Reporte SP 58

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Publicación mensual gratuita • Junio 2021

ReporteSextoPiso 58


ReporteSextoPiso

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Disponibles en: sextopiso.mx Lecturas

Recomendación de los editores

Dos poemas | 10

Destino y violencia desde la palabra | 4

Katarina Frostenson

Cuentas pendientes | 30 Vivian Gornick

Frase / Heridas  |  34

Laura Baeza

Nosotras somos puentes | 6 Amarela Varela Huerta

Goran Petrović

Paso de fauna   |  37 Fabio Morábito

Columnas La raja | 26 Luciana Cadahia

Dossier: Adictos a las series | 11 «Todo está en (el) juego…»  |  12 Gabriela Jauregui

Looking!  | 15 Wenceslao Bruciaga

Hechizado | 18 Guillermo Núñez

Una serie sobre la libre elección de las series que todxs estamos obligadxs a ver  |  20

Próximamente… | 27 José Hernández

La montaña de la muerte | 29 Rodrigo Márquez Tizano

Lado B  |  33 Cintia Bolio

Psicología de la disolución | 43 Judas Glitter

Aura García-Junco

Portada de este número:

The High Life and Hard Times of Charlie Runkle  |  22

Jis @jisvagoimperial

Carlos Velázquez

Reporte Sexto Piso, Año 7, Número 58, junio 2021, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., América 109, Colonia Parque San Andrés, Coyoacán, C. P. 04040, Ciudad de México, Tel. 55 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com.

Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Dirección de arte y diseño: donDani Reservas de Derechos al Uso Exclusivo 04-2021-020813245067-102. Certificado de Licitud de Título y Contenido No. 17420. Impresa en los talleres de Editorial Impresora Apolo, S.A. de C.V. ubicada en Centeno 195, Colonia Valle del Sur, C. P. 09819, Iztapalapa, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en junio de 2021 con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. * Judas Glitter agradece las citas de «La canción de amor de J. Alfred Prufrock » de T.S. Eliot.


Recomendación de los editores

Destino y violencia Laura Baeza

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desde la palabra

stamos en una época en la que lo mejor del cine está en como de verdugos. En El problema de los tres cuerpos no hay las series y lo más sobresaliente de la literatura viene a una pretensión por sublimar la cruenta realidad por medio través de narraciones cortas. El cuento, con gran tradición y de artificios que se quedarán como intentos estéticos; la auarraigo en México, cobra cada vez mayor tora va directo a lo que le interesa, sin relevancia. Las editoriales apuestan por Para hablar del México con- más preámbulo que contar una historia el género que demanda más atención en redonda y consistente, esférica en cuanto pocas páginas, en el que el autor tiene temporáneo, la violencia se a sus dimensiones. que calibrar la pertinencia en cada una de ha convertido en el lugar En su literatura no es válido ir de un las frases, las imágenes y el uso de recurpunto a otro para recrudecer los conflicsos, porque solo tiene una oportunidad común. Podríamos pensar tos con los que tienen que lidiar sus perante el lector. La literatura escrita por que la escritura de Aniela, sonajes, como colocados en una tarjeta una generación de jóvenes narradores de lotería de desgracias; Aniela utiliza es el gran ejemplo de que se puede decir chihuahuense que vivió la el lenguaje como vía principal entre la más de un personaje en pocas páginas infancia y adolescencia en psique, las emociones y el entorno en el bien escritas que en una novela pretenque se desenvuelven a partir de pequeños ciosa en la que abunden los recursos pero los años más cruentos de la acontecimientos que no son tan nimios que no logra llegar a ninguna parte. guerra contra el narcotráfi- dada su condición. Esto es atractivo, ya Para hablar del México contemporáque muchos autores nacidos en los setenneo, la violencia se ha convertido en el co, sería más de lo mismo, ta y ochenta utilizan un discurso directo, lugar común. Podríamos pensar que la pero al contrario. como si le temieran a las posibilidades escritura de Aniela, chihuahuense que que otorga la palabra, y en El problema de vivió la infancia y adolescencia en los años más cruentos de los tres cuerpos pareciera haber verdades absolutas en pequela guerra contra el narcotráfico, sería más de lo mismo, pero ñas frases y sentencias de narradores y personajes; la poesía al contrario: aunque el tema está ahí, la autora le da la vuelta queda inserta sin el afán de ser petulante. Esto último cobra a los lugares comunes, matiza la crudeza de los actos violensentido por el hecho de que Aniela pertenece a una generatos, puntualiza características de la conducta humana y coción que se arriesga a desencasillar géneros, una generación loca la mirada en detalles precisos y únicos tanto de víctimas que opta por recrear la oralidad de una manera luminosa, en algunos casos, porque después del horror la única manera de resarcir un poco el daño es por medio de la palabra. La fatalidad marca a sus personajes, como si no pudieran huir de ella porque están condenados a la pena, igual que los héroes venidos a menos de una tragedia griega. En ellos habita la nostalgia por lo que no se tuvo, la felicidad o el bienestar que utópicamente brindan el hogar y la pareja. En «Las fiestas

de Caín», su protagonista, Jacinto, busca resarcir el daño a la mujer que ama por medio de la venganza. De su interior brota lo aprendido en el entorno hostil, el deseo de terminar con fuego los abusos y el maltrato hacia lo que le es cercano, pero sabe que ni eso sanará la llaga infectada que es su vida; él desea más, pero no puede, la prosperidad es ajena a sus manos. «Cómo creer en un Dios que ha construido el mal y nos ha dado la paz sin pensar en nuestras tristezas», dice el narrador que mira con lástima al desventurado Jacinto. Lo que llama la atención de cada uno de estos cuentos es que en pocas páginas se profundiza en la desgracia del que no tiene nada porque la buena suerte se le escurre como agua entre dos dedos. En «Tratado general del contragolpe», si bien la violencia está presente como el aire que respiran los personajes, hay algo dentro de ellos que toma ese aire enrarecido, les dilata las pupilas y los conduce por una pendiente de desgracia. Desde la primera línea se revela lo que sucederá: «en este cuento muere el Güero Hidalgo»; lo que mantiene la tensión es cómo se llega —o no— a ello. En un país tan falto de todo, en nuestra realidad solo hay dos cosas que devuelven el ánimo los fines de semana: la religión y el futbol, que en México vienen a ser lo mismo, un hervidero de fanáticos del deporte, de Dios, del amor y el desamor, como se lee a lo largo de los nueve cuentos. El destino de los dos personajes principales, el Güero y el narrador de la historia, está marcado por la insolencia, la venganza y, por último, la tragedia, dentro y fuera del escenario en el que ambos pueden jugar con su suerte, como gatos de Schrödinger. Aquí no es el crimen organizado quien ajustará las cuentas con un futbolista que destruyó los sueños de una nación, ni el viaje al infierno de quien desciende en la tabla de clasificación, sino un accidente, el golpe preciso que nos hace pensar una y otra vez en lo dicho por el narrador: «uno no conoce a qué sabe el terror hasta que se siente así del precipicio».

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El problema de los tres cuerpos Aniela Rodríguez editorial minúscula 2019 • 108 páginas

El estilo de Aniela condensa lo mejor de la tradición cuentística mexicana y la reviste de otro significado; no solo es heredera de Rulfo y Revueltas, como se puede percibir desde las primeras páginas del libro y se confirma en cada uno de los cuentos, sino que reinventa su herencia como lo haría una escritora crítica, influenciada también por la narrativa contemporánea. Esto lo vemos en el último cuento de la colección, «Para Werner, con cariño», en el que explora la ambición científica a través de un discurso narrativo que se aproxima mucho a la ciencia ficción, sin que haya un uso explícito de los recursos. Como en otros cuentos, en los que sus personajes se mueven en los márgenes de los sitios donde se hallan confinados sin lograr pertenecer, aquí el santo grial del conocimiento les otorga una dicha momentánea que no puede tener un buen desenlace, porque otro de los grandes temas del arte ha sido querer poseer más de lo que el hombre tiene a su alcance, y cualquiera puede ser un Prometeo moderno. Si bien la propuesta estética de Aniela se aleja de una reinterpretación burda de la violencia y tiene un estilo ya definido y maduro en este segundo libro de cuentos, el reto en adelante será mantener la precisión del lenguaje, las imágenes poéticas, la tensión que tiene al lector pegado a las páginas esperando más, porque de cada historia puede resultar un cuento memorable o algo como El problema de los tres cuerpos, que le exige mucho a cualquier escritor, novel o experimentado. •


Recomendación de los editores

Nosotras somos puentes Un abrazo de hospitalidad incondicional a Yo soy frontera de Shahram Khosravi

Amarela Varela Huerta

S

hahram querido, he leído tu libro en castellano, había husmeado en él en inglés por recomendación de muchas amigas, pero no fue hasta que Laura Escorihuela, con su acción puente de traducirlo a mi lengua materna, rompió las fronteras del lenguaje. Y así pasé ratos largos de los fines de semana de tregua temblando con tus palabras. Con la nariz entre las hojas.

Así introducía la larga carta que en mayo de este pandémico 2021 compartí con Shahram Khosravi como aperitivo de un encuentro virtual con otros queridos amigos para celebrar la llegada a América Latina de su libro Yo soy Frontera. Autobiografía de un viajero ilegal que la editorial Virus circula ya por México y en formato ebook para todo lector que no siente nostalgia por oír crujir las hojas cuando lee. Esta versión «corta» de esa carta quiere sembrar las ganas de conocer la primera obra de Khosravi traducida al castellano entre otres migrantas y refugiados y otres cronistes de la movilidad. Advertencia para el y la lectora. Hay que leer este texto por ratos, para poder respirarlo y llorarlo. Para los mesoamericanos, este libro ofrece formas concretas para narrar la ira y la vergüenza, la tristeza y el desasosiego que, a quienes hemos vuelto de los nortes del mundo, deportados o retornados por nuestro privilegio de clase, nos provoca ver a la Guardia Nacional en México o a los kaibiles en Guatemala, gaseando, golpeando, violentando a las familias migrantes del mismo color y habla que nosotros, intentando migrar en caravana o por grupos para atravesar este país frontera, este país tapón, este país infierno, este país refugio, este país en el que les damos la bienvenida a esos migrantes a una nueva forma de intemperie.

1. ¿Por qué leer esta autoetnografía?

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Por el uso complejo de la palabra viajero y lo que evidencia en torno al costo de sostener la necropolítica, en millones de euros, con las que se erigen fronteras y jerarquías de clase. Porque este libro nos habla del atrapamiento en una transitoriedad permanente de los migrantes, refugiados, apátridas, fugitivos, indaga sobre la espera y la esperanza. Nos explica los efectos del fetichismo de las fronteras en las vidas de quienes se desplazan, nos desafía sobre el nacionalestadocentrismo de nuestra imaginación política y la episteme moderno colonial. Porque nos interpela a diseccionar las diferencias y similitudes entre las fronteras y los muros, al mismo tiempo que

nos ofrece espejos, diálogos, entre Irán-Afganistán-la Europa Fortaleza y México-eeuu. Imágenes, es un libro lleno de imágenes, sobre las poblaciones fronterizas y las que transitan las franjas fronterizas, gente que allá y acá temen a los funcionarios y policías más que a los «traficantes» de mercancías, personas o sueños. Porque habla de la existencia siniestra de la categoría de migrantes ilegalizados de segunda generación y sobre la violación, en su mayoría de mujeres, en muchas fronteras del mundo, y lo cuenta sin el sesgo pornonecropolítico con el que se narran las muchas formas de terror infringidas en los cuerpos de las mujeres y sus hijas e hijos que transitan por países retenes, de este otro lado del mar. Porque ofrece imágenes, otra vez, espejos, que dialogan con las ciudades cárceles en el Oriente Medio con las que denuncian ahora los migrantes africanos atrapados en Tapachula, al sur de México. Porque Yo soy frontera es un libro que nos enseña que la alienación y la conciencia de sí de las que trató Frantz Fanon siguen sirviendo para entender(nos) y, por ello, me parece que es un libro fundamental para quien sienta pulsión teórica y vital en torno a la apuesta por una autorepresentación radical en clave de lucha y dignidad de las personas migrantes. Que reflexiona en torno a la mirada fronteriza como un dispositivo conceptual que nos permite hacer evidente la «basurización social», la «nuda vida» de Agamben, con la que se estigmatiza a los migrantes allá y, otra vez, que dialoga con la maratización de nuestras juventudes e infancias de este lado del muro. Hay que leer este libro porque es un espejo y un testimonio-episteme sobre las luchas migrantes y la pulsión de vida en escenarios de muerte, como el neoliberalismo global.

