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Marcos Rosado: Compromiso y deber en carne propia
Marcos Rosado:
Compromiso y deber en carne propia
Por: Cristina D. Olán Martínez
Nació y se crió en La Parguera, Lajas y aún vive en el mismo sector. El hogar que lo vio nacer estaba ubicado en el Sector Puerto Viejo, hoy día un proyecto urbanizado llamado Varadero Puerto Viejo.
Marcos Rosado, pescador, y descendiente de familia de pescadores, se conoce La Parguera como la palma de su mano. De pequeño, iba a la escuela pero también pescaba con su padre, don Ricardo Rosado Ramos. “Desde que tenía 10 años pescaba, cuida’o si antes en la orilla,” afirmó Rosado al recordar los días en los que comenzó a pescar con su papá a bordo de los botes de vela Alicia y El cunita.
Marcos le cogía el hilo de coser a su mamá, doña Sixta Ruiz Rivera. Con este hilo pescaba carnada. “Cogía jurelitos. Los ponía en un cordel y se los tiraba a las barracudas desde la orilla,” comentaba Marcos.
Los años le dieron la oportunidad de aprender a pescar con nasas, cordel, redes, trasmallos y arpones. Rosado recuerda con claridad las mañanas tranquilas en las que salía con su hermano, Salvador, a pescar guacamayos. Salían de La Parguera y llegaban hasta Playa Santa a remo. Otros días capturaban otros peces y navegaban a través de distintos lugares.
“Yo tengo una figa que es de pescar encima del mangle. Pescábamos a remo por las costas de La Pitahaya, mi hermano y yo. Yo iba por el mangle cogiendo pargos,” relató Marcos acerca de la figa que él mismo preparó y que aún conserva de recuerdo.
De adolescente, Marcos trabajaba también como mozo en el restaurante del Hotel Villa Parguera, labor que continuó realizando hasta después de graduarse de escuela superior. El Hotel Villa Parguera fue escenario de lo que sería uno de los cambios más trascendentales de su vida. Allí, en marzo del año 1967, el doctor Raúl Almodóvar, especialista en yerbas y algas marinas, le preguntó si quería trabajar en el Departamento de Ciencias Marinas de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Mayagüez (DCM).
Fue en esa primavera de 1967 que Marcos Rosado comenzó como ayudante en el laboratorio del doctor Máximo Cerame Vivas. Su experiencia en el mar lo condujo a la academia. En 1970, le ofrecieron la plaza de Técnico de laboratorio, la cual ocupó durante 41 años. también fue el primer director del Programa Sea Grant de la Universidad de Puerto Rico (PSGUPR) y del Departamento de Ciencias Marinas. Junto a Hernández Ávila, realizó múltiples muestreos y proyectos. Lo conoció como estudiante graduado y, luego, se convirtió en su ayudante permanentemente.
Marcos asistió de oyente a los cursos sobre oceanografía y ecología que ofrecían los doctores Hernández y Cerame. Hernández lo invitaba a tomar la clase siempre que Marcos había concluido sus salidas al mar con otros estudiantes. En el DCM, logró combinar con éxito su sabiduría de pescador y la teoría que le ofrecía la academia.
“Coriolis, ésa fue una de las primeras palabras que me grabé yo,” dijo Marcos sobre sus días de oyente.
El efecto de Coriolis ejerce gran influencia en la circulación de la corriente oceánica. En el hemisferio norte, el efecto de Coriolis desvía las corrientes marinas hacia la derecha, mientras que, en el hemisferio sur, las desvía hacia la izquierda.
Términos y conceptos como corrientes, muestras de sedimento, perfiles de fondo, batimetría, circulación y
Marcos junto a compañeros e investigadores. De izquierda a derecha, doctora Nilda Aponte, Marcos Rosado, doctor Máximo Cerame Vivas y Neftalí Figueroa.
Marcos disfruta de una de sus actividades favoritas: correr. Aquí comparte con sus nietos en La Parguera.
movimiento de las arenas se tornaron familiares en su conversación y en sus oídos. El área de estudio favorita de Marcos es “la oceanografía física,” ya que le permite “entender lo que sucede con el mar.”
En sus años en el DCM, Marcos tuvo la oportunidad de aprender a bucear con Walter Hendrix y de trabajar en proyectos con los doctores Jack Morlock, Juan G. González Lagoa, Jorge Capella y el profesor del DCM y especialista en riesgos costeros del PSGUPR, Aurelio Mercado. Con ellos, recorrió el Canal de La Mona, Guayanilla, el Estuario de Guánica, Mayagüez, la Bahía de Añasco, San Juan y el Río Grande de Loíza, entre otros lugares. En estas salidas, instaló metros de corrientes, colectó arena, hizo arrastres de plancton y realizó censos, además de que entendió la teoría, gracias a la experiencia que la mar le había brindado en los años en que salía a pescar con su padre y con su hermano.
