Reporte sp Número 19 • Marzo de 2016
Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso
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Índice El color de los días pasados | 6 Diego Rabasa
Malcolm Lowry en el supermercado | 9 Daniel Saldaña París
3 poemas | 13 Carmen Camacho
Contribución a la historia universal de la ignominia | 14 El Proceso Dual: el único juego disponible | 15 Morris Berman
Odunacam | 19
El Señor Cerdo | 21 Instrucciones a los patrones | 21 Johnny Raudo
Un dedo en los labios | 22 Gustavo Martín Garzo
Cartón | 23 dD&Ed
Psycho Killer | 25 Carlos Velázquez
El buzón de la prima Ignacia | 27
Liniers
Reporte SP • Año 3 • Número 19 • Marzo de 2016 • Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso • www.sextopiso.mx Impresión: Offset Rebosán • Editores: Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe Rosete, Rebeca Martínez • Diseño y formación: donDani Este número se ilustró con dibujos de Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain y Pablo Auladell (Sexto Piso, 2015).
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Recomendación de los editores
El color de
Diego Rabasa
los días pasados L
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a premisa del hombre moderno de que el universo —y todos los fenómenos contenidos en él— constituye un misterio que aguarda ser descubierto en su totalidad, que la ciencia puede —y logrará— abarcar todos los enseres de la naturaleza, ha hecho del pensamiento abstracto, la incertidumbre y el misterio, condiciones indeseables para la mente. Las cosas, los fenómenos, lo que observamos a nuestro alrededor debe de ser procesado de manera puntual y categórica. La información, incluso, se ha convertido en un objeto de consumo cuya única intención es forjar, para usar una expresión del escritor alemán Rainald Göetz, «aprendedores de argumentos», replicadores de información con el objetivo de participar de un barullo social que poco se fija en las causas, las implicaciones, el contexto, el trasfondo de aquello sobre lo que opinamos y participamos sin mayor reparo. Lo anterior viene a cuento porque la tentación de buscar en esta exquisita novela una moraleja, es grande. No obstante, dicha actitud nos conduciría a reducir la sustancia que le da forma al tiempo, la Historia, a un relato concreto con una interpretación determinada, más propia de nuestras limitaciones para lidiar con lo ambiguo que a las intenciones del autor por «decirnos algo».
alternando el mandato de Francia y el Reino Unido, hasta que este último logró imponer su hegemonía a finales del siglo xviii. En cambio, la isla «vecina» del norte, Martinica, fue colonizada y ocupada por los franceses desde comienzos del siglo xvii, y a la fecha tiene el estatus de «departamento de ultramar francés». Aunque entre una y otra hay apenas unos noventa kilómetros de distancia, esta distancia representaba, durante algunos años, la diferencia entre la esclavitud y la libertad para la población negra. Mientras que Dominica fue la primera colonia en tener una legislatura dominada por negros en los años treinta del siglo xix, durante ese mismo periodo Martinica seguía teniendo una población en donde los esclavos eran amplia mayoría.
Youma empieza con una explicación por parte del narrador de la figura de las da entre la sociedad criolla de Martinica. Las da eran esenciales en la formación de la descendencia burguesa de la isla. Eran nodrizas y, para todos efectos, madres sustitutas de los infantes de la clase gobernante.
*** La historia de las islas caribeñas que conforman las Antillas Menores configura una radiografía muy precisa de las gestas coloniales que las potencias europeas emprendieron en América. Las disputas territoriales, no sólo con los nativos, sino entre los propios imperios y reinos, hizo que algunas de ellas cambiaran constantemente de manos y tuvieran derroteros diferentes dependiendo del yugo al que cada una de las islas quedó adscrita. Dominica, por ejemplo, la primera isla en ser visitada por Cristobal Colón en su segundo viaje a América, fue
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Lafcadio Hearn es más conocido por su amplio estudio de la cultura japonesa que por su no menos evocativa y profunda exploración de los territorios caribeños, especialmente la sociedad criolla de Martinica. Dueño de una prosa envidiable, Hearn asiste a la exuberante y deslumbrante naturaleza de la isla —«Había llegado el renouveau, el periodo más delicioso del año, esa maravillosa primavera del trópico, cuando la tierra se tapiza de vapor iridiscente, y todos los espacios se tiñen de joyas, mientras la naturaleza renueva su savia después del blanquearse y marchitarse de los meses secos, y renueva todos sus colores. La selva se llena de flores y frutos; las lianas secas recuperan su verde luminoso y exhiben un millón de nuevos zarcillos, y sobre las cumbres del grand bois caen cataratas de flores azules, blancas, rosas y amarillas. Los palmistes y las mocas parecen crecer más alto de pronto, cuando se sacuden sus penachos muertos; una neblina áurea reviste los valles de caña madura; y las carreteras de la montaña empiezan a cubrirse de verde hasta casi la mitad bajo la vasta invasión de forraje recién florecido, de hierbas y pequeños arbustos»— con la misma
Hearn teje con sutileza la trama, llevando al lector hasta una especie de encrucijada, una trampa podría decirse, en la que no tendrá otra opción sino mirar de frente las fauces de los siniestros derroteros del poder en sus múltiples dimensiones y representaciones.
atención e inteligencia con las que reproduce sin prejuicios ni tapujos las fuerzas políticas de la sociedad martinica anterior a la Revolución Francesa, episodio que detonó los movimientos abolicionistas en todos los dominios francófonos, aunque la esclavitud se prolongó en ciertos lugares, como en la isla que funge como escenario de la novela, hasta bien entrado el siglo xix. La Segunda República francesa y la instrumentación del sufragio universal, lograron por fin eliminar la propiedad de las personas en Martinica aunque, como todos los grandes cambios sociales, no fue un proceso que ocurrió sin grandes sobresaltos. *** Youma empieza con una explicación por parte del narrador de la figura de las da entre la sociedad criolla de Martinica. Las da eran esenciales en la formación de la descendencia burguesa de la isla. Eran nodrizas y, para todos efectos, madres sustitutas de los infantes de la clase gobernante. Dice Hearn sobre ellas: La da era tan respetada y querida como una madre: era al mismo tiempo una nodriza y una enfermera. Porque el niño criollo tenía dos madres: la madre blanca y aristocrática que le dio a luz, y la madre adoptiva de piel oscura que le proporcionaba todos los cuidados, que lo amamantaba, lo bañaba, le enseñaba a hablar en el estilo dulce y musical de los esclavos, lo llevaba en brazos para contemplar el hermoso paisaje del Trópico, le contaba cuentos fascinantes por las noches, lo arrullaba hasta que se quedaba dormido y se preocupaba de cualquier cosa que quisiera, de día o de noche. […] El niño pasaba mucho más tiempo con ella que con su verdadera madre: sólo ella satisfacía todas sus pequeñas necesidades; él la encontraba más paciente, más indulgente, quizá incluso más afectuosa que la otra. […] La da era desinteresada y leal hasta el punto de conseguir gratitud incluso de los temperamentos de hierro; representaba el punto más alto de la evolución de la bondad natural […].
Youma, que creció para todos efectos prácticos como hermana de Aimée, la hija de Madame Peyronnette, excepto porque a ella le fue negada la instrucción que su hermanastra sí recibió, era una mujer de belleza y temperamento especiales. La Madame, que en efecto la quería como una hija, pensaba que «una educación sólo la haría sentirse insatisfecha con el alcance de un destino del que ningún esfuerzo podría liberarla». Incluso cuando a muy corta edad le fue asignado el rol de da de la hija de Aimée, Youma acató su condición, con agradecimiento y fervor, hasta que desde sus entrañas se despertó la parte «más oscura» de la naturaleza: el deseo. Éste llegó en la forma de un
fuerte y formidable negro llamado Gabriel. Fue entonces que se percató de los verdaderos alcances de la esclavitud y a partir de la fricción de la pasión soterrada que ambos libraron, bajo el celo y la desaprobación de los respectivos amos de ambos, Hearn desata una fascinante diatriba sobre la libertad, no sólo de ellos, sino de toda la población que tras los rumores de la nueva instauración de la República en Francia, decide no esperar a que la ley les otorgue lo que cada vez sienten más suyo y montan una violenta sublevación. *** El conflicto entre Gabriel y Youma sirve como contrapunto para un conflicto histórico y social de mayor envergadura. Hearn teje con sutileza la trama, llevando al lector hasta una especie de encrucijada, una trampa podría decirse, en la que no tendrá otra opción sino mirar de frente las fauces de los siniestros derroteros del poder en sus múltiples dimensiones y representaciones. El desenlace de la novela no admite juicios ni conclusiones simples. Como todo buen libro, Youma le ofrece al lector, a través de un sublime paseo que atraviesa distintos registros emocionales, más dudas que certezas. La interrogante que se construye a través de una prosa bella y sólida, crece para sacudir aquellos cimientos que nos permiten atajar la volatilidad de la experiencia. Entre sus páginas, la única certeza que se cuela, es que la realidad está compuesta por mucho más de lo que podemos ver y comprender por medio del pensamiento concreto y que nos queda nuestra vocación para contar y escuchar, escribir y leer historias como asidero para lidiar con las hondas raíces del misterio y las arrolladoras fuerzas que escriben la Historia. •
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Youma Lafcadio Hearn Traducción de Silvia Schettin Pérez Errata Naturae • 2012 • 128 páginas
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Malcolm Lowry en el supermercado Daniel Saldaña París
H
1.
He hecho algunos cálculos personales (poco fiables, debo añadir) de qué parte del antiguo Casino de la Selva estaba en qué punto y, según lo que he podido deducir, esa primera escena de la novela de Lowry —la conversación entre García Vigil y Laurelle— tuvo que suceder (de esa manera extraña en que decimos que sucedieron ciertas cosas de la ficción) en lo que actualmente es el área de cárnicos del Costco.
ay unas ciudades más imbricadas que otras en la historia de la literatura, eso está claro. El prestigio literario de Nueva York, París o la Ciudad de México es innegable y merecido: existen ciertos libros que, una vez leídos, transforman para siempre el rostro de esas ciudades, superponiendo una capa de ficción a sus banquetas y semáforos. Pero también hay ciudades menos afamadas que rara vez se cuelan en algún libro y que, por lo tanto, tienen una relación distinta y muy estrecha con esas pocas ficciones que las narran. Tal es el caso de la ciudad en la que pasé toda mi infancia, Cuernavaca, que —salvo contados flirteos incidentales— tiene una relación de estricta monogamia con cierta gran novela del siglo xx: Under the Volcano, de Malcolm Lowry. Se podría decir que yo también mantengo una relación monógama con Cuernavaca, pues viví en ella mi primera y fallida educación sentimental y, tras dejar la ciudad hace ya varios años, me he dedicado a construir una mitología personal alrededor de ella, a veces sin quererlo y otras veces deliberadamente. Leo las noticias sobre Cuernavaca con una especie de fascinación morbosa, sueño con frecuencia que recorro las calles del centro de la ciudad y tengo una fijación extraña con algunos de los lugares en los que pasé mis años mozos (el Cine Morelos, donde cultivé mi cinefilia temprana —en una sala en la que a veces sobrevolaban murciélagos frente a la pantalla—; o la Plazuela del Zacate, que es donde tiendo a situar el nacimiento de mi inclinación por el alcohol como arma elegida para atentar contra mí mismo; o la estatua de Humboldt frente a la catedral, a la que acudí ritualmente con una novia de la adolescencia —ahora artista del performance— para tomarnos fotos besando la mejilla del explorador germano). Hace unos doce años leí por primera vez Bajo el volcán en la traducción de Raúl Ortiz y Ortiz que publicó en México la Editorial Era. Por aquel entonces yo vivía en Madrid y, habiendo pasado varios años sin visitar los parajes de mi niñez, acudí a aquella ficción como estrategia para acercarme a ese jardín mitológico que es para mí la «Ciudad de la Eterna Primavera». Pero debo reconocer que entonces, en Madrid, no comprendí ni disfruté cabalmente los méritos del libro; las frases largas, sostenidas durante párrafos enteros, estaban lejos del tipo de cosas que me interesaba leer por entonces, y desde luego tampoco encontré por ningún lado la proustiana magdalena que me devolviera a los territorios de mi etapa formativa. Hay libros así: que no se abren fácilmente a quien tiene todavía demasiadas ilusiones, pero a los que, si regresamos más jodidos, se les puede arrancar un nuevo y más profundo significado.
