Un objeto capaz de variar continuamente de aspecto no puede ser un valor absoluto. Su inconstancia no nos permite considerarlos como realidades. Los objetos en el espacio tan solo son recipientes invadidos por uno u otro ritmo, que animan esas formas repartidas en el espacio, produciendo en ellas la vida y el cambio perpetuo. Solo el ritmo o espíritu que los invade los eleva a la realidad; el espíritu es también la conciencia de un objeto. En consecuencia, si un objeto dado cambia de significación según el ritmo que lo ocupa, la forma exterior de los individuos o de los objetos será de poca monta, pues existe algo oculto bajo esas formas exteriores que son precisamente los ritmos o espíritus que le dan su esencia.