2. ¿Para qué sirve este libro, o por qué todo profesor de ciencias sociales debería usarlo en sus aulas? Yo soy frontera sirve para argumentar, con trucos concretos, que toda verdad de quien solicita refugio es «creíble». Sirve para demostrar que desde siempre se trafica con casos de asilo y vidas necesitadas de refugio. Este libro sirve para explicar qué son las fronteras y qué se siente atravesarlas o atorarte en ellas. Para desnaturalizar la asfixia. Para rastrear la esperanza. Para politizar la discusión sobre la genealogía colonial y racista de las fronteras y

terlocutores vivos o ya muertos y el testimonio escrito de muchos otros viajeros de diferentes sistemas migratorios. Este libro es una propuesta curatorial sobre cómo concretar ese desafío que los colectivos de migrantes llevan décadas planteando: «Nada sobre migrantes sin sus voces». Hay pistas muy didácticas sobre cómo hacerlo. Es un libro que sirve para demostrar Otra vez, y hasta que que hay muchas otras formas de calcular la cale de veras en nuestro economía política de la nostalgia de la que habla Shinji Hirai (2009).2 Para comprenimaginario moderno der que hay un valor de uso en las palabras ilustrado, este libro sirve que narran la saudade y añoranza que hubieran seducido a nuestro maestro Bolívar los muros. Para des/cubrir, una vez más, para despertar de la Echeverría. la fantasía y la ficción contenida en el fantasía moderno liberal Es un libro para dialogar con historias de dispositivo moderno liberal del concep«perpetradores» de todos esos crímenes con to de ciudadanía y en el de soberanía. sobre la ciudadanía como las que se gestiona la fantasía necropolítica Para entender cómo «el estado ejerce la dispositivo de derechos y de una migración «segura, ordenada y regufrontera en los cuerpos de los viajeros». lar». Es un libro que habla con y de coyotes Para descubrir cómo es que un benjami- como membresía política. buenos e ilustrados y con traficantes maniano construye un repositorio de meYo soy frontera sirve para los y bastardos, funcionarios de aduanas, morias migrantes. Como el autor dice: contratistas de migrantes «sin papeles», un «coleccionando historias de “ilegales”: entender una crítica radilibro que atrapa las tramposas formas en apátridas, solicitantes de asilo fallidos, cal al derechohumanismo que profesores viven de la migración sin personas indocumentadas, no registradas, escondidas, clandestinas». libreral desde un ciudada- ejercer escucha activa de las historias de los migrantes, sin ir a terreno. Es un libro que Yo soy frontera sirve para demostrar, no no ciudadano del todo. sirve para entender todo tipo de subjetivicomo afirma el último y melancólico Ardades implicadas en la industria de la migrajun Appadurai (2019),1 que ante la barción, ya sea porque Shahram Kroshravi los entrevista en sus barie nos queda oponer la memoria, conservarla, abrazarla viñetas biográficas, o que resulta del oficio de hacer arqueolopara que sobreviva al exterminio. gía de conversaciones, películas o libros en clave de biografías. Este libro sirve para usarlo como ejemplo del método auOtra vez, y hasta que cale de veras en nuestro imaginario torreflexivo, de la autoentrevista bourdeana, de la autoetnomoderno ilustrado, este libro sirve para despertar de la fantagrafía y sus diferencias con la autobiografía. Para insistir en sía moderno liberal sobre la ciudadanía como dispositivo de el poder de la escritura y la poesía como puente y dispositivo derechos y como membresía política. Yo soy frontera sirve paantifronterizo. Para dialogar con el ethos del martirio y el dora entender una crítica radical al derechohumanismo libreral lor en Irán y reconocer ecos en el ethos de la violencia que hoy desde un ciudadano no ciudadano del todo. Para desmitificar la practican los violentólogos con becas estatales en el «México noción de hospitalidad y su colonialidad intrínseca, para desde la guerra contra el narco». cubrir por qué toda hospitalidad es hostil si parte de presumir Esta autoetnografía de un pensador exílico, siempre «fuera la pertenencia por sangre o raza. de lugar» como el palestino Edward Said, sirve para pensar sobre la tierra y el territorio, sobre la extranjeridad permanente a la que las sociedades mestizas de Nuestra América condenan a los Otros perpetuos. Este libro sirve para tesistas y colectivas que buscan re/ conocer un «estado del arte» sobre fronteras y racismo, para conocer el «estado de la discusión» tanto de la migración internacional, como de la batería conceptual menos hidráulica y más insurgente para pensar críticamente los procesos de movilidad humana. Pero sobre todo, Yo soy frontera sirve para des/cubrirnos y mostrar a nuestros estudiantes y tesistas una especie de mapa por repositorios de memorias migrantes en clave de autorepresentación radical. Sus páginas están llenas de referencias a libros, memorias, testimonios, charlas, películas, canciones, poesías, memoria escrita en primera persona por muchos in-

Yo soy frontera Shahram Khosravi Traducción de Laura Escorihuela Virus Editorial 2020 • 256 páginas

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3. Y para no reificar este testimonio/archivo migrante: lo que me incomoda del libro. Me incomoda el uso de categorías que nos desechabilizan. Somos seres de palabra y que se nos trabaje teóricamente como «invisibles, sobrables, desechables», nos otorga también una enunciación ética y estética y aunque sean varones blancos muy respetados y leídos en la academia, tipo Agamben, tanto en la zona del ser y la del no ser, creo que conviene desafiar esas formas de desechabilizar nuestra existencia con la mirada de otras pensadoras como les migrantes que hablan en el libro o invocando a Judith Butler (2010),3 porque como esta feminista, considero que ninguna vida es nuda y, como nuestros compañeros migrantes dicen, ningún ser humano es ilegal. Pero sí que agradezco la pedagogía en la prosa de Kroshravi para explicar a esos varones blancos, porque tiene eficacia comunicativa para las aulas. En este libro me incomoda la noción dicotómica de hogar/ nación/nacionalidad, su falso vínculo con el territorio, no la tierra. Como mesoamericana, la tierra es una, la territorialidad es otra. El hogar es donde nuestras ancestras están dispersadas para transitar al Mictlán. El territorio es el volcán o el río, la playa o la banqueta en donde sostenemos tramas comunitarias poscoloniales para la sobrevivencia. Unas mestizas y citadinas, muchas indígenas y campesinas. El territorio es para nuestros pueblos el espacio donde se entierran nuestros ombligos al nacer, la madre tierra. El territorio no está atrapado en el nacionalestadoncentrismo de la tradición moderna occidental. El territorio es Tonantzin, el vientre, el fuego, el aire. Hay pues, otras maneras de nombrar la relación tierra/territorio/pertenencia/arraigo. No es un desafío para este pensador persa, es un gesto de incomodidad desde este lado de uno de los muchos muros del mundo contemporáneo. En todo caso es una invitación a debatir ese devenir utópico que merecemos más allá del cosmopolitismo y el universalismo eurocentrado.

4. Por todo eso, y para celebrar la palabra de este viajero: Esta lectora que sigue digiriendo este libro/vida quiere dar las gracias a toda la gente que ofreció a Shahram el viajero una hospitalidad radical, popular, genuina, porque sin los «coyotes» buenos, sin las mujeres que les cobijaron en sus casas, sin los consejos-tesoros de otros viajeros, no estaríamos hoy ni escribiendo estas líneas unas ni otras leyéndolas. Por eso gracias a todas las que refugiaron y refugian las vidas de sus otros iguales. Porque creo que este libro, más allá de los para qués y los por qués de su lectura, revisión, apropiación, es un manifiesto de que no nos hemos barbarizado como desearían Frontex o ice o el inami mexicano o los kaibiles guatemaltecos. Este libro es el testimonio de muchas formas de desobediencia frontal a las fronteras por parte de migrantes y refugiados, apátridas y asilados, pero también de las sociedades que les ven partir, transitar, llegar, volver deportados.

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Es un álbum precioso de prácticas concretas de solidaridad humana entre los desposeídos. Por eso, propongo que los ecos que Yo soy frontera genere en nuestras aulas y textos, en nuestros sueños y pesadillas, sean un homenaje a todas las personas que siguen siendo humanas, que con sus acciones concretas, sus desobediencias latentes o manifiestas oponen humanidad al régimen de fronteras que intenta barbarizar la existencia de quien se desplaza, que quiere el borramiento de quien desafía fronteras. Agradezco con esta larga carta la palabra de Shahram Koshravi, porque a través de ella hoy están nombrados en los archivos de nuestras luchas migrantes las prácticas de reconocimiento de las Otras por Otras perpetuas en su propia tierra. Es en esa apuesta de hospitalidad radical, incondicional, de desobediencia manifiesta a las muchas formas de frontera donde yo reconozco la politicidad del esfuerzo de construir memoria sobre nuestros pueblos y nuestras luchas. Muchas gracias a Shahram, a Virus por hacer de puente, por contarnos otras muchas estrategias para conseguir vidas que se puedan vivir, celebrar y rememorar. Leer este libro me hizo recordar una intuición que hoy está muy bajita de energía, porque en el oriente de la Ciudad Monstruo en la que vivo y enseño, la impunidad volvió a abrir heridas, grietas, colapsos. Y murieron casi treinta personas de mi comunidad, porque la clase política mexicana en su conjunto y los empresarios que quieren construir un tren maya no construyeron bien, no dieron mantenimiento, fueron corruptos y el metro, como nuestro estado, colapsó. Este libro me hizo pensar que no siempre estoy de acuerdo con Walter Benjamin, porque, a pesar del derrumbe del metro Olivos, en Tláhuac, o de todas las formas de violencia que Yo soy frontera narra, intuyo que siempre habrá lugar para la poesía, sobre todo en y desde las fronteras. El libro es prueba de ello. Cómprenlo, circúlenlo, talleréenlo, llórenlo, ríanlo, siéntanlo. • Texto escrito para la presentación del libro el 7 de mayo de 2021 en el canal Youtube de iisunam.

1 Appadurai, A. (2019). Traumatic exit, identity narratives, and the ethics of hospitality.Television & New Media, (2016). Pp. 558-565. 2 Hirai, S. (2009). Economía política de la nostalgia: Un estudio sobre la transformación del paisaje urbano en la migración transnacional entre México y Estados Unidos. México: Juan Pablos. En https://bit. ly/2RyUx82 3 Butler, J., & Carrillo, B. M. (2010). Marcos de guerra: las vidas lloradas. Buenos Aires: Paidós.


Dos poemas

Dossier

Adictos a las series

Katarina Frostenson No no empieces no empieces ahora, de nuevo no empieces a encerrar mundos en corsé; con cordones de palabras ata, determina, tuerce palabras hasta que los poemas anden por sí mismos con los pies para adentro; animales guías, animales perezosos eternos, divididos, Escritura poética en líneas, raicillas con viejo olor a alce limpias, pulidas mundos cerrados —tics viejos tics hediondos —no no empieces— 10

El olor de Genet Hoy: el olor de Genet, no el amarillo, creciente: el gris, polillas y rosas Rosas grises, escasas densas Un rostro lamido hasta la aspereza estalla en canto La piedra La canción alta la canción sorda sin palabras: la hermosa canción sin-sentido: levanta piedras, por nada cánsate hasta el límite Oreja de elfo, puntiaguda saliente coronada, como un anillo en trono al músculo, de voces de muertos Hojas de color lila rígidas Todo esto existe, por sí mismo se extiende sin moverse como círculos en el agua, la voz que atraviesa de lado a lado y continúa viendo El olor en el pasillo, junto al corazón el gris

el olor de la habitación Detrás de las puertas, cerradas risas Pequeños niños bajos a los que han tirado del pelo corto yacen en la hierba Hierba calcinada, incolora Sexos pequeños, raídos Cuerpos fuertes curtidos por el dolor Todo esto existe, existe para ser usado y vuelto a usar Emerge Absolutamente inmóvil Se extiende No termina nunca Martillea Apalanca Excava De mi garganta sale riéndose una voz me río en el eco de mi voz no me termino nunca — Ponte a resonar en mí, resuena sé mi voz, finalmente mi voz final Traducción de Francisco J. Uriz Ilustraciones del dossier: David Baltazar


Dossier: Adictos a las series

«Todo está en (el) juego…» The Wire, 20 años después, y siempre Gabriela Jauregui 12

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uando hablo de series de televisión, para mí hay un alfa y un omega y es The Wire. Con cinco temporadas y sesenta episodios, producido por hbo, este es el programa que anunció que el arte del siglo veintiuno serían las series audiovisuales de largo aliento. Empezó inspirada en los reportajes de David Simon sobre crimen en Baltimore y poco a poco fue creciendo hasta tomar dimensiones épicas, para hablar y hacer una crítica del sistema educativo, de la gentrificación, de las fallidas estrategias y políticas de la guerra contra las drogas, del nacimiento de las fake news y la muerte de los periódicos comprados por consorcios, y mucho más, y todo esto gracias a personajes memorables con diálogos que siguen citándose años después de que la serie finalizara en 2008, tras haber comenzado en 2001. He visto la serie completa tres veces. Entre muchas cosas, me parece una lección sobre cómo escribir personajes complejos, memorables, y diálogos con oído. Pero recuerdo que cuando salió, más que analizar era emocionarse todas las semanas para ver el siguiente episodio. Saber qué le sucedió o qué diría o haría Omar (maravillosamente interpretado por Michael K. Williams, el personaje favorito de, básicamente, todo el mundo mundial). Al mismo tiempo que armábamos reuniones para juntarnos en casa de quien tuviera el canal disponible, y comentábamos el punto, yo en la universidad estaba estudiando un seminario sobre Bleak House, la novela que Charles Dickens escribió por entregas y causó furor en su momento. Y de la misma manera que aquella novela, The Wire cambió la forma en la que miramos la tele y lo que esperamos de ella para siempre. Así, en aquel seminario de doctorado sobre Bleak House y narratología incluso también tocó hablar de The Wire. Ambos, Dickens y The Wire, retrataron personajes memorables de distintas clases sociales y, en el caso de The Wire, diversos por muchas razones, luchando por sobrevivir en momentos de inequidad e injusticia social

extremas (Dickens durante el capitalismo temprano, The Wire en el capitalismo tardío). Al mostrar la inequidad sistémica que lleva a unos a trabajar en las calles, a otros a perseguirles y a otros más a enriquecerse gracias a ellos, The Wire no solamente muestra de cerca la problemática de una ciudad, sino de un país entero. Como le dice un testigo sentado en las escaleras hablando de un juego de dados al policía McNulty en la introducción al primer episodio de la temporada 1, «This’ America, man». Y después la cámara enfoca a su amigo, también negro, baleado en la calle — todo resumido en una imagen.