Hace poco, en una residencia para escritores en Hudson, Nueva York, encontré un ejemplar de Under the Volcano en inglés en la biblioteca del lugar y me lo robé con total descaro. No he vivido en Cuernavaca desde mis 18 años, y en los últimos cuatro habré pasado ahí no más de quince días en total; una vez más, pensé que leer Under the Volcano me sería útil para reapropiarme de mi pasado, para volver imaginariamente al terruño o, al menos, para contraponer un rostro de la ciudad distinto al que la lectura de las noticias diarias arrojaba, más bien devastador. Desde luego no encontré exactamente lo que buscaba, porque los buenos libros nunca responden a las expectativas instrumentales del lector. La ciudad que Lowry describe ya no existe, y quizás nunca existió del todo (no por nada Lowry utiliza en su novela el topónimo náhuatl, Quauhnáhuac, tomando distancia de la Cuernavaca real), pero de alguna manera la lectura sirvió para alimentar mi obsesión por aquellos predios y accionar la maquinita nostálgica de las asociaciones libres que vertebran este titubeante ensayo.
2. Mi padre y yo fuimos parte de esa generación que llegó a Morelos a finales del siglo pasado, no tanto por los estragos del terremoto de 1985 —que nos agarró en una de las zonas menos afectadas del Valle de México— cuanto por la amenaza que la contaminación del aire capitalino suponía para mi asma infantil. Después de algunos meses de transición en un barrio periférico del sur de la ciudad, nos instalamos en un pequeño departamento de un conjunto habitacional de interés social en la colonia San Miguel Acapantzingo, que hace una aparición estelar en la novela de Lowry:
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10 Hugh e Yvonne divisan una cárcel durante su primer paseo juntos, en el momento inmediatamente posterior a la anagnórisis fundamental de la trama. Esa cárcel es ahora el Parque Ecológico y la sede del Museo de Ciencias, pero en 1991, cuando mi padre y yo llegamos a la colonia, era todavía la prisión que Lowry describió en 1938, con muros blancos y altos, torretas y alambre de púas. Al igual que la cárcel, la entrada a la Unidad Habitacional Fovissste Cantarranas, en cuyo primer edificio vivíamos, estaba sobre la avenida Atlacomulco. Casi enfrente de mi casa había —y todavía hay, según constato en Google Maps— un hospicio para huérfanos del Ejército de Salvación. Esos dos puntos, la cárcel y el orfanato —separados por no más de quinientos metros— se convirtieron, desde mis siete años, en recintos capitales de mi imaginario. Si mi moral infantil pudiera ser concebida como una rosa de los vientos, la cárcel y el orfanato marcarían los polos Sur y Oeste, respectivamente. Los otros dos polos de esa cosmogonía infantil estaban representados por edificios situados, también, sobre Avenida Atlacomulco: mi casa (polo Norte magnético hacia el que señalaba la brújula de mis afectos) y mi escuela primaria (Oriente de mi psique, por donde salía el sol cada mañana). Desde la puerta de mi departamento hasta la puerta de mi escuela había una travesía de 189 pasos exactos (y lo sé porque, desde entonces, el número 189 ha reaparecido en mi vida una y otra vez, siempre como un heraldo: camuflado al final del número de teléfono de una mujer fatídica o como la cantidad exacta de dinero que me robaron en un atraco). Como si la cárcel, el orfanato, mi casa y mi escuela no fuesen suficiente contenido simbólico para marcar aquella calle de mi infancia, hay que añadir el oscuro detalle de que desemboca, un poco más abajo, en la avenida Díaz Ordaz, apellido que mi educación me enseñó a odiar y temer desde muy joven. A los siete años me lié a golpes con un niño que vivía, como yo, en el Fovissste Cantarranas, y lo dejé bastante maltrecho (no porque mis dotes pugilísticas sean muy notorias, sino porque, desde pequeño, soy capaz de desplegar una violencia maníaca en momentos de ofuscación). Esa misma tarde mi padre se enteró del incidente y palideció de susto. La familia del niño en cuestión era, como mi padre decía, «gente del pri», y el hecho de que yo hubiera magullado a su retoño no auguraba una racha tranquila para nosotros. Mi padre llegó a prohibirme salir del departamento durante algunos días, por miedo a que hubiera represalias directamente en mi contra. En mi preocupación, llegué a convencerme de que corría el riesgo de ser enviado al orfanato, o incluso a la prisión, ahí a la vuelta. Una mañana encontramos el coche cubierto de mierda de perro y con los vidrios reventados; mi padre asumió que mediante aquella fechoría se habían cobrado venganza y me dejó salir a jugar de nuevo, pues se había restablecido un cierto equilibrio en nuestra tensión con las fuerzas del mal, caracterizadas siempre como emanaciones del sistema político imperante. Pero también la progresía, encarnada en los valores tutelares de mi escuela, llegó a jugarme chueco en más de una ocasión. Siendo aquella, como era, una escuela «activa» —basada en teorías pedagógicas de Célestin Freinet—, se esperaba de los niños que propusieran y votaran su propia legislación; es decir, el conjunto de normas de con-
ducta que regiría sobre toda la población estudiantil. Yo era el único niño de mi clase que usaba gorra, y en segundo de primaria hubo una conspiración para proponer, como norma inviolable, la prohibición de la gorra en toda la escuela. La propuesta despertó gran entusiasmo, como toda buena pieza de demagogia, y ganó en una votación de la asamblea, con lo cual me obligaron a renunciar a mi orgullosa marca de distinción, y la colección de gorras que había ido amasando ambiciosamente con el concurso entusiasta de mi abuelo paterno pasó a acumular polvo junto a mi colección de llaveros turísticos. Lloré amargamente durante días —aunque no en la escuela, desde luego, donde mantuve la actitud altiva del que es derrotado pero está en lo cierto—. Esa fue mi primera lección democrática, y desde entonces siempre he sentido que la democracia es un complot para acabar conmigo. Toda esta temprana psicogeografía, esta versión miniatura de mi Inferno (con círculos para los huérfanos, los criminales, mis familiares y los maestros bienintencionados) nimbó mi infancia con un aire siniestro que quizás he aprendido a exagerar mediante la repetición neurótica de su anecdotario.
Como si la cárcel, el orfanato, mi casa y mi escuela no fuesen suficiente contenido simbólico para marcar aquella calle de mi infancia, hay que añadir el oscuro detalle de que desemboca, un poco más abajo, en la avenida Díaz Ordaz, apellido que mi educación me enseñó a odiar y temer desde muy joven.
3. Las flores del segundo verso de «The Waste Land» no son buganvilias, sino lilas, pero cada vez que lo leo o lo recuerdo (y me pasa mucho, pues es un verso que me gusta aún más que el célebre primero de ese mismo poema) la imagen que me viene a la mente es la de las buganvilias, esas flores de enredadera que enmarcaron mi vida en Cuernavaca y que en la novela de Lowry son un punto de fuga para las reflexiones de Yvonne. Con los años, mi padre y yo nos mudamos a una casa, en las afueras de la ciudad, más cómoda que aquel pequeño departamento del Fovissste. Un puñado de calles que serpentean sobre un cerro, una iglesia entre los primeros peñuscos de una barranca: Santa María Ahuacatitlán. El pueblo no aparece mencionado en Under the Volcano, y de hecho la única mención literaria que conozco de ese topónimo preciso está en el muy recomendable libro de Rubén Gallo, El México de Freud (un volumen fascinante sobre la historia de la recepción de Freud en México). En él, Gallo cuenta la improbable pero probada historia de un monasterio psicoanalítico que existió no muy lejos de la casa en la que viví justo antes de mi mayoría de edad. El monasterio freudiano desapareció mucho antes de mi llegada al mundo, pero me parece que no ha pasado mucho más en Santa María Ahuacatitlán desde entonces. Con todo, me gusta creer que hay una especie de vibra psíquica residual, emanada del monasterio psicoanalítico, que continúa sintiéndose en las calles de aquel pueblo. El único prócer que Santa María Ahuacatitlán le donó a la patria, que yo sepa, fue un tipo con el nombre —que siempre me pareció perfecto— de Genovevo de la O, héroe de la revolución a quien el pueblo le dedicó una calle más bien secundaria —del ancho de una camioneta, a lo mucho—. Cuando pienso hoy en día en Santa María, y por ende en su prócer, no puedo evitar recordar aquel verso genial de Gerardo Deniz: «Morir no será más extraño que apellidarse De la O».
4.
La relación que, en mi experiencia, une a Santa María con Under the Volcano es menos obvia, por ser, una vez más, un episodio de ese anecdotario personal que he terminado por redondear —o distorsionar, según se vea— a fuerza de contar demasiadas veces. Cuernavaca es el escenario ampliamente descrito por el narrador y recorrido por los personajes de la novela, pero no llega a ser exactamente un protagonista. El protagonista indiscutible es la sed; la sed insaciable y sin fondo del Cónsul, que despierta constantemente de un sueño para entrar a otro, con ramalazos de realidad intercalados, momentos de repentino contacto con el mundo antes de verse acosado nuevamente por las voces que pueblan su cabeza, y que lo animan a seguir bebiendo o intentan disuadirlo de ello. Su sed es insaciable, nos dice el narrador, «Perhaps because he was drinking, not water, but certainty of brightness—how could he be drinking certainty of brightness? Certainty of brighness, promise of lighness, of light, light, light, and again, of light, light, light, light, light!». Esa sed de luz que da el alcohol, y ese entrar y salir del sueño a la vigilia que puede ser el alcoholismo, son los verdaderos protagonistas de la novela, y Cuernavaca aparece como el teatro en el cual se despliegan. Del mismo modo, Cuernavaca fue también el escenario de mis primeros escarceos con el alcohol, droga a la cual he consagrado buena parte de mi vida adulta. La descripción que hace Lowry del horror profundo de la cruda la viví por primera vez, con una intensidad absoluta, una mañana de domingo en Santa María Ahuacatitlán. Tendría yo catorce o quince años y me había bebido varias latas de New Mix —una asquerosa combinación enlatada de tequila con refresco— la noche anterior. Mi padre me fue a recoger a una fiesta, en torno a la una de la mañana, y tuvo que buscarme durante diez minutos hasta saber —por un amigo amedrentado— que yo estaba en uno de los cuartos de la casa, enredado con una niña en un beso baboso e infinito, con el regusto dulzón del New Mix uniendo en un mismo entusiasmo adolescente nuestras lenguas. Mi padre me arrastró al coche y luego a casa y ese domingo desperté, entre los sonidos matutinos, a una cruda cruel y palpitante —la primera de mi vida—. Salí de mi cuarto tambaleándome de dolor, con una mano conteniendo la cabeza, más que tocándola, como si el cerebro se me fuera a derramar por alguno de los poros de la frente. Mi padre me dio la bienvenida al mundo con un reproche y una tarea: como castigo a mi actitud de la noche previa tenía que lavar su coche. Bajo el sol hiriente de Cuernavaca, el sol de mañana de domingo cayendo a plomo sobre el Tsuru gris, cumplí la encomienda entre quejidos, como un perro, para después desmayarme sobre el pasto a sufrir la sed de luz de la cruda. Pero la cruda no es solamente eso. En las mejores crudas, me llego a sentir invadido por una especie de conciencia de la sacralidad de mi propio cuerpo, en el sentido en que uno se imagina que cierto buey puede ser sagrado en una aldea de la India. Una cruda balanceada de gin-tonic, no demasiado aguda, es prácticamente una modalidad de la meditación, con esa lucidez frágil que a veces trae consigo.
El comienzo de Under the Volcano es una escena de esas que a todo el que la ha leído le gusta recordar: la conversación entre el Dr. García Vigil y M. Laruelle en el famoso Casino de la Selva, que albergaba murales de David Alfaro Siqueiros y de Josep Renau, entre varios otros. Se trataba de un hotel con canchas de tenis, terrazas, árboles centenarios de troncos gordísimos que llenaban la zona de graznidos de zanates al caer la tarde. Todo eso es ahora un centro comercial enorme, situado entre otros dos centros comerciales, perfectamente contiguos. Hay también un museo, para guardar un poco las formas, pero todo el mundo sabe que el museo es una sección más del mall, como el área de comida rápida o los cines. Cuando demolieron el hotel y talaron los árboles muchos ciudadanos protestaron y ocuparon el predio para impedir la entrada de la maquinaria. Algunos de ellos eran ex compañeros míos de los años escolares, y sé que al menos uno terminó encarcelado durante un par de días por su afán conservacionista. He hecho algunos cálculos personales (poco fiables, debo añadir) de qué parte del antiguo Casino de la Selva estaba en qué punto y, según lo que he podido deducir, esa primera escena de la novela de Lowry —la conversación entre García Vigil y Laurelle— tuvo que suceder (de esa manera extraña en que decimos que sucedieron ciertas cosas de la ficción) en lo que actualmente es el área de cárnicos del Costco. Es decir, que quizás el propio Lowry, mientras fue huésped del Casino de la Selva, estuvo parado en el punto exacto en el que ahora despachan chicharrón al peso. Me gusta pensar así las ciudades, como territorios que existen en diversos planos: el histórico, el real, el político, pero también el ficticio; buscar las coincidencias entre un topos físico y uno más liviano, inconsútil, que no es real en el mismo sentido, pero que también existe.
