Plaquette la silla

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VOLADAS presenta Especial “La Silla”

A ño 3, nº 7



Voladas Año 2, Nº 7. Especial Silla

Voces, palabras, miradas… La magia de las palabras puede hacer que nos reencarnemos en los personajes más inverosímiles o los objetos más cercanos. La revista Voladas quiso plantear el reto de acercarse a las voces y miradas de una silla. De una humilde silla o de un soberbio trono. Como siempre, hemos tenido una respuesta magnífica, tanta y tan buena que no todos han podido entrar en la edición impresa de Voladas nº 7. Eso nos ha movido a reunir a los participantes en esta plaquette precedida por un texto que Dolors Alberola generosamente nos ha cedido. Esta poeta de origen valenciano y residencia en Jerez de la Frontera tiene una extensa obra poética, premiada y traducida a varios idiomas que comenzó en 1982 con Trizas y por ahora continúa en Santuario (2014). En un primer bloque recogemos los textos incluidos en la revista, de Gema Estudillo, Rosa Freyre del Hoyo, Feliciano Castaño Villar y Alejandro Cabrera y Coronas. Enhorabuena a los cuatro. Después aparecen, por estricto orden alfabético, el resto de contribuciones que han participado en el concurso, para terminar con cuatro que no entraron en el certamen. El primero, como su autor nos confesaba, excede los límites establecidos en las bases, otro llegó fuera de plazo y los dos últimos, muy especiales, están redactados por Isabel Real Alonso y Amelia Siles Rodicio, que tienen diez años. Las imágenes son de la diseñadora gráfica Mery Márquez Caballero excepto las que acompañan a los relatos de Antonio Aguilera y Amelia Siles, que son de los propios autores. Esta es una ocasión especial que hemos querido celebrar con un detalle para los participantes. Gracias a todos por volar con nosotros.


Voladas Año 2, Nº 7. Especial Silla


Voladas Año 2, Nº 7. Especial Silla

DOLORS ALBEROLA La mecedora SE estaba carcomiendo. Se balanceaba. Un temblorcillo parecía recorrerla hasta hacerla bogar. Hacia adelante, hacia atrás, cumpliendo una total onomatopeya. La mecedora de la abuela dormitaba al lado de la cabecera de la cama, mientras ella seguía en su dolor de mueble, basculando indefensa.

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GEMA ESTUDILLO La silla Háblame aquí de antes. Bajo las ramas copadas de soles del membrillo. Háblame del mundo antes del tiempo. Antes del polvo suspendido en las imágenes en blanco y negro. Había un hombre joven que empuñaba un sable y palabras grandes que envenenaban la sangre nueva de los pueblos. Cuéntame qué se siente con un arma en la mano. Siéntate aquí en el patio y calienta tu cuerpo al calor anaranjado del otoño. Déjame que escuche las historias que le murmuras a tu asiento.

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Háblame de los niños que jugaban a la guerra. Había un caballo y un sargento. Jugaremos como antes a cortar la fruta madura con tu navaja. Cantaremos hoy también bajo el membrillo: “ Mingo Mingo está colgando. Mango, Mango está mirando. Si Mingo Mingo cayera...” Déjame que me siente de nuevo a escuchar tus secretos. Había un hombre joven a caballo con un arma en la mano y la fiebre le calaba los huesos. Había un monte expuesto al viento y una mujer joven que bordaba su ajuar con el rostro escondido. Dime a qué sabe la hiel amarga. Dime por qué te sientas a veces a mirar tus manos. Hoy el sol calienta más que entonces. Déjame que te cale el sombrero y [3]


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cuéntame por qué le murmuras a la silla tus secretos. Había un baile de lobos y una mujer joven que danzaba a orillas de un río. Cuéntame otra vez la historia. Cuando levantaste esta casa y tiraste el sable a los cimientos. Hay un dulzor áspero en esta fruta. Hay un murmullo de viento entre las hojas que tú no oyes. Una mujer anciana en la cocina que prepara dulce de membrillo. Háblame aquí de antes. Bajo las ramas copadas de soles. Sacaremos más tarde la silla al fresco y verás pasar a la gente como a ti te gusta.

