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Manos. Antonio Jorge Cuadrelli
Manos
Antonio Jorge Cuadrelli
Qué misterioso secreto se esconde en nuestras manos, en los trazos que atraviesan en ella, escribiendo en renglones de la piel nuestro destino, trabajo para brujas y adivinas que juegan con la frágil voluntad de nuestro azar.
Todo ello estaba detrás en aquel viernes, aparentemente igual a tantos otros, pero nunca las cosas están en la agenda que planeamos, tan llenas de huecos y sorpresas que acechan el camino. También aquel día que quedaría señalado para Javier comenzaba en una mano que coge la llamada del Taller de Pepe: “¡Tu moto está arreglada, maldito —subrayaba—, te salvé el fi nde, ¿verdad?!. Me tuve que quedar fuera de horario y joderme un poquito”. Javier dice: Te devolveré el favor, ya verás, era un día muy importante, mi chavala me espera y tengo una gran sorpresa, la quería impresionar desde el primer momento, la moto es una parte importante, mi Rocinante, ya sabes, estaré ahí en un momento, gracias por echarme un cable, una mano amiga no tiene precio”. Llegando al taller sellaron esa amistad juntando sus manos.
Y luego, la mano de Javier encendió la moto y apretó el manubrio para acelerar, la voz de Pepe se perdió allá lejos junto al saludo con la mano alzada. Por las calles de la ciudad que ya oscurecía se mezclaron las luces de la publicidad, los coches y los semáforos.
Su mente se ausentó de todo lo que no fuese la cabellera de su novia esperándolo en algún lugar cuya ubicación le llegaría por mensaje. Esto formaba parte del cortejo diseñado por los dos, todos los viernes, con fragmentos de ocurrencia para hacer que el amor fuese rito y ceremonia previo al juego del encuentro amoroso que continuaría con sus manos y caricias en ese dibujo infi nito y laberinto. Mientras esperaba la señal, Javier tuvo tiempo de mirar sus manos y pensar en esas otras manos a lo largo de la historia, de las manos lavadas por Pilatos quitándose del medio en la sentencia, a las de Cristo sujetadas en aquella cruz desnuda que la gente insiste en decorar con oros y apariencias. Cuantas manos son las mismas manos, símbolo y destino de los hombres y mujeres.
Javier se perdía entre coches y semáforos cruzados, sentía que una fuerza lo empujaba en su trajín, no su voluntad, y se dejó llevar. Sin previo aviso, comenzó a sentir un dolor intenso en el pecho, le faltaba el aire, intentó separarse de los coches que expulsaban monóxido delante suyo, se sintió desvanecer, la última energía le llevó, casi inconsciente, a apagar la moto, pero no pudo evitar la caída en la calle y perdió el conocimiento, entró en una especie de cámara blanca, mullida y agradable que lo atraía, sintió que unas manos amigas le acompañaban invitándole a pasar, todo era paz allí.
En ese preciso instante y en otro lugar no lejano, una planta del hospital, el más grande de la ciudad, dos limpiadoras intercambiaban bromas en una pausa mientras acomodaban dos camas apenas abandonadas. Dos pacientes dados felizmente de alta acababan de abandonar el edifi cio. “Juego de manos, juego de villanos”, le dice una a la otra. Y ríen contentas, mientras le dice una a la otra: “¿Que sientes cuando podemos despedir a esta gente que ya se va a casa?”. Carmen ríe como una niña feliz: “¡Ángela —le contesta—, gratitud! Que hemos cumplido, que estamos aquí para esto y que la vida nos regala esta especie de premio que no tiene precio”. Entonces se miran y se toman de la mano y ríen juntas sacudiendo la almohada que tienen tomada una de cada extremo. En ese momento entra un equipo de enfermeros y médicos. “Nos estábamos por ir a la cafetería, pero hay una emergencia”. Se han presentado por sorpresa, las chicas se ponen nerviosas, somos un equipo, parecen decirse a sí mismos. Así que manos a la obra, todos de acuerdo, así que nada de nervios, lo sabemos, cuanto más tranquilidad, mejor, para el trabajo y para recibir a los pacientes. Ellos llegan a un lugar extraño, llenos de incertidumbre hasta que no se enteran del diagnóstico. Se ha presentado un caso grave, chico muy joven, estado muy crítico. La ambulancia lo está dejando en urgencias, hay que prepararlo todo, todas las manos son importantes.
Esas manos se van uniendo a la tarea, parecen marineros de un galeón antiguo, tienen fe, porque a veces también la fe nos salva. Uniendo las manos en esa abigarrada fi gura del destino. Con una dudosa fe llega entonces Lucía, la novia de Javier, que ha sido localizada y acude de inmediato al enterarse del accidente, un maldito accidente inoportuno, justo un viernes por la noche que debía ser de fi esta. La angustia le ha hecho llorar, en la entrada ha podido coger la mano de Javier y, sin consuelo, sacar las fuerzas que le quedaban a su desesperación para intentar darle ánimo, lágrimas y risas se le mezclan cuando oye que puede ser, que de esta se sale, y las manos de las enfermeras se hacen hermanas y amigas porque la humanidad no conoce de fronteras ni enemigos, en esos momentos el mundo es común a todos y viaja por un código propio que acerca y contagia paz.
Con toda la dulzura que pudo, una enfermera separa las dos manos de los amantes. La de él estaba cerrada con fuerza, la novia intentó abrirla para recordar, por un instante, aquel día en que le leyeron la suerte y le presagiaron un accidente, y aunque el trazo retomaba el rumbo, se quedaron con la boca abierta. La mano se abrió de pronto descubriendo que atrapaba un anillo de compromiso, era la sorpresa para esa ocasión, la emoción fue compartida, pero no había más tiempo, tenían que actuar con urgencia, las manos se unieron por un instante como en una alianza de sangre. Otra de las enfermeras acompaña a Lucía para que espere fuera lo que sea necesario. La novia se sienta relajando todo su cuerpo para esperar, mira sus manos y puede sonreír con su anillo prometido. Su ancla y salvación, un seguro que la tranquiliza, pasan muchas horas en la noche, gente que va y que viene.
Lucía no quiere saber los pormenores, sólo el desenlace, pero ya se sabe, el desenlace es caprichoso, una calle sin salida del destino, no se puede saber, solo presentir, con ese sexto sentido que tiene el amor algunas veces.
Ella se mira las manos, observa las de los que esperan, tensión, dolor, paciencia y esperanza. Un laberinto infi nito de ellas, parecen inundar todos los rincones. Entonces recordó una canción que decía “Cambia, todo cambia”, y con esas notas se acaba durmiendo agotada y sueña, en un segundo, con las manos de su novio, que la acaricia y que vuelan juntos. Despierta, en medio del bullicio de la mañana, con sus manos dormidas, las limpiadoras vuelven a las risas, pasan Carmen y Ángela, se sientan una cada lado, le miran las manos. ¡Ábrelas!, parecen ordenarle entre risas, cómplices, ella respira hondo, se siente segura. Está en buenas manos, y lo mejor, ¡Buenas Noticias! Todo ha ido bien. Estaba escrito en las manos, afi rma Carmen, siempre está escrito en ellas, confi rma Ángela, ¡siempre! Lucía acaba incorporándose, y juntas, tomadas de la mano, van hacia la habitación de Javier, esperando el permiso. En estos tiempos tan raros de pandemia y distopía hemos aprendido a adivinar las expresiones detrás de esas mascarillas que borraban los matices. Las miradas se han hecho más profundas, y las manos, aunque con guantes, han tomado el lugar de los abrazos. Esperemos que no sea para siempre.