ReporteSextoPiso Publicación mensual gratuita • Agosto 2021
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ReporteSextoPiso Recomendación de los editores
Lecturas
Novelar la oscuridad | 4
Poesía | 10
Somos estrellas de orgasmo | 6
Hacia la fuerza | 30
Felipe Rosete
Wenceslao Bruciaga
Dossier: Neofascismos | 11
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Elisa Díaz Castelo Diana J. Torres
Jacques Derrida. La última entrevista | 34 Jean Birnbaum
¿Fascismo universal? | 12 Enzo Traverso
Neoliberalismo en sus cabezas, proto-fascismo en sus corazones | 16 C. J. Polychroniou
Fascismo, fascistización, antifascismo | 19
Columnas Próximamente… | 43 José Hernández
Lado B | 43 Cintia Bolio
Ugo Palheta
Psycho Killer | 44
La extrema derecha que dice defender a las mujeres | 21
Psicología de la disolución | 47
Nuria Alabao
Carlos Velázquez Judas Glitter
La derecha transgresora y cool | 24 Steven Forti
Portada de este número: «Aspirina», de Joann Sfar, cedida por la editorial Fulgencio Pimentel
Reporte Sexto Piso, Año 7, Número 60, agosto 2021, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., América 109, Colonia Parque San Andrés, Coyoacán, C. P. 04040, Ciudad de México, Tel. 55 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com.
Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Dirección de arte y diseño: donDani Reservas de Derechos al Uso Exclusivo 04-2021-020813245067-102. Certificado de Licitud de Título y Contenido No. 17420. Impresa en los talleres de Litográfica Ingramex, S.A de C.V. Centeno 162-1, Granjas Esmeralda, C. P. 09810, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en agosto de 2021 con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. * Judas Glitter agradece las citas de Las lágrimas de Pascal Quignard.
Recomendación de los editores
Novelar la oscuridad Felipe Rosete
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ublicada en 1933 e inédita hasta ahora en español, El vatravés de la ciencia y el conocimiento, su hermana Susanne, lor desconocido narra la vida de Richard Hieck durante los profesora de trabajos manuales, maestra en educación infanmeses que van de la primavera al otoño de un año crucial en til y aspirante a monja se aferra a la religión —al grado de su vida, de esos cuyos sucesos lo afectan a uno de tal manera convertir su habitación en una cámara nupcial en espera del que termina transformándose en otra persona. Y no es solo Novio Celestial—, y Otto, el menor, emprende el camino de la porque en ese lapso se tituló como doctor en Matemáticas, pintura, el futbol y las mujeres. Tres maneras de aproximarse o porque consiguió un puesto de trabajo en el observatorio al misterio, al valor desconocido que subyace a un cielo esastronómico de la ciudad, sino por haber visto de cerca, cara trellado, lo mismo que a un estanque lleno de flores caídas, a a cara, al amor, por un lado, y a la muerte, por el otro. los pinos de un bosque meciéndose al ritmo del viento entre Corpulento, patoso, de rostro angucuyo follaje se asoma el furor enrojecido lado, Richard desprecia todo aquello Con una maestría que lo ha de un sol crepuscular, a lo infinitamenque escapa de esa luminosa y resplante grande y a lo infinitamente pequeño. deciente red de causas y leyes que le colocado entre los mejores Ese algo innombrable e irrepresentasirve para descifrar el mundo: lo im- novelistas europeos del siglo ble que se apodera de Richard al mirar predecible, lo pecaminoso, que para el brillante traje de baño negro de Erna él cobra vida en la risa de una mujer, xx, Hermann Broch exhibe en Magnus, una talentosa y desenfadada en su forma de mirar y caminar, en su el drama de sus personajes joven, recién salida de la piscina comuvoz, en su pelo, sonidos y gestos que, nitaria en pleno verano. Ese fantasma sin embargo, se le presentan en todas esa tensión permanente, la —el horror de la libertad— que lo imlas manifestaciones terrenales. De esa conflictividad eterna de unos pulsa a besar torpemente a Ilse Nydoscuridad huye e irremediablemente a otra compañera de la universidad, seres que pretenden por un halm, ella regresa, como todos. Desde niño se para luego sentirse como un condenado aferró a la escuela para poder asir esa lado descifrar el mundo y sus junto a ella, aunque plenamente dichored, pero siempre fue consciente de que secretos para sentirse segu- so. Las mismas potencias que hacen que esta no puede abarcarlo ni explicarlo todo, de que al final todo es resultado de ros, pero que por el otro son una casualidad tremenda y, por tanto, completamente incapaces de nada es seguro. Tanto Richard como sus hermanos conocerse a sí mismos y ense enfrentan a la tarea de labrar su pro- tender, no digamos dominar, pia persona reelaborando la herencia que late en su interior, la de un padre sus pasiones, sus obsesiones, ausente y misterioso, un ser absoluta- sus pensamientos. mente oscuro que los deja marcados para siempre. Y así como él lo intenta a
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Susanne viva a la espera de un Dios que nunca llega, las que impulsan a Otto a salir de la cama en medio de la noche para subirse a la bicicleta en busca de un beso eterno. Las que llevan a Katherine Hieck, la atractiva madre de estos y de otros dos hijos que hace mucho decidieron estar lejos de su familia, a sentirse atraida por Karl, amigo de Otto, amparada en su creencia en el milagro del amor. La vida, pues, esa fuerza oscura, infinita, inalcanzable, inasible y aterradora que se adueña de uno: tal es la incógnita irresoluble de la ecuación. Con una maestría que lo ha colocado entre los mejores novelistas europeos del siglo xx, Hermann Broch exhibe en el drama de sus personajes esa tensión permanente, la conflictividad eterna de unos seres que pretenden por un lado descifrar el mundo y sus secretos para sentirse seguros, pero que por el otro son completamente incapaces de conocerse a sí mismos y entender, no digamos dominar, sus pasiones, sus obsesiones, sus pensamientos. Seres aterrados que no pueden existir sin aferrarse a algún sucedáneo. Poseídos por la oscuridad que nos es propia, de la que intentamos salir, pero a la que todos volveremos en algún momento: la de la noche, la de la ceguera, la del vientre materno, la del universo, la de la muerte. Esa oscuridad de la que las luces de la ciencia y el pensamiento no han podido alejarnos como lo prometieron, cuyo estallido se manifestó con estridencia durante toda la vida adulta del escritor —que nació en Viena en 1886 y murió en 1951 en Estados Unidos, adonde se había refugiado tras haber huido de una detención por parte de la Gestapo—, uno de los periodos más irracionales y oscuros en la historia de Occidente. De ahí que el profesor Weitpretch, el más sabio y anciano de todos, como si estuviera aludiendo al papel de la ciencia en la erección de toda aquella maquinaria de muerte y destrucción —que hoy en día está acabando con el planeta—, le diga a Richard en uno de sus últimos diálogos: «Yo creía en el conocimiento, y en nombre del conocimiento he hecho mucho mal». Pero la crítica de Broch apunta no solo a los efectos del conocimiento, sino también a las formas en las que se produce, es decir, a la academia: «Dígamelo usted mismo —le dice el
El valor desconocido Hermann Broch Traducción de Isabel García Adánez Narrativa Sexto Piso 2021 • 162 páginas
profesor Kapperbrun a Richard Hieck—: ¿no es un horror esto, esta jerarquía, este escalafón, este acechar como los buitres para conseguir saltar al peldaño libre…? Es asqueroso… ¡Y usted hablando de conocimiento!». Escalafones en los que, además, las mujeres no tenían cabida excepto como ayudantes al servicio de los varones. Y aun cuando el conocimiento no puede abarcar ni explicar todas las cosas del mundo, a pesar de ser utilizado en favor del mal, del poder, de la destrucción y la locura humanas, de ser producido a través de esos entramados jerárquicos y enmohecidos en los que descansa la respetable academia; aun así, dice Broch a través de Hieck, es necesario combatir y erradicar el pecado de no saber, la cerrazón de no querer saber, pues eso es «lo que incita a la gente al asesinato, lo que la capacita para contemplar la muerte del otro con indiferencia». Es el conocimiento lo que nos permite ir más allá de los límites del mundo y, con ello, alcanzar la claridad y el gozo que todos perseguimos. Se trata de comprender lo imprevisible a través de lo previsible, asumiendo la radical división que existe entre ambas partes. La totalidad del conocimiento descansa sobre la muerte porque es la unión de la vida y la muerte lo que forma la totalidad del ser. De la muerte surge la vida, de la noche el día, de las tinieblas la luz, y del deseo el amor. La cabeza pensante conforma un todo con el tronco animal. Toda claridad se forma previamente en lo oscuro. El cielo nocturno brilla como un traje de baño mojado. Todo esto aprendió Richard Hieck en aquel año decisivo y transformador.
Recomendación de los editores
La Biblia Psíquika de Genesis P-Orridge:
Somos estrellas de orgasmo
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Wenceslao Bruciaga
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e necesita algo de fe para entrarle al libro cuya autora es quien daba la cara por Throbbing Gristle y Psychic tv. Bandas que, para escucharlas, requieren de una convicción arriesgada. Casi ciega, como la que a veces exigen las religiones. Pero al mismo tiempo inconforme. Limítrofe. Throbbing Gristle fue la agrupación que en los primeros setenta sería la matriz de géneros disruptores en la música casi después del punk. Si Kraftwerk son considerados los Beatles del pop electrónico, el Cartílago palpitante son los responsables de forjar el industrial como género en conjunto, desde el dance hasta el atonal y lóbrego. Editaron sus primeros álbumes bajo el sello Industrial Records. Seminales también de la música experimental y casi todas las programaciones inclasificables asociadas con el lado oscuro del ser humano. En los primeros conciertos de Throbbing Gristle, los audiovisuales solían ser imágenes de porno duro. Sadomaso. Método perturbador con el que buscaban confrontar a las audiencias para que sus letras, cantadas, reclamadas por Genesis, no quedaran de ornamento artístico. Su voz era tan andrógina como su fuerte imagen. Agria e intimidante como la bravuconería masculina. Hermosamente femenina. Encantadora y amenazante. Todos los binarismos se fusionaban en
La Biblia Psíquika Genesis Breyer P-Orridge
Traducción de Juan Salzano Caja Negra Editora 2020 • 576 páginas
ella sin dejar rastro. Pionera de la identidad trans como camino del conocimiento. El efecto que producía era eclesiástico. Como cuando algunas personas cobran conciencia de su fe al enfrentarse a pinturas o esculturas de santos con heridas, manchas de lepra o lágrimas de sangre. Y se persignan ante ellas. Cuando los seguidores se entregaron a la devoción de Throbbing Gristle, el cuarteto se desintegraba. Aun así, Genesis P-Orridge decidió agradecerles no con un club de fans, sino con la creación de una banda posterior, Psychic tv, proyecto que incursionaría cuanto género se le atravesara a Genesis, ya sea el punk clásico, el gótico irritante, el pop almibarado, o el acid house que ella impulsó religiosamente. Y con la fundación de un culto. Que se congregaba en topy: Temple of the Psychic Youth. El templo de la juventud psíquica. En el que todos eran bienvenidos. Incluso los detractores. Recién traducido por Caja Negra (labor que debió ser agotadora), La Biblia Psíquika es la compilación de todos los textos que tanto los pastores, como los fieles del templo, entre los que se encontraban el duo de electropop Softcell, o los industriales sin piedad de Skinny Puppy, escribieron sobre el misticismo y el autodescubrimiento que proponía el templo como formas de llegar a la verdad. Inspirados en las reflexiones de Genesis que no se tocaba el corazón al despedazar todas las grietas e hipocresías en las que las sociedades occidentales basan su orden y afecto. Enemiga del control, el chantaje de las emociones humanas, la manipulación moral con la que se condena el ejercicio sexual, su placer y sus orgasmos, La Biblia Psíquika son ejercicios lingüísticos que toman mucho de los textos de William Burroughs, con los que se rebasaba la verdad. Nada era estático ahí. Incluso una reflexión sobre la homosexualidad entre hombres cisgénero alcanzaba liberaciones espirituales.
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Dicho esto, aquí algunas recomendaciones indispensables antes de leer la Biblia del Templo de la Juventud Psíquika:
Enemiga del control, el chantaje de las emociones humanas, la manipulación moral con la que se condena el ejercicio sexual, su placer y sus orgasmos, La Biblia Psíquika son ejercicios lingüísticos que toman mucho de los textos de William Burroughs, con los que se rebasaba la verdad. Nada era estático ahí. Incluso una reflexión sobre la homosexualidad entre hombres cisgénero alcanzaba liberaciones espirituales.
Hay que desentenderse de cualquier miedo que tenga que ver con sospechas diabólicas. Por mínimas que sean. Muchos ateos en el fondo no quisieran tener el aliento del diablo cerca. Este es un libro filosóficamente satánico. Hasta el agnóstico más farolero podría encontrar citas de blasfemia opaca. Tampoco es una lectura apta para los débiles del erotismo extremo. Aquí, Genesis propone hacer de los fluidos que expulsamos durante nuestros encuentros sexuales, solos, en pareja, en tríos, en orgías, reproductivos u onanistas, objetos de culto capaces de encontrar su propia misión en el universo. Si usted es de los que sufre agruras y escalofríos cada que se topa con una palabra escrita con la pertinencia del lenguaje inclusivo, respire hondo. Por otro lado, si es de los que apoya las palabras con sílabas neutrales para contribuir a la visibilización de la otredad, también tendrá que respirar hondo. Quizás más. Mien-
tras la lógica actual busca en la diseminación del lenguaje inclusivo hacer del mundo un lugar empático, libre de ofensas, que no hieran sensibilidades, Genesis buscaba todo lo contrario. Destruir los pronombres heterosexuales. Las terminaciones binarias. Como un arma para la destrucción de la moral masiva. Lejos estaba de dar con la neutralidad. En cambio, agregaba un sentido casi terrorista.
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Disponibles en librerías y en: spdistribuciones.com
Poesía
De El reino de lo no lineal
Elisa Díaz Castelo Vida: nombre femenino: una aguja en un pajar: cierta inclinación de la luz: vida: sustantivo: véase también: esto es vida: dícese de un pastel de chocolate: dícese de un cigarrillo después del sexo: vida: gestación: reproducción: óvulos: uñas en los fetos: vida: electrocardiograma: declaración de amor: de impuestos: radiografía: hojas a contraluz: escribe un libro planta un árbol: etcétera: vida: etcétera contante y sonante: todo lo que olvidamos también:
Orfelia borra viejas fotografías de su celular Ya terminó el viaje: jardín de erizos, piedras contra el agua, marea y estría, el artilugio diario de los atardeceres, cosas que aseguramos no olvidar nunca, el sabor de la sal y su intemperie, el mar, sábana sin sueño que dobla y desdobla sus esquinas, tu piel contra la mía, las cabañas de Mario, su guitarra y canciones. Era la última noche. El mundo era un acorde pulsado justo a tiempo. La música redondeaba las cifras inexactas de nuestros cuerpos y el hambre del mar. Lo sabíamos bien. Yo miraba la sombra de la voz, que es el cuerpo. Tú, la frente contra mi hombro, aferrabas mi mano entre las tuyas como un niño: la felicidad y su envés de desamparo.