GEMA ESTUDILLO

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ROSA FREYRE DEL HOYO Reflexiones de una silla SOY una silla y así me “siento”, con la impresión de ser diferente a las demás. A esta conclusión he llegado a base de mi rutina, y conocer cómo me forjaron para que cumpliera mi cometido, sin permitirme el más mínimo error. Mis materiales son fuertes y resistentes, pues nunca, jamás, he de fallar en mi función. Es para mí motivo de satisfacción que la ingeniería humana haya concebido mi existencia. Es más, cualquiera no tiene acceso a ocuparme, solo unos elegidos, y no por el azar, sino por otros a su vez elegidos, por humanos, como los que me crearon. Sí que echo en falta la compañía de otras sillas, estoy sola a menudo, salvo cuando llega el momento en que soy la protagonista de un espectáculo, a mi buen “entender”, por el hecho de que numerosas personas se [5]


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congregan frente a mí; en sus rostros observo expresiones que parecen de emoción. Y ocurre, cuando una persona se sienta sobre mí. –Vaya, por fin, llegó el día– me digo. –Ya era hora de que alguien me hiciera una visita, aunque sea corta–. Y, sinceramente, no sé por qué se niegan a ocuparme, si yo, como silla, pues no les he perjudicado. Todo transcurre en unos minutos, en tanto en cuanto a mi ocupante le colocan una especie de gorro, comprobado está que sin él no funciono. Mi “inquilino”, por llamarle de alguna manera, se estremece en mis brazos, grita, maldice, llora reza, a veces, permanece mudo. Es mi misión la de abrazarle con toda mi energía, hasta acabar con la suya. Hay alguien que mira un reloj y toma nota. Me pone un diez, seguro. Ya terminó mi trabajo. Y hasta la próxima. Soy una silla, sí, y pese a ello, en algún lugar de mi circuito algo me confirma que amén de “eléctrica”, no debería de existir. Nunca.

ROSA FREYRE DEL HOYO [6]


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FELICIANO CASTAÑO VILLAR Ensalmo al refectorio de la ostentación ADIÓS, padrastro inmundo, palacio de siervos y dones; adiós, coronas de gloria; adiós, invitados resplandecientes; tal vez los diez mil kilómetros de mudanza y venta me libren de tus centinelas; de las posaderas que todo lo falsean, de sus delincuentes que sólo apuntan la sospecha hacia el otro sin miramiento alguno sobre sí mismo. Adiós, existencia sin tu peso y consistencia de tu alago; adiós, carne punzada de mentiras y hedionda de injusticias; adiós, palabras, palabras y palabras, ausentes de significado; tal vez otro hogar me aligere de banquetes y sobremesas intestinales, me exima de dinastías y planificaciones perversas. Adiós, fingimientos naturales y pieles acartonadas de servidumbre; adiós, silencios sin alegría; adiós, suntuosidad sin potencia ni destino; tal vez un futuro inteligente y sensible diluya las cruzadas contra los otros; y la insaciabilidad de adueñarse del mundo. Adiós, almanaque aristocrático, coagulado con el hastío de cada mes y el tedio de cada día; adiós, al primer [7]


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y segundo mandamiento del vestíbulo, triunfar y ser feliz; adiós al regente y gerente, especialista en especular con el honor; tal vez en otro paisaje aniden pajarillos y prosperen frutos auténticos; y se cante al amanecer igual que a todo lo bueno de la vida. Adiós, botarates almidonados, casa del señorío y mayordomos; adiós vientres excelsos del alimento desposeído en otros huertos; adiós nalgas anacaradas, traseros almibarados; tal vez toda la masa del océano Atlántico me proteja de todos tus defraudadores de la vida. Adiós, creativos del autobombo que entierran su expediente de muertos; adiós, aniquiladores de soluciones comunes y sutiles homicidas siempre galardonados; adiós, banderas, himnos y patrias; tal vez bajo otra luz me absuelvan de tener un precio y de tener que dar la talla. Adiós engendro civilizatorio, armado de miles de razones y carente de sueño e ideal alguno; adiós machistas incapacitados; adiós libido dominandi; tal vez sane el odio en otra lluvia, pero si es para dar asiento a un nuevo padrastro inmundo no seguiré arrastrándome sobre cuatro patas. La silla de ébano

FELICIANO CASTAÑO VILLAR [8]


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ALEJANDRO CABRERA Y CORONAS Letra al fuego ¿Cuántas vidas he salvado? ¿A quién he enseñado lo pobre que se ha arrostrado el encargo de desechar mi memoria? ¿Y qué clase de hombre soy, dónde están mis argumentos? Los versos escribo al cielo, al infierno envío cantos que coso hacia la mitad de cada novela triste que hollará mañana el suelo. Mas no es hora hoy de escribir (ayer sí soñar solía) ni de vida filoética en barbecho: quizás, día de pensarnos [9]


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tras otorgar el oído (sumar, domar una bestia insaciable, maquillar estos cien monstruos con marfil en los caireles -aireados navegantesde estas mis epifanías) a lo nunca imaginado. Observo un rito ancestral hace décadas parido, por el cual no amortajar papeles hueros: cuando mi abuelo partió (labrador y carpintero) mis hermanos, codiciosos, dejaron en una esquina, despreciada por su instinto de ave vieja, tan sólo una antigua silla: cuadrúpedo de madera, exoesqueleto y serrín. Sobre el asiento del tonto (escribidor o poeta: [10]