Pero a diferencia de Dickens, en The Wire no hay moralina fácil. No hay héroes y villanos puros y duros, no hay salvadores burgueses que tienen una «revelación» (en la serie, por ejemplo, el policía blanco que se vuelve maestro tampoco encuentra la salvación). En The Wire hay una incansable crítica: del funcionamiento de la «democracia» estilo gringo, de su sistema de (in) justicia penal profundamente racista, de las escuelas y su segregación, de los efectos del neoliberalismo en los sindicatos y en la clase trabajadora —«de cuello azul», como se dice en inglés—, de la destrucción de la prensa, de la criminalización de las adicciones

(Bubbles y todo el grupo de personajes que viven y mueren con su adicción muestran la gran complejidad y diversidad dentro de este grupo), del fin del famoso sueño americano, y de la interminable

guerra contra las drogas: «Ni siquiera se le puede llamar guerra a esta mierda, mano», dice Herc a Carver. «¿Por qué no?». «Porque las guerras terminan». En este diálogo entre Herc y Carver, un par de policías jóvenes que abusan de su poder de la forma más burda, constantemente violentando jóvenes racializados, hay un momento involuntario de reflexión profunda. Esto sucede seguido en la serie. Cuando tecleo «The Wire» en Google para verificar el número de episodios y las fechas, me salen como respuestas posibles «Why is The Wire So Good», «Is The Wire the Best Series Ever», aunque también está «Why is The Wire So Boring», algo que a menudo se le criticó, sobre todo en la segunda temporada, pero es que a veces hay que ir lento para mostrar la complejidad. En ese sentido también The Wire es anti-institucional: se rehúsa a caer en los ritmos y las formas de Hollywood, razón por la cual su creador tuvo que pelear duro por cada temporada que se hizo, según uno de los actores de la serie, Clarke Peters (quien actúa del detective obsesivo, Lester Freamon). Es obvio que no soy la única en pensar que esta serie es importante. Es una serie que muestra qué sucede cuando la policía tiene más fondos que la educación. Por esto se le ha llamado un show «anti-policías», y creo que es el mejor cumplido que le pueden hacer. No porque los policías como Kima y como Lester, por ejemplo, no sean personajes entrañables, sino porque muestra que la policía como sistema e institución es una mierda que está al servicio del racismo más rancio y la desigualdad más profunda. Y tampoco es que glorifique a los «ladrones» —definitivamente, The Wire no es Narcos—. Pero sí muestra la complejidad y diferencias también al interior de este grupo de personajes: Idris Elba (en el papel que lo lanzaría al estrellato como Stringer Bell) es un genio capitalista, consejero del capo Avon Barksdale (basado en Melvin Williams, famoso gánster de Baltimore sobre quien se enfoca el libro original de David Simon). Mientras que otros, como Omar Little, quien además de ser un ladrón que roba a los ladrones (le roba la merca a los dealers), es homosexual, una suerte de pirata del nuevo milenio, un hombre en contra del sistema y un hombre «con un código», como él mismo dice —un auténtico héroe existencialista que muere sin más pena ni gloria que si lo hubiera hecho en la vida real—. Pero de este lado de la pantalla quedamos devastadxs.

Además de todo esto, The Wire también rompió records por ser el primer programa en la tele con tantos actores afroamericanos y, Kima, la detective, es quizás la primera mujer negra lesbiana en la historia de la televisión estadounidense. Ella tampoco es un personaje simple. Al mismo tiempo que es simpática, sexy, una protagonista potente, luminosa en relación a su pareja, el antihéroe Jimmy McNulty, en un momento de decisión ética crucial, por ejemplo, opta por la violencia extralegal. Los personajes son muchos y memorables. Me pongo a pensar acá y empiezo a enumerar en mi mente a mis favoritos: Brother Mouzon, un sicario de la hermandad islámica; Clay Davis, un senador corrupto a quien oigo en mi cabeza cada vez que yo o alguien dice Shiiiiiit; Bunk, el policía más borracho y estiloso; Marlowe Stanfield, el más duro de los duros; el tremendo Proposition Joe; Bubbles y Walon, su padrino de AA; Alma Gutiérrez, la periodista de la temporada 5 que chambea las crónicas reales y a quien nadie escucha por hacerle caso a su colega (un hombre blanco que se dedica a construir una historia de falsas noticias amarillistas pero que venden al punto de concursar por un Pulitzer); D’Angelo o Bodie, Namond, Michael, Randie y Dukie, los chavos de la esquina, protagonistas de la temporada 4 cuyas historias son contadas a profundidad, cuando generalmente son las historias que nunca se cuentan en los medios más que como una cifra más. Y con ellos, a través de ellos, The Wire nos cuenta a su personaje principal: la ciudad de Baltimore. A sus habitantes de a pie les encantaba la serie, se sintieron representados. A los televidentes promedio gringos la serie les reeducó a pensar qué puede hacer la tele y para qué sirve. A mí también, al punto que el Baltimore y el México de Calderón en esa época, o de la 4T hoy, se hermanan. The Wire nació de una miniserie de hbo llamada The Corner, basada en el libro homónimo de David Simon y el ex detective vuelto profe de escuela, Ed Burns, en la que ambos exploran la fallida guerra contra las drogas desde la perspectiva de «la esquina», de los chavos que venden las drogas, a los que nadie nunca escucha ni mira si no es para criminalizarlos. Luego en su pitch de The Wire, Simon dijo que sería «el programa anti-policía, una rebelión en contra de todas las mamadas de procesales policiacos que afligen la tele estadounidense». En efecto, «The Wire era periodismo y entretenimiento a partes iguales —una forma de televisión de protesta», dice Dorian Linskey en su articulo para The Guardian (2018). Y también, dice Simon, era una crónica del fin del imperio americano. Para mí, tres veces y veinte años después, todavía lo es y por eso sigue tan vigente como cuando se lanzó. •

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Dossier: Adictos a las series

Looking!

La serie que comprobó el mito del orgullo gay Wenceslao Bruciaga

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l piloto de Looking! arrancaba con el personaje de Patrick Murray, interpretado por Jonathan Groff ,haciendo cruising en las alturas del Buena Vista Park al centro de San Francisco, entre ramas de árboles y braguetas a punto de reventar. El cruising era la actividad de sexo gay anónimo en lugares públicos. Casi siempre parques. Aunque podrían ser cines porno, baños públicos o, en el caso de la Ciudad de México, el último vagón del metro. Era, pues si bien sigue existiendo, la adrenalina del asalto de la caricia callejera que definía al cruising ha sido sustituida por el algoritmo de las apps. Ahora, en lugar de golpear la calle, tan solo se busca una conexión a wifi que dé acceso a una cuadrícula de perfiles de hombres a la redonda, agrupados según el GPS con sus personalidades y deseos sexuales descritos bajo la foto de presentación. El nombre de la serie hace referencia a una de las muletillas gramaticales que más se usan al iniciar una conversación en la apps de ligue gay como Grindr o Scruff. Cuando se teclea Looking? se pregunta si se está buscando sexo. «Pensé que eso del cruising ya no existía. Fue excitante pero al mismo tiempo extraño. Se me empezaba a poner dura cuando el teléfono sonó. Pensé que era mi madre. Fue horrible, como si supiera dónde estaba y me estuviera previniendo de convertirme en esos gays que buscan sexo en el parque», le dice Patrick a sus otros dos amigos que conforman los protagonistas de la serie, Agustín Lanuez (Frankie J. Alvárez), artista contemporáneo algo atorado en su carrera y Dom Basaluzzo (Murray Bartlett), mesero que gasta su sueldo y propinas en proteínas que le mantienen los músculos durísimos y deseables. «Así que por fin eres un gay pervertido, Patrick. Vamos. Pórtalo con orgullo», le alienta Agustín mientras suben al bus hablando de bourbon, mariguana, el último hombre que se cogieron, qué tan rápido se vienen en citas de sexo anónimo y preguntándose desde hace cuanto no ligan en el San Francisco real gracias a la época dominada por la propulsión de la conectividad en aquel capítulo piloto.

Looking! salió al aire el 19 de enero de 2014 con episodios de media hora, bajo el esmerado riesgo que en teoría caracteriza a las producciones de hbo. Pero su tropiezo comenzó con la publicidad del lanzamiento. Al no tener referentes exactos o, mejor dicho, justos sobre homosexuales en la televisión que no fuera Queer as Folk —cargada de cierta frivolidad sobreactuada y sexualidad excesiva que, por su novedad, también fue su único gancho de interés—, al equipo de marketing se le ocurrió que era buena idea describir la serie como la versión gay de Sex and the City y Girls. Gran error.

Looking! atentaba contra la reivindicación de esos dos títulos femeninos que buscaban desestabilizar estereotipos que perseguían a las mujeres. El acierto de Looking! fue ser descaradamente honesto con la realidad de la homosexualidad cisgénero. Argumentar los estereotipos por los cuales es anárquica e incómoda.

Problemáticas como la aceptación, las salidas del clóset en el centro de familias conservadoras o de tradiciones latinas, el costo de vivir anclado en el barrio de Castro —considerado la capital gay del mundo—, que en 2014 empezaba a encarecer la vida diaria debido a los empleados de empresas como Twitter que llegaban a la Bay Area, son atravesadas por las debilidades indisolubles de ese instinto depredador propiciado por la testosterona. De modo involuntario, Looking! se convirtió en el documento histórico de un San Francisco que prácticamente ya no existe. Michael Lannan, creador rotundo de Looking!, ya contaba con una respetable experiencia en dilucidar con acritud las capas de todo lo que se impone y se entiende como mascu-

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Dossier: Adictos a las series linidad. Había sido uno de los macizos guionistas de Sons of Anarchy, aquella serie que se entrometía en la barbuda monotonía de un club o cartel siempre al borde de la secta de motociclistas profesos a la religión Harley-Davidson que subsistían a través de ingresos ilegales como el tráfico de drogas y armas. Pero si algo palpitaba en Sons of Anarchy era una opresiva tensión entre el machismo del club y un homoerotismo que buscaba válvulas de escape en la pertenencia a un grupo conformado exclusivamente por hombres y por el que estarían dispuestos a morir con tal de no ser expulsados. O en la adoración al modelo Dyna 1500 super glide de la Harley, el más popular entre los miembros del clan. Visto bajo la lupa de la corrección política que hoy se impone en los medios, el trío protagonista de Looking! sin duda se complacía en lo que hoy se entiende como masculinidad tóxica. No obstante, ese debate era parte del guion. Cuando los protagonistas conversaban sobre su inexplicable fijación por los hombres guapos y mamados también se cuestionan sobre qué tan programados debieran estar por un sistema económico que ha absorbido la disidencia gay con velocidad salvaje. Una postura de ver la vida que muchos califican de homonormados. ¿En qué momento los homosexuales pasamos de ser los antinaturales propagadores de vih a ser el nicho económico más rentable y consumista con la invención del dinero rosa? Lo chingón de Looking! fue que no imponía castigos ni moralejas a sus protagonistas. Pero esa decisión no agradó a los grupos de activistas gays. Entre sus objeciones más insistentes se encontraba el hecho de que los miembros del trío protagonista parecían ajenos a causas que dignifican al colectivo. Por lo visto, un gay que no es activista y vive su sexualidad libremente merece ser borrado de las idiosincrasias de la televisión. Para muestra tenemos aquellas sitcoms multipremiadas por la supuesta inclusión de diversidades sexuales pero que de sexual no tienen nada. Quizás el prototipo más frustrante sea Will & Grace. Que pone a su personaje gay, el infalible Will, como un activista comprometido con cuanta causa rosa se le ponga enfrente, pero prácticamente asexuado. Sin intimidad ni atisbos de erotismo. Si en cambio algo dejó claro Looking!, es que la homosexualidad era un asunto de dar y darse por culo y todo el revoltijo de emociones a causa de ello. A mitad de la primera temporada, grupos de activistas gays lanzaron publicaciones en las que acusaban a la serie de transmitir

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Pero no todo es un estrepitoso fracaso en Looking! Aunado al hecho de que siga sin alcanzar un estatus de culto con sus dos temporadas fáciles de encontrar fuera de la carísima plataforma de hbo, se devela una amenazadora incongruencia. Que una de las grandes conquistas del activismo a lo largo de todos estos años sea el asimilar el clóset como utensilio de sobrevivencia. La única forma de entender que el mismo pú-

ideas desacertadas de lo que implicaba ser gay. Que le faltaba mensajes positivos e integrales. Tal parece que la única forma de legitimar a los putos en la pantalla chica es poniéndonos como Muppets de un Plaza Sésamo sobre la tolerancia y la diversidad. Los productores buscaron reorientar la serie metiendo temas de activismo en la segunda temporada, en un movimiento que se sintió forzado. Quien se llevó el madrazo ilógico fue el personaje de Agustín, que de ser un hombre que no tenía prejuicios con hacer tríos o participar en orgías de pronto se unía a un grupo activista que nada tenía que ver con su carácter artístico y despreocupado de los primeros capítulos.

Pero Looking! había nacido en desventaja. A pesar de las buenas críticas, la mayoría escritas por bugas, nunca alcanzó grandes números de audiencia. Mucho menos si se comparaba con las otras joyas sexuales de la hbo con la que se le emparentó: Girls y la clásica Sex and the City. La premisa de mostrar las aventuras cotidianas de un grupo de homosexuales para demostrar que todos somos iguales ante la complejidad humana solo interesó a los homosexuales. Y, de entre ellos, solo a unos cuantos.

