Revista voladas nº 4 edición digital

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Año 2, nº 4

DAS mira



De nuevo aparece sobre el horizonte un vuelo de Blanca Fernández, Conchi Castellano, Javier Gallego, Juan José González, María del Carmen Domínguez, María del Mar Reyes y Mercedes Márquez con más ilusión y ganas, intentando haceros llegar trocitos de nosotros mismos. Voladas se va asentando y pronto cumpliremos un año, sobre todo gracias a todos los que se han ido interesando por ella. Para este número contamos con las firmas invitadas de: José Manuel Benítez Ariza Poeta gaditano, escritor de novelas y relatos, traductor y articulista. Acaba de publicar un libro de poemas, Panorama y Perfil y Un sueño dentro de otro, ensayo sobre la obra de Edgar Allan Poe. Rafael Chacón Según sus propias palabras, dibuja y pinta cuando quiere. Manuel Martín Morgado Artista de genio, nacido en Écija (Sevilla) en 1964. Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla, en la rama de Grabado y Diseño. En nuestro vuelo nos interrogamos por lo que le pasó a Sofía cuando llamaron a la puerta. Os presentamos algunas alternativas de la mano de: Rosa Marcela Gallego Reyes de nuevo está con nosotros. Es profesora de en el IES Castillo de Luna. Tiene publicados una serie de breves ensayos. Lourdes Couñago Mora: dicen que cuando descubrí que las letras formaban palabras con sentido, mi cara de asombro fue tal que no hizo falta más para saber que sería una contadora de historias. Belén Peralta es escritora, comunicadora y gestora cultural. Acaba de reeditar su tercer libro Cerezas y Guindas. Ascensión Marcelino Díaz: soy profesora de instituto, amo la enseñanza y me encanta escribir. La literatura y la música son mis dos pasiones Rosa Freyre del Hoyo: Soy una buena lectora, que, a veces, escribe aquello que siente, que mira a su alrededor. Para mí, el secreto de la eternidad vital está en la literatura, la que nos traduce la clave de todos los mundos que encierra el que vivimos. Y, en la parte gráfica, seguimos contando con la ayuda de Amanda Gipson y dos viñetas de Estefanía López-Vera Reyes


Voladas Año 2, Nº 4


Voladas Año 2, Nº 4

Apremios. 30 anotaciones rápidas LO que llaman "evasión" no es evasión, sino regreso: busca uno en los ámbitos de la Imaginación la condición de realidad de la que la realidad carece. EN el mar, el verdadero proceso es siempre lo que no se ve. ALMENDROS en flor: también la naturaleza se desnuda... vistiéndose de gala, como las mujeres de antes. CUANDO toses, siempre es un extraño quien tose dentro de ti.

EL hombre que corta el césped pinta un cuadro que sólo puede apreciarse como es debido desde las alturas. DE los gatos se aprende que el frío engendra la ternura. HUBO un tiempo en la vida en el que, sentado en un banco a la intemperie, uno encontraba siempre un lugar donde calentar las manos dentro del abrigo de la persona amada. MIRAR el mar, incluso a distancia y desde detrás de un ventanal infranqueable, como si tu siguiente acto fuera a ser una zambullida. HAY épocas en las que a uno no le toca hacer otra cosa que erigirse en testigo impotente de dos pesadillas simultáneas, o quizá dos naufragios: uno circunscrito al entorno privado, otro de alcance general. CUANDO los médicos te preguntan por las enfermedades de tus parientes, es como si encendieran una vela en el altar del determinismo. MÁS que un fenómeno meteorológico, la lluvia es un lugar... portátil y ambulante, como una feria o un circo en los que la principal atracción fuera la melancolía. ERA tan celoso de su tiempo, y hacía tantos aspavientos al respecto, que todo el mundo empezó a sospechar que no hizo jamás nada con él que mereciera la pena. ESE paso de baile de pura felicidad que el solitario esboza cuando nadie lo ve. [1]

José Manuel Benítez Ariza

DECIR no; decirlo muchas veces; decirlo, sobre todo, cuando temes las consecuencias de esa negativa. Decirlo, muy especialmente, cuando ese "no" significa "sí" a una exigencia mayor.


Voladas Año 2, Nº 4 MANTENER en la soledad las convenciones del pudor. Ser impúdico sólo en compañía. EN la conciencia del solitario, hay compañías que hacen el estrago de una multitud con los pies embarrados que invade una habitación limpia. PARA que, en tardes como ésta, el silencio no se perciba como otra forma de la nada, cantan los pájaros. LA intimidad es lo que consigues salvar de esa rebatiña en que consiste la vida en sociedad; aunque a veces no sepas si el esfuerzo ha valido la pena. NO, Tarzán no iba del todo desnudo; y no tanto por el taparrabos como por el puñal. QUIEN inventó el horizonte dibujaba como un niño. NATURAL: es decir, material: es decir, espiritual. Por cuanto un orden trascendente que no fuera natural sería casi un contrasentido. LA verdadera realidad no está ni dentro ni fuera: está en lo de dentro cuando uno lo encuentra fuera, no sé si me explico. PODRÍA vivir en cualquier parte, a condición de que no me obligaran a salir de casa. NO hay que llevar demasiado lejos la distinción fundamental entre materia y espíritu. También el alma tiene, por así decirlo, su fisiología. ERA un diarista tan veraz que nunca anotaba nada que realmente le importara. LOS pusilánimes no serviríamos para hacer el oficio del sol: mediado noviembre, desistiríamos. EL Dios más difícil: el que quienes nos decimos ateos nos vemos obligados a esclarecer a partir de la difusa noción de trascendencia. EL Dios más evidente: el de los animistas, que adoran a los pájaros y a los árboles. ALMENDROS en flor: esa extrema desnudez del pobre que, antes de protegerse del frío, prefiere adornarse. QUÉ cuidadosamente asentada tenemos la fantasía de que dormir solos en una habitación de hotel es un desperdicio. [2]


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Mi tía Julita AYER mi hijo menor, adolescente ya, nos pidió permiso para regresar más tarde de lo habitual a casa y, ante nuestra negativa, se enfadó muchísimo, encerrándose en su habitación dando un tremendo portazo. Su reacción, que por otro lado no me sorprendió en absoluto pues cosas peores hice cuando yo tenía su edad, me hizo recordar mi propia infancia, marcada por la beatería e intransigencia de mi tía Julita.

Enjuta, de baja estatura y piel cetrina, vestía como pájaro de mal agüero de los pies a la cabeza y no parecía que anduviese con naturalidad, sino que daba la sensación de que corría, como si constantemente huyera de alguien. Y si te fijabas en sus ojos, descubrías el peso del mundo en la mirada. Se pasaba el día yendo de casa a la iglesia y de la iglesia a casa, interrumpidas únicamente estas idas y venidas por algunos paseos por el pueblo y visitas a enfermos, con el fin de socorrer a las personas que tuvieran la suerte de cruzarse en su camino. Soltera por vocación, aunque poseía una magnífica vivienda en la Plaza Mayor del pueblo, se vino a vivir a nuestra casa cuando nació mi hermana Andrea. Según ella, para asistir a mi madre después del parto y ayudar en la crianza de la criatura. Su estancia se prolongó hasta el final de su vida y marcó la nuestra y aunque con los años aprendimos a vivir sin que nos hicieran mella sus fatales predicciones y temores, en muchas ocasiones sufrimos las consecuencias de su forma tan especial de ver la vida. Se decía vidente (nosotros, agorera) y creía que adivinaba algunas de las calamidades que sucederían, pero, que yo recuerde, nunca acertó lo que nos deparó en su día la fortuna ni tampoco creo que

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Blanca Fernández Sánchez

Mi tía, Dios la tenga en su gloria, se tenía a sí misma por una persona notable. De férrea convicción religiosa, creía firmemente que la Divina Providencia la había bendecido con poderes extraordinarios y que, cito palabras textuales, la había dotado con esos dones maravillosos para salvaguardar a familia, vecinos y conocidos de las desgracias propias de la vida y, de paso, ayudar a algún que otro descarriado a volver al camino recto.


Voladas Año 2, Nº 4 rescatara a ningún descarriado. En casa, para evitarnos en lo posible tales desgracias nos ponía a rezar a mayores y pequeños. En el pueblo era conocida como la santurrona porque era la persona más devota en muchos kilómetros a la redonda y se encargaba de todo lo relacionado con la parroquia: lavaba y almidonaba primorosamente los pañitos que se utilizaban en el altar, mantenía impecables las casullas, albas y estolas del párroco, colocaba las flores, ejercía de sacristana… De todo. Lo peor es que arrastró a mi madre en su fervor y su acérrima devoción nos acarreó muchas horas de aburrimiento pues, entre otras cosas, nos obligaba a rezar el rosario todas las tardes, los cinco misterios completos. A mis hermanos y a mí a menudo se nos iba el santo al cielo y para evitar tal ignominia nos obligaba a rezar en voz alta pero, aunque no permitía la menor distracción, nosotros nos las apañábamos para comunicarnos con gestos y a menudo cambiábamos intencionadamente la letra del avemaría. También estaba emperrada en que fuéramos todos los días a misa; menos mal que mi madre se compadecía de nosotros y no nos obligaba, excepto los domingos. Con la perspectiva que te dan los años, hablo ya sin resentimiento de ella aunque nos hizo pasar más de un berrinche, pues he comprendido que, al igual que nosotros, también era víctima de sí misma y no solo no adivinaba el futuro ni creo que salvara jamás a un solo descarriado sino que parecía no darse cuenta del presente y vivía en una especie de limbo que se había construido a su medida.