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Es cierto. Para siempre es tarde en esa tarde. Es lógico colegir que el sitio en el que estuvimos existe todavía, aunque nosotros no o no de la misma forma. Mario afilará su voz contra la piedra cerrada de la noche y al fondo el mar aún y siempre se romperá la cara contra las rocas. Solo aquellas cosas que repiten una y otra vez su propia destrucción permanecen. Ya terminó el viaje. Nuestra piel olía a citronela.
Lee una selección más amplia de la poesía de Elisa Díaz Castelo en reportesp.mx
DOSSIER:
NEO FASCISMOS
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¿FASCISMO UNIVERSAL? UNA RESPUESTA A UGO PALHETA Enzo Traverso 12
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urante los años recientes, el ascenso espectacular de los movimientos de extrema derecha a nivel internacional colocó la cuestión del fascismo en el corazón de la agenda política. El fascismo está de vuelta: nadie puede pretender seriamente que pertenece exclusivamente al pasado ni que es meramente un objeto de estudio histórico, y no se lo había discutido tan intensamente en la esfera pública desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Debemos agradecer a Ugo Palheta por esclarecer los términos de este debate necesario. Su texto incluye una dimensión analítica en la que aborda tanto las causas como los rasgos definitorios de esta nueva «ola» fascista, además de una conclusión programática sobre los medios para combatirla. Concuerdo con su diagnóstico en muchos aspectos pero mantengo mi escepticismo en relación con otros. Aquí intentaré explicar mis motivos, con la expectativa de estimular así nuevas contribuciones al debate. Ugo Palheta define al fascismo como un proyecto de «regeneración» de la nación concebida como una comunidad imaginaria construida alrededor de rasgos raciales y étnicos. Esta comunidad imaginaria dispone de mitos «positivos» y «negativos». Designa una pureza supuestamente original que debe ser defendida o restablecida en contra de sus enemigos: la inmigración («el gran reemplazo»), el «racismo antiblanco», la corrupción feminista y lgtbiq de los valores tradicionales, el Islam y sus aliados («islamoizquierdismo»), etc. Las premisas de la emergencia de esta ola neofascista, argumenta Palheta, yacen en la «crisis de hegemonía» de las élites globales, cuyas herramientas de dominación, heredadas del viejo Estado nación, parecen haber quedado obsoletas y se muestran cada vez más ineficientes. Tal como explicó Gramsci al volver sobre Maquiavelo, la dominación es una combinación de aparatos represivos y hegemonía cultural que le permite
a un régimen político presentarse como ventajoso y legítimo en vez de tiránico y opresivo. Luego de varias décadas de políticas neoliberales, las clases dominantes incrementaron enormemente su riqueza y su poder, pero también sufrieron una gran pérdida de legitimidad y hegemonía cultural. Estas son las premisas del ascenso del neofascismo: por un lado, el «asalvajamiento» de las clases dominantes; por otro, las tendencias autoritarias generales que engendra este tipo de dominación. Por lo tanto, nos dice Palheta, el fascismo está afectado por una contradicción estructural: pretende ofrecer una alternativa al neoliberalismo y, al mismo tiempo, defiende el restablecimiento del orden amenazado. Al igual que el fascismo clásico, que se definió a sí mismo como una «tercera vía» en contra del capitalismo y del socialismo, o de la democracia liberal y del bolchevismo, el neofascismo pretende luchar en contra del establishment, pero también desea restaurar la ley y el orden. Históricamente, este fue uno de los rasgos de la revolución conservadora. Estoy de acuerdo con la definición de Palheta que dice que el fascismo es un proyecto de «regeneración» de la nación, pero no me parece completa ni satisfactoria, en la medida en que no logra aprehender el conjunto de los elementos que son constitutivos del fascismo. Visto con una lente histórica, el fascismo fue más que una forma de nacionalismo radical y
Dossier: Neofascismos
una idea racista de la nación. También fue una práctica de violencia política, una forma de anticomunismo militante y una destrucción absoluta de la democracia. La violencia, dirigida especialmente contra la izquierda y contra el comunismo, fue la forma privilegiada de su acción política, y allí donde llegó al poder —fuese por medios legales, como en Italia y Alemania, o a través de un golpe militar, como en España— destruyó la democracia. Desde este punto de vista, los nuevos movimientos de la derecha radical tienen una relación diferente, tanto con la violencia como con la democracia. No disponen de milicias armadas, no defienden un nuevo orden político y no ponen en riesgo la estabilidad de las instituciones tradicionales. Aunque pretenden defender al «pueblo» en contra de las élites y restablecer el orden, no desean crear un nuevo orden. En Europa están más interesados en implementar políticas autoritarias y nacionalistas en el marco de la ue que en destruir sus instituciones. Esta es la postura de Victor Orban en Hungría y la de Mateus Morawiecki en Polonia, y también es la orientación de Vox en España, del Rassemblement National de Marine Le Pen en Francia y de la Lega de Matteo Salvini en Italia, tres fuerzas políticas que en última instancia aceptaron el euro. La Lega italiana entró recientemente en una coalición de gobierno dirigida por el antiguo director del bce, Mario Draghi, que es la encarnación simbólica del neoliberalismo y de las élites financieras. En Austria, en los Países Bajos y en Alemania, los países que más se beneficiaron del euro, la extrema derecha es efectivamente xenofóbica y racista, pero no es anti-ue, anti-euro, ni se opone al neoliberalismo. Su perfil político está mucho más arraigado en el conservadurismo cultural. En India, en Brasil y en los Estados Unidos, los líderes de la extrema derecha llegaron al poder y desplegaron tendencias xenofóbicas y autoritarias sin poner en cuestión el marco institucional de sus Estados. Bolsonaro y Trump no solo fueron incapaces de disolver el parlamento, sino que terminaron o están terminando sus mandatos enfrentando graves procesos de impeachment. El caso de Donald Trump, el más espectacular y debatido durante los últimos meses, es especialmente instructivo. Su inclinación fascista surgió con claridad hacia el final de su presidencia, cuando se rehusó a admitir su derrota e intentó invalidar el resultado de las elecciones. La «insurrección» folclórica de sus partisanos, que invadieron el Capitolio, no fue un golpe fascista fallido; fue el intento desesperado de invalidar las elecciones de un líder que ciertamente había ro-
to con las reglas más elementales de la democracia —lo cual hace que sea posible definirlo como un fascista—, pero que fue incapaz de señalar una alternativa política. Los acontecimientos del Capitolio revelaron sin duda la existencia de un movimiento fascista de masas en los Estados Unidos, pero este movimiento está muy lejos de conquistar el poder. La consecuencia más inmediata de todo esto fue la generación de una gran crisis en el Partido Republicano. Trump había ganado las elecciones en 2016 como candidato del Partido Republicano: una coalición de élites económicas, clases medias altas interesadas en la baja de impuestos, defensores de los valores conservadores, fundamentalistas cristianos y clases populares blancas marginalizadas y empobrecidas que se ven atraídas por un voto de protesta. Con todo, lo cierto es que si se hubiera presentado como el líder de un movimiento de nacionalistas reaccionarios y blancos supremacistas, Trump no hubiese tenido muchas oportunidades de ganar las elecciones. El movimiento fascista detrás de él es ciertamente una fuente de inestabilidad política, que puede llevar a violentas confrontaciones de clase con Black Lives Matter y otros movimientos de izquierda, pero debe ser comprendido en su propio contexto. A diferencia de las milicias fascistas durante el período 1920-1925 o de las sa entre 1930 y 1933, que expresaban la decadencia del monopolio estatal de la violencia en Italia y Alemania durante la posguerra, las milicias de Trump son el legado de la historia de los Estados Unidos, un país que durante siglos ha considerado a la posesión de armas por parte de los individuos como una propiedad de la libertad política.
El fascismo clásico nació en un continente devastado por la guerra total, creció en un clima de guerras civiles, al interior de Estados profundamente inestables y paralizados institucionalmente por agudos conflictos políticos. Su radicalismo surgió de una confrontación con el bolchevismo, que lo dotó de su carácter «revolucionario». El fascismo era una ideología y un imaginario utópicos, que crearon los mitos del «hombre nuevo» y la grandeza nacional. 13
Dossier: Neofascismos
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Los nuevos movimientos de extrema derecha carecen de todas estas premisas: surgieron de una «crisis de hegemonía» que no puede ser comparada con el colapso europeo de los años 1930; su radicalismo no contiene nada «revolucionario» y su conservadurismo —la defensa de los valores tradicionales, de las culturas tradicionales, de las «identidades nacionales» amenazadas y del honor burgués que se opone a las «desviaciones sexuales»— no plantea la idea de un porvenir, tan importante para las ideologías y las utopías fascistas. Este es el motivo por el cual me parece más apropiado definir a estos movimientos como «posfascistas». Teniendo en cuenta la ideología y la propaganda de los movimientos de derecha radical contemporáneos, Palheta enfatiza pertinentemente sus pronunciadas vetas anticosmopolitas. Percibe en ellas algunos elementos de continuidad con el antisemitismo fascista. Evidentemente, esto es cierto. Pero curiosamente, Palheta ignora una de las transformaciones más importantes que se desarrollaron durante las últimas dos décadas y que distingue significativamente a estos movimientos del fascismo clásico. Ya no apuntan contra los judíos —la mayoría de los movimientos de extrema derecha tienen muy buenos vínculos con Israel—, sino más bien contra los musulmanes. La islamofobia reemplazó al antisemitismo en la retórica posfascista: el mantra de la lucha contra el bolchevismo judío fue reemplazado por el rechazo del «islamoizquierdismo» y de los movimientos «decoloniales» y anticoloniales. Si se considera la influencia de los movimientos de izquierda contemporáneos —especialmente el antirracista, el feminista y el lgtbiq—, se concluye que esta es significativa pero incomparable con el impacto que tuvo el bolchevismo durante las décadas de entreguerras, cuando la urss encarnaba una alternativa. De hecho, el posfascismo parece remitir más al «pesimismo cultural» (Kulturpessimismus) que al fascismo histórico. Hablar de la nueva extrema derecha como «contrarrevolución» —sea «póstuma» o «preventiva»— no me parece útil a la hora de esclarecer el asunto, dado que simplemente transpone el fascismo histórico en un conjunto de movimientos que abandonaron explícitamente esta referencia política e ideológica. Definir al fascismo como contrarrevolución tenía un sentido en los años 1920 y 1930, en una coyuntura Europea moldeada por la Revolución de Octubre, el biennio rosso italiano (las ocupaciones de fábricas de 1919-1920), el alzamiento espartaquista de enero de 1919 en Berlín, las guerras civiles de 1920 en Bavaria y Hungría, y la guerra civil española de los años 1930. Pero el término se convierte en un eslogan prácticamente incomprensible cuando se lo aplica a Marine Le Pen, Matteo Salvini, Victor Orban, Jair Bolsonaro o incluso a Donald Trump. La contrarrevolución no existe sin la revolución.
Palheta tiene razón cuando señala la tendencia a reforzar las tecnologías de control social y de vigilancia y a extender el alcance de la represión policial. Esta tendencia, argumenta, afecta a la mayoría de los Estados contemporáneos y expresa el «asalvajamiento» general de la clase dominante. Sin embargo, estos cambios se observan en la mayoría de las democracias liberales y no pueden relacionarse con el ascenso del fascismo. En los Estados Unidos, Obama expulsó a más inmigrantes indocumentados que Trump y la exacerbación de la violencia policial racista llevó a la creación de Black Lives Matter en 2013, tres años antes de la elección de Donald Trump. En Francia, se promulgaron leyes de excepción bajo la presidencia de Hollande, luego de los ataques terroristas de 2015, y puede observarse un notable incremento de la violencia policial contra los movimientos sociales, particularmente visible en el caso de los «chalecos amarillos», desde la elección de Macron en 2017. Todas estas tendencias no reflejan una «dinámica de fascistización», sino más bien la emergencia de nuevas formas de neoliberalismo autoritario. En la mayoría de los casos, los partidos de extrema derecha apoyan estas transformaciones sin preocuparse por la gestión de su aplicación. En los años 1930, las élites militares, financieras e industriales europeas apoyaron al fascismo como una solución a crisis políticas endémicas, a parálisis institucionales y, sobre todo, como una defensa frente al bolchevismo. Hoy las clases dominantes prefieren la ue a los movimientos populistas, nacionalistas y neofascistas que proclaman el retorno de las «soberanías nacionales». En Estados Unidos, las clases dominantes pueden apoyar al Partido Republicano como una alternativa habitual al Partido Demócrata, pero nunca respaldarían el supremacismo blanco en contra de Joe Biden. No porque crean en la democracia, sino porque Biden es incomparablemente más efectivo que el supremacismo blanco a la hora de defender el orden establecido. ¿Significa esto que no existe una amenaza fascista? En absoluto. El crecimiento espectacular de los movimientos, partidos y gobiernos de extrema derecha claramente muestra que el fascismo puede convertirse en una alternativa, especialmente en los casos de una crisis económica general, una depresión prolongada de la economía estadounidense o un colapso del Euro. Acontecimientos como estos podrían radicalizar a estos movimientos hacia el fascismo y dotarlos de un amplio apoyo entre las masas. Su relación con las cla-
ses dominantes inevitablemente se modificaría, tal como sucedió en los años 1930. Pero esta tendencia está lejos de prevalecer en la actualidad. Es interesante observar que la pandemia del covid-19 no generó una ola de xenofobia ni la búsqueda de chivos expiatorios. En Estados Unidos llevó a la derrota electoral de Trump (a pesar de la radicalización del trumpismo), en Brasil a dificultades cada vez más pronunciadas para el gobierno de Bolsonaro y en el continente a un refuerzo de la ue, que mitigó su neoliberalismo usual para adoptar inesperadas medidas neokeynesianas.
La «posibilidad del fascismo» sigue latente, pero la crisis económica de la pandemia no la fortaleció. En Italia, durante los peores meses de la emergencia sanitaria, el odio hacia los refugiados e inmigrantes fue reemplazado por la solidaridad espontánea y la acogida popular de médicos chinos, albaneses y africanos que llegaron para ayudar a sus exhaustos colegas. Evidentemente, esta tendencia no es irreversible, pero muestra que no estamos frente a un proceso inevitable de fascistización.