Paradójicamente, Looking! fue cancelada a un año de su estreno por mostrar una realidad gay pulsante, que los mismos gays se niegan a confirmar. Verse sin filtros de condescendencia vino a demostrarnos que después de tantos años de lucha, el supuesto orgullo era un mito que solo servía para efectos de inclusión decorativa. A pesar de que maman verga cada que pueden en las mismas circunstancias que sus personajes. Se hizo una película como último capítulo para darle un cierre digno ante el apresurado anuncio de que no habría una tercera temporada, a pesar de que los personajes tenían todo el material existencial para ello.

blico homosexual pugne por mantener nuestras conductas homosexuales en modalidad oculta en las series que se venden como orgullosos productos gays. Abrazar la autocensura de nuestras propias coherencias eróticas se ha instalado en nuestro adn social. Un fenómeno que Looking! pretendía combatir desde la visibilidad progresista que tanto exigen los grupos de activistas gays. Sin éxito. •


Dossier: Adictos a las series

Hechizado Guillermo Núñez

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n examen de conciencia masoquista me obliga a reconocer que a lo largo de mi vida, de manera constante, he sido un televidente. Fiel, han sido pocas las semanas de mi vida que no le he dedicado tiempo al placer de desconectarse de las obligaciones para perder el tiempo frente a la televisión. La relación con ese aparato ha cambiado a lo largo de mi vida, y se ha vuelto compleja, culpígena. Los años más recientes de mi carrera como tele-espectador, en los que he procurado consumir chatarra sin desactivar del todo el pensamiento (supurando «crítica cultural»), tienen algo de hipócrita: en el fondo, sigo viendo televisión para estar en la baba y solo me sobo el ego recordándome que también en esa «actividad» puedo encontrar algo de provecho, aunque sean ideas. Es evidente que hay televisión más entretenida que otra, y también hay una que aspira a ser inteligente. La cuestión televisiva se ha enrarecido con la sobreabundancia de seriales y televisión a la carta, aunque ello haya implicado un retroceso a convenciones narrativas decimonónicas (insisto, hoy en la televisión la serie reina sobre todos los demás géneros). Se ha escrito mucho al respecto pero creo que es evidente que el éxito del serial también ha puesto en problemas al cine que se exhibe en la pantalla grande. Lo que va de este y el año pasado, profundizaron la crisis. Durante 2020, por ejemplo (y por razones conocidas por todos), solo pude asistir al cine unas tres veces (solía ir una vez a la semana o a la quincena). Ah, pero la televisión… La televisión no solo estaba ofreciendo los contenidos, a veces pirateados, de servicios como Netflix, Apple tv, Paramount, Prime Video, etcétera; también había recobrado su naturaleza comunicativa. Al inicio de la crisis sanitaria en México, recuerdo, dediqué tiempo a seguir por la televisión las noticias y las conferencias de prensa gubernamentales. Hacía años que no usaba la televisión para eso. Primero la ansiedad, la sobre-exposición informativa, y luego la languidez. En algún momento, recuerdo, durante los

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primeros e inciertos meses del confinamiento, decidí dejar de estar pegado a las noticias. Era una sensación extraña: había una especie de continuidad, pero también una fragmentación. Como ocurría con otros fenómenos televisivos (ceremonias de los Premios Oscar, el Súper Tazón, la transmisión de los Juegos Olímpicos…), la crisis generó una simultaneidad entre lo que se comentaba instantáneamente, por miles de «usuarios», en las venenosas redes sociales, y lo que se veía en la televisión; y lo que se «respiraba» en el psico-ambiente. Ahora que recuerdo aquella época, se me aparece también la imagen del «evento tóxico aéreo» de Ruido de fondo (1985), la novela de Don DeLillo. ¿Qué sentido tiene hablar ahora de esto? También se ha escrito mucho sobre las capas simultáneas de la ansiedad provocada por el riesgo inmunológico y la virulencia de los medios. Puede leerse en varios de los diarios de pandemia que infestaron hace meses los medios. Total, que le di la espalda a la televisión que aspiraba a comunicar o reportar la realidad —noticieros e informes gubernamentales— y me sumergí en las tibias aguas del entretenimiento. Y durante varios meses creo que eso, beber alcohol y comer chatarra, fue lo único que hice. Vi mucho. No recuerdo todo lo que vi. Vi series y documentales sobre crimen. Vi todo Peaky Blinders. Vi The Mandalorian. Vi Wandavision. Vi Succession, que está bien. Vi Falcon & The Winter Soldier. Vi cómo se me caía más pelo. Vi The Morning Show (vale la pena). Volví a ver Twin Peaks (también merece el tiempo). Vi Gambito de dama. Vi cómo la gente enloqueció por el ajedrez. Vi cómo subía y bajaba de peso.Vi un documental sobre el Challenger. Vi Space Force. Vi Lovecraft Country. Vi How To With John Wilson (que está muy bien). Vi Afterlife. Vi cómo se me cerraban los ojos a altas horas de la madrugada. Y también vi algunas series de horror. Creo que al sumergirme en ellas algo parecido al pensamiento volvió a despertar en mí. Destaco The Haunting of Bly Manor (2020, una adaptación muy libre de Otra vuelta de tuerca de Henry James) pero sobre todo Servant (2019), cuya segunda temporada apenas concluyó el pasado marzo (su producción tuvo que detenerse varios meses debido a la pandemia). Recuerdo ambas series porque tenían la gracia de desarrollarse, principalmente, en interiores de casas siniestras, como dictan las convenciones de los relatos góticos.

Servant, producida por M. Night Shyamalan (quien dirigió algunos capítulos de la primera temporada), además resonaba siniestra y puntualmente con el presente: sus intolerables protagonistas parecían dedicarse a placeres híper-burgueses, a no salir de casa y a comer. Era un espejo esclarecedor y oscuro. Hay una trama en Servant, claro, pero sobre todo momentos y pastiches que explotan tópicos del género (además de la mansión tenebrosa, el muñeco siniestro, la muchacha virginal pero peligrosa, los paraísos artificiales, las intrigas criminales, los cultos…).

La segunda temporada, me temo, no es tan buena como la primera, y se acentúa en ella el interés de los creadores por las situaciones siniestras antes que la atención a una trama coherente. Pero cada tanto se asoman notas específicas de

nuestra época. Siendo exclusiva de Apple tv, la serie también funciona como un anuncio de productos Apple. Es extraño cómo viendo Servant me convertía, de pronto, en un televidente inmerso en la simultaneidad fragmentada que veía a personajes ficticios hundidos en una realidad similar: los teléfonos inteligentes en conectividad permanente con pantallas planas y el Internet de las cosas se vuelven en Servant parte del decorado y la puesta en escena, tanto como la comida a domicilio o la precarización laboral. Pero el hechizo se ha terminado. El ambiente de híperalerta se relajó y la ansiedad o la languidez solo aparecen de pronto en escaramuzas, como antes. Creo que ya hace meses que salí de esa tina tibia televisiva y alcoholizada, y tal vez por la misma razón la segunda temporada de Servant me parece absurda. Recuerdo que las veces que pude ver a mis padres durante los meses más críticos del confinamiento me parecía completamente razonable que hicieran ejercicio siguiendo atentamente tutoriales de YouTube, en la pantalla de su televisor inteligente. La situación, claro, tiene el aroma de lo distópico. Pero ahora que finalmente pueden salir a caminar y a ejercitarse y distraerse de otras maneras, el hechizo del que despertamos me parece cada día más oscuro. Creo que la televisión, lentamente, vuelve a ser consumida (en mi caso) con distancia y algo de cinismo, y no como un bálsamo venenoso. Pero ya veremos. •

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Dossier: Adictos a las series

Una serie sobre la libre elección de las series que

todxs estamos obligadxs a ver Aura García-Junco Episodio 2

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Episodio 1

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a protagonista, una señora joven y aburrida, recuerda con una añoranza más que nada melancólica y principalmente rancia las horas que pasó haciendo zapping cuando era una puberta en un sillón guango en medio de la sala, frente a los limitados canales que su televisión con servicio básico de cable ofrecía. Recuerda cuando vio completa Party of Five porque era lo que había, o la genuina emoción que le traían los ocasionales maratones de f·r·i·e·n·d·s. Esas ocasiones ceremoniosas por irrepetibles en que podía tumbarse toda una tarde ante la mirada juzgona de su padre. En sus noches de mayor desamparo, como ésta en la que se zampa un burrito de Oxxo con cerveza tibia, quiere gritar que son demasiadas series, demasiado de todo, que ya no puede más. Siente una imperiosa necesidad, y a la vez un imperioso rechazo, de consumir absolutamente todo lo que Netflix, Amazon y demás tienen que darle a su franja de edad, estrato social, hasta orientación política. Vive cada día en algo que oscila entre el miedo a perderse algo y el hastío de la obligación de elegir entre tantas opciones. La coprotagonista, una gata negra con blanco, le rasguña la cara para comprobar si no ha entrado en una especie de coma funcional, pues su meditación a ojos abiertos dejó correr tráilers de series en YouTube, y ya lleva horas así. La protagonista reacciona ante el estímulo sangriento y ahora, en su búsqueda desesperada de «algo que ver», se embarca en el play repetitivo, como olas del mar pero menos poético, de series, mismo que nunca termina. Tantos inicios y tan pocos finales.

Mientras hace pipí, la protagonista entra a sus redes sociales, las cinco al mismo tiempo, y se encuentra con que todxs, es decir el pequeño y sesgado grupo de personas que parecen ser todxs, están hablando de las mismas series. A veces éstas coinciden con la generalidad de lo que los delatores letreros de las plataformas (la serie más vista en Shangai, México, Teotitlán, etc.) señalan; otras tantas se nota claramente que es un target preciso, por ejemplo, feministlán, las que las llevó a sus feeds. La protagonista se pregunta por qué o cómo es posible ver tantas cosas, cómo le hacen quienes comentan sobre cada serie que sale, de dónde sacan el tiempo libre y, especialmente, la paciencia. La gata por su parte se da cuenta de que quizás este es un capítulo de relleno y ni siquiera se esfuerza en ser hermosa, duerme afuera de la puerta del baño a ver a qué horas. Esto de vigilar humanas no es cosa fácil.

Episodio 3

Mientras la protagonista languidece al final del día con un té de manzanilla y un mango enchilado, la gata prende la computadora al pasar desconsideradamente por encima de todas las partes sensibles de la máquina. Hace lo mismo con el proyector cuando su patita peluda tira su control «por accidente».

La protagonista descubre sorprendida que Netflix acaba de solucionar todos sus problemas y ahora elige una serie justo para ella. No da opciones, solo play en automático. Gloria al espíritu santo, alabado sea satanás, no más primeros capítulos

que no cuajen. La serie es perfecta: los personajes no son arquetipos, no todos los vatos son malos ni todas las mujeres buenas, son ingeniosos pero sin pasarse, todxs sin excepción le parecen atractivxs por algo, no son ricos y no hay una sola mención a una nana en toda la serie. Hermoso y perfecto. Episodio 4

Luego de varios días viendo lo que Netflix le da peladito y en la boca, la protagonista empieza a notar un patrón: todas las series se parecen entre sí, pero tienen unas pocas variaciones estrafalarias que pretenden darles un estilo único. La pregunta es si el mundo fuera de su algoritmo es así o si el algoritmo se comenzó a autoalimentar anulando la posibilidad de más mundo que él mismo. La gata, mientras tanto, la alimenta, ya que la protagonista no parece estar dispuesta a pararse por segundo día consecutivo, ensimismada como está en reflexiones tan ensimismadas como su algoritmo. Casi amorosamente, la gata le hace papilla de manzana mientras ve con algo que se podría parecer a la preocupación si no se tratara de una especie sociópata. Está en esas de preguntarse si mejor se muda con algúnx otrx detestable miembrx de la raza humana, cuando la protagonista se estira felinamente y se arrastra hacia el librero. Se ha acordado de que hay un libro que viene muy a cuento con algo que ya lleva rato rebotándole en la cabeza, entre la ingesta televisiva. En la novela Quality Land, de Marc-Uwe Kling, que por cierto pronto será una serie, el algoritmo de la aplicación obligatoria para obtener pareja te la asigna después de un ponderado cruce de datos. Si quieres salir con tus amigxs, el lugar exacto para su nivel socioeconómico y gusto está dispuesto, y es ahí y solo ahí a donde debes ir. Un mundo

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hecho a tu medida, para ti, con todo lo que tú eres… al menos según el algoritmo. Curiosamente, ese gusto, que ya ha sido escrito no en piedra sino en ceros y unos, se vuelve obligatorio. El protagonista, Peter Sinempleo, está en una carrera discreta por rescatar lo roto y moverse en un mundo que le ha dado un puntaje tan bajo a su existencia que sus opciones (las que él «quiere») solo le permiten vivir estático y controlado.