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afanoso instinto en base, esquinas, roces, lamento), mi silla entona sus rezos callada y respetuosa: impostura de escuchar largo silencio. Soporta el trasero del miedo, los horrores y las risas ese viejo cachivache. Soy un tipo solitario acompañado por todos y amortajado por mieles del amor y de la vida: quizás sólo me acompasen, marquen ritmos y cadencias. Y el que escribe letras rasas se sienta frente al crujido del apaciguado fuego y se apresta a esparcir a las cenizas aún calientes los rostros que de sí fueron a la espera de un albor [11]


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o un sacrificio, entregando a ancianas llamas todo aquello (tinta y láminas de mí, mis sobras, mis desperdicios) que alimente a la avutarda y al grajo, tan nobles en su pereza. Rasgo así, desde esta silla achacosa, los años y del cajón las estelas (por inseguro decoro o por pudor inocente) la esencia del calamar: esperar la buena muerte aposentado y observando el tornasol (reducción, vertedero, ascuas), la gaviota devorando todo signo que la tinta confundió con tanto esmero; contar huellas repintadas sobre arena, rúbricas impermanentes de alígero depredador y el aplauso de las manos de los pájaros.

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Limpio así la vanidad, lo fútil de cuánto empeño. Y en un profundo embeleso desde aquí (fuego, océano) respóndome aquellas preguntas y cierro: ninguna, a nadie, cero. ALEJANDRO CABRERA Y CORONAS

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EMILIO CAMPOS RUIZ SIENTO no haber estado a la altura de la situación, como muchas otras veces dejé que mi corazón actuase sin pensar en lo más mínimo en las consecuencias de mis actos, pero es que, aunque a veces lo intento, no puedo evitar repetir este comportamiento, quizás primitivo para unos, pero indispensable para mi ser, aunque claro, ¿quién soy yo para creer tener la razón? He dejado en muchas ocasiones reposar el peso de los demás en mi ser, tuve que escuchar en muchas ocasiones más de lo que deseé, en muchas otras deseé cambiar la historia de quienes sin saberlo se convirtieron en los ejes de mi vida. No sé si me escogieron ellos o realmente los escogí yo, pero, ¿qué más da?, al fin y al cabo, lo importante es que están y no por qué motivos estuvieron. Aún recuerdo la primera vez que los vi, su sonrisa al verme, la primer a vez que los sentí cercanos, ambos eran dos enamorados envidiables, nadie podría negarlo, su [14]


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amor iluminaba todo a su alrededor. Ambos se peleaban por mí, era muy divertido fueron los mejores años de su vida y de la mía también. Los vi crecer como personas, los vi llorar, los vi criar a sus hijos, los vi envejecer, vi darles el amor incondicional a sus nietos, los vi vivir y de ello me alimenté yo. También sentí su dolor cuando él murió, ambas lloramos juntos su partida. Ahora miro su cara sentada en la cocina con un café en su mano, miro sus facciones arrugadas, veo su tersa piel muy pálida, siento cómo se apaga el brillo de sus ojos hipnóticos, siento cómo cae la fuerza de su mirada. Ha dejado su mano caer sobre mí y me ha derramado el café encima, pero lo peor es que no siento su respiración y es que no respira, su corazón dejó de luchar y se reunirá con él. Yo no puedo dejar de llorar, solo lloro. No puedo ni quiero dejar de llorar y eso sería normal si no fuera porque simplemente soy su silla. EMILIO CAMPOS RUIZ

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LOURDES COUÑAGO MORA MI jaca galopa y corta el viento cuando pasa por El Puerto caminito de Jerez. –Abuela, cántamela otra vez. –No, mejor te cuento un cuento. Se sentaba en su silla de enea y colocándome en sus rodillas, comenzaba. –“Vivía una muchacha morena y de pelo rizado en un pueblo blanco de cal, de gente buena y trabajadora, que madrugaba para recoger el algodón o la aceituna. Tenían las manos quemadas por el sol, encallecidas por el duro jornal. Y el alma dolorida y humillada cuando bajaban la cabeza al paso del dueño de las tierras que, orgulloso y altivo, daba alguna limosna con superioridad ruin. “Por la noche, con la fresca que aliviaba el tórrido día, sacaban sus sillas a la puerta de las casas y relataban sus vidas y sus historias, su pasado más o menos adornado, su esperanza en un futuro incierto. Y aparecía una [16]


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guitarra acompañando a una voz dura y hosca que cantaba sobre el jornalero esclavizado y la posesión de la tierra. La muchacha miraba la vida con sus ojos grandes, pardos e ilusionados. Corría feliz por los campos de olivos, crecía despreocupada, joven, desenvuelta, revoltosa. Las amigas y las risas por la orilla del río, las miradas furtivas a aquel de los ojos del color del romero. Los primeros besos robados, inocentes, que le dejaban el corazón temblando y el anhelo de algo aún desconocido. Pero…………” –Pero ¿Qué? ¿Qué pasó? –Nada, cosas mías. Y bajándome, se levantaba de la silla, testigo mudo de tantas historias silenciadas. Guerra civil. Las puertas cerradas. Los susurros detrás de las ventanas. El estigma de los huidos. El estruendo de los camiones. Los sollozos tapados con las manos. Y aquellas buenas gentes que desaparecieron para nunca más volver. Le duele la vida a esa silla de enea, que era suya y ahora es mía. También le baila la vida.