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Voladas Año 2, Nº 4 Mi tía se había venido a vivir a nuestra casa para ayudar a mi madre a educar a los hijos, pero nosotros, los hijos, desoíamos con terquedad sus consejos y no aceptábamos ninguna de sus sugerencias. No habíamos pactado tal conducta ni creo siquiera que habláramos expresamente de ello, pero obrábamos como si lo hubiéramos hecho y los cuatro nos oponíamos a sus exigencias, por lo que en casa las trifulcas eran continuas. En un pueblo pequeño, donde todos nos conocíamos, ser los sobrinos de la santurrona no te reportaba nada bueno. Al contrario, todos nosotros en algún momento de nuestra infancia tuvimos que demostrar a los demás chicos que no éramos como ella y que no teníamos nada que ver con sus nefastos vaticinios. Nos costó no pocas peleas, eso sí y es que mi tía cada vez que se encontraba con alguna madre en compañía de sus hijos y le pareciera que alguno de ellos no tenía un aspecto saludable, se revolvía ese corazón de curandera y le daba minuciosas indicaciones de lo que debía o no hacer para evitar males mayores. Para desgracia de los chicos, los consejos pasaban por tener al muchacho encerrado en casa unos días. Como tenía un miedo atroz a todo lo que nos rodeaba, se pasaba el día en tensión, temiendo una desgracia inminente. Para alejar tales infortunios se santiguaba continuamente y recitaba una especie de letanía interminable que nos hacía refunfuñar y que nosotros imitábamos a la perfección cuando queríamos burlarnos de ella. Lo malo es que llenaba la cabeza de mi madre de temores innecesarios que nos privaron de no pocas salidas y excursiones. Menos mal que mi padre se mantenía ajeno a sus recelos. A él acudíamos cuando nos sentíamos demasiado asfixiados por la situación. Ponía orden y hablaba con mi tía, que se recluía ofendida un día o dos en su cuarto para rezar con más fruición, releer los Evangelios, un librito de pastas rojas del que jamás se separaba, y persignarse aún más. Pero mi padre, por su trabajo, no pasaba mucho tiempo en casa. Era el propietario de la fábrica de la luz del lugar y el responsable del alumbrado del pueblo. Estaba todo el día de acá para allá, ya fuera arreglando el transformador general, el tendido eléctrico o problemas particulares. Tenía muchos quebraderos de cabeza y poco tiempo libre, por lo que a mis hermanos y a mí no nos quedó más remedio que aprender a defendernos en solitario de las [5]


Voladas Año 2, Nº 4 injerencias de mi tía y procurar que sus temores no nos amargaran demasiado la vida. Mi hermana Andrea, no sé si por ser la más espabilada o por ser la mayor y haber padecido más tiempo sus predicciones, se reía de ella e imitaba a la perfección. En cuanto se ausentaban mis padres nos reuníamos los cuatro hermanos en el patio trasero, al amparo de una higuera, y mi hermana empezaba su representación. Ponía cara como de entrar en trance, con los ojos vueltos, la cara al cielo y babeando (lo del babeo y ojos vueltos era de cosecha propia) con voz de ultratumba nos contaba historias de desgracias y maldiciones. Juan y Beatriz, mis otros dos hermanos, asentían mientras se reían a carcajadas. Al final terminábamos todos babeando y medio bizcos. Estábamos muy unidos y no competíamos unos con otros. El enemigo a neutralizar era mi tía… Cuando yo tendría unos nueve años se produjo el hecho extraordinario que mejoró notablemente nuestra vida. Lo recuerdo como si fuera ayer pues fue la escena más fuerte que yo había vivido hasta entonces en mi casa: era domingo de Ramos y mi hermana, que ya había cumplido los dieciocho, pidió permiso a mis padres para pasar el día en el campo con sus amigos. A mi padre le pareció buena idea, pero cuando mi tía se enteró de que mi hermana no iría a misa ni a la procesión en día tan señalado, se enfureció, se enfrentó sin miramiento a mi padre y le acusó de malcriarnos. Dicha acusación debió ser la gota que colmara el vaso. Mi padre no le contestó, simplemente la miró lentamente (yo nunca antes había visto tanta furia en sus ojos) y se dirigió al piso de arriba, a la habitación de mi tía. Regresó con su libro de los Evangelios. Fue suficiente. Al verlo en sus manos mi tía palideció, se le desencajó el rostro como si hubiera visto al mismísimo diablo y sin mediar palabra corrió a encerrarse en su cuarto. Nos quedamos todos helados. Mi madre, desconcertada, le preguntó a mi padre acerca del significado de aquel gesto. Mi padre, lacónico, le contestó que ya hablarían. Nosotros, boquiabiertos, también le interpelamos pero tampoco nos respondió. Cabizbajo abandonó la casa.

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Voladas Año 2, Nº 4 Era una situación tan desusada, tan inesperada que no sabíamos cómo actuar ni qué hacer. Mi madre subió al cuarto de mi tía pero ésta no abrió la puerta. Ni siquiera bajó a comer. Solo abandonó la habitación para acudir a la misa vespertina. Como yo era el más pequeño olvidé pronto el incidente y me entretuve con mis juguetes. Andrea se fue a la excursión, por lo que fueron Juan y Beatriz los que trataron de encontrar una explicación a aquel suceso extraordinario. No lo consiguieron, a pesar de que repasaron hoja a hoja los Evangelios de mi tía en cuanto ésta salió por la puerta. Dentro no había nada. Ni una anotación ni un simple papel o fotografía que vertiera un poco de luz sobre lo sucedido. Reunidos después de cenar en la habitación de mi hermana mayor ideamos mil y una conjeturas, a cada cual más disparatada, desde que tenía un novio secreto con el que se reunía en la iglesia hasta que los Evangelios eran falsos, pero no sacamos nada en claro. Beatriz, que era muy ocurrente sentenció: “Nada, que su reino no es de este mundo” y con esta lapidaria frase que ellos aplaudieron con regocijo y yo no entendí, nos fuimos a la cama. Mis padres tampoco soltaron prenda al día siguiente ni en los sucesivos, a pesar de nuestra insistencia. El caso es que mi tía dejó de ser lo que era. Aquel día. Y jamás volvió a ser la misma. Continuó con sus rezos y sus rutinas hasta el final de su vida pero a nosotros nos dejó en paz. También sus idas y venidas a la iglesia se espaciaron y dejó de lado sus augurios. Sus ojos se ensombrecieron, aunque no sabría decir si desapareció o no la cólera de su mirada. Tampoco podría aseguraros que llegara a encontrar la paz… A lo largo de los últimos años he preguntado muchas veces a mi padre sobre el misterio de aquel libro, pero a día de hoy sigue guardando el secreto y me temo que jamás lo compartirá con nosotros. Mi madre se escuda en que ella también lo ignora.

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Los minutos de mi día EL primer minuto crece hacia afuera, abre mis sentidos, llena mis ojos de alba y me deja a las puertas del nuevo día. Yo me entrego a la mañana con mi forma de hacer la vida. Soy minutos. Ahí está el que se abre camino por su cuenta y se adueña de mi tiempo, el abnegado, el que arrastra los pies y me arrebata algunas horas, el desbocado cual caballo salvaje. Impulsan mis ganas de vivir los rendidos a la luz, a la alegría y danzan con la verdad. Incongruente, a menudo el que calla, habla con elocuencia, se convierte en mi memoria. Y siempre hay alguno al borde del naufragio. ¡Cada día he de buscar el cable que amarre ese barco a la deriva! Los rebeldes, desprendidos del reloj, encuentran su sitio entre las palabras; los desgastados por el trasiego diario se disuelven en la bruma cárdena del ocaso. Aviva mi corazón el minuto de necesidad, el que con su sola presencia me hace feliz, el que se convierte en talismán del ánimo caído, el que me trae el rocío de las olas y descoloca con su ánimo el mutismo, el que vacía mis horas de rutina y el que galopa a gritos por la noche. Entre todos construyen mi torre de naipes, ese castillo de arena que es la vida.

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Música en la sangre FEBRIL y libre galopa esta tarde la vida por mi sangre. Soy la palabra rebelde que escribe en las paredes del ocaso un poema excomulgado, la primera luz de la mañana en tus ojos, el viento que ahuyenta las penas de un maldito día, el agua que lame las cicatrices de una herida sangrante, la voz que dibuja el grito de los hambrientos. Soy la heroína que endereza causas perdidas, la hija audaz que abandona la gran casa familiar en busca de su sueño, la madre que coloca en el pecho del hijo la respuesta a cualquier pregunta. Soy el reloj ordenado del tiempo, la mirada temblorosa del amor y también la tercera hormiga en procesión; la hoja más ligera del sauce. Soy todo eso y mucho más. Lo que nunca seré: una mujer rendida.

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Conchi Castellano García

Cada rincón de la casa CADA rincón de la casa guarda una voz que vive sin calcular el tiempo, ajena a su paso. Rincones que esconden además secretos inconfesables y alguna sombra de invierno, donde reposa una lejana infancia dormida y transformada en realidad o en viento desobediente que rompe, en cada vuelo, las moléculas de aquellos otros seres que también la habitan.

Es tan fácil ES tan fácil callar y no decir nada, tan fácil dejar que los fantasmas se agarren a los relojes e inventar una playa donde se abandone el viento. Todo es tan fácil que resulta ingrato vivir asfixiado y urgente sin soportar al que se es, deambulando por caminos que no sabemos si olvidarlos o recordarlos. Pero no, no es tan fácil caminar por el mundo y, dejar que ruede haciendo como si sus fríos ojos no pudiesen hundirnos en la oscura cavidad de su aliento con solo mirarnos. [10]


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Una noche de noviembre HAY noches de noviembre que se inundan de lluvia como si el cielo tornara todo su silencio en diminutas gotas. Noches que parecen que ya no estuvieran en el tiempo, noches vacías que se miran desde fuera de los ojos. Todo tiene el aspecto de un instante, de un adiós pronunciado con las palabras sordas de una mirada. Noches en las que parece que todo muere cuando oscurece y en las que la vida se vuelve ausencias. Será que las noches de noviembre me recuerdan a ti, o la ausencia de ti. Será que aún no dejo de preguntarme por qué de todos los que habitan en este mundo tuviste que ser tú, precisamente tú, el que se fuera aquella noche.

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El ayer EL ayer es un tiempo breve, una estación de puertas abiertas, de sueños atados como globos a hilos de invisibilidad sedosa.

Es un instante hecho con mañanas de dulces sombras, con palabras sabor a menta donde el reloj olvidaba contar sus horas y la vida avanzaba con pereza. Hoy, es solo una muñeca que reposa olvidada sobre una repisa, unas fotos gastadas y atesoradas en una lata herrumbrosa para cubrir el hueco azul de la infancia.

Cuánto no daría por caminar de nuevo en aquel bosque de la niñez y deambular bajo la frescura de sus hojas, llenando, otra vez, de inocencia todos los cajones vacíos. Cuánto no daría por volver a esos días en los que el sol imitaba mi risa y a esas noches de rombos recortados en papel que me hicieron sospechar de la simplicidad de la vida. [12]


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Jardín de invierno LA primavera huyó huérfana de la luz y del susurro colorido de las flores y el jardín se ha quedado silencioso, alejado de la musicalidad de los pájaros, lleno de espacios dibujados con las sombras de la tarde. Sus árboles se han disfrazado de un verde nostálgico, del fantasma de una yema temprana, de un cuerpo que merodea callado entre las hirientes y secas ramas. Las hojas amarillas cobijan un sueño revoloteador, desteñido y marchito que añora el candor de una primavera que está tardando demasiado.

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Las paredes LAS paredes guardan en su memoria palabras que nadie oye, que se quedan vagando entre el aliento y el susurro amortiguadas por el tiempo. Ellas atrapan la ingravidez de la vida, las sobras de sus imágenes, los sueños que cada noche escapan transparentes en el silencio. Secretos olvidados o escondidos, refugiados del frío de la noche como un fantasma sin rostro.

Hay recuerdos HAY recuerdos que son como una ola constante que repite sus movimientos lamiendo la orilla. Otros que se sienten como un duro destierro de los sentimientos, escurridizos como aquel tren que perdimos por apenas unos segundos. Recuerdos que son, la mayoría, simples imágenes en fotos silenciosas que construyen una memoria casi incompleta y, a veces, imperfecta

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El laberinto de su oasis EN aquel atardecer en el que el sol se tornó rojizo e hizo arder el cielo con su luz cegadora caminaste despacio, fosilizando tu sonrisa. Te fuiste con las manos llenas de sueños, olvidaste, a propósito, la brújula en un estante y dejaste que la música de una quimera te alejara de los transparentes cristales. Lanzaste la llave del silencio al fondo del mar y todo para perderte, de nuevo, en el laberinto de su oasis.