Episodio 5

La protagonista quita una plaga blanca e insistente de sus plantas de interior. El algodoncillo, ese demonio alergénico, se le mete en la nariz y la condena a una tarde de estornudos. Se propone salir a caminar para bajarse la picazón, pero no encuentra las llaves. La gata mira cómo tira objetos variados para buscarlas, sin delatar que debajo de su trasero felposo yacen, deliberadamente, las mencionadas llaves. La protagonista abandona la búsqueda, invadida por la alergia y, mientras yace con la garganta medio cerrada, alimenta fantasías paranoides orwellianas que cada vez le parecen más reales. Se acuerda cuando un científico especialista en evolución hablaba de que lxs humanxs no tenemos ni puta idea, con perdón del espectador, de cómo esta forma de relacionarnos con la tecnología en la que se nos brinda opciones «personalizadas», pero no razonadas (por nosotrxs), devendrá en el futuro. Mientras la gata le mete papilla por la boca y observa cómo se le escurre la mitad, la protagonista se preocupa por la libertad de elección y, a la vez, por la fatiga que elegir causa. No encuentra cómo solucionar las dos fuerzas que la jalan a distintos lados: su hueva, razonable, de elegir entre mil opciones, y su pánico a que las aplicaciones le tiren línea y se aliene.

Episodio 6

La protagonista toma la decisión fundamental de... La escritora toma la decisión nada fundamental de apagar la serie a estas alturas, no tanto porque tema el final de la misma, como a veces le pasa, sino porque le pareció aburrida. Ni siquiera la actuación de la gata la convence. Seguramente habrá otras muchas opciones, y si empieza ahora mismo, a las 8:39 p.m., sin duda por ahí de las 10 ya habrá podido elegir alguna otra serie a la que darle play para ver un capítulo o dos, por si esta sí es la buena y si no, de perdida, por si con esos dos ya encuentra de qué quejarse. •


Dossier: Adictos a las series

The High Life and Hard Times of Charlie Runkle Carlos Velázquez 22

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l agente literario que todo escritor desea revienta en la sexta temporada de la serie más provocadora y con los mejores desnudos de la televisión de paga. Californication, creación de Tom Kapinos, basada en gran medida en la figura de Charles Bukowski, cuenta con un escritor real dentro de su elenco: Evan Handler. Su primera novela, Time On Fire: My Comedy of Terrors, narra cómo a sus veintitantos años superó un cáncer de médula. Ahí la explicación para la calva perfecta que luce. Además es actor e interpreta a Charlie Runkle, agente del escritor Hank Moody. En una serie donde el protagonista es adicto al sexo, su representante no podía quedarse atrás, Runkle es un empedernido eyaculador precoz, adicto a la pornografía, a la masturbación y a las Suicide Girls. Desde su inicio, Californication se reveló como un instrumento de azote para las buenas conciencias. El columnista australiano del Herald Sun se ofendió porque una mujer disfrazada de monja le pegaba una mamada al protagonista en una iglesia. Sus opiniones al respecto provocaron que la organización cristiana Salt Shakers, también de Australia, enviaran cartas de indignación a los ejecutivos del Canal 10, quien transmitía la serie, y a los patrocinadores, lo que ocasionó que cincuenta compañías retiraran la publicidad a la televisora. Pero aquello apenas comenzaba. Se caería en peores excesos. Los más memorables, estelarizados por el calvo agente. Uno jamás imaginaría que de la pluma de Tom Kapinos, productor ejecutivo de Dawson’s Creek, en sus propias palabras «un placer culpable», saliera el excéntrico Charlie Runkle. Californication es un producto inacabado, que estructuralmente palidece frente a otras series (la referencia es irritante de tan obligada) como Los Soprano o The Wire. Esto se debe a que el conflicto principal, representado por Hank (el individuo) y Karen (la familia), no se resuelve. Lo que provoca que la historia resulte monótona en ocasiones, y hasta predecible. El happy end con que finalizó la primera temporada es decepcionante porque todo lo ambivalente en la serie se resu-

me en una postura ética (Hank pone a hibernar al monstruo sexual que lleva dentro para recluirse con su exesposa y su hija, hasta nuevo aviso). Con la saga en el naufragio, la responsabilidad de la serie recayó en Runkle. Sus desventuras son la auténtica picaresca del siglo xxi. Despedido por los incontables videos que evidencian que se masturbaba en la oficina en horas de trabajo (fue su secretaria quien lo traicionó, con quien llevaba una relación sadomasoquista); productor de porno (de la gran Vaginatown, en franca referencia a Chinatown) en la segunda temporada; asesino de un mico que no le permitía copular con una gemela; juguete sexual de la imponente Sue, otra agente literaria; y lo más extremo: legítimo esposo (y después exesposo) de Marcy: una chaparrita venenosa que se dedica al depilado femenino. Quien es adicta a la coca y se gasta todos los ahorros de la pareja en polvo. Sin sus personajes secundarios, Californication no hubiera sobrevivido más de dos temporadas. El peso que recayó en Runkle también fue compartido por otros. El mejor: Lew Ashby, productor de rock. Una especie de Rick Rubin pero sin las joterías que caracterizan a éste último. Consumidor de drogas, aficionado a las armas y cogedor compulsivo. Quien lamentablemente murió a finales de la segunda temporada. El otro personaje inolvidable es Richard Bates (presumiblemente calcado de Richard Yates, el autor de Vía Revolucionaria). Un older Hank Moody, bisexual y alcohólico, que contrae matrimonio con Karen. Y, por supuesto, igual de entrañables resultan los personajes femeninos. Madeline Zima (sí, la más pequeña de la serie La niñera); la abogada, Carla Gugino; y Addison Timlin, entre otras.

No importa cuánto languideciera la serie, siempre aparecía Charlie Runkle para salvarla. Como en la quinta temporada, en la que pasea en la parte trasera de una patrulla. Sube a una prostituta que cree es mujer, pero descubre que se trata de un travesti hasta que se la está mamando. Es bastante cómico atestiguar como entre gemidos y sollozos alcanza el orgasmo.

Aunque parezca una necedad (sabemos qué va a ocurrir, Hank intentará recuperar a Karen, esta lo rechazará, luego se reconciliarán, hasta que una nueva infidelidad de Hank los vuelva a distanciar), quienes no resistan la tentación de ver la serie completa, pueden estar tranquilos, que Charlie Runkle va a rockstarear más rudo incluso que el protagonista. Para mala suerte de la esencia rockera de Californication (que en capítulos anteriores contó con la participación de Sebastian Bach, ex vocalista de Skid Row, Marilyn Manson, y de Atticus Fetch), en la quinta temporada el invitado estelar es rza, el rapero miembro del Wu-Tang Clan. La serie toma entonces otro temperamento, sin embargo, no todo está perdido. Charlie Runkle una vez más salva la trama, al recibir por voluntad propia un disparo que iba dirigido a su representado. El rapero sospecha que Moody se acostó con su novia y planea matarlo. De entre todos los personajes, no cabe duda, al que más se le extraña es a Charlie Runkle. •

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Disponibles en: spdistribuciones.com


La raja

Luciana Cadahia @lucianacadahia

¡¡¡El pueblo no se rinde, carajo!!!

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esde que tuvo lugar el estallido social en Colombia y ciudadanos de todo el mundo hacen público su rechazo al me he puesto a pensar en los diferentes discursos o accionar de Duque. Incluso algunos alcaldes y gobernadores sensibilidades políticas expresadas durante esos meses de están empezando a desmarcarse de esta política que apunta 2018, que marcaban el paso de la primera a la segunda vuela convertirse en un crímen de lesa humanidad. ta en las elecciones presidenciales. Me parece que mucho Pero volvamos al punto que quería plantearles en este de lo que allí se dijo cobra una dimensión nueva a la luz de texto, es decir, volvamos a esos meses del año 2018 donde los recientes acontecimientos. Recuerdo el entusiasmo que muchas voces públicas del ámbito del periodismo, la cultumuchas experimentamos con la fórmura y la política, a sabiendas de quién era El gran nudo ciego de este ethos Marta Lucía Ramírez y de los vínculos la de la Colombia Humana compuesta por Gustavo Petro y Ángela María entre Duque y Uribe, se dedicaron a ins«progre» es que siempre ha Robledo. Por primera vez en mucho talar la cínica idea, cual mantra de sentidespreciado al pueblo colomtiempo aparecía un proyecto político do común, de que Duque, aunque venía biano. La guerra en Colombia democratizador, capaz de ponerle fin de las filas del uribismo, no iba a ser un siempre ha sido una guerra de a la verdadera violencia en Colombia: presidente uribista. Este argumento se clases. Las élites colombianas la desigualdad social. Sin embargo, sostenía bajo la premisa de que había han creado un aparato estatal y mucha evidencia (eufemismo que suelen del otro lado de la contienda electoral cultural diseñado como disposi- usar para ocultar su inconfesado tomisasomaba una figura desconocida para la mayoría de los colombianos, auntivo de guerra contra los pobres. mo escolástico barnizado de una sutil que muy cercano a Álvaro Uribe Vélez, capa de modernidad liberal) para creer Iván Duque. Su fórmula presidencial, en cambio, sí era bien que Duque sería un presidente democrático, respetuoso de conocida. Se trataba nada más ni nada menos que de Marlos derechos humanos y encaminado a la prosperidad ecota Lucía Ramírez, señalada como una de las responsables nómica y la paz social. Más aún, insistieron hasta el cande la mayor masacre cometida a principios del siglo xxi en sancio en que resultaba mucho más sensato votar por él o Colombia: «La Operación Orión». Por aquel entonces (año emitir un voto en blanco a sugerir, aunque fuera tibiamente, 2002) Marta Lucía Ramírez era ministra de Defensa del prila posiblidad de que Petro pudiera ser presidente. Esta esmer gobierno de Uribe (como lo es ahora Diego Molano del trategia se puede entender cuando viene de las filas del congobierno de Duque). En esa oportunidad, y muy similar a lo servadurismo o la extrema derecha, pero resulta más difícil que sucede ahora con las protestas, el Ministerio de Defensa de asimilar cuando viene anunciada por un liberalismo que dio carta blanca para que las «fuerzas del orden» cometieran se autopercibe progresista (o tibio, como les gusta llamarse una mascre contra el pueblo. En esa ocasión la víctima fue con un sarcástica risa autocomplaciente). De todo esto sale la Comuna 13, un barrio popular de Medellín. a relucir que para ellos, entonces, la línea roja no era ni Iván En aquel entonces, al igual que ahora, asesinaron, torDuque ni Marta Lucía Ramírez, sino Gustavo Petro. Así, peturaron, violaron y desaparecieron a muchísimas personas. riódicos como La Silla Vacía o figurillas de medio pelo como Sin embargo, podríamos preguntarnos cuál es la gran difeDaniel Samper (hijo) que se identifican como progresistas, rencia entre lo ocurrido en el año 2002 y lo que está ocudemocráticos y como la voz cool, fresca y vanguardista en rriendo ahora mismo en Colombia, más allá del alcance Colombia terminaron por hacerle campaña a Duque y al urinacional del malestar social. La respuesta es muy sencilla. bismo en un gesto de inconfesada complicidad con las maMientras que en ese entonces la masacre pasó totalmente sacres del pasado. Porque aquí no hay que olvidar que todo desapercibida para la opinión pública internacional, salvo silencio y toda omisión siempre será complice con los perpara algunas organizaciones de derechos humanos, hoy, en petuadores de la violencia. cambio, el mundo entero está observando con mezcla de indignación y espanto el accionar policial del gobierno de Duque. Y gracias a este apoyo y presión internacional, además de la valentía del pueblo colombiano, es que el gobierno no las tiene todas consigo para ejercer una guerra impune contra su pueblo. La prensa internacional, los organismos de derechos humanos, las organizaciones latinoamericanas, los referentes culturales, artísticos, deportivos, parlamentarios 26

A estas alturas la lectora podrá preguntarse por qué preferían apoyar a un candidato asociado con el paramilitarismo y la violencia a escoger un candidato con un proyecto claramente democrático, más allá de que él como persona pudiera gustarles o no. Muy sencillo: esta línea roja, en el fondo, era (y es) una frontera de clase. Es decir, un rotundo odio de clase. El gran nudo ciego de este ethos «progre» es que siempre ha despreciado al pueblo colombiano. La guerra en Colombia siempre ha sido una guerra de clases. Las élites colombianas han creado un aparato estatal y cultural diseñado como dispositivo de guerra contra los pobres. Pero esta guerra, que en su versión más extrema se expresa mediante mecanismos de exterminio físico, en su versión más edulcorada se manifiesta como una construcción socio-simbólica que expulsa las voces y demandas populares. Sustraen al pueblo colombiano de la escena pública mediante complejos ejercicios de clasismo. Y pongo el acento en este punto porque la olla a presión que acaba de estallar en Colombia no solo pone en entredicho la narrativa construida por el uribismo y la extrema derecha, sino que también cortocircuita la narrativa clasista

Próximamente…

construida por los autodenominados «tibios». Uribe entra en la escena del relato nacional como un padre maltratador y severo que castiga y acosa a los miembros de su familia. Y los tibios vendrían a ser algo así como el familiar «buena onda» que rechaza este tipo de maltrato pero que, en vez de confrontar al padre maltratador, le recomienda a su esposa e hijos que traten de no provocarlo. Esta metáfora de violencia doméstica creo que retrata muy bien el pacto no escrito de las diferentes élites colombianas. Pero el pueblo se cansó de esta escena familiar, se cansó de esta erótica social que los condena una y otra vez a repetir una espiral de violencia que pareciera no tener fin. El pueblo no solo irrumpió en la escena pública para mostrar su músculo político, sino que vino para quedarse. El pueblo quiere ser el principal actor de una nueva república para Colombia. Toda esta transformación social, decía, acaba de estallar en la cara a la élite política, económica y cultural colombiana. Todavía están tratando de recoger las piezas, preguntarse cómo ha sido posible esta profunda desconexión con la realidad de su país. Pero lo cierto es que mientras la élite naufraga entre el desconcierto, la ira y el oportunismo, otros lenguajes, otras sensibilidades históricamente acalladas comienzan a escribir la nueva historia de Colombia. ¡El pueblo no se rinde, carajo! •

