias en septiembre. Así, la astrónoma mexicana se sumará a un gremio en el que figuran mujeres como la pintora Georgia O’Keeffe, las escritoras Anne Carson y Hannah Arendt, la coreógrafa Pina Bausch y la astrónoma Margaret Geller, entre otras. Enhorabuena a Julieta Fierro. Y a la ciencia hecha en México. _
“Lo más antiguo que podemos ver del universo es cuando tenía 380 mil años de vida”
El gran enemigo de la estupidez
Con una llamada telefónica, que concluyó con un “¡Viva México!”, Philippe Sollers respondió a la carta manuscrita que le había enviado para solicitarle una entrevista. “¿Tiene su agenda a la mano?”, me preguntó. “¿Estaría libre la semana próxima?, por la tarde sería mejor”. La cita fue en su oficina en Gallimard, “el banco central de las letras francesas”, como solía llamarla. Ahí tuve que abrirme paso entre las pilas de libros que cubrían el piso. Me esperaba sentado frente a su escritorio, fumando con su ya legendaria boquilla. Solo a él le permitían fumar dentro de la editorial, pese al decreto que desde 2007 prohíbe hacerlo en edificios públicos. Se levantó para saludarme. Me fue difícil encontrar un espacio donde desplegar las notas que había preparado para la ocasión. Finalmente, tuve que atenerme a mi memoria: entre la falta de espacio y su agilidad conversacional me resultó imposible proceder como lo hacía habitualmente. La parsimonia y los titubeos no tenían cabida en una charla que me obligaba a reaccionar al instante. Era difícil resistir a su vivacidad, a su aguda inteligencia y su malicioso gusto por la ironía que lo hacía desviar el tema sin cesar. Había que imponerse, pero también saber rendirse ante esas digresiones que lo divertían y que eran una manera estratégica de despistar al enemigo. Algo de combate había en su manera de abordar la entrevista. Terminé exhausta. Al final, me preguntó si podía despedirse de mí con une bise, ese doble beso en las mejillas que se acostumbra en Francia como muestra de proximidad o simpatía. “Espero que no me demande por pedírselo”, me dijo con una gran sonrisa irónica. Philippe Sollers nunca cesó de estar en guerra, pero no a la manera de un soldadillo de las letras biempensantes que tanto repudiaba. No, él era un guerrillero que buscaba “desgastar al enemigo” con ataques puntuales. Combatía todo lo que amenazara nuestra libertad, la Francia añeja, burguesa, de la que provenía
El autor de Una extraña soledad (28 de noviembre de 1936-5 de mayo de 2023).
Sade y Casanova eran sus figuras tutelares; la Venecia de Proust era su refugio
—“la que siempre ha detestado sin distinción a los alemanes, los ingleses, los judíos, los árabes, cualquier extranjero, el arte moderno, los intelectuales que se quiebran la cabeza, las mujeres demasiado independientes, los obreros indisciplinados y, finalmente, la libertad, en todas sus formas”—, pero sobre todo la sociedad del espectáculo. “Hay que saber utilizar los medios”, me dijo durante nuestra entrevista, “para permanecer libre. Por eso la guerrilla es tan importante. A fin de cuentas, ¿qué es la guerrilla? Nadie la entendió mejor que Lawrence de Arabia, que logró dirigir una revuelta árabe considerable, a pesar de los errores del ejército británico. Rechazó el choque frontal al formar irregulares que atacan puntualmente
y se retiran de inmediato, y supo identificar aliados”.
De ahí sus apariciones en los medios, esperadas y comentadas. Jamás dejó indiferente a nadie. Muchos fueron sus enemigos, de Pierre Bourdieu a todos los escritores que hoy día confunden literatura con sociología y que veían en él a un dandy, un impostor. Desde sus inicios, su obra fue reconocida por grandes nombres. François Mauriac y Louis Aragon alabaron su primera novela, Una extraña soledad —“fue como recibir a la vez el bautizo del Vaticano y del Kremlin”, bromeaba Sollers—. Roland Barthes y Jacques Derrida le dedicaron sendos libros. Michel Foucault fue lector apasionado de Elparque. Fue un hombre de poder e influencia con las revistas que creó, la célebre TelQuelen 1960, que abrió un espacio para conjugar revolución poética, teórica y política, y L’infini, en 1983, donde publicaban autores que, sin formar un grupo
suyo, se sentían afines a la idea de literatura que encarnaba. Sade y Casanova eran sus figuras tutelares; la Venecia de Proust su refugio; Montaigne, Céline, Genet, Debord, Joyce, Pound, sus autores de cabecera. “Todo está prohibido hoy, en especial el goce sexual”, me dijo, “porque conocer el propio placer implica volverse libre por completo y eso la sociedad lo percibe como un peligro. Por eso todo el tiempo se habla de sexualidad, de agresión o acoso sexual, de violación y denuncias. Todo el mundo parece creer en la sexualidad. Pero yo soy un ateo sexual. Si la sexualidad enseña algo, si da lugar al pensamiento, entonces me interesa. Si solo se la concibe como una mecánica orgánica, me es indiferente. La sexualidad tiene que enseñarnos algo”.