Las flores del segundo verso de «The Waste Land» no son buganvilias, sino lilas, pero cada vez que lo leo o lo recuerdo (y me pasa mucho, pues es un verso que me gusta aún más que el célebre primero de ese mismo poema) la imagen que me viene a la mente es la de las buganvilias, esas flores de enredadera que enmarcaron mi vida en Cuernavaca y que en la novela de Lowry son un punto de fuga para las reflexiones de Yvonne.
5.
Cuernavaca es una ciudad con muchos jardines; o más bien, una ciudad donde la disparidad económica permite la existencia de barrios residenciales con jardines y albercas junto a colonias que sufren de la escasez de agua. En Under the Volcano, el jardín descuidado del Cónsul, signo público de su alcoholismo, le permite al personaje una apasionada reflexión edénica en el capítulo quinto. En ella, de algún modo, Lowry logra trenzar las referencias bíblicas con los ecos de una voz más laica: la del laico Voltaire y su «Il faut cultiver son jardin». Al Cónsul se le ocurre defender, a raíz de una conversación sobre jardines con su vecino, que el verdadero pecado original por el cual Adán y Eva fueron expulsados del paraíso fue la propiedad privada (a la que, irónicamente, se le erigió ese hipertrófico templo que es el Costco, sobre las ruinas del antiguo Casino). Mi madre se mudó a Cuernavaca cuando mi padre y yo ya llevábamos algún tiempo ahí, en la bisagra del siglo. La casa a la que se mudó es quizás, de los varios lugares en los que viví durante mi pere-
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grinaje por la ciudad, la que más claramente evoqué en mi relectura de la novela de Lowry, dado que fue construida poco después de la publicación de ésta, en los años cuarenta. Perteneció a una activista social, galerista y modelo de la época del muralismo, María Asúnsolo, prima de Dolores del Río, que posó para Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y varios otros pintores del periodo. Hay un retrato de ella hecho por Manuel Álvarez Bravo en donde se la ve recostada de lado sobre un canapé, un poco en la pose de las Majas de Goya, aunque mucho más cómoda. La luz cae sobre su flanco derecho de tal modo que su falda y su blusa blancas parecen de mármol. No tengo ni idea de dónde se tomó aquel retrato —el encuadre es bastante cerrado—, pero me gusta especular con la posibilidad —algo disparatada— de que Álvarez Bravo disparara su cámara precisamente ahí, en esa casa que ahora es la de mi madre. La señora Asúnsolo se retiró en esa casa, muy cerca del Casino de la Selva que ahora es un enorme supermercado en cuya área de cárnicos el fantasma de Malcolm Lowry se está tomando un mezcal en este preciso momento. Todavía corre el rumor de que María Asúnsolo practicó en ese jardín el nudismo —junto a la alberca, para escándalo y secreto deleite de los vecinos— hasta el final de sus casi cien años de vida. Tenía una colección importante de pinturas y esculturas de artistas mexicanos que al morir donó al Museo Nacional de Arte. A la Biblioteca Nacional de México le dejó una colección de libros que lleva su nombre y unos miles de ejemplares más que fueron del último de sus tres esposos. Asúnsolo también murió ahí, en esa casa, probablemente en el cuarto que ahora es el de mi madre. Además del jardín principal, que
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se extiende desde un porche hasta un muro de piedra, la casa tiene un pequeño jardín interior, con unos arbustos de chile y unas flores pequeñas y aflautadas. En este jardincito la señora Asúnsolo guardaba dos iguanas de respetable talla y aún más respetable edad, que todavía se movían lentísimamente al sol cuando mi madre, mi hermano y yo llegamos a la vieja casa, poco después de la muerte de Asúnsolo. De los cuadros en los que posó para David Alfaro Siqueiros, quizás el más conocido es «Retrato de María Asúnsolo bajando una escalera», de 1935. En él, María Asúnsolo mira como expectante hacia la diestra del cuadro mientras se recoge el vestido con la mano derecha y desciende el penúltimo escalón de una serie que se pierde, hacia atrás de ella, en las sombras. Dadas las paredes rojas y el ambiente sulfuroso, más que la escalera de una casa, pareciera que María Asúnsolo desciende al inframundo —a su propio Inferno cuernavacense, quizás, tan oscuro como fue el de Lowry— en ese cuadro de Siqueiros. Pero hay un retrato de María Asúnsolo que me gusta más, en realidad. Fue pintado por Jesús Guerrero Galván un año antes del de Siqueiros, en 1934. A la todavía joven Asúnsolo se le ve solamente el busto, el cuello alargado y el rostro. Luce ahí un gesto como de decepción, como si mirara al artista condenándolo mientras él la pinta; por lo mismo, la modelo parece expresar esa misericordia desdeñosa también hacia el espectador. Al observar detenidamente la mirada de Asúnsolo, uno puede llegar a sentir —como el Cónsul en sus simas dipsómanas— que se ha equivocado en algo fundamental cuyo contenido, sin embargo, ha olvidado para siempre. •
Pecho por pecho, amor, ojo por ojo te arranco y no me importa y me arrepiento, porque te tengo y no en mi pensamiento: como a la margarita te deshojo.
C
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En librerías a partir de marzo
3 poemas Carmen Camacho Deshabitaciones Llega el tiempo cabrón de las mudanzas Luis Melgarejo
Botánica para zurdas …yo estudiaba segundo de jazmines. Manuel Alcántara Salón que no se usaba más que para enseñarlo a las visitas. Sobre las baldas del mueble, custodiados por dos pavos-ángeles de plata y alas tajantes, libros siempre-por-leer. Entre sus páginas, momentos de mayo, indicios de patio: rosas disecadas, estambres, jazmín pajizo, ramita de perejil. Fueron mis marcapáginas, el herbario sin concierto de cuando chica. Un injerto de ayer en mis costuras. Libros implacables ante el denuedo del clavel. Su olor que ya no es. Ataúdes de la rosa desvaída. Manías menta de niña extraña.
También recuerdo que una tarde comí cal y un pétalo celeste. *
No creció la flor viva que planté en las páginas de aquellos libros. Por ello, ahora, aquí, mi método inverso, inservible para taxidermistas de otras primaveras:
De quién qué cosa: Los libros las fotos los calcetines las manos De quién es cada objeto tuyo y mío Cómo repartir sin destrozar la manta de ir al campo por ejemplo si no es deshaciendo punto a punto la urdimbre que tejieron las agujas del reloj y enterrar por los cajones la madeja temblorosa encontrarla tal vez quién sabe en cuántos años tomarla con nostalgia acercarla a la cara olerla y al fin regalársela al gato.
déjame sembrar en tu campo, amor, esta bolsita de palabras inciertas.
Costumbre local Todo objeto que toma forma humana parece cobrar alma tener vida por supuesto se adora en esta tribu cristos yacentes barbies maniquíes máscaras avatares estatuillas un tronco que desciende por el río. También la llama. Como es lógico desde la antigua roma colina abajo arrojamos a los hijos imperfectos.
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Contribución a la historia universal de la ignominia «Todos ustedes en San Francisco escuchan música rap en sus casas pero nunca nos ayudan a los verdaderos artistas (…) prefieren abrir una escuela en África, como si con eso ayudaran en algo a nuestro país».
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Kanye West, en una serie de tuits donde pide ayuda a Mark Zuckerberg, de Facebook, y a Larry Paige, de Google, para pagar una supuesta deuda personal de 53 millones de dólares.
«¿Usted ve a animales manteniendo relaciones homosexuales? Los animales son mejores, saben distinguir entre hombres y mujeres (…) Si aprobamos [el sexo de] hombres con hombres y mujeres con mujeres, eso significa que el hombre es peor que un animal». Manny Pacquiao, ex campeón mundial de boxeo y actual candidato al Senado de Filipinas, demostrando que no tuvo que esperar hasta la mediana edad para mostrar los síntomas de lesiones cerebrales que suelen aquejar a los boxeadores.
«De acuerdo al estado de las leyes civiles de cada país donde la denuncia es obligatoria, no es necesariamente el deber del obispo referir los sospechosos a las autoridades, la policía o los fiscales del Estado en el momento cuando quedan al tanto de crímenes o hechos pecaminosos». Documento interno del Vaticano, redactado por el monseñor francés, Tony Anatrella, asesor del Pontífico Consejo para la Familia. El documento fue diseñado para instruir a los altos jerarcas eclesiásticos sobre cómo lidiar con las acusaciones de abuso sexual contra miembros de la Iglesia Católica.
«Me dejaron totalmente perplejo. Me preguntaba, ¿qué hacen aquí? Estoy en mi casa, no he hecho nada, ¿por qué hay agentes federales tocando a mi puerta? Es increíble». Paul Akers, ciudadano americano arrestado en su casa por siete agentes federales que portaban armas automáticas, por el delito de no haber pagado un crédito estudiantil de 1500 dólares, contraído en 1987.
«Los habitantes de esta maravillosa ciudad ya no se sienten seguros. Sé que la gente está preocupada por el proceso de gentrificación de la ciudad, pero la realidad es que vivimos en una sociedad de libre mercado. La gente acaudalada que trabaja se ha ganado el derecho de vivir en la ciudad . Se preocuparon por obtener una educación, trabajan duro, y se lo merecen. No tendría por qué preocuparme por ser acosado. No tendría que presenciar el dolor, las dificultades y el abatimiento de los indigentes cuando voy y vuelvo a mi trabajo cada día. Quiero que cuando mis padres vengan a visitarme tengan una gran experiencia, que puedan disfrutar este lugar tan especial». Justin Keller, fundador de la start-up tecnológica commando.io, en una carta abierta al alcalde de San Francisco, donde se queja de la incomodidad que representan los indigentes para la gente decente como él.
«El ejército y las políticas de Estados Unidos están completando la radicalización del mundo islámico, cuestión que Osama bin Laden ha intentado hacer con éxito moderado pero insuficiente desde comienzos de la década de 1990. Como resultado, creo que es razonable concluir que Estados Unidos continúa siendo el único aliado indispensable de Bin Laden». Michael Scheuer, funcionario de la CIA a cargo de buscar a Bin Laden de 1996 a 1999. La cita es de su libro Imperial Hubris: Why the West is Losing the War on Terror, publicado en 2004.