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Ven. Siéntate en mis rodillas. Voy a contarte una historia. Y comenzarla de la única forma que sé. Mi jaca galopa y corta el viento cuando pasa por El Puerto caminito de Jerez. LOURDES COUÑAGO MORA

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JOSÉ ANTONIO LUCERO Manos silleras EL crujido, el crepitar cadencioso que, como un mantra, acompañaba a la hechura de aquellas sillas, queda aún aquí, impregnado, a pesar de que en este taller ya no hay más que sombras que se arrejuntan. El hombre, menudo, enjuto por los vaivenes y contraído por el trabajo de la madera, avanza por la estancia y se para. Suspira. El vacío es esta lúgubre capa de silencio. Su padre ha muerto hace horas pero aún está aquí, frente a una silla a medio hacer. Le habla. —Viejo —da un suspiro—, hay que terminarla pronto. Él nunca tuvo las manos de su padre. Manos silleras, fuertes por la labriega, agrietadas, cuarteadas como la tierra de la sequía. De ellas, se decía, le hacían el amor a la madera; ocurría un milagro, como el que hace oro con alquimia. —Viejo, cógete ahí. [19]


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No recibe respuesta. El hombre ase la silla a medio hacer y frota rudamente la madera con papel de lija. La silla cruje, abronca al sillero por su brusquedad. Su padre le enseñó a tratarlas como a una mujer, pero hoy no hay lugar para bailes. Baña la silla de barniz como el que arroja esputos. Le grita. En medio de los ojos se le apretuja la piel. Llora. Y, entonces, el tiempo se enlentece y su padre le habla. —Así no te enseñé. Una silla es una mujer. Intenta bailar con ella pero no puede. El vacío le entorpece. Brega, forcejea contra los elementos. Sólo unas horas después, exhausto, la ha terminado. El último encargo de su padre. La pone en pie y la contempla, como el trono de un rey ausente. El hombre la acaricia, posa sus pies temblorosos sobre el asiento de juncos y se alza de pie. Sobre él, de una viga, pende una cuerda como la espada de Damocles. La silla se mantiene sobre sus cuatro patas hasta que, de pronto, cae presa de un golpe. Su creador, su demiurgo, la mira desde arriba. El viejo estaría orgulloso de esa buena silla, se dice, en un último pensamiento hasta el silencio y las sombras. JOSÉ ANTONIO LUCERO [20]


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MERY MÁRQUEZ CABALLERO UNA silla, de todos los objetos que podría haber sido me tocó ser una silla; y no una cualquiera situada en una casa donde ver los vaivenes de personas unidas por lazos sanguíneos y afectivos; no, me tocó ser una silla de una sala de espera para familiares de enfermos que se encuentran en la UCI de un hospital… ¿Qué puedes esperar entonces?: caras tristes, caras cansadas, caras que dejan su esperanza en manos de algún Dios o de la ciencia, caras solitarias que entablan amistad con otras caras solitarias… Alguna vez aparece alguna cara feliz y recoge el bolso que había apoyado en el seno de una compañera y se despide de las demás caras, sintiéndose dichosa porque Dios o la ciencia han obrado el milagro… En una sala de espera, de entre todos los lugares en que podría haber estado… “Espera” no es una palabra bonita, implica que no llega lo que quieres alcanzar y aunque su definición diga que es “tener esperanza de conseguir lo que se desea”, demasiadas veces la esperanza se pierde esperando sentado, en una silla, para más inri. [21]


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Y es que debo confesar que soy una silla impaciente en una sala de espera; la vida es como esa canción de Alanis Morissette. Cómo me hubiera gustado ser una silla en un salón de fiestas del Versalles del siglo XVII y que se sentaran en mí damas con pelucas que iniciaban juegos de tocador con movimientos de abanico y miradas de reojo, o una silla de cualquier jardín cuidado por unas manos amorosas y poder ver, y esperar con esperanza, cómo vuelven a brotar las flores… Después de todo, me he dado cuenta de que las sillas somos un poco inconformistas, porque mis compañeras tampoco están mejor y cuentan cada sueño con unas ansias y una pena… Ayer hablábamos de cómo nos gustaría ser taburetes, esos sí que son simples y conformistas, aunque uno que trajo un día una cara triste para apoyar sus piernas, nos contó que ellos no sueñan. Pero, ¿y soñar? Soñar es gratis y maravilloso aunque a veces duela. MERY MÁRQUEZ CABALLERO

