No eran letras eran hormigas, adelanto

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No eran letras, eran hormigas (y otros relatos breves) Arnoldo Kraus con dibujos de

Alejandro Magallanes

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Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, transmitida o almacenada de manera alguna sin el permiso previo del editor.

Copyright del texto © Arnoldo Kraus, 2018 Copyright de las ilustraciones © Alejandro Magallanes, 2018 Primera edición: 2018 Imagen de portada Alejandro Magallanes Copyright © Editorial Sexto Piso, S.A. de C.V., 2018 París #35-A Colonia Del Carmen, Coyoacán C.P. 04100, Ciudad de México Sexto Piso España, S. L. c/ Los Madrazo, 24, semisótano izquierdo 28014, Madrid, España www.sextopiso.com Diseño y formación Alejandro Magallanes ISBN: 978-607-9436-82-7

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Impreso en México

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Antiprólogo

Los prólogos, escritos por el autor, contienen una dosis de mentira; escritos por amigos, contienen toneladas de falsedades. Son, sin embargo, a la vez, un mal necesario, un lazo amistoso y una carta de presentación: anuncian, invitan, seducen. Prefiero los epílogos. Frente al punto final, imposible recular: lo escrito, escrito está. Admito ser una persona que aborrece las normas. Agrego que la lógica, al menos lo que se dice de ella, la mayoría de las veces es ilógica. Lo mío no es hereditario ni son lecciones paternas. Es simplemente la vida, el tiempo, los días, los amores, las muertes, el mundo. En mi primer encuentro con un libro, sea en la librería, o en casa de un amigo, hojeo el prólogo, oteo con rapidez algunas páginas, y en cuanto llego al epílogo me detengo y lo leo. Si me atrapa, regreso a la introducción, toco las páginas, las cambio, las regreso, imagino los propósitos del autor y decido, o comprar el libro o pedirlo prestado, o ignorarlo. Le sugiero al lector, antes de tirar este libro, o colocarlo en el librero en el último tablón, pasar al colofón. Si le gusta, regrese a la introducción y prosiga con los relatos breves

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que lo conforman. Son retazos de tiempo, de mis tiempos, de las vidas de Alejandro Magallanes y quizás de la suya. Entre nacer y morir todo son relatos breves e imágenes, palabras y trazos ensamblados que se nutren entre sí; imágenes que dialogan con letras y palabras cuyo leitmotiv es construir pequeños relatos, de uno, de todos, de la vida. Este antiprólogo busca construir un puente entre palabras y dibujos; no miente, advierte, invita: cada microrrelato es un fragmento de la vida de las vidas, fragmentos que conforme pasan los años convierten el pasado en presente, ora con palabras, ora con los trazos mágicos de Magallanes, siempre arropados por el diálogo entre el relato y la imagen.

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Maraña

—No te preocupes —le aconsejó la letra a, a la letra b. —¡No me digas eso!, lo comentas porque eres la mera jefa y sólo tienes que cargar conmigo. Yo, en cambio… —¡Callen, callen! —interrumpió la letra c—, ¿cómo se atreven a quejarse?, si supiesen todo lo que sigue después de mí… —¿De qué hablan? —se entrometió la letra h—, deberían portar con orgullo, como yo lo hago, su destino. —¿Su destino? —vociferaron, al unísono, cogidas de las curvas, de los puntos y de las líneas, las letras i, p, k y otras más—. ¿Nos explicas, h?, ¿hablaste de destino? —Sí, sí, eso compartí con ustedes. Yo soy una letra emblemática… —¿Emblemática? —gritó desde la lejanía la letra w, sin duda una de las letras, sobre todo en lengua española, más aristócratas. —Sí, emblemática. Soy la primera letra de muchas palabras importantes. Y varias me encantan. —¡Mmmmmmm!, ¡guauuu! —cantaron las letras d, r, x y varias más—. ¿Podrías darnos más información, querida compañera h? 12

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—Bien, bien, no corran prisa, siéntense, les explico. No por serendipia soy la octava letra de los alfabetos inglés, español y hebreo. En una de las reuniones de los alfabetos, sus directores decidieron que ocupe el mismo sitio, y, antes de terminar la reunión, a cada uno de ellos le pidieron que escogiese una palabra cuya primera letra fuese precisamente la h. Nuestro jefe, como bien saben, era místico, por eso buscó una palabra con ocho letras y que fuese, por su vitalidad, digna de admiración. —¡Recorcholis!, ¡carajo! —concluye, letra h, por favor, concluye—, exigieron las veintiséis letras del alfabeto. Estamos muy nerviosas por saber el final de la historia… —Pues bien, el señor director escogió la palabra hormiga… —Nos quieres engañar, tramposa. Hormiga tiene siete letras. Cuenta, estimada h: h o r m i g a… —Lo sé, lo sé, no se alteren. La octava letra representa el trabajo diario, la asiduidad, la constancia, la labor de equipo y el amor por la vida. Créanme, créanme, basta observar los trazos, las palabras/hormigas y las hormigas/ palabras de Magallanes...

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Eso de morir…

Xavier vivía agobiado. Pensaba mucho en la muerte. Ni estaba enfermo ni había presenciado demasiadas muertes ni era hipocondríaco. Desde pequeño le daban miedo las películas o los cuentos donde fallecían los protagonistas. —Debe ser horrible morirse —le dijo a Mauricio, su amigo. —Quizás no tanto —respondió Mauricio—. Mira, yo he estudiado filosofía, psicología, literatura y otras disciplinas; en todas se habla de la muerte. —¿Y? —Pues he aprendido bastante. Sólo falleces una vez, y cuando lo haces, todo se acaba. Sólo queda el infinito, el infinito personal: ahí, entre las paredes del infinito, nada te incomoda, nada sucede y nada te preocupa: ni siquiera tu muerte.

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Amor

«Todo es una confusión», les dijo, Sandra la doctora, a Dinora y a Arturo. Sandra era una afamada terapeuta de parejas. La gente repetía, «ha salvado muchos matrimonios». Dinora y Arturo llevaban tres años casados. Muchas diferencias los unían. Acudieron esperanzados con Sandra. Después de dos años de sesiones, dos por semana, Sandra les dijo, «todo es una confusión. No es que no se amen, es que se odian». —¿Y? —preguntó Dinora. —¿Y? —preguntó Arturo. —Deben venir dos años más. Será tiempo suficiente para desentrañar los orígenes del odio. Por ahora es menester incrementar las diferencias. Si disminuyen o desaparecen corren el peligro de separarse.

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Érase una vez…

Érase una vez… Érase una… Érase… … Érase una vez… así empezaban los cuentos que me contaba mi mamá. Ella murió. Ya nadie me cuenta cuentos. Ahora leo periódicos. No más cuentos. …

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