Hasta ahora, los movimientos neofascistas y posfascistas están atrapados en la contradicción definida por Palheta: o bien se presentan como una alternativa «antisistémica» y permanecen excluidos del poder; o bien participan en el restablecimiento de la ley y el orden, y aceptan el «sistema» con sus reglas y sus instituciones. Sin embargo, en este caso, se vuelven parte del orden establecido que rechazaron previamente. Es Palheta quien señala la «normalización burguesa» como un desenlace posible de la presente «crisis de hegemonía» del neoliberalismo. Pero la «normalización burguesa» es incompatible con la «dinámica de fascistización» general. Esta trayectoria —denominada por algunos académicos como giro «bonapartista» o defascistización— se observó en general luego del establecimiento de un régimen fascista (pensemos, por ejemplo, en el franquismo tardío). Si esta «normalización» afecta al movimiento fascista antes de la conquista del poder, significa que la «dinámica de fascistización» no existía. En Italia, la «normalización burguesa» de la Lega se desarrolló sin que medie ninguna «respuesta popular considerable» (que es la condición que Palheta establece para esta «normalización»). En otros países, el espectro del fascismo podría ser utilizado por las mismas élites para contrarrestar su «crisis de hegemonía». Para Biden, Macron y Merkel podría ser un pretexto conveniente para silenciar cualquier oposición de izquierda. La conclusión de Palheta es un llamamiento al antifascismo, a un antifascismo concebido, no como un «combate sectorial, un método particular de lucha o una ideología abstracta», sino como una dimensión central de la política de izquierda, como algo que «impregne e implique a todos los movimientos emancipatorios». Una izquierda provista de conciencia histórica y memoria del pasado no puede más que acordar con esta propuesta. A pesar de la sensibilidad de Palheta frente a la necesidad de un heterogéneo ethos antifascista en vez de una ideología antifascista monolítica, es su abordaje del fascismo el que corre el riesgo de ocluir algunas de las singulares dinámicas posfascistas en contra de las cuales luchamos hoy. El antifascismo no es una panacea para un «proceso de «fascistización» universal; en cambio, debe adaptarse y desplegarse de acuerdo con la diversidad de los contextos nacionales. Traducción de Valentín Huarte
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NEOLIBERALISMO EN SUS CABEZAS, PROTO-FASCISMO EN SUS CORAZONES C. J. Polychroniou
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l transformarse en el partido de Trump, los analistas han tratado de llegar a un acuerdo sobre la identidad política del Partido Republicano actual. El consenso general entre los expertos de la corriente dominante parece ser que ya no es un partido conservador, sino que se ha convertido en una especie de periferia autoritaria. Muchos de los progresistas y radicales, por otra parte, van más allá y afirman que el pr es ahora un partido fascista. Hay un problema con ambos enfoques de la identidad política del pr actual. Examinemos primero la afirmación de que el pr de Trump ya no es un partido conservador sino, más bien, un partido autoritario atípico. Aun si asumimos que era un partido conservador puro antes de Trump, lo que considero una propuesta muy dudosa por razones que se explicarán más adelante, hay que señalar entonces que los partidos conservadores, en mayor o menor medida, siempre han sido autoritarios. Como tal, decir que el pr de hoy se ha convertido en un autoritario atípico dice muy poco, pero tampoco capta la magnitud del cambio que ha sufrido el partido desde la aparición de Trump en la escena política.
De hecho, para que no lo olvidemos, el partido republicano ha sido el «partido de la ley y el orden» al menos desde los tiempos de Barry Goldwater. Y como cualquier estudiante astuto de la historia le dirá, la política de la ley y el orden (la sumisión a la autoridad y la oposición a otros grupos) siempre ha sido una puerta de entrada al autoritarismo sin importar el escenario político o cultural. En efecto, el autoritarismo y el reaccionarismo están integrados en el tejido del conservadurismo.
El partido republicano ha sido en gran medida una fuerza política reaccionaria prácticamente desde principios del siglo xx. Su historia está repleta de intentos de hacer retroceder el tiempo con respecto al progreso realizado en el frente político, social y cultural. Los republicanos han adoptado sistemáticamente una orientación reaccionaria en cuestiones de raza, etnia y género, y se oponen fervientemente al gobierno de la mayoría. Hace más de una década, en una entrevista aparecida en la revista política y cultural británica The New Statesman, el
Dossier: Neofascismos brillante y franco autor de las Narrativas del Imperio captó con bastante fuerza el estado de la política estadounidense en ese momento al decir que lo que se tiene con el partido republicano es un «lote cuasi-fascista» de personas, «enemigos pueblerinos de todo el mundo» que «creen en la autoridad... en su propia mente, y en la de nadie más». Gore Vidal utilizaba estos términos para referirse a la reacción de los republicanos al gobierno de Estados Unidos —un «país racista», como él decía, que se comparaba favorablemente con la Sudáfrica del apartheid— bajo un presidente negro. Lo que ha cambiado en los últimos diez años, más o menos, es la aparición de Trump, con su asombrosa habilidad para ampliar dramáticamente la base de esta «hornada
cuasi-fascista» de gente y hacer que se sientan tan empoderados que se crean con derecho a anular una elección solo porque su propio candidato perdió. Pero eso sigue planteando la cuestión de si el pr de Trump es un partido fascista o neofascista. El fascismo es una forma de gobierno en la que el partido gobernante no solo se embarca en la censura y prohíbe la oposición política, sino que utiliza el Estado para obtener el control indirecto de la economía, establece todos los precios y salarios, y controla el sistema monetario.
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Dossier: Neofascismos
La economía política del fascismo no gira en torno al sistema de «libre mercado». Los fascistas no solo nacionalizan ciertas industrias, sino que obligan a los propietarios de las que permanecen en manos privadas a operar de acuerdo con los objetivos económicos de su gobierno. La economía política del fascismo contrasta fuertemente con la doctrina económica imperante en Estados Unidos, que es el neoliberalismo. Sin duda, no hay evidencia alguna de que el partido republicano haya abandonado su creencia en el sistema de «libre mercado» y, a su vez, planee abrazar una visión de una «economía organizada de capitalismo de Estado». Tampoco se ha convertido en partidario de los sindicatos, algo que sí ocurría con el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán. El neoliberalismo, con su énfasis en la privatización, la desregulación, los recortes de impuestos para los ricos y los ataques masivos a los derechos de los trabajadores, ha sido la filosofía económica del pr antes y durante el reinado de Trump en el poder, y seguramente seguirá siéndolo después de Trump. Por lo tanto, etiquetar al partido republicano, con su aversión patológica a la idea de un gobierno central fuerte que dirija la economía para ayudar al desarrollo, como un partido fascista está política e ideológicamente muy equivocado. Los republicanos (como la mayoría de los demócratas desde Clinton) llevan el neoliberalismo en el corazón. Sin embargo, en lo que respecta a la política y a las cuestiones sociales y culturales, la orientación del partido republicano ha sido «protofascista» durante mucho tiempo. Por «protofascismo» me refiero a una orientación ideológica, a un estado de ánimo y, potencialmente, a un movimiento en el que las actitudes y predisposiciones políticas de sus miembros están impulsadas por el odio, la frustración social y las tendencias racistas, la atracción por el hombre fuerte y el desprecio por el débil, la idolatría de la violencia y el rechazo de la razón y los valores de la Ilustración. El miedo a la diferencia es también un rasgo de la mentalidad «protofascista», así como la obsesión por el complot y las teorías conspirativas en general.
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La obsesión de Estados Unidos por las armas, Dios y la bandera (un ménage à trois exclusivamente estadounidense) es, en general, una muestra clásica de la mentalidad «protofascista», que es otra forma de decir que el «protofascismo» ha sido un fenómeno siempre presente en la cultura política de la nación.
De hecho, si tenemos en cuenta la saga de imperialismo de esta nación y las largas tradiciones de militarismo, misoginia, racismo, cultura de las armas, aversión a la educación sexual y brutalidad policial, es indiscutible que Estados Unidos ha tenido una larga historia de «protofascismo». La diferencia ahora es que por fin ha conseguido reunir todos los elementos y dar lugar a la formación de una fuerza política «protofascista» organizada, pero cuyos principios económicos siguen estando inquebrantablemente comprometidos con el dogma del capitalismo neoliberal y está empeñada en utilizar el gobierno para hacer más ricos a los ricos mientras debilita aún más el poder de negociación de los trabajadores y destruye la naturaleza en el altar del beneficio.
En resumen, el mejor término que se puede utilizar para captar la identidad política del pr actual es Proto-Fascismo Neoliberal. Y solo el tiempo, y la forma en que se resuelvan las poderosas contradicciones socioeconómicas y políticas en «la tierra de los libres y el hogar de los valientes», dirán si el pr en particular y el país en general darán el paso definitivo al abrazar plenamente la visión, la política y la economía del fascismo. Traducción de Ernesto Kavi
FASCISMO, FASCISTIZACIÓN, ANTIFASCISMO Ugo Palheta 19
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Del fascismo
l fascismo puede ser definido en términos clásicos a la vez como una ideología, como un movimiento y como un régimen. Designa en primer lugar un proyecto político de «regeneración» de una comunidad imaginaria —en general, la nación— que supone una amplia operación de purificación o, dicho de otra forma, la destrucción de todo lo que, desde el punto de vista fascista, representa un obstáculo a una homogeneidad fantaseada y una traba a su quimérica unidad, es decir, todo aquello que aleja a la comunidad de su esencia imaginaria y disuelve su identidad profunda. En tanto movimiento, el fascismo se desarrolla y gana una gran audiencia presentándose como una fuerza capaz de desafiar al «sistema» reestableciendo al mismo tiempo «la ley y el orden». Es esta faceta profundamente contradictoria de revuelta reaccionaria, mezcla explosiva de falsa subversión y de ultraconservadurismo, la que le permite seducir a franjas sociales cuyas aspiraciones e intereses son esencialmente antagonistas. Cuando el fascismo llega a conquistar el poder y a convertirse en un régimen (o, más precisamente, en un estado de excepción), tiende siempre a perpetuar el orden social independientemente de sus pretensiones «antisistema» que, algunas veces, llegan a presentarse como «revolucionarias». Esta definición permite establecer una continuidad entre el fascismo histórico, el del período de entreguerras, y el que denominaremos aquí neofascismo, es decir, el fascismo de nuestro tiempo. Como veremos más adelante, afirmar una continuidad de este tipo no implica permanecer en la ceguera frente a las diferencias de contextos.
Crisis de hegemonía (1)
Si bien su ascenso supone como trasfondo la crisis estructural del capitalismo, la inestabilidad económica, la frustración de las aspiraciones populares, la profundización de los antagonismos sociales (de clase, de raza y de género) y el pánico identitario, el fascismo está en el orden del día solo cuando la crisis política alcanza un nivel de intensidad tal que deviene insuperable en el marco de las formas de dominación política establecidas o, dicho de otra forma, cuando la clase dominante no logra garantizar la estabilidad del orden social y político por los medios corrientes asociados a la democracia liberal o mediante la mera renovación de su personal político. Se trata entonces de lo que Gramsci denominaba crisis de hegemonía (o «crisis orgánica»), cuyo componente central es la incapacidad creciente de la burguesía para imponer su dominación política mediante la fabricación de un consenso mayoritario de forma adecuada, es decir, sin apelar a un aumento considerable de los niveles de coerción física. En la medida en la que el elemento fundamental que caracteriza esta crisis no es un ascenso impetuoso de las luchas populares, ni mucho menos una sublevación capaz de crear fisuras profundas al interior del Estado capitalista, este tipo de crisis política no se deja caracterizar como crisis revolucionaria, aun si la crisis de hegemonía puede, bajo ciertas condiciones, desembocar en una situación de tipo revolucionario o prerrevolucionario. La incapacidad proviene especialmente del debilitamiento de los vínculos entre representantes y representados o, más precisamente, de las mediaciones entre el poder político y la ciudadanía. En el caso del neofascismo este debilitamiento se traduce por la pérdida de fuerza de las organizaciones de masas tradicionales (partidos políticos, sindicatos, asociaciones), sin las cuales la sociedad civil se convierte en una consigna
Dossier: Neofascismos
20 electoral (pensemos en las famosas «personalidades surgidas de la sociedad civil»), favorece la atomización de los individuos y los condena a la impotencia, dejándolos expuestos a nuevos afectos políticos, nuevas formas de reclutamiento y nuevos modos de acción. Sin embargo, este debilitamiento, que hace que la formación de milicias de masas sea prácticamente superflua para el neofascismo, es el producto mismo de las políticas burguesas y de la crisis social que no pueden evitar engendrar.
Crisis de hegemonía (2)
En el caso del fascismo de nuestro tiempo (neofascismo), es evidente que se trata de los efectos acumulados de las políticas desplegadas desde los años 1980 en el marco del «neoliberalismo», respuesta de las burguesías occidentales al ascenso revolucionario de 1968 que —con ritmos desiguales según los distintos países— llevó a formas más o menos agudas de crisis política (tasas de abstención crecientes, desmoronamiento progresivo o colapso brutal de los partidos de poder, etc.), creando las condiciones para una dinámica fascista. Al lanzar una ofensiva contra el movimiento obrero organizado, al quebrantar metódicamente todos los fundamentos del «compromiso social» de la posguerra, que dependía de una determinada relación entre las clases (una burguesía relativamente debilitada y una clase obrera organizada y movilizada), la clase dominante se volvió progresivamente incapaz de edificar un bloque social heterogéneo y hegemónico. A esto debe agregarse la fuerte inestabilidad de la economía mundial y las dificultades que encontraron las economías nacionales, todo lo cual debilitó de forma profunda y duradera el crédito que las poblaciones le daban a las clases dirigentes y la confianza que tenían en el sistema económico.
Crisis de hegemonía (3)
En la medida en que la ofensiva neoliberal obstaculizó cada vez más la movilización en los lugares de trabajo —especialmente bajo la forma de la huelga—, debilitando a los sindicatos e incrementando la precariedad, la frustración tiende a expresarse cada vez más en otros lugares y de otras formas:
• en la eclosión de movimientos sociales que se desarrollan más allá de los marcos tradicionales, es decir, que se desarrollan especialmente fuera del movimiento obrero organizado (lo que no quiere decir que no tengan ningún vínculo con la izquierda política o con los sindicatos). En algunos contextos, el neofascismo es capaz de insertarse en movimientos sociales amplios (Brasil) o de producir por sí mismo movilizaciones de masas (India). También consigue que sus ideas penetren en algunas franjas de esos movimientos. Sin embargo, esto en general no es suficiente para que las organizaciones neofascistas se transformen en movimientos militantes de masas, al menos en esa fase, y las luchas extraparlamentarias siguen mostrando una tendencia que las acerca más a las ideas de emancipación social y política (anticapitalismo, antirracismo, feminismo, etc.) que al neofascismo. Aunque carezcan de cohesión estratégica y de un horizonte político común, y hasta de reivindicaciones homogéneas, estas luchas apuntan generalmente a la ruptura del orden social y le dan una existencia concreta a la posibilidad de una bifurcación emancipatoria. En cualquier caso, el orden político se encuentra profundamente desestabilizado. No obstante, es evidente que este tipo de situaciones posibilita la aparición de movimientos fascistas —entre diferentes grupos sociales y por motivos contradictorios— a la vez como una respuesta fundamentalmente electoral (al menos en ese estadio) al declive de la capacidad económica de las clases dominantes y como una alternativa al juego político tradicional. Lee el texto completo en reportesp.mx
• en la abstención electoral, que es cada vez mayor (aun si se reduce excepcionalmente, cuando tal o cual elección resulta estar más polarizada) y que en la actualidad alcanza niveles históricamente inéditos; • en la caída —progresiva o brutal— de una parte importante de los partidos institucionales dominantes (o la aparición en su interior de movimientos y de figuras nuevas, como el Tea Party y Trump en el caso del Partido Republicano de los Estados Unidos); • en la emergencia de nuevos movimientos políticos o el ascenso de fuerzas que antes eran marginales;
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LA EXTREMA DERECHA QUE DICE DEFENDER A LAS MUJERES Nuria Alabao 21
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e suele decir que el feminismo es un bastión en la lucha contra la emergencia de las extremas derechas y es cierto que en algunos lugares del mundo este movimiento es capaz de condensar la oposición más movilizada tanto en las calles como en la esfera pública. Hay que tener presente, no obstante, el diferente tratamiento que se hace de las cuestiones de género en Europa. Una brecha divide el continente entre el este y el oeste, como si la frontera soviética todavía latiese. En la parte de Europa salida del antiguo bloque soviético, la caída del Muro en 1989 creó las condiciones para un renacer de los nacionalismos de preguerras: anticomunistas, antifeministas, autoritarios e incluso con rasgos directamente fascistas. En países como la Hungría de Viktor Orbán, o la Polonia del partido Ley y Justicia, el concepto vaticano de la «ideología de género» se usa para llevar adelante guerras culturales que tienen como objetivo último negar derechos a las mujeres —sobre todo reproductivos— y a las personas lgtbi —matrimonio, adopción— y reforzar una idea tradicionalista de los roles de género. En apoyo de sus proyectos agresivamente nacionalistas se ha tratado de vincular el patriotismo al mantenimiento de los roles de género tradicionales y la heterosexualidad obligatoria, y el feminismo o los valores liberales son representados como una invasión de ideas occidentales ajenas al carácter nacional. Con estos argumentos movilizan a sus bases, persiguen a las asociaciones lgtbi o, como en Hungría, se prohíben los estudios de género (gender studies) en las universidades. Estamos hablando de países donde gobiernan o tienen mucho peso fuerzas de extrema derecha. Es cierto que hay una gran diversidad de expresiones tanto de lo que llamamos extremas derechas —por ejemplo con pro-
puestas económicas más o menos neoliberales y diversas relaciones con el pasado fascista o nazi— y estas diferencias refieren también al tratamiento de las cuestiones de género, que dependen de los contextos locales y nacionales. Siempre es difícil, por tanto, trazar taxonomías.