Don Marcos sirvió al Departamento de Ciencias Marinas durante un total de 44 años. Sus destrezas en el agua, su amor por los estudiantes y su responsabilidad lo dieron a conocer como un empleado excepcional.
“Marcos era el tipo de empleado que estaba en todos lados haciendo de todo; era omnipresente. Lo veías, lo mismo arreglando una verja que arreglando equipo científico. Es de esa gente que hace de todo. Es un hombre calladito; siempre metido en sus asuntos, sin bochinches, ayudando a todo el mundo, concentrado en sí mismo, pero disponible. Marcos es todo corazón,” reconoció la doctora Nilda Aponte, pasada directora del DCM, al tiempo en que destacó la habilidad de Marcos para llevar a los estudiantes a los sitios exactos con tan solo darle una descripción.
Ayudaba a los estudiantes a seleccionar el lugar para hacer sus investigaciones de acuerdo a la necesidad de los estudiantes. Basado en el tipo de hábitat y de organismos que el estudiante necesitaba estudiar, Marcos buscaba un lugar para llevar a cabo el estudio.
Durante el tiempo en que trabajó, Marcos fue una de las primeras figuras que los estudiantes conocían tan pronto llegaban. Los estudiantes, no importa si fueran locales o provenientes de otros países, podían contar con Marcos para hacer sus trabajos en el agua.
“Compartía con todos. Cualquier ayuda que podía brindarte en el mar, te la daba,” indicó Héctor Ruiz Torres, estudiante doctoral.
Su trabajo era un componente clave en el día a día del Departamento. Marcos contribuyó significativamente en muchas de las tesis y de las investigaciones que allí se realizaron.
“Iba desde el principio hasta el fin con sus estudiantes. Los ayudaba incondicionalmente. Nunca hubo un no. Era un 100% para el estudiante, en ayuda, apoyo y consejo. Él tenía la experiencia que tiene una persona que se ha criado en el mar. Todos los estudiantes que pasaron por Magueyes, en sus años de trabajo, lo consultaron,” señaló Marcos Rosado, hijo, quien también afirma que su padre lo enseñó “a ser responsable y honesto.”
Marcos es un ávido pescador que domina varias artes de pescas. Aquí a bordo de su lancha Shamú en La Parguera.
“No importa lo que uno tenga siempre tiene que ser responsable. Me enseñó a ganarme la vida con otro método de subsistencia [la pesca] y a enseñarle a los demás que de eso se puede vivir, y a respetar el mar. Que para pescar, hay días de más, que cuando no se puede, no se puede,” expresó Marcos Rosado, hijo.
Esa misma lección de respeto por el mar que le dejó como herencia a sus hijos Marcos y Linda, la enseñó también en otros ámbitos. En el Programa Sea Grant, por ejemplo, Marcos colaboró en diversas ocasiones con el desarrollo de muchas de las actividades educativas.
“Desde que yo comencé en Sea Grant, Marcos colaboraba con el Campamento Cajaya, con los estudiantes graduados y con las investigaciones que hacíamos en Sea Grant. Colaboraba sin preguntarte cuánto le iban a pagar ni qué era lo que había que hacer. Marcos siempre fue una persona sumamente responsable. Podías confiar plenamente en él. Sabías que cualquier cosa que hiciera, la iba a hacer bien,” afirmó Ruperto Chaparro Serrano, director del PSGUPR. Tras una vida de compromiso con el trabajo y amor por el conocimiento, Marcos disfruta de su jubilación. A sus 65 años de edad, Marcos Rosado goza de buena salud. Su excelente condición física la mantiene corriendo casi diariamente y, también, pescando a bordo de su lancha Shamú.
“Corro de lunes a jueves y los sábados me voy a skin diving. Pesco pulpo, langosta y el carrucho cuando no está en veda. También, pesco arrayao, de fondo, por la tarde cuando el tiempo está bueno, cuando el viento está suave,” contó Marcos, quien, además, gusta de participar en maratones.
Asimismo, Marcos ahora dispone de más tiempo para compartir con su esposa, Noemí Cordero Zapata, y sus cuatro nietos: Marcos Andrés, Andrea Carolina, Franco Andrés y Ariana Isabel. Noemí y Marcos se han acompañado desde que eran niños.
“Fue mi parejo en las graduaciones de sexto y noveno grado,” dijo Noemí, quien describe a Marcos como “un buen esposo, buen padre, buen abuelo,” como un “hombre bondadoso, trabajador y amable, ante todo, honrado.”
La honradez, la entrega, la ayuda desinteresada y el trabajo arduo de don Marcos hablan por sí solos. Su caminar por el Departamento de Ciencias Marinas, aunque parecía sigiloso, dio un discurso sobre el significado del deber, del compromiso y del amor por el mar.