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La construcción de gónyolas en manos de una mujer

Por Mariana González González, MA

Editora, Programa Sea Grant Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez

Cuando entras al taller de Rosemarie no sabes bien hacia dónde enfocar la mirada. ¿Será que miras hacia la yola en forma de góndola veneciana que parece colgar del techo?, ¿o tal vez hacia la que atraviesa la mitad del pequeño taller, y no deja que te adentres si no miras con cuidado? Quizás es mejor atender a la mujer que te recibe, que no es simplemente “la mujer que recibe”, sino la mujer que idea y construye las yolas. Son demasiadas peculiaridades en un espacio tan minúsculo, así que resulta mejor no seguir ningún orden y admirarlo absolutamente todo. Es decir, a Rosemarie Ramos Vidal y a la obra artesanal que construye en su pequeño taller en la calle Pilar Defilló, en Mayagüez, Puerto Rico: las gónyolas.

En Puerto Rico es común escuchar sobre el arte de usar y fabricar las yolas puertorriqueñas en las áreas costeras de la isla, como Aguadilla y Rincón. Más común aún, y la norma, dirían algunos, es otorgar el oficio exclusivamente a las manos de hombres artesanos. ¿Quién no conoce las bellezas de Potuco en Rincón, o las de Félix, que se exhiben en la playa Crash Boat (Aguadilla)? Además, si repasamos la historia la fabricación de botes, y el oficio de la construcción en general, ha pertenecido desde siempre a las manos de los hombres. De aquí surge la primera particularidad detrás de la historia de Rosemarie Ramos Vidal: es una mujer que fabrica yolas, dentro de este cuadro en el que el hombre ha sido protagonista desde el inicio de los tiempos.

Rosemarie, natural de Mayagüez, decidió empezar a fabricar gónyolas en el 2015. Se trata de unas embarcaciones que tienen la estructura de la típica yola puertorriqueña, pero están estilísticamente inspiradas en la góndola que pasea por los canales de Venecia. “Tiene la fortaleza y la estructura de la yola aguadillana”, dice Rosemarie, “a la vez que es bien estilizada, centrada en la belleza estética de la góndola veneciana”. Esta idea llegó luego de que empezara a trabajar en la guardería de botes de su primo, en Joyuda, y se diera cuenta, no solo de la falta de mujeres detrás del disfrute de las yolas, sino también de que es una embarcación que debería ser accesible para todos. Sobre la respuesta de

Rosemarie a cómo nace esta idea, dice: “Tener una yola en una isla como Puerto Rico no puede ser un lujo, eso tiene que ser lo normal, lo común, lo natural, que tú tengas una yolita en tu marquesina…”. Asimismo, que las mujeres aún no vieran las yolas como una forma de recreación fue la pieza que completó la idea de su nicho de mercado: construiría gónyolas económicamente accesibles, aptas tanto para hombres como para mujeres, y con un estilo delicado y pintoresco.

Su obra artesanal no es producto del azar, sino de una planificación metódica, cuidada y muy artística. Rosemarie cuenta con la certificación de dealer fabricante y la estructura de las embarcaciones está aprobada por el Coast Guard y por el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales. Además, el plano de las gónyolas es elaborado por un ingeniero, quien lo delinea según las especificaciones de la fabricante. La pintura final, por otro lado, queda en manos tanto de Rosemarie como de su hermana, la pintora Tatán (Roxanne Ramos Vidal). Según Rosemarie, todos los diseños son diferentes, y responden a la libertad de la creación artística y a las necesidades y preferencias de su futuro capitán. “Esta es de once pies, de material mucho más liviano”, dice Rosemarie refiriéndose a La Imaginave, una de las primeras gónyolas que construyó. “No se viran nunca, mira ese fondo plano. Esto está hecho, de verdad, para tú ir… Reman maravillosamente”, añade la artesana. Así, la gónyola también es liviana, pensada para esa mujer, que, como ella misma llama, “se queda montá’ en el carro”, o que cree que no puede manejar la embarcación ella misma. Entre otros elementos que componen la gónyola, están una neverita con foam por dentro, portavasos, gaveta del ancla, y, si así se establece, también podría integrársele un motor.

Y para añadir un poco más al valor de las creaciones de Rosemarie, a pesar de contar con la autorización para fabricar hasta 21 pies, por falta de espacio lo más grande que esta fabricante ha podido elaborar es una embarcación de dieciséis pies. El taller de fabricación no solamente es estrecho para este tipo de labor, sino que también lo comparte con su hogar y un santuario de animales, también de su propiedad. Con esta limitación de espacio, y con la falta de ayudantes, en vez de dos a tres semanas, que es lo que estima que toma el trabajo con las herramientas adecuadas, Rosemarie tarda hasta tres meses en la construcción de las embarcaciones, que vende a partir de 3,500 dólares. De este mismo renglón, Rosemarie tiene sobre la mesa presentar su proyecto de vida (y su medio de subsistencia) a las entidades necesarias, para que su trabajo pueda expandir y trascender. Entre sus aspiraciones, no solo ve las gónyolas en las marquesinas de todo aquel que se interese, sino también formando parte del turismo de toda la isla.

Finalmente, a medida que regresa el tema de la construcción de yolas en manos de una mujer, Rosemarie asegura: “Sé que hay muchas mujeres deseosas de trabajar con sus manos en la madera. Pero hay muchos estereotipos, mucha presión social, hay muchas puertas que se cierran, hay mucha falta de autoestima; que tú eres un poquito extraña si eso es lo que tú quieres hacer [trabajar en la madera]…”. Así, la fabricante también quiere abrir camino para que otras mujeres incursionen en el arte de la construcción de yolas. Para esto, sus puertas están abiertas para recibir aprendices: “Que las yolas que se hagan sean hechas por mujeres, porque eso tiene un impacto muy grande en la autoestima de la mujer”, concluyó.

Rosemarie en su taller en Mayagüez, Puerto Rico

Primera gónyola construida por Rosemarie

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