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Perder la fe PROFESIÓN que me dibujas frente a un espejo intentando enseñar aquel que no soy. Demasiado tiempo expuesto, demasiado tiempo fingiendo saber lo que hay que saber y decir, estableciendo la ley.

Javier Gallego Dueñas

Una fatiga intensa, una polvareda, un viento, unas sombras que suben por mi garganta y apenas sirven para articular las voces que cada mañana fingen la roca que debería ser. Servir de guía cuando no existe ninguna creencia, rutina alguna que muestre senderos o certezas. Ninguna luz cegadora en el camino. Pretender sin mucho éxito que asciendan las llamas de los cirios, que se aplaquen los vientos, que el sagrado incienso de la conciencia y la luz del saber callado conforten o participen de la comunión mística de un texto. Acabar de blanco de los dardos, servir de sacrificio en tarimas y altares, ser la ofrenda para expiar todos los fracasos, cuando eres tú mismo el fracaso, el derrumbe, la niebla. Sólo soy el padre al que matar.

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Elogio de la hipocresía sincera. DEJAR atrás toda nostalgia, abandonar la melancolía monocorde de un quejumbroso lastimero. Enfrentar, siempre que puedas, con una sonrisa de camaleón la vida. Desterrar antiguos hábitos, no andar con paso cojo, saltar, de vez en cuando, en el trampolín de las emociones engañosas. Embriagarse, sí, embriagarse de falsas alegrías si hace falta, aparcar la lucidez en un cajón que olvides en el fondo de un trastero. Cumplir a rajatabla estas promesas, aunque nochevieja ya pasara. Trampearte, traicionarte, jugártela con una felicidad de cartón piedra. Comprar a plazos, con tarjeta, una normalidad beata y simple. Dejar de ser tú en dos instantes, probar la máscara corriente, experimentar la vida como viene y no reprocharle lo que ansías. Desmemoriarte de un sufrimiento que te acompañó como una sombra. Quizás, a lo mejor, con suerte, el nuevo hábito se instaure, y las trampas, los engaños y tu máscara te hagan dichoso el resto de tus días.

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Quisimos controlarlo todo NO siempre estaremos aquí, y seguirán estallando de color las flores, y a lo largo del camino amapolas teñirán de Renoir las cunetas. Abandonarán el cuidado los enfermos y conductores ebrios llegarán a salvo, cruzarán niños solos los semáforos sin que una brizna de hierba los roce. Quisimos controlarlo todo, evitarles rasguños, llantos, lesiones, y llegaron lluvias, tempestades, zarpazos. Asistimos tras un cristal antibalas a la selva de susurros y venganzas. Nada pudimos hacer, nada podremos más que esperar sentados a que el teléfono nos tranquilice con su sobresalto. Confiemos ciegos en la bondad del mundo, del que ni tú ni yo fuimos cómplices, porque vigilar a todas horas no hizo sanar ninguna herida. Cuando ya no estemos, porque ya no estamos seguirán girando a la deriva, el azar, lo necesario, los fuegos artificiales y los sapos. La lista de pendientes nunca acaba, aprender a nadar, a gatear y deslizarse, a atarse los zapatos, a dormir a pierna suelta, a cuidar del aire que respiran, mantener el orden de calcetines y de libros, usar ibuprofeno y fallar canastas, aprender a sudar y a suspirar cuando alguien mira. Tendremos, eso sí, que hilvanar sus historias, los juegos y los regresos, los testigos y las sombras. Atesoraremos para ellos las fotografías para que cobren sentido en sus memorias. [18]


Voladas Año 2, Nº 4 Guardaremos en cajas fuertes sus agonías, pesadillas de andar por casa y sus pequeñas sorpresas, aquellas que puedan ruborizarlos con el tiempo. No necesitamos mapas con pistas porque nosotros mismos enterramos sus secretos. Aprenderán, como aprendimos, a maldecir con voz en grito, a insultar entre dientes, y seguirán las amapolas brotando entre las zarzas.

Una historia social del caminar. CAMINAR, respirar, Abrazar el aire que te recorre a través de tus pulmones. Viajar por el tiempo exacto de cada respiración. Un paso y otro paso, alcanzar las direcciones, poco a poco, sin trampas ni atajos Contemplar cada rostro, cada portal, cada adoquín. Respirar los olores de la calle, del salitre, del humo. Sentir el peso en tus pies ahondar en la dureza del asfalto del albero, de la arena de una orilla. Un ritmo humano, sin propósito, sin intención de llegar que para eso están los coches, los aviones, los iphones Caminar, Meditar, depender de uno mismo. [19]


Voladas Año 2, Nº 4

Renunciar a las obsesiones RENUNCIAR a las obsesiones es siempre una derrota. Acordarte de cerrar el grifo y no lavarte otras cien veces; procurar con persistencia no comprobar los enchufes y las puertas; aliviar el estrés sin un pitillo; marcarse la meta de pasar de largo ante los espejos; desbaratar la melodía que te trae suerte, no silbar en tu cabeza y que estén mudos tus labios; revolver los cuadernos para no mirar sus márgenes estrictos; cambiar las tazas de sitio, servir el café en vaso largo; educar tu mano para que no marque tu teléfono a deshoras. Vencer en la resignación de no cumplir contigo mismo, de traicionar todo aquello que te da forma y que te ordena, todo lo que eres tú y te define. Renunciar a las obsesiones es siempre una derrota.

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Voladas Año 2, Nº 4

Historia de Sofia – Rosa Marcela Gallego Reyes

Rebelión en papel Sofía preparó algunas prendas y pertenencias, se dirigió a la sala. Sentada a la mesa escribió una carta de despedida. Antes de marcharse recorrió con la mirada la estancia y decidida agarró la maleta. Cuando iba por el pasillo, llamaron a la puerta. Sintió una sacudida que la llevó a abalanzarse sobre el picaporte. Al abrir, un hombre de un aspecto peculiar con barba tupida, la miraba descaradamente, con demasiada confianza. Ella nunca lo había visto antes, pero sin tener tiempo a preguntarle nada, aquel hombre ya había ocupado un hueco en el salón. La observaba detenidamente cuando dijo: – ¿Por qué te empeñas en llamarte Sofía? - preguntó con palabras que parecieron frágiles burbujas. – Significa sabiduría. Irene ya no me llena. La paz en estos días no está de moda –contestó de manera mecánica- ¿Cómo sabe usted que prefiero este nombre? – Todo se explica con el concepto narrativo de la omnisciencia… pero esto no es lo que me ocupa ahora. Solo vengo a pedirte que reflexiones sobre tu decisión. No puedes dejar a tu hermano sólo en esta casa y mucho menos marcharte así, de este modo, con una simple nota sobre la mesa. Voy a ordenarte (y espero que funcione) que deshagas la maleta, pongas cada cosa en su sitio y esperes al momento adecuado, cuando el destino lo exija. Las rebeliones nunca funcionan si desobedeces a tu creador. Irene jamás se había sentido así. “¿Mi creador? ¿Quién se creía ese hombre que era? ¿Dios?” Pasaron unos instantes y aquel desconocido que le resultaba extrañamente cercano le había hecho dudar de su tan pensada decisión. Lo decía con tanta seguridad que parecía que conociese el futuro. Con unas pocas palabras había conseguido desmontar su mundo. Se había equivocado, eso era seguro, la vida seguiría su curso. Ese cambio quedó plasmado en su rostro y su lenguaje corporal así lo indicaba. El desconocido se despidió satisfecho de su logro. Giró para marcharse, pero dio la vuelta y la contempló en vivo por última vez. Irene… sublevándose de tal manera en la que ya no le satisfacía ni su nombre y que con unas palabras volvía a su papel. Entonces le espetó como para ayudarla: – Discúlpame, Irene. No me he presentado: mi nombre es Julio Cortázar y todavía no es el momento de abandonar; “La casa aún no está tomada”. [22]


Voladas Año 2, Nº 4

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Historia de Sofia – Lourdes Couñago Mora

Sofía preparó algunas prendas y pertenencias, se dirigió a la sala. Sentada a la mesa escribió una carta de despedida. Antes de marcharse recorrió con la mirada la estancia y decidida agarró la maleta. Cuando iba por el pasillo, llamaron a la puerta: Ring Miró hacia la puerta, sobresaltada. Al girar, sus ojos quedaron colgados del cuadro que juntos compraron en Tánger, en aquellas vacaciones en las que todo eran besos y miradas. Ring El sonido del timbre. Tétrico, lúgubre, como su estado de ánimo de hembra herida. Se aproximó despacio y, lentamente, sin hacer ruido, miró por la mirilla. Nadie Ring. Notó un aire helado enredándose entre los poros de su piel. – “Deja de ver esos programas, que luego no eres capaz ni de ir sola al baño, siempre temiendo encontrarte con un fantasma mirándote desde el espejo”, le decía él entre sonrisas, en aquellos días en los que todo eran bromas cómplices, antes del desastre, de la hecatombe, de la brecha entre ambos que ninguno tuvo la fuerza y el deseo de salvar. Ring Terror negro, profundo e irracional. Detrás de la puerta, nadie. Así se lo decían sus ojos, ávidos, atisbando por la mirilla hacia el otro lado. Nadie. Pero el timbre… Y si… tanto había deseado su muerte desde que supo de su deslealtad, le quería tanto… y ahora le quería estrellado en el avión en el que se marchó con aquella, o ahogado en las playas donde retozarían su recién estrenado amor, o comido por mil pirañas, por caníbales hambrientos de tribus primitivas. Y si… y si después de tanto desear su muerte, él venía desde el más allá para pedirle perdón, decirle que ella había sido la mujer de su vida, que su último pensamiento le había pertenecido, que amaba su risa, su mirada, la forma en que los rizos le caían sobre la nuca, su gesto cuando le escuchaba, atenta, bebiéndose sus palabras.


Voladas Año 2, Nº 4 Ring Terror helado, atroz, que limita Imagina a su amor al otro lado de la puerta, pálido, ingrávido, sutil. Abre aterrada. Enfrente… su amor encogido… no… un enano… no… el hijo de su vecina la de arriba –“Que dice mi madre que si me puedes dar el trapo que se le ha caído” Y Sofía, se echó a llorar.