José Hernández · @monerohernandez

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La montaña de la muerte

Rodrigo Márquez Tizano @rmtizano 29

Entre fantasmas

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estructura, reconoce el signo de una detención mesiánica a existencia de lo fantasmal no tiene que ver con del acaecer, o, dicho de otro modo, de una oportunidad reuna cuestión de fe. Están ahí y, en simultáneo, no lo esvolucionaria dentro de la lucha por el pasado oprimido. Y la tán. Transitamos entre ellos y nos trastocan el tiempo. En percibe para hacer saltar toda una época concreta respecto su Obra de los pasajes, Walter Benjamin dice que «caminar al curso homogéneo de la historia; con ello hace saltar una a través de los pasajes es trazar un camino de fantasmas vida concreta de la época, y una obra concreta respecto de donde ceden las puertas y se ablandan las paredes». Como la obra de una vida», dice Avery, como parte de su trabajo queda claro en esta, su última invocación, Benjamin creía sobre Como en la guerra (Sudamericana, 1977), tercera novela que para que el pasado pudiese ser citable, para que pudiera de Luisa Valenzuela. establecerse una relación de hechos que no hiciese distinEse pasmo necesario para dislocar el sentido jerárquico ciones entre los grandes acontecimientos y los domésticos, de la crónica y la multiplicidad acechante de las «versiones» los particulares y el vasto universo de consecuencias, no ha de uno mismo (¿qué somos sino capas de darse por clausurado sino entenderse como un continuo flujo de titilaciones, Como queda claro en esta, su y variaciones de esas mismas capas?) de los que habla Avery son, al mismo tiemy esa salvedad, ese pasado mutable, solo po, objeto formal y argumental de esta le concierne a una humanidad que busca última invocación, Benjamin creía que para que el pasanovela que ya desde el principio nos deja redimirse. Es decir que, el presente, en do pudiese ser citable, para clara la dirección de los desdoblamientos este caso, es apenas una transición, un a través de los interrogatorios, cuando holograma en el flujo del tiempo de don- que pudiera establecerse una ha quedado claro que el personaje prinde nace la experiencia que se adecuará relación de hechos que no a cada pasado y se enfrenta a la idea de hiciese distinciones entre los cipal se busca a sí mismo en otros cuerantes de que aparezca esa tercera una memoria eterna, detenida y común grandes acontecimientos y los pos, voz que, a su vez, extrapola y enrarece en su lectura. No hay continuidad ni lidomésticos, los particulares —hace otras—, las anteriores —la de az, nealidad entre fantasmas. y el vasto universo de conse- la de Ella(s)— o la figura decreciente de «Fluye el tiempo, que hace llorar» es cuencias, no ha de darse por Beatriz, Bea, B: ya se nos avisa del carácla perla de la contradicción macedoniater poco fiable y a la vez completamente na —siempre conjugada en presente no clausurado sino entenderse fidedigno de estas palabras: «Los textos fluente, de novela—, porque este tiemcomo un continuo flujo de de ella casi nunca coinciden con las fepo comisiona su estructura en el propio titilaciones, y esa salvedad, chas a las que hacemos referencia pero sujeto: nuestro ser sensible no empeese pasado mutable, solo le son pertinentes por más impertinenzó, no finalizó, no se interrumpe en un concierne a una humanidad tes que parezcan». Eso que el profesor instante: no existe sin la posibilidad de busca «atrapar» mediante el psicoanálimundo. En su libro Ghostly Matters, Gor- que busca redimirse. sis, vía científica, son los fantasmas que don Avery ensaya, en el mismo tenor, provocan o son síntoma de una compulsión, en este caso, una lengua fragmentada para comunicarse con nuestros la grafomanía. Lo que ha desaparecido, parece decirnos Vafantasmas, para interpretarlos. Solo vía esta articulación a lenzuela, pero sigue ahí: de otra forma, de todas las otras lo medium es que podríamos entender, propone Avery, la formas y manifestaciones posibles. Pero ahí. La búsqueda complejidad de nuestras relaciones sociales a través de lo de ese que es uno mismo y se reproduce en ausencia desde que reprimimos. El esclavizado, el desaparecido, el acechael futuro. Curiosamente, la página cero, un atajo al dolor, la do. Las manifestaciones de algo que está perdido, errante, tortura y la desaparición, fue retirada de la versión original y que de alguna manera nos provoca transformar y alternar por censura, aunque ha aparecido en ediciones posteriores. nuestros mecanismos de reconocimiento. Nuestra sensibiEste cabo suelto, en realidad, atraviesa toda la novela con su lidad. El fantasma es apenas la evidencia empírica de estos «ausencia por adelantado». Esta es una historia de fantasfenómenos, por cierto. Una certidumbre más o menos palmas que caminan, que se anidan en nuestro interior. Y si el pable de que necesitamos de las sombras para existir. Que viaje es circular, el destino es estallido. Los fantasmas tamdesde la hipervisibilidad no podemos trabajar con el pasapoco desaparecen: se amontonan. Quizá por eso las balas do. «El materialista histórico solo se acerca a un objeto de la son demasiado concretas para herirlos. • historia en cuanto se lo enfrenta como mónada. Y, en esta


Cuentas pendientes. Apuntes de una relectora crónica Vivian Gornick

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uy pronto en mi vida fue demasiado tarde. A los dieciocho años ya era demasiado tarde. Entre los dieciocho y los veinticinco años mi rostro emprendió un camino imprevisto. A los dieciocho años envejecí […] En lugar de horrorizarme seguí la evolución de ese envejecimiento con interés […] Quienes me conocieron a los diecisiete años, en la época de mi viaje a Francia, quedaron impresionados al volver a verme, dos años después, a los diecinueve. He conservado aquel nuevo rostro. Ha sido mi rostro […] ha conservado los mismos contornos, pero la materia está destruida. Tengo un rostro destruido.

La narradora de la novela de Duras El amante podría buenamente haberse encontrado con Chéri en el piso parisino al que este iba a menudo a consumir opio (y al que, en última instancia, fue a suicidarse): son tal para cual. Esto, sin embargo, no es algo que yo habría podido comprender sin la edad suficiente para, primero, releer a Colette y, luego, en su momento, a Duras, a la luz de un saber que solo los años de vida pueden dar. Cuando yo tenía ocho años, mi madre me cortó un trozo del vestido que estaba deseando ponerme para el cumpleaños de una amiga. Cogió unas tijeras de costura y cortó la parte de tela que me habría tapado el corazón en el supuesto, como decía ella, de que hubiese tenido. «Vas a acabar conmigo», bramaba, con los ojos y los puños apretados con furia, cada vez que la desobedecía, le exigía una explicación que no podía proporcionarme o me quejaba por algo que ella no iba a darme. «Cualquier día me caigo muerta en el suelo —me gritó ese día—. No tienes corazón». Huelga decir que no fui a ese cumpleaños y en cambio me pasé una semana llorando y cincuenta años lamentándome por el incidente.

«¿Cómo pudiste hacerle eso a una cría?», le preguntaría a mi madre años después, a los dieciocho la primera vez, de nuevo a los treinta y otra vez a los cuarenta y ocho. Lo más curioso era que siempre que le mencionaba el incidente ella me decía: «Eso nunca pasó». Yo me quedaba entonces mirándola, a cada ocasión con más desdén, y le hacía saber sin contemplaciones que pensaba recordarle aquel crimen contra la infancia hasta que una de las dos muriera. Conforme pasaron los años y yo sacando con regularidad el tema del corte del vestido, ella negaba con la misma regularidad su veracidad. Así que cada una siguió en su empeño, yo sin creerle, y sin creerle y venga a no creerle. Hasta que un buen día, como en un fogonazo repentino, le creí. En una tarde fría de primavera, a mis cincuenta y muchos años, cuando iba camino de su casa, me bajé del autobús que atraviesa Manhattan de medio a medio por la calle Veintitrés y, nada más pisar la acera, comprendí que lo que quiera que hubiese pasado aquel día de hacía más de medio siglo no había sido en absoluto tal y como yo lo recordaba. «Santodios —pensé, con la palma de la mano plantada en la frente—, cualquiera diría que nací para inventarme mi propio agravio». Pero ¿por qué? Y encima aferrarme a él como si me fuera la vida en ello… Una vez más: ¿por qué? Cuando la mano se me apartó sola de la frente, me dije: «Hay que ver, llegar a vieja para tener tan poca información como siempre».

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«He escrito mucho acerca de los miembros de mi familia», nos cuenta Duras al principio de El amante, «pero mientras lo hacía aún vivían, la madre y los hermanos, y he escrito sobre ellos, sobre esas cosas sin ir hasta ellas […] Lo que estoy haciendo aquí es distinto, y a la vez lo mismo. Con anterioridad, he hablado de los períodos claros, de los que estaban clarificados. Aquí hablo de los períodos ocultos de esa misma juventud, de ciertos ocultamientos a los que he sometido ciertos hechos, ciertos sentimientos, ciertos sucesos».

deseo que florece a través del cuerpo de una mujer, se realiza mediante la penetración de un hombre y los hace arder a ambos hasta la inconsciencia. Por debajo del calor que la chica genera y a la vez comparte, va cristalizando un desapego frío y maravilloso. El deseo, comprende, es el apetito a través del cual ella llegará a entender la naturaleza insDuras estuvo treinta años de las relaciones humanas. Esa trabajando este material en trumental interpretación, comprende asimismo, será su medio de escape. El año y medio una abstracción narrativa con el amante chino es el crisol donde tras otra. Una vida al serse forja ese saber. vicio del deseo solo sirvió Duras estuvo treinta años trabajando este material en una abstracción napara confirmar lo que había rrativa tras otra. Una vida al servicio del Durante años ese fue el tema hipaprendido en la habitación deseo solo sirvió para confirmar lo que notizante de Duras, grabado repetidahabía aprendido en la habitación de posmente en esas abstracciones breves y de postigos cerrados del tigos cerrados del barrio chino de Saigón concentradas a las que llamaba novelas, barrio chino de Saigón en en 1932: que estaba sola, sola era lo que escritas, por lo demás, en una prosa asoera, y nunca lo sentía en mayor medida ciativa que va cortando con pulso firme 1932: que estaba sola, sola que en la búsqueda del placer, un placer las capas exteriores del ser hasta la parte era lo que era, y nunca lo «para morirse». La ironía —que la descode uno mismo que está siempre presnexión te lleva al placer; el placer actúa ta al repliegue animal hacia lo primario, sentía en mayor medida que sobre ti como una droga; estar drogado allá donde el deseo de ser conquistado en la búsqueda del placer, es sentir la desconexión incluso con más por la memoria formativa y, al mismo intensidad— se le antojaba de una protiempo, liberado de ella lo recubre todo; un placer «para morirse». fundidad existencial. En consecuencia, es más, lo anestesia. su habilidad para penetrar en la compleja fuerza adictiva del La época de El amante es principios de la década de 1930; el amor erótico, atrayendo con ella al lector hasta el interior, lugar, Indochina. Una chica francesa de quince años está esperesultó ser inmensa. La voz narradora de El amante imita en rando a solas en el muelle de un transbordador que atraviesa realidad el arrullo narcótico del deseo en sí —algo que ni Coel río Mekong desde Sadec, una población de clase obrera, lette consiguió—, al tiempo que en algún punto interior de hasta el centro de Saigón. Lleva ropa provocativa, un vestiesa voz se oye igualmente el sonido afligido de quien utiliza do de seda deslustrado que sujeta con una correa infantil de el deseo para rehuir más que para iluminar. Esa vez, sin emcuero, unos tacones de lamé dorado y un sombrero de fieltro bargo, treinta años después de la publicación del libro, fue de hombre, rosa palo, con una ancha cinta negra que rodea el ese son —el de ese rehuir— lo que despertó en mí más ecos. ala por la base. A sus espaldas en el muelle, hay una limusina En las páginas de El amante no son pocas las ocasiones en desde la que un hombre chino de veintisiete años, delgado que al lector se le hace señas para que se dirija, aunque sea y elegante, sentado en el asiento trasero, observa a la chica. apartado al instante de ella, hacia esa brutalidad primitiva a Se baja del coche, se le acerca, traba conversación, le tiembla la que Duras llama «familia»: la madre, una maestra de esla mano cuando se enciende el cigarro, y se ofrece a llevarla cuela viuda hundida en una depresión; el hermano pequeño, adonde quiera que vaya. Ella acepta sin vacilar y se monta en un chico dulce algo lento; el mayor, un matón homicida. A el coche. A partir de entonces el hombre se verá presa de una menudo este desdichado grupo de desheredados, atrapados pasión increíble por la chica, por su cuerpo delgado y blanco juntos solo por los lazos de sangre, se repliega en la inexprede niña mujer. El ensimismamiento de ella en su capacidad sividad amarga de quienes se viven a sí mismos como seres de respuesta se volverá tan absorbente como la pasión de él… permanentemente marginados: más incluso. Empiezan una aventura que termina cuando a ella la mandan a Francia a los diecisiete años, dueña del rostro que tendrá que llevar el resto de su vida. Lo que aprende la chica de esta aventura no es solo que puede ser un catalizador para el deseo, sino que a ella también la excita su propia capacidad de excitar. Es un talento: uno alrededor del cual organizar una vida. Escucha con atención cuando su amante chino le dice que nunca será fiel a ningún hombre. Siente que lo que él dice es correcto, sabe ya que solo el poder del deseo, no una persona en concreto, será lo que la sostenga siempre: un deseo que abruma y luego cautiva;

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Nunca buenos días, buenas tardes, buen año. Nunca gracias. Nunca una palabra. Nunca la necesidad de pronunciar una palabra. Todo permanece, mudo, lejano. Es una familia pétrea, petrificada en una espesura sin acceso alguno. Cada día intentamos matarnos, matar. No solo no se habla sino que tampoco se mira. Desde el momento en que se nos ve, no se puede mirar. Mirar […] siempre es deshonroso […] Estamos unidos en una vergüenza de principio por tener que vivir la vida. Ahí es donde estamos en lo más profundo de nuestra historia común, la de ser los tres hijos de esta persona de buena fe, nuestra madre.

