Tabla de contenido
—¡Yupitiiii, qué divertidooooo!!!! —gritaba Lulo mientras se deslizaba, junto a su amigo Pepe, por las raíces de uno de los árboles de mangle.
—¡Dale, Lulo, dale que vamos a disfrutar en la playa! —exclamaba Pepe emocionado.
Era una mañana despejada y hermosa en el hogar de Lulo, el manglar de Guayama, Puerto Rico. Seguían tirándose alegres por esas raíces, cuando de repente Lulo sintió que sus patitas tropezaban, su cuerpo brincaba y no podía continuar con la misma facilidad.
—¡Mamiiiii, mamiiii, mamiii! ¿Qué es esto, qué está pasando?
Esto es raro. —gritó Lulo un poco asustado.
Pepe se detuvo para investigar qué estaba ocurriendo y observó un objeto grande y oscuro que nunca había visto en ese lugar. Era áspero, gomoso y no permitía que se movieran adecuadamente sobre esta superficie. Entonces Pepe preguntó:
—¿Esto no es lo que yo vi en aquellos carros cuando crucé la carretera el día que conocí a Lulo?
—Sííí, es verdad —dijo Lulo.
—Esto es lo que usan los carros para ir de un lado a otro. ¿Y cómo llegó esto aquí? Esto es horrible y daña nuestro manglar.
Lulo y Pepe continuaron avanzando hasta que llegaron a la playa. Estaban contentos porque habían llegado allí para divertirse, pero se quedaron muy preocupados por lo que vieron en el manglar. Lulo comenzó a jugar con Pepe y sin querer, se enredó con un hilo de pescar. Al tratar de soltarse, quedó atrapado dentro de una botella plástica. Estaba encerrado allí y no podía salir porque sus patitas se resbalaban y, para acabar de completar, no encontraba la salida.
—¡Mamiii, mamiii, mamiii!! ¿Dónde estoy?, ¡Pepe sácame de aquí que me asfixio! —gritaba Lulo.
Pepe lo escuchaba, pero no sabía dónde estaba. Buscaba y buscaba y no lo veía.
—¡Sigue gritando para poder encontrarte! —exclamó Pepe mirando a través de toda la basura que allí se encontraba.
Movía las tapas de las botellas, los pedazos de plástico, sorbetos y otros tipos de desechos que él no conocía. Esto antes no estaba aquí, ¿qué será todo esto? Entonces, observó que algo se movía. Era un envase de medicina pequeño y él pensó que su amigo Lulo podía estar allí. Así que, corrió hacia este objeto y al acercarse se dio cuenta que era un cobito (cangrejo ermitaño). El cobito había seleccionado este envase como la nueva concha que lo protegería. No se había dado cuenta que el envase, realmente, no era una concha.
— Oye, ¿qué tú haces allí metido? Eso no parece una concha, es algo muy extraño —le dijo Pepe.
—¡Ay, esto a mí me gusta! ¿No ves que es diferente a las demás y hasta brilla? Y como no encontré más nada... Lo único es que hace mucho calor aquí adentro; a veces pienso que me voy a sofocar —contestó el cobito Clau. —Ten mucho cuidado, no todo es lo que parece — sabiamente le respondió Pepe.
Luego de hablar con Clau, Pepe continuó buscando a su amigo Lulo. ¿Lulo, estás allí?
—¡Síííí, estoy aquí! —gritó Lulo
—Pero ¿dónde?, no te veo —volvió a preguntarle Pepe, preocupado.
—Sigue mi voz, sigue mi voz y ¡avanza que ya no puedo respirar y estoy viendo como una luz! —le dijo Lulo. Mientras Lulo hablaba, Pepe logró acercarse a la botella donde se encontraba.
—¡Válgame y ahora cómo sales de allí!, ¿cómo podré sacarte?
—exclamó Pepe.
Deja ver si puedo encontrar algo o a alguien que nos ayude, pero ¡quédate conmigo, no sigas la luz!
En eso, Pepe se dio cuenta que la tortuga Lola, la amiguita que los acompañó en su viaje a las hierbas marinas, había salido del agua. —¡Lola!, ¿eres tú?, ¡Ayúdanos, corre!
Lola, al ver a Pepe y escucharlo gritar, se acercó lo más rápido que le permitían sus aletas, para ver qué pasaba. —¿Qué te pasa Pepe? —preguntó Lola.
—Mira a mi amigo Lulo allí ... adentro. Sin querer cayó ahí y ahora no puede salir. Cada vez que lo intenta, se resbala. Yo no he podido sacarlo y se está muriendo. ¿Puedes ayudarnos? —le dijo Pepe.
—¡Claro! —exclamó Lola. Lulo, ¡ten calma que te voy a sacar! Entonces, la tortuga volteó la botella hacia el área abierta con su cabeza y Lulo pudo asomarse. Pepe rápidamente lo haló hacia afuera y este pudo respirar.
—¡Por fin, gracias por su ayuda! —exclamó Lulo, agradecido.
—¡Oye!, ¿Y qué tú haces aquí fuera del agua? —le preguntó extrañado a la tortuga.
—Pues, yo vengo a desovar. Sin embargo, no encuentro en esta playa un lugar, porque está cubierta por todas partes de todas estas cosas tan extrañas y desconocidas para mí —dijo Lola.
Pepe, observándola de cerca notó que esta tenía algo transparente y con seis huecos colgando de su cuello. —Y eso que tienes en el cuello, ¿qué es? —preguntó Pepe mientras miraba de lejos con mucha curiosidad.