En cuestiones de género se suele diferenciar a las extremas derechas que participan activamente de una guerra frontal contra el feminismo —y no solo en Europa del Este, también encajaría aquí un Jair Bolsonaro— de las que han tenido que pasar algún proceso de renovación discursiva o propositiva para adaptarse a las realidades nacionales. Vox en España, o Matteo Salvini en Italia, comparten rasgos de ambos fenómenos aunque destacan sus rasgos marcadamente antifeministas.
En Europa Occidental estamos hablando de países que atravesaron las revueltas de 1968. Estos movimientos dejaron profundos cambios en las costumbres e hicieron hegemónicas determinadas conquistas. Si en Francia, Ale-
Dossier: Neofascismos
mania o Escandinavia un partido quiere evitar caer en la marginalidad electoral tiene que renovar su ideario o su retórica incorporando ideas liberales, por lo menos en lo que atañe a la defensa de igualdad de la mujer y aunque sea meramente formal. Al menos, no puede atacarla de manera directa. Partidos como Agrupamiento Nacional (el viejo Frente Nacional) en Francia, Alternativa para Alemania o los Demócratas de Suecia forman parte de esta extrema derecha «renovada». Incluso aquellos que en Europa occidental siguen sosteniendo posiciones contra el aborto o apoyan roles de género tradicionales lo hacen con argumentos nuevos que destacan la libertad de elección: disimulan sus ideas conservadoras bajo ropajes liberales para ser aceptables para el grueso de votantes. Hoy, todos los países de la Unión Europea —salvo Irlanda— tienen representación parlamentaria de extrema derecha.
Feminización de los partidos ultras
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Para el cambio de imagen de los partidos la extrema derecha ha transitado, por ejemplo, por la vía de su «feminización» — poner mujeres al frente—. Alternativa para Alemania estuvo liderado por Frauke Petry, e incluso por la dirigente abiertamente lesbiana, Alice Weidel. Pero hay muchas otras que están contribuyendo a transformar la imagen y el estilo de la ultraderecha europea y hacerlo más aceptable para la mayoría —y conseguir abundante voto femenino, joven e incluso gay—. En Francia, Agrupamiento Nacional es uno de esos partidos que ha conseguido renovarse de manera más exitosa. Su líder, Marine Le Pen llegó a disputar la presidencia de la República en la segunda vuelta de las elecciones del 2017 contra Emmanuel Macron. A ella se debe la enorme transformación que ha vivido el partido de pasado fascista liderado por su padre Jean-Marie ya que ha conseguido limar los aspectos más duros de su herencia tradicionalista y católica. A este tránsito se lo ha denominado la «desdiabolización» de su figura y de su partido. En el 2011, Le Pen llegó a declamar en un mitin: «¡Seamos hombre, mujer, heterosexual, homosexual, judío o musulmán, antes que nada somos franceses!». Los aspectos de género y sexualidad no están desligados en estos partidos al que es su eje fundamental de movilización: la cuestión migratoria —y la islamofobia de matriz colonial—. Básicamente, buscan legitimar o encubrir sus propuestas racistas más disruptivas y lo hacen precisamente mediante la instrumentalización de las cuestiones de género y diversidad sexual. La manera de adaptar este discurso discriminatorio en términos liberales es representar el Islam como una amenaza para los valores occidentales y para los derechos de mujeres y personas lgtbi. Así, el Islam, siempre descrito como fundamentalista y retrógrado, amenaza las libertades conquistadas. Los musulmanes suelen ser representados como un riesgo para la integridad de las mujeres, como agresores sexuales en potencia. «Temo que la crisis migratoria señale el comienzo
del fin de los derechos de las mujeres», escribió Marine Le Pen. Precisamente, esta «defensa de las mujeres» se suele expresar a través de un populismo punitivo de carácter autoritario que pretende aumentar las penas por agresiones machistas. Es lo que hace el canciller austriaco, Sebastian Kurtz, o lo que sostiene Vox al pedir cadena perpetua para los culpables de violación, mientras responsabiliza de ellas a los inmigrantes. Todo esto sucede mientras tratan de prohibir el velo islámico en espacios públicos o escuelas, una medida que se ha impuesto ya en varios países y que sirve como guerra cultural contra el Islam y las mujeres que los usan. Estas medidas son vehiculizadas a partir de un discurso liberal de protección de la mujer y mediante una acérrima defensa de los valores republicanos y del laicismo como esencia de la nación —rasgo muy fuerte en Francia— en la que no cabrían expresiones religiosas. En países en los que la defensa de los derechos de la mujer y la libertad sexual forman parte de la identidad nacional, la extrema derecha local también los utiliza para hacer alarde de superioridad. Así, los Demócratas de Suecia, aseguran que el hecho de que el país nórdico sea considerado uno de los más igualitarios del mundo demuestra que son mejores que otras naciones «subdesarrolladas».
Parir niños para la nación
En general, estos partidos no niegan que haya géneros construidos socialmente —como los que dicen luchar contra la «ideología de género»—, sino que sostienen que esto no reviste un problema. Los géneros —como las clases sociales— son complementarios y la diferencia de «sexos» es armónica —no necesita corrección—. Por ello, la «defensa» de las mujeres es compatible con posturas conservadoras que ponen el acento en los roles familiares tradicionales: refuerzan el papel de la mujer en los hogares o rechazan los derechos reproductivos. Muchos de ellos, aunque no todos, se oponen al aborto. De hecho, en estas cuestiones, las posiciones de los partidos ultras varían desde las más igualitarias de los partidos escandinavos hasta las más conservadoras representadas por Alternativa para Alemania, el Partido de la Libertad de Austria o Vox en España. De ahí proviene su insistencia en políticas familiaristas, porque la familia tradicional es la principal institución que garantiza el orden de género. Para algunos de estos partidos el crecimiento de la natalidad de las nacionales garantiza poder frenar la «invasión» de extranjeros. Así, el programa de Alternativa para Alemania de
2017 se comprometía a contrarrestar el declive de las tasas de natalidad con «familias numerosas en lugar de inmigración masiva». Algunos de estos partidos hacen alarde de estar comprometidos con la defensa de los derechos lgtbi (que también se oponen a la idea de familia «natural»), mientras que otros tratan de no tocar demasiado esas cuestiones por la división que produce en sus propias bases. Lo cierto es que estos partidos han sido exitosos a la hora de producir sus propias reinvenciones para adaptarse a la
evolución de la sociedad. La izquierda emancipadora —y la socialdemócrata—, en crisis en muchos de estos países, lo tiene más difícil porque para ella no se trata de un problema discursivo ni de «vender» buenas ideas: se trata de trastocar el orden jerárquico de la sociedad, así como de frenar el neoliberalismo, cuyas catastróficas consecuencias son la gasolina de la extrema derecha. Un feminismo con capacidad de vincularse a los conflictos de clase en marcha y de plantear otros nuevos, debería ser una herramienta ineludible en ese camino.
LA DERECHA TRANSGRESORA Y ENTREVISTA CON PABLO STEFANONI Steven Forti
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as extremas derechas no son ya las de antes. Esto no significa que sean menos peligrosas, pero se han transformado. Muchos análisis que leemos en los últimos tiempos repiten viejas ideas que a menudo no se corresponden con la realidad. O que, como mínimo, simplifican un fenómeno más complejo de lo que creemos. Para entender estas nuevas extremas derechas, y consecuentemente para poder combatirlas, hay que conocerlas: es decir, estudiarlas. Y esto es lo que ha hecho Pablo Stefanoni en su último libro, ¿La rebeldía se volvió de derecha?, publicado en Argentina por Siglo xxi Editores. Se trata de un estudio imprescindible para poder entender procesos y dinámicas que están transformando el panorama político actual. La extrema derecha está construyendo un nuevo sentido común y la izquierda, no tomándoselo en serio, se está equivocando mucho, sostiene en síntesis Stefanoni, historiador, miembro del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas de la Universidad Nacional de San Martín y jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad. Stefanoni nos atiende en una conversación vía Zoom desde Buenos Aires. Su libro se titula ¿La rebeldía se volvió de derecha? ¿Hasta qué punto podemos contestar afirmativamente a esta pregunta?
Esa pregunta-título busca, por un lado, poner de relieve desplazamientos en el «hemisferio derechas»; el hecho de que las nuevas derechas —las que están por fuera del espectro de las derechas liberal-conservadoras tradicionales— se presentan como antisistema, transgresoras y políticamente incorrectas. Y, por el otro, las dificultades de los progresismos para canalizar muchos de los descontentos sociales y su asociación con el statu quo. Esto no es completamente nuevo, el fascismo histórico, como propuso Zeev Sternhell, compitió con el socialismo proponiendo un tipo de revolución diferente: futurista, vitalista, irracionalista. Luego perduraron espacios culturales, como la música, que activaron simbologías nazis como una forma de rebeldía, pero más bien como espacios de nicho.
Dossier: Neofascismos
COOL Pero si bien puede haber rimas con los años treinta, los contextos y los proyectos son muy distintos. El húngaro Miklós Tamás, que habló de posfacismo, señaló que estas nuevas derechas radicalizadas no son, sin duda, las derechas neofascistas de antaño; sus líderes ya no son cabezas rapadas ni calzan borceguíes, ni se tatúan esvásticas en el cuerpo. Son figuras más «respetables» en el juego político. Cada vez parecen menos nazis; sus fuerzas políticas no son totalitarias, no se basan en movimientos de masas violentos ni en filosofías irracionalistas y voluntaristas, ni juegan al anticapitalismo. Si aparece una esvástica o una referencia al nazismo, esto parece más una provocación que una adhesión doctrinaria. Con esto no estoy diciendo que no sean dañinas, sino que es necesario estudiar cómo funcionan estas formas de transgresión y dónde está el atractivo para las nuevas generaciones. Ahí entra tu concepto de extremas derechas 2.0. Los riesgos sobre la democracia también riman con el pasado y es necesario analizar en detalle el funcionamiento de estas derechas que tienden a menudo a derechizar a parte de las derechas más convencionales. En el libro, me interesaba indagar sobre todo cómo las derechas pueden aparecer de maneras menos convencionales. Por ejemplo, es interesante prestar atención al tema de género: Marine Le Pen lidera la extrema derecha francesa —es una mujer autónoma, alejada del tipo de familia tradicional, que se hizo un lugar en el ambiente ultra que heredó el viejo Le Pen—; en Alemania Alice Weidel, una de las líderes de AfD, es lesbiana, en pareja con una mujer de origen migrante y con niños; en España, Rocío Monasterio renueva —y refresca a su modo— la imagen de la derecha post-franquista. Lo mismo vale para figuras gays que detallo bastante en el libro. Hace unas semanas El País publicó un artículo sobre el youtuber español InfoVlogger, ubicado entre la derecha del Partido Popular y Vox. Joven, gay, con piercings y pantalones rotos. Alguien a quien estéticamente antes no habríamos asociado con la extrema derecha. Y esto no es algo aislado. Cuando
ganó Trump, el británico Milo Yiannopoulos hizo una gira trumpista por universidades progresistas de Estados Unidos a la que bautizó «la gira del maricón peligroso». No sé si la rebeldía «se volvió» de derecha, no creo, pero parece cierto que la derecha está capturando parte del inconformismo social frente a un progresismo que se vuelve previsible e incluso conservador en muchos sentidos. La idea del libro fue cartografiar estas transformaciones, indagar sobre las facetas menos evidentes de las nuevas derechas radicales; sobre las plataformas de circulación de estas ideas, los pensadores que están atrás (desde figuras intelectuales conocidas hasta influencers y otras formas de ser una suerte de intelectuales públicos en la era YouTube); sobre los lenguajes y estéticas que ponen en juego; y cómo construyen una especie de sentido común antiprogresista. ¿Podríamos decir entonces que lo que les mola ahora a los jóvenes no es tatuarse el Che Guevara sino Pepe The Frog con los rasgos de Trump? ¿Me estoy pasando?
No tanto. Lo cierto es que la izquierda revolucionaria se ha vuelto crecientemente marginal. En su libro Realismo capitalista, Mark Fisher ponía de relieve que no solo resulta difícil llevar adelante proyectos transformadores, sino imaginar esos proyectos. Sin duda, el socialismo revolucionario no logró reponerse a la caída del bloque soviético (incluso las corrientes que no congeniaban con ese modelo). Y no debemos olvidar el fracaso venezolano, el único país en declararse socialista después de 1991. Marina Garcés, que escribió Nueva ilustración radical, un libro breve pero sustancial, habla de una especie de «parálisis de la imaginación» que provoca que «todo presente sea experimentado como un orden precario y que toda idea de futuro se conjugue en pasado». No cabe duda de que en varias latitudes, decirse de derecha para muchos jóvenes suena transgresor e incluso cool. Y hay formas de politización, y radicalización, por internet que potencian ese fenómeno. De todos modos, debemos matizar todo esto. El feminismo moviliza a millones de jóvenes en todo el mundo, y lo mismo el activismo climático. El problema es cómo salir de ciertas zonas de confort y superioridad moral e intelectual, langues de bois y discursos prefabricados que a menudo capturan la discursividad y la acción progresista.
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Dossier: Neofascismos
¿La izquierda se ha vuelto aburrida? ¿Es esta la triste conclusión al fin y al cabo?
