V O L A D A S
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V O L A D A S
1ยบ aniversario
Voladas Año 2, Nº 5
Voces, Palabras, Miradas… ESE es mi nombre: voces, palabras, miradas de siete locos que sueñan en alto, crean palabras, juegan con ellas, las hacen vibrar, para soltarlas luego y vuelen libres hasta ti. Sí, soy una revista que cumple un año y que vive solo para que tú la acaricies y viajes con ella a través del embrujo, de la magia de sus poemas, sus relatos y sus cuentos. Me tejen cada página con hilos de ilusiones, locuras y sueños. Deseo que te dejes llevar y vueles conmigo a cada vivencia, historia, poesía... y crucemos juntos el espacio tiempo. Ten siempre presente que si tus ojos no me mirasen, tus manos no me acariciaran, si yo no fuese capaz de hacer brotar en ti una sonrisa, una lágrima o una sorpresa, mi existencia no tendría razón de ser. Para la ocasión tan especial de nuestro aniversario hemos querido contar con los ilustradores que nos han regalado su arte en los números anteriores: Román Lokati, Jesús Gallego, Javier Navas, Rafael Chacón y Manuel Martín Morgado. A éstos se une Mercedes Gallego Márquez, estudiante de medicina y dibujante autodidacta desde que tenía un año. En el capítulo de colaboraciones inauguramos una sección, Volazadas, donde echamos el lazo a autores invitados. Nos sentimos muy honrados de contar con tan ilustres escritores que generosamente se prestan a entrar en nuestras páginas. No podemos dejar de dar las gracias a todos los que con su interés, su esfuerzo, su cariño han hecho posible que este vuelo haya cumplido un año con más ganas y más fuerzas, con más ilusión para seguir sintiendo el viento en las alas.
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Voladas Año 2, Nº 5
BLANCA FERNÁNDEZ SÁNCHEZ
De luces y sombras UNA brizna de luz es suficiente, pero cuando un destello de alba dibuja un pentagrama en mi cortina, sé que he encontrado un nuevo día. Cuando la primera luz, tan limpia e inocente, se posa en el aire de la bahía para deshacer los últimos flecos de niebla y encender la mañana, sé que he vuelto al principio: no solo me entrega el tiempo sino la sensación de que todo es posible. Me siento tranquila, confiada; los despojos del día anterior se vaciaron en los sueños y la claridad desprende una solidez infinita. No importa qué promesas, rutina, nombres o silencios llenen las horas, saboreo ese momento de segura certeza como si el camino fuera fácil, accesible. Arranca sumiso el corazón, se calientan recias las manos y empiezo a hilvanar la jornada. Al mediodía sigo respirando luz, aún nos arrulla con toda su arrogancia un enhiesto sol y el día sigue abriendo sus pétalos. No está lejos la Costilla, noto la brisa [2]
Voladas Año 2, Nº 5
y el mar se adentra en mis ojos como una suave caricia. (El Atlántico no siempre es fiel) Me concentro de nuevo en el trabajo y alejo con furia esa sensación de fracaso que a veces se me insinúa. Construidas las tareas en torno a un pan recién horneado, me rinde un momento de sopor. Tras el letargo, quisiera detener el tiempo, entregarme al día con la misma pasión que al alba, sentarme a comprobar cómo pasan bravos e interminables los minutos por mi sangre. Es imposible. El albor no es nuestro para siempre. Ni siquiera centellea ya el esmalte de la cúpula de la Merced. Pretendo, me exijo que el apocado rumor del ambiente no me confunda. Al atardecer me asomo de nuevo a los ojos de las horas: huele a tránsito. El cielo se hermana con un océano cada vez más acerado, el día se desmorona despacio aunque aún alimenta sueños la luz y se envalentona tenaz el coraje. No quiero verme atormentada por un terror hipotético o ancestral y dialogo conmigo misma. No se salva el día y madura con más urgencia la tarde. [3]
Voladas Año 2, Nº 5
Un yacente sol púrpura se aleja por Peginas camino del oeste. Poco espero, si no es pactar con el silencio… Es la hora de los recuerdos heridos. Respiro un aire distinto, siento el perfume de la noche en mi piel. Se ha ido apagando el cálido susurro de la luz y la tarde se ha roto en mil pedazos. El día es ya una verdinegra hoja arrancada por el viento. Extiendo la mano y rozo el corazón del crepúsculo. Me quema su nostalgia. Empieza a mirarnos una Luna joven y se impone la oscuridad. No tengo razones para dudar de la inocencia de la noche pero su pujanza me intimida. Y no es fatiga lo que me aleja de la confianza. Son las sombras. Solo las estrellas parecen sentirse a gusto.
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Voladas Año 2, Nº 5
Noche oscura DESMESURA en la nuca, pesimismo en la boca, melancolía en los ojos, desorden en la sangre. Noche oscura y no solo del alma: huesos, músculos, emociones y piel arrastran desconsuelo por entre las horas. Y esa terrible decepción de saberse a merced de tan poca cosa… De nada sirve elegir otro deseo o pretender hablar a la noche. Si la angustia se hace cómplice de las sombras y emborrona el largo trayecto del anochecer al alba, no salimos indemnes.
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Voladas Año 2, Nº 5
Tras los cristales EL día se ha convertido en un juguete roto que yace arrinconado tras la ventana. Mudas las horas, cautivas del silencio, abandonadas a una irreparable dejadez, pasean su insaciable frustración por el vaho frío y húmedo de la casa. A este día marchito que perdió la memoria además de la libertad, se le ha negado cualquier tipo de redención y espera impávido, agazapado tras unas floreadas cortinas, los pasos de la noche.
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Voladas Año 2, Nº 5
Vivir a lomos de una estrella fugaz NO se trata de recuperar lo que quedó por vivir, cerrar alguna herida latente o abrir la puerta al pasado. Solo pretendo rescatar aquel intrépido corazón que dirigió mis pasos. Hoy sé que la cordura me exige vivir como si no hubiera vivido lo que ya he gastado. Mis días han de volver al primer día; mi hogar, a la intemperie. Acercarme a lo inútil, acariciar sueños imposibles, vivir a lomos de una estrella fugaz. Hoy sé que una verdad a veces está tejida de paja, es hija del viento pero una verdad deformada jamás nos hará libres. Hoy sé que la vida no se sustenta en retornos. A pesar de todo, debo regresar a aquel jardín en el que alguna vez brotaron flores frescas.
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Voladas Año 2, Nº 5
A veces el día termina a deshora DE repente se acaban las palabras (solo permanecen las inútiles) y esa espiral de silencio que fustiga el aire nos devuelve al día anterior, al de siempre. Terminó la jornada. Se instala una sensación de fracaso en la boca del estómago y no quedan ganas de amar. Por las ventanas aún abiertas se desliza una luz disciplinada pero el ánimo se ha rendido a la desgana y la claridad zozobra contagiada del mutismo de la casa.
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Voladas Año 2, Nº 5
Cuando cierro los ojos. 14 de junio EN este momento que cae una lluvia mansa de las que riega la tierra y renueva el ambiente con aires de primavera, cierro los ojos, huyo de metáforas, atenta solo a los latidos de mi interior y… escucho. Dejo que fluyan los sentimientos. Los limpios, los que se abren al sol, porque aunque en el corazón aniden todas las emociones, existe un lugar entre sus fibras en el que solo reside el amor, inocente y libre, luz entre las sombras. Y así, abrazada al silencio de este minuto, encuentro un instante en el que puedo hablar conmigo misma y sentir una pizca de calma. No se trata de descifrar el sentido de la vida y conocer toda la verdad sino de calmar un poco la sed, mitigar la frialdad de ciertos días salvajes o reponerse de una noche torpe. Dejado atrás los deseos, me acerco a mis sueños, vuelvo a formar parte del mundo. Ha dejado de llover. Regreso a la tarde. Los pájaros picotean el suelo (¿beben?), las plantas respiran limpias. Hay hojas nuevas y frutos en el aire. Y el corazón, que no engaña…
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Voladas Año 2, Nº 5
La deslealtad de las horas de la noche BAJO un cielo inabarcable, gélido, a menudo las horas de la noche galopan a lomos de un corcel salvaje que, atraído por alguna tibia estrella, no se ciñe a las sombras ni se acoge al equilibrio del reloj establecido. Desnudas, febriles, insomnes, sometidas al deseo de un viento nocturno transcurren lentas, fuera de norma, derramando crueles caricias en mi piel. El día se llena de palabras y hay momentos en los que el corazón impone su coraje, pero no hay salvavidas en la noche. Y es inútil pedir explicaciones. BLANCA FERNÁNDEZ SÁNCHEZ
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CONCHI CASTELLANO GARCÍA
Nos hemos acostumbrado NOS hemos acostumbrado a sobrevivir en largos instantes que ya no lo son, en los susurros sofocantes de las sirenas y, una mañana, la sombra se alarga y la luz se hace vieja. Hemos sentido la extenuación de vigilar incansable el horizonte, el hastío de la alerta constante para vaticinar por donde respiraría el viento. Siempre expectantes a los emergentes monstruos que como ballenas del recuerdo salen a flote, de vez en cuando, en busca de su pellizco de espacio en el tiempo. Hemos vivido queriendo ser otros para sentirnos nosotros mismos y cansa no saber si todo mereció la pena o si la fe hubiera servido para algo; cansa, sobre todo, esta exigencia de no querer ser lo que nunca se ha sido. [ 11 ]
Voladas AĂąo 2, NÂş 5
Llevo en las manos LLEVO en las manos un secreto construido con los guijarros del tiempo, con granos de instantes azules y mansos. En los ojos la mirada que guarda las humedades perdidas de los desiertos y los gestos desdibujados de torpes abrazos. Y en la boca, el sabor metĂĄlico e inquieto de una lluvia antigua.
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Voladas Año 2, Nº 5
En busca de la luna EN el cielo una luna desvaída y llena de nieblas enrojece, de ira o de vergüenza, sobre cientos de cuerpos. Desde aquí no se ven, habría que saltar la gruesa muralla que reflectan, como espejos, las miserias de una jauría desalmada y putrefacta. Al otro lado, el mundo se ha vuelto ciego; las campanas, mudas y sordas. Nadie hablará más de ellos, nadie escuchó nunca sus voces porque sólo eran cuerpos, porque no todos los muertos son iguales, porque la luna, aunque sonría para todos, sólo es de unos pocos y el resto debemos conformarnos con el simple garabato de su quimera.
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Mientras duermes NO me preguntes por qué razón observo tus manos clavadas, igual que las raíces de un árbol centenario, en el universo de los sueños; por qué espero callada a que tus ojos se cierren indiferentes al tiempo y a los míos; por qué, agazapada en mi oscura nocturnidad, me afano en memorizar cada línea de tu cara. Quizás sea, sólo quizás, por esa necesidad de naufragar en el lejano perfil de tu sosiego o en el silencio de todas nuestras vidas dormidas.
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Vivir en voz baja SIEMPRE vivió en voz baja, como si pidiera disculpas por existir; inclinado su rostro hacia el abismo de sus zapatos. Vivió una vida paralela a sí misma, en una senda quebrada, en un escenario que no arrancaba risas. Siempre entre las nubes de un eterno atardecer, abandonados sus ojos y su cuerpo a un silencio amortajado. Siempre vivió así, en voz baja. Y a solas, cuando volvía la noche, amansaba su miedo e inventaba mañanas para alejar todo ese dolor silencioso que le estaba gastando los párpados.
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Espacios llenos de dudas HAY espacios llenos de dudas que rodean el significado de las cosas y abismos inevitables al borde del tiempo. Hay instantes esponjados en soledades y unas horas insulsas y aburridas cogidas con pinzas. Pero cuando me detengo para asomarme a su orilla veo con toda la claridad del mundo, la luz de tu ventana abierta.
