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El hombre que fue ACO. Luis Alejandro Pérez de Llano

El hombre que fue ACO

Luis Alejandro Pérez de Llano

El doctor Bermúdez dejó a un lado el artículo que estaba leyendo, «Towards the extinction of asthma-COPD overlap», del Dr. Cosío y colaboradores. Con disgusto, no tuvo otro remedio que reconocer que era el fi n del ACO, que no existía una entidad así que pudiese ser defi nida con parámetros clínicos o biológicos. O asma, o EPOC, nunca ambas cosas a la vez, había que elegir en cada caso y no le quedaba más remedio que cambiar de nuevo su enfoque de la enfermedad obstructiva de la vía aérea. ¡Con lo bien que lucía ese acrónimo en la historia clínica! ACO. Esa C intermedia le daba una viril sonoridad, era como un latigazo, breve y contundente. La de veces que se había imaginado el rostro perplejo de un internista al encontrarse con ese diagnóstico. ¡Malditos líderes de opinión! ¡En cuanto uno se sentía cómodo con una guía o un algoritmo diagnóstico, pegaban un volantazo para ponerlo todo patas arriba! Se ve que no tienen otra cosa mejor que hacer…

Todavía molesto, echó un vistazo a la lista de pacientes que mostraba su ordenador. Precisamente tenía que hacer pasar a uno que había diagnosticado brillantemente de ACO, un asmático que había perseverado fumando años y años hasta desarrollar una EPOC. Ahora tendría que ponerle otra etiqueta a su enfermedad, ¡menuda lata! Pulsó el icono de llamada.

La puerta de la consulta se abrió tímidamente y dejó paso a un anciano que se sentó con parsimonia al otro lado de la mesa. —Buenos días, Manuel. ¿Cómo se encuentra hoy? —Buenos días, doctor… La verdad es que me va llegando… —Veo aquí que no ha tenido ataques de fatiga. ¿Cumple bien los inhaladores que le receté? —Tal y como me dijo, doctor. Pero no me alcanzan, me fatigo mucho. —¿Al subir escaleras? ¿O también por el llano?

—Al caminar por el llano, pero también al agacharme o al vestirme…

El médico apuntó «grado funcional 3» en la historia clínica electrónica y le pidió al paciente que se sentase en la camilla para auscultarle. Saturación: 93%. Después le informó de la novedad diagnóstica. —Manuel, tengo que decirle que usted no tiene ACO, tiene EPOC.

El anciano mostró su sorpresa. —Pero… ¿entonces? ¿Hay que cambiar el tratamiento? —Pues no, el tratamiento es el mismo. —¿Y es más grave? ¿Signifi ca que tengo más riesgo de morir? —No, en realidad no. Tome, le doy un informe con su diagnóstico defi nitivo. (Pensó: salvo que al doctor Cosío y sus colegas les dé por escribir otro artículo).

El paciente arrugó el entrecejo desconcertado y cogió el folio. —Vuelva en seis meses y veremos entonces si necesita un ciclo de rehabilitación.

Un par de días después, el paciente entró en el bar de siempre, sede de las reñidas partidas de tute con un trío de amigos de juventud. Era el mejor momento de la semana, allí se sentía el rey, disfrutaba dominando la situación y adoptando un aire de falsa humildad cada vez que ganaba la partida. «No es más que suerte… otro día os tocará a vosotros». Los prolegómenos se componían de un café con gotas de aguardiente, el comentario de los resultados de fútbol y una puesta al día de fatigas, inhaladores y fl emas. Sus tres amigos tenían EPOC. —Hola… Manuel ACO… ¿cómo te va?

Siempre la misma broma. Esta vez no le hizo ninguna gracia. —Bien, bien…

Cambió rápidamente de tema. —¿Creéis que el Barça ganará la liga?

Había estado pensando si confesarles la verdad, que ahora era un vulgar EPOC como ellos. Pero sería perder el sello de distinción que le había acompañado durante los últimos años, algo que sabía que causaba cierta envidia en sus compañeros. Así que lo había decidido, no tenían por qué enterarse, al fi n y al cabo, el médico le había dicho que el tratamiento y el pronóstico no serían diferentes.

Pero ese día perdió la partida. Y el siguiente, también. Y el siguiente del siguiente. Se sentía falto de confi anza, la derrota se había convertido en una costumbre. Y eso no era lo peor, además tenía que aguantar las risas y chanzas de los que habían sido sus amigos, ahora convertidos en despiadados rivales. —Pero, ¿qué te pasa, Manuel ACO? Pareces ACOmplejado… ja, ja, ja.

Esperó con impaciencia la revisión en consulta. Ese día entró decidido en el despacho.

—¿Cómo se encuentra, Manuel? —Como siempre, doctor. Mire, quería pedirle una cosa. —Usted dirá. —Quiero volver a ser ACO, no me gusta ser EPOC. Le parecerá una tontería, pero es que ya me había acostumbrado a ello. A mi edad, las novedades no son bien recibidas.

El doctor Bermúdez estaba estupefacto, con la boca abierta. —Pero Manuel, es que ya no se usa esa terminología… no puedo hacerle un informe así.

El anciano sonrió. Había meditado cuidadosamente esa posibilidad. —Pues claro que puede… ¿o le gustaría que consultase con un internista?

El médico dudó un instante. Después se puso a teclear. —Gracias, doctor, sabía que lo entendería.

Apenas un par de días después, sus compañeros de partida lo recibieron con las consabidas burlas. —Manuel ACO… ¿dispuesto a pagarnos unos cafetillos?

Los ojos del anciano se iluminaron. Se sentó en la silla libre y se arremangó las mangas de la camisa. —Calla y reparte las cartas.

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