Si este pasaje se prolonga tanto es porque Duras no soporta separarse del recuerdo de un tiempo y un lugar en el que todo lo que supuestamente debería construir el sentido del mundo y del propio ser de una criatura que está creciendo estuvo muy presente, por una única vez memorable.

La madre emocionalmente ausente de la que la narradora está más que medio enamorada, el hermano mayor de comportamientos mafiosos al que teme y detesta, el pequeño y desamparado que le despierta emociones eróticas: la atención del lector se ve repetidamente atraída hacia esta constelación 32

y apartada por la fuerza con la misma asiduidad. Sentimos la aguda soledad de la narradora en medio de ellos, pero se trata de un estado que ella no puede abordar directamente. En lugar de eso, nos cuenta, con un interludio aquí y allá, la dicha loca que le sobreviene cuando, de tanto en tanto, la madre resurge de su depresión desmoralizadora, y a la chica le cala por dentro la visión de lo que podría haber sido:

Recuerdo mal los días. La luminosidad solar empañaba los colores, aplastaba. De las noches me acuerdo. El azul estaba más lejos que el cielo, estaba detrás de todas las densidades, recubría el fondo del mundo. El cielo, para mí, era esa estela de pura brillantez que atraviesa el azul, esa fusión fría más allá de cualquier color. A veces, en Vinhlong, cuando mi madre estaba [solo] triste, hacía enganchar el tílburi e íbamos al campo a ver la noche de la estación seca. Tuve esa suerte, la de esas noches, la de esa madre. La luz caía del cielo en cataratas de pura transparencia, en trombas de silencio y de quietud. El aire era azul, se cogía con la mano. Azul. El cielo era esa palpitación continua de la brillantez de la luz. La noche lo

iluminaba todo, todo el campo a cada orilla del río hasta donde alcanzaba la vista. Cada noche era particular, cada una podía denominarse según el tiempo de su duración. El sonido de las noches era el de los perros del campo. Aullaban al misterio. Se contestaban de pueblo a pueblo hasta la total consumación del espacio y del tiempo de la noche.

«Tuve esa suerte, la de esas noches, la de esa madre».

* Si este pasaje se prolonga tanto es porque Duras no soporta separarse del recuerdo de un tiempo y un lugar en el que todo lo que supuestamente debería construir el sentido del mundo y del propio ser de una criatura que está creciendo estuvo muy presente, por una única vez memorable. Paradójicamente, también es el momento en que se le recuerda con más viveza que en realidad ha venido al mundo en medio de la pérdida y el abandono, una pena de prisión para la que no hay esperanza alguna de libertad condicional.

33 A lo largo de los años he leído este pasaje en multitud de ocasiones, y cada vez he regresado en espíritu al día que mi madre —ya lo sé, ya lo sé, nunca pasó— me recortó el corazón del vestido que pretendía ponerme para el cumpleaños, y cada vez he imaginado que entraría con una conciencia más plena en el caos mental entretejido con ese recuerdo para luego salir por el otro extremo como mujer libre. Pero en cuanto me acerco, como Duras, tuerzo hacia el otro lado y me alejo. Sin embargo, al contrario que ella, no vuelvo sobre mis pasos hacia la obsesión, con el deseo, ahora veo calculado, no tanto de ocultar como de confirmar la caída libre emocional de la que ella acabó siendo devota; ni siquiera cuando llego a la conclusión de que yo también debo de estar atrapada en esa mismísima devoción, puesto que mi comprensión de adulta no parece liberarse de la herida narcisista, igual que la zambullida eterna de Duras en la inconsciencia erótica tampoco consiguió liberarla a ella. • Traducción de Julia Osuna Aguilar [Fragmento del libro Cuentas pendientes. Apuntes de una relectora crónica, de próxima publicación por Sexto Piso.]

Lado B

Cintia Bolio · @cintiabolio


Frase

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Heridas Goran Petrović

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a industria norteamericana del cine compra frases Pero, ¿qué es lo que hacen los agentes de la industria del (aunque otras industrias relacionadas no quedan exentas cine con las frases compradas? ¿Las funden en una fundidora de ello). Le interesan, desde luego, los derechos de novelas como si fueran fierro viejo, porque buscar una veta nueva es o relatos para su adaptación al cine, pero están dispuestos a un proceso lleno de incertidumbre y los demás trabajos de comprar una sola frase inclusive. Una buena frase. Qué frase minería que siguen son aún más peligrosos e incomparablees lo suficientemente buena y cuál no satisface los criterios de mente más costosos? ¿Las funden como si fueran «pedacería calidad, lo deciden los agentes especiales de oro», ese oro viejo que perteneció a una y el vendedor no tiene derecho de queja. familia por generaciones y luego fue paulaTampoco la remuneración es objeto de ne- ¿Qué siente el antiguo tinamente vendido según su peso, en el que gociación, sino de la libre estimación del dueño al reconocer su no importan ya ni la hechura ni los recuercomprador, de la situación en el mercado porque va a adquirir una nueva forma frase en una película en dos, de frases, de la relación entre la oferta y la «según el último grito de la moda»? ¿O las demanda mundial... El precio, por lo ge- la que todo lo demás no frases se quedan tal y como son, pero en un neral, no es alto. No obstante, un autor completamente distinto, junto a es suyo? En una película entorno perspicaz puede llegar a ofrecer dos o tres otras oraciones estimadas como «buenas»? frases, o varias decenas de ellas... de ese que se hizo transplan¿Qué siente el antiguo dueño al reconocer modo, al final, cuando la pequeña gananfrase en una película en la que todo lo detando cientos de frases su cia se multiplica por el volumen de ventas, más no es suyo? En una película que se hizo se obtiene una suma bastante decente pa- compradas por poco transplantando cientos de frases compradas ra nuestras circunstancias. Lo que quiere dinero a la gente necesi- por poco dinero a la gente necesitada en todecir, para sobevivir. do el mundo. ¿Está triste, acaso asqueado, Me da mucha curiosidad saber qué tipo tada en todo el mundo. ofendido con algo o, al ver la película con de frases llaman la atención de los agentes, esa única frase suya, siente en el centro de cuáles les parecen buenas, pero me interesa aún más qué pasa su pecho algo que se está muriendo lentamente, tal y como después con la «mercancía». Esta, sin duda, llega a ser escrita, dicen que se sigue sintiendo y sigue doliendo un miembro registrada, anotada en alguna parte, probablemente clasificaamputado mucho tiempo después de la amputación? da, por ejemplo, como una frase amorosa o una que expesa Hace poco me enteré de que la industria cinematográfica sufrimiento. Pero: ¿acaso el comprador adquiere el derecho norteamericana compra frases buenas, aunque otras indusvitalicio de su uso? En otras palabras: ¿el vendedor pierde trias relacionadas no quedan exentas de ello. Se puede. Tienen para siempre el derecho a disponer de esa frase? ¿Qué pasa si con qué. Resulta lucrativo. Esa no es la cuestión. Ellas pueden más tarde en la vida llega a necesitar justamente esa oración? permitirse eso. La cuestión es: ¿podemos nosotros permitir¿Debe quedarse callado hasta estallar o se arriesgará a pronos ese despilfarro, cuando las únicas dos cosas de las que no nunciarla aunque sea tan solo como un susurro, tan solo para escaseamos son las frases, más o menos buenas, y la carencia? sus propios oídos? Finalmente, ¿se puede recuperar y volver a ¿Acaso nos va a quedar solo lo último? • poseer una frase enajenada? Hay muchas cosas sobre las que habría que deliberar antes de que el apuro obligue a alguien a vender una sola frase incluso. Por lo general empezamos pensando que no necesitamos de una oración, luego que tampoco precisamos de esta otra; una tercera, demasiado larga, hasta sale sobrando... Por lo general empezamos así, pero después no tenemos nada que decir y solo negamos o asentimos con la cabeza. Así empezamos y después, solo nos llevamos las manos a la cabeza.

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o pensaban igual. El Primero acercaba su cara a la del Entre otras cosas, antes no lo sabía todo con exactitud, por Segundo, extendía sus brazos, lo amenazaba con el ínlo que se equivocaba. En el ínterin, recientemente, se había dice, como si quisiera sacarle un ojo. No lo hizo, pero como vuelto un hombre nuevo, estaba enterado de todo. No servía si lo hubiera hecho. Cuando se despidieron, el Segundo pode nada que el Segundo expresara sus dudas, por mínimas día jurar que en medio de su pupila, muy adentro del globo que fuesen. El Primero aseguraba sus dichos enérgicamente, ocular, sentía el índice del Primero. Le ardía terriblemente. sacudiendo frente a él, sin cesar, las pruebas contundentes, los No pasó mucho tiempo, el Primero prorecortes de periódico. Cada vez más cerca. gresó, «había madurado», cambió de opiCada vez más cerca, hasta que el Segundo nión, por lo que inició el nuevo encuentro No pasó mucho tiempo, pensó que el Primero le metería esos recorcon algo que murmuró a modo de disculpa el Primero progresó, tes en la boca. Cosa que no sucedió en realipor su comportamiento en la reunión andad, pero él sentía como si aquél le hubiera «había madurado», terior. Solo para volver a insistir en tratar atiborrado la garganta con ese papel varias de convencer a su interlocutor acerca de lo cambió de opinión, por veces reciclado que olía a tinta fresca de imque creía en ese momento. El Segundo, de prenta, como si lo hubiera empujado hacia lo que inició el nuevo nuevo, estuvo de acuerdo con algunas coabajo hasta taparle la laringe y la tráquea. El encuentro con algo sas, con otras no... Al calor de la persuasión, Segundo no se sofocó, pero como si lo huel Primero agarró al Segundo por los dos hecho. Se sentía muy afligido. que murmuró a modo biera brazos. Tal vez no era consciente de cuánFinalmente, volvieron a verse. Por pura to lo apretó. No le quebró los brazos, pero de disculpa por su casualidad. Resultó que el Primero se moría como si lo hubiera hecho. Cuando se iban, comportamiento en la de ganas de ver al Segundo. Así se lo dijo. Y el Primero le tendió la mano para despedirsacó un lápiz para apuntar lo que el Segunse amablemente, pero el Segundo, aunque reunión anterior. do había afirmado la vez pasada. Él también quería, no podía hacerlo, tenía la impresión había llegado a la misma conclusión, repede que los huesos de sus hombros y brazos estaban rotos. El tía constantemente. Parecía que por fin estaban de acuerdo Primero se fue enojado, ofendido. Al Segundo eso le dolió hasta que el Segundo mencionó de pasada que ahora pensaba terriblemente. distinto respecto de algunas cosas. El Primero quedó desconOtra vez no pasó mucho tiempo, el Primero se dio cuenta certado. Miró al Segundo con indudable desprecio. Regresó el de sus errores anteriores, volvió a cambiar de opinión. Esta lápiz a su bolsillo interior, pero era como si la afilada punta se vez omitió la disculpa. ¿Para qué andar con preludios? ¿Para hubiese clavado en el pecho del Segundo, directamente en el qué recordar? ¿Para qué abrir las viejas heridas? Él también corazón, rompiéndose incluso. Curiosamente, el Segundo no estaba herido: ¿acaso no fue en su último encuentro que el sentía nada. Y eso era lo más terrible. Esa ausencia del sentiSegundo no quiso despedirse de él? Por eso empezó enseguida miento ahí donde todo debía serlo. • a exponer sus nuevos puntos de vista. El Segundo no estuvo de acuerdo con un solo detalle. El Primero le dijo que era Traducción de Dubravka Sužnjević irremediablemente terco. Para después, como de broma, de manera amigable, tocarle ligeramente la frente con un dedo doblado. Tal vez no fue su intención, quizás no había medido bien su fuerza, pero al Segundo le pareció que su cabeza se rompía, como si se le abriera la costura del cráneo. Sentía un hormigueo terrible en ese lugar. Quizás por eso el Primero sonrió torpemente cuando se vieron la siguiente vez. No quería hablar de conflictos previos... aunque, si tuviera que hacerlo, tenía una buena excusa.