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Pánico en las alturas SOBRE la mesa aún reposaba la taza caliente del café. Adoraba esa sensación agradable y tibia de mantenerla en las manos mientras repasaba su agenda. Le gustaba tener claro todo lo que el día podía depararle. Ver escrito en aquel libro todas sus reuniones, sus citas o compras le hacía sentirse segura. Todo funcionaba mejor si mantenía el control. Cerró los ojos al suspirar y arrugó la nariz en un gesto de desgana al recordar que lo primero que tenía que hacer esa mañana era un reportaje sobre paracaidismo que, por exigencias del guion, tendría que realizarla en la cabina de un avión militar. A veces, odiaba su trabajo por ponerla en situaciones tan comprometidas como esta. La mañana avanzaba y el reportaje estaba resultando muy fácil y agradable hasta que el capitán le pidió que se pusiera el paracaídas. Casi se ahoga del susto. En su agenda no tenía ninguna anotación al respecto y no estaba preparada, además sentía una especie de fobia a enfrentarse a situaciones que no hubiera estudiado con calma y con cierta anticipación. Tenían que haberle dicho que el capitán iba a ofrecerle que probara el paracaídas, así ella lo habría apuntado en su agenda y podría haber meditado sobre los pros y los contras, podría haber sopesado si merecía la pena correr riesgos por un absurdo reportaje. Tendrían que habérselo dicho, porque ahora ya no podría pensar en otra cosa que no fuera su propio cuerpo estrellado contra el suelo. El capitán miraba a su intrépida reportera sin entender muy bien lo incómoda que la situación resultaba para ella. Jamás había visto a nadie ponerse así al decirle, simplemente, que se probara [ 17 ]
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un paracaídas y cuando salieron de la cabina se le acercó un poco preocupado por su estado. – Esto se avisa antes porque una tiene que prepararse mentalmente. Además quién me asegura que el paracaídas no hubiera fallado. Es nuevo y está en pruebas, ¿no?–, dijo aún frotando sus manos nerviosa. El capitán, que ya no podía disimular las risas, contestó: – Yo sólo quería que sintiera lo cómodos y seguros que son estos nuevos paracaídas. Nunca se me habría ocurrido lanzarla al vacío con él puesto en su primer día. Hubiera sido muy arriesgado y no le habría dado tiempo de abrirlo, la distancia al suelo desde la cabina de simulación del avión no era lo bastante grande.
Encuentros en las escaleras TODOS los días subo y bajo estas escaleras varias veces y me he dado cuenta de que cada vez que subo cuento los escalones, cosa que no hago cuando los bajo. Un día que subía me crucé con un vecino, un señor muy mayor que vive justo encima de mí y al que, por mi comportamiento poco sociable, ya creía muerto. Él bajaba y, al cruzarse conmigo, me sonrió cómplice, como si hubiera adivinado el motivo de la apatía con la que subo todos los días las escaleras. Nunca hemos pasado del hola y adiós, de hecho, tampoco hablamos aquel día, pero su sonrisa fue el aliciente perfecto para dejar de contar los escalones y empezar a contar nuestros encuentros. [ 18 ]
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Sus manos arrugadas SUS manos humildes, arrugadas y rotas no aciertan a agarrar la realidad en la indiferencia de una tarde ya dormida. Manos cansadas de vestir heridas de esconder relojes, de pretender el arco iris. Y cansadas de todo, se van secando igual que las rosas que reposan olvidadas en un jarrón mientras el tiempo se le derrama frío y feroz entre los dedos. CONCHI CASTELLANO GARCÍA
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JAVIER GALLEGO DUEÑAS
Balance contable ARRANCA el motor de la soledad cuando se cierran las cortinas del baño, y caen, como agujas de pino, las gotas de la ducha con pulso constante. Un timbre despierta la certidumbre de una pena, de un desaliento, que el agua caliente no consigue arrastrar por el desagüe. El espejo devuelve, luz tenue y bruma, la sombría sospecha de un pasado, la inconfundible acidez que el tiempo deja como un poso. No puede ser el llanto, que se seca en la toalla, sino las horas del día sin recuerdos y las horas de los días sin anhelos que se arremolinan. La última llamada al sosiego no responde. Un grito blando se ahoga en la espuma. La noche hace balance contable.
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PARECIERA como si todas las cosas del mundo tuvieran ya un nombre. Como si estuvieran ya marcados los raíles que conducen al destino, el momento de una flor al abrirse y la casualidad de dos semáforos en ámbar. Pareciera, aunque sé que no es cierto, que todo encaja, que todo forma un todo, que los afectos fueran un engranaje que se pone en marcha cada siete en punto. En realidad, me temo, casi todo son desencuentros, y cada hoja del árbol que se cae coincide raramente con el sonido de un móvil, y las gargantas carraspean en el peor momento de las noches. Tendría que acostumbrarme, me repito, a saber sobrellevar los reflejos, a contar las olas y no esperar su ritmo cansino, a acostumbrarme a los caprichos de los lunares; a adelantarme a las mierdas y a los dragones. A saber fabricar los imprevistos, [ 21 ]
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a romper la melodía de las horas. A abandonar los baches de un camino que improvise, con calculada premeditación cada x tiempo.
Remordimiento COPIAR en el examen de conciencia, adquirir de baratillo el certificado de retenciones, pagar con intereses en endecasílabos perfectos, apostar contra la banca de tu alma, para la falseada recompensa de la confesión bajo susurros, blanco olvido que no llega, retraso de una absolución de cartón piedra. Alcanzar a nado la playa del olvido.
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Remordimiento (II) IRREMEDIABLE lamento del pecado, averías de sistemas multiusos, generosos venenos en copas de plástico barato, siniestro destino de la culpa, absoluto designio de la sangre, peso helado en la boca del estómago busca mi centro, hundiéndose con fuerza, recorriendo ciego, inundando las tripas que apenas se ahogan. *** El vértigo, la desesperación de haber causado, grande o pequeño, pero irremediable, sentir el accidente en tus huesos. Comprobar que el protagonista de tu película era el malo.
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LA persistente impertinencia de los objetos, que tienen la desfachatez de sobrevivirte, de mantener una eterna juventud acaso deslucida por una fina capa de polvo que rápidamente desaparece al pasar un paño. Recuerdo, aviso perenne de que el tiempo sólo pasa para ti, solo tú lo atraviesas, esas gafas, ese peinado, las hombreras, que denuncian tus antiguas fotos. ¡Qué distinta la memoria! Qué distinta la memoria que camufla, que iguala y escamotea, que concede una continuidad fingida, una identidad reinterpretada, un yo que, estupefacto, se irrita con la insulsa juventud de los objetos.
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Legado NOS empeñamos en crear un patrimonio para poder dejar en herencia. Nos obsesionamos en crear una sólida educación, unos valores, una recta guía para la vida. Hacernos hombres de provecho. Arrastramos nuestra vida para almacenar cuatro libros, una casa, unos recuerdos, algo con qué llenar nuestras ausencias. Adoramos ver en sus ojos nuestros ojos, la peca de su nariz en la nuestra y nos preguntamos de dónde vendrá ese remolino irredento de su pelo. Sonreímos con el espejo de su sonrisa y a menudo nos enfadan las mismas cosas que toleramos secretamente en nosotros. Heredaron los antojos del muslo y de los llantos; nuestras debilidades en los huesos y en las promesas. Quizás no leguemos una finca en el monte, o unos gemelos, o una caja de caudales, tendrán quizás dos dioptrías o un dedo deforme, un lunar. Cargarán con el mal humor por las mañanas, la fobia al ajo y a las monjas, los caprichos y las alergias. Sospechamos entonces que se malgastarán nuestros recursos, pero perdurarán nuestros defectos. [ 25 ]
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N NO quiero interrumpirte, amor mío, con ninguna retahíla de chismes y penas, preferiría mejor sumergirme en tu regazo. En lugar de eso quisiera conocer de primera mano todos los recursos y pesadumbres que a tu alma tienen atormentada: la lucha contra el tiempo, la barbarie de unos tiempos que amenazan, no ya tormenta, no lluvias, sino un desolador paisaje de podredumbre y barbarie. Un mundo inhumano, mi amor, que destroza por dentro lo que tenemos, que domestica voluntades y solivianta tu espíritu guerrero. Por eso déjame, una vez más, diluirme en tus palabras y que el arte que conjuras con tus manos transforme esta basura en paraíso.
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PASAR a limpio, con buena letra, las emociones cotidianas. Resumir exactamente la esencia de las noches, acotar sinceramente la paradoja del espejo, fijar en una foto cada instante como si fuera la copia exacta de una vida. No quieras ser, no lo pretendas, sumérgete en el tiempo, la lluvia servirá de parapeto cuando la piel no sea coraza. La sabiduría del ser no se angustia con profundas cuestiones elevadas. Dramas y melancolía, sueños, indolencia, eterna compasión, rabia, impenitente paraíso con ternura, eterno, inmortal, blando y suave. La maraña de los huesos y recuerdos, las puntillas que mantienen cada hora la estructura deforme de unas caricias que se pierde con el paso de los días. Olvido, ser, memoria. Sed de benditas madrugadas. [ 27 ]
Voladas Año 2, Nº 5
Alivio de luto UN yugo ajado, una pesa enorme, un quintal de agujas diminutas saborean mi piel, mi corazón y mis zapatos. Un manto insomne, un ala blanca, un gas que respiro a grandes bocanadas asfixian las noches y los días. Condena justa, sentencia inmóvil, tortura de miles de hormigas que corretean por mi brazo. Sentir la losa de un pecado que no admite sepultura, ni tan siquiera pedir clemencia cuando sabes que tuya es la culpa toda. No aspiraré a redención alguna. No querré más clemencia que tus besos. Fui yo, el sufrimiento lo causé, y no hallo modo de resarcir la pena con mi pena. JAVIER GALLEGO DUEÑAS
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Rosario Troncoso: escritora y editora que ya nos ha acompañado y a la que acompañamos en la revista El Ático de los Gatos. Nos ofrece unos poemas inéditos. María Ángeles Robles Morales: periodista gaditana, colaboradora habitual de publicaciones culturales entre las que destacamos CaoCultura. Juan Peña (Paradas, Córdoba, 1961): poeta, está a punto de publicar un nuevo libro, Destilaciones, del que nos avanza dos poemas. Ana Patricia Moya (Córdoba, 1982): Licenciada en Humanidades. Poeta, narradora. Directora del proyecto cultural Editorial Groenlandia. Francisca Moya Pérez: licenciada en filología, profesora y pintora, autora de dos novelas, Perdón por el tiempo y Las soledades son horas. Daniel Cotta Lobato (Málaga, 1974): poeta y narrador de ingenio, también profesor de secundaria. Alejandro Cabrera Coronas: (Granada, 1966): filólogo, profesor de “la Pública” y poeta, escritor o “escribidor” que se ha decidido a publicar con nosotros. [ 29 ]
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ROSARIO TRONCOSO
Los restos de nuestro derrumbe ¿Y si cierro los ojos y ha pasado la vida (o un otoño, da lo mismo) y no me he dado cuenta, y es invierno, y es demasiado tarde para todo? JOSEFA PARRA
NO me sirven los sueños. Para nada me sirven. Urge la sangre, y en mi vientre laten tus texturas, la suave combustión líquida de los últimos fragmentos de mi infancia. Tú eres tan cruel, como este tiempo que deja con las ganas y con hambre. Infinita la sed. Anticipas un final sin remedio. La cobardía, siempre, elige la distancia. No habrá más recuerdos si se marchita. Ni noches por delante, ni placer ni más amor, ni deseos voraces que te despierten los labios. [ 30 ]
Voladas Año 2, Nº 5
La vejez. El silencio. El vértigo al ver lo oscuro, lo atroz de la lápida de días vacíos, mientras seguimos vivos bajo los restos de nuestro derrumbe.
QUIZÁS dejar para después, para otra vida, si la hay, aquello que nos viene dado de antemano. Aquello que es para nosotros. Un aroma, un cuerpo concreto, su sombra el exacto perfil, un único sendero, el único, el que atraviesa nuestra vida, y al fin nos permite aceptar el final que nos corresponde, ya saciados de amor, y llenos y vivos de una vez por todas.
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Voladas Año 2, Nº 5
MARÍA ÁNGELES ROBLES MORALES
Aware
* I
Yo no te culpo de los días felices que se perdieron entre la hierba alta, ocultos tras la niebla.
TÚ te llevaste la luz de la mañana. Y el desamparo ha crecido en mi huerto, enredando mis sábanas.
* No te despidas. No vuelvas más la cara. Con tu sonrisa se ha ocultado la luna y ha crecido la escarcha.
III De nuestra historia sólo quedan pedazos. Me lo recuerdan el rumor de las olas y mis mangas mojadas. * Días de lluvia. Temblando está la luna. En el espejo se desborda el deseo. Mis manos son las tuyas.