El Proceso Dual:
el único juego disponible Morris Berman
L
a conclusión de que nos encontramos en un callejón sin salida, y de que algunos aspectos esenciales han de cambiar si es que hemos de sobrevivir como especie, no sorprenderá a ninguno de los lectores de Reporte sp. Intuyo que muchos lo hemos pensado durante los últimos treinta o cuarenta años, y en general se trata de una percepción que millones de personas en Europa y América del Norte comparten, incluso si es a un nivel inconsciente. Desde la década de los sesenta se ha escrito bastante sobre el tema. Pienso en libros que han sido muy influyentes, incluso famosos, quizá comenzando con la obra clásica de Paul Goodman, Creciendo en el absurdo, aparecido en 1960, seguido en 1964 por El hombre unidimensional, de Herbert Marcuse. En 1969 se publicó El nacimiento de una contracultura, de Theodore Roszak, The End of the American Empire [El fin del imperio americano], de Andrew Hacker, en 1970, y el famoso estudio titulado Limits to Growth [Los límites al crecimiento] en 1972. Y existen otras varias obras sobre el género que podrían añadirse a la lista. Básicamente, todo un estilo de vida resultó cuestionado, el asociado con el Sueño Americano, pero también con la presencia dominante de la ciencia y la tecnología en nuestras vidas, que de manera inevitable forma parte de ese sueño. Pero qué es exactamente lo que debe cambiar, y cómo ha de conseguirse ese cambio, nunca logró aclararse de manera consensuada. Por supuesto que el cómo se produce el cambio social ha sido tema de debate sociológico durante al menos los últimos ciento cincuenta años. Las diferentes respuestas están condicionadas por la escala del cambio a la que nos refiramos. En este ensayo quisiera enfocarme en el cambio social masivo, del tipo que se produjo con el colapso del Imperio Romano, o con el ascenso de la Europa feudal, o con el reemplazo del feudalismo por el capitalismo. Para eventos de esta magnitud, los lugares comunes habituales sobre el cambio —un mejor sistema educativo, por ejemplo, o la política electoral, o incluso la revolución armada— son insuficientes. Los cambios a los que hago referencia son prácticamente geológicos; requieren de siglos para producirse. Tratan sobre lo que el gran historiador francés, Fernand Braudel, denominó la longue durée, el largo plazo. Braudel fue el líder de un grupo de intelectuales conocidos como la Escuela de los anales, y el argumento básico del grupo fue que la verdadera preocupación de los historiadores debería de ser las estructuras que yacen en la base de los acontecimientos contemporáneos. Bajo la superficie de eventos de corto plazo como los ciclos indivi-
duales de crecimiento y crisis económicas, dijo Braudel, podemos discernir la persistencia de «antiguas actitudes de pensamiento y acción, armazones resistentes que se niegan a morir, en ocasiones contra toda lógica». (¿Les suena familiar?). Un derivado importante de la investigación de los Anales es la obra de la Escuela de análisis de sistemas mundiales, que incluye a Immanuel Wallerstein y a Christopher Chase-Dunn, que igualmente se enfocan en las estructuras de largo plazo: particularmente, el capitalismo. De acuerdo con esta escuela, el «arco» del capitalismo es de alrededor de seiscientos años, abarcando el periodo entre los años 1500 a 2100. Es nuestra suerte o desgracia particular estar viviendo el principio del fin, la desintegración del capitalismo como sistema mundial. Durante el siglo xvi, la principal variante fue el capitalismo comercial, que evolucionó hacia el capitalismo industrial en los siglos xviii y xix, para después convertirse en capitalismo financiero: dinero creado por el propio dinero, y por la especulación cambiaria, en los siglos xx y xxi. De manera dialéctica, será el propio éxito del sistema lo que producirá su posterior ruina. Como bien sabemos, particularmente Marx argumentó que existía un proceso dialéctico en operación, mediante el cual el capitalismo producía a sus propios «enterradores», que para él consistían en el proletariado, que en algún momento se alzaría para reemplazar el capitalismo con el socialismo. Pero eso en realidad nunca sucedió y, en todo caso, el socialismo no resultó un modelo muy exitoso. Además, no es tan diferente del capitalismo. Ciertamente, es diferente en tanto aboga por una distribución de la riqueza equitativa, y yo en lo personal considero difícil oponerse a ese ideal. En enero de este año se reveló que las 62 personas más ricas del planeta tienen una riqueza equivalente a la del 50% de la población mundial. No es simplemente una cifra grotesca, es también surreal. En cuanto a mí respecta, cualquier medida tomada para revertir esta situación sería positiva. Pero, más allá del asunto de la distribución, ambos sistemas se definen por parámetros idénticos: en particular, la expansión económica y tecnológica. Ninguno de los dos realmente se preocupa por el desastre ecológico, o por la calidad del trabajo, o por las presiones psicológicas aparejadas que acompañan el estilo de vida expansionista, ni por la dimensión espiritual de la vida, es decir, el sentido que pueda tener todo esto. Por todo lo anterior, como ya adelanté, un mayor acceso a la educación, o elegir a Justin Trudeau o a Bernie Sanders, o tomar por asalto el Palacio de
Para eventos de esta magnitud, los lugares comunes habituales sobre el cambio —un mejor sistema educativo, por ejemplo, o la política electoral, o incluso la revolución armada— son insuficientes. Los cambios a los que hago referencia son prácticamente geológicos; requieren de siglos para producirse. Tratan sobre lo que el gran historiador francés, Fernand Braudel, denominó la longue durée, el largo plazo.
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Invierno, en realidad no modificarán gran cosa. Si nos referimos al auge y caída de civilizaciones, o a las grandes formaciones socioeconómicas, se requiere de algo más profundo. Por qué se derrumban las civilizaciones es un tema que ha sido estudiado por numerosos pensadores, incluídos Oswald Spengler, Arnold Toynbee, Joseph Tainter y otros más. Cada uno ha encontrado un factor crucial que, digamos, condujo a la caída de Roma, o de alguna otra civilización. En mi opinión, todos tienen algo de razón: sus respuestas no son mutuamente excluyentes. Por ejemplo, para Tainter, la raíz del declive es económica: cada civilización alcanza un punto de retornos decrecientes, cuando ya no puede mantenerse a sí misma. En el caso de los Estados Unidos, China posee 2000 millones de millones de dólares de la deuda nacional en instrumentos como bonos del tesoro, y Japón otros 1000 millones de millones. Ambas naciones podrían bajar el telón de nuestro espectáculo, si así lo quisieran, pero prefieren continuar cobrando los enormes intereses sobre estos préstamos. Para Spengler, el factor crucial era espiritual: cada civilización, escribió, encarna una Idea central, o Platónica, y cuando la fe en ella se evapora, lo mismo sucede con la civilización. De nuevo, si utilizamos el caso de Estados Unidos, la Idea siempre ha sido el Sueño Americano, el sueño de la expansión ilimitada. (El comediante George Carlin solía decir que lo llaman el Sueño Americano porque tienes que estar dormido para creértelo). Pero millones de americanos ahora saben que nunca podrán jubilarse, que sus hijos la tendrán más difícil que ellos y que —viejos o jóvenes— en realidad no cuentan con nada valioso que le dé sentido a sus vidas. La reciente película de Tim Blake Nelson, Anesthesia, lo representa con gran fidelidad: que la vida americana está tan vacía que todo el mundo corre de un lado para el otro tratando de llenar el Vacío, llenar el hueco en sus almas. Una consecuencia es una tasa de homicidios que se ha disparado por los cielos, con una masacre —definida como el asesinato o herida de cuatro personas o más— produciéndose más de una vez al día. Es difícil de creer, pero así es. Y la policía se ocupa de abatir gente en la calle: más de cinco mil civiles desarmados fueron muertos por la policía entre 2001 y 2011, y la tasa de asesinatos continúa al alza. Los ataques sin razón alguna se producen ahora por la frustración ordinaria, a menudo, curiosamente, en restaurantes de comida chatarra. A una mujer no le entregan sus McNuggets de pollo, o lo que sea, y regresa al McDonald’s con un arma semiautomática y abre fuego en el establecimiento. Podríamos pensar que padece daño cerebral, pero creo que también refleja la frustración ocasionada por ya no poder obtener lo que quieras, cuando quieras. En breve, se trata de furia contra el fallido Sueño Americano, y vemos abundantes manifestaciones por doquier en la actualidad. La escritora Nicole Aschoff discute esta pérdida de espíritu en su muy astuto y entretenido libro, The New Prophets of Capital [Los
nuevos profetas del capital].1 En él argumenta que la sociedad capitalista requiere particularmente de historias que la sustenten, porque los micro-eventos de nuestras vidas tienen lugar al interior de estructuras más amplias cuyo objetivo es obtener una ganancia. La inmensa mayoría de los trabajos no son creados para satisfacer necesidades humanas, sino simplemente para acumular más y más dinero para los dueños o los inversionistas. De manera similar a lo argumentado por Erich Fromm hace varios años, Aschoff afirma que la coerción no es suficiente para que la gente trabaje en este tipo de empleos: «Grandes porciones de la población necesitan (…) creer que la sociedad capitalista vale su creatividad, energía y pasión, y que les otorgará algún tipo de sentido a sus vidas». El problema es que no existe ningún sentido intrínseco en la lógica de expansión económica ilimitada. Como resultado, las historias —que en realidad son cuentos de hadas— se vuelven indispensables para el sistema. Entre estas se cuentan las novelas de Alger Hiss, construidas en torno al mito del self-made man; o las lecciones de Benjamin Franklin sobre frugalidad y ahorro; o las historias ofrecidas por los grandes capitanes de la industria sobre visión y perseverancia, sobre cómo la competencia supuestamente contribuirá al desarrollo de la raza humana. «Estas historias del trabajo-como-virtud, de la ganancia-como-virtud han sido extremadamente exitosas», concluye Aschoff. A mí me parece que esta labor ideológica —lo llamo «La mejor historia jamás vendida»—2 está perdiendo su fuerza, conforme más y más gente se da cuenta de que sus vidas carecen de todo sentido y no se sienten particularmente bien al respecto. Creo que las consecuencias de lo anterior serán poderosas y duraderas. En cuanto a Toynbee, su argumento consistió en que no eran las invasiones externas —bien los visigodos del siglo v o los jihadistas del xxi— los que produjeron el derrumbe del imperio. Más bien, afirmó, para cuando se produjo la invasión, la civilización en cuestión ya se había suicidado: se había debilitado tanto mediante actos de autodestrucción que la invasión fue simplemente la cereza en el pastel, por decirlo de alguna manera. Esto es cierto respecto a Estados Unidos, que terminó por producir los atentados del 11 de septiembre tras casi un siglo de intervenir en Medio Oriente, hasta que la venganza se volvió inevitable; es un hecho tan evidente que no requiere mayores explicaciones. De hecho, en este contexto, «venganza» [«blowback», en inglés] es un término acuñado por la cia para referirse a este tipo de ataques. Incluso el antiguo pastor de Obama, el reverendo Jeremiah Wright, señaló con agudeza: «Si uno se dedica a aterrorizar gente, en algún momento van a aterrorizarte de vuelta». ¡No me digan! En todo caso, la última vez que se produjo un cambio de esta magnitud, es decir un vuelco civilizacional, fue durante los siglos xiv y xv, cuando el mundo medieval empezó a desintegrarse para dar paso al mundo moderno. En su estudio clásico del periodo, El otoño de
A una mujer no le entregan sus McNuggets de pollo, o lo que sea, y regresa al McDonald’s con un arma semiautomática y abre fuego en el establecimiento. Podríamos pensar que padece daño cerebral, pero creo que también refleja la frustración ocasionada por ya no poder obtener lo que quieras, cuando quieras.
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la Edad Media, el historiador holandés Johan Huizinga retrató una época de depresión y agotamiento cultural: igual que la nuestra, un periodo histórico difícil. Una de las razones es que el mundo se encontraba literalmente al borde del abismo, como queda muy claro al final de La tempestad, de Shakespeare, escrita alrededor de 1610. Lo que estaba por venir era principalmente desconocido, y tener que estar al borde del abismo durante un tiempo prolongado es, por decirlo precisamente, una pesadilla. Lo mismo sucedió con el colapso del Imperio Romano, sobre cuyas ruinas lentamente se construyó el sistema feudal. Lo mismo puede decirse de nuestra situación actual, razón por la cual las «soluciones» propuestas por las figuras políticas son poco más que malas bromas. Esta gente no posee ninguna visión alternativa porque no comprende lo que ocurre, y por lo tanto lo que se necesitaría. Por alguna razón que no logro comprender, se niegan a aceptar mis consejos; es realmente muy frustrante. Permítanme ofrecer un ejemplo de lo anterior. Hace cuatro años fui invitado a impartir unas conferencias en España, y durante el viaje hice algunas entrevistas para periódicos y la televisión. El primer ministro, Mariano Rajoy, enfrentaba una inmensa crisis económica que buscaba solucionar mediante un crédito de cien mil millones de euros por parte de la Unión Europea. Cuando me preguntaron al respecto, cada vez respondí de manera literal: «El señor Rajoy es un idiota», y añadí que esto no solucionaría nada, porque el dinero se utilizaría para rescatar a los bancos, no para crear trabajos o rescatar a los pobres. Mi predicción fue que dentro de seis meses, Rajoy volvería a Bruselas con su sombrero de pedigüeño, para pedir otros cien mil millones de euros. Desde luego que Rajoy obtuvo el dinero, lo distribuyó entre sus amigos millonarios, la austeridad en España alcanzó niveles intolerables, la gente protestó en las calles, y prácticamente a los seis meses Rajoy volvió a Bruselas a solicitar otro rescate. De nuevo, podríamos pensar en algún tipo de daño cerebral, pero desde una perspectiva más amplia se aprecia que la gente en los puestos de mando busca sostener un sistema que ya no es sostenible, con estrategias neoliberales destinadas a la bancarrota, que no tienen oportunidad de funcionar. Bien, Rajoy en efecto es un idiota, pero elegir a un socialista —como sucedió en España antes de Rajoy con José Zapatero— tampoco funcionó. La gente que cuenta con una verdadera respuesta a este desastre de la austeridad, que es una crisis del modelo neoliberal como tal, no se encuentra en el gobierno. Es la gente a nivel de la calle, la que busca alguna forma de un Proceso Dual, como detallaré a continuación. Como su nombre lo indica, el Proceso Dual consiste de dos partes. La primera es el colapso de la formación socioeconómica dominante; la segunda es la emergencia concomitante de alternativas, que podría generar el reemplazo del sistema actual. En cuanto al colapso respecta, ya abordé cómo el sistema se está destruyendo a sí mismo en lo político, económico y espiritual; hace dieciséis años sugerí en mi libro, El crepúsculo de la cultura americana, que estos procesos continuarían su marcha inexorable, predicción que resultó acertada. De hecho, se han acelerado. La realidad es que no hay sistema que dure por siempre: el cambio es la única constante que encontramos en los registros de la historia. Como el crítico social Peter Frase argumentó hace algunos años: «la humanidad jamás ha conseguido construir un sistema social eterno (…) y el capitalismo constituye un orden notablemente más precario y volátil que aquellos que lo precedieron». En un artículo publicado en 2014 en la New Left Review, Wolfgang Streeck escribió que «Lo que vemos en la actualidad (…) parece en retrospectiva como parte de un proceso continuo de gradual decaimiento, de larga duración pero, aparentemente, igualmente inexorable». Cualquier estabilidad que tuviera el capitalismo en el pasado,
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Como su nombre lo indica, el Proceso Dual consiste de dos partes. La primera es el colapso de la formación socioeconómica dominante; la segunda es la emergencia concomitante de alternativas, que podría generar el reemplazo del sistema actual.