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Hay cierta «banalidad del bien» en el progresismo en clave socialdemócrata, según la formulación de Tony Judt. Pero a la vez, este progresismo se volvió en gran medida parte del statu quo. La izquierda comunista directamente dejó de existir en un sentido significativo. Pero quizás lo más importante es que lo que está en crisis es la cultura de izquierda, que constituía formas de sociabilidad muy extendidas que ya no existen más. En segundo lugar, parece haber una cierta moralización de la política, de un tipo de construcción de las «víctimas» un poco complicado. El historiador Enzo Traverso ha mostrado cómo el auge de la «memoria» de los últimos años, con incidencia en el mundo académico y político, ha ido en paralelo a otro fenómeno: la construcción de los oprimidos como meras víctimas: del colonialismo, de la esclavitud, del nazismo… De esta forma la «memoria de las víctimas» fue reemplazando a la «memoria de las luchas» y modificando la forma en que percibimos los sujetos sociales, que aparecen ahora como víctimas pasivas, inocentes, que merecen ser recordadas y al mismo tiempo escindidas de sus compromisos políticos y de su subjetividad. Como señala Traverso, «el siglo xx no se compone exclusivamente de las guerras, el genocidio y el totalitarismo. También fue el siglo de las revoluciones, la descolonización, la conquista de la democracia y de grandes luchas colectivas». Pero también hay cuestiones vinculadas a una especie de inocencia antropológica de las víctimas. El escritor afroestadounidense James Baldwin escribió que «existe una tradición entre los blancos emancipados y los negros progresistas según la cual nunca se debe decir una verdad desagradable sobre los negros» y que esto es «una tradición tan paralizante e insidiosa como esa otra tradición según la cual los negros solo son unos payasos amorales y risueños». Adolph L. Reed Jr., un antiguo profesor marxista y escritor sobre temas políticos y raciales, provocó diciendo que los progresistas ya no creen en la política de verdad sino que se dedican a «ser testigos del sufrimiento». Y Mark Fisher escribió en 2013 un sombrío artículo titulado «Salir del Castillo del Vampiro» en el que critica «la conversión del sufrimiento de grupos particulares —mientras más “marginales” mejor— en capital académico». También habría que ver bien los pliegues del concepto de «privilegio blanco». En una entrevista, la autora afroestadounidense Heather McGhee sostiene que no es que el concepto de privilegio blanco no sea útil; obviamente describe algo real. «Lo que hace la conciencia del privilegio, en el mejor de los casos, es revelar la injusticia sistemática, y quitar la culpa de las víctimas de un sistema corrompido». Pero, prosigue: «creo que a estas alturas —también cuando tantas personas blancas se sienten profundamente desfavorecidas— es más importante hablar del mundo que queremos para todos». Por ello, McGhee intenta cambiar el enfoque de cómo el racismo beneficia a los blancos a cuánto les cuesta. Se ha ido construyendo lo que ahora se denomina «corrección política» pero también una forma de sermón moralizan-
te. El problema es que la nueva ola de «incorrección política» promovida por las nuevas derechas trafica diversas formas de xenofobia, misoginia, antiigualitarismo y todo tipo de posiciones reaccionarias. Todo eso unido a la «memización» de la política, la lógica 4Chan, el troleo, etc. Por eso es necesario precisar bien las discusiones sobre la «cultura de la cancelación», un término que viajó por todo el mundo sin el contexto en el que surgió en Estados Unidos, que es un contexto político-cultural (e incluso religioso si tomamos en cuenta el sustrato protestante y las formas catártico-terapéuticas que asume) muy específico. Creo que hay una incomodidad con todo esto en sectores del progresismo. ¿Y qué debería hacer entonces la izquierda para volver a ser otra vez sexy?
Esta es la pregunta del millón. Hay ahí un problema de fondo: la izquierda, al igual que el liberalismo, presuponía la posibilidad de imaginar futuros mejores, incluso emancipados. Hoy las imágenes de futuro son entre muy negativas y distópicas. Si antes se pensaba que la robotización/automatización del trabajo iba a ser liberadora, hoy pensamos que los robots nos van a reemplazar y arruinar. El cambio climático amenaza al planeta y por muchas razones resulta muy complicado emprender acciones comunes eficaces. Las plataformas van a «uberizar» el mundo y acabar con el empleo estable y por eso se acaba por defender, muchas veces de manera idealizada, formas actuales de trabajo. Y podemos seguir. Eso tiene el riesgo de que desde el progresismo se termine defendiendo el capitalismo tal como es frente a lo que podría devenir. Hay un libro muy interesante de Alejandro Galliano, un escritor argentino, que se titula ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?, que muestra cómo sectores del capitalismo tecnológico mantienen vivas un conjunto de utopías mientras que las izquierdas, después de los fracasos previos, temen ser consideradas «utópicas» y cancelan la posibilidad de imaginar un mundo diferente. Claramente, hoy no tenemos un Qué hacer, con lo bueno y lo malo de eso. Yo estoy lejos de tener recetas o sentirme habilitado para hacer recomendaciones.
Sí coincido con quienes sostienen que los progresismos deben reenfocarse en las discusiones socioeconómicas y buscar una reconexión con las clases trabajadoras y el «precariado». En gran medida, la militancia de izquierda dejó de leer economía. Hay una retórica anticapitalista sin que se debata sobre qué significa pensar hoy un mundo más desmercantilizado, por no hablar de las viejas discusiones sobre la planificación económica, que son objeto de economistas ultraespecializados o de los historiadores. La verdad es que es más fácil discutir sobre lenguaje inclusivo que sobre qué hacer con el sistema financiero o cómo reconstruir la educación y la salud pública, o los sistemas de protección social. Por eso, cuando las izquierdas ganan elecciones suele sobrevenir la decepción. Hay un fenómeno que me parece muy interesante: el de los libertarios y los anarcocapitalistas. ¿Por qué esta gente giró en los últimos años a la extrema derecha?
En el caso argentino se dio algo particular: la emergencia de un pequeño pero ruidoso movimiento libertario de derecha que atrae a gente muy joven, sobre todo varones. Hay un fenómeno curioso de recepción con los textos de Murray Rothbard, con una larga historia en el libertarismo estadounidense, que creó el término «paleolibertarismo». Su posición era que no había que confundir la oposición a la autoridad estatal con la oposición a cualquier forma de autoridad. Por eso predicaba
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que, para acabar con el Estado, era necesario fortalecer instituciones sociales como las iglesias, las familias y las empresas. Contra un libertarismo al que consideraba demasiado hippie, propuso una articulación entre anarcocapitalismo e ideas reaccionarias en el plano social. De hecho, en 1992, habló de manera bastante profética de poner en pie un «populismo de derecha» que se parecía bastante al bloque político-social que armaría después Donald Trump. Hay un artículo de Elliot Gulliver-Needham que da cuenta de cómo el movimiento libertario estadounidense en su conjunto parece confluir con la extrema derecha. Y cómo desde hace tiempo la alt-right anda pescando libertarios. Lo que es claro hoy es que el libertarismo clásico estilo estadounidense tipo Reason, plasmado en el Partido Libertario, es poco atractivo, no tiene casi público, mientras que el libertarismo de derecha se articula con otras expresiones de las «derechas alternativas», con neorreaccionarios de Silicon Valley, y con diferentes expresiones antiprogresistas y antiigualitarias. No es casual que el referente del libertarismo en Argentina, Javier Milei, haya firmado la Carta de Madrid impulsada por Vox junto a varios exponentes globales de extrema derecha ni que elogie a menudo a este partido. Esta confluencia entre liberales y reaccionarios no es nueva (muchos apoyaron, por ejemplo, a la dictadura de Pinochet), pero tampoco es una mera repetición. Tiene muchos de los componentes «transgresores» que mencionamos al comienzo y de algún modo se plantean patear el tablero, como vimos con Trump y vemos con Vox. Nombra el caso de Javier Milei en Argentina ¿Debemos tomarnos en serio a personajes como él?
Milei es un personaje muy excéntrico. Un economista matemático convertido a la Escuela Austriaca y una figura mediática bastante estrambótica, que atrae a muchos jóvenes. Él cree que las viejas fundaciones liberales no pudieron horadar la piedra ni siquiera en los años noventa, cuando el viento parecía soplar en las velas de los liberales; incluso cree que esas fundaciones hicieron que la gente odie las ideas liberales. Llama resentidos y fracasados a los «dinosaurios de la vieja era» que querían mantener el liberalismo limitado a una pequeña élite. Dice que la pelea se podría dar por la vía revolucionaria pero que «las armas las tienen ellos, el Estado». Y que por eso se decidió a ser candidato a diputado por el frente Avanza Libertad para las elecciones de medio término de
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2021 y «dinamitar el sistema desde adentro». Puede ir vestido de superhéroe a un festival de otakus, insultar a los keynesianos en televisión, envolverse en banderas de Gadsden, decir que quiere cerrar el Banco Central, llamar Basura general a la Teoría general de Keynes, hacer una obra de teatro para difundir la economía austriaca o defender a los gritos en un plató de televisión la «estruendosa superioridad del capitalismo». Esto obliga a la izquierda a volver a discutir de economía. Y a demostrar que la igualdad es mejor que la desigualdad en términos no solo morales, sino también económicos.
En su libro aborda también cuestiones resbaladizas como el homonacionalismo y el ecofascismo. ¿La ultraderecha se está apropiando de muchas de las banderas progresistas?
Yo traté de transitar las facetas menos evidentes de las extremas derechas. Que la mayor parte de esos grupos son homófobos, negacionistas del cambio climático o antisemitas es claro y no requiere mayor investigación. Lo que me interesaba era centrarme en fenómenos más incipientes o menos estudiados que obligan a ajustar el foco. Por ejemplo, las ex-
Dossier: Neofascismos
Ilustraciones del dossier: Dante de la Vega
¿Qué particularidades tienen las derechas más radicales en América Latina respecto de lo que venimos hablando?
tremas derechas, sobre todo en Europa del norte, usan la laicidad como bandera. Eso les permite tener un discurso para los votantes lgbt: «Si votas progresista te van a islamizar tu barrio, si nos votas a nosotros seremos garantes de la laicidad y podrás pasear de la mano de tu pareja». Y a esto se suman figuras abiertamente gays en las direcciones de esos partidos. Por otro lado, hay cambios en la «geopolítica del erotismo», como muestra un muy buen libro de Jean Stern, Mirage gay à Tel Aviv. Con la islamización, el mundo árabe no es un buen destino para el orientalismo sexual como lo era en los años setenta u ochenta, cuando muchos viajaban en busca de aventuras sexuales, y Tel Aviv ocupó ese lugar, y hoy es una meca gay. Pero ese pinkwashing, que da muchos recursos económicos, tiene consecuencias políticas. Es una forma de soft power y sirve para recubrir la política israelí de una pátina progresista: las fuerzas armadas reprimen a los palestinos pero son las más inclusivas del mundo. Si bien es cierto que sigue habiendo un antisemitismo extendido en las extremas derechas, también lo es que un Israel gobernado por la derecha es visto como un aliado contra la «islamización» y la «defensa de Occidente». Y Netanyahu es visto con simpatía; fue por ejemplo la figura estrella en la asunción de Bolsonaro. Y comparte con Orbán su odio a Soros. En el caso del clima, me interesó explorar en la tradición ecofascista porque si la crisis climática se agrava van a entrar en conflicto dos lógicas contrapuestas: la de la «nave tierra» y la del «bote salvavidas». La primera es solidaria —nos salvamos todos o no se salva nadie—, mientras que la segunda dice que si entra demasiada gente al bote, este se hunde y nos ahogamos todos. ¿Cuál va a predominar? Una parte de la extrema derecha va más allá del negacionismo climático. Marine Le Pen habla de una nueva civilización ecológica que une defensa de la producción local con posiciones antiinmigración; los Verdes en Austria se aliaron con los conservadores que acababan de terminar una alianza con la extrema derecha, con la consigna de defender el ambiente y las fronteras. Revisar la tradición del ecofascismo puede servir para estar más atentos a estos fenómenos y tener alertas tempranas. El ambientalismo progresista no tiene compradas sus banderas.
En el caso latinoamericano, que es heterogéneo, hay algunos elementos para tener en cuenta, sobre todo el elemento militar. Las extremas derechas, en muchos países o regiones (Colombia, América Central, Perú), están vinculadas con la lucha antisubversiva. Tampoco es casual que Bolsonaro reivindique la dictadura militar brasileña. Ni que la experiencia neoliberal más exitosa haya sido la de Pinochet en el Chile de los años setenta y ochenta. En estos últimos años, hay que sumar el crecimiento del evangelismo pentecostal, aunque hay que evitar la tentación de convertirlo en un factor explicativo «fácil» de los triunfos de las derechas. Durante años, la izquierda no se ocupó de este fenómeno y ahora muchos lo sobredimensionan. No es claro, por ejemplo, que haya un «voto evangélico», como lo muestra bien el antropólogo de la religión Pablo Semán, pero al mismo tiempo hemos visto un efecto desborde, desde la religión hacia la política, del evangelismo más conservador, y movilizaciones contra los derechos sexuales y reproductivos. Es interesante ver cierta confluencia conservadora católica-evangélica aun cuando esas dos religiones compiten históricamente (una de las tareas del papa Francisco es, precisamente, reposicionar a una Iglesia católica debilitada en el mundo popular latinoamericano frente a los evangélicos). De todos modos, es interesante que el fenómeno más exitoso de construcción política del evangelismo, Brasil, se diera a partir de la Iglesia Universal del Reino de Dios, que es la iglesia pentecostal más heterodoxa de América Latina, hasta el punto de que muchos ni la consideran evangélica. ¿La derrota de Trump nos permite ser un poco más optimistas?
Sin duda. Pero más que la derrota de Trump en sí misma, creo que lo que permite ser optimistas es el desarrollo de una izquierda interesante en Estados Unidos. Una izquierda que ha sido capaz de articular dimensiones de identidad y de clase en su discurso —desde las luchas por la justicia racial hasta el salario mínimo y la sindicalización, o los problemas de segregación urbana—. El programa progresista de Biden en temas de impuestos, reforma policial, clima, etc. no se explica sin el crecimiento de la izquierda en el interior del Partido Demócrata. Resulta paradójico que el país donde históricamente fue más difícil construir corrientes socialistas —y que mereció el famoso libro ¿Por qué no hay socialismo en Estados Unidos?— hoy haya dado lugar a una izquierda con perspectivas programáticas que no rehuye al pragmatismo —y a tener los pies sobre la tierra— y dosis de entusiasmo a veces sorprendentes frente a un ciclo latinoamericano bastante amesetado y sin muchas ideas y unas izquierdas europeas que, en líneas generales, han retrocedido en los últimos años.