II Los días grises del largo y frío invierno ya se marcharon. Pero no tu recuerdo, y a solas desespero.
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Voladas Año 2, Nº 5
JUAN PEÑA
Parálisis de Bell TENÍA doce años, y supe lo que era vivir como atrapado en mi cara. Una simple sonrisa torcía la mejilla en un gesto grotesco. Las lágrimas continuas del ojo siempre abierto me dejaban vacío para el llanto. No sentí, sin embargo, dolor, ni rabia, ni tristeza. Los músculos de la cara, inmutables, volvían impasible mi carácter. Mi condición de monstruo se avino bien con mi temperamento retraído. Descubrí que mi estado me evitaba fingir. Y aquellos días, pasando por mi rostro imperturbable, me familiarizaron poco a poco con una forma amable de la muerte. Fue mi primera parálisis de Bell. Luego vinieron otras, hasta cinco, pero esas ya traumáticas, amargas, fastidiosas. [ 33 ]
Voladas Año 2, Nº 5
Mas aquella de niño la recuerdo como una extraña forma de la felicidad: la vida era un regalo vivida impunemente, como un muerto.
Hadas PARECE que existieron confundidas acaso en la espesura, en paisajes de brumas, en el reino esplendente de la luz. Saber creer en ellas me hará bien. Hay veces que revolotean detrás de mí, sobre mis hombros, y las busco y se esconden, y dejan el rumor apacible y travieso de los juegos. Se suben a las luces que encienden los tejados, y se apartan y ocultan vibrando entre las hojas de los árboles. Pizpiretas, etéreas, sigilosas, benéficas, y a veces vagamente melancólicas. Que sean limpios mis ojos y pueda presentiros en los días abiertos, luminosos, y en el fondo de niebla de los bosques oscuros.
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ANA PATRICIA MOYA
Iglú ENVEJEZCO. Mi sexo se seca, como las hojas de los árboles de este deprimente otoño. Mis manos son témpanos que ya no rastrean la ruta entre mi vientre y mis piernas algo está vacío y el consolador [de pilas oxidadas] del cajón ni las intensas cartas de antiguos amores harán rebosar este hueco que, cada vez, se hace más y más y más grande, esta soledad que se extiende como una tundra, y ahora sólo me excito cuando presiento las lágrimas de mis enemigos, un placer perfecto e indescriptible que experimento sin que las huellas de mis dedos marquen lo más recóndito de mis entrañas, que estoy muy enferma de rencor, y sus desgracias compensan todo la repugnancia y el hastío de este cuerpo deforme y torpe que se apaga… Envejezco. Los días transcurren, sin piedad. Estoy muy enferma. Soy consciente. Mi cuerpo deforme y torpe se apaga. Y a nadie le importa. Ni siquiera a mí.
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Voladas Año 2, Nº 5
Sin garantías NO nos engañemos: la vida no sería más simple si todos tuviéramos nuestro propio manual de instrucciones: el inconstante no estaría dispuesto a leer miles y miles de páginas que se reescriben una y otra vez el indeciso no se dignará en anotar sus impresiones en las hojas en blanco el conformista no se preocupará en averiguar el idioma [cifrado] del corazón los vagos buscarían rápido la infalible garantía de devolución y lo más inquietante los desesperados acudirían nada más abrirlo al índice, para buscar el apartado de “uso apropiado del cuerpo”.
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FRANCISCA MOYA PÉREZ
Menos mal RELATO de un perrito que encontré perseguido rabiosamente por los coches nocturnos mientras una señora que paseaba a su lulú de pomerania se desahogaba contra Podemos, contra los dueños que abandonan a sus fieles compañeros en verano, contra la policía, contra los viandantes desconsiderados que no prestaban atención al desconcertado animal, contra los veterinarios tildados de capitalistas castra-gatos al por mayor y su lulú de pomerania me arañaba juguetonamente mis brazos quemados por el sol mientras yo agarro al extraviado por el collarcito y rezo para mis adentros para que aparezca el dueño o un san Francisco o una patrulla del Seprona en la esquina Hermanos Fermín con calle Pescadería. Felizmente su dueño aparece y la felicidad del perrito es tan solo comparable a la mía ya que voy a poder tomarme libre de cargos de conciencia una cervecita tranquila en esta suculenta noche del verano que acaba de empezar. A lo lejos el perrito era más lindo, más noble. Y yo lo quería más.
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Voladas Año 2, Nº 5
DANIEL COTTA LOBATO
Con abril ENTRO en sazón con las cerezas y cuelgo de las ramas de los versos con un aroma puntual a sangre, a herida de entretiempo. Y zumbo al mismo son de las abejas, que diga de los zánganos, y miento tan mal como las nubes que ensayan ademanes en el cielo. Un impudor primaveral me llama como a las golondrinas los aleros, y me dejo morder por las alondras, y me da por mostrar el alma en cueros mientras se endulza bajo el sol mi pulpa. Soy uno de esos ecos a fuerza de previstos, ignorados. Florezco al mismo tiempo que los besos, soy fruto al mismo tiempo que los hijos y abono el mismo suelo que los muertos. ¿A quién daré mi pulpa? ¿Quién sembrará mis huesos? Y roe que roe entretanto el gusanillo que me camina dentro.
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Voladas Año 2, Nº 5
ALEJANDRO CABRERA CORONAS
Aquello que desconoces UN rojísimo silencio hay, que no añoro, en la ciudad que por las noches me visita, ciertas camas cuajadísimas de extraños y adoquines que no hablaban aún de ti. Bajo la manta rencorosa del recuerdo una nube bermeja nos aleja de las témperas templadas del otoño y del roto carmesí de las sonrisas. Una niña preñada de invierno se instaló provisionalmente en mi jaula y crecí yo con el paso de la alondra, olvidando de la brisa los rumores. Y una risa con fiebre temprana sube todas las aceras de ese barrio: toma estas hojas desiertas de memoria y acúnalas allá, escuálidas –aunque tibiasen tus brazos, que presiento soñolientos.
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Voladas Año 2, Nº 5
Escribo. Palabra. Y tú A aflorar mi letra aspira lo que de ti ya conoces y a mirar no te detienes. Mi mano suelta y escucha: mi silencio es tu palabra.
Geografía de la pereza TU liviana y deliciosa geografía aderezo con la miel y los corderos. Me recreo en el fragor de tus palomas y me siento en mi destierro a contemplar ese suave resplandor que es tu pereza.
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Voladas Año 2, Nº 5
JUAN JOSÉ GONZÁLEZ CASTELLANOS
Arpo A Arpo, indefenso en su pequeñez, lo dejaron en una casapuerta envuelto en un saco con olor a esparto y olvido. Sin haberse imaginado el destete aún, era como una madeja de fino pelo negro que escondía un hocico húmedo y unos ojos acuosos que se perdían en el hambre por vivir. En el zaguán fue depositado solo a su suerte, esperando que se apiadaran de él y lo adoptaran los que allí vivían. Fue lamiendo los tazones de leche con su lengua rosita ambicioso por crecer. Vivió entre los arrumacos de los niños de la calle que íbamos todos los días a quererlo y a contarle historias que el desechaba con saltos y mordiscos sin intención. Ya de lobato se negaba a las cadenas peleando incansable por su libertad. De ese modo se crio Arpo sin ataduras, por eso se resiste a llevar correa como un chucho cualquiera. No sé qué hubiera sido de Arpo si se hubiera sometido a la esclavitud de un lazo, quizás tiraría de la correa angustiado por su libertad. Su carácter es pausado y tranquilo, indolente ante los desafíos que le plantea la vida. De mayor, su cuerpo desarrollado es puro músculo y sus patas robustas derrapan veloces cuando corre rápido por el asfalto. Su fuerte pelo negro le da un porte señorial y estalla al sol con un brillo azabache. Sus ojos me miran cuando le hablo y él tuerce sus orejas en un gesto de complicidad. En la casapuerta donde se crio, pasó a ser uno más de los chiquillos del barrio. Su dueño lo espera para las comidas y no cierra el portón hasta que él no se ha recogido. [ 41 ]
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EL
ZAGUÁN. Por las noches solo en el zaguán dormita
despatarrado sobre el fresco suelo, renegando de la comodidad de su cesta de mimbre y cojín blandito. En invierno escucha la bravura del mar que le grita en un estampido de olas rompientes. El viento fantasma le llama con un aullido para volar por los entresijos de su imaginación indómita. Las fiestas de cohetes le recuerdan las noches de tormenta. Cuando el resplandor de los relámpagos se cuela por las juntas de la puerta de su casa para, tras una certera espera, retumbar en una explosión de gigante, Arpo, temeroso, se refugia en el cesto de mimbre, cobijando su hocico entre los almohadones, deseando que el monstruo se vaya y se olvide de él. Una inquietud le embarga cuando algún perro aúlla despertando los instintos básicos de su naturaleza de lobo salvaje. Él evita la impertinencia del ladrido para no romper el sueño de los que lo cobijan. Los grillos negritos en verano lo visitan colándose por los recovecos del jardín. Con sus antenas le piden permiso y él les da la bienvenida con su hocico de perro bueno. Les hace sitio en su cestillo para que le canten un concierto de amor en noche de verano que él escucha embelesado con los acordes de la naturaleza, hasta que aparece algún vecino cansado de tanto jolgorio y espanta a los tenores. Los donjuanes se escabullen entre las macetas de claveles perfumados y siguen su concierto calle abajo, en la ventana de alguna mocita.
AMISTAD. Yo vivo en el mismo barrio, tres calles más allá. Pronto establecimos una fuerte amistad. Arpo confía en mí, igual que yo en él, por eso somos grandes amigos. Por las mañanas cuando no tengo cole, asomado a la playa grito al viento su nombre y la mar me lo devuelve con un eco que se apaga con el murmullo de las olas. [ 42 ]
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¡Aaarpooo! ¡Aaarpooo! ¡Aaarpo! En un trote suave, la brisa me lo trae para husmearme mientras yo le acaricio el lomo. Los dos nos perdemos a nuestro antojo por las calles del Molino que dan al barranco. Arpo sabe mantener el silencio sin ladrar y ya ni siquiera se molesta en remarcar las esquinas de su territorio.
PASEO
ENTRE LAS FLORES. Solo una vez tuvimos un
ajetreo de faldas. Durante unas semanas estuvo como ido de amor, perdido en olores locos de hembra. Una mañana, cuando lo llamé, se olvidó de nuestra amistad. Me puse a buscarlo intrigado y lo vi sentado frente a una bonita casa con jardín. Allí, echado en la acera, con la mirada perdida entre las rejas. Yo me senté a su lado hablándole, sin saber que decir y esperando sin saber que teníamos que esperar. Una niña de rosa salió con una perrita linda de pelo rizado y collar de plata. A Arpo se le iluminó la cara, sonreía de alegría y levantaba las orejas mirándola fijamente. A una distancia prudencial estuvimos detrás de ellas hasta que llegamos al campo de las vacas. La niña soltó a la perrita que se perdió husmeando dichosa por el camino. Mi amigo corrió para perfumarse con su pelo limpio de perrita bien, olerla y saltar atrevido a su alrededor para quererla. De este modo fue como me enamoré de Pepi paseando sobre las sombras de las flores. Él se portó con exquisita caballerosidad, ni siquiera hubo un mal gruñido de desagrado. Aquello le duró toda una semana de saltos y paseos entre las flores silvestres. Y a mí toda una vida. Cuando volvíamos lo sentía alegre de felicidad y lleno de brío por su corazón enamorado.
EL BARRANCO. Hoy vamos a jugar al barranco. Lo bajamos haciendo zigzag para evitar la pendiente. La escombrera es peligrosa. Entre los escombros hay ocultas puntillas y trozos de ladrillos que cortan como cuchillas. Un día, un clavo me atravesó [ 43 ]
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el zapato y mi padre me llevó a la casa de socorro. Desde entonces estoy inmunizado con la inyección del tétanos. Cuando la pendiente de la escombrera se cubre de arena roja, los pelotes y el polvo me inundan los zapatos. Para divertirnos hacemos un tobogán por el que nos tiramos metidos en sacos de plástico. Estos terminan rompiéndose para roernos los pantalones. Las rodillas y los codos se nos llenan de cortes y mataduras que se van curando con el agua salada del mar. Arpo, manso, se deja abrazar gozando de la velocidad de la pendiente. Disfrutamos durante horas de la rampa, incansables a las subidas y bajadas. Algunas veces Arpo se pierde tras los olores que inundan la pendiente. Si puede, inoportuna a los gatos que se ocultan entre las matacañas. Desata su furia contra los felinos en una persecución odiosa de gruñidos amenazantes. Arpo descansa cuando los pierde de vista o estos se refugian cautos fuera de su alcance.