prosigue, dependía de la presencia de fuerzas contrarias (por ejemplo, los sindicatos). Actualmente no existe ninguna fuerza que establezca un contrapeso a la expansión capitalista, que ofrezca algún tipo de equilibrio. Lo anterior sugiere que el capitalismo quizá se destruya a sí mismo a partir de ser demasiado exitoso. La mayoría de la gente dentro de estas sociedades se encuentra fascinada por el consumismo, de modo que el sistema continúa acumulando desequilibrios, porque no existe suficiente variación estructural para lidiar con el cambio. En resumen, concluye, «el capitalismo victorioso se ha convertido en su propio peor enemigo»; está «muriendo (…) de una sobredosis de sí mismo». Como ejemplo de lo anterior, Streeck señala que la cultura consumista es completamente vital para la reproducción del capitalismo contemporáneo. El problema es que los productores y los consumidores tienden a ser la misma persona. Así que cuando los consumidores buscan la mejor oferta, se infligen daño a sí mismos como productores, porque hacen que sus propios trabajos se vayan al exterior. Adicionalmente, la corrupción es ahora un elemento inherente al sistema: de ninguna forma nos encontramos tan sólo frente a algunas manzanas podridas. Pensemos los casos de inmensa corrupción que salieron a la luz tras el colapso de 2008, que probablemente siguen ocurriendo. Streeck escribe: Agencias de calificación a las que les pagan los emisores de instrumentos tóxicos para darles la máxima calificación; bancos sombras con sede en paraísos fiscales, lavado de dinero y asesoría para incurrir en evasión de impuestos a gran escala constituyen parte integral de las labores cotidianas de los principales bancos, incluidos los nombres más prestigiosos; la venta a clientes incautos de instrumentos construidos para que otros clientes pudieran apostar en su contra; los principales bancos del mundo fijan las tasas de interés y el precio del oro de manera fraudulenta, y así sucesivamente.
No queda claro cómo podría sostenerse a sí misma este tipo de violencia sistémica. Permítanme ahora enfocarme en la otra parte del Proceso Dual, la emergencia de alternativas concomitantes con la desintegración del sistema dominante. Se trata de una de las razones por las que me alegra escribir sobre este tema. Sin embargo, antes de pasar a las alternativas contemporáneas, permítanme ofrecer un ejemplo de la Edad Media que resulta bastante esclarecedor. El capitalismo fue establecido alrededor del año 1500, pero desde mucho antes, alrededor del año 1250, a algún astuto comerciante italiano se le ocurrió la idea de llevar la contabilidad de doble entrada. Es un sistema central para cualquier empresa capitalista, porque sin él no se pueden calcular las ganancias o las pérdidas. Así que en medio de un sistema feudal que lentamente se deshilachaba en los márgenes, se produjo el disparo inicial de una economía alternativa emergente, con doscientos cincuenta
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años de antelación. Los «hábitos» del capitalismo, las herramientas y conductas que hicieron posible el nuevo sistema, se desarrollaron de manera paralela a la existencia del viejo sistema, hasta que en algún momento lo eclipsaron. Lo que necesitamos averiguar, desde luego, son los equivalentes contemporáneos de la contabilidad de doble entrada. Entonces, volviendo al siglo xxi, creo que podemos afirmar que conforme el capitalismo continúa deshilachándose en los márgenes, las alternativas —pienso por ejemplo en sistemas monetarios alternativos, o fuentes de energía alternativas— serán cada vez más atractivas, y les aseguro que el de 2008 no es el último colapso financiero que nos tocará presenciar. No es ningún accidente que los países con los más severos regímenes de austeridad, como Grecia, España o Portugal, sean los más creativos respecto a dichas alternativas. De hecho, en 2012 había por lo menos 325 experimentos de monedas alternativas en operación en España, incluido el trueque, y supongo que esa cifra sea mucho más elevada ahora. Resulta que Barcelona cuenta con más de cien «bancos de tiempo» que atienden a miles de clientes, de manera que permiten a la gente intercambiar servicios sin necesidad de utilizar dinero, en lo que ha sido llamado una «economía paralela». Cataluña es particularmente fuerte en este aspecto, y sospecho que con el derrumbe del capitalismo también veremos la caída del Estado-nación, y la emergencia de movimientos de secesión muy vigorosos. Puede que esto se encuentre sólo a treinta o cuarenta años de distancia, pero ya se aprecia un vago esbozo del panorama, y aquellos países atrapados por las pinzas de la austeridad se encuentran particularmente involucrados en la creación de redes de cooperativas, sindicatos crediticios, bancos de tiempo, granjas orgánicas y cuestiones similares. Como escribió el biólogo David Ehrenfeld: «Nuestra primera labor es crear una economía sombra, una estructura social e incluso tecnológica que se encuentre lista para ser instaurada cuando el sistema actual fracase». En mi opinión, se trata de una definición bastante buena de lo que quiero decir con el Proceso Dual, y es muy probable que se trate de la historia principal del siglo xxi. Permítanme que ofrezca algunos aspectos específicos, en particular el caso de Japón. Este tema forma parte del último capítulo de mi más reciente libro, de próxima aparición en español, titulado Belleza neurótica: un extranjero mira Japón.3 Ahí especulo sobre la posibilidad de que Japón se convierta en la primera sociedad post-capitalista. Se trata quizá de la más esquizofrénica de las naciones, habiéndose entregado de lleno, desde la ocupación americana de la posguerra, a una vida de consumo y de alta tecnología, con el trasfondo de la experiencia histórica de la Era Tokugawa, alrededor de 1600 a 1850, de una tradición de austeridad y eco-sustentabilidad. Como señala un observador de Japón, el país es «la vanguardia del declinante modelo de capitalismo neoliberal avanzado»; y sin embargo, durante los doscientos cincuenta años anteriores al febril crecimiento iniciado por la Restauración Meiji de 1868, se las arregló con una expansión económica bastante limitada, y como nación le fue bastante bien. Tenía granjas con cultivos orgánicos, planeación forestal, pesca comercial, industria textil y una vigorosa cultura de reciclaje. Townsend Harris, que fue el primer cónsul general de Estados Unidos para Japón (1856-61), escribió en su diario que lo que veía a su alrededor era felicidad real: «Es lo más parecido a una etapa dorada de simplicidad y honestidad que yo haya visto en cualquier país». Era una sociedad de jardines urbanos, interacción comunitaria, baños públicos baratos, reparadores itine-
rantes y artesanías de muy alta calidad, todo ello prueba de que una economía de estado estacionario puede generar una cultura vibrante. La belleza y el lujo se encontraban en la simplicidad y en un diseño elegante, y no en la abundancia sin fin. Todo esto se puede prácticamente considerar como parte de la disposición genética japonesa. En cuanto al Japón contemporáneo, me sorprendió descubrir que Japón cuenta con un mayor número de lo que se llama «programas de moneda complementaria» (más de seiscientos) que ningún otro país del mundo. Algunos de estos programas se remontan a 1970, y a partir de 1995 el número se disparó, cuando los efectos de la recesión económica severa comenzaron a sentirse en el país. Básicamente, se trata de arreglos al interior de la comunidad para aceptar formas de pago distintas de la moneda legal. El resultado no es que reemplacen al yen, sino que existen de manera paralela, como una especie de sistema de trueque, similar al que describí en Barcelona. Entre la juventud, los estilos de vida también han empezado a moverse en nuevas direcciones, pues se ha producido un gran declive en el interés por bienes de lujo. Se trata de la llamada «generación satori», los jóvenes que prefieren mantener las cosas a pequeña escala, y que prefieren la sustentabilidad antes que el consumo. Muchos adultos jóvenes han comenzado a explorar carreras en agricultura rural, por ejemplo, y la Organización Japonesa de Migración Interna mantiene una página web que los ayuda a reubicarse en comunidades rurales, para comenzar a vivir de manera sustentable. Estos jóvenes han renunciado a la carrera frenética que es trabajar en Toyota o Mitsubishi para optar por «carreras» como pescadores, o fabricantes de mermelada, y las revistas japonesas ocasionalmente publican artículos sobre su involucramiento en agricultura orgánica, o artesanías, o cualquier cosa fuera del marco capitalista dominante. Entablé una discusión con un joven que no formaba parte de este movimiento, pero que me dijo que la generación de sus padres sí. Le parecía que el porcentaje de japoneses que había optado por la dirección alternativa era pequeño, pero que de todas maneras existía una gran red informal de personas que habían dado la espalda a la sociedad de consumo masiva. «Consideran que el capitalismo es un callejón sin salida», me dijo, «y que conforme continúa su desintegración, los estilos de vida alternativos serán cada vez más atractivos, así como necesarios»: un buen resumen de lo que yo llamo el Proceso Dual. Incluso al nivel oficial, desde el punto de vista ecológico, Japón tiene muchas cosas que operan a su favor. El mercado doméstico de energía solar alcanzó una cifra cercana a los 20 mil millones de dólares estadounidenses en 2013; y la «huella ecológica» de la nación, definida como la demanda energética por persona, es comparativamente pequeña. Mientras que Estados Unidos quedó en el quinto sitio de la lista elaborada por la Global Footprint Network en 2007, Japón se situó en el trigésimo sexto. Existe cierta conciencia, escribe Azby Brown en su libro, Just Enough: Lessons in Living Green from Traditional Japan [Lo suficiente: lecciones de una vida verde en el Japón tradicional], de que «la sociedad sustentable tendrá que venir, porque la alternativa es que ya no haya sociedad». En la misma línea, el crítico social James Howard Kunstler realizó una «predicción concluyente» hace algunos años:
Entonces, volviendo al siglo xxi, creo que podemos afirmar que conforme el capitalismo continúa deshilachándose en los márgenes, las alternativas —pienso por ejemplo en sistemas monetarios alternativos, o fuentes de energía alternativas— serán cada vez más atractivas, y les aseguro que el de 2008 no es el último colapso financiero que nos tocará presenciar.
Japón será la primera sociedad en optar conscientemente por dejar de ser una economía industrial avanzada. En realidad, no cuentan
con alguna otra opción aparente, pues no cuentan prácticamente con reservas de petróleo, gas o carbón, y han perdido su fe en la energía nuclear [por desgracia, no lo suficiente, pues incluso después de Fukushima continúan siendo esquizofrénicos al respecto]. Serán el primer país en entrar a un mundo hecho a mano. Antes de 1850 fueron muy buenos en ese tema, y tenían una cultura pre-industrial de gran calidad artística y gracia.