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Paso de fauna Fabio Morábito

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omo se sabe, los pasos de fauna son construcciones que permiten a los animales cruzar barreras construidas por los humanos y conforme se ha difundido en el mundo la necesidad de preservar y respetar la vida silvestre, se han vuelto más y más comunes. Actualmente, en la mayoría de los países, cuando se construye una carretera, una línea de ferrocarril o un canal que atraviesan una zona rica de vida animal, se proyecta a lo largo de su extensión un cierto número de túneles, viaductos o puentes que los animales pueden cruzar sin peligro de sus vidas. Como la inmensa mayoría de los pasos de fauna tiene una extensión reducida, los animales los cruzan sin ninguna dificultad, y cuando se trata de un túnel, tienen siempre a la vista su final, por lo que se aventuran en él sin problemas. Pero esta regla ya no rige para el gran paso de fauna de Musina, situado bajo el aeropuerto homónimo, en Sudáfrica. Por razones políticas que no viene al caso referir aquí, se construyó el aeropuerto de Musina en la línea divisoria entre Sudáfrica y Zimbabue, en colindancia con el parque transfronterizo del Gran Limpopo, que es una de las reservas naturales más ricas en vida silvestre del sur de África. Elefantes, cebras, ñus y gacelas, y sus respectivos predadores: leones, leopardos, hienas y perros salvajes, cruzan todo el tiempo la frontera entre ambos países al abrigo del gran parque, en una zona cuyas características orográficas obligan a los animales a confluir en una franja de territorio muy estrecha durante sus desplazamientos y migraciones. Como la mayoría de ellos se topaba con el aeropuerto, fue preciso construir debajo de este un gran paso de fauna, pues quedó claro desde el principio que no había que exponer a los animales al permanente despegue y aterrizaje de los aviones. Debido a su extensión inusitada, más de ochocientos metros debajo del suelo, el principal problema al que se enfrentaban ingenieros y ecologistas era cómo hacer para que animales grandes y pequeños, situados en diferentes lugares de la cadena alimenticia, recorrieran indemnes ese casi kilómetro de trayecto debajo de la tierra, y se llegó a la conclusión de que debían hacerlo separados unos de otros, por lo cual se concibió el paso de fauna como una amplia red de túneles. Otro problema era cómo atraer a la fauna para que se animara a internarse en un ámbito tan inhóspito para ella. Hacía falta un estímulo poderoso y se pensó que ese podía ser el rastro de olor dejado por cada especie en su tránsito milenario por ese lugar. Se decidió, por lo tanto, amplificar ese rastro, para lo cual se proyectaron unas rutas de olor mediante un tendido de tubos subterráneos provistos de diferentes aromatizadores, que llevan a cada túnel del paso de fauna un efluvio determinado, mismo que, según la necesidad, se sustituye por otro a través de un sistema de ventilación regulable. Un olor a manada de leones puede cambiarse por uno de cebras, y este por uno de chimpancés o de jabalíes. Una vez que un animal, o bien un grupo de ellos, entra en el paso de fauna atraído por un olor particular, el sistema lo persuade o, al revés, lo disuade, de tomar un túnel en lugar de otro. En pocas palabras, el animal es «guiado» hacia la salida a través de un trayecto olfativo que, dentro de lo posible, evita que «colisione» con animales que puedan representar un peligro para él, como puede ser un león para una cebra, o un león macho para otro león macho, o un gorila dominante para otro gorila dominante.

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Todo ello, naturalmente, requiere de un sofisticado sistema de cámaras y un monitoreo permanente. No es de sorprender que la sala de controles desde donde se establece para cada animal su ruta más idónea, supera con creces, en cuanto a número de los operadores, a la propia torre de control del aeropuerto. La cosa se explica porque los aviones se pliegan ciegamente al mandato humano, mientras que los animales tienen un comportamiento imprevisible. El hecho de que los operadores del paso de fauna se hallen trabajando a unos pocos metros de distancia de los aeroportuarios y de que, si bien con un material diferente, ambos grupos se ocupan al fin y al cabo de lo mismo, que es trazar un recorrido seguro para una clase de desplazamientos sumamente delicados, como es el de devolver al suelo un aparato de varias toneladas que flota en el aire, repleto de gente, y de regresar una bestia estresada a su hábiNo es de sorprender que la sala tat familiar, ha propiciado entre las dos agrupaciones cierto contagio lingüístico, que puede notarse de controles desde donde se esen frases de uso frecuente entre los operadores del tablece para cada animal su ruta paso de fauna, del tipo: «aterrizaje sin novedad de tres gacelas de Thompson en túnel F14» o «despe- más idónea, supera con creces, gue exitoso de hiena macho en túnel G4». en cuanto a número de los operaLa construcción de un paso de fauna tan extenso, dentro del cual los animales no tienen a la vista dores, a la propia torre de control la salida y se ven obligados a avanzar guiados solo del aeropuerto. La cosa se explica por su instinto, ha suscitado unos problemas inesperados. Me referiré a los dos más importantes. porque los aviones se pliegan El primero es que no se puede usar el mismo tra- ciegamente al mandato humano, yecto en doble sentido. Un rebaño de búfalos topándose en un túnel con otro rebaño de búfalos mientras que los animales tienen que viene en sentido contrario sería algo tan catas- un comportamiento imprevisible. trófico como el choque frontal de dos jumbos en el aire. Hubo, pues, que construir no uno sino dos sistemas de túneles separados, uno para cruzar de sur a norte, que se marcó con color rojo, y otro para cruzar al revés, que se marcó con color verde. Aun así, se presentó el problema de que un animal que cruza de sur a norte, o sea usando el recorrido rojo, a su regreso tenderá a usar el mismo recorrido, porque ya lo conoce, e ignorará el verde. Por lo tanto, hay que obligarlo a cambiar de idea. Para ello se propuso «encaminar» a los animales hacia la entrada correcta a través de un complejo sistema de fosos, alambrados y patrullaje humano. Sin embargo, además de muy caro y riesgoso, este procedimiento no garantizaba un éxito seguro. La solución, asombrosamente sencilla y barata, la proporcionó un cazador de la cercana tribu nómada orungu. El hombre pidió a los ingenieros que excavaran a la salida de ambos trayectos un foso de metro y medio de profundidad y dos metros de ancho. Explicó su idea. Los fosos representarían un obstáculo menor para los animales recién salidos de la red de túneles, pero un obstáculo al fin. Si no son obligados a ello, a los animales no les gusta saltar, ni siquiera a aquellos que están muy dotados para hacerlo, como gacelas y leopardos, sino que prefieren rodear un obstáculo antes que brincárselo. Así, ante aquel foso que se interpondría entre ellos y la naturaleza, vacilarían un poco, pero dado que vendrían de los túneles, estresados por aquella experiencia angustiosa, el foso no les supondría un impedimento infranqueable y, luego de un breve titubeo, lo superarían con determinación, dando un salto o, tratándose de animales de gran peso (elefantes, hipopótamos y rinocerontes), entrando y saliendo de él. Sin embargo, de regreso, los animales vendrían de la naturaleza, no de los túneles, y su situación mental sería diferente. Aquel foso les provocaría una incomodidad más aguda y no estarían tan dispuestos a cruzarlo a como diera lugar, teniendo a un lado la entrada libre del trayecto color verde. Al percibirlo como una verdadera barrera, optarían rápidamente por usar la otra entrada. Ilustración de Jimena Schlaepfer

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Los hechos le dieron la razón al cazador. En efecto, bastó un simple foso situado a la salida de las dos redes de túneles para que todos los animales, sin excepción, usaran un trayecto de ida y otro de vuelta, como querían los constructores. El otro problema que se presentó una vez terminado el gran paso de fauna de Musina fue más espinoso y de hecho no se ha podido resolver todavía. Debido a su magnitud y a la temperatura relativamente fresca de los túneles, más agradable que la que impera en el exterior, existía el riesgo de que algún animal hiciera del paso de fauna su hogar. Para evitar esta posibilidad, su diseño fue pensado para no ofrecer ningún punto de descanso, de manera que los animales se vieran forzados a recorrerlo de un tirón. Todos los túneles tienen doble salida, por lo tanto no hay túneles ciegos que podrían tomarse como un barrunto de cueva. Sin embargo, hay uno que escapa de esta regla, aquel que conecta los dos sistemas de túneles, el rojo y el verde. Se trata de un pasadizo muy corto, Todo esto es pura conjetura, ya que situado en el centro del paso de fauna, y fue proyectado para enlazar ambas redes en caso de una en el pasadizo de conexión no hay emergencia. Para que los animales no entren ahí, cámaras de vigilancia. Las únicas sus dos entradas son tan estrechas que una cebra o una gacela adultas no pueden pasar por ellas. veces que se puede ver a Johnny, Algunos, sin embargo, temieron que un leopardo sí pudiera introducirse en su interior. Animal como los operadores del paso de solitario por naturaleza, su tamaño le permitiría fauna han bautizado al viejo león, deslizarse dentro de él para convertirlo en su hábitat, desde el cual podría, asomando a ambas redes es cuando asoma al túnel para de túneles, capturar a sus presas; sin embargo, el atrapar de manera fulminante a leopardo es un felino arborícola por excelencia, le crías de gacela, animales que cons- gusta estarse sobre las ramas de las acacias, donse siente seguro ante los ataques de predadores tituyen toda su dieta, pues debido de más grandes y desde cuya atalaya puede divisar su a sus cuerpos menudos y esbeltos territorio de caza; solo baja al suelo para cazar y seguida regresa con su botín a la seguridad de son los únicos que él puede intro- en la altura. No era probable, pues, que un animal de ducir en su madriguera. estas características sentara sus reales en una cámara subterránea. En efecto, ningún leopardo ha entrado en el túnel de conexión. Lo hizo, sin embargo, un viejo león herido, posibilidad que nadie había tomado en cuenta. Cuando un león macho que encabeza una manada es expulsado por otro león más fuerte o más joven, empieza para él un calvario que termina rápidamente en la muerte. Herido de gravedad por la batalla sostenida contra el león invasor e incapaz de cazar presas grandes, se dedica a atrapar conejos y ratones, pero estos también se le escapan fácilmente. Hambriento y debilitado, tiende a esconderse para no ser cazado a su vez por hienas, búfalos y perros salvajes. En el giro de unas pocas semanas pierde peso y musculatura hasta quedar reducido a huesos y pellejo, y acaba muriéndose lastimosamente entre unos matorrales o en la orilla de una charca adonde se acercó para beber. Fue esta clase de león la que entró en el túnel de conexión, deslizándose dentro de él gracias a su extrema delgadez y, probablemente, con la intención de morir ahí. Pero una vez dentro de aquella cámara húmeda y fresca debió de recuperarse de sus heridas, que quizá no eran tan graves. Asomando a uno de los túneles, debió de capturar a

alguna cría de gacela que pasaba en ese momento junto a su madre. Seguramente fue afinando esa técnica de caza, la única al alcance de sus fuerzas, y para calmar su sed debió de aprender a lamer la humedad que escurre por las paredes de roca. Todo esto es pura conjetura, ya que en el pasadizo de conexión no hay cámaras de vigilancia. Las únicas veces que se puede ver a Johnny, como los operadores del paso de fauna han bautizado al viejo león, es cuando asoma al túnel para atrapar de manera fulminante a crías de gacela, animales que constituyen toda su dieta, pues debido a sus cuerpos menudos y esbeltos son los únicos que él puede introducir en su madriguera. En cuanto al misterio de cómo consigue cruzar las dos entradas del pasadizo, siendo su tamaño bastante mayor que el de un leopardo, solo cabe suponer que debe de haber aprendido a mantener una dieta frugal, por demás propia de su edad, conservándose en un estado de delgadez suficiente que le permite, seguramente no sin esfuerzo, hacer pasar su cuerpo por ellas. Como quiera que sea, Johnny se ha convertido en el único habitante fijo del paso de fauna de Musina. Cuando empezaron las quejas de la Sociedad Protectora de Animales, que acusó a las autoridades del paso de fauna de sacrificar víctimas inocentes para la dieta del viejo león, se le explicó que sacar a Johnny de aquella especie de celda donde se encuentra sería, además de difícil, contraproducente para todos los animales, pues significaría cerrar todo el complejo durante al menos dos días, con consecuencias graves para todos ellos, que ya aprendieron a usar a Musina como el cruce más expedito hacia y desde la reserva del Gran Limpopo. Pero ya se sabe que las gacelas pequeñas tienen un encanto difícil de resistir. De modo que, como era de esperarse, se polarizó la opinión pública: los que defienden a Johnny y los que lo consideran un asesino solapado. Las camisetas con su foto, bien sea para apoyarlo o denostarlo, se venden a miles, y turistas nacionales y extranjeros acuden al aeropuerto de Musina no para subirse a un avión sino para contemplar a través del circuito de las cámaras de vigilancia del paso de fauna el cruce de las bestias que tiene lugar en el subsuelo del aeropuerto, con la esperanza de ver aparecer una garra de Johnny en el momento de atrapar una cría de gacela. Para un sector de la sociedad, sobre todo las mujeres y los jóvenes, Johnny no pasa de ser un parásito y representa la encarnación de los muchos males que aquejan nuestro país, desde la corrupción de los viejos políticos hasta el propagarse del crimen organizado. La gente de la tercera edad, sin embargo, ve las cosas de un modo muy distinto. Separado de su manada, sin poder ver nunca la luz del sol, obligado a esfuerzos sobrehumanos (aquí sería mejor decir bestiales) para deslizarse hacia el único punto desde el cual puede acceder a un poco de comida, Johnny se ha convertido para muchos viejos de este país en el vivo retrato de sus penurias y lo han enarbolado como el ícono de su lucha en busca de mejores condiciones de vida. Se acaba de anunciar un referéndum nacional para decidir la suerte del viejo león: sacrificarlo con un dardo letal o dejarlo vivir para que siga alimentándose de gacelas recién nacidas. Huelga decir que filósofos, científicos, abogados, políticos, artistas, sacerdotes y hombres de a pie atiborran todos los días los medios de nuestro país con sus opiniones y alegatos sobre este tema. Johnny, que ignora el alboroto que ha causado, solo se deja ver unos cuantos segundos cada semana, cuando extiende su garra para arrebatarle su cría a una mamá gacela, y yace en su madriguera entregado a una vida casi monástica. Nadie, desde que se ha instalado en el pasadizo central del paso de fauna de Musina, lo ha oído rugir una sola vez. •

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