LAS
MATACAÑAS. Entre las cañas al fresco crecen los
tréboles revueltos con las vinagretas y los dientes de león. Los finos carrizos camuflan veredas que nos sabemos de memoria, éstas nos llevan a unos escondrijos donde me siento a contarle mentirijillas y a fumar. Arpo me alegra inquieto persiguiéndose la cola en un remolino de perro pulgoso. Esquizofrénico se distrae mordiéndose furibundo las carnes en un picor de sarna que yo le intento calmar rascándole con fuerza.
LA PLAYA. La pasión de Arpo es acechar a las gaviotas con pose de perro de caza. Las persigue incansable por la playa. Ellas, astutas, esperan hasta el último instante para salir volando. Él, sintiéndolas cerca, salta con sus potentes patas traseras retorciéndose en el aire en un intento desesperado por atraparlas. No desiste de sus carreras hasta que la playa queda desierta de aves que vuelan esperando que nos marchemos. Miles de veces he [ 44 ]
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intentado tirarle un palo para que lo coja y me lo traiga, pero él los menosprecia negándose a ese juego de perro tonto. Despreocupados paseamos por la playa, mirando a los charranes como saetean las aguas cazando pececillos plateados. Con la marea baja, rebuscamos entre las pozas y debajo de las piedras camarones que cojo haciendo un cuenco con mis manos. Arpo, inquisitivo, me interroga introduciendo su hocico entre mis brazos y removiendo la charca con sus patas transgresoras espantando a las quisquillas. Algunos camarones evitan ser apresados dando un salto en el último momento para volver al agua y escapar. Los que capturo me los como, su sabor es fresco y salvaje. Más tarde Arpo se dedica a hostigar a las lisas que asoman sus cabezas en pequeñas pompitas para verlo lanzarse con todo su brío sobre las aguas someras donde ellas se refugian. Satisfechos terminamos cansados de agua y playa.
LAS RATAS. Hace ya algún tiempo hemos empezado a cazar ratas. Se han convertido en una plaga que inunda nuestra barriada por la proximidad del vertedero. Los vecinos nos llaman cuando alguna se les mete en la casa. Ellos, asustados, son incapaces de hacerles frente y esperan en los soportales temerosos. Yo entro armado con una escoba y mi amigo Arpo. A mí no me dan miedo cuando, acorraladas, me chillan amenazadoras. Las acoso con el palo de la escoba cuando se ocultan detrás del sofá o en los muebles de la cocina. Arpo patrulla acechante esperando que la rata pierda los estribos e intente escapar por la puerta que siempre tenemos la precaución de dejar abierta. Cuando la alimaña sale huyendo de mis escobazos, Arpo la caza de una dentellada zarandeándola entre sus fauces con la velocidad de un rayo. Muerta, la cojo por el rabo y la paseamos por el barrio enseñándosela a todos los vecinos que espantados asquean del mal bicho. Arpo, a mi lado, camina altivo regocijándose de su heroicidad. [ 45 ]
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UN AMIGO. Cuando por la noche nos vamos cada uno a su casa nos despedimos sin decirnos adiós, solo lo dejo hasta el siguiente día. Inmune a la suciedad y lleno de churretes, mi madre me manda directo a la ducha gritando que huelo a perro. El sueño me atosiga en una aventura de amistad canina que me envuelve hasta que la mañana me reclama para despertarme con un frescor suave. Arpo es un amigo de verdad, él solo aspira a mi amistad sin obligaciones.
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Un día JUNTO al colegio Azorín se encuentra el matadero municipal. Cuando sopla el poniente, el olor a vaca se vuelve pegajoso como las moscas y se mezcla con el perfume característico a sudor y goma gastada que tiene el colegio. Hoy empecé el día agarrado a las rejas del ventanal grande del matadero, para ver cómo trabajan los hombres. Los animales se amontonan en los corrales a la espera de su turno para patinar con el agua vertida sobre el suelo resbaladizo del cadalso. Las bestias sacrificadas son colgadas sobre ganchos para ser desmembradas con un hacha de leñador. Una vez descuartizadas, las examina el veterinario que sella un papel y lo ensarta sobre el mismo garfio. Al terminar la tarde, el matadero viste sus paredes de carnicero con salpicones de sangre que los hombres limpian con mangueras de agua a presión. Paco, mi vecino, trabaja allí. Cuando me ve asomado sobre la tapia me saluda. Su fuerza le sirve para manejar las bestias con diestra brutalidad, el mismo ímpetu estúpido que gobierna su vida de patán, según dice mi madre. Su mujer sólo ha parido hembras que él vigila con un régimen dictatorial de horarios sin resquicios. Pasada las doce de la noche, con la correa en la mano, se apuesta en la puerta de su casa con su cuerpo de general descamisado. Fumando, cuenta los segundos de retraso. Si alguna se descarría en un desvarío de veinte minutos, el escándalo de lloriqueos y correazos inunda la calle. Él las castiga sin salir hasta que se le aplaca la furia con el olvido. Justo entre el matadero y la valla de la Base pasa el ferrobús, una máquina de pitido infernal que anuncia el final de la jornada, sobre las cinco y media, para los trabajadores del matadero. Yo ya le tengo cogida la hora. Cuando imagino que se acerca, coloco el oído sobre la vía, como los indios, y siento el traqueteo antes de que empiece a bramar. Para mí, es un [ 47 ]
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monstruo maléfico. Me acomodo para verlo pasar en una pequeña valla quitamiedos de hormigón que me protege de su empuje de huracán desbocado. Mientras el maquinista me saluda, los ocupantes ni siquiera se fijan en mí, de pie ante la proximidad del apeadero, atareados y cansados, dándoles la espalda a los ventanucos de cristales. En Cádiz la gente se tira a su paso cuando están desesperadas y quedan como los animales del matadero. En sus vías pongo botellas, latas y piedras para hacerlo descarrilar, pero se volatilizan apisonadas bajo su beso de titán. Un día coloqué una peseta y, cuando el ingenio pasó por encima, le aplastó las alas al águila y le deformó la frente a Franco. ¡Menuda bestia! Hoy es día de paga en el matadero y la mujer de Paco, como todos los sábados, está esperándolo en la puerta para cobrar y que no se gaste el dinero en borracheras, cartas y vicio. Hace tres semanas el ferrobús se adelantó quince minutos y el veterinario dio la jornada por terminada con antelación. Paco salió perseguido por una inquietud de meses y lleno de salpicones de carnicero. Su mujer, temiéndose lo peor, corrió desesperada calle Calvario hacia arriba, infructuosamente, a su encuentro. La juerga le duró hasta el siguiente día, que se presentó en su casa sin dinero, apestando a borracho y mugre. Con el cuerpo envalentonado por el alcohol, le quiso pegar a su mujer, pero ella le hizo frente como una gata salvaje para achicarlo en una covacha vieja donde Paco se refugió a dormir la borrachera tirado en una alfombra roída. Yo nunca voy más allá del paso a nivel que hay en la entrada del pueblo. La calle Calvario es como una frontera imaginaria que no me atrevo a cruzar solo, un mundo lejano de andén al aire libre, donde descansa la locomotora apeando a los pocos pasajeros que son tragados por la estación. Hacia adelante hay un almacén en vía muerta y un camino que se pierde en el horizonte. Me [ 48 ]
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ensueño con su cielo de nubes de figuritas blancas. Reconozco el espejismo de los eucaliptos y presiento lagunas por explorar. Todo un mundo que sólo mi fantasía mezcla con la realidad que pudiera haber más allá. Cuando pasa el tren cruzo la vía en dirección a la valla de la Base. Y orillo una charca de juncos y matacañas que no se suele secar en verano. Inquisitivo, deambulo por el suelo lodoso en busca de ranas que se pongan al alcance de mi tirachinas. Nunca he conseguido acertar a ninguna, que, saltarinas, se escabullen sumergiéndose en las aguas. Recorriendo la charca mastico vinagretas de flores amarillas y me paro en una enredadera llena de campanitas que guardan en su corazón un hilito perlado de gotitas de néctar dulce. Me detengo en un tunal y me voy fijando en los higos chumbos que están más maduros para cogerlos con mucho cuidadito y no llenarme de puyas. Los limpio frotándolos contra el suelo y, con una puya grande de la chumbera, los abro para comer su pulpa, pero casi siempre termino lleno de puyas que me incomodan la lengua durante toda la mañana y, al siguiente día, me atormenta el estreñimiento. Distraído, llego a la altura del depósito del agua y, asomándome por sus ventanucos, grito mi nombre para que el eco del agua me lo devuelva. La casa de Paco es un desbarajuste de faenas sin terminar, aperos de pesca y herramientas oxidadas que él va dejando por todos lados en un olvido sin control. Ante tanto desorden, Paco se va cargando de aficiones que amontona en el lavadero para retomarlas de tarde en tarde, apretando poco y abarcando mucho. En el patio Paco tiene cuatro inmensas pajareras. Cuando es la época de cría me siento con él a ver los canarios cantar y los jilgueros revolotear inquietos. Yo le ayudo [ 49 ]
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trayéndole manojos de jaramagos y cáscaras de chocos que me encuentro por la playa. Entre los barrotes sujeto las flores y los esqueletos blancos de los chocos que las aves picotean ansiosas de calcio para la crianza, pero él se cansa rápido de las obligaciones y las deja en manos de sus hijas que se encargan de la limpieza y el aseo de los animales. Las niñas, a desgana, hacen el trabajo de mala manera. Un día que yo les estaba ayudando a soplar para separar las cáscaras de alpistes de las semillas buenas, una de las niñas, tiró fuerte del cajón corredera donde estaban comiendo todos los pajarillos guillotinando a los mejores canarios. Ella miraba las cabezas preocupada junto con los cuerpos decapitados. En una ceremonia religiosa con mucha pompa, los enterramos en el arriate de flores descuidadas que tenían. Paco, como cuando algo no le cuadraba en su casa, empezó a dar gritos, preguntando dónde estaba aquel pájaro y qué le había pasado a aquella pájara. Las niñas asustadas se excusaban diciendo que se les habían escapados unos cuantos cuando limpiaban la pajarera por dentro. Su mujer salía en defensa de las chiquillas en una bulla de gritos para echarle en cara a Paco su falta de responsabilidad. Después de comer, me echo con mi hermano a dormir la siesta y ponemos un casete de Antonio Molina. Me duermo con el frescor de higuera que entra por la ventana de mi dormitorio, en un sueño de cantes y música española. Cuando la canícula de la tarde se aplaca, la mujer de Paco me suele llamar para que meriende con su niña chica. Ella siempre se queja de lo mala que es para comer y que cuando yo voy, la niña se come todo el yogurt. Hasta que un día la mujer de Paco me cogió tragándome una inmensa cucharada de yogurt de limón y ya no me volvió a llamar más para la merienda. Por la tarde me fui al Picobarro, que con la marea llena te puedes tirar desde la parte más alta. Con una botella de plástico echo agua sobre los barros y se forma una resbaleta por donde me lanzo al vacío. La semana pasada, cuando me cansé de los [ 50 ]