Ya veremos, el tiempo dirá. En El reencantamiento del mundo abogué por la importancia central de encontrar un nuevo paradigma para nuestra civilización. Treinta años después, en Las raíces del fracaso americano esbocé, de manera previsible, las razones por las que Estados Unidos fracasó, y dije que era principalmente porque a través de la historia americana marginamos o ignoramos a las voces que argumentaron en contra de la cultura dominante, basada en el oportunismo, en hacer todo a lo grande, en la expansión económica y tecnológica. Esta tradición alternativa se remonta desde John Smith en 1616, a Jimmy Carter en 1979, e incluye a gente como Emerson, Thoreau, Lewis Mumford, Jane Jacobs, Vance Packard y John Kenneth Galbraith, entre varios otros. En Inglaterra se encuentra particularmente asociada con John Ruskin y William Morris, quienes abogaron por la necesidad de establecer comunidades orgánicas con un sentido espiritual, a favor de trabajo que tuviera algún sentido, en lugar de la variante que embota la mente: ambos tuvieron una buena cantidad de discípulos estadounidenses. En The Approaching Great Tranformation [La gran transformación que viene], Joel Magnuson afirma que necesitamos modelos concretos para una economía post-carbón, mismos que rompan con el modelo capitalista basado en la ganancia, y no en un sentido cosmético o retórico. Ofrece un buen número de ejemplos encaminados en esta dirección, que yo denomino de economía de estado estacionario u homeostática: no-crecimiento, o de-crecimiento, como algunos lo han llamado. No me parece que necesariamente implique un regreso hacia algún tipo de feudalismo; en este sentido, considero que la historia se parece más a una espiral que a un círculo. Un peligro más inmediato es lo que ha sido llamado «lavado de cerebro verde», consistente en la adopción del lenguaje del movimiento ambientalista, al tiempo que se retiene el principio de expansión económica sin límites. Los apóstoles del capitalismo verde, como Al Gore o Thomas Friedman, se han enriquecido considerablemente mediante la repetición de este tipo de tonterías de moda; por su parte, mientras Magnuson recorría Estados Unidos para realizar su investigación,
Odunacam • Por Liniers
pudo constatar que había un buen número de empresas que se presentan como comprometidas con el medio ambiente y el servicio comunitario, pero que en realidad buscan acumulación de capital y poco más. Es un peligro contra el cual deberán estar atentos los verdaderos promotores del Proceso Dual. Permítanme concluir con una panorámica más amplia. De lo que se trata en última instancia no es tan sólo del capitalismo, sino de la modernidad en general: en realidad, del otoño de la edad moderna. Shadia Drury, quien tiene la Canada Research Chair in Social Justice en la Universidad de Regina, lo expresó de la siguiente manera: El incio y el declive de la modernidad son como los de cualquier otro conjunto de ideales políticos y culturales. En sus inicios, la modernidad albergaba elementos positivos y cautivadores. Era una revolución contra la autoridad de la Iglesia, sus tabúes, represiones, inquisiciones y quema de brujas. Era un renacer del espíritu humano —celebración de la vida, del conocimiento, de la individualidad, de la libertad y de los derechos humanos. Le legaba al hombre una disposición luminosa del mundo, y de sí mismo (…) Este nuevo espíritu alentó la investigación científica, la inventiva, el intercambio, el comercio y una explosión artística de gran esplendor. Pero como sucede con cada nuevo espíritu, la modernidad ha torcido el camino (…) La modernidad perdió la frescura y la inocencia de su promesa temprana, porque sus metas se volvieron pomposas, imposibles, e incluso perniciosas. En lugar de ser el símbolo de la libertad, independencia, justicia y derechos humanos, se ha convertido en el símbolo de la conquista, el colonialismo, la explotación y la destrucción de la Tierra.
En resumen, ha llegado su hora, y es nuestra suerte o desgracia, como dije con anterioridad, vivir durante el proceso de una transición mayúscula, sumamente difícil. Muere una vieja forma de vida, una nueva nace en algún momento. El Proceso Dual: es el único juego que queda a nuestra disposición. • Traducción de Eduardo Rabasa 1 El título en inglés es un juego de palabras, pues la autora sustituye prophets [profetas] en lugar de profits [ganancias], en la frase habitual The profits of capital [Las ganancias del capital]. (N. del A.) 2 Juego de palabras en referencia a que comúnmente en los países anglosajones se considera que la historia de Cristo es «La mejor historia jamás contada», es decir «The greatest story ever told», por lo que el autor lo modifica a «The greatest story ever sold». (N. del T.) 3 Edición en inglés: Neurotic Beauty. An Outsider Looks at Japan. Water Street Press, 2015.
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El Señor Cerdo
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l Señor Cerdo es un ser consagrado a exprimir de la vida tantas experiencias como sea posible, con el fin de convertirla en una gran e inigualable experiencia, con la que criaturas menos agraciadas que él jamás podrían siquiera soñar. Entre sus múltiples facetas, el Señor Cerdo es un foodie, pues cuenta con un paladar y un gusto tan exquisitos que no puede conformarse más que con degustar a cada oportunidad lo mejor que la vida puede ofrecerle a los de su estirpe. Por eso, el Señor Cerdo ve con agrado que su entorno cada vez va alcanzando más los estándares de vanguardia que él conoce desde hace tiempo, para, poco a poco, guiados por visionarios como el Señor Cerdo, ir dejando atrás las costumbres retrógradas que impiden realizar el potencial de la crème de la crème a la que pertenece el Señor Cerdo. Gustoso, el Señor Cerdo acudió a la inauguración del más reciente hotspot de comida gourmet, un mercado inaugurado por emprendedores como él, compuesto por locales de comida internacional, comida de autor, donde cada detalle ha sido cuidado para ofrecer a los comensales una experiencia única, incluido un renombrado dj que contribuye con su música a crear el mood adecuado para que la concurrencia pueda disfrutar de su comida y sus drinks, muy a menudo antes de salir de fiesta, o curándose al día siguiente los efectos de los excesos de la noche anterior. El Señor Cerdo efectuó su recorrido, dándose la oportunidad de probar unas deliciosas tostadas de pato con chutney de arándano y chile morita, puntuados por un aire de chocolate, crocante de mango y estratificación de frambuesa, acompañado todo por diversos cocteles estrambóticos, preparados por bartenders graduados de las
escuelas más exclusivas de Nueva York. A pesar de que todo parecía estar en su lugar, el instinto del Señor Cerdo le advirtió que algo estaba mal, hasta que, ¡claro!, se dio cuenta de lo que era: para redondear el concepto faltaba una cosa importantísima, y era asegurarse de que tanto la gente que atiende los puestos como los comensales con los que departía el Señor Cerdo fueran pura gente preciosa, Gente Como Uno, pues el Señor Cerdo se dio cuenta de que la experiencia culinaria podía perder cierta calidad por tener que ver los rasgos toscos de las cocineras, meseros y demás parafernalia destinada a servirlo. Incluso, razonó el Señor Cerdo, el nivel de atractivo visual de la concurrencia pudiera ser elevado considerablemente. Ni tardo ni perezoso, el Señor Cerdo resolvió proponerse como Pork Manager, colgarse una camarita al cuello y empezar a deambular por el gourmet food market grabándolo todo en tiempo real, colgándolo en la red en un live streaming, comentando todo lo que ve a su paso, a fin de poder evidenciar de manera indiscutible esas fallas en la belleza del entorno —pues el Señor Cerdo considera que la gente que atiende los puestos merece ser considerada tan importante como el mobiliario, faltaba más—. Con la cámara vigilante del Señor Cerdo encendida las veinticuatro horas, los demás foodies verán elevada la calidad del concepto, e incluso aquellos a quienes la cámara evidencie en toda su fealdad se sentirán ridiculizados, y solitos evitarán volver a transgredir un recinto diseñado exclusivamente para que el Señor Cerdo y los suyos continúen exprimiendo cada gota de pasión a esa experiencia tan maravillosa que son sus vidas. •
Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo
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n un mundo globalizado, plenamente interconectado en todo momento, los patrones de vanguardia deben estar atentos a las prácticas empresariales de los lugares más diversos, a fin de incorporarlas a su estrategia de negocios, y con ello conseguir incrementar siempre otro poco los beneficios de la empresa. Igualmente, como patrón deberás esforzarte para que tus empleados se encuentren al tanto de las innovaciones laborales que los conviertan en piezas más eficientes y competitivas del engranaje productivo de tu empresa. Entonces, puedes organizar programas de intercambio laboral, enviando a tus empleados más destacados a que realicen estancias prolongadas en el extranjero, de manera que vuelvan más preparados para afrontar los desafíos cotidianos. Una buena idea puede ser enviarlos a China, Bangladesh o Malasia para que trabajen en una fábrica-dormitorio como las que proliferan por esos lares, de modo que puedan contagiarse de la ética laboral de trabajar catorce horas al día, produciendo por un salario miserable los iPhones, iPads o cualesquiera otros juguetes tecnológicos que después serán vendidos en cantidades millonarias por todo el mundo, para ir a los dormitorios de la fábrica al concluir la jornada, y levantarse con espíritu emprendedor para repetir lo mismo al día siguiente. Asimismo, al convivir con sus contrapartes orientales, tus empleados entenderán lo que significa tener una mentalidad obediente, que no cuestiona el orden de cosas sino que lo toma como un hecho de la naturaleza, y cuando vuelvan de su intercambio curtidos por la oportunidad que les has brindado,
aprenderán a valorar más las libertades que les ofrece una situación de tanta libertad y privilegio como las que aquí se ofrecen. Adicionalmente, como por desgracia los recursos son limitados y no es posible brindarles a todos tus empleados la oportunidad de realizar dichos viajes de aprendizaje laboral, puedes llegar a un acuerdo con la fábrica que consideres que mantiene a sus trabajadores bajo un régimen más descarnado, de manera que te permitan instalar en sus instalaciones y sus dormitorios cámaras secretas, para que puedas transmitir a tus empleados en tiempo real las condiciones en las que, sin quejarse, laboran los empleados de por allá. De ese modo, al ver a los chinitos sudorosos ensamblando mecánicamente pieza tras pieza de los dispositivos tecnológicos, el resto de tus empleados entenderá la gran suerte con la que cuentan, y encararán sus obligaciones cotidianas con mayor alegría. Para añadir un toque de dramatismo al experimento, puedes pactar con algunos empleados orientales que finjan periódicamente colapsos por agotamiento, y que se queden tirados convulsionándose, con espuma saliéndoles de la boca, mientras los demás continúan trabajando sin inmutarse ante lo que ocurre a su alrededor. Con ese toque genial reforzarás la conciencia de los grandes privilegios con los que tus empleados cuentan, y cuidarán su trabajo como nunca, pues gracias a tu ingenio como patrón de avanzada se habrán dado cuenta de que, sin importar lo bajo que uno se encuentre, siempre existe la manera de que todo sea mucho, pero mucho peor. •
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Gustavo Martín Garzo
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Un dedo en
los labios