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Voladas Año 2, Nº 4

Las maletas de Sofía

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Historia de Sofia – Belén Peralta

Sofía preparó algunas prendas y pertenencias; se dirigió a la sala. Sentada a la mesa escribió una carta de despedida. Antes de marcharse recorrió con la mirada la estancia y decidida agarró la maleta. Cuando iba por el pasillo, llamaron a la puerta… —No pienso abrir. Me da igual si es ella, o la vecina o el portero. No pienso abrir. Sofía hablaba en voz alta, como hacía últimamente. No había nadie para escucharla, pero ella sola se bastaba y sobraba. —Joder, qué pesadito o pesadita. ¿No se va a ir nunca? La mujer resopló con fastidio y dejó la maleta sobre el suelo. Se sentía molesta ante esta interrupción justo cuando estaba a un paso de que su vida diera un vuelco, otro más de los que en estas semanas estaba acostumbrada a padecer. Volvió su vista hacia el papel que había dejado sobre la mesa y cerró los párpados. Pensó en ella, en la mujer que posiblemente era la que estaba tocando el timbre y necesitaba hablar con Sofía. Pero se estaba empezando a sentir floja, su respiración era más agitada y el efecto de las pastillas que había tomado veinte minutos antes ya se dejaba notar. Se tumbó en el sofá y pensó que otras veces se había quedado sola en su vida y no pasaba nada porque ahora volviera a ocurrir. Lo necesitaba. No quería abrir la puerta para dejar pasar a la mujer que había sido su pareja en estos últimos tres años, a esa chica que, a modo de pesada mochila se había convertido en una maleta más, la que a pesar de ser su némesis había sido a la vez su mejor complemento. “Bonito oxímoron”, pensó Sofía mientras se sumergía en un sueño profundo, y mientras que el papel escupía las razones de su suicidio y la maleta quedaba junto a ella sin abrir. Mientras se recuperaba en el hospital, horas después, Sofía meditó sobre su plan fallido y recordaba como en una ensoñación que unos policías la rescataban. “La próxima vez, no le dejaré mi ropa in extremis a mi vecina de al lado. ¡Y qué tonta fui dejándole una copia de mi llave! Calculo mejor la dosis, y, aunque allá donde esté me arrepienta por haber sido una egoísta, mis prendas se quedan en el armario, y la maleta, en el altillo. Lo juro”.


Historia de Sofia – María Ascensión Marcelino Díaz

Voladas Año 2, Nº 4 Sofía preparó algunas prendas y pertenencias, se dirigió a la sala. Sentada a la mesa, escribió una carta de despedida. Antes de marcharse recorrió con la mirada la estancia y decidida, agarró la maleta. Cuando iba por el pasillo, llamaron a la puerta. Contuvo la respiración unos segundos en los que los latidos de su corazón se dispersaron por el flujo de su corriente sanguínea, cobijándose alocadamente tras las orejas, en el cuello, en el pecho. Todos sus sensores corporales se dispararon al tiempo que la ansiedad la inmovilizaba a su centro de gravedad como si fuera una perra de caza en busca de una presa, inmóvil, alerta y en actitud de escucha. Andrés no tenía que volver hasta la noche, no esperaba ninguna visita, el orden de su cotidianeidad fluía con más reposo que su pulso acelerado. Esperó a una segunda llamada, la del cartero tal vez, la de un Jack Nicholson perdido en medio de la nada llamando a su puerta en busca de un teléfono y un vaso de agua. Sofía se vio echada sobre la mesa de la cocina abierta al mundo, tan limpia, tan ordenada, como si fuera a volver, como si nunca se hubiera ido. A la segunda llamada, dejó la maleta en el suelo y abrió la puerta. Ningún Jack Nicholson. La cartera le dio los buenos días y le entregó un sobre. El telegrama estaba escrito en inglés. Señora, tiene que firmar aquí. El aquí era un papel transparente en el que estaban escritos sus datos y los de la remitente, Erika Lust. He leído su guion, me ha parecido fantástico. En el aeropuerto tiene un pasaje a su nombre, un cheque y un sobre. En él encontrará todo lo que necesita saber. La espero. Eran las dos y cuarto de la tarde, no hacía calor, tampoco frío, las paredes le parecían más estrechas, el suelo más sucio. La carta de despedida que había dejado sobre la mesa era ahora una hoja seca, un instante que había que dejar atrás. La sacó del sobre y la volvió a leer. Querido. Te he dejado la tortilla en el horno. No me esperes levantado. Llegaré tarde. Borró esto último. No llegaré, escribió en su lugar. De viaje por asunto de negocios. Abrió la puerta de par en par, se abrochó el abrigo y salió a la vida.

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Voladas Año 2, Nº 4

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Historia de Sofia – Rosa Freyre del Hoyo

Sofía preparó algunas prendas y pertenencias, se dirigió a la sala. Sentada a la mesa escribió una carta de despedida. Antes de marcharse recorrió con la mirada la estancia y decidida agarró la maleta. Cuando iba por el pasillo, llamaron a la puerta. Esperó unos instantes, en cierta forma, los suficientes para hacer un último esfuerzo, articular una palabra final. La llamada volvió a repetirse y Sofía abrió la puerta, con miedo, como siempre. Dos policías se presentaron y le preguntaron si Juan Pérez Pérez vivía allí, Sofía asintió. Los policías locales, con voz baja, le indicaron si podían entrar. -Pasen, por favor-, les contestó Sofía. -Verá, señora, empezó uno de ellos, a lo que el otro añadió: ¿Es usted su esposa?- Con palabras temblorosas, Sofía asintió. Se palpaba la incomodidad del momento. -Su marido, Juan Pérez Pérez ha sufrido un grave accidente esta mañana, al cruzar una calle, cuando aún el semáforo estaba en rojo, y ha sido víctima de un atropello. Lamentablemente, ha fallecido-. Sofía quedó perpleja, asustada, tanto que le costó reaccionar. -Si quiere, señora, la podemos acompañar a la Comisaría de Policía, para hacer los trámites correspondientes, y pueda usted identificar a su esposo, y darle sepultura- le indicó uno de los policías. Sofía permanecía callada, y aún tardó tiempo en responder: -Verán, prefiero esperar un poco, asimilar yo sola esta terrible noticia.-. Los policías le informaron que, en cualquier momento, podría dirigirse a la Comisaría y realizar cuantas gestiones fueran convenientes. Sofía agradeció las muestras de condolencia, y rogó a los agentes que se marcharan, no sin antes pedirles un favor. -Señores agentes, ¿les importaría llevar esta carta a la Comisaría e introducirla entre las pertenencias de mi marido? Quiero que esté para siempre junto a él-En absoluto-, contestó uno de ellos. -Entre sus objetos personales la pondremos-. -Gracias, caballeros.Sofía cerró la puerta, se volvió con una sonrisa que se dibujaba de oreja a oreja, y pensó: ¡No iba a dejar marcharte sin que supieras cuánto te odio! Contigo lo llevarás escrito, siempre. Cerró la puerta, y sin titubear, se marchó.


Voladas Año 2, Nº 4

Juan José González Castellanos

Mimado y ridículo. NACÍ en el seno de una recua de mulas testarudas donde se me caramelizó con algodón rosita de feria. Ellas supusieron en mí el desperfecto de algún tipo de debilidad genética inexistente a primera vista. En una cajita de galletas encapsularon un patuco, una medallita conmemorativa datada, el calor retorcido de mi cuerpo en forma de cordón umbilical, mis primeros balbuceos, un diente de leche con pie de oro y un suspiro tiroteado con la señal de la santa cruz realizada con el dedo pulgar de mi abuela, confundido con un conato de llanto. Como una momia del altiplano quedaron allí, apergaminadas, todas aquellas vivencias. A partir de ahí mami me atosigó, intransigente, con la abundancia de la cuchara, temerosa de que perdiera el clímax estomacal. A gatas y llena de dolores por la vejez, la tata anunciaba mi llegada ataviada con una guadaña desmontable, con la sana intención de guillotinar a todo aquel indigente que se molestara en desvelarme una vida más allá del muro. También a papá le asignaron la misión de francotirador ante la posibilidad de un secuestro exprés. Y por la calle fui conducido por el cepo del abrazo maternal temerosa del ataque kamikaze de algún niño del barrio. En verano no me dejaron saborear el frescor de las olas por temor a los tiburones acechantes en los boleones*. De aquella forma pasaron mis días, enmelado por una manicura perfecta y ropita de marinero. Y con tanto júbilo se festejaron mis ñoñerías en mi casa que estuve a cubierto de la lluvia durante una larga infancia. Así fue cómo me sepultaron bajo una trinchera de cristal reforzado tan alta como su propia ignorancia. Adulto ya, presentaba los síntomas claros de esta estupidez. Me había convertido en un hipocondroso, melicondriaco o vulgarmente llamado carajote. Tenía un protocolo decidido para demostrar rechazo a los más básicos principios alimenticios. Con un método infalible olía las comidas, revolvía y expurgaba los alimentos como rechazo definitivo. Las frutas y verduras eran manoseadas entre mis manos en un extraño rito antes de comerlas con mueca de atragantado. Ya satisfecho después de comer, teatralizaba las más insospechadas enfermedades terminales. Espantada mami me acurrucaba con el pijama de la siesta para esperarme con el zumito del despertar. [28]


Voladas Año 2, Nº 4 Papi, antes de morirse, me obligó a jurar que la crisis económica no se llevaría el negocio familiar. De él heredé una empresa maderera a pequeña escala, incubada ya en la frialdad del vientre estéril de la ruina. En ella vendíamos mondadientes afilados por los préstamos. Pero el mercado nunca supo apreciar la delicadeza y finura de nuestros productos. Ni siquiera tuvo éxito la campaña como sustituto del cigarrillo. El hilo dental con sabor a menta y las nuevas tecnologías encerradas en los cepillos de dientes, llevó la empresa a la ruina. Mami ante tanta desgracia se apagó con la muerte y sin familia en la que apoyarme, caí mustio en los brazos de los prestamistas. Las tiras del mimo que dulcemente envolvían mi cuerpecito fueron arrancadas vilmente por los buitres, ensangrentándome con la miseria. Y el vertedero del banco tras la tremenda digestión me escupió por inservible: un Ford Focus modelo de 1998, una cámara Kodak modelo de 1990 y un libro firmado por un mexicano titulado “El caminito del Rey”, donde se me daban consejos para encontrar trabajo y triunfar en la vida. Al libro del azteca me agarré como un náufrago a una pelota de playa desinflada. Asesorado por él preparé un currículo siguiendo sus consejos: foto familiar, experiencia y títulos. Sin perder más tiempo partí para destripar la lengua de mis zapatos recorriendo tejados y acariciando barandillas, de ese modo escruté conventos, desmantelé laberintos y monté cubos de Rubik además de firmar las listas del paro. Hasta que el slogan de un gimnasio dio esperanzas a mis desesperanzas. Decía: “Trabajo y Motivación”. Entré para descubrir que era la casa de la cultura moderna donde la vanidad se hace selfies sobre los espejos y los toneles quieren volver a ser barricas del mejor whisky. El dueño era una masa de tirantes musculosos con lengua y sonrisa de orca que se desternilló pacientemente de mi vida. A regañadientes se ofreció a excretarme en la puerta de una discoteca como portero. Asimismo me brindó una ocupación de mensajero de cristo, cobrando cuotas anuales de sitio en una hermandad mística de más de cinco mil hermanos a lo que me negué incrédulo. Y por fin, acertó con mi inocencia, me propuso un trabajo de noquero, o sea sé, de púgil, más adecuado a mis características. El hambre me convenció de que los contrincantes serían pan comido. Por fin la vida me había mostrado el camino, eufórico volé de alegría como la bufanda de un hincha tras la victoria. Con ilusión me imaginé [29]