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barros y, blanco por la caliza, salté la valla de la urbanización privada de Terramar y corrí entre los columpios y los niños americanos que jugaban para lanzarme de cabeza a la piscina sin que el guarda se diera cuenta. Cuando iba subiendo por la escalerilla metálica, con mi cuerpo moreno y limpio de fango, un americano pecoso con cabeza de borriquete me apresó de la muñeca preguntándome: – ¿Tú, dónde vivir? ¿Dónde tu padre? Todo el camino hasta que llegamos a mi barrio me tuvo sujeto por miedo a que me escapara corriendo. Mi padre escuchó su regañina ininteligible de guiri molesto que solo repetía: – Niño, piscina privada, no más, no más. Damián me estaba esperando en el Picobarro para terminar unos tirachinas que nos estábamos haciendo. Habíamos cortado unas perchas de adelfa cuatro días atrás y las dejamos secándose al sol para que se endurecieran y pudieran aguantar el tirón de la goma. No todas las gomas valen. La cámara negra de coche es demasiado rígida y se rompe con facilidad. Sólo sirven las de motocicleta, que son de color rojo, más elásticas y puedes estirar con todas tus fuerzas sin temor a que se rasguen. Cuando terminamos los tirachinas, nos dedicamos a romper botellas para afinar nuestra puntería y así nos pasamos el resto de la tarde en el barranco. Llevamos unas semanas recogiendo espráis para una gran fogata que hemos hecho en la playa. Recolectamos palos, cartones y plásticos en una montaña de escombros que prendemos. Los plásticos se van derritiendo en gotas ardientes que nos embelesan hipnotizándonos con sus llamas multicolores. El humo negro ahúma nuestros cuerpos con el olor inconfundible de la hoguera. Cuando las flamas alcanzan su mayor altura, entonces tiramos una bolsa donde están todos los espráis, que estallan en un castillo de triquitraque. Los tapones [ 51 ]
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ardientes de los botes de latón salen disparados por el aire en una estela de cometas humeantes para caer siseantes y enfriarse en la arena mojada de la playa. Después de cenar, cuando llega la noche, con mi padre, al frescor de la calle, escucho las aventuras que le va contando el Paco. Se las va susurrando al oído en un idioma monosilábico secreto de hombres, que los niños no entendemos. Pero yo, afino el ingenio de pillo para descifrar el galimatías. De este modo fue como estuve al tanto de todas sus aventuras de putas. Y que cuando tiene perras se las juega a las cartas con los sevillanos que son los tíos que más parné se gastan jugando a la manilla y los más torpes, según el Paco. Mi madre que no le tiene mucho aprecio me contó que hace dos años, en verano, con el dinero ganado en una partida dio la entrada para comprarse un Mini Morris precioso. Durante toda la semana estuvo vacilando y dando paseos por el pueblo con toda la familia que se hundían apelotonados en los asientos traseros del vehículo. Al siguiente fin de semana, salió arreglado fumando tabaco americano con unas gafas de piloto y ajustándose un reloj muy guapo que le había comprado a un militar. Con el Mini fue directo a Sanlúcar para seguir ganando. El domingo amaneció sin coche y lleno de deudas por el juego. Cuando mi padre se cansa, empieza a meditar un sueño suave espantando las aventuras de Paco, que se va a la puerta de su casa para dejarlo tranquilo. Mi madre me manda a la cama. En mi mesilla de noche, entre calzoncillos y calcetines, siempre tengo revistas con aventuras de superhéroes. Por poco dinero puedo intercambiarlas en el kiosco que hay en la plaza de allá abajo. Con la lectura me disipo rápido en un sueño de luz encendida que mis padres se encargan de apagar cuando se van a la cama. JUAN JOSÉ GONZÁLEZ CASTELLANOS [ 52 ]
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MARÍA DEL CARMEN DOMÍNGUEZ DOMÍNGUEZ
Diez microrrelatos BESOS: El latido de tu nombre se durmió entre mis labios esa noche en que me besaste. Calidez: Sorteaba los pliegues de la sábana avanzando lentamente hasta dar con la calidez de tu cuerpo y ponerte la piel de gallina. El sobre: Mientras llegaba a su destino, el sobre lloraba por portar tan malas noticias. El cable: El suicida se cuelga con el cable eléctrico, su barrio queda a oscuras. La obsesión: Desde la puerta me grita una mujer extraña, despiértese, que es tarde. Despiértese usted, que ya va siendo hora, le contesto yo. Pero la muy obstinada me sigue soñando. Los juegos del revés: Los niños dejaron la casa patas arriba, la madre no se atrevió a entrar, nunca supo andar cabeza abajo. Sueño de cucaracha: Soñé que un pájaro me comía. Desperté sobresaltada. Mi madre pellizcaba mi huevo para que saliera. Las antenas aún me duelen de la tensión. Ciencia visual: Éramos unos gigantes vistos a través de la lente del microscopio científico. El día después: Y no vi nada después de mi muerte. Lirios: Soñaba con recibir lirios azules en su cumpleaños, jamás recibió uno. Ahora cada año por esa fecha, le lleva un ramillete al panteón familiar.
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Ausencias EL devenir de tus ausencias está marcando la cadencia de mis días, brota el desespero, arranca los recuerdos, emana nuevas sensaciones donde la libertad de la soledad llama cada vez más fuerte a mi puerta, queriéndose instalar en mi casa como si le perteneciera. Los días, con pocas noticias, se amontonan en el aire, dejando paso a una calima que se echa en mi cuerpo aplastándolo a medio día, descomponiéndolo hasta llegar a viejo al atardecer, renaciendo como ave fénix al caer la noche. Todo ocurre sin ti, las citas lúdicas se acentúan en verano y me encubren con notas musicales y suculentos placeres culinarios tus partidas. Pero, al llegar a casa, se rompe el puzle de los deseos cayendo la noche sobre nuestro hogar vacío sin ti. ¡Cómo no echarte de menos, si mi piel está huérfana del contacto con la tuya! Enterrando mi soledad en un marco único de alegrías caniculares, me dejo llevar por las olas de la nostalgia que acariciando suavemente cada uno de los pensamientos, me llevan una y otra vez a tus brazos. Dejando mi alma deshabitada, la separación se convierte en tristeza. Los días pasan sin ti, como el otoño apenado que llora hojas marchitas abarrotando nuestros pasos de crujidos débiles y desesperados. Son tus ausencias puñales de espinas, dolores inmensos recubriendo mi piel, necesidades repentinas e insaciables que vuelcan la soledad a espuertas a través de mis poros, dejando ajado mi corazón hasta tu regreso. [ 54 ]
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El payaso NO sentía el menor dolor, el payaso seguía ahí con esa cara pintada y su boca risueña blanca y roja, sin embargo seguía nevando a su alrededor. Era como si el mundo estuviese dando vueltas y más vueltas. Oleg Popov, con su gorra a cuadros negros y blancos, su chaqueta negra demasiado corta, el pantalón a rayas que le llega a la mitad de las pantorrillas y su nariz de color rojo, al igual que su pajarita, seguía ahí, inmóvil, encima de su pedestal de madera, pero dotado de vida. En una de las vueltas, saltó del pedestal como un poseso y mientras pensaba “Soy un artista venido a menos en un mundo de cristal”, la nieve se mezclaba en un riachuelo de agua que se había formado cuando, en un estruendoso choque, su mundo, esa bola de cristal que una vez fue regalo, se hizo añicos contra el suelo. Del regalo, sólo quedó el trozo de la base donde se podía leer su famosa frase: “cread alegría y no sólo busquéis la risa por sistema”.
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Los lápices de Manuela Esta es la historia de una niña llamada Manuela a la que le gusta mucho dibujar. Manuela vive en Rota, un pueblecito marinero al sur de España, donde hay muchos artistas que llenan de arte las calles y zonas antiguas del pueblo. Manuela también es artista del dibujo. A Manuela le gusta tanto dibujar que, por su cumpleaños y también el día de los Reyes Magos, recibe como regalos, además de sus muñecas, lápices, tizas, acuarelas y rotuladores. Para ella, algunos de estos lápices son especiales: los de gel tienen purpurinas de colores que hacen que sus dibujos brillen. Las tizas, cuando dibuja en la calle o en la azotea de su casa, hacen que sus amigos se rían mucho porque dicen es como si tuvieran puestas gafas de tres dimensiones y pudieran jugar a saltar los muros del castillo o el río pintado en medio de las montañas. Manuela disfruta mucho cada vez que dibuja. Un día estaba en el balcón preparándose para dibujar y se le cayó la caja de sus lápices preferidos, con tan mala suerte que, uno a uno, los lápices fueron saliendo de la caja abierta y dieron contra el suelo de la calle. Manuela salió corriendo para la cocina en busca de su madre para ir a recogerlos. Cuando Manuela vio sus lápices se puso muy triste porque todos habían perdido el cuerpo de madera que los protegía. – ¡Oh, no! –se dijo, ahora no podré volver a dibujar con ellos. Su madre, al verla tan triste, le dijo que no se preocupara, que ya se le ocurriría algo, pero Manuela los cogió con pena. Cuando llegó a su casa los puso en una cajita y los guardó en su habitación en una estantería. Ella sabía que no volvería a usarlos porque no quería romperlos con esos cuerpecitos tan delgados [ 56 ]
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que se les había quedado después de la caída. ¡Con lo que a ella le gustaban esos lápices! Al día siguiente, mientras Manuela estaba en el colegio, a su madre Ruth, que era muy ingeniosa, se le ocurrió derretir cera y cubrir las minas de los lápices. Uno a uno y poco a poco, los fue cubriendo con distintas ceras de colores hasta dejarlos del mismo tamaño que tenían cuando sus cuerpos eran de madera. Los lápices eran ahora aún más bonitos que antes. Manuela, después de comer, se sentó en su mesita donde todos los días dibujaba un rato, pero hoy estaba muy triste por no poder usar sus lápices. Su madre, Ruth, llegó a su lado con la cajita y se la puso encima de la mesa. Manuela de tan triste como estaba miró la cajita pero no se atrevió ni a tocarla. La madre la animó a abrirla diciéndole que esos lápices eran mágicos y que posiblemente le dieran una sorpresa. Manuela miró a su madre y la cogió, la abrió y cuál no fue su alegría al ver sus lápices con esos cuerpos nuevos y redondos llenos de colores, que saltó de la silla, le dio dos besos sonoros a su madre y enseguida se puso a dibujar. El sol entraba por el balcón dando de lleno en la caja de lápices. Manuela estaba tan contenta que, cogiéndolos uno a uno, se pasó varias horas dibujando en su mesa. Manuela empezó a reírse a carcajadas, la madre vino a ver de qué se reía tanto y Ruth se llevó una gran sorpresa: el sol había derretido parte de sus cuerpos de cera y en el papel donde las gotas habían caído habían cobrado vida, moviéndose sobre él formando formas tan absurdas y divertidas que Manuela reía a carcajadas. Ruth, al ver a su hija y las formas tan disparatadas que los cuerpos derretidos de los lápices formaban en el papel, empezó a reírse también. Manuela miró a su madre con una gran sonrisa y le dijo: – ¡Mamá, es verdad, estos lápices son mágicos! [ 57 ]
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El café NO había mañana que se resistiese, al entrar en la cocina de su apartamento siempre hacia lo mismo. Cogía un poco de café, llenaba con una taza la cafetera de agua y encendía el piloto, acercaba la nariz y esperaba a que empezara a caer el café llenándose del aroma hasta que se ahogaba de calor y se le ponía la nariz roja. El café nunca le supo mejor que esta mañana, cuando, aún sin poderse levantar, le acomodaron su propia cafetera, le pusieron un poco de café y la llenaron con una taza de agua. Le acomodaron la cabeza entre almohadones y encendieron el piloto. Su nariz, tan acostumbrada a esta rutina, se hinchó hasta conseguir que ningún vapor aromático se le escapara. Tal fue su esfuerzo que, una vez había pasado toda el agua por el filtro, Rufino exhaló su último aliento. Los que estaban alrededor de su cama exclamaron al unísono, Rufino huele a café Saimaza recién hecho.
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De tanto en tanto DE tanto en tanto, uno se pregunta, cuando mira a su alrededor hasta que el cuello se convierte en espiral, qué lugar ocupa y en qué clase de mundo. De tanto en tanto, uno se pregunta qué clase de conversación es capaz de mantener y con quién. De tanto en tanto, uno se pregunta por qué ese lugar que cree ocupar se va reduciendo al espacio que ocupan sus pies o su trasero, si está sentado. De tanto en tanto, uno recuerda que casi desde que comenzó a caminar, a respirar por su cuenta y le empezaron a doler los dientes con los que tendría que morder el mundo, le tildaron de raro. De tanto en tanto uno se dice para sus revueltas entrañas que no hay mejor compañía que su propia soledad.