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Hacia la fuerza
Diana J. Torres
H
ay algo muy poderoso en el sexo. No es su ser proscrito, prohibido, censurado, castigado lo que lo hace poderoso, al contrario, todo ese contenido «extra» que recae sobre el sexo solo son distracciones elaboradas y reelaboradas por siglos justamente para alejarnos de su poder, para divertir1 nuestros caminos ¿Por qué ese niño no podía hacia esa fuerza. La primera vez que presentí esto fue tocarse y yo sí? Otra cosa a través de un hecho aislado, sencillo, que me había quedado infantil. Una experiencia que al pasar de los años no he conseguido olvidar sino bastante clara desde mucho que con el tiempo (el proceso del olviantes de ese acontecido se invierte) ha ido aumentando en sustancia y sentido: dejamos de recordar miento era que los niños las experiencias cuando no nos sirven o siempresiempresiempre porque su recuerdo pone en riesgo nuespodían hacer más y mejores tra estabilidad. Es sencillo: playa, verano, yo desnuda cosas que nosotras. ¿Era el como casi siempre, tres o cuatro o quizás cinco años de vida, un niño de mi hecho de tocarme libremenedad, con bañador, los dos en la orilla te una forma de traspasar a una considerable distancia. Nos miramos, nos sonreímos, y entre los pocos las limitaciones de mi génemetros de arena tibia que nos separan, ro? O mejor aún, ¿era aquel se da un juego de sutil seducción: yo le muestro mi coño y lo toco, jugando acto de placer algo que me
otorgaba
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conmigo y con la mirada de él. Me sigue el juego, se agarra el pito por abajo del bañador, sonríe. Creo que en algún momento se lo saca por un lado del bañador, ahí mi recuerdo se dispersa. Lo que sí conservo con nitidez en mi memoria es el sentimiento de conexión de estar compartiendo algo placentero con alguien, de saber que no solo yo disfrutaba jugando con mis genitales: no estaba sola. Al cabo de un rato corto aparece en escena su verdugo: la madre le da un cachetadón sin mediar palabra, lo arrastra por un brazo hacia la sombrilla, lo golpea por el camino, lo sienta, le grita, lo zarandea… Le agarra su manita y se la aprieta con fuerza y repite como un mantra venenoso «eso no se hace, eso no se toca, superpoderes? eso no se hace». Probablemente le dijo muchas barbaridades más, quizás estoy «suavizando» la crueldad de la situación pues hasta que el niño no empezó a llorar a gritos, desconsolado, yo no estaba segura de si aquello se trataba también de un juego de algún tipo. Pero no, la violencia no es un juego. Entendí en ese momento que nuestra interacción había desencadenado todo pero que las consecuencias de la misma recayeron solo sobre él, porque a mí mis padres no me decían nada sobre tocarme o no tocarme, al contrario: siempre se encargaron muy bien de explicarme que mi cuerpo era mío, que nadie tenía derecho de tocarlo sin mi permiso, que yo podía disfrutarlo, conocerlo, habitarlo. Cualquier otra criatura hubiera modificado su conducta tras presenciar este espectáculo de tortura cuya finalidad es
aleccionar a quienes lo presencian, dejar el mensaje/amenaza de que «la desgracia del otro» puede fácilmente convertirse en la propia si no somos capaces de «comportarnos». Pero en mi caso, dado que nunca fui una niña cualquiera justo por la libertad y bondad con que estaba siendo criada, la semilla de mi rebeldía eclosionó en ese instante cuando comprendí que la sociedad y la horda de soldados sordomudociegos que la mantienen a flote tenían el derecho de performar pública y constantemente la violencia y la negación del placer, a convertir en algo «malo» una cosa tan bonita como el sexo. Eso fueron las hogueras inquisitoriales, y en ellas siguen ardiendo las disidencias. ¿Por qué ese niño no podía tocarse y yo sí? Otra cosa que me había quedado bastante clara desde mucho antes de ese acontecimiento era que los niños siempresiempresiempre podían hacer más y mejores cosas que nosotras. ¿Era el hecho de tocarme libremente una forma de traspasar las limitaciones de mi género? O mejor aún, ¿era aquel acto de placer algo que me otorgaba superpoderes? Definitivamente fue entendido por mí como un acto de poder, aunque de eso me di cuenta mucho más tarde, y en ese entonces solo era una cosa a la que no estaba dispuesta a renunciar por mucho miedo que me metieran alrededor. Hay cosas demasiado buenas y útiles que son irrenunciables. Desde ese poder construí mi identidad de rebelde poco a poco, en ocasiones no me quedó de otra dado que no estaba dispuesta a ceder o a intercambiar mi goce por ningún tipo de mandato social, religioso, moral. Ni siquiera por complacencia hacia personas queridas. Esos modos de rebelarme (afeitarme la cabeza, hacer cosas de «chicos», estar desnuda en público, hablar de sexo abiertamente, incomodar intencionalmente a las personas que trataban de censurarme con sus ideas, etc.) serían lo que en un futuro se transformaría en la performance pornoterrorista; eso combinado con la gestión emocional del castigo, porque evidentemente empecé a ser castigada por mi conducta desde bien pequeñita, siempre teniendo presente que no había peor castigo que tener que vivir siendo otra persona que yo no era y que no había mejor respuesta a la represión que ser dueña de mi placer. Todo lo que he puesto ya sea en un escenario o en las páginas de un libro está basado y apuntalado por ese poder mágico que proviene del sexo. Entendido el sexo como un lenguaje sagrado que nos conecta con lo más íntimo, libre y auténtico de nuestro ser. En este sentido mi deuda es inmensa y nunca podré hacer las suficientes performances o escribir los suficientes libros que retribuyan los beneficios que esta fuerza ha traído a mi vida. A través de mi arte empecé por entender que yo tenía un gran privilegio (además de ser blanca y europea, claro), consistente en habitar un templo (mi cuerpo) lleno de placer y bendiciones. A veces no entendemos que los privilegios no son solo algo con lo que unx nace, también pueden ser herramientas que se nos entregan o adquirimos, como en mi caso, con manual de instrucciones desde el inicio de nuestras vidas; la libertad e información que recibí en cuanto al cuerpo y la sexualidad o no haber estado expuesta a la mentira de una religión impuesta, tan ponzoñosa como el catolicismo.
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Esa herramienta se transformó en un arma perfecta, para defenderme y construir. En mi pensamiento entiendo que los privilegios de este tipo han de servir más allá del individualismo que pregona la sociedad capitalista. Así, teniendo eso muy presente, quise que otras personas pudieran acceder, adueñarse y disfrutar de mi herramienta/arma, y tanto en mis actos escénicos como literarios la intención principal fue y es mostrar que podemos responder a la violencia sistémica de maneras más beneficiosas que la sumisión y el miedo. Al considerar mi arte también como una medicina para las heridas causadas por la repre-
Fotografías cortesía de Diana J. Torres
sión (especialmente la sexual), puse mi privilegio al servicio de todas las personas que no tuvieron tanta suerte como yo y a trabajar por la construcción de una red de monstruxs, brujxs y disidentes que nos hiciera sentir menos aisladxs, menos solxs, más fuertes. Entender el poder que reside en la sexualidad es una forma de sabotaje a ese enemigo que ha tratado y seguirá tratando de someternos a sus leyes, y ponerlo en uso, conocer sus posibilidades, aunque sea al nivel más íntimo, nos hace invencibles en muchos sentidos. Vivimos rodeadxs de violencia, algunxs más que otrxs, pero hasta en el lugar más privilegiado del mundo persisten los castigos de lo sexual y de género, del racismo, del clasismo, del machismo, etc. Esta se da de manera tan cotidiana y constante que la hemos naturalizado y consideramos «normales» cosas que no deberían serlo. En cambio, en contraposición con esa violencia normalizada, mis performances suelen ser leídas como un acto terrorífico (y muy violento) por personas que ejercen tortura sistemática hacia sus parejas, sus crías, sus amistades, sus vecinxs, sus subalternxs… Es decir: personas nor-ma-les. Pero no tengo duda de que lo que yo expongo en un escenario es un acto poético de amor, una sublime y delicada
Vivimos rodeadxs de violencia (…) Esta se da de manera tan cotidiana y constante que la hemos naturalizado y consideramos «normales» cosas que no deberían serlo. En cambio, en contraposición con esa violencia normalizada, mis performances suelen ser leídas como un acto terrorífico (y muy violento) por personas que ejercen tortura sistemática hacia sus parejas, sus crías, sus amistades, sus vecinxs, sus subalternxs… Es decir: personas nor-ma-les.
venganza, acto de sanación personal y colectivo que brota de mi entrepierna y que se agita como mis alas chamuscadas de tanta hoguera. Lo hago por ese niñito golpeado en la playa, y por todxs quienes alguna vez hemos pagado el precio de nuestro libertinaje. Yo desde el pornoterrorismo lxs invito a reflexionar y experimentar sobre esta cuestión del poder, la magia y lo sagrado del sexo, del goce y del deseo. No se dejen castigar, no renuncien, no se den por vencidxs. Que la fuerza lxs acompañe.
1 Uso «divertir» en su sentido etimológico, del latín divertere «dar giro en dirección opuesta, alejarse», entendiendo la diversión como estrategia del sistema para mantenernos circulando hacia algo que en realidad no hemos elegido y, sobre todo, que no nos beneficia.
Grandes plumas Muriel Barbery Javier Cercas David Grossman Amin Maalouf Fernanda Melchor Mónica Ojeda Juan Villoro
Ciencia
Elizabeth Kolbert Facundo Manes
Actualidad
Svetlana Alexiévich Anne Applebaum Esther Duflo Joseph Stiglitz
Sociedad
Yásnaya Elena Aguilar Francisco de Roux Ken Loach Joselo Rangel James Rhodes Tamara Tenenbaum
www.hayfestival.org/queretaro #HayQuerétaro21 @hayfestival_esp “Esta (obra, programa o acción) es de carácter público, no es patrocinado ni promovido por partido político alguno y sus recursos provienen de los ingresos que aportan todos los contribuyentes. Está prohibido el uso de ésta (obra, programa o acción) con fines políticos, electorales, de lucro y otros distintos a los establecidos. Quien haga uso indebido de los recursos de ésta (obra, programa o acción) deberá ser denunciado y sancionado de acuerdo con la ley aplicable y ante la autoridad competente”.
Jacques Derrida
La última entrevista
Jean Birnbaum cional y en las organizaciones que regulan el orden del mundo (fmi, omc, g8, etc…, y sobre todo la onu, de la que habría que cambiar al menos los estatutos, la composición y, primero, el lugar de residencia, lo más lejos posible de Nueva York…). En cuanto a la fórmula que cita (al fin aprender a vivir), me surgió una vez que terminé el libro. Juega, pero de forma seria, con el sentido común. Aprender a vivir madurar, también educar. Dirigirse Nunca he aprendido a vivir. es a alguien y decirle: «Te voy a enseñar a ¡En lo absoluto! Aprender vivir», eso significa, a veces bajo el tono esde el verano de 2003 su presencia nunca de la amenaza, te voy a formar, te voy había sido tan manifiesta. No solamente a vivir debería significar a domesticar. Después —y el equívoco ha escrito nuevas obras, sino que tamaprender a morir, a tomar de ese juego me importa más— ese debién ha recorrido el mundo para participar en numerosos coloquios organizados en torno a su en cuenta, para aceptarla, seo se abre también a una interrogación más difícil: ¿puede enseñarse a vivir? trabajo —de Londres a Coimbra, pasando por París la mortalidad absoluta (sin ¿Puede aprenderse? ¿Podemos aprender, y, en estos días, Río de Janeiro—. Le han dedicado una segunda película (Derrida, de Amy Kofman salvación, sin resurrección, a través de la disciplina o de la enseñanza, a través de la experiencia o de la exy Kirby Dick, después de la muy bella D’ailleurs sin redención, ni para uno perimentación, a aceptar, mejor aún, a Derrida de Safaa Fathy, en 2000) así como varios números especiales, en el Magazine Littéraire y mismo ni para los otros). afirmar la vida? A través de todo el libro resuena esa inquietud por la herencia y en la revista Europe, además de un volumen de Desde Platón es el viejo por la muerte. Atormenta a los padres los Cahiers de l’Herne particularmente rico en inéditos, cuya publicación se espera en otoño. Es mandato filosófico: filoso- y a los hijos: ¿cuándo te volverás responsable? ¿Cómo responderás al fin por mucho en un solo año y, sin embargo, usted no se far es aprender a morir. tu vida y por tu nombre? esconde, está… Entonces, para responder sin más rodeos a su pregunta, no, nunca he aprendido a vivir. ¡En lo ab…Dígalo, peligrosamente enfermo, es verdad, y bajo un tratasoluto! Aprender a vivir debería significar aprender a morir, a miento terrible. Pero dejemos eso, si le parece bien, no estatomar en cuenta, para aceptarla, la mortalidad absoluta (sin mos aquí para hacer un informe de salud, público o secreto… salvación, sin resurrección, sin redención, ni para uno mismo ni para los otros). Desde Platón es el viejo mandato filosófico: Está bien. Para comenzar esta entrevista volvamos a Espectros de Marx filosofar es aprender a morir. (Galilée, 1993). Obra crucial, libro-etapa, todo consagrado a la cuestión Creo en esa verdad sin acercarme a ella. Cada vez menos. de una justicia por venir, y que se abre con este exordio enigmático: No he aprendido a aceptar la muerte. Todos somos superAlguien, usted o yo, avanza y dice: querría al fin aprender a vivir. Más vivientes en libertad condicional (y desde el punto de vista de diez años después, ¿dónde se encuentra ahora con respecto a ese geopolítico de Espectros de Marx se insiste, sobre todo, en un deseo de «saber vivir»? mundo más desigual que nunca, en miles de millones de vivientes —humanos y no— a quienes se les niega, además de Entonces se hablaba de una «nueva internacional», subtítulo los elementales «derechos humanos» que datan de hace dos y motivo central del libro. Más allá del «cosmopolitismo», más allá del «ciudadano del mundo» y de un nuevo Estado-nación mundial, ese libro anticipa todas las urgencias «altermundistas» en las que creo y que ahora se muestran mejor. Lo que entonces llamaba una «nueva internacional» impondría, dije en 1993, un gran número de mutaciones en el derecho interna-
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Ilustración de Arturo Espinosa
siglos y se enriquecen sin cesar, una vida digna de ser vivida). Pero permanezco ineducable con respecto a la sabiduría del saber-morir. Todavía no he aprendido ni adquirido nada sobre ello. El tiempo de la libertad condicional se reduce de manera acelerada. No solo porque soy, junto con otros, heredero de muchas cosas, buenas o terribles: dado que la mayor parte de pensadores a los que se me ha asociado han muerto, cada vez más me tratan de superviviente: el último representante de una «generación», la de los años sesenta; lo que, sin ser rigurosamente verdadero, me inspira no solo objeciones sino sentimientos de revuelta un poco melancólicos. Como, además, ciertos problemas de salud se vuelven más insistentes, la cuestión de la supervivencia o de la libertad condicional, que siempre me ha obsesionado, literalmente, en cada instante de mi vida, de manera concreta e infatigable, hoy se dibuja de otra forma. Siempre me ha interesado la temática de la supervivencia, cuyo sentido no se agrega al vivir y al morir. Es originaria: la vida es supervivencia. Sobrevivir en el sentido corriente quiere decir continuar a vivir, pero también vivir después de la muerte. Walter Benjamin, al hablar de la traducción, subraya la distinción entre überleben, por una parte, sobrevivir a la muerte, como un libro puede sobrevivir a la muerte del autor, o un niño a la muerte de los padres y, de otra parte, fortleben, living on, continuar viviendo. Todos los conceptos que me han ayudado a trabajar, sobre todo el de la huella o el de lo espectral, estaban asociados a la «supervivencia» como dimensión estructural. No deriva ni del vivir ni del morir. Como tampoco aquello que llamo el «duelo originario». Este no espera la muerte «efectiva». Ha utilizado la palabra «generación». Noción de uso delicado, que aparece muchas veces bajo su pluma: ¿cómo designar aquello que, en su nombre, se transmite de una generación?