—No tengo idea, solo sé que estaba nadando y lo encontré flotando en el agua. Al verlo pensé que se vería bonito como mi nuevo bling bling, pero me aprieta y a veces se me enreda, lo que me impide respirar bien —contestó Lola bajando triste su cabecita.
—¿Y por qué te lo dejas puesto, si te hace daño? —volvió Pepe a preguntar.
—Es que después que me puse el bling bling ahora no me lo puedo quitar —contestó Lola.
—Ah, ¡pues vamos a ayudarte!
—exclamaron a coro Pepe y Lulo.
Ambos trataron y trataron de romper el bling bling con sus palanquitas, pero por más esfuerzo que hacían no podían cortarlo. Cuando ya se habían dado por vencidos, notaron que una pelícana parda se lanzó al agua, en picada, para alimentarse. El movimiento fue tan rápido que se asustaron.
—¡Madre mía! ¿Por qué ella se tiró así? —dijo Lulo.
—Es que vengo a alimentarme —dijo la pelícana saliendo del agua.
— Que es la que… to’ bien, ¿se asustaron corillo? Mi nombre es Carite y acostumbro a comer por aquí ya que el alimento es bueno, aunque últimamente he notado que algunos son muy duros, no saben a na’ y no los puedo digerir bien. En muchas ocasiones, me da dolor de barriga.
Estuve observando cómo han tratado de liberar a Lola de su collar, sin éxito. Yo creo, en opinión muy mía de mi propiedad, que podríamos ir hacia el otro lado de la playa. Allí hay unas personas realizando una limpieza de costas y podrían ayudarnos, porque si no se han dado cuenta... yo también tengo una pulsera en unas de mis patas. Al principio, me parecía chévere, pero me duele y mi patita no me funciona igual. Necesito salir de esto... —les explicaba la pelícana Carite.
—¡Qué bueno pues vamos pa’llá rápido! —la interrumpieron con entusiasmo Pepe y Lulo.
Así que, los cangrejitos se subieron sobre Lola e invitaron también al cobito Clau y comenzaron a trasladarse hacia el otro lado de la playa. Carite sobrevolaba el área para asegurarse de que estuvieran seguros. El recorrido era muy lento porque con tantos desperdicios que había en la arena se les hacía difícil moverse. Sin embargo, no perdían la esperanza de poder llegar a tiempo.
De momento, Pepe divisó a unos niños que trabajaban afanosamente recogiendo toda la basura que encontraban.
—¡Allí están, avancemos! —exclamó Pepe
—Sí, estoy segura de que nos pueden ayudar. Yo los escuché hablando horita y sus padres y maestros también están aquí. Ellos podrán quitarnos estas cosas —dijo Carite.
Apretaron el paso y lograron llegar al lugar. Cuando los niños los vieron, comenzaron a gritar de emoción.
—¡WOW, que gran recibimiento! —exclamó el cobito Clau.
Poco a poco, los chicos se aproximaron para observarlos de cerca. Inmediatamente, uno de ellos comentó
—Benditooo, mira la tortuga, tiene un plástico en el cuello — observó uno de los niños.
—Y el pelícano tiene un aro plástico en la patita —comentó preocupada una niña.
—¡Vamos a llamar a la maestra! ¡Y a nuestros padres! ¡Síiiii, para que se los quiten! —gritaban unos y otros al mismo tiempo como si fuera un alegre coro de niños.
Como la maestra estaba muy pendiente, rápidamente procedió a quitarle, con mucho cuidado, los plásticos a la tortuga y a la pelícana. Además, se dio cuenta de que el cobito necesitaba una casita nueva y buscó una que estaba en la playa y ayudó al cobito a tener una verdadera concha para protegerse.
Los chicos aplaudían alegres porque habían ayudado a estas especies marinas y costeras a vivir. Satisfechos, soltaron a los amiguitos y continuaron su labor, limpiando y educando sobre la necesidad de reciclar, reutilizar y reducir. Todo esto en colaboración con el Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico y SCUBA Dogs, organización dedicada a proteger nuestros recursos marinos y costeros de la basura.
Finalmente, Lola junto a sus amigos se dirigieron hacia el agua muy agradecidos y libres al fin. Lola decidió darle una trillita a Pepe y a Lulo por debajo del agua. Cuando estaban jugando, escucharon un ruido que los asustó y vieron una silueta enoooorme que se acercaba.
—¡Mamiiii! ¿qué es eso? —gritó Lulo.
—No se preocupen, es mi amigo el tiburón Martín —dijo Lola. ¿Por qué tiene la cabeza tan rara? Es como alargada hacia los lados —preguntaba el curioso Pepe.
—Es que es un tiburón martillo —así Lola aprovechó la ocasión para explicarles.
Entonces, la silueta se fue aclarando mientras se acercaba. Lulo observa que tenía algo que lo sujetaba de una de sus aletas.
— Creo que este es otro que está enreda’o. Pero, ¿cuántos más? Esto no se acaba —exclamó Lulo muy frustrado.
—¡Sí, y me duele mucho! —exclamó Martín desesperado.
Mientras Pepe, Lulo y Lola le removían el pedazo de soga de su aleta, Martín les contaba:
—Este fue el regalo de mis últimas vacaciones. Cuando pasé por el Mar de los Sargazos en el norte del Océano Atlántico, me encontré tremendos parchos que parecían islas, pero estas eran muy diferentes. Estaban hechas de materiales que se veían rotos, usados y desgastados. No sé por qué han llegado allí. Si quieren, los llevo un día de estos para que los vean—animándoles ahora que ya tenía la experiencia de cómo evitar lastimarse nuevamente.
De esta forma, Pepe y Lulo comenzaron a planificar su próxima aventura.