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La procedencia NO sé de dónde vino, ni por dónde entró, a veces la duda me asalta cuando la veo llegar asomando por cualquier sitio. A veces llega acechando, otras a escondidas, pero, cuando menos te lo esperas, te asalta, obligándote a salir corriendo para coger un bolígrafo o ponerte delante del ordenador. A veces, viene disfrazada en el periódico como titular o entre líneas de una noticia, otras sale de una noticia de un telediario, otras es translúcida, ya que procede de cosas que aún no pasaron pero intuyes porque aparecerán en ese minuto siguiente que está por venir; las más, recala en conversaciones o lecturas diarias. Los cuentos de hoy ni siquiera tienen princesas con coronas, se ponen delantales y sirven comida rápida grasienta en sitios 24 horas, los náufragos envían mensajes por WhatsApp o Twitter, hasta los dragones andan en peligro de extinción y los príncipes son estudiantes olvidadizos y sin futuro. – ¡Camarero! Una ración de ancas de rana, a ver si emparento con alguna familia real europea.
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El mar OLAS, continuo movimiento de vida, dejad rastros en las orillas de mis recuerdos y arrastradlos desde las corrientes del fondo de mi ser. Manto azul que iluminó mi infancia encrestando mis labios de niña llenándolos de sonrisas burbujeantes; remolinos salados de felicidad, mareas continuas que erosionan mi alma, dejando mi litoral a la deriva cuando la pena llega como emigrante náufrago; olas, remolinos que anegáis mis días, ahogad mi sed de emociones coralinas, dejad que los flujos y reflujos, bañen a la luna y al sol en mi vientre, y formar en mi vejez mi única marea muerta. MARÍA DEL CARMEN DOMÍNGUEZ DOMÍNGUEZ
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Voladas Año 2, Nº 5
MARÍA DEL MAR REYES FUENTES
Destino SI él hubiese salido cinco minutos antes, si ella hubiese venido una hora después, si la mañana no hubiera estado nublada, si no hubiese amanecido con niebla... ¿Está escrita nuestra vida en un libro de letras doradas llamado destino? O, ¿Está ese manuscrito en blanco y se va rellenando en casillas según transcurre nuestra vida? Ella cuidó a su hijo como se hace con una flor hermosa. Lo regó con el puro amor de una madre, pasó noches en vela cuando la fiebre se alojaba en su cuerpecito, se preocupaba cuando no comía y le reñía cuando las notas eran bajas o cuando llegaba tarde a casa y temía que le hubiese pasado algo. Era el segundo de cuatro hijos. Querido y respetado entre los que le conocían. Terminó sus estudios y consiguió un trabajo que le exigió realizar unos cursillos; primero en Madrid posteriormente, en Jerez. Y cumplido ya todos los requisitos se incorporaría en breve a la empresa. Aquella mañana no debía haber conducido a Jerez, no tenía ningún trabajo importante que hacer allí. Ninguna compra que no pudiese esperar, sólo era el acompañante de su novia. Ese seis de noviembre de una mañana fría y de niebla, se marcó para siempre en el maldito libro del destino. Fue implacable el dedo que le señaló entre tantos. La niebla no sólo cegó la mañana, sino su vida y la de sus familiares. ¡No, no lo vio! Maraña de hierro, cristal, ilusiones y sueños. Todo quedó tendido en la carretera.
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Voladas Año 2, Nº 5
¿Por qué tuvo que salir esa mañana? ¿Por qué él se fue y ella se quedó aquí para tener que vivir lamiendo sus heridas? Sólo quedan preguntas y más preguntas sin respuesta. Cuestiones, hojas arrastradas por el viento. Destino, libro en blanco o marcado con fechas alegres y funestas mientras jugamos a la rueda con la vida, pensando que tenemos el marcador de sus páginas, que somos nosotros quienes tenemos guardado el as en la manga. ¡Pobre de nosotros, pobres ilusos!, antes de que nos demos cuenta un aire frío entrará por la ventana y cerrará de golpe las páginas del libro.
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Cenizas ME he sentado en un banco, mi hija no debe tardar mucho. Hemos quedado para desayunar, me ha hablado de una cafetería nueva que sirven unos churros muy ricos. Me levanté temprano, cuando apenas amanecía. Tenía ganas de ver mi pueblo cuando aún se despereza, cuando tiene legañas pegadas todavía en los ojos. Hacía tiempo que no visitaba la playa, con su arena tan fina, sus olas que en su vaivén continuo me llevan a una niñez lejana, cuando corría con mis amigos tantas veces en esta misma playa. Me encantaba observar mis huellas marcadas sobre la arena. En la adolescencia, miraba este paisaje con ojos de soñador. Mis primeros amores, mis primeras salidas... El paseo marítimo ni existía. Hace tanto que me fui, tanto lo que dejé y tanto lo que llevé conmigo... Paseo por el puerto pesquero. Las barcas salen del muelle con hombres curtidos por el sol y que marchan con la ilusión de hacer una buena pesca. Saludo a muchos que me miran y me dirigen una sonrisa, pero sé que no me han reconocido. Son cuarenta años los que han pasado desde que me marché y, aunque he hecho viajes esporádicos para visitar a mi familia, no es lo mismo. Me dirijo hacia el espigón, miro hacia la lejanía, ¡qué inmensidad tan grande! Me siento abrumado y pequeño. He sacado mi cajita y, lentamente, la he dejado caer al agua. Son las cenizas de mi esposa. Su última voluntad era descansar en su anhelado mar. Al fondo se ha ido ella llevándose consigo toda una vida cargada de ilusiones, de sueños y desvelos. No me dejo intimidar por las lágrimas que amenazan con caer de un momento a otro y camino dejando atrás la inmensidad, el horizonte y mis sentimientos. [ 64 ]
Voladas Año 2, Nº 5
Las calles se hallan solitarias, los establecimientos permanecen cerrados. Observo con estupor que los letreros de las tiendas han cambiado sus nombres. Aquellos que yo conocía como el Bar Manolo es hoy una óptica; el Pub es ahora una pescadería y el barbero ya no está. Según me contaron, los hijos no quisieron seguir con el negocio del padre. Emigré, como tantos otros. Marché a Alemania con mi mujer y una maleta llena de sueños e ilusiones de una vida mejor. Crie allí a mis hijos, unos volvieron y otros se quedaron, no conocen otra tierra. Los comienzos fueron muy duros, pero nos acostumbramos, con el tiempo, a su idioma; a su forma de entender la vida y aprendimos a vivir de forma distinta. Hace unos meses murió mi mujer, lo que propició que realizara un viaje a mi pueblo. No sé cuánto me quedaré o si volveré a mi otra tierra. Son muchos años ya y supongo que a mí me ocurre lo que a otros emigrantes. Lloras por lo que dejaste atrás y suspiras por tu otra tierra; tu alma y corazón están divididos entre dos amores ¿con quién te quedas y a quién dejas? Ya mi pueblo no es mi pueblo, no es el que yo conocí y amé, pero ¿y mi otra tierra? Tampoco lo es del todo, ya mi esposa no está y no será lo mismo. – ¡Papá, no me digas que has podido dormir sentado en el banco! – No, solo pensaba y, tal vez, me quedé un poco traspuesto. – ¿Dónde ibas esta mañana tan temprano? ¡No me lo digas, a abrir las calles! Anda, te ayudo a levantarte que nos están esperando esos churros tan ricos que te prometí. Dejo el banco y con él quedan mis recuerdos, cenizas de una vida ya pasada y, en mi bolsillo, la esperanza de vivir una nueva vida en mi otra tierra o, en este mi pueblo, rememorando tiempos pretéritos.
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La aprendiz – ¡MAMI, mira qué bonita es esa mariposa! – Es verdad, tiene unos colores muy vivos. – ¿Sabes a dónde irá? – Supongo, que a comer. Ella tiene una trompa muy pequeñita que le sirve para absorber el polen de las flores. – Mami, cuéntame otra vez el cuento de Primavera. – Vale, siéntate en esta sillita y escucha con atención: “Primavera tenía tres hermanos: Verano, Otoño e Invierno. El papá Año estaba un poco cansado de las travesuras de sus tres hijos. La niña, Primavera, era muy buena, pero Invierno bajaba las temperaturas, hacía caer la nieve y, muchos días, provocaba la lluvia; Verano subía las temperaturas y provocaba el calor; y, por último, Otoño desnudaba los árboles, lo que hacía que sintiesen frío. En cambio, Primavera vestía nuevamente los árboles, suavizaba las temperaturas y abría un abanico de colores en la naturaleza. Por todas esas fechorías el padre quiso castigar a sus tres hijos, pero Primavera intercedió demostrándole que las travesuras de sus hermanos eran también importantes para la vida en la tierra. Y colorín...” ¿Te sientes bien Raúl? – Me dolía un poquito aquí, pero con tu cuento se me había olvidado. ¿Podré ir este verano a la playa? – Sabes que eso se lo debemos preguntar al médico. – ¿Me crecerá el pelo pronto? – ¡Por supuesto! Y esta vez te saldrá más bonito que antes. – Mami, ¿tú crees que las personas buenas van al cielo? [ 66 ]
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– ¿Qué preguntas son esas, Raúl? – Mi seño de Religión me lo ha dicho. – Yo creo que la gente buena va a un lugar donde todo es alegría y felicidad. – ¿Estás llorando? – No, me ha entrado una pestaña en el ojo. Debes de estar cansado, ponte sobre el césped y duerme un poco. – Vale, pero quédate contándome historias. – Había una vez... ¡Por fin se ha dormido! ¡Hace a veces tantas preguntas y son tan difíciles de contestar! Es muy complicado hablar de la vida, del cielo, de lo justo o lo injusto. Hace ya algún tiempo mi familia al completo sufre una enfermedad que creíamos que sólo la padecía gente mayor o, siempre, los otros. Quimio, radioterapia o corticoides eran antes palabras lejanas, hoy son nuestro vocabulario rutinario. Pero Raúl nos enseña, cada mañana, lo bello de la vida. Siempre es capaz de pintar un precioso color en su triste realidad. Me ha regalado su lupa infantil y me ha enseñado, sin saberlo, a mirar la vida de otra forma muy diferente. Mis días ya no corren estresados y sin sabor, ahora se deslizan suaves; hacen que me impresione ante pequeñas cosas como una puesta de sol, una mariposa o una flor. No sé si todo tendrá un final feliz como ocurre en los cuentos o si todo quedará en un mal sueño del que se despertará con un beso. Sólo sé lo que ha cambiado nuestra vida y que hoy vemos y oímos cosas que antes éramos incapaces y, sobre todo, me he dado cuenta de que, en el taller de la vida, mi hijo ha sido el maestro y yo la aprendiz. MARÍA DEL MAR REYES FUENTES [ 67 ]
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MERCEDES MÁRQUEZ BERNAL
Mala suerte de pobre hombre SALIÓ de casa con el uniforme: chaqueta azul, pantalón gris y camisa de manga corta, sin corbata. En la mano derecha, su maletín viejo que aún debía servirle y, en la izquierda, un paraguas negro porque, en este mes de mayo, la lluvia sorprende a veces y hoy el cielo había amanecido nublado. Bajó del autobús, la línea número uno, que recorre desde la parada cercana a su casa hasta la avenida de la Borbolla, para seguir el resto del camino a pie, un trecho de unos doscientos o trescientos metros que debía continuar por la avenida que quedaba a la derecha de la marquesina y llegar, atravesando unos bloques, a la calle San Francisco Javier, al edificio S-1 donde estaban sus oficinas. Le gustaba continuar andando el recorrido restante hasta su trabajo para quitarse de encima el olor saturado que impregnaba sus ropas, que llegaba a palparse dentro del autobús cargado hasta los topes de cuerpos exhalando sus diferentes efluvios no siempre agradables. Pero hoy resultaba que el zapato que estaba estrenando le holgaba en el pie derecho y, un poco suelto, iba dejando a su paso el eco rítmico y sordo de su chancleo. Caminaba con andar ligero para quitarse rápido de en medio y llegar cuanto antes a su destino. Incómodo, agarraba como podía con los dedos el maldito zapato que amenazaba con salirse del pie. Un perro grande cruzó la avenida desde la acera de enfrente, como si, además de su olfato canino, tuviera la agudeza [ 68 ]