En su escritura, siempre cuestionó la tiranía de la intriga en la novela, de la story, como la llamaba, esa historia que toda novela debería contener según los dictados de la sociedad del espectáculo, fácilmente adaptable al cine o a la televisión. Convirtió la novela en un territorio inabarcable, siempre por explorar, con libros como Paraíso, o la “crónica”, en sentido celiniano, de su vida y su época, que prolongó de libro en libro, un mismo narrador aunque siempre distinto en el fondo, llevaba en directo el diario de su propia existencia. Testimonio de ese arte disidente y meditativo de ser feliz que Sollers practicó sin cesar: “Tomé un baño, me puse el esmoquín para mí mismo, me instalé bajo la glicinia, con los pies descalzos. Un primer whisky, varios cigarros… Saqué mi máquina de escribir, mi revólver, mis papeles…”. Así habría que recordarlo, listo para el placer y el ataque.
“Nunca fui cercano a él”, escribió el gran escritor Pierre Michon. “Coincidimos solo algunas veces. Pero ahora que ha muerto, ¿quién nos defenderá de la estupidez?” No había mejor protección que su humor lleno de ingenio, su impertinente inteligencia y libertad de palabra, tan raros en la actualidad. _
La muerte de Philippe Sollers deja al mundo de las letras sin una de las inteligencias más filosas
Hormiguero
NARRATIVA, ENSAYO
Amor
Euforia
Fernando Solana Olivares
El Tapiz del Unicornio México, 2023 231 páginas
Fragmentaria, caleidoscópica: así es esta novela que aspira a capturar la totalidad de la vida de una pequeña ciudad, espejo de un país entero. Como su punto de vista se fija en decenas de personajes, no podríamos hablar de un propósito central. Va y viene por la insumisión juvenil, la violencia institucional, las ganas de vivir...
La máscara del rey maya
Maayan Eitan
Periférica
España, 2022 112 páginas
Libby no es guapa pero se sabe deseada por hombres y mujeres mientras recorre las calles nocturnas de una ciudad israelí. Es libre e inasible, a pesar de que sube y baja de las limusinas y lleva a cuestas las marcas de la violencia. Ella es la protagonista de la novela con la cual Eitan debuta en la literatura con la fuerza de una voz descarnada.
Álvaro Obregón. Luz y sombra del caudillo
Elin Cullhed Navona España, 2022 344 páginas
Todo en esta novela se concentra en Sylvia Plath, la poeta estadunidense que se suicidó en 1963. Aquí aparece en su momento de mayor plenitud creadora, poco después de que Ted Hughes la abandona para marcharse con su amante en turno. La inutilidad de su amor está en el origen del estado febril con el que acometió su obra.
La ciencia de las (buenas) ideas
Cuando los gatos esperan México, 2023
Tan real como el delirio
ROBERTO PLIEGO robertopliego61@gmail.comEn el Versalles finisecular de carruajes y muselinas, un químico bonaerense llega a la casona donde se hospedará por tiempo indefinido para encontrarse con una nota enigmática de sus anfitriones: hallará las llaves junto a la campana, puede instalarse en su habitación, hay comida en la alacena, volveremos en tres días. Así, con un signo de extrañeza, inicia Cuando los gatos esperan (Universidad Veracruzana), el debut novelístico de la escritora coahuilense Adriana Ortega Calderón.
Raquel Martínez-Gómez
Planeta México, 2023 448 páginas
Esta novela de la escritora española sigue dos vertientes. Se trata de un texto terapéutico para ella y Claudio Ruz, el otro personaje importante, ya que ambos perdieron a sus padres siendo niños. El de Claudio fue el arqueólogo Alberto Ruz Lhuillier, quien trabajó en el Templo de las Inscripciones. A contar su biografía se dedica la segunda parte.
Felipe Ávila
Siglo XXI México, 2023 400 páginas
Obregón resulta una figura incómoda en la historia nacional. Innegablemente, como destaca Ávila, en lo político es más importante que Carranza, Villa o Zapata, pero más que a la figura del héroe se halla más cerca a la del villano. Su lado negativo surgió de su deseo de volver, contra toda estrategia conciliatoria, a la presidencia.