i pequeño, ¿estás ahí?, ¿me oyes?... Sí, lo sé, llevaba mucho tiempo sin venir a esta casa. No me atrevía a hacerlo, tenía miedo a los recuerdos, a ponerme a llorar al entrar. Y no quiero que me veas triste. Ya ves lo desordenado que está todo, no he querido que nadie entrara, que nadie tocara las cosas. Este lugar es sólo para ti, para estar juntos los dos. Es nuestra casa de madera. Por la mañana, al ir al trabajo, vi a una niña que se estaba columpiando. Era un columpio como este y me acordé de un sueño que tuve cuando estabas en el hospital. ¿Recuerdas que te dejé solo? Te encontrabas mejor y la enfermera se empeñó en que fuera a casa a descansar. Ahora sé que no debí hacerlo, que debí quedarme contigo como había hecho hasta entonces, pero ¿quién puede adivinar lo que va a suceder? En ese sueño estábamos en el canal, en aquel sitio al que tanto nos gustaba ir. Tú jugabas bajo los árboles y yo cerraba los ojos y me tumbaba a descansar en la hierba. De pronto oía una voz muy dulce que no sabía de dónde venía. Se había hecho de noche y tú no estabas a mi lado. Te buscaba cada vez más nerviosa. Una zarza estaba ardiendo junto al canal y me acercaba atraída por su luz. Las llamas iluminaban el cauce y tú estabas flotando en el agua cabeza abajo, como un niño ahogado. Me lanzaba en tu busca y te sacaba en mis brazos. Es extraño, pero no sentía miedo, como si se pudiera jugar con la muerte. Besaba entonces tus labios y abrías los ojos y me sonreías a la luz de aquella zarza que no dejaba de arder. Días antes, yo había visto una zarza así en un cuadro. Fue en un museo en el que entré para matar el tiempo mientras esperaba a que salieras del colegio. Una vez, había coincidido en ese mismo museo con la visita de una escuela. Los niños eran muy pequeños y su maestra, para que no dieran la lata, les había pedido que permanecieran con el dedo índice en sus labios mientras estaban allí. Me extrañó la seriedad con que los niños seguían las indicaciones de la maestra, y la forma tan concentrada con que miraban los cuadros a pesar de ser tan pequeños. Esa tarde reinaba en las salas del museo un silencio así, como si esos niños aún anduvieran por sus salas con el dedo en los labios. Oí el rumor de una voz y, al acercarme, vi a un grupo de turistas frente a un cuadro del Greco. No me gusta mucho el Greco porque me recuerda una historia muy triste de mi vida. Estaba en el primer curso de la facultad y empecé a salir con un compañero de clase. Estaba muy enamorado de mí y hacía todo lo que le pedía. Aquella entrega me abrumaba tanto que a veces me revolvía contra él y le trataba con crueldad. Una tarde se puso a acariciarme en una cafetería. Quería besarme pero yo le dije que no me apetecía en ese momento. Venga, por qué no, me repetía. Está bien, le dije harta de su insistencia. Acabábamos de estar en una librería, yo había visto un libro que deseaba tener y le pedí que lo fuera a robar. Sólo le estaba desafiando, pues era muy tímido y le creía incapaz de hacer algo así. Pero el chico se levantó, cruzó la calle sin dejar de mirarme y entró en la librería. Tardaba en salir, y la sola idea de que pudieran sorprenderle robando, hizo que
me sintiera la más malvada de la tierra. Pero no tardó en regresar con el libro bajo la camiseta Aquello no duró, y un par de semanas después aproveché un viaje que hicimos a Toledo para cortar con él. Paseábamos por un parque y recuerdo que, cuando se lo dije, lo aceptó mansamente. Seguimos paseando por la ciudad y, al pasar junto a la Casa del Greco, entramos a verla. Paseábamos frente a los cuadros cuando, al volverme, vi que el chico estaba llorando. Lo hacía de una manera silenciosa, como si no se diera cuenta de que las lágrimas corrían por su cara, como si no fuera dueño de esas lágrimas. Y yo fui tan cobarde que no me di por enterada y ni siquiera le consolé. Después de ese viaje, no volví a verle porque dejó de ir a clase y con el tiempo me olvidé de él. Luego me contarían que había dejado los estudios y regresado a su pueblo. Nunca supe si lo hizo o no por mi culpa, lo que durante mucho tiempo me torturó. Tal vez por eso siempre que veo un cuadro del Greco pienso en aquella visita a su Casa Museo en Toledo y en aquel chico llorando por mí. Pero esa tarde me detuve ante aquella Anunciación que una chica joven explicaba al grupo de turistas. Les habló de la Virgen, y cómo el cuadro reflejaba el momento en que ella aceptaba el encargo de Dios. Un cuerpo que no se oculta, que se ofrece, así era el cuerpo de María. Y, al decir aquello, la chica colocó sus manos como las tenía la Virgen en el cuadro. Hablaba de aquel cuadro como si tuviera que ver con su propia vida. Como si nos dijera: Esa Virgen soy yo. Luego señaló la zarza que estaba a los pies de la Virgen. Ardía sin consumirse, sin sufrir menoscabo alguno por el fuego, como le había pasado a María al concebir a Jesús. Aquella zarza era la zarza del sueño que te acabo de contar. La virgen era muy guapa, y su delicadeza contrastaba con el resto del cuadro, que me pareció vulgar. Arriba, entre nubes algodonosas había un grupo de ángeles tocando sus instrumentos y daba un poco de risa aquel barullo, al menos en un momento así. Es como cuando tú y yo estamos juntos en la cama. Tu me dices cosas al oído y yo te beso y te contesto con otras locuras. ¿Te gustaría que alguien nos oyera entonces, que nos estuviera viendo por el ojo de la cerradura, aunque fuera todo un montón de ángeles los que estuvieran colgados del techo? No, claro que no, eso te daría vergüenza porque lo que pasa en esos instantes sólo a nosotros pertenece. Un capullo de seda es lo que somos entonces los dos. Viví en un capullo así desde que me quede embarazada de ti. Me parecía que algo prodigioso me estaba pasando y a la vez tenía miedo de que todo pudiera terminar mal. Ese miedo se acentuó cuando naciste. Entonces, apenas podía vivir. Te miraba, tan pequeño, tan frágil, y me daban ganas de no salir de casa, de meterme contigo dentro de un armario para que nada pudiera dañarte. Una vez, cuando tenías sólo unos meses, una amiga que había tenido un niño casi al tiempo que yo, me invitó a su bautizo. Tu padre y yo no somos religiosos, y él se negó a ir porque no quería entrar en la iglesia y aguantar un nuevo sermón. De modo que fui yo sola contigo. El sacerdote no me gustó. Tenía allí a todas aquellas madres maravilladas y, en vez de decirles
algo amable que pudieran recordar siempre, se limitó a cumplir con la ceremonia de una manera fría y rutinaria. Y nada más terminar se puso a regañarlas diciéndoles que hicieran el favor de no quedarse en la iglesia con sus cámaras de fotos porque enseguida iba a haber una boda. Yo en ese tiempo estaba muy sensible y lloraba por cualquier cosa. En parte, porque ya habían empezado los problemas con tu padre; y en parte, porque, como te he dicho, estaba obsesionada con que en cualquier momento pudiera pasarte algo malo. Y me dio por pensar que tal vez había hecho mal en no haberte llevado en mis brazos a bautizar con los otros niños y que a lo mejor ahora estabas menos protegido que ellos. Ya ves qué locuras se me ocurrían entonces. Unos días después, le hablé a tu madrina laica, como ella se llamaba, de lo que había sentido en la iglesia. La tierra estaba llena de pequeños altares, ¿por qué iba a ser malo levantar uno más, aunque no sirviera de nada? Tu madrina no me contestó, pero volvimos a salir días después y, al pasar junto a una iglesia, va y me dice: ¿Sabes qué he pensado? Que vamos a bautizar a Daniel. Yo me reí y le dije que si estaba mal de la cabeza, pero ella me quitó el cochecito y entró decidida en la iglesia contigo. Me quedé un rato mirando la puerta de la iglesia. Unas palomas se posaron en su umbral. Se movían con los cuellos estirados, como señoritas que bajaran a enterarse de todo. ¿Habéis visto lo que va a hacer esa loca?, les dije a las palomas llena de felicidad. La iglesia estaba muy oscura y tardé en veros. Estabais junto a la pila de agua bendita y tu madrina te había cogido en sus brazos. Anda, me susurró, toma un poco de agua y échasela por la frente. E hice lo que me decía. El bautizo duró sólo un momento, porque vimos a un sacerdote mirándonos y salimos de allí muertas de risa. Pero luego esa noche, cuando me levanté para ver si estabas dormido, me pareciste más guapo que nunca. Siempre que bendices algo se vuelve más hermoso. Todo esto nunca se lo conté a tu padre. Es más, yo discutía a menudo con él por estos asuntos. Tu padre decía que la religión es una tontería y que sólo había producido desgracias y rencores. Y yo estaba de acuerdo con él, pero a la vez me parecía que esa no era toda la verdad. No creía en el alma, ni en la vida eterna, ni en Dios, ni en los ángeles, pero a la vez sentía pena por haber dejado de hacerlo. Sí, me di cuenta de que me hubiera gustado volver a creer en todas aquellas locuras por ti, para decirte que la vida no era tan mala como parecía. Poco antes de separarnos, tu padre y yo volvimos a tener una discusión muy fuerte por esto. Tu abuela, a la que tú adorabas, acababa de morirse y yo te dije que no te preocuparas porque estaba en el cielo y todas las noches te visitaba cuando dormías. Tu padre me echó la bronca por hablarte así. A los niños, me dijo, hay que decirles la verdad. Y se acercó a ti y te dijo que no había nada después de la muerte y que tu abuela, a partir de entonces, sólo viviría en nuestro recuerdo. Pero ¿quién se conforma con el recuerdo? Yo no podía decirte que la muerte es para siempre y que nunca más ibas a ver a tu abuela. No podía decirte que, en caso de morirnos uno de los dos, ya no íbamos a encontrarnos nunca. No podía decirte algo así. Era como ese último beso que te daba cuando dormías. También tu padre se reía de mí cuando, antes de acostarme, tenía que ir obligatoriamente a tu cuarto para dártelo. ¿Para qué le
besas, me dijo una vez, si ya está dormido y no se va a enterar? Es verdad, y sin embargo todas las madres lo hacen. ¿Sabes por qué? Porque con ese beso les dicen a sus hijos que nunca morirán. Así de loco es el amor, siempre anda prometiendo cosas que no se pueden cumplir. La zarza del Greco hablaba de aquellas promesas, y por eso aparecía en mi sueño. Fue esa zarza ardiente la que te salvó. Fue la luz que desprendían sus ramas la que iluminó al canal y, al ver tu cuerpecito flotando, me permitió sacarte del agua antes de que te ahogaras. Pero ¿por qué, tras aquel sueño en que te salvaba, tuvieron que llamarme del hospital para decirme que habías entrado en coma? Llegué en sólo unos minutos y cuando te vi estabas en aquella jaula de cristal, lleno de cables, y tu respiración era tan leve que si hubiera acercado una llamita a tus labios ni siquiera habría temblado. Y me acordé de aquel chico con quien me había portado tan mal y pensé, fíjate que extraño, que me hubiera gustado que estuviera a mi lado para consolarme. Sí, tenía que existir otra vida, una vida donde conseguir su perdón, una vida donde tú y yo pudiéramos volver a estar juntos y nada pudiera separarnos. ¿Por qué si no los hombres y las mujeres iban a inventarse todas aquellas historias? Historias de zarzas que ardían sin consumirse, de vírgenes que recibían a los ángeles, de chicos locos que robaban por amor, de madrinas que bautizaban a escondidas a los niños, de abuelas que desde el cielo velaban el sueño de sus nietos, de niños pequeños que recorrían las salas de los museos con un dedo en los labios... ¿Por qué todas aquellas locuras si todos estábamos condenados? ¿Por qué, dime? Tú que ahora estas allí, dentro de aquella cajita que llené de rosas, ¿por qué estás tan callado? Anda, no seas malo, dime algo. ¿No ves lo sola que estoy? •
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Limpiando la ciudad • Por dD&Ed
Nada más los escondemos un ratito y cuando acabe el partido los sacamos de nuevo.
Psycho Killer • Por Carlos Velázquez El quinto Ramone
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a historia del punk siempre acusó a Malcolm McLaren de usurpar el estilo de Richard Hell para diseñar la imagen de los Sex Pistols. A los ojos del punk norteamericano el movimiento inglés era por completo prefabricado. El recelo alrededor de Johnny Rotten, Sid Vicious, Steve Jones y compañía, fue experimentado sobre todo por los Ramones. Quienes consideraban que éstos y The Clash se volvían ricos emulándolos mientras ellos apenas si sobrevivían con su música. No importa que Q Magazine hubiera calificado a Never Mind the Bollocks como el álbum más influyente de los setenta. Para ellos eran basura. Marky Ramone (Marc Bell) fue un testigo privilegiado de la era. Desde que la Velvet Underground plantara la semilla de lo que sería el género, Marky eslabonaría la época al formar parte de los dos conjuntos más significativos de la historia norteamericana: The Voidoids & The Ramones. Marky Ramone lo escupe todo en Punk Rock Blitzkrieg. Mi vida en los Ramones (Cúpula, 2015). La biografía que lo ha embarcado en una gira mundial con su banda. Una de las diferencias palpables entre el punk gringo y el inglés es que uno es considerado una generación y otro un movimiento. La filosofía del primero contaba con un par de ideólogos a la altura de Žižek: Dee Dee Ramone y Richard Hell. El punk inglés pugnaba por el God Save the Queen, mientras que el gabacho hablaba de la alienación ontológica. «Blank Generation» se convirtió en el himno del punk. Pero a Richard Hell no le interesó abanderar a su especie e hizo agonizar a su banda, The Voidoids, hasta que murió. Sacaron un solo disco, lo mismo sucedería después con los Sex Pistols, antes de que se destruyeran. Hell era un auténtico alienado. Su prioridad era la heroína. Marky cuenta que se despeñaba en la bañera sin agua de su departamento por semanas a inyectarse. Cuando Marky se vio en un apuro económico, no podía pagar la renta, fue a pedirle ayuda a Hell, quien lo ignoró. Entonces renunció a la banda. Tiempo después sería contratado por los Ramones.
