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Copyright © del texto, Lydia Cacho, 2015 Copyright © de las ilustraciones, Patricio Betteo, 2015 Primera edición: 2015 Copyright © Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., 2015 París #35-A Colonia Del Carmen, Coyoacán, C. P. 04100, México, D. F. Sexto Piso España, S. L. Los Madrazo, 24, semisótano izquierda 28014, Madrid, España www.sextopiso.com Diseño y formación: donDani isbn: 978-607-9436-18-6 Impreso en México
Lydia Cacho • Patricio Betteo
A Myriam, sanadora de cuerpos y almas.
Para convertirme en una ni帽a poderosa s贸lo necesit茅 una cosa: educaci贸n. Malala Yousafzai
A
Myriam le gustaban los libros y el beisbol, odiaba las ligas para el pelo y le fascinaban los manguitos enchilados. Cada sábado se levantaba temprano para escabullirse en la biblioteca de la casa: un cuarto enorme y lleno de libros desde los pies hasta la cabeza de las paredes, porque las paredes eran tan altas que parecían gigantes de madera, laberintos de ideas ocultas entre palabras. Le encantaba llegar en las mañanas, mientras todos aún dormían, y abrir las cortinas de la biblioteca para que la luz irrumpiera por los ventanales, como deseosa de iluminar los libros, igual que en el teatro se alumbra a los actores. Con la mirada, Myriam seguía los rayos de luz hasta llegar a un libro en particular, entonces corría para sacarlo del anaquel como un tesoro. Si estaba muy, muy alto se subía en la escalera de madera y lo bajaba con cautela. Cuando era muy pequeña su abuelo le dijo que cada vez que se caía un libro algún personaje se torcía un pie o una mano, incluso podría descalabrarse algún distraído, y claro, a nadie le gusta ir por allí haciéndole daño a los piratas, a las tortugas y a los poetas, a las heroínas o a las brujas… bueno, a los zombies ya se les está cayendo todo, así que tal vez esos libros sí pueden desplomarse sin problemas.
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Una mañana de sábado Myriam descubrió que había crecido mucho en el verano, pues ya no tenía que usar la escalera para bajar los libros del segundo anaquel, justo donde estaban todos los cuentos rusos que su papá le leía por las noches. Se midió frente a la escalera y bajó la cabeza… «¡Qué raro es todo esto!», pensó. Cerró los ojos para averiguar si se escuchaba cómo se estiraban sus huesos, mas no pudo percibir ningún crujido, por eso dedujo que era una tontería pensar que crecer duele. Se tocó las axilas porque sentía una extraña molestia que bajaba por allí hasta el pecho, sus manos sintieron un par de bultitos. Ahí se dio cuenta por primera vez de que le estaban creciendo los senos. Miró hacia todos lados y bajó las manos, era la única que lo había notado. «¡Uff!, menos mal», pensó, «debe ser muy incómodo tener pechos grandes para jugar beisbol en la liga infantil mayor ligera». Bajó corriendo a desayunar para luego ponerse su traje de beisbolista; era la mejor bateadora de las Panteras de Mixcoac y se sentía orgullosa de su talento.
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Papá ya estaba preparando el desayuno. Aún en piyama, cocinaba unos deliciosos waffles con fresas, los favoritos de Beto, el hermano pequeño de Myriam. Papá era un as en la cocina, todo le quedaba delicioso, preparaba el desayuno y la cena todos los días. Por suerte para mamá, a ella solo le tocaba la comida del mediodía. A decir verdad él es mejor cocinero que mamá, pero nadie se lo ha dicho a ella porque trabaja tanto que no quieren que se ponga triste. Myriam puso la mesa mientras su hermano sacaba jugo de las mandarinas, subido en un banquito para alcanzar el exprimidor. Mamá salió bañada y preparada para ir al partido. Aunque ella no jugaba, le emocionaba ver a su hija batear como las campeonas, así que se ponía la sudadera y la gorra del equipo de casa. Mientras todos comían los deliciosos waffles, se pasaban la miel, la cajeta, la mantequilla y la fruta, papá le preguntó a mamá si había leído las noticias. Ella asintió con preocupación y dijo que sí: dos niñas más habían desaparecido. —¿Cómo desparecen? —preguntó Beto sin quitar la mirada de un inmenso bocado de waffle—. ¿Fueron a un cumpleaños y un mago se las llevó en el sombrero? ¡Abracadabra, que desaparezca esta niña! ¡pufúm! —dijo el pequeño mientras hacía un gesto con las manos como si hubiera una explosión. Myriam soltó la carcajada, pero dejó de reír cuando papá y mamá se miraron preocupados. Conocía bien esa mirada; significaba que estaban a punto de hacer un círculo de la verdad.