Voladas Año 2, Nº 4 engomado por una rusa con cuerpo de caribeña y mostrador con whatsapp. Recubierto por el oro del Potosí, me citaron para el primer combate. Desde el gym me asignaron un coach, me dieron una pesada bata con capucha de fantasma y unos calzones cortos sin hueveras donde la materia quedaba a su libre albedrío, indigestándome aquella incomodidad por la falta de costumbre. El entrenador resultó ser un hombre muy cómodo que gritaba al público mientras me friccionaba el pecho y las entrepiernas, lo que me hizo sentir muy incómodo. Mi enemigo era una mala acémila contorsionada de bultos, con una mirada de bestia ensangrentada. El terror lastraba mis zapatillas amordazando mis pies con las pelusillas de la lona y los fluidos de combates anteriores. Antes de comenzar me sentí arrinconado por el protector bucal que me mordía las encías con infantil rabieta. Cuando sonó la campana me refugié tras el árbitro. Y vagué por el ring, sin presentar batalla, oliendo la loción a Varón Dandy con la que me quería masajear mi rival. Terminado el primer round, volví a la esquina para descubrir que la vergüenza de entrenador que tenía me había abandonado. Desolado, me senté en la silla del fiasco para refrescarme con el abanico de la realidad. La trasparencia de la vaselina me despidió de las rusas con whatsapp, de la fama y del Potosí. En el segundo asalto, me enfrenté a aquella caja fuerte intentando descifrar el código de apertura. Pero la alimaña me arrancó la congoja de un mamporro. Noqueado dormí feliz usando mis guantes como almohada. Tras contar hasta ocho, el juez solicitó parsimonioso, ante mi insignificancia, una parihuela para ser descargado sobre la puerta de un hospital, donde una enfermera empachada me dio garrote vil con un collarín mientras me acomodaba en una fría silla de ruedas. Estuve un par de horas hirviendo hasta que el olor del miedo pasado y el sudor empezaron a sentirse en la sala. Flemáticas, las sanitarias me retiraron el collarín y ante tanta peste, me patearon dirección a la salida. Al final, y ante el mísero rendimiento volví con mi Ford Focus del 98 y a mi desvelada cámara Kodak del 90 destronado por el peso de la derrota. Con profunda rabia, me deshice del libro escrito por el mexicano vomitándole tantos años de felicidad. Solo y agarrado a mi

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Voladas Año 2, Nº 4 cajita de galletas, mis lagrimitas de Lladró me hicieron añorar aquel tiempo en el que fui un niño regalado.

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Boleones: olas [31]


Voladas Año 2, Nº 4

Soy yo. YO soy Filípides vestido con madurez infantil. Soy furioso como una batidora. Soy el sosegado pasaporte sellado. Soy el incompleto DNI caducado. Soy la alegría de una maleta arrastrada en la puerta de un colegio. Soy la impaciencia de una cola de supermercado. Soy la liebre que pierde todas las carreras, el motor que se resiste a arrancar. Soy la intransigencia del despertador, la del rico y la del hambre. Soy la torpeza del novato disfrazada de incertidumbre nerviosa. Soy un charco que debes cruzar, la vía láctea y un salario mileurista. Soy tu última palabra, el primero de la fila y el hijo bueno. Soy el primero que te vio y el amante sin imaginación. Soy un listillo fanfarrón y la mirada descarada del miope.

Triatlón DE foca imprudente, salto al foso de los leones para luchar con los delfines a sartenazos y pasear, ahogándome, sobre la harina de las olas. Asfixiado llego a la pasarela de la orilla, náufrago de las cámaras de fotos y las risas de las modelos. Me despellejo sobre el asfalto para embutirme en el casco de las meditaciones. Arreando mi burra, converso con una recua de filósofos descerebrados al son musical del circo, montados en un carrusel de caballitos de fibra y carbón. Espoleado por un precipicio de zapatos doloridos, descabalgo para desfilar en un carnaval de cabareteras y drag queens. Busco miope el reloj encorsetado del tiempo. Así, corro zombi huyendo de los machetazos del cronómetro mientras un pitido exprime el zumo de mi corazón. Por fin alcanzo la camiseta técnica del triunfo final para darme un baño de abrazos y agua mineral. [32]


Voladas Año 2, Nº 4

Hospital. ¿QUÉ hay en el armario? ¿Cómo se comparte un baño? ¿Por qué los ventanales de los hospitales están cerrados? ¿Qué es ese olor? ¿Quién decidió el color de las sillas? ¿Cómo pudo llegar la TV a un púlpito tan alto? ¿Cómo se puede abrigar uno con este pijama? ¿Qué encierran las zapatillas para que se repelan? ¿Por qué el miedo huele a descomposición? ¿Quién enciende la luz cuando voy a dormir? ¿Quién se llevó el bolso? ¿Quién te da la mano sin tu querer? ¿Por qué soy capaz de subir montañas y hoy no puedo dar un paso? ¿Por qué me refleja la luz y no me deja ser invisible? ¿Dónde hay una segunda opinión? ¿Por qué las enfermeras se pintan las manos de azul? ¿Qué trae en los bolsillos un médico de UCI? ¿Por qué no llega ya la muerte?

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Voladas Año 2, Nº 4

Femenino, Masculino, Neutro

María del Carmen Domínguez Domínguez

COMO cada mañana me quedo llorando en la cocina después de desayunar juntas, la veo salir a la calle y disimulo mi angustia a través de la ventana para verla tirarme un beso. No sé cómo aguanta el tirón diario de la antipatía y la incomprensión. Durante su infancia reíamos a diario con sus chiquilladas, con esa sonrisa que le iluminaba toda la cara y con esos abrazos que nos daba apretados a su padre y a mí. Cada mañana en los últimos años y después de su transformación, el padre nos abandonó a nuestro destino, fue el primero en defraudarla. Desde entonces solo nos tenemos la una a la otra. Su género femenino, su edad 23, su tendencia familiar, su ego des– truido por la intole– rancia. Su imaginación desbordada con una capacidad intelectual por encima de la media. Terminó la carrera a los 22, matrícula de honor y número uno de su promoción. Hoy tiene una entrevista de trabajo, la tercera este año. Durante el desayuno, dijo que no había dormido en toda la noche, nerviosa, pensando en qué se iba a poner y angustiada por [34]


Voladas Año 2, Nº 4 lo que podrían reprocharle. No era la primera vez que venía destrozada a casa. Yo, su madre, que la quiero más que a nada en el mundo y estaría dispuesta a cualquier cosa con tal de hacerla feliz, quedé aún más afligida si cabe. En el trabajo, no podía concentrarme, las horas no pasaban con la rapidez necesaria, quería llegar a casa y abrazarla hasta relajarla como tantas veces. Su operación y cambio hormonal fue dramático, pero hoy era una mujer muy bella, con un corazón de oro. Nerviosa llegué a casa, su sonrisa amplia y su abrazo me emocionaron al saber que había conseguido el trabajo. Éramos felices, otra vez.

El destino OYÓ el zumbido de la abeja aproximarse, su pavor fue creciendo en la medida que el sonido se hacía más fuerte a su lado, no creyó poseer ningún atisbo de valentía y como siempre buscó donde refugiar su miedo. Vio una caja de madera grande cerca del banco donde estaba tomando el sol y se metió dentro sin pensarlo dos veces. Allí estuvo quieta, paralizada hasta que los segundos se les hicieron horas, sin querer y temblando se asomó por un trozo de la madera por donde entraba un poco de luz para ver si aquella abeja se había ido. Su corazón dejó de latir, no supo cómo había llegado aquel enjambre en tan corto plazo de tiempo. Las abejas empezaron a entrar por el hueco abierto de la caja y sin más la hicieron la reina de la colmena. Ella, ¡que siempre quiso ser obrera! [35]


Voladas Año 2, Nº 4

Desesperanza CAERÁN las paredes encaladas de la vida y con cada caliche un trozo del ser. Difícil resulta despellejar el tiempo, sacar a jirones los minutos cuando el pasado se aferra al presente como músculos al tendón que los une a la piel recubierta por los años doloridos de la existencia. Qué amarga es la vida sin raciocinio. ¿Cómo se dilatan los poros para dejar pasar cada segundo cuando la capacidad queda anulada por el desánimo? Un torbellino de recuerdos se aglomera en las neuronas, alentando el estallido de dendritas, y desparraman en los axones para explosionar en sinapsis descontroladas, llevando al ser a desfallecer en un instante. Inconsciencia, negrura amarga y solitaria, desfallecimiento continuo, donde la mente no se sostiene sin recriminarse. Dolor exacerbado que balancea la sensatez. Vida inconexa, agonizante, vida de desesperanza.

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Voladas Año 2, Nº 4

La rosa ¿DE dónde cogiste la rosa que me ofreciste si solo saliste a pasear por la orilla del mar? ¿Fue el viento de levante quién te sacó de la arena o encontraste un café con amigas al atardecer? ¿Es este aroma el que me traslada a los jardines de Granada? ¿No podría ser que viajáramos de nuevo al pasado por el olor? ¿Sabes cómo añoro los viajes de ayer? ¿Será esta rosa la explosión de la aventura? ¿Nos vamos el viernes a perdernos como entonces? ¿Dejamos atrás lo cotidiano y disfrutamos como niños de nuevo?

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Voladas Año 2, Nº 4

Pasado Literario COMENCÉ limpiando la miel que había resbalado de los tarros colocados en las estanterías de la cocina, todos de vidrio y colocados en fila de a uno, como era tradición en mi familia y por consejo de mi abuela; mientras, pensaba en la conversación mantenida hacia un rato con mi abuelo. El murmullo incesante de la reunión familiar exterior, se colaba por la ventana enmarcada en el muro de piedra de la casa. Miraba la pared, donde en estantes de madera oscura, colgaban ennegrecidos por el tiempo, los cacharros en desuso de la abuela. Sería razonable ir más allá de la ribera del río, la ciudad no estaba lejos, y conseguir el diploma póstumo otorgado por la Junta Regional de Cultura en memoria de “Banderas del esfuerzo” y “Clase de los recuerdos”, acreditando el pasado literario de mi familia, lo cual fue todo un acontecimiento local. Esos valiosos ejemplares, dos libritos publicados, como dice siempre el abuelo, son valiosos ejemplos literarios de sus antepasados. La reunión familiar se animaba invitándome a salir de nuevo, estas ceremonias frugales, eran todo un acontecimiento para mí. Todos deleitaban su paladar con los manjares y exquisiteces que había en la mesa. Cada uno había aportado viandas novedosas ante paladares cada vez más exigentes. La tarde resulto deliciosa. Un día antes, me había acercado a la ciudad. Al llegar al centro, dirigí mis pasos hacia la casa de la cultura, donde según el portero, el cartero había echado el sobre por debajo de la puerta del despacho de la delegada. Por suerte, la secretaria tenía llave de la oficina y no tuve que esperar para recogerlo y marcharme enseguida. Que poco me gusta un protocolo político. Al llegar a casa ayer, observe en el salón a mi abuelo sentado con una mano en cada rodilla, ese gesto tan suyo de cuando está preocupado por algo. Cuando me vio entrar con el sobre en las manos, su gesto se convirtió en sonrisa y enseguida convoco para el día siguiente la reunión familiar. Mañana salgo de nuevo para la ciudad, dejando a mi abuelo sentado en su sillón con las manos una en cada rodilla, con esa preocupación de no saber si podrá volver a reunirse una vez más con toda la familia pronto. [38]


Voladas Año 2, Nº 4

Recuerdos infantiles VIVO en un pueblo marinero. Desde pequeña me encantaba pasear por la orilla del mar, donde ese olor a algas frescas y sales llenaban de aromas y fragancias mis mañanas estivales. Ese mar me hacía viajar con mis fantasías más allá del horizonte. Era, como si llegados de los confines de la tierra, navegasen por el aire en naves transparentes esos perfumes exóticos de otras orillas. Disfrutaba junto a mi hermana, tumbadas en la arena, a imaginarnos mundos diferentes. Esos mundos que llegaban volando libres por el cielo. Llenos de personajes que hacían creativas a nuestra imaginación y donde nos dejábamos llevar volando con ellos. Recuerdo un día cuando allí tumbadas, apareció una de esas nubes mágicas, era una cara evocada por las fantasías de los cuentos que leíamos por la noche. Para mi hermana era un príncipe hermoso, para mí, era aquella niña que perdida en el bosque lograba escapar a través de los túneles de los sueños. Días maravillosos, donde los cuentos los convertíamos en nubes y las nubes en cuentos. Crear de la nada, imaginar y soñar, era uno de nuestros pasatiempos preferidos.

