Ángel Silvelo Gabriel
El radón Vicente Gianzo González
Son las tres de la madrugada y continúo sofocado, no soy capaz de dormir, me falta el aire, temo que voy a despertar a Sara, mi mujer. Conociéndola, estoy seguro que se pondrá nerviosa y tratará de llevarme a urgencias. Solo pensarlo, me causa espanto y desasosiego. Llevo días preocupado, esta situación es difícil; conforme pasa el tiempo, son más frecuentes las crisis y la sensación de ahogo es mayor. No lo he comentado con nadie, e incluso trato de mostrar un carácter alegre y jocoso, pero cada día que pasa me siento como un péndulo. Voy de mejor a peor y viceversa, es una sensación que, anímicamente, me tiene descorazonado. He pedido una cita con el médico de cabecera y este me remite al neumólogo. Espero que no tarde mucho en atenderme. Es la primera vez que voy a ir y reconozco que estoy nervioso. Sé que la vida está llena de obstáculos, de hitos que marcan el camino que uno recorre en su existencia. Hago un repaso y trato de valorarla. Quiero ser justo en mi juicio, no quiero engañarme. Creo que esta visión retrospectiva, esta analepsis, me hará bien, aunque estoy seguro que por mi mente pasará de forma desordenada. Hace más de 12 años que no fumo ni visito locales donde se haga. Mis amigos no lo hacen, algo que me ayudó a dejar esa costumbre. ¿Serán secuelas? Es un pensamiento que me está obsesionado en los últimos meses. La consulta con el neumólogo fue rápida. La auscultación y los golpecitos sobre el tórax y en el dorso no indicaban nada concreto, algo que me orientara. Una espirometría con broncodilatación fue lo primero que el neumólogo recomendó. Sospechaba que tuviera una enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Salí francamente asustado de la consulta. Tenía que esperar.
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