Aquí utilizo esa palabra de una forma un poco cobarde. Se puede ser el contemporáneo «anacrónico» de una «generación» pasada o por venir. Ser fiel a aquellos a quienes se asocia a mi «generación», volverse el guardián de una herencia diferenciada pero común, quiere decir dos cosas: primero, mantener, contra todo y contra todos, exigencias compartidas, de Lacan a Althusser, pasando por Levinas, Foucault, Barthes,
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Deleuze, Blanchot, Lyotard, Sarah Kofman, etc.; sin nombrar a tantos pensadores, escritores, poetas, filósofos o psicoanalistas afortunadamente vivos, de los que también soy heredero, y otros más en el extranjero, más numerosos y a veces más cercanos todavía. Designo así, por metonimia, un ethos de escritura y de pensamiento intransigente, incluso incorruptible (Hélène Cixous nos apoda los «incorruptibles»), sin concesión ni siquiera con respecto a la filosofía, y que no se deja espantar por la opinión pública, los medios, o el fantasma de unos lectores intimidantes, que podrían obligarnos a ser más simples o a censurarnos. De ahí el gusto severo por el refinamiento, la paradoja, la aporía. Esa predilección es también una exigencia. Une no solo a aquellos y a aquellas que he evocado un poco arbitrariamente, es decir, injustamente, sino a todo el medio que los sostiene. Se trataba de una especie de época provisoriamente terminada, y no solo de tal o cual persona. Hay que salvar, o hacer que renazca eso, a cualquier precio. Y hoy la responsabilidad es urgente: nos convoca a una guerra inflexible contra la doxa, contra aquellos a los que ahora se les llama los «intelectuales mediáticos», contra ese discurso general formateado por los poderes mediáticos, que están entre las manos de lobbies político-económicos, muchas veces editoriales y académicos. Siempre europeos y mundiales, por supuesto. Resistencia no significa que debamos evitar los medios. Cuando sea posible, debemos desarrollarlos y ayudarlos a diversificarse, convocarlos a esta misma responsabilidad. Al mismo tiempo, no hay que olvidar que en aquella época «feliz» nada era irénico, por supuesto. Las diferencias y los diferendos provocaban estragos en ese medio, que era todo menos homogéneo, como lo que se podría agrupar, por ejemplo, en una apelación débil del tipo «pensamiento del 68», cuyo lema o cargo de acusación domina hoy casi siempre la prensa y la universidad. Aun si esta fidelidad a veces toma la forma de la infidelidad y de la separación, hay que ser fiel a esas diferencias, es decir, continuar la discusión. Yo continúo discutiendo con Bourdieu, Lacan, Deleuze, Foucault, por ejemplo, que me siguen interesando mucho más que aquellos alrededor de los cuales hoy la prensa se precipita (con alguna excepción, claro). Conservo vivo ese debate, para que no decaiga, ni se degrade en denigraciones. Lo que he dicho de mi generación también es válido para el pasado, de la Biblia a Platón, Kant, Marx, Freud, Heidegger, etc. No quiero renunciar a nada, no puedo. Aprender a vivir siempre es narcisista: queremos vivir tanto como sea posible, salvarnos, perseverar, y cultivar todas esas cosas que, infinitamente más grandes y poderosas que nosotros, hacen parte de ese pequeño «yo» al que desbordan por todas partes. Pedirme que renuncie a aquello que me ha formado, a aquello
que he amado tanto, es pedir que me muera. En esta fidelidad, hay una especie de instinto de conservación. Renunciar, por ejemplo, a una dificultad de formulación, a un pliegue, a una paradoja, a una contradicción suplementaria, porque no se va a comprender, o más bien porque tal periodista que no sabe leer, leer ni siquie- Tengo simultáneamente el ra el título de un libro, cree comprender que el lector o el auditor no comprenderá doble sentimiento de que, más que él, y que el aumento de audien- por un lado, para decirlo cia o su profesión bastarán, para mí es una obscenidad inaceptable. Es como si sonriendo y sin modestia, no me pidieran inclinarme, subyugarme, o se ha comenzado a leerme, morir de estupidez. Usted ha inventado una forma, una escritura de la supervivencia, que es adecuada para esa impaciencia de la fidelidad. Escritura de la promesa heredada, de la huella conservada y de la responsabilidad confiada…
Por más fieles que queramos ser, cada vez estamos traicionando la singularidad del otro a quien nos dirigimos. A fortiori cuando escribimos libros de una gran generalidad: no sabemos a quién hablamos, inventamos o creamos siluetas, pero en el fondo eso ya no nos pertenece. Orales o escritos, todos esos gestos nos abandonan, actúan independientemente de nosotros. Como máquinas, en el mejor de los casos como marionetas —me explico mejor en Papel máquina (Galilée, 2001)—. En el momento en que dejo (publicar) «mi» libro (nadie me obliga a hacerlo), me vuelvo, apareciendo-desapareciendo, como ese espectro ineducable que nunca habrá aprendido a vivir. La huella que dejo significa al mismo tiempo mi muerte, por venir o ya advenida, y la esperanza de que me sobreviva. No es una ambición de inmortalidad, es estructural. Dejo ahí un pedazo de papel, me voy, muero: imposible salir de esa estructura, es la forma constante de mi vida. Cada vez que dejo ir algo, vivo mi muerte en la escritura. Prueba extrema: nos expropiamos sin saber a quién hemos confiado la cosa que dejamos. ¿Quién va a heredarla, y cómo? ¿Habrá siquiera herederos? Es una pregunta que podemos hacernos hoy más que nunca. Me ocupa sin cesar. A ese respecto, el tiempo de nuestra tecno-cultura ha cambiado radicalmente. Las personas de mi «generación» y, a fortiori, las más viejas, se habían acostumbrado a cierto ritmo histórico: creíamos saber que tal obra podía o no sobrevivir, en función de sus cualidades, durante uno, dos, incluso, como Platón, durante veinticinco siglos. Sin embargo, hoy la aceleración de las modalidades de la forma de archivar, pero también el desgaste y la destrucción, transforman la estructura y la temporalidad de la herencia. Para el pensamiento, la cuestión de la supervivencia toma ahora formas absolutamente imprevisibles. A mi edad estoy preparado para las hipótesis más contradictorias sobre ese tema: tengo simultáneamente el doble sentimiento de que, por un lado, para decirlo sonriendo y sin modestia, no se ha comenzado a leerme, aunque por supuesto hay muy buenos lectores (una decena en el mundo, tal vez),
aunque por supuesto hay muy buenos lectores (una decena en el mundo, tal vez), en el fondo, solo más tarde, todo esto tendrá una oportunidad de aparecer; pero también, por otra parte, que quince días o un mes después de mi muerte, ya no quedará nada. Excepto aquello que habrá quedado consignado en la biblioteca.
Si yo hubiese inventado mi escritura, lo hubiese hecho como una revolución interminable. En cada situación hay que crear un modo de exposición apropiado, inventar la ley del acontecimiento singular, tener en cuenta al destinatario supuesto o deseado; y, al mismo tiempo, pretender que esa escritura determinará al lector, el cual aprenderá a leer (a «vivir») eso que, por otro lado, no estaba acostumbrado a recibir. Esperamos que renacerá, determinado de otra forma: por ejemplo, esos injertos sin confusión de lo poético sobre lo filosófico, o ciertas maneras de utilizar las homonimias, lo indecidible, las astucias de la lengua, que muchos leen como confusión porque quieren ignorar su necesidad propiamente lógica. Cada libro es una pedagogía destinada a formar a su lector. Las producciones de masa que inundan la prensa y la edición no forman a los lectores, suponen de forma fantasmal un lector ya programado. Tanto que terminan por formatear a ese destinatario mediocre que postularon antes. Sin embargo, por cuidado a la fidelidad, como usted dice, al momento de dejar una huella, debo hacer que esté disponible para cualquiera: ni siquiera puedo dirigirla singularmente a alguien.
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en el fondo, solo más tarde, todo esto tendrá una oportunidad de aparecer; pero también, por otra parte, que quince días o un mes después de mi muerte, ya no quedará nada. Excepto aquello que habrá quedado consignado en la biblioteca. Se lo juro, creo sincera y simultáneamente en esas dos hipótesis. 39
En el corazón de esa esperanza está la lengua y, ante todo, la lengua francesa. Al leerlo, sentimos en cada línea la intensidad de su pasión por ella. En El monolingüismo del otro (Galilée, 1996), usted se presenta, irónicamente, como el «último defensor e ilustrador de la lengua francesa»…
Que no me pertenece, aunque sea la única que «tengo» a mi disposición (¡y ni siquiera!). Por supuesto, la experiencia de la lengua es vital. Por tanto, mortal. No hay nada original en esto. Las contingencias han hecho de mí un judío francés de Argelia de la generación nacida antes de la «guerra de independencia»: tantas singularidades, aun entre los judíos e incluso entre los judíos de Argelia. Participé en una transformación extraordinaria del judaísmo francés de Argelia: mis bisabuelos todavía eran muy cercanos a los árabes gracias a la lengua, las costumbres, etcétera. Después del decreto de Crémieux (1870), al final del siglo xix, la siguiente generación se hizo burguesa: aunque se haya casado casi clandestinamente en un patio trasero del ayuntamiento de Argel a causa de los pogromos (en pleno caso Dreyfus), mi abuela educaba a sus hijas como burguesas parisinas (los buenos modales del distrito xvi, lecciones de piano…). Luego fue la generación de mis padres: había pocos intelectuales, eran sobre todo comerciantes, modestos o no, que ya explotaban un terreno colonial haciéndose los representantes exclusivos de las grandes marcas de la capital: con una pequeña oficina de diez metros cuadrados y sin secretaria era posible representar todo el «jabón de Marsella» en África del Norte —simplifico un poco—. Luego fue mi generación (una mayoría de intelectuales: profesiones liberales, profesores, médicos, abogados, etc.). Y casi todos ellos en Francia en 1962. Para mí fue más pronto (1949). Es conmigo, y apenas exagero un poco, que comenzaron los matrimonios «mixtos». De manera casi trágica, revolucionaria, rara y arriesgada. Y así como amo la vida, y mi vida, amo todo lo que me ha constituido, y cuyo elemento mismo es la lengua, esta lengua francesa que es la única que me enseñaron a cultivar, la única también de la que puedo decirme más o menos responsable. Esa es la razón por la cual hay en mi escritura una forma, no diría perversa, sino un poco violenta, de tratar la lengua. Por amor. El amor en general pasa por el amor a la lengua, que no es ni nacionalista ni conservador, pero exige pruebas. Y retos. No se hace cualquier cosa con la lengua, nos preexiste,
nos sobrevive. Si modificamos a la lengua con algo, hay que hacerlo de manera refinada, respetando, en el irrespeto, su ley secreta. Eso es la fidelidad infiel: cuando violento la lengua francesa lo hago con el respeto refinado de lo que creo que es un requerimiento de esa lengua, de su vida, de su evolución. Leo con una sonrisa, a veces con desprecio, a aquellos que creen violar sin amor, precisamente, la ortografía o la sintaxis «clásicas» de la lengua francesa, y que tienen apariencia de vírgenes con eyaculación precoz, mientras la gran lengua francesa, más intocable que nunca, los mira hacer esperando al próximo. Describo esta escena ridícula de forma un poco cruel en La tarjeta postal (Flammarion, 1980). Lo que me interesa es dejar huellas en la historia de la lengua francesa. Vivo por esa pasión, si no por Francia, por algo que la lengua francesa ha incorporado desde hace siglos. Supongo que si amo a esta lengua como amo a mi vida, y a veces más de lo que la ama tal o cual francés de nacimiento, es porque la amo como un extranjero que ha sido acogido, y que se ha apropiado esta lengua como la única posible para él. Pasión y exceso. Todos los franceses de Argelia comparten esto conmigo, judíos o no. Los que venían de la capital también eran extranjeros: opresores y normativos, normalizadores y moralizadores. Era un modelo, un hábito o un habitus, y había que plegarse a él. Cuando un profesor llegaba de la capital con el acento francés, ¡lo hallábamos ridículo! El exceso viene de ahí: solo tengo una lengua y, al mismo tiempo, esa lengua no me pertenece. Una historia singular ha exacerbado en mí esa ley universal: una lengua no pertenece. Ni naturalmente ni por esencia. De ahí los fantasmas de la propiedad, de la apropiación y de la imposición colonialista.
En general, le cuesta trabajo decir «nosotros», «nosotros, los filósofos» o «nosotros, los judíos», por ejemplo. Pero a medida que se despliega el nuevo desorden mundial, parece menos reticente a decir «nosotros, los europeos». En El otro cabo (Galilée, 1991), libro escrito al momento de la primera guerra del Golfo, usted se presenta como un «viejo europeo», como «una especie de mestizo europeo»…
Desde el inicio de mi trabajo, y eso sería la «deconstrucción» misma, siempre fui extremadamente crítico ante el eurocentrismo, en la modernidad de sus formulaciones, en Valéry, Husserl o Heidegger, por ejemplo. La deconstrucción en general es una empresa que muchos han considerado, con justeza, como un gesto de desconfianza frente a todo eurocentrismo.