Terminaron de comer y entre todos limpiaron y levantaron los trastes. —Aún tenemos tiempo —dijo mamá mientras se sentaba a la mesa. Papá tomó un lugar también y llamó a su hijo, que se acomodó a su lado. Myriam jaló la silla para estar cerca de mamá, al tiempo que preguntaba si había pasado algo malo. Mamá sonrió y comenzó a hablar como si fuera una experta, de esas que salen en la televisión: —Papá y yo fuimos a un curso de ciberguardianes. ¡Fue increíble! Lo impartieron unos policías que investigan crímenes cibernéticos. —¡Yo sé qué es eso! —dijo Beto emocionado, levantando la voz y la mano como si estuviera en la escuela—. Son como hackers que entran en las computadoras y descubren tu password y pueden saber lo que estás viendo y lo que haces. También pueden ver a los ciberbullys que molestan a otros niños de la escuela. —Con voz de sabelotodo, dijo—: Es como la película de Mark Zuckerberg, mami. ¿Te acuerdas? El tipo que inventó Facebook para burlarse de las niñas en la universidad y después se hizo millonario. —Sí, mi amor —dijo mamá un poco desesperada, porque a Beto le encantaba saberlo todo y su memoria era increíble a los siete años. Recordaba las respuestas a todas sus preguntas. —Los ciberguardianes son expertos en internet y en todo lo que la gente hace allí adentro —aclaró mamá. Myriam estaba callada, sintió cómo el aire se hacía más denso, hasta parecía que el comedor se había oscurecido un poco, como las imágenes de las televisiones viejitas que no eran de alta definición. Sus papás se miraron con mucha seriedad, a ella no le gustaba cuando eso sucedía; eran malas noticias. Entonces dijo:
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—¿Te hackearon tu Facebook mami? ¿Bajaron tus fotos como le pasó a la actriz de las películas? ¿Te robaron información de la universidad? ¿Te tuitearon groserías o amenazas? ¿Tienes un troll en Twitter? Mamá sonrió y la habitación se iluminó un poco. Papá también sonrió. No era tan grave si ellos reían nuevamente. Los colores volvieron a la normalidad, su familia era definitivamente de Alta Definición, pensó Myriam.
—Parece que desde hace meses unos señores que decidieron hacerles daño a algunas niñas las engañaron por internet. Creen que se metieron a Facebook pretendiendo ser sus amigos y con trampas las llevaron a un lugar secreto. Ahora nadie puede encontrarlas —dijo mamá con voz muy dulce pero hablando lentamente, para asegurarse de que la comprendían. Papá se levantó de su lugar y se paró al lado de Myriam. Con las manos en los hombros de su niña comenzó a hablar: —Una chica de tu salón también está desaparecida, su mamá ya le dijo a la policía que Kayla pasaba todas las tardes encerrada en su cuarto conectada en Facebook. —¡¿Kayla?! —preguntó asombrada Myriam. —¡¿Kayla la niña que mostraba toda su vida en Instagram?! –preguntó Beto al ver la cara de sorpresa de su hermana. Vaya si Myriam la conocía, era la niña más linda del salón, la primera a la que le crecieron los pechos. Tenía el pelo largo como el de Katy Perry y su mamá la había inscrito a concursos de belleza. A su papá no le gustaba que la vistieran como a una modelo, sin embargo la mamá estaba muy pero muy feliz de que su hija fuera la niña más bonita y popular de la escuela.
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–Oye papi ¿cómo se la llevaron? Me pregunto si serán robachicos, como esos que dices que había cuando eras niño. ¿Sería el viejo del costal? –No lo sabemos mi niña, pero hay que estar atentos para entender lo que está sucediendo.
Myriam había ido a jugar a casa de Kayla dos veces junto con otras niñas. Su papá estaba siempre enojado, bueno, cuando estaba, porque no era un padre normal; nunca cocinaba ni jugaba con su hija, ni le contaba cuentos rusos ni le leía las historias de Juana de Arco y otras heroínas antiguas. Era un papá enojado, o tal vez triste, al que no le gustaba el beisbol, y a Myriam le parecen súper sospechosas las personas a las que no les gusta el beisbol, los perritos callejeros y la música de Sleeping with Sirens. Kayla se tomaba selfies todo el día, era la única niña del salón que tenía un teléfono inteligente como el de los papás, el más moderno y caro de todos. Las maestras se enojaban porque estaba en clase y feisbuqueaba sin parar, pero no se podían quejar mucho porque con poco esfuerzo Kayla sacaba las mejores calificaciones y era muy pero muy buena para recordar todo. Claro, lo que no sabía lo buscaba en su teléfono o en su tablet. Nada se le iba a esa chica bella… bueno, casi nada. 18
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La conversación llegó a su fin, la familia se alistó para ir al partido mientras Myriam seguía imaginando a la pobre Kayla desaparecida. Se fueron a jugar, sin embargo durante todo el juego pensó en Kayla. «¿Dónde estará?», se preguntó. Imaginaba a la ciberpolicía navegando en la computadora de su compañera buscando pistas, como los detectives de la televisión. «Pero ¿y qué tal si el señor que se llevó a Kayla también es un hacker experto? Ojalá que no sepa borrar sus huellas ciberdigitales», pensó Myriam. Ya el maestro de computación, el profe Marcelino, les había explicado en clase que todos dejamos huellas en el ciberespacio, que el gobierno nos está vigilando y los empresarios dueños de las apps y las redes sociales se enteran de todo lo que hacemos en la red. Son como dicen que es Dios… que ve todo lo que haces y todo lo que dices aunque creas que estás sola. Esa tarde Myriam no estaba concentrada, por eso no jugó tan bien como otras veces. Ya en el auto, Beto comenzó a preguntar cómo podrán encontrar al señor que se robó a Kayla. Myriam decidió que el lunes haría una campaña en la escuela para que todos se pusieran a buscar a su compañera. «¡Esto no se puede quedar así!», pensó ya metida en la cama. «¡Si esos malos se llevan a una nos pueden llevar a todas!». Abrazó a su coneja de peluche y se decidió a soñar en cómo convertirse en una ciberdetective estrella. 20
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