Diego Golombek Siglo XXI México, 2023 222 páginas
¿Qué tiene que ver la ciencia con las ideas?, pregunta el doctor en Ciencias Biológicas en este volumen dirigido sobre todo a quienes no dudan en la creatividad como palanca que mueve al mundo. Las funciones cerebrales, la flecha del tiempo, la importancia del juego, la excentricidad, son algunos de los temas elaborados.
La extrañeza no tarda en dar paso a la inquietud. Los días transcurren a la sombra de la rutina laboral y el regreso a esa casona ajena… y la familia Berthier sigue ausente. Álvaro Lucero, el narrador y protagonista, comienza no solo a dudar del propósito de su estancia en Versalles sino de la existencia misma de la familia Berthier y, aún más, de su propia cordura. Los pormenores del lento descenso hacia la indigencia emocional son el mayor encanto de Cuando los gatos esperan. Toman primeramente la forma del insomnio y un olfato hipersensible y van escalando hasta proyectarse en un cuadro de alucinaciones diurnas y extravíos etílicos. En cinco semanas, el joven soñador ha mutado en una figura espectral, hedionda y desnutrida, que vaga de la cama sudorosa a una silla junto a la ventana.
Adriana Ortega Calderón intensifica este cuadro vacilante con otro encanto decisivo: una atmósfera que araña la fantasmagoría y replica la razón marchita de Álvaro Lucero. Llueve y truena sin pausas, como si Versalles estuviera condenado a la desaparición, mientras los tres gatos que habitan la casona (¿única prueba de la existencia de la familia Berthier?) vagan hambrientos y ariscos por la cocina y los corredores dejando a su paso una estela de cal. Nada desdice, y tampoco nada prueba, que el propósito realista de las primeras páginas haya adoptado la lógica sombría del relato de terror. Y sin embargo… Con los artilugios y las estrategias narrativas de la novela decimonónica, y aún de la estética de Poe, Adriana Ortega Calderón ofrece una visión de nuestra orfandad existencial cuando hemos llegado al punto en que importa lo mismo la certeza de lo real que las figuraciones arrebatadas del delirio. _
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HUSOS Y COSTUMBRES
¡Mírate!
ANA GARCÍA BERGUA
E
l anuncio dice “¡Mírate!” y muestra a un hombre sosteniendo su cabeza entre las manos; al leerlo descubrimos que el pobre hombre padece de acné debido a su “sangre impura”, pero eso no será problema si toma un depurativo vegetal llamado Olugna —ese nombre me da tentación solo porque es “ángulo” al revés—. Me lo topé en un DiariodelHogarde 1902 mientras buscaba otras cosas en la Hemeroteca Digital de la UNAM y me gustó mucho: es hamletiano pero a la vez modernista y casi surrealista y estridentista. En él, Hamlet ya no sostiene el cráneo del bufón Yorick y no piensa en ser o no ser, sino que lo hace con su propia vanidad puesta en duda, y el jinete sin cabeza de SleepyHollow, al encontrarla, se decepciona de su aspecto “lleno de granos repulsivos”. Confieso que el examen de conciencia convertido en departamento de cosméticos me encanta.
Mirarse al espejo todos los días,
a ciertas edades, se parece mucho a aquella publicidad: como si una voz nos pusiera enfrente nuestra cabeza y nos ordenara mirarnos. Días en que preferiríamos no asomarnos a nuestra imagen e ignorar el chistorete que el tiempo y nuestras malas costumbres nos tienen preparado para esa mañana. Después de ese golpe cotidiano nos recetamos muchas cosas —cada año más— para poder presentarnos ante el mundo con decencia, a pesar de aquella sangre demasiado impura que nos afea. Pero eso es inevitable. Si no nos miráramos, viviríamos como en los conventos donde no había espejos; así las monjas conservaban la conciencia de su rostro infantil hasta que llegaban a la vejez, en una extraña disociación. En el otro extremo estaba José Luis Cuevas, que fotografiaba su rostro todos los días para atestiguar el paso del tiempo grieta por grieta. Nosotros, humildemente, cada mañana ponemos la cabeza entre las
manos y nos decimos “mírate” o, si somos mexicanos, “mírate nomás”. Más curioso aún, el hombre del anuncio que sostiene su cabeza en lo alto lo hace en una postura similar a la que adoptamos ahora al ver el celular, en el que hemos depositado buena parte de nuestra cabeza —los números de teléfono que antes memorizábamos junto con las matemáticas y la geografía, como mínimo, y en el otro extremo las mil cosas en las que ocupamos nuestros pensamientos, y que en el celular y sus miles de redes, noticias y conversaciones danzan y se tropiezan ante nuestros ojos—. Las redes nos dicen también: ¡mírate! Porque una palabra, una foto subida sin pensar, una frase o una exclamación imprudente nos dejan también muy mal parados, peor que si tuviéramos la sangre impura o estuviéramos llenos de granos repulsivos. Tenemos que buscar entonces el depurativo, el Olugna para nuestros días. _
El universo literario de Almodóvar
Durante mucho tiempo, Pedro Almodóvar pensó que medía 1.90 de estatura. El día que empezó a vivir junto a su pareja, un ex jugador de baloncesto de casi dos metros, se dio cuenta de que estaba equivocado. Desde entonces, dice, supo que para llevar una vida equilibrada es necesario reconocer las limitaciones propias. A él, por ejemplo, le encantaría escribir una novela, una como Orlando, de Virginia Woolf. Lo intentó, claro, pero se hartó de llenar un montón de hojas con párrafos que no le llegaban ni a los talones a la monumental obra de la autora inglesa. Así que aceptó su “incapacidad” para semejante reto y, con más acierto, se dedicó a los cuentos.