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PEPE MEGÍAS GARZÓN Una silla, una vida REGRESO con frecuencia, por motivos familiares, a la tierra que me vio nacer y donde pasé mi infancia. Me atrae, con fuerza, cada vez que voy, el visitar un antiguo cortijo donde se encuentra la que fue “mi casa”, la que fue el hogar de mi familia, en un vano intento de volver a ver, como en una película, escenas de un niño corriendo y saltando sin parar por los patios, callejones y portales. Volver a escuchar la voz de mi madre, “chiquillo, no corras tanto que te va a cae”. Pero todo amenaza ruinas, los tejados vencidos por años sin cobijar a nadie parecen haber perdido toda esperanza. Veo lo que parecen restos de muebles antiguos, vagamente identifico algunos de ellos y en un rincón encuentro por sorpresa algo que empezó a traerme como una catarata de recuerdos. Sobre cuatro patas, restos de enea y un pequeño respaldo. ¡Era mi silla de pequeño! Fue en ese momento cuando me di cuenta de [23]


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cómo una pequeña silla de madera que te acompaña durante tanto tiempo puede de alguna manera ayudarte a combatir tus miedos, sentado en ella me encontraba más seguro, me daba confianza de que nada malo podía pasarme con mi corta edad, solo con apoyarme en sus brazos de madera. Al principio, más alta, me servía para arrimarme a la mesa, para estar a la altura de los demás. Con el tiempo fui creciendo y ella menguando, le cortaron las cuatro patas para adaptarla a mi altura, yo podía llegar ya con mi cuerpo de hombrecillo a la mesa. Más tarde la abandoné, gustaba de otro tipo de sillas, banquetas, taburetes, butacones y cómodos sofás, cada tiempo conllevaba un nuevo modelo. Desde frías banquetas, en mis años de estudio, hasta cómodos sillones con asiento y respaldo ¡reclinable! tapizados, con un anagrama circular y dos letras mayúsculas B A, era mi empresa, bueno perdón yo era uno de sus empleados. Todo lujo comparado con las maderas de mi silla de pequeño, pero con el tiempo también se desgastaban y el chirrío metálico que producían me hacía añorar aquel ligero crujir y rozar de maderas y eneas, aquel otear, [24]


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como desde un torreón, un mundo pequeño pero suficiente, donde la serenidad y el lento transcurrir de los días me aportaban paz y armonía, donde la falta de influencias externas te mantenían ignorante de grandes cambios que ocurrían en el exterior, ¡no había más canales de información que los que controlaba el Régimen!. Y aun así, sigo teniendo, hoy en día, la sensación de que era muy feliz, allí, sentado en mi pequeño trono, en mi pequeña silla, con su pequeño asiento de enea, con sus cuatro patas, su respaldo y sus brazos de madera. PEPE MEGÍAS GARZÓN

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ROCÍO PÉREZ CURTIDO CON la mirada perdida, en el juglar del tiempo, miradas perdidas de antaño reflejos, con brillos serpenteantes siguiendo en el sigilo del adormecer en la silla, inmutable que razona la templanza de atardeceres pasados. Se apacigua el alma, sólo miradas al tiempo tan sólo reposar en ella se hacen eternos momentos, de atardeceres pasados, de luz la mirada llena de reencuentros, la brisa me llena de sollozos aletargados, por despertar del adormecer que me deja perturbado, de esquinas pasadas con callejones marcados, saldadas ya las deudas y pérdidas las cicatrices que el murmuro del aire deja en paredes blancas llenas de floreros. Solo en la silla, sólo con mis momentos. Firmado. C.M.B.

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INMACULADA RODRÍGUEZ CASTELLANO ME veo dando vueltas y más vueltas, dando vueltas sin parar, siempre en el mismo sentido, porque según creo, son las reglas del juego. ¿Una música de fondo?, parece que sí, que oigo algo mientras no paro de correr, no puedo parar, estoy en un torbellino que me arrastra, me lleva, pero no soy consciente de ello, me dejo llevar, o eso creo, mejor dicho -me dejo arrastrar. No me parece divertido, aunque a mis oídos llegan gritos, de júbilo y de risa, de nerviosismo y frenesí. Me gustaría poder saborear mi ritmo, mi compañía, mi sentido, mi camino, mi destino, mi elección, mi meta y mi ubicación. ¿De verdad os parece divertido? De repente – ¡TODO PARA! - todo el mundo se detiene, la música ha dejado de sonar. ……….Silencio total, ¿Quién se ha quedado sin silla?, ¿Quién se queda sin jugar? [27]