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Voladas Año 2, Nº 4

La abuela

María del Mar Reyes Fuentes

SU cara marcada por los profundos surcos del tiempo, las uñas desgastadas de duros años de trabajo y sus manos cansadas, pero firmes y tiernas; dispuestas siempre para dar una caricia a su nieta. Viuda desde hace años, vive la eterna soledad que su marido le dejó a su marcha, sentimiento que se acentúa cuando cada noche cierra el cerrojo de su puerta. Fuera: ruidos, voces, pisadas; dentro: tristeza, soledad y abandono. Pero nada de esto impide que canturree por las mañanas entre cacerolas y olor a antiguos guisos y a colada de ropa limpia. Nada, y eso que ahora la crisis obliga a Manuela a compartir, cada día, mesa y mantel con su hija y su nieta. Todos los días compra en el mercado el pescado o la carne mientras se la ve regatear con los dependientes. Su pensión de viudedad es corta y si no lo hiciera no llegarían a fin de mes. Se queja, a menudo, del gobierno. Ella no entiende de política, pero sí de la vergonzosa bajada de su pensión y de que con la crisis se han perdido muchos puestos de trabajo, entre ellos el de su hija. Opina que es mentira que en un guiso para dos, se pueda sacar para tres -a no ser que se eche más ingredientes a la cacerola-. Sabe que los tiempos han cambiado, que antes los padres eran respetados y cuidados y que, sin embargo en estos días, muchos hijos abandonan a sus padres en residencias acordándose de ellos solo en fiestas señaladas. Los niños no aprecian, como antaño, lo que tienen y eso que apenas se tenía nada. Y es que solo le basta mirar a su nieta para comprobar los valores que posee ante la vida y las formas que usa al hablarle a su madre. Tal vez no sea culpa suya sino de esta sociedad que ha perdido sus valores para buscar otros más superficiales y carentes de sentidos. Y a pesar de todo esto, ella es feliz ayudando a su familia. Incluso sonríe ante el cariño interesado de su nieta que la besa solo para conseguir un “regalito” porque sabe que, en el fondo, luego la mira con dulzura cuando cree que no la ve. Recuerda y habla, a menudo, de su vida ya pasada cuando tuvo que dejar el colegio a pesar de lo mucho que le gustaba y cambiar los [40]


Voladas Año 2, Nº 4 libros por pilas y lebrillos, de cómo sustituyeron la regañina de la maestra por la ruda voz de su patrona, de cuánto se le exigía sin importar su corta edad, de cuando las pocas prendas que poseía eran un par de zapatos para los domingos y un vestido para fechas señaladas, de cuando su único juguete era una muñeca de cartón. Ahora cada noche se acuesta muy cansada y antes de apagar la luz mira la foto de su marido pensando que sería bonito cerrar ya los ojos y descansar. Así que... - ¡Por favor, traed aquí una escalera! ¡Quisiera colocar aquí una peana! Aquí, justo aquí en el centro de la plaza mayor de todos los pueblos porque tendría que existir un monumento a cada Manuela, María, Mercedes, a cada abuela que dedica su vida a los suyos y, aún, no han tenido su recompensa.

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Voladas Año 2, Nº 4

Frases sin sentido A menudo, utilizamos frases o expresiones sin sentido y que pueden, incluso, parecer estúpidas. En infinidad de ocasiones decimos: “sube para arriba o baja para abajo”, y digo yo ¿se puede hacer de otra forma? Otras veces, cuando alguien pregunta por un objeto se le suele contestar: “está aquí/allí”. Opino que todos nos perdimos el capítulo de Barrio Sésamo donde Coco nos explicaba lo que era derecha, izquierda, arriba o abajo porque si no, ¡todos sabríamos dónde está el dichoso objeto! Y por seguir en la misma sección, os diré que si alguien no ve algo en el frigorífico pretende que le digamos la siguiente frase: “está en la segunda balda de arriba, en la parte izquierda junto a la mantequilla y el queso, detrás de los yogures”. Cuando una persona enviuda, además de acompañarla en el sentimiento, se le suele decir “te comprendo”, ¡qué vas a comprender tú, si estás soltera y lo más cerca que estás de un hombre es cuando vas al médico de cabecera! Cuando subo en el autobús urbano, que lo hago poco dicho sea de paso ya que está a 1,15 € el billete, la gente no se baja en la próxima parada sino que se “echa abajo”. Todavía estoy intentando comprender esta expresión, tal vez es que soy un poco cortita. Si vamos a comprar a una frutería o carnicería pedimos que nos la de buena – la carne o la fruta, se entiende- ¿tiene el dependiente carne o fruta en mal estado y nos la está guardando para nosotros? ¿Cuántas veces no hemos oído “donde comen dos, comen tres”? Pues no, no es cierto, a no ser que añadas más ingredientes a la comida. “¿Quieres un café? Échame un poquito”. ¡Un poco no, la taza! Y para terminar os citaré una frase dicha, en particular, por personas mayores: “vivo en la calle tal, número tal, ahí tienes tu casa”; yo tendría cuidado con esta expresión, por los tiempos que corren...

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Voladas Año 2, Nº 4

La dispensadora ME pusieron en un gran pasillo de la planta de maternidad del Virgen del Rocío -de Sevilla, mi arma- y estoy muy sola, bueno junto a mí está la máquina de café pero la pobre es muy estirada, así que esté o no, para mí es igual. Pero no creas que me siento triste ¡qué va!, en este pasillo se oye de todo: cosas buenas, malas,... y es que no debemos olvidar que estoy en un hospital. Las noches se hacen largas. De vez en cuando, alguien viene a sacar algo de mis entrañas, precisamente cuando pretendía dar una cabezadita. ¡Oye tú, no me golpees! ¡Sí es a ti, estoy hasta el botón de que me des puñetazos porque no te doy la chocolatina que me has pedido! Sé razonable, llama al teléfono que hay aquí escrito y reclama. ¡Ah!, ¿que tú no llamas a nadie porque eso de reclamar no sirve para nada? Con esos pensamientos así nos va en España, pero a mí me están moliendo a palos. Ante mí se para mucha gente, como por ejemplo el que me saca una botella grande de agua preparándose para una noche larga en el hospital ¡porque mira que se hacen largas! Las enfermeras que no dejan de entrar en la habitación. ¡Tome esta pastilla! ¡Póngase el termómetro! ¿Ha ido usted al servicio hoy? Señorita, con todos los respetos ¿no tiene cosas mejores que hacer? ¡Nacimientos, todos los días! Pero hija, aquí todos los niños son guapos ¿de verdad crees tú que todos los bebés son bonitos? También está aquella familia que habla de su hija porque ha tenido un aborto. Con éste es el segundo, pero ella es joven todavía y hoy en día hay muchos adelantos. Ahí vienen las dos enfermeras de siempre, las que dicen que cada vez están más gordas, pero que no dejan de sacarme chocolatinas las noches que tienen guardia. Mira, Elvi la celadora a la que le toca turno, se trae el táper con la verdurita, el filetito de pollo, el termo con el café, la revista... Niña, ¿tú a que vienes a trabajar o de camping? Y al marido no lo suele traer porque no puede. ¡Anda malage, sácame una chocolatina y las patatas que son lights!

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Voladas Año 2, Nº 4 El esparadrapo que se utiliza para las curas, comentan que cada vez pega menos porque -según cuentan- no hay dinero para comprarlos de calidad y por los muchos abusos ¿por parte de quién? Los pacientes no dejan de preguntar a la enfermera por la llegada del médico. La respuesta, casi siempre educada, de ésta es: “el doctor no tiene hora”. ¡Pues que se compre un reloj! ¡Y si tiene muchos pacientes que contraten más médicos, que hay muchos en el paro! No, yo no me aburro la verdad. No puedo quejarme porque según está España, tengo un puesto de interina y mientras trabaje en la Seguridad Social, en una planta en la que existen más buenas noticias que malas, mi vida seguirá siendo… casi perfecta.

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Voladas Año 2, Nº 4

Lo que permanece HACÍA tiempo que no la veía aunque preguntaba por ella de vez en cuando a su hermana. Le había comprado un pañuelo blanco con unos bordados, un libro de antología poética y unas velas rojas con forma de cerditos voladores. Lo envolvió todo en un paquete cubierto con papel navideño y escogió del cajón un lazo dorado, de los que guardaba de regalos anteriores.

Empezaron a venirle imágenes de Manuela cuando, aún joven, trabajaba de recepcionista en un hotel, andaba enamorada y su hobby preferido era leer revistas del corazón y cantar canciones de Serrat. Sin saber por qué su vida se fue torciendo, los amores fracasando y su rutina en el trabajo y el trato con sus compañeros se convirtieron en un enemigo implacable y amenazador. Aquel escenario fue el centro de sus primeras obsesiones, sus ideas delirantes, creyendo que los demás hablaban mal de ella y querían hacerle algún daño. El mundo interior de su mente se hizo oscuro, y peligroso el exterior. Al final ocurrió lo que se veía venir. Su suspicacia llegó al límite de la sospecha imaginando que querían envenenarla y dejó de beber de la botella de agua y vigilaba su comida con tal celo que se distraía en el trabajo hasta el punto que un día el jefe le llamó la atención. Era tan fuerte lo que le estaba pasando que hasta creía que la perseguían al terminar su jornada. Pero, por eso mismo, no podía reconocerlo ante su jefe, cuando una mañana la llamó al despacho para preguntarle si tenía algún problema en casa o allí en el trabajo. Por aquel tiempo ella profesaba una admiración que rayaba el enamoramiento hacía él y se sentía vulnerable cuando le hablaba, así que mucho menos le iba a confesar sobre lo que le estaba ocurriendo, qué iba a pensar de ella. Lo que todos pensarían, que estaba loca. [45]

Mercedes Márquez Bernal

Cogió el coche porque, aunque podía ir andando y le gustaba pasear, el día estaba nublado y amenazaba lluvia. Efectivamente, al poco de salir comenzaron a caer unas gotas diminutas que apenas necesitaba del limpia parabrisas. Puso el cd y cantaba sobre el disco una canción que hablaba de sueños perdidos, la melodía melancólica y el aspecto húmedo y gris del día la condujeron por el camino de no retorno de la melancolía. Pobre Manuela, tan sola, pensó. Vivía desde hacía tiempo en una pequeña casa, vieja aunque había reformado la cocina y el cuarto de baño.