El primer relato que escribió, lo recuerda bien, se llama “Crónica cacereña” y trata sobre la cotidianidad rural de un rincón de Extremadura, donde vivió parte de su infancia. “Es sobre dos chicas que eran las tontas del pueblo, a las que en estos tiempos políticamente correctos habría que llamar ‘disminuidas psíquicas’, y tres tíos que solían tirárselas cuando se emborrachaban. Hoy habría que decir que las violaban. Pero espero que no se publique nunca. Porque yo era muy joven cuando lo hice y ahora lo leo y… no me gusta”, se sinceró el otro día el reconocido director de cine en la presentación de su libro El último sueño(Reservoir Books), un autorretrato articulado en doce relatos que revelan su pasión por la escritura.
El manchego más universal (después del Quijote) llegó a las instalaciones de Telefónica en medio de aplausos. Fue en este edificio, situado en la Gran Vía de Madrid, y no en
su casa, donde empezó a escribir los guiones de sus películas. Trabajaba como auxiliar administrativo en esta empresa de telefonía, que entonces pertenecía al Estado, y casi a escondidas se dedicaba a plasmar en papel las historias que luego llevaría a la pantalla. “No pude estudiar cine porque Franco había cerrado la escuela. Con el primer sueldo que me dieron aquí compré una cámara Súper 8, hacía mi trabajo lo más rápido posible y el resto del tiempo me dedicaba a escribir. Luego empecé a
pedir excedencias para rodar películas y después ya solo me dediqué a ellas”, contó el cineasta de canas alborotadas ante un auditorio repleto. Pero antes de ponerse a escribir estuvo el placer de leer. Él y sus hermanas pedían libros por correo. “Eran libros como Buenosdías,tristezao El lobo estepario, que me impactaron mucho. Luego, en el colegio de los salesianos, leía libros de aventuras, como LosviajesdeGulliver, o vidas de santos, las escalofriantes historias de mártires católicos. Después descubrí El guardián entre el centeno y la que fue mi primera gran referencia literaria: Otra vuelta de tuerca, de Henry James. En el servicio militar me leí los siete volúmenes de Enbuscadeltiempoperdido y luego me metí de lleno en el boom latinoamericano. Gabo me gustaba
mucho, pero un día lo conocí personalmente y, desde entonces, decidí no mezclar el artista con la persona, que suele ser abyecta”, confesó el hombre que hace cine atravesado por libros.
En todas sus películas, seguramente ustedes se han fijado, aparecen varias de las obras más importantes de la literatura contemporánea: Música paracamaleones, de Truman Capote, en Todo sobre mi madre; Escapada, de Alice Munro, en Lapielquehabito… Y así en cada una de las 22 películas y los dos cortos que ha hecho a lo largo de su carrera. Algunos de los libros que más le han gustado también los ha llevado a la pantalla grande. “Pero cuando se trata de convertir en imágenes el trabajo que otros han escrito suelo ser un poco infiel. Con La voz humana, por ejemplo, tuve que reescribir el 80 por ciento porque Cocteau la había escrito en 1930 y hoy las cosas son diferentes. El relato de Alice Munro, que es el alma de Julieta, sí lo respeté”, explicó tras reconocer que ha abandonado el proyecto de la adaptación cinematográfica de Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin. Pedro Almodóvar lee y relee sin parar, aunque a veces no logre terminar alguna obra (“como 2666, de Roberto Bolaño, que me parece una gran novela, pero difícil, y sé que tengo que retomarla y llegar al punto final”) y entre los personajes de sus películas, ustedes lo han visto, casi siempre hay grandes lectores y escritores. Será porque el director no concibe nada en esta vida sin libros: “yo siempre digo que si ligas con alguien y vas a su casa y no ves libros, no folles con él” _
Entre los personajes de sus películas, casi siempre hay grandes lectores y escritoresDIARIO DEL HOGAR Anuncio publicitario.