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ANA RODRÍGUEZ LÓPEZ QUIERO imaginar que todas las personas nacen con un alma libre, nómadas, y que a lo largo de sus vidas el fin de todas ellas es encontrar un sitio donde “plantarse”… Y, ¿por qué no? Una silla… Hay mil tipos de sillas, pero buscamos la silla perfecta donde poder plantarnos sin caer… Por eso resulta ideal una silla como ésta. Dice uno los principios del equilibrio que a mayor superficie de sustento mayor estabilidad, y entiendo que cuantas más patas tenga esa silla donde por fin poder sentarse más estable será. Si le pides a un niño que dibuje una silla, la dibujará con cuatro patas. Cuatro patas que apoyan en el suelo de forma perpendicular, y que serán el respeto, la confianza, el amor y la sinceridad. Y existen sillas con menor número de patas, incluso de una sola, pero a priori la estabilidad de la silla será menor según enuncia uno de los principios del equilibrio, aunque claro está, siempre puedes sentarte y probar suerte, quizás te acabas [28]


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acostumbrando a compensar el peso de tu cuerpo con la ausencia de patas para hacer que la silla acabe siendo estable… ¿Y si añadimos más patas? Añadamos una quinta, la lealtad… Cada vez vas sintiendo más que ésa es tu silla, que ahí te quieres plantar, te cansaste de ser nómada… Añadamos una sexta, la comprensión… Sientes una fuerza mayor que la gravedad que te impide dejar ese asiento donde tan bien estás… Y se irán sumando las patas de la amistad, la madurez, la libertad… hasta que se dejen de diferenciar las patas para apreciarse como una superficie uniforme en la que la posibilidad de caída resulte ser prácticamente nula. Probablemente todos buscamos una silla como esa y aunque la probabilidad de encontrarla no juegue en nuestro favor, todo es posible mientras vayamos añadiendo patas a una simple superficie donde parar, sentarnos y al final plantarnos. ¿Nos sentamos y vemos qué pasa? ANA RODRÍGUEZ LÓPEZ

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PACO S. SAMPALO Una vieja artista CÓMO recuerdo aquellos años en los que mi alma astillada se desquebrajaba poco a poco durante las tantas madrugadas de derroche y cante. En las que alegrías y vinos se atropellaban unos a otros tejiendo una espesa tela de araña que atrapaba juergas que parecían no tener fin. Las cientos de fotos esparcidas por las encaladas paredes evocaban las noches en las que fui nido, aposento, y digna acompañante de tantos momentos únicos borrachos de compás y arte. Y por supuesto, guardo el secreto más discreto y flamante de haber sido la amante, más coqueta y elegante, del quejío más profundo y profano de los tablaos más selectos y mundanos del flamenco de la ciudad. Lástima que los años y el olvido se hayan convertido en una cruenta condena. Mis extremidades crujen como lo hacía la madera de aquella vieja guitarra incansable de tanto tocar. Mi espalda crepita con tal estrépito como si se oyeran batir un millón de palmas por [30]


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bulerías. Incluso mi mullido regazo, del que tanto había presumido antaño, se ha convertido en un duro mármol de esparto. Una pena que ya no sea tan estable para una fiesta como aquellas noches, y abatida reconozca que he acabado mis años de artista enclaustrada detrás del mostrador de una tienda de antigüedades donde las lámparas son aún más viejas que yo. Echo de menos al duende. Ese canalla que aparecía de repente y nos enmarañaba entre palmas hasta llegar las primeras luces del alba. Ese que junto con un toque de tacón, varita y la magia más pura decidía quien sí y quien no, tenía el exquisito derecho a entrar en ese reino tan celestial y exclusivo de aquellos que arrojan arte por la garganta. Le echo tanto en falta… A ese que, irremediablemente, se hacía dueño de hasta nuestra propia alma. Los desdibujados lunares que visten mi cuerpo son fieles testigos de las lunas más eternas que jamás haya soñado. Y aunque todavía guarde solera esta silla de enea, a nadie parece importarle que haya abandonado la fragua flamenca de ese cuadro al que tantos años permanecí. PACO S. SAMPALO [31]


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ANTONIO AGUILERA NIEVES De tú a tú –TE siento aburrida, mi reina. –Estas audiencias tan solemnes y átonas me dejan flácida. –No te apures, para eso estoy yo aquí, para alegrarte la estancia. –Quita, quita, que ya tengo bastante con soportar el culo pasteloso y los codos acolchados de ese retrasado como para que encima saques tu humor ácido. –Tú al menos tienes cojín, espaldar y brazos, mírame a mí en cambio, taponado, a madera descubierta y sin más acomodo que cualquier paredón cercano. La silla real y el taburete asistían desde el estrado al enésimo debate sobre el Estado del Reino en el que las representaciones de los diversos partidos feudales atacaban, unos de manera sibilina, otros de forma [32]