Dos recordatorios: es verdad que me cuesta decir «nosotros», pero a veces lo hago. A pesar de todos los problemas que me torturan sobre ese tema, comenzando por la política desastrosa y suicida de Israel, y de cierto sionismo (porque Israel no representa para mí al judaísmo, como tampoco a la diáspora ni al sionismo mundial u originario que fue múltiple y contradictorio; también hay fundamentalistas cristianos que se dicen sionistas auténticos en Estados Unidos. El poder de su lobby cuenta más que la comunidad judía estadounidense, sin mencionar la saudita, en la orientación conjunta de la política entre Estados Unidos e Israel); a pesar de todo eso y de otros muchos problemas que tengo con mi «judaísmo», nunca lo negaré. Siempre diré, en ciertas situaciones, «nosotros, los judíos». Ese «nosotros» tan atormentado está en el corazón de lo que más me inquieta en mi pensamiento, el pensamiento de aquel a quien llamé, sonriendo a medias, «el último de los judíos». En mi pensamiento tomaría el lugar de aquello que Aristóteles dice profundamente del rezo (eukhè): no es ni verdadero ni falso. Es, literalmente, un rezo. En ciertas situaciones no dudaré en decir «nosotros, los judíos» y también «nosotros, los franceses». Desde el inicio de mi trabajo, y eso sería la «deconstrucción» misma, siempre fui extremadamente crítico ante el eurocentrismo, en la modernidad de sus formulaciones, en Valéry, Husserl o Heidegger, por ejemplo. La deconstrucción en general es una empresa que muchos han considerado, con justeza, como un gesto de desconfianza frente a todo euro-
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centrismo. Cuando, en estos tiempos, digo «nosotros, los europeos», es coyuntural y muy diferente: todo lo que puede ser deconstruido de la tradición europea no impide que, precisamente a causa de lo que ocurrió en Europa, a causa de la Ilustración, a causa del empequeñecimiento de ese pequeño continente y de la enorme culpabilidad que recorre su cultura (totalitarismo, nazismo, genocidios, Shoah, colonización y descolonización, etc.), hoy, en nuestra situación geopolítica, Europa, otra Europa pero con la misma memoria, podría (en todo caso es mi deseo) unirse contra la política de hegemonía estadounidense (Wolfowitz, Cheney, Rumsfeld, etc.) y contra un teocratismo árabe-islámico sin Ilustración y sin porvenir político (pero sin descuidar las contradicciones y las heterogeneidades de esos dos conjuntos, y aliándonos con aquellos que resisten en el interior de esos dos bloques). Europa se encuentra bajo el mandato de asumir una nueva responsabilidad. No hablo de la comunidad europea tal y como existe o se dibuja en su mayoría actual (neoliberal) y virtualmente amenazada con tantas guerras internas, sino de una Europa por venir, y que se busca. En la Europa («geográfica») y en otras partes. Lo que llamamos algebraicamente «Europa» debe tomar responsabilidades, por el futuro de la humanidad, por el futuro del derecho internacional –esa es mi fe, mi creencia–. Y ahí no dudaré en decir «nosotros, los europeos». No se trata de desear la constitución de una Europa que sea otra superpotencia militar, que proteja su mercado y haga el contrapeso a los otros bloques, sino de una Europa que vendría a plantar los granos de una nueva política altermundista. Esta es para mí la única salida posible. Esa fuerza está en camino. Aun si sus motivos son todavía confusos, pienso que ya nada la detendrá. Cuando digo Europa, es eso: una Europa altermundista, transformando el concepto y las prácticas de la soberanía y del derecho internacional. Y disponiendo de una verdadera fuerza armada, independiente de la otan y de los Estados Unidos, una potencia militar que, ni ofensiva, ni defensiva, ni preventiva, interven-
dría sin tardanza para servir a las resoluciones por fin respetadas de una nueva onu (por ejemplo, urgentemente, en Israel, pero también en otras partes). También es el lugar desde el que podemos pensar mejor ciertas figuras de la laicidad, por ejemplo, o de la justicia social, y de tantas herencias europeas. (Acabo de decir «laicidad». Permítame aquí un largo paréntesis. No se trata del velo en la escuela, sino del velo del «matrimonio». Apoyé con mi firma, sin dudarlo, la valiente iniciativa de Noël Mamère, aun si el matrimonio entre homosexuales constituye un ejemplo de esa bella tradición que los estadounidenses han inaugurado en el siglo pasado bajo el nombre de «desobediencia civil»: no un desafío a la Ley, sino la desobediencia a una disposición legislativa en el nombre de una ley mejor —por venir, o ya inscrita en el espíritu o la letra de la Constitución—. «Firmé» en este contexto legislativo actual porque me parece injusto —para el derecho de los homosexuales—, hipócrita y equívoco en su espíritu y en su letra. Si yo fuese legislador, propondría simplemente la desaparición de la palabra y del concepto «matrimonio» en el código civil y laico. El «matrimonio», valor religioso, sacro, heterosexual —con deseo de procreación, de fidelidad eterna, etc.— es una concesión del Estado laico a la Iglesia cristiana —en
particular a su monogamia, que no es ni judía [fue impuesta a los judíos por los europeos en el siglo pasado, y no constituía una obligación hace algunas generaciones en el Magreb judío] ni, lo sabemos bien, musulmana—. Suprimiendo la palabra y el concepto de «matrimonio», ese equívoco o esa hipocresía religiosa y sacra, que no tiene lugar en una constitución laica, los remplazaríamos por una «unión civil» contractual, una especie de sociedad generalizada, mejorada, refinada, flexible y ajustada entre dos socios de sexo o de número no impuesto. En cuanto a aquellos que quieren, en el sentido estricto, asociarse a través del «matrimonio» —por el que mi respeto está intacto— podrían hacerlo frente a la autoridad religiosa de su elección; de hecho, eso ocurre en otros países que aceptan consagrar religiosamente matrimonios entre homosexuales. Algunos podrían unirse según un modo u otro, algunos en los dos modos, otros unirse sin seguir ni la ley laica ni la ley religiosa. Fin del paréntesis conyugal). (Es una utopía, pero la asumo). Lo que llamo deconstrucción, aun cuando está dirigida a algo de Europa, es europea, es un producto, una relación de Europa consigo misma como experiencia de la alteridad radical. Desde la época de la Ilustración, Europa se autocritica en permanencia, y en esta herencia perfectible hay una opor-
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tunidad de futuro. Al menos eso espero, y es lo que alimenta mi indignación frente a los discursos que condenan a Europa definitivamente, como si solo fuese un lugar de crímenes. En cuanto a Europa, ¿no está usted en guerra consigo mismo? Por un lado, dice que los atentados del 11 de septiembre destruyeron la vieja gramática geopolítica de las potencias soberanas, marcando así la crisis de cierto concepto de lo político, que define como propiamente europeo. Por otro lado, mantiene un apego a ese espíritu europeo, ante todo a ese ideal cosmopolítico de un derecho internacional del que describe, precisamente, el declive. O la supervivencia…
Hay que «levantar» (Aufheben) lo cosmopolítico. Cuando se habla de política, utilizamos una palabra griega, un concepto europeo que siempre ha supuesto un Estado, la forma de la polis ligada a un territorio nacional y a una autoctonía. No importa cuáles sean las rupturas al interior de esta historia, el concepto de lo político sigue siendo dominante, incluso en el momento en el que muchas fuerzas tratan de dislocarlo: la soberanía del Estado ya no está ligada a un territorio, las tecnologías de comunicación y la estrategia militar tampoco, y esa dislocación pone en crisis al viejo concepto europeo de lo político. Y de la guerra, y de la distinción entre civil y militar, y del terrorismo nacional o internacional. Pero no creo que debamos ir en contra de lo político. Tampoco contra la soberanía, que puede ser buena en ciertas situaciones, por ejemplo, para luchar contra algunas fuerzas mundiales del mercado. Esto también es una herencia europea que debemos conservar y transformar. Es también lo que digo en Canallas sobre la democracia como idea europea, que nunca ha existido de forma satisfactoria, y que está por venir. Y siempre encontrará ese gesto en mí, del cual no tengo una justificación última, excepto que soy yo, que es ahí donde estoy. Estoy en guerra contra mí mismo, es verdad, no puede saber hasta qué punto, mucho más allá de lo que adivina, y digo cosas contradictorias que están, digamos, en una tensión real, me construyen, me hacen vivir, y me harán morir. Esta guerra la veo a veces como una guerra terrorífica y penosa, pero al mismo tiempo sé que es la vida. Solo encontraré la paz en el reposo eterno. Entonces no puedo decir que asumo esta
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contradicción, pero también sé que es lo que me mantiene en vida, y lo que me hace preguntarme, precisamente, «¿cómo aprender a vivir?». En dos libros recientes (Cada vez única, el fin del mundo y Carneros), ha vuelto sobre el gran tema de la salvación, de la imposibilidad del duelo, de la supervivencia. Si la filosofía puede ser definida como «la anticipación inquieta por la muerte», ¿podemos considerar la «deconstrucción» como una interminable ética del superviviente?
Como ya lo he dicho, y mucho antes de mis propias experiencias de supervivencia, la supervivencia es un concepto original que constituye la estructura misma de aquello que llamamos la existencia, el Da-sein, si así lo quiere. Somos estructuralmente supervivientes, marcados por la estructura de la huella, del testamento. Pero, habiendo dicho eso, no querría dejar libre curso a la interpretación según la cual la supervivencia está del lado de la muerte, del pasado, y no de la vida y del futuro. No, todo el tiempo la deconstrucción está del lado del sí, de la afirmación de la vida. Todo lo que digo sobre la supervivencia como complicación de la oposición vida-muerte procede de una afirmación incondicional de la vida. La supervivencia es la vida más allá de la vida, la vida más que vida, y el discurso que hago no es mortífero, por el contrario, es la afirmación de un viviente que prefiere vivir y, por tanto, prefiere la supervivencia y no la muerte, porque la supervivencia no es simplemente aquello que queda, es la vida más intensa posible. Nunca estoy tan obsesionado por la necesidad de morir como en los momentos de felicidad y de gozo. Gozar y llorar la muerte que acecha, eso para mí es lo mismo. Cuando recuerdo mi vida, tengo tendencia a pensar que he tenido la suerte de amar aun los momentos desdichados de mi vida, y de bendecirlos. Casi todos, con una excepción. Cuando recuerdo los momentos felices, también los bendigo, por supuesto, al tiempo que me precipitan hacia el pensamiento de la muerte, hacia la muerte, porque son el pasado, han terminado… Traducción de Ernesto Kavi
Próximamente…
José Hernández · @monerohernandez
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Lado B
Cintia Bolio · @cintiabolio
Psycho Killer
Carlos Velázquez @Charfornication
Does Humor Belong In Grunge Music?
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a serie This is Pop tiene un capítulo dedicado al britpop. La misma Nirvana es otro ejemplo del humor imperanEl movimiento se menciona de pasadita (Pulp, Elastica, te en el grunge. Si bien las letras de Kurt Cobain suelen ser et al.), y el episodio se centra principalmente en la rivalidad atormentadas, existen muchos momentos en video de Kurt entre Blur y Oasis. sonriendo. Entre los integrantes de la banda imperaban las En aquellos años, Damon Albarn acusaba a la música bromas. Algunas ligeras, otras pesadas y unas de plano paalternativa gringa de falta de sentido del humor. No vamos sadas de lanza: como el beso entre Novaselic y Grohl. Por a negar que el grunge poseía una gran carga sombría, pero supuesto que la intención de este beso era escandalizar, coasumir que estaba exento de risas es impreciso. mo la aseveración de Kurt de que Dios era gay o verlo lucir Un recuento de lo ocurrido con el grunge durante la privestiditos de flores. Pero debajo de esto también subyace la mera década de los noventa arroja un cúmulo de tragedias, idea de no tomarse demasiado en serio. entre ellas el suicidio de Kurt Cobain El video de «In Bloom» es un gran y las sobredosis de Layne Stanley y de pitorreo. Es una burla pero a la vez Si la rabia y la amargura eran Shannon Hoon. Este último estuvo a un homenaje a las primeras boy bands, la principal materia prima del punto de formar parte del prestigiocuando todavía ni las considerábagrunge se debe al momento en mos como tales, lo primero en que uno so Club de los 27, se pasó por un año. el que surge. Son los años de la piensa al ver el video es en The Beatles Blind Melon, su ex banda, es precisamente una de las muestras más notorias resaca Reagan y del predominio y en The Beach Boys. Era un ejercicio del humor en el grunge. En su video clip del hair metal. De todas las ban- tremendamente lúdico, sin caer en lo de «No Rain» vemos a una niña disfradas de este estilo, solo Mötley paródico. Años después los Red Hot zada de abeja. Aunque la canción trata Crüe era auténtica. Y Guns, que Chili Peppers replicarían la idea en sobre el bulin, al representar la diferenno es hair ni grunge, pero repre- «Dani California». cia entre las personas, la banda se tomó Revisando los videos del grunge se las cosas con humor al caracterizar a su sentaba a la parte más malandra podría hacer un análisis del humor en de un nuevo hard rock. protagonista como la «Bee Girl». la música noventera. También Jane’s Existe un gran contraste entre «No Addiction aportó a la carcajada con el Rain» y por ejemplo los lamentos de alienación pura de los video de «Been Caught Stealing», se mofa de la identidad Smashing Pumpkins. Basta revisar la letra de «To Forgive» sexual de sus integrantes. Y lo hace sin amargura. Pavement del Mellon Collie And The Infinite Sadness para darse cuenta de también fue un grupo que ahondó en lo humorístico en su que sí, en efecto, abunda lo depresivo en el rock gabacho música. En «Range Life» le hacía bulin a Smashing Pumpde la era. O en «Black Hole Sun» de Soundgarden. Pero ninkins y en el video de «Cut Your Hair» sale uno de sus integuna de estas dos bandas son puro desbarrancadero. «Tograntes con una máscara de gorila solicitando un corte en day» de los Smashing es una celebración de la alegría. una peluquería. Si la rabia y la amargura eran la principal materia prima del grunge se debe al momento en el que surge. Son los años de la resaca Reagan y del predominio del hair metal. De todas las bandas de este estilo, solo Mötley Crüe era auténtica. Y Guns, que no es hair ni grunge, pero representaba a la parte más malandra de un nuevo hard rock. El grunge es una música existencialista. En los ochentas el rock no se estaba haciendo las preguntas de carácter existencial. Varias
de esas preguntas las respondió Kurt: muéstrate como eres, pregonaba Debido al oscurantismo inherente al grunge, Blur decidió autonombrarse embajador de la diversión. Otorgarle ligereza a los nuevos sonidos que traería consigo la segunda invasión inglesa. Pero la verdad es que las sonrisas en Blur no eran del todo inocentes. Sí, cantaban para una generación de jóvenes a los que solo les interesaba emborracharse y el futbol, pero tuvieron una concepción del mercado mucho más ventajosa que una gran cantidad de bandas del grunge. Se profesionalizaron bastante rápido, tenían que hacerlo, para aplastar a su competencia, Oasis. No mucho después Blur se retractaría de esta filosofía y en el 97 lanzaría Blur, el mejor disco de su carrera y el que contiene un espíritu sombrío cercano al grunge. La banda del britpop que manifestó más abiertamente su admiración por una banda gringa fue Manic Street Preachers. Se declararon fans de Guns N’ Roses e hicieron covers de «Sweet Child O’ Mine» e «It’s So Easy». Reconocen que son una de sus principales influencias y fungirán como teloneros de la próxima gira de Guns en algunas fechas de sus conciertos en Gran Bretaña. Conforme el desencanto se fue apoderando de los tiempos, el humor en la música gringa cambió. De Frank Zappa llegamos a Beavis and Butthead, pasando por Devo. Al recapitular en los momentos de humor en Nirvana, que distan de ser pocos, no puede dejar de resultar intrigante el final de Kurt. Y una pregunta se formula de manera orgánica. ¿Puede alguien que ríe bastante en su vida suicidarse? La respuesta es que sí. No deja de resultar desconcertarte. Porque la diversión suele estar asociada a las ganas de vivir. Pero en los terrenos del éxito no hay certezas. A Blur tampoco le faltaría mucho para descubrir que lidiar con el éxito no es fácil. La única manera de soportar su pesada carga por parte de Grahamn Cox fue tirarse a la copa de manera suicida. Con uno de los regímenes con peor
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fama entre médicos y dietólogos: la dieta del tinto. Lo que llevaría a su expulsión de la banda. Por su parte, Oasis demostró que tampoco eran los reyes del humor. Su talento solo les alcanzó para un disco: (What’s the Story) Morning Glory? Desde entonces se han dedicado a explotar la fama de ese disco, a pelearse, a separar la banda una y otra vez y a hacer una música horrible. Blur supo envejecer. Y Damon ha hecho buena música en solitario. De aquel movimiento que en algún momento se antojó invencible («Somos más grandes que los Beatles», dijo Noel Gallagher), lo más decente que quedó como legado fue Pulp, quienes con su humor dramático han conservado la dignidad y su sonido sigue tan cautivador como al principio. De regreso a la pregunta inicial: ¿existe el humor dentro del grunge? La respuesta de este humilde redactor es que sí.
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Psicología de la disolución
Judas Glitter