Voladas Año 2, Nº 4 Pero ella sabía que había sido víctima de un conjuro o algo por el estilo, tal vez una magia negra o un mal de ojo de una gitana que le echaba las cartas sólo por curiosidad para saber si su vida iba a cambiar para mejor, si llegaría a encontrar el amor, si tal vez su jefe se fijaría al fin en ella. Sin embargo a la gitana conociendo bien su trabajo, no le faltaron artimañas para tenerla bien cogida con la trampa de crearle expectativas de futuro maravillosas, ilusionándola con argucias como que lograría encontrar el amor, que tenía detrás a un hombre alto, un moreno muy guapo, es más era un superior y aunque tenía pareja estaba dispuesto a dejar la chica con la que andaba, para casarse con ella, de quién estaba realmente enamorado. Pero, claro, la felicidad tiene sus consecuen– cias, le decía, y es la envidia que genera a su alrededor. Por eso comenzó a meterle esas cosas raras en la cabeza y, tal vez porque la vida con ella no había sido nunca justa, recono– ciendo su mala suerte, fue más fácil creer en ese mal que pululaba a su alrededor camuflado en sonrisas y amabilidades hipócritas de sus compañeros, que no eran más que el fiel reflejo de un plan maléfico contra su persona.

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Voladas Año 2, Nº 4 Parada en el semáforo, el agua comenzó a caer con fuerza y la música se mezcló con el sonido sordo y rítmico de los limpiaparabrisas. Una invalidez total, una visita cada tres meses a salud mental, unas pastillas de por vida para dormir y una vida rota para siempre. Solitaria pasaba los días sentada frente al televisor, ya apenas leía. Únicamente, se levantaba para comer y, como suele ocurrir en los casos cuando la mente enferma, cuando la desgana es el motor del día a día y la depresión o el ánimo plano se instalan, el aseo del cuerpo se abandona, como se desentendió la conciencia de las cosas en sus pensamientos. Se arreglaba cuando iba a la revisión y alguna que otra vez, como en navidades cuando cenaba con la familia. Apenas salía a no ser para hacer alguna compra por los alrededores y, cabizbaja, regresaba a casa, a su refugio, a su cárcel vitalicia. La barriada donde vivía no había cambiado mucho de cómo la recordaba, podía llevar muchos años que no venía por aquí pero sabía el número, reconocía su puerta, porque los largos años de la juventud la habían habituado a sus visitas de tal manera que podría llegar con los ojos cerrados. Aparcó cerca de allí, algo asustada, aunque no sabía bien si era por no querer molestarla en su íntima soledad, por encontrarla muy cambiada, porque no le agradara su visita o incluso de que no la reconociera. La puerta sin timbre la obligó a llamar con los nudillos, no respondía nadie a su llamada, sabía que se encontraba allí porque su hermana se lo confirmó antes de salir, insistió porque no quería marcharse ya que había llegado hasta ahí, que después de tanto tiempo se había decidido a hacerle una visita. Tuvo que llamar hasta cinco veces, hasta que las cortinas de la ventana que comunicaba con la puerta se abrieron y por una estrecha franja asomó una cabeza despeinada. Manuela, le dijo, abre, soy yo, Luisa. Aguardó unos segundos que le parecieron eternos y, al fin, escuchó girar la cerradura. Las dos amigas se abrazaron y, a pesar de todo el cambio que encontraba en ella y que su mirada era lejana, mantenía aún su bonita sonrisa.

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Voladas Año 2, Nº 4

El tiempo, ese espacio donde nos movemos EL tiempo, ese espacio donde nos movemos, sometido a unos límites impuestos, humanos, físicos que lo hagan táctil, medible, controlado, sumiso. Abrir los ojos y ver que el tiempo no existe, al menos como algo subdividido, fracciones equívocas sujetas a la percepción humana del paso del tiempo a través de secuencias inteligibles de los cambios en los objetos y seres vivos. Todos esos tiempos son palpables por los cambios surgidos de movimientos internos manifestados externamente. Cuando ese movimiento es lento, casi inapreciable, surge la conciencia de eternidad o de tiempo paralizado en el tiempo. Una montaña aparece sobre el terreno llano, nace, se instaura en el paisaje y miles de generaciones la observan, permanece en la memoria de sus habitantes, mantiene su presencia en los mapas, y entonces pensamos que el tiempo no ha pasado por ella, aunque el tiempo atmosférico hayan traído nieves y prados verdes y hayan crecido en sus laderas las exquisitas edelweiss. Muchos años más tarde una población advierte que su aspecto se ha modificado, su cima empequeñecido, sus piedras llenaron valles y sus ríos formaron desfiladeros. Entonces vemos claro el paso del tiempo y premonizamos su muerte próxima y añoramos su tiempo pasado. Pero cada uno tiene sus tiempos particulares, no cambia igual una montaña que una persona, una hormiga o un edificio, con el paso del movimiento sobre las cosas. El tiempo del hombre es breve, apenas un suspiro en el tiempo infinito del universo, por ello algo de cierto tienen aquellas palabras de nuestros antepasados. El nacimiento y la muerte de una persona son imperceptibles, su energía vital ejerce poco cambio en las ondas del universo, un simple aleteo de alas de mariposa, aunque toda vida de hombre desate huracanes en la existencia del cosmos. Pero el tiempo es una unidad, un todo, no es más que un punto donde todas las circunstancias suceden en un mismo instante de ese todo, llamémosle así para poder definirlo de alguna forma. Y en él confluyen, y todas las muertes coexisten en ese mismo punto, que en la inmensidad de su medida nada pueden significar nuestros siglos. Insignificante diferencia entre tu muerte y la mía, la de aquel y la de éste. El primer hombre y el último están tan cerca el uno del otro como de mi mano derecha la izquierda, ambas situadas en el mismo cuerpo. [48]


Voladas Año 2, Nº 4

Magda, sus sombras con la mística. AL fin comenzó el libro que le regalaron

sus amigas por su cumpleaños hace ya un mes pero hasta ahora no se había decidido a ponerse a leerlo.

Y bien, ahí estaba ella con su libro en mano, admirando la portada, leyendo la contraportada y la parte biográfica de la autora. Y con ciertos escrúpulos, temiendo meterle mano, se sentó cerca de la ventana y comenzó su lectura. Aquello no parecía tener el valor que se le atribuía, estaba claro que la fama mediática había surtido efecto logrando incluso el boca a boca, creando una morbosa curiosidad, una expectativa muy atractiva que fomentaba el deseo por conocer y el ánimo envidioso del tipo “¿y voy a ser la única que no sabe de qué va?”. Un planteamiento lógico se imponía a la persona, admitiendo que luego no podría opinar ni entrar en las conversaciones sobre el tema en la cafetería. La excusa estaba creada, las reservas te situaban en el ámbito de la mojigatería o de corta de miras. Tampoco es que fuera para tanto, nada que no se supiera, aunque las risas de algunas compañeras con miradas de complicidad que se decían entre ellas, pues ese éxtasis con mi marido no lo siento, ah, pues yo sí, contestaba alguna, a mí no me parece tanto que ya una no sepa.

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Mercedes Márquez Bernal

Aquel libro había tenido mucha repercusión mediática con el clásico sistema publicitario de hablemos de él como si antes de… ya fuese una maravilla, algo que no te puedes perder. Oye y funciona, porque todo el mundo, especialmente las mujeres, andaban interesados en su lectura. Claro que ella tenía cierta curiosidad, algo había escuchado por la televisión, incluso en los informativos. Cosa que siempre le había extrañado es cómo ciertas noticias lograban colarse en un espacio supuestamente de actualidad de interés general para la población con este tipo particular de publicidad que respondía a intereses privados. Pero ya sabemos cómo va esto de los medios de comunicación y su independencia, que al parecer hoy en día es un lujo que ninguno se puede permitir.


Voladas Año 2, Nº 4 De este modo se picaban unos con otros y ella aún no se atrevía a opinar ni para darle mucha o poca importancia. La polémica estaba servida y ella debía probar ese plato. Miraba el grosor del lomo y sus mínimas veinte páginas leídas eran un logro tan ridículo que la cima se le hacía insoportable. Y aún no encontraba nada especial en el texto. Abandonó la lectura a la hora de preparar la comida antes de la llegada de los niños del cole y por la noche la volvió a retomar, entrando ya en faena, es decir, en el nudo de la obra. La siguió leyendo a trozos mientras encontraba un hueco en las tareas diarias hasta que, después de una semana, la dio por concluida. Ahora que ya podía opinar, ahora viendo todo el revuelo creado, evidentemente promovido en gran parte por la editorial, ella llegaba a varias consideraciones, primera que aquello no respondía a las expectativas creadas; segundo, la gente parecía estar muy ávida de emociones fuertes y tercero, que la regla de medir estas emociones había bajado mucho el listón. En fin, no vio en aquello más que puro engaño publicitario con enganche a un sector que parecía ser considerado todavía con escasa opinión, poco selectivo y fácil de persuadir. Y ella, sin querer, había entrado en las estadísticas, una más que caía como en el chiste. Bien, la protagonista había logrado el orgasmo espiritual y a ella aún le costaba lograr el suyo cotidiano. Es lo que tiene el papel, que todo lo aguanta y deja volar la imaginación. Las memorias de santa Teresa de Jesús, tras su hallazgo en el convento de las carmelitas, habían dado muchos réditos a la editorial encargada de su reedición, y una oleada de castidad y caridad cristiana inundó el mundo femenino y de algunos hombres. [50]


