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El radón. Vicente Gianzo González
El radón
Vicente Gianzo González
Son las tres de la madrugada y continúo sofocado, no soy capaz de dormir, me falta el aire, temo que voy a despertar a Sara, mi mujer. Conociéndola, estoy seguro que se pondrá nerviosa y tratará de llevarme a urgencias. Solo pensarlo, me causa espanto y desasosiego.
Llevo días preocupado, esta situación es difícil; conforme pasa el tiempo, son más frecuentes las crisis y la sensación de ahogo es mayor. No lo he comentado con nadie, e incluso trato de mostrar un carácter alegre y jocoso, pero cada día que pasa me siento como un péndulo. Voy de mejor a peor y viceversa, es una sensación que, anímicamente, me tiene descorazonado.
He pedido una cita con el médico de cabecera y este me remite al neumólogo. Espero que no tarde mucho en atenderme. Es la primera vez que voy a ir y reconozco que estoy nervioso.
Sé que la vida está llena de obstáculos, de hitos que marcan el camino que uno recorre en su existencia. Hago un repaso y trato de valorarla. Quiero ser justo en mi juicio, no quiero engañarme. Creo que esta visión retrospectiva, esta analepsis, me hará bien, aunque estoy seguro que por mi mente pasará de forma desordenada.
Hace más de 12 años que no fumo ni visito locales donde se haga. Mis amigos no lo hacen, algo que me ayudó a dejar esa costumbre. ¿Serán secuelas? Es un pensamiento que me está obsesionado en los últimos meses.
La consulta con el neumólogo fue rápida. La auscultación y los golpecitos sobre el tórax y en el dorso no indicaban nada concreto, algo que me orientara. Una espirometría con broncodilatación fue lo primero que el neumólogo recomendó. Sospechaba que tuviera una enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Salí francamente asustado de la consulta. Tenía que esperar.
Ahora recuerdo una de mis afi ciones más longevas: el submarinismo, lo había practicado durante muchos años y nunca tuve problemas con su ejercicio. Fue el único deporte en el que estuve federado. Había hecho vela, taekwondo, tiro olímpico, pesca de mar y de río, tenis y un largo etcétera ¿Quién podía sospechar que mis pulmones tuvieran algún problema?
Vuelvo al trabajo, llevo unos días de baja y la verdad es que en casa me aburro, necesito distraerme, despejar la cabeza, volver a sentirme útil. La ofi cina está como la había dejado, menos mal, nadie ha revuelto los papeles.
En estos momentos ha dejado de sonar el teléfono, voy a ir hasta la cafetería antes de que me vuelvan a llamar. Quiero tomar un café.
Saludo a los compañeros, pues hace días que no los veo. Ellos no saben el motivo de la baja, suponen que fue una gripe y yo no lo aclaro.
Han pasado cuatro años, cuatro largos y pesados años, durante los cuales he tenido que seguir con mis sesiones de radio y quimio. Quién me iba a decir que mi problema era un tumor.
La primera vez que oí hablar de él no le presté atención, estaba seguro que eran comentarios sin fundamento científi co, algo muy de moda en la actualidad, pensé. La realidad era que las ofi cinas donde trabajaba estaban sobre una zona granítica con una alta emanación de radón, un gas noble y para mí traicionero. Cuando se presentaron tres casos más como el mío, se comenzó a sospechar que algo anormal estaba sucediendo. Las mediciones realizadas por organismos ofi ciales dieron un resultado de escándalo, muy por encima de los 300 becquerelios por metro cúbico, valor límite permitido de radiaciones ionizantes en Europa.
Los oncólogos me comentan que voy bastante bien, que reacciono de forma adecuada al tratamiento, y yo, con mi humor y forma de ser, trato de disimular el miedo que me acompaña. Lo que nunca olvido es agradecer a mi querida Sara los cuidados y atenciones que me presta.