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El café en la facultad. Vicente Gianzo González

El café de la facultad

Vicente Gianzo González

La asamblea transcurre sin grandes discursos, nadie aporta nuevas ideas, ni siquiera los temas hasta ahora tratados merecen ser tenidos en cuenta. Es lo de siempre, exposiciones sin argumentos, sin fundamentos ideológicos, que se repiten hasta la saciedad. Nuestro movimiento revolucionario ha llegado a un punto de estancamiento tan acusado, que bien pudiera decirse que nos encontramos ante una situación de autodestrucción. ¿Qué nos está pasando? Nosotros siempre habíamos sido un grupo innovador, creativo.

El partido, históricamente, había destacado por sus grandes y provechosas aportaciones a la sociedad en la que vivíamos, o por lo menos eso nos creíamos. Un ideario básico, pero contundente, en sus enunciados: lo importante era el grupo, no el individuo.

Era el momento de hacer un alto. Llevábamos toda la mañana reunidos, y tomar un café nos vendría bien. Nos dirigimos a la cafetería y, allí, nos separamos por grupos.

No era la primera vez que lo veía, pero no sabría decir quién era. Nunca le había oído hablar, venía a todas las reuniones y siempre se mantenía callado. El hecho de sentarse a nuestra mesa nos permitió dirigirnos a él por primera vez. No sabía cómo pensaba, qué pasaba por su cabeza, qué grado de compromiso tenía con el grupo y hasta dónde llegaba su fi delidad hacia nosotros.

Viéndole de cerca, pude observar que tenía una mirada profunda y penetrante. Te miraba a la cara y no pestañeaba, eso me agradó. Tenía aspecto de líder, de persona con convicciones profundas. Estaba seguro de que podía ser un buen elemento para la causa, necesitábamos personas con ese carisma. Tan pronto tuve la oportunidad, le hice una pregunta con la doble intención de saber cómo se expresaba y qué ideas aportaría en caso de integrarle en la ejecutiva.

Poco tardó en mostrarse vehemente y audaz. Traté de no interrumpir su discurso, quería analizar su aptitud, saber qué nuevas ideas nos ofrecía. Nos hablaba de poder, de

la necesidad de asumir la dirección del Estado. Él quería cambiar el mundo. Me recordó a Aldous Huxley y su novela Un mundo feliz (1932). Nos estaba embelesando.

Esgrimía unos argumentos poderosos mientras sus ojos se encendían. Ya no hablaba para nosotros, ahora parecía un erudito conferenciante que estaba ilustrándonos y afi rmando cómo podíamos adueñarnos del mundo.

Su teoría era sencilla pero radical. Todo consistía, según él, en la puesta en marcha de una secuencia de acciones con la fi nalidad de hacer pasar a la humanidad por unas etapas previamente diseñadas.

El proyecto era maquiavélico, pero tenía visos de efectivo. Se debía aprovechar la tolerancia de la sociedad actual. Su sentido de la llamada libertad de expresión era una condición inexcusable.

Las etapas debían ser diseñadas siguiendo un orden: de lo impensable a lo radical, de lo radical a lo aceptable, de lo aceptable a lo sensato, de lo sensato a lo popular y de lo popular a lo políticamente correcto. Con este esquema podíamos elaborar el plan para nombrar un dictador, es decir implantar una dictadura y que esta fuera una realidad aceptada por las masas y por la ley. Resulta evidente que esto no se consigue mediante un lavado de cerebro, afi rmaba. Debía aplicarse una técnica sofi sticada; su aplicación sería coherente y sistemática. La sociedad no debe ser consciente del proceso.

Desarrollo del proyecto: de lo impensable a lo radical. En la actualidad, la cuestión de la dictadura se encuentra en un nivel bajo de aceptación, ya que la sociedad lo considera un sistema absurdo e impensable, un tabú. Para cambiar esa percepción, se puede, amparándose en la libertad de expresión, tratarlo como un asunto científi co (para los científi cos, normalmente no hay temas tabú). En esa etapa celebremos un simposio sobre políticas dictatoriales, discutamos la historia del tema de estudio y obtengamos declaraciones positivas autorizadas, garantizando así la transición de la actitud negativa e intransigente de la sociedad a una actitud más positiva; simultáneamente, hay que crear un grupo radical de fascistas, aunque exista solo en internet. Lo normal es que sea advertido y citado por numerosos medios de comunicación. Ya ha desaparecido el tabú y ese tema inaceptable comienza a discutirse. Pasados a la segunda etapa, es decir, de lo radical a lo aceptable, se debe continuar citando a los científi cos, argumentando que uno no puede blindarse a tener conocimientos sobre esta materia, ya que si alguna persona se niega a hablar de ello será considerado hipócrita e intolerante. Al condenar la intolerancia, también es necesario crear un eufemismo para el propio fenómeno, para disociar la esencia de la cuestión de su denominación, separar la palabra de su signifi cado. Así, el régimen dictatorial se convierte en autoritario, y posteriormente, en el régimen. Paralelamente, se puede crear un precedente de referencia, histórico, mitológico, contem-

poráneo o simplemente inventado, lo más importante es que sea legitimado, para que pueda ser utilizado como prueba de que la dictadura, en principio, puede ser legalizada.

Durante la tercera etapa, es importante promover ideas como las siguientes: el deseo de tener un líder está genéticamente justifi cado, un hombre libre tiene derecho a decidir quién lo gobierna. Los adversarios reales a esos conceptos, es decir, la gente de a pie que no quiere ser indiferente al problema, intencionadamente se convierten para la opinión pública en enemigos.

Expertos y periodistas en esta etapa demuestran que durante la historia de la humanidad siempre hubo caudillos y que esto era normal.

En la cuarta etapa, los medios de comunicación ya hablan abiertamente de las dictaduras. Este fenómeno aparece en las películas, letras populares y videos. Comienza a funcionar la técnica que supone la promoción de las referencias a los personajes históricos.

Quinta etapa: de lo popular a lo político. Esta categoría supone empezar a preparar la legislación para legalizar el fenómeno. Los grupos de presión se consolidan en el poder y publican encuestas que supuestamente confi rman un alto porcentaje de partidarios de la legalización de la dictadura en la sociedad, En la conciencia pública se establece un nuevo dogma. Esta es una técnica típica del liberalismo que funciona debido a la tolerancia como pretexto para la proscripción de los tabúes.

Esta exposición puede extrapolarse a cualquier fenómeno y es especialmente fácil de aplicar en una sociedad tolerante.

Terminó su intervención y todos le aplaudimos. Era posible que aquel muchacho fuera el líder que estábamos buscando.

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