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trapera, la gestión de gobierno de su majestad. Unos alegando derechos territoriales, otros lingüísticos, otros financieros, los había que incluso protestaban sobre el ángulo del peralte legal establecido para los caminos en las cerradas de montaña. La cuestión era discutir, ni tan siquiera el bufón, por mucho que se esmerase, era capaz de quitar hierro al asunto, todos parecían traer el ánimo preparado para herrar toros. Y el Rey no podía permitirse ni un respiro. –Nada, ni un peíto van a dejar que se pegue hoy mi gordito encima de mí. –¿Hasta de eso te quejas? –el taburete no pudo disimular cierto tono agrio. –Por mí no, por eso no lo digo, tonto, es por él, porque descanse un poco. Si fuese por mí no lo dejaba ni acercarse, prefería los de su padre, los de Fernando, esos sí eran peos en condiciones. Permite que, dada mi categoría, no entre en detalles escatológicos. –Pues mi Justino huele a flores, hace chistes inteligentes: mira que es bueno, que ni me arrastra. –Ahora dirás que el bufón ese es un primor, vamos, la joya del reino. [33]


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–Deberías probarlo un día. Podríamos cambiarnos. –Deja, deja, no vaya a ser que se me pegue algo. –Pero, ¿qué te va a pegar? –Yo que sé, piojos, la tontuna, el discurso republicano. –Me alegro que te cambie el humor, mi reina, me tenías preocupado. Sonaron las trompetas y se inició un receso en la ametralladora de reproches y peticiones. El Rey y el Bufón se retiraron a su esquina del ring. El sillón crujió de forma lastimera y el taburete emitió una leve risa cuando los protagonistas tomaron posesión de los mismos. –Justino, ¿cómo te parece que va la cosa? –Lo estás haciendo genial, mi rey, ¡los tienes a raya a todos! –No seas pelota, venga, dime en serio. –Que sí, que sí, están todos a raya, fuera de la frontera. –Eres incorregible. En serio, no me ha gustado nada lo que ha propuesto el del Sur, esa desfachatez de cambiar el modelo de financiación, ni lo que ha sacado el [34]


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del Este con la absurda cuestión secesionista, y mucho menos lo que se ha sacado el del Norte con eso de que hay que explorar nuevas fórmulas de entendimiento. Como me cabree los destierro a todos, ¡o los guillotino! –No te sofoques. Nada, nada, mi rey, ni caso, que ellos tienen que buscar un titular, no te preocupes, aguanta un poco y ya verá cómo se les pasa. –Cuéntame un chiste, Justino, a ver si me animo. –Una adivinanza mejor: soy verde por fuera y roja por dentro, ¿qué es? –¡¡¡Justino, no me jodas!!! –¡No te pongas así, majestad, que te vas a poner rojo también por fuera y eso sí que sería una catástrofe! –Calla, calla, imbécil, que ya vienen, comienza una nueva andanada. El sillón lanzó un prolongado, insonoro al oído humano, silbido de alivio cuando se levantó el Rey, que se volvió a ver cómo se inflaba el cojín. –Este puto hemofílico, para un día que tiene que pensar, y se queja. –Es que es mucha la responsabilidad la que tiene, ¿no te parece, mi reina? [35]


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–Pero, ¿qué dices? ¿Mantener unido el reino una responsabilidad? ¡Una inmensa gilipollez es lo que es! Si al menos se fuese a otros palacios como hacían sus abuelos y me dejase en paz, tendría un pase, pero, ¿mantener esto unido? Ni con aguja de lana lo consigue, ¿no lo estás viendo? –Estás empezando a preocuparme. No estarás queriéndome decir que me voy al paro, ¡no? –¿Al paro? ¿Tú? Si acaso a la hoguera de San Juan. –Bueno, no es mala opción, la hoguera de San Juan es purificadora. –Te carbonizas, ¡so estúpido! El sillón real empezaba a hartarse de las impertinencias del taburete, que se dio cuenta e intentó cerrar la conversación. –Una última duda, mi reina. –Diiiime, dime –Cuando nos lleven a la hoguera, ¿vendrán subidos nuestros dueños o tendremos que ir solos? ANTONIO AGUILERA NIEVES

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Voladas Año 2, Nº 7. Especial Silla

MARINA MORENO PÉREZ DE LA LASTRA Eterna ESTOY encerrada y me siento sola. Muy sola. Estoy en una sala enorme, gris, que siempre huele a lejía, no puedo moverme, arriba hay un cristal por el que me miran las otras… lo hacen con desprecio… duele… yo no elegí esto ¿sabéis? No lo hice y sin embargo me culpan como si lo hubiese hecho. Hay días, como hoy, en los que extraño la caricia de una mano cálida, ¿qué se siente cuando alguien desliza los dedos con mimo sobre ti? El único tacto que he conocido es el tosco de mis carceleros y el apretón aterrorizado que me dan otros presos como yo. Escucho las llaves del policía que abre mi puerta, enciende las luces y me palmea mientras dice que hoy tendremos función. Silba. Suspiro. Sin querer me encuentro con las miradas de desdén que me lanzan desde lo alto las otras.