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de oído también entre sus capacidades y, a pesar del tráfico y la cierta distancia hasta donde se encontraba él, le hubiese llegado el reclamo de aquel objeto como pelota en el juego de tirar y recoger. El perro le seguía detrás pisándole los talones y él trataba de disimular su miedo haciendo como si le ignorara, procurando evitarle por todos los medios, aunque su impaciencia e inseguridad le invitasen a mirarle a los ojos, pues bien sabía él que nunca eso se debe hacer, porque estos inteligentes animales lo tomaban como una provocación y estaría dispuesto para el ataque. Además, procuraba que el miedo no le hiciera sudar más de lo que ya iba sudando y dejara sobre el aire las feromonas de su miedo. De modo que continuaba sin urgencia su camino, que el correr tampoco es recomendable, aunque el corazón llevase su particular velocidad de más de cien por hora, angustiado por saber si aún le seguía o, por suerte, se hubiera marchado entretenido en algún árbol para marcar sus dominios, o tal vez ante mejor recompensa olisqueando alguna porquería del suelo y, desdeñando su interés primero, se hubiera olvidado de él. En estas iba pensando cuando sintió cómo algo duro, contundente, firme y recio como una herramienta, lo agarraba por el talón, sacándole con una eficaz precisión el zapato de su pie de manera limpia e indolora. Sus mandíbulas habían cogido con tal gracia el juguete que le había hipnotizado y lo llevaba en su boca como un trofeo, dejándolo con el pie descalzo y en la situación ridícula y absurda que de esta guisa tendría que llegar a las oficinas o, conformándose con llegar tarde, coger un taxi que lo llevara de vuelta a casa para volver a retomar cierta compostura decente. [ 69 ]
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En esos momentos se sintió el hombre más estúpido del mundo y, en su desesperación, alertaba a los transeúntes de la otra acera, rogando, casi suplicando a los viandantes que por favor trataran de quitarle el zapato de la boca al perro, pues el gracioso animal, una vez obtenido su premio, volvió por donde vino. Entre aquel ruido de fondo del tráfico mañanero, su gestualidad angustiada y nerviosa que confundía a la gente, y que si había alguno que entendiera sus señas no iba a arriesgar la vida por tan insignificante misión, era ignorado, tal vez, por lo que ocurre siempre en las ciudades, que cada uno va a lo suyo y ninguno se compromete con nada ni nadie. Más bien algunos se reían por la comicidad de la situación, claro que la gracia la verían ellos, porque él estaba desesperado, sin saber qué hacer: cruzar cojeando la calzada, seguir al perro, olvidarse de todo y aceptar lo inevitable… De pronto, con el zapato todavía en la boca, el perro volvió de nuevo hacia donde estaba él. Perdiendo toda dignidad, si aún le quedaba una pizca, llamaba al perro, tratando de convencerle con palabras firmes aunque no autoritarias. Le habló con amabilidad, hasta diríase con dulzura, a ver si así, ya que los humanos no se habían compadecido de él, este mejor amigo del hombre demostraba tener más alma caritativa y hacía honor a su título. Unos segundos más de desesperados intentos, hasta que el sentido del humor del perro entendió que ya lo había puteado bastante y, a pocos metros de él, soltó el deseado y jodido zapato, y se alejó por donde había venido. Corrió como pudo para cogerlo antes que quisiera retomar el juego, y por suerte lo halló sin magulladuras ni babas, tan impecable en su brillante color negro como cuando se lo calzó por la mañana. Sólo seguía defectuoso, como era de esperar, en su horma pues, calzándoselo de nuevo, obstinado, bailaba su pie. Así continuó su trayecto, avergonzado, vencido pero hasta cierto punto satisfecho porque la sangre, al final, no había llegado al río. [ 70 ]
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El narrador omnisciente NADA más entrar, por sus andares, su rostro anodino y hasta por el modo de pedir al camarero la bebida, se reconocía en él a un perdedor, víctima en su vida personal de un destino frustrado. El frágil aspecto del hundimiento emocional, apocado, cohibido, flexionado sobre sí, como queriéndose hacer una bola y desaparecer ante los otros y encontrar el cobijo en ese circuito interno. Le había dejado su mujer no hacía mucho, seguramente por su carácter pusilánime. Lo evidenciaba ese aire triste de personajillo inútil para los asuntos de amor. ¿Qué mujer iba a querer estar con un tipo que necesitaba repetir tres veces al camarero lo que quería beber? Una voz fácilmente anulada por aquella música rítmica y sensual que sonaba de fondo. Hombres así llenan las barras de estos locales nocturnos, auténticos fracasados, que buscan en el alcohol la compensación a sus deficientes cualidades. Dos copas y se creen dioses potentes capaces de llevarse a la cama a una chica con solo mirarla a los ojos intensamente, o escrutarlas de arriba abajo con lascivia, recorriendo cada curva esperada en los contornos de una orografía femenina. A veces lo consiguen, pero no gracias a su falsa seguridad que sólo ellos ven engañados por los efluvios tóxicos. Aunque crean haberla visto antes, cuando esa mujer cae en sus brazos, entrando en su juego, es porque ella ya se fijó bien en esta presa fácil donde hacer caja. Sólo hay que mirarlo cómo apura el primer whisky y pide otro porque no es suficiente para entrar en acción. Si no busca todavía, mal asunto es, pues para cuando crea tener la valentía necesaria perderá la fuerza allí donde le conviene. Se ha tomado las copas y se dirige a los servicios. Rápido elimina éste, por ahí [ 71 ]
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se va a salvar, o puede que… ¡claro! Ya veo… ¿cómo no?, va a meterse una raya. Lo dicho, sale con los ojos vidriosos y chispeantes como copas de champán. Parece ser un remedio más eficiente, pero a pesar de intentar caminar derecho, no mantiene bien el equilibrio, todo parece indicar que le ha sentado mal este viaje al paraíso. De modo que esta noche no mojará, porque se marcha y ya en la calle, aunque el aire fresco ayuda, el estómago revuelto vuelca sobre la acera lo tragado durante años de toda una vida insignificante. Mucha mujer para él aquella que engañó con su buena ropa y sus modales educados de todo un caballero. La chica más guapa del grupo, cansada de depredadores, eligió al chico tímido y respetuoso que con el tiempo se hizo aburrido, y no tuvo más remedio que reconocer su gran error, de noches eternas vacías de emociones ardientes como ella se merecía y se sintió marchitar con el paso del tiempo entre aquellos brazos faltos de imaginación y una vida conyugal tibia y rutinaria. Una vez más caería en la cama como un saco lleno de piedras, más solo que la una, con las manos en los bolsillos, replegado sobre sí, como si fuera una noche de frío, sin embargo, el cielo estaba lleno de estrellas, una luna creciente iluminaba por encima de las luces de las farolas y un calor aún flotaba en el aire procedente del asfalto. A pesar de hallarse en pleno verano, el invierno se había instalado dentro de él para siempre. Encima tenía alquilado un piso en un barrio cutre, donde estableció su nuevo cuchitril de nuevo soltero. Tan simple en sus costumbres que era capaz de esperar el semáforo a estas horas de la noche, aunque sólo pasara de vez en cuando algún coche por aquella amplia avenida.
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– Capullo engreído. Te estoy hablando a ti. Me tienes harto con tu prepotente discurso – le dice al narrador. Y sigue dale que te pego, insistiendo en poner en mi boca y persona tanta patraña de palabrería. Cállate, maldito imbécil, que no te enteras de nada. Crees saberlo todo de mí con esa sarta de mentiras, ese argumento lleno de preconcepciones absurdas y tópicas, que ni para eso tienes imaginación. Llevas todo el tiempo tratando de confundir al lector, engañándolo, porque crees conocerlo todo de mi vida, de mis pensamientos, haciendo afirmaciones sacadas de la manga o de la pluma de tu poca inteligencia, que están totalmente equivocadas, y te he aguantado porque ya tenía suficiente por hoy, pero todo tiene un límite. Vas seguro, colocando sobre el papel una falsedad tras otra, suposiciones nada más para guiar una narración que te interesa únicamente a ti. ¿Es qué no encontraste un argumento mejor? Vaya rollo de prejuicios recurrentes y manidos. Pues para que sepas, estúpido ignorante que se cree omnisciente, no vayas diciendo por ahí cosas que no sabes. Para empezar te diré que si espero al cambio del semáforo, precisamente es porque una vez que me lo salté, a punto estuvieron de atro[ 73 ]
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pellarme. Aunque uno piense que nadie viene a estas horas, algunos bebidos más de la cuenta van a gran velocidad, y antes de que los adviertas, aparecen como de la nada alcanzándote en un abrir y cerrar de ojos. Y además, espero porque me da la gana y soy yo quién decide. Pero sobre todo, so burdo narrador, te diré que entré en aquel bar porque de vuelta a casa comencé a sufrir un fuerte dolor debido a mi enfermedad y traté de aliviarlo con algo de alcohol. Tú, que eres tan listo, ni te enteraste, que entré al servicio y oriné sangre, por eso salí aturdido por el intenso dolor y por eso iba encogido y mis ojos iban cargados de lágrimas. Y para tu información, tengo una maravillosa mujer que es feliz a mi lado, aunque en honor a la verdad, te diré que sí has acertado en algo, es cierto que últimamente no puedo satisfacerla como yo quisiera en la cama. Pero no es por falta de atributo, sino por esta mala bestia que me corroe por dentro y que poco a poco me está matando. Si de algo me siento fracasado es por no lograr hacer frente a este cáncer que padezco, mientras que tú, por el contrario, mi querido narrador, has fracasado en tu misión: eres pésimo y embustero, has utilizado astucias y artimañas para inventarte un argumento, pero tu intento ha fallado, porque a mí no me confundes, pues sé lo que soy, así que tus palabras no engañan a nadie. ¿Quién manda en esta historia, sino yo? Cuando el semáforo se puso en verde, siguió lentamente su camino. Estos tipos producen cierta compasión y a veces incluso risa, porque, como todos los medrosos, cuando atacan lo hacen a la desesperada, haciendo verdad el dicho que no hay mejor defensa que un ataque, pero al final, como siempre, queda patente su cobardía.