Voladas Año 2, Nº 4

Reseña de Daniel Cotta Lobato: Videojugarse la vida. Editorial Funambulista. Madrid, 2012 Nos encontramos aquí con una novela insólita, tanto por sus planteamientos como, sobre todo, por su estructura formal. Daniel Cotta, malagueño, nacido en 1974, es licenciado en filología y profesor de secundaria. Es también especialista en verso satírico, como podemos disfrutar en su blog diario, Almanaque de alacranes. Ha ganado un accésit en el Certamen de Poesía de Humor Jara Carrillo del 2003. Por ahora es su primera novela publicada, aunque nos consta que en el cajón tiene varias obras esperando ver la luz. Videojugarse la vida es una novela cómica, crítica, ácida, con una estructura novedosa. Pretende adaptarse al modo de un videojuego, ofreciendo la oportunidad al lector de tomar el protagonismo a través de un avatar, alienígena que tiene como misión exterminar a la humanidad; y de saltar de una página a otra como se van superando las pantallas de un videojuego antiguo. Los contemporáneos se mueven por los escenarios, algunos de ellos abiertos, con la sensación de una realidad inabarcable en el espacio. Esa sensación, un poco old-fashioned, juega a favor de la intención del autor. La intención crítica se basa en una parte importante en la falta de entendimiento de las normas de actuación de un mundo ficticio (el del videojuego), que, como sospechamos es el nuestro propio. El extrañamiento es el arma principal para hacer explícitas las incongruencias y las estupideces. Por eso Daniel Cotta entronca, además de con la vena humorística de un Jardiel Poncela, con la tradición de los viajantes de otros mundos que desembarcan en el nuestro, como las Cartas Persas de Montesquieu, la Utopía de Tomás Moro, Los Viajes de Gulliver de Swift, y, como por supuesto, Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza. También, por su forma fragmentada se sitúa junto a novelas como Alba Cromm, de Vicente Luis Mora. En realidad también tiene el argumento un punto de conexión con la historia de Lot, que debe buscar entre los habitantes de Sodoma y Gomorra algo de bondad. La diferencia de nuestro mundo con el bíblico es la función capital de los dispositivos con pantalla, ordenadores, televisión y consolas. El otro gran componente de la sociedad llamada posmoderna es la centralidad de lo lúdico, incluso el humor es lúdico. A esto también se enfrenta Daniel Cotta, desde una reacción crítica. Su humor es incisivo, crítico con las moderneces y las incongruencias de lo cotidiano, malinterpretando hasta el extremo los códigos, como haría un extraterrestre incrédulo ante nuestras bárbaras costumbres. ¿Es esta novela una obra de humor posmoderno? En cierta manera sí, especialmente [51]


Voladas Año 2, Nº 4 en cuanto a la forma, la narración fragmentada, por el uso de diferentes puntos de vista que se superponen, por la burla, el uso de materiales de la cultura popular, los guiños a marcas de videojuegos Sintiendo, con la tipografía de Nintendo. Sin embargo, no lo es por los valores que la sustentan, más conservadora, de valores propios de tiempos en los que la televisión o lo políticamente correcto no habían estirado lo sensato hasta lo irracional, como diría José Mateos. En una actitud de broma con el lector se pone de relieve lo ilógico de la lógica cotidiana. Para Daniel Cotta el fondo y la forma juegan y se apoyan mutuamente, la forma sigue al fondo de la misma manera que el fondo es la forma. Se apoya en recursos gráficos, como cambios en los tipos de letra, recuadros, márgenes, pasa del verso a la prosa, a la estructura teatral o de guion. Sólo evita las imágenes, el resto de recursos es utilizado. Cada pantalla es un ámbito de la vida cotidiana, los anuncios, el hospital, la cárcel, un instituto... Los dardos van enfilados hacia los medios de comunicación, lo políticamente correcto, los vegetarianos extremos, los adictos a lo japonés, a los culebrones, el laicismo, el aborto, las operaciones estéticas... las nuevas costumbres que producen pulgares rotos de zapear, luxación de cervicales por el uso del móvil, anulares rotos por sucesivos divorcios... Cotta reivindica mayor sencillez, menos imitación de modelos extranjeros, a través de bromas sobre temas que a la postre son demasiado serios. Son caricaturas demasiado reales. Pero no vayamos a creer que esta novela es sólo un divertimento, podemos encontrar mucho más que un estilo deslumbrantemente cómico, hay un análisis lúcido de la existencia humana: “Porque señores, pese a que algunos no la perciban, existe una inmensa diferencia entre videojugarse la vida y bioplantearse los juegos. Quienes se videojuegan la vida se toman la existencia como una partida, como un reto que superar a través de diversas fases y niveles. [...]Y al final del videojuego, al final de la vida, la puntuación obtenida refleja el compromiso vital adquirido, el desenfado estoico con que hemos abordado nuestro devenir. Pues a fin de cuentas, no conviene tomarse la vida muy en serio. […] En cambio, [quienes se bioplantean los juegos...] se refugian en su cuarto, frente a la pantalla de la videoconsola. Es allí donde realmente viven, donde se toman en serio la existencia: viviendo otra vida que no es la suya. [...] Bioplantearse los juegos no supone únicamente una devoción monoteísta hacia la consola. Juego es también el navegador de Internet; juego es la pantalla de cine; juego son las páginas de un libro, tu revista de pasatiempos, el mueble que fabricas con tus propias herramientas.” (Pág. 237)

No nos tomemos pues, la vida demasiado en serio y juguemos con Daniel Cotta a aniquilar la humanidad. Nos lo agradecerán.

Javier Gallego Dueñas [52]


Voladas Año 2, Nº 4

Reseña de Juan Peña, La misma monotonía. Antología poética 1989-2011. La Isla de Siltolá. Sevilla, 2013 El poeta Juan Peña (Paradas, Sevilla, 1961) es licenciado en Filología y profesor de secundaria, colaborador habitual en la revista Clarín y posee ya una obra poética consolidada de la que es excelente resumen la presente antología. Amplia, que no completa porque no se han incluido los poemarios que tienen su base en las letras flamencas, ya que éstas tienen una estructura y un ritmo muy concretos. Consigue así una unidad de tono y forma que no podría resumirse mejor que en el título de uno de sus poemarios: “Placeres melancólicos”. Pocos poemas estróficos, una poesía aparentemente sencilla, alejada de la altisonancia y del barroquismo críptico. Un tono de voz de conversación en voz baja, de confidencia, sin gritos. La herencia de Luis Cernuda es clave más en el tono conversacional de su poesía que en la forma concreta. Son poemas cargados de una lucidez melancólica, con un tono muy personal. Termina el volumen con una selección de traducciones que evidencia su enlace con la tradición del Romanticismo germánico y anglófilo en las adaptaciones de Keats, Horderlin, aunque también Leopardi, Kipling, Baudelaire. No está exento de influencias pop, como las referencias al rock de los 70 (Jethro Tull), o, en el hermosísimo poema Mecánica cuántica del cuerpo, donde me resuena la letra de Chris Bell, I'm the cosmos. Los primeros poemas son excelentes ejercicios de ritmo impregnados de un vapor melancólico muy notable. El pasado es el tema principal, desde el que vienen algunos consejos bienintencionados: “El arte no consuela” (La vida fácil), o “Mejor te vas a un bar. No leas tanto” (Captatio Benevolentiae). En estos primeros momentos Juan Peña encara el paso del tiempo y mira atrás, siendo aún muy joven, “adolescente de corazón enfermo y desgraciado”; nostalgia de la infancia y sus pasiones, la música, leer y escribir como refugio y como medio de inventar mundos. Hay cierta predilección por la primera persona, aunque gramaticalmente utilice la segunda. “Tal vez, aun sin saberlo, / temes que la felicidad, / de tan intensa, / pudiera calcinarte de pozo en un segundo” (La llama que nos quema) Un cierto mood de tristeza impregna sus poemas, en especial en los procedentes de sus dos primeros libros, La edad difícil y Viviendo con lo puesto. A partir de Días cansados, Peña da paso a poemas más reflexivos, con unas gotas de optimismo y espíritu burlón, con algo de crítica de costumbres y algo de reflexión filosófica estoica. La revisión de los temas de la infancia se hace desde el punto de vista de [53]


Voladas Año 2, Nº 4 cierto descreimiento: “Que sepas que te odio / cuando piensas en mi / sin perder la cabeza” (Después de 15 años). Coincidimos con el prologuista, Pedro Bohórquez, en advertir mayor variedad de tonos en los dos últimos libros, Los placeres melancólicos y Dura seda, donde tristeza y alegría se condensan en los mismos instantes. Ofrece más preocupación por la muerte y el paso del tiempo al principio. Los temas se van abriendo, hay denuncia como en Un mundo Feliz, Obstinación del paraíso, Contra toda advertencia, Occidente, aunque sigue predominando “ese raro prestigio de estar triste” (Elogio de la tristeza). Ternura, delicadeza, pero también sexo e ironía: “Mejor sería ser malo, / que el pago que recibes tantas veces / sea el pago que merezcas” (Una forma de justicia). La poética de Juan Peña puede partir de un objeto tratado a la vez como objeto concreto, libro, mapa, cuadro, detalles como la belleza de una gota de aceite (La belleza) para ascender a la categoría más abstracta. Lo sensorial, tan delicadamente descrito, se une con las resonancias espirituales. Las imágenes, las sensaciones son descritas para transmitir un estado anímico donde la celebración de la vida y el dolor existencial coinciden. Juan Peña está impregnado de una especial sensibilidad y espiritualidad, aunque no religiosidad ni patetismo. La vida vegetal cobra protagonismo (Jardín Botánico, Acacia, Un viento leve, Olivo, Carbón), de una manera paralela a la intensidad con la que ansía convertirse en piedra, como ansiaba Rubén Darío: “Pese a la vida / sed duros como piedras” (Ópalo), en la Dura seda a la que hace referencia el título. La confrontación entre sus formas y temas clásicos contrastan acertadamente con otros temas y campos semánticos “modernos”, el ordenador portátil, “Espacios intangibles/donde habitan las almas” (Aleph), la química del ánimo, Mecánica cuántica del cuerpo... Esta asunción de la contradicción está también en los temas de viajes, en ser El viajero sedentario: “Nada me espera fuera de este cuarto”. El viaje es más un desplazamiento en el tiempo que en el espacio: Alcazaba, Alcázar de los Reyes Cristianos, En la terraza de un bar, De Abades a Mateos Gago, Odiel... son los viajes urbanos, que no postales anecdóticas. Encontrar la poesía de Juan Peña ha sido como bucear en mi propia conciencia, tal el grado de sintonía que me resuenan en sus versos: “No me da miedo morir / (que ya se sabe). / El miedo, lo que duele, / es temer que tu vida / nunca será otra cosa / que los días contados de un fracaso” (Lo fatal)

Javier Gallego Dueñas [54]



Índice Rafael Chacón, Pinocho Manuel Martín Morgado, Lector sentado José Manuel Benítez Ariza………………………........ Blanca Fernández Sánchez……………………………. Conchi Castellano García ……………………………... Javier Gallego Dueñas………………………………….

1 3 10 16

Rafael Chacón, Lorca

21

Concurso Sofía Rosa Marcela Gallego Reyes ……………………. Lourdes Couñago Mora ………………………….. Belén Peralta ……………………………………… María Ascensión Marcelino Díaz ………………. Rosa Freyre del Hoyo ……………………………

22 23 25 26 27

Juan José González Castellanos ………………………. María del Carmen Domínguez Domínguez …………. María del Mar Reyes Fuentes ………………………... Mercedes Márquez Bernal ………………………........

28 34 40 45

Reseñas: Videojugarse la vida, de Daniel Cotta ....... La misma monotonía, de Juan Peña ………

51 53

Manuel Martín Morgado, Lectora azul con gato




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