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Pronto aparece el preso encadenado precedido por los salmos del sacerdote. Sonríe como si no le importarse la oleada de electricidad que, en breve, convulsionará su cuerpo. Engaña a los demás con su falsa seguridad. A mí no. Siento su miedo cuando lo hacen sentarse sobre mí, su sudor me empapa cuando lo atan, me asquean los guiños del párroco y el policía, los rostros anhelantes de los de arriba que esperan en las sillas que me juzgan cada segundo. No les entiendo, ellos, que podrían cambiar las cosas, hacerlo todo distinto no lo hacen, me usan a mí como una forma más de extender el odio, la incomprensión. ¿Por qué una muerte reparar la de treinta, cien, mil? ¿Por qué no hacer que quien mató utilice sus días en facilitar y ayudar a otros a vivir? Estoy cansada de esto, empiezo a envidiar a los encadenados que vienen hasta mi celda. Ellos pueden morir, es más, el cura que me lanza agua bendita, el policía que, ansioso, aprieta la palanca expirarán mientras yo seguiré viva. Esta cárcel se derrumbará algún día y, llena de escombros, yo aún permaneceré en pie. Es lo que tiene ser de acero inoxidable: la eternidad. MARINA MORENO PÉREZ DE LA LASTRA [38]


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ISABEL REAL ALONSO Las sillas de mi casa HOLA, soy Isabel y os voy a presentar a mis sillas, sillones y pufs. Pero no son normales, son especiales (al menos para mí). Cada uno/a tiene una función. Por ejemplo, la silla de mi escritorio que cada vez que me siento en ella parece que me comunicara telepáticamente las ideas y sin ello no puedo idear nada. Según parece se lleva muy bien con la silla del cuarto de mi hermana, se parecen mucho y si me siento en ella me salen ideas de darle recuerdos a mi silla. Los sofás de mi casa son gorditos y amables, cuando estoy cansada me cantan una nana y se ponen blanditos. Las sillas de la cocina parecen no tener muchos amigos, pero si te acostumbras te dicen cositas bonitas, cuando no tienes ganas de nada. Y las del comedor te dan apetito y son super graciosas, a veces se caen de la risa. Y ya os he presentado mis sillas, ¿cuándo me presentas tú las tuyas? 10 AÑOS [39]


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AMELIA SILES RODICIO La silla solitaria ÉRASE una vez una silla llamada Linda. Linda no se sentía feliz como las otras sillas o sillones, nadie se sentaba en ella, pero no porque fuera de un color feo ni nada de eso, era porque… ¡era muy dura! Todos pasaban de ella, pero, al cabo de tres años, una niña muy lista llamada Sara, cogió un cojín del sofá y lo puso encima de Linda y Sara se sentó. Entonces Linda fue feliz.

AMELIA SILES RODICIO – 10 AÑOS .. [40]


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ÍNDICE Dolors Alberola, La mecedora ...………………………..…….

1

Gema Estudillo, La silla ….…………………………………….. 2 Rosa Freyre del Hoyo, Reflexiones de una silla .…..……… 5 Feliciano Castaño Villa, Ensalmo al refectorio de la ostentación……………………………………………………. 7 Alejandro Cabrera y Coronas, Letra al fuego ..……………. 9 Emilio Campos Ruiz …………………………………………… Lourdes Couñago Mora……………..……...………………….. José Antonio Lucero, Manos silleras ………………………. Mery Márquez Caballero .…………………………………….. Pepe Megías Garzón, Una silla, una vida …………………. Rocío Pérez Curtido ………. ….……………………………... Inmaculada Rodríguez Castellano ……… ………………….. Ana Rodríguez López ………………………………………… Paco S. Sampalo Una vieja artista …………………………..

14 16 19 21 23 26 27 28 30

Antonio Aguilera Nieve, De tú a tú …….…………………… Marina Moreno Pérez de la Lastra, Eterna ………………….. Isabel Real Alonso, Las sillas de mi casa ………………….. Amelia Siles Rodicio, La silla solitaria……………………...

32 37 39 40


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El especial “La silla” acompaña al número 7 de la revista Voladas. Terminó de imprimirse en Rota el 17 de febrero de 2016. Consta de 24 ejemplares numerados. Núm. …



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Dep贸sito Legal CA 298 2014 ISSN 2444-9172 Impreso en Copyfoto Rota, marzo 2016

Ars Longa, Vita Brevis


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