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El castigo del deseo TE atrapó, caíste en sus garras, su aspecto llamativo y seductor eran el reclamo perfecto para tus ansias. Mira que te lo propusiste. No sucumbir, te repetías una y otra vez. Sabes que después no basta con sólo una, que te confundirán las razones con la excitación del momento prohibido, la atracción cautivadora que tiene el pecado. El objeto del deseo se te muestra con todos sus encantos y también con las amenazas del castigo. Pero, ¿cómo rechazar esa fuente vivificadora que promete un placer infinito? Todos los demonios te susurran que lo hagas, alentándote, ridiculizando los prejuicios, a pesar de los postreros remordimientos que te corroerán por dentro. Sin embargo, es tan fuerte la intensa llama que te arde en deseo, que tratas de obviar cualquier advertencia, cualquier amenaza y contratiempo, a sabiendas de que tu desliz caerá después sobre ti como el fuego del infierno. Te atormentan esas voces que te avisan que acabarás saliendo de sus propias ascuas, sintiendo un profundo asco de ti. Te fustigarás luego con los mayores sacrificios, tratando de limpiarte de ese maná pecaminoso y tóxico. Desearás purgarte de tu vergüenza, arrancar la substancia que te nutrió esa obsesión. Pero te llenó de mil promesas de mezclas de sabores exóticos y te veías en sueño, satisfecha, apurando golosa, chupándote los dedos en un erótico gesto, con restos aún de su esencia. Juegas con el recuerdo de aquellos tiempos cuando la juventud te permitió tomar del manantial del placer todo [ 75 ]
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aquello que tu cuerpo te pedía y saciarlo sin consecuencias, sin remordimientos, sólo evitando que se enterara tu madre. El engaño quedaba a resguardo si estabas sentada a la mesa a la hora de comer. Ahora sabes que esos excesos se pagan, que esa conducta clandestina y bochornosa te pasará factura. No se debe ser infiel a lo establecido, a los convencionalismos morales de mantener tu cuerpo y tu comportamiento en un estilo ético y estético. No hagas lo que te traerá consecuencias, las normas están claras y firmes en esta sociedad paradójica, es cierto, que llena de excitantes señuelos, subestima al que se salta la norma y es cuestionado por la gente que lo mirarán con desprecio y, aunque los conocidos no te mencionen nada y te oculten lo que realmente piensan de ti y cómo te ven, encontrarás en sus rostros, en sus miradas y sus risitas a la espalda, la desaprobación de tu comportamiento que, reflejado en tu persona, te presenta ante el mundo como una verdadera cerda. Sabías que la tentación era grande y más aún, sabiendo por experiencia que una vez que empiezas no puedes parar. Sientes una fuerza magnética que te subyuga, casi hipnotizadora y tu mente intenta convencerte animándote, repitiéndote que no pasa nada, que es bueno para ti, que hay que escuchar al cuerpo, que es sabio y sabe lo que necesita, te recuerdas. Y, ambivalente, insistes, sé fuerte y domina tu impulso y controla tu voluntad, sólo una vez y así sacias tu deseo, después trata de olvidar su atracción fatal y trata de distraer tus pensamientos con otros entretenimientos, centrándote en otras actividades y obligaciones cotidianas. Pero la carne es débil, no, más bien el espíritu es el débil, como dijo alguien. El cuerpo sabe resistir, aguantar estoico y es capaz de una abstinencia orgásmica si antepone una motivación mayor. Sin embargo es peligroso cuando tus pensamientos te dirigen a otros argumentos, quitándole importancia, dándote razones suficientes por las que debes hacerlo. Le restas [ 76 ]
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justificaciones a los que intentan censurarte y te convences de que es tu cuerpo que lo necesita. Una ocasión y tendrás la fuerza para controlarte y volver después a imponerte una disciplina, ceñirte de nuevo a la rutina ordenada y normalizada. Sigue ahí en tu cabeza, martilleándote, en pugna por salir de su represión y obtener el objeto del deseo, luchando entre los motivos de logro, necesidades y razones que lo aprueban. Así que, la balanza, poco a poco, se inclina hacia el lado favorable de satisfacerlo más que hacia el peso de reprimirlo. Ya disfruta tu pensamiento con el acto mismo, imaginándolo, en espera de hacerse potencia, culminando al fin tus ansias de poseerlo. Ya se va dibujando tu sonrisa de placer, tu corazón se acelera con la ilusión que te anima y la esperanza venidera. Diríamos que estás disfrutando de los preliminares. Está ahí, esperándote. Miras el paquete, provocándote con su aspecto de escaparate. ¡Qué pinta tiene!, te dices, se te hace la boca agua. Sin poderte resistir más, a punto del desmayo, la pasión en su punto álgido, te lanzas sin control ni medida, lo tomas, lo hueles aspirando su aroma y te lo llevas a la boca. Suspiras de puro goce, te regodeas con su sabor, la razón te abandona, se te nubla la vista. El corazón, ahora, galopa como un potro desbocado por el prado del deseo. Rompes el cierre que encarcela tu pasión, te llenas con ella tu boca, y la explosión de jugos ancestrales te obliga a estallar en palabras confusas pronunciadas a borbotones. Ya no piensas en nada, sólo disfrutas del éxtasis sentido y, llegando al clímax antes de que llegue la penitencia, exhalas como culmen las palabras casi místicas, la frase de amor intenso y sagrado: ¡dios, qué ricas están estas patatas fritas! MERCEDES MÁRQUEZ BERNAL
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Voladas Año 2, Nº 5 Reseña de Sergio Arlandis, Desorden. Valparaíso Ediciones. Granada, 2015. Desorden es el último poemario del valenciano Sergio Arlandis, publicado en la cuidada edición de Valparaíso. El autor es doctor en Literatura española y actualmente profesor de la Universidad de Pennsylvania. De su interesantísima faceta como investigador me gustaría reseñar sus estudios sobre el malogrado José Luis Hidalgo. Este volumen recoge una poesía (en verso y prosa) básicamente íntima, en la que brillan también otros asuntos, el principal de los cuales es, sin duda, la poesía misma: “Si creo en el poema, si me conjuro a él, / signo con signo…” (Diablo Viejo), “¿Lo que el poema ha unido que no lo separe / un nombre?” (Lector in fabula). No faltan tampoco textos de contenido más social, podríamos decir, como en Un español que se marcha, que cierra el libro. El tono de conversación, tan importante desde la obra de Cernuda, se plasma en el uso de la segunda persona, que dota a los versos de una calidez cercana, casi de susurro en ocasiones o de grito en otras. Tampoco falta el humor en ese “Boletín Oficioso de tu Estado” (BOE). Son especialmente notables los ejemplos de sensualidad de poemas como Jaque, en los que las metáforas, en este caso, el ajedrez o la música, aportan cualidad poética a una sensualidad definida y casi explícita. También emocionan aquellos que tratan de la distancia, The End, Balance de situación diaria (“porque a veces nos pesa / el juramento de querernos”), Dos puntos… El uso de léxico casi litúrgico por un lado (réquiem, ejercicios espirituales, panes y peces, el barro) y de tremendamente mundano por otro (ley de mercado, ajedrez, versión original…) consigue mantener en vilo una sucesión de imágenes que transmiten la sensación de confusión del poeta con el que nos identificamos: “Cumplida la hora, he caído de nuevo / en esta tentación perpetua / que es el vacío” (El mismo barro). Es Desorden un salto estético y cualitativo de un autor versátil y de gustos amplios (de Blas de Otero a Rosalía de Castro, de Jaime Siles a Juan Ramón Jiménez), que abre sus posibilidades expresivas desde el más [ 78 ]
Voladas Año 2, Nº 5 que notable Contexturas (Renacimiento, 2013): poemas narrativos, uso de la prosa, mayor amplitud del campo metafórico… En la poesía de Arlandis, como en tantas ocasiones, el desorden del título hace tanto referencia al ámbito personal, íntimo, como al caos irremediable del amor y los tiempos difíciles en los que vivimos y vivieron. Reseña de Rosa de la Corte, Reina de los Ángeles. Cádiz, 2014. Tenemos aquí un buen ejemplo de novela de época, que no novela histórica. En esta última, el argumento es, en ocasiones, la excusa para hacer gala de erudición, suele abusar de datos, contando a menudo con la complicidad de un lector que conoce el período y que así aprende. En Reina de los Ángeles, por el contrario, la trama histórica es necesaria para la acción. Es una novela de época, de aventuras, romántica, pero tiene también un contenido social, abundando en las diferencias sociales como los abusos de los señoritos con las criadas, la pobreza, la esclavitud en América... La autora se ha documentado, en los edificios, los caracteres, las maneras de hablar, la literatura de la época (Alarcón, Flaubert, Valera…), y así componer su lenguaje sin caer en el pastiche. Rosa de la Corte es profesora en un instituto de Cádiz y Reina de los Ángeles es su segunda novela. La primera se llamaba Polígono Sur. Esta es una novela más compleja, en los hechos, los escenarios, la trabazón del argumento… La complejidad y la verosimilitud de los personajes, que evolucionan de la juventud a la madurez, no sólo se mueven en el espacio, desde don Celso, Emilio, Antonio al resto de personajes, como la doncella, Lena, que es quizás quien más madura a lo largo de la historia. La trama es ficción, pero se basa en unos hechos reales. El telón de fondo es la emigración desde España a América entre los siglos XVIXX, en especial de los indianos. Eran gentes, a menudo jóvenes, como los protagonistas del libro, que partían hacia América a buscar fortuna. Algunos lo lograban y volvían a la península y se establecían en grandes casas de un estilo suntuoso muy característico. Es el caso de dos [ 79 ]
Voladas Año 2, Nº 5 protagonistas, Antonio y Emilio, que parten en el barco Reina de los Ángeles, de ahí el título. Tras una azarosa vida en los negocios y el amor, uno de ellos triunfa en un imperio naviero. El barco existió, donde se embarcó el primer marqués de Comillas, pero no los personajes, aunque bien pudieron existir. Rosa de la Corte se inspiró en Comillas, en un viaje a Cantabria, en el palacio de Sobrellano, una casa neogótica de un indiano. En una habitación oculta estaba la escalera de los criados, que encendió la historia. En el escenario de Comillas están los criados y señores, las interrelaciones entre ambos, los abusos, las diferencias de clase, la opulencia y la miseria. La acción se sitúa en 1831 hasta 1854, con dos escenarios principales, Comillas en España. De ahí parte uno de los protagonistas. El otro escenario es Cuba, en Santiago, Trinidad y una plantación de caña de azúcar, La Santísima Trinidad. La novela se desarrolla paralelamente, un capítulo en Comillas y otro en Cuba. Todos los personajes van adelante a la vez. Cádiz es el eje que une los dos mundos. El barco Reina de los Ángeles y la escalera son dos símbolos, cruzando ambos hay dos mundos, las clases sociales y las oportunidades. La libertad y la alegría frente a la pobreza. En América están los esclavos, los amos, la posibilidad de ascenso social. La novela se puede encontrar en librerías de Cádiz y Puerto Real, confiemos que una segunda edición pueda estar respaldada por una editorial que la pueda distribuir convenientemente para que alcance un mayor público. Reseña de Belén Peralta, Cerezas y Guindas, Q-Book, Cádiz, 2014 2ª Edición. Cerezas y guindas es un personal libro de textos de Belén Peralta, conocida escritora y periodista gaditana. Fue su tercer libro tras el aclamado Recorrido sentimental por la ciudad de Cádiz. Pasión Vega le escribe el prólogo y se acompaña con unas sugerentes imágenes del fotógrafo Fran Lozano. En esta segunda se ha corregido y aumentado con algunos textos, muchos de los cuales habían salido a la luz a través de un blog y las redes sociales.
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Voladas Año 2, Nº 5 El volumen está dividido en dos partes, precisamente Cerezas y la segunda, Guindas. Cerezas es un canto a la pasión, a la pasión más sensual y sexual. A pesar de su tipografía, son verdaderos poemas en prosa acompañados por sugerentes imágenes, que los ilustran sin ser imprescindibles, porque la imaginación ya vuela con las palabras impresas. El estilo es cuidado, sensual y tremendamente erótico y carnal en la primera parte, sin dejar la expansión de los sentidos en la segunda. Las historias que ocupan la segunda parte del libro son pequeñas viñetas de personas valientes, seres en desgracia, en situaciones muy difíciles de las que podemos, sin duda, aprender una actitud ante la vida, una verdadera literatura de autoayuda cargada de buenas intenciones. Los relatos son algo más largos, llenos de equívocos, desacuerdos, pequeñas aventuras. También sensuales, de sentimientos, no tanto de sexo y sin caer en la sensiblería. No es la única vez que la autora se entrega a la literatura de alta tensión. ¿Cómo consigue transmitir esa sensualidad? Las descripciones son fundamentales, llegando si es necesario a lo explícito, las sensaciones son esenciales, por supuesto, como también las situaciones picantes y lo que no se ve, los silencios, las palabras. Hay cierta emoción, a veces agridulce, donde el dolor y el placer se unen como en la vida, porque, como señala el subtítulo del libro, son relatos de “un paseo por el amor y la vida”. La impresión tan vívida de los relatos de Belén Peralta nos induce a pensar en una primera persona, y probablemente así han sido muchos. Pero más allá de los avatares biográficos y de la fértil imaginación de la autora, los relatos nos sitúan en un estado de emoción compartida. Se podrían destacar muchos textos, pero señalaremos Olor a tarta de manzana, que se está convirtiendo en un proyecto de novela. También Los lagos de Aixa, Podría, Eso creyeron entonces… “Me absorbes, me arrastras, me tienes, poseída de mil demonios, en esa lucha del puedo y no debo, aceptando el pecado que se me ofrece con sonrisa centelleante y malvada, pero que tomo aun a sabiendas de que descenderé al más llameante de los infiernos. Y vendrás tú de nuevo, tornado, y con tu viento soplarás y apagarás ese fuego. Y entonces, volveré a ser buena” (Tornado). JAVIER GALLEGO DUEÑAS [ 81 ]
Voladas Año 2, Nº 5
Índice Presentación …………………………….…………………. Blanca Fernández Sánchez …………………………….…. Conchi Castellano García …………………………….…… Javier Gallego Dueñas …………………………….………. Volazadas ……………………………………………………… Rosario Troncoso …………………………………. María Ángeles Robles Morales ………………….. Juan Peña …………………………….……………. Ana Patricia Moya ……………………………….. Francisca Moya Pérez ………………………..….. Daniel Cotta Lobato ……………………………... Alejandro Manuel Cabrera Coronas ……………. Juan José González Castellanos …………………………... María del Carmen Domínguez Domínguez …………….. María del Mar Reyes Fuentes ……………………………. Mercedes Márquez Bernal ……………………….……….. Reseñas Sergio Arlandis, Desorden ………………………. Rosa de la Corte, Reina de los Ángeles ……….. Belén Peralta, Cerezas y Guindas ………………
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