La biografía comienza con una anécdota totalmente Ramone. Dee Dee y él se dirigen en coche desde St. Pete a Miami Beach para ofrecer un concierto. Marky estaba sobrio. Cuatro años antes no había llegado a Columbus debido a sus problemas de alcoholismo y los Ramones cancelaron el concierto. Y lo habían expulsado de la banda. La historia estuvo a punto de repetirse. Dee Dee había conseguido incendiar el coche y lo abandonaron en la carretera. Un raite en la parte trasera de una camioneta les permitió llegar a tiempo. Así arranca un libro con varias de las mejores memorias del mundo de la música. De uno de los miembros de la que para muchos es la más grande banda de todos los tiempos. Y de uno de los bateristas más reconocidos de la historia. De todos los Ramones, sólo faltaba la versión de Marky. Que llegó el año pasado. Tres después de la muerte de Johnny. En Commnado, la biografía del guitarrista, cuenta su historia parcialmente. Aunque el libro es un documento invaluable, no retrata a fondo su personalidad. Que si podemos observar en las palabras de Marky. Quizá Punk Rock Blitzkrieg llevaba tiem-
po escrita. Y no fue hasta la muerte de Johnny que Marky se atrevió a publicarla. En parte porque de todos los Ramones, con el único que mantuvo una relación fue con el baterista. A pesar de que lo corrió de la banda. Aunque después lo volviera a contratar. Cuando Joey estaba enfermo de cáncer, Marky trató de convencer a Johnny de que lo fuera a visitar al hospital. Nunca lo consiguió. Pero Johnny si permitió que Marky tuviera contacto con él hasta el final. También murió de cáncer. Sólo Dee Dee moriría como una estrella de rock. De una sobredosis. Los Ramones no pagaban hotel, cuenta Marky. Era sólo una de las tantas manías de Johnny para hacerle ahorrar dinero a la banda. Eso y los lugares que debía ocupar cada uno en la camioneta de gira. Y las reglas que imponía Johnny siempre. Y el maltrato que le endilgaba a Joey. Y los desvaríos de Dee Dee. Y el trastorno obsesivo compulsivo de Joey (en una ocasión obligó a Monte, el chofer de la banda, a regresar al aeropuerto de ny sólo para que tocara el piso con el pie) son relatados por Marky con el cariño que significó ser miembro de la banda punk por excelencia. Donde narra sus andanzas por Alemania junto a Dee Dee en busca de reliquias nazis. Y en donde en un bar Dee Dee, que había crecido en Alemania, se pelea a palabras en alemán perfecto con unos habituales del lugar. Una historia dura, la de los Ramones, deja en claro la biografía de Marky. La banda no soportó más y se separó en 1993. Si hubieran aguantado más quizá habrían recogido todo lo cosechado durante décadas. Su gira de despedida, que incluyó Brasil y Argentina los situó en Latinoamérica como un evento equiparable a la Beatlemanía. Los adolescentes se tiraban a las ruedas de la camioneta que los transportaba al concierto. Los Ramones ingresaron al Salón de la Fama. Después Dee Dee se pasonearía de heroína. Marky por fin dejó de guardar silencio. El ciclo se ha cerrado. •
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El buzón de la prima Ignacia Buenas tardes doña señora Ignacia, Fíjese que soy un hombre cuarentón, pero todavía ejerzo la democracia, y pues la verdad es que la quincena que cobro como burócrata no me alcanza para desfogarme como quisiera. Entonces, desde hace un rato me compré a escondidas una muñeca inflable, y pues le puse sus chinos güeros, bien largos, y la maquillé para que se pareciera a la Andrea Legarreta, con esos labios bien carnosos, y entonces sí que le doy vuelo a mis fantasías cuando no hay nadie en la casa. Pero pus el otro día vi en el internet que se estaban burlando bien gacho de ella, y que me meto al YouTube a ver de qué se trataba. Y mire, no le voy a mentir, no le entendí bien, pero algo dijo de que el dólar estaba bien carísimo, pero que la culpa no era de nuestro gobierno sino de los chinos que nos hacen no sé qué a nuestra economía. Y fui corriendo a ver a mi muñeca y mis miedos se me cumplieron: tenía la etiqueta de «Made in China». Entonces me encuentro dividido entre mi amor por mi muñeca inflable de la Legarreta y no ser un vende patrias, así que dígame por favor, ¿qué me recomienda hacer? Anónimo
Señor don Anónimo: Mire, tampoco le vamos a pedir a usted que haga maravillas, porque pues ooooobvio que llegó medio tarde a la repartición de cerebros. Así que no me voy a poner aquí a explicarle las cosas de la economía y todo eso porque ni al caso. Lo que sí no le voy a permitir es que ande difamando a una mujer triunfadora, profesional y valiente como Andrea Legarreta. Y ya que trabaja en el gobierno federal, pues más bien reclámele a sus jefes: o sea, ¿qué cuando le pagaron a Televisa para que les hiciera ese anunciote dizque disfrazado de opinión, no se les ocurrió que mejor fuera el Raúl Araiza el que diera la explicación tan complicadota? A mi pobre Andreita no me la hagan repetir esas cosas, que ya bastante tiene con darnos consejos de belleza y sobre cómo ser mejores amas de casa. O sea, ¿qué no vieron películas como Tango y Cash o todas esas donde viene la vieja rutina del good cop-bad cop? Si hasta para dar chayote hay que echarle un poco de cabeza: hubieran quemado al Raúl Araiza explicando esas cosas de la economía, y ya cuando todos los televidentes odiaran a los chinitos porque nos están haciendo que los iPods y todo lo que viene del gabacho vayan a estar más caros, entonces entraba a cuadro Andreita, bien reluciente y mona como siempre, y hacía que se nos olvidaran todos los males de la economía con algún refrán de autoayuda o algo así. O ya de perdis hubieran puesto a explicarlo al Esteban Arce, y con tantita suerte le entraba una de sus furias contra los mariconcitos o los mariguanos y, lo mismo, desviaba la atención pero se nos quedaba grabado el mensaje subliminal. Lo que no se vale es exponer a la Andreita al ridículo social, que seguro la tiene súper depre. Así que mejor cámbiele el disfraz a su muñeca y hágala que se parezca a uno de los altos funcionarios que pensaron en esa estrategia, y pues ora sí que a ver a dónde lo llevan sus instintos. Quién quita y le pasa como al señor ese de El callejón de los milagros y descubre ya más grande que su verdadera vocación estaba por otro lado. ¡Allá usted y sus perversioneeeeees!
Hazle una pregunta a la prima Ignacia. Si tienes la suerte de que en su infinita sabiduría la seleccione como la mejor del mes, recibirás gratis en tu domicilio el libro de tu preferencia de Sexto Piso.
Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).
Querida Igni, O sea, estoy súper indignado con una bola de mugrosos, nacos, léperos que no sabes lo que me hicieron: o sea, fíjate nada más para que me entiendas. El otro día uno de mis super best friends, el Peps, presentó su nueva colección de ropa para hombres, porque él sí entiende que los hombres también necesitamos vernos y sentirnos bien. Además yo mismito he comprobado que a las niñas bien también les gusta que nosotros como hombres le echemos ganitas a nuestra apariencia. Bueno, para no quitarte tu tiempo, el caso es que la nueva colección se basaba en puros outfits inspirados en distintos modelos militares de ejércitos de muchos países y épocas. O sea, el Peps es un genio, no me digas que no. Pues el caso es que me gasté un dineral en un saquito como camuflado pero súper inn, y lo guardé para una cita con una niña muy especial. Y cuando iba por ella había una manifestación porque no sé qué le hicieron a unos de la plebe, y cuando me vieron con mi outfit sport-militar se pusieron como locos y zarandearon mi carrazo y me alcanzaron a aventar agua y escupitajos y una cosa como pegajosa que, obvio, me arruinó el saco, el mood, la cita y todo. O sea, muero de coraje, prima, ¿sí me entiendes, verdad? Giulio Blumrosen
Querido Giulio, Aaaaaaaaay, me vas a hacer gastar más en el tinte para ocultar las canas que me sacan los mensajes de niñatos tontos como tú. O sea, si siguen así, voy a tener que fundar el Partido Para la Defensa de las Clases Superiores y la Gente Decente (ppdcsgd), para defendernos del peligro que representan los mirreyes, que están taaaaaan desconectados de la realidad que nos van a echar a perder la fiesta a los demás que vivimos tan a gusto en la burbuja. O sea, ¿qué no ven que ya la tenemos increíble en este país? ¿Sí has ido a países más civilizados? Hellooooooo, ahí no encuentras en el súper al monito que te carga las bolsas por cinco pesos, ni puedes tener dos muchachas de planta que te laven, planchen, cocinen y aguanten tus humores por un salario miserable, ni tienes un jardinero al que… mira, para qué le sigo. De verdad, ¿para qué le andan tentando a la suerte todo el tiempo? Dime una cosa por curiosidad, el tal Peps ese, ¿ha leído siquiera un día las noticias en internet? ¿De verdad de verdad de verdad me estás diciendo que hizo una colección de ropa para hombres inspirada en uniformes militares? ¿Ahorita? ¿En México? Aaaaaaaaaaay, me va a dar algo, me va a dar. Ahora sí me van a oír y se van a acordar de mí:* * [Nota de la redacción: si bien Reporte sp no se hace responsable de las opiniones de sus colaboradores, por respeto a nuestros lectores y anunciantes no puede reproducir el resto de la colaboración de la señorita Ignacia. Esperamos su comprensión, y los invitamos a seguirla leyendo en el siguiente número, si acaso nuestra columnista ha recuperado la compostura, pues de lo contrario nos veremos obligados a prescindir de sus servicios. Atte. La redacción de Reporte sp.]
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Las relaciones peligrosas
Esta temporada
Alejandra Acosta, Choderlos de Laclos • Sexto Piso
Reporte SP
«Una obra epistolar única de la galantería, la perfidia y el refinamiento de la manipulación».
te recomienda
Winston Manrique, El País
Aún queda mucho por decir
Luna llena y otros cuentos
Rose Ausländer • Sexto Piso
Yasushi Inoue • Sexto Piso
«La poesía escrita por los supervivientes del Holocausto, como búsqueda de un lenguaje no contaminado, como intento de guardar la memoria del sufrimiento, supone uno de los más altos retos de la creación literaria».
«La inmensa obra de Yasushi Inoue lo ha convertido en uno de los autores más célebres de Japón». Janice P. Nimura, The New York Times
Cecilia Dreymüller
Después de Mao. Narrativa china actual
Manual para la vida feliz
VV.AA • Adriana Hidalgo editora
Epicteto se dirige al lector con un tú tan cercano y directo que no podemos dejar de sentirnos interpelados. Las reflexiones y máximas que se van desgranando se mantienen siempre pegadas a la realidad de la existencia, para conformar un modelo filosófico de conducta cotidiana en pos de una vida feliz y serena.
Epicteto – Pierre Hadot • Errata Naturae
«Relatos de una calidad homogénea, con toques de viñetas que, desde ambientes rurales y urbanos, sondean los tópicos de la realidad china contemporánea». Revista Ñ. Clarín
Europa en ruinas
Mostrología del cine mexicano
Hans Magnus Enzensberger • Capitán Swing
VV.AA • La Caja de Cerillos – Conaculta
Leemos en estas páginas retratos en carne viva de unas sociedades europeas desahuciadas, deshumanizadas. Cada uno escrito con el estilo y la calidad propios de quien las firma, mantienen en su conjunto más de un elemento en común: prescinden de hacer propaganda del panorama reinante, así como obvian cualquier género de sentimentalismo en la narración, no importa el horror descrito.
Los autores de este libro, mostrólogos profesionales llamados a revelar los arcanos del cine nacional, presentan en estas páginas la primera guía mitológica de las especies y variantes de mostros del cine mexicano.
La filosofía de la Generación Beat y otros escritos
Poema a tres voces de Minase. Renga
Jack Kerouac • Caja Negra editora
«Los versos de este poema escrito en el siglo xv tenían un objetivo concreto: constituyen una ofrenda litúrgica a un templo ya en ruinas, pero que en su tiempo alcanzó esplendor político y cultural, al amparo de la aristocracia japonesa del momento».
«Si existía algo que pudiera llamarse “filosofía” de la Generación Beat, Kerouac era el único en condiciones de formularla. La Generación Beat fue acaso la generación de un hombre solo, el propio Kerouac, ángel profano, que no quería pertenecer a ninguna generación».
Shôchô, Shôhaku, Sôgi • Sexto Piso
Alejandro Serrano
El Cultural
Lady Macbeth de Mtsensk
Shakey. La biografía de Neil Young
Nikolái Leskov • Nórdica Libros
Jimmy McDonough • Contra Ediciones
«Leer sus libros es la mejor manera de sentir y comprender Rusia, con todo lo que tiene de bueno y de malo, y de observar con absoluta nitidez al hombre ruso».
«Tan incontrolable, testarudo, apasionado y en última instancia adorable como el propio Young… Un exasperante y fascinante retrato de un esquivo inconformista… Un caos glorioso».
Maksim Gorki
San Francisco Chronicle Book Review