Reporte SP Abril 2016. Número 20

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Reporte sp Número 20 • Abril de 2016

Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso





Índice La apariencia de la apariencia  |  6 Eduardo Rabasa

Formar una verdadera alianza en contra del Estado Islámico  |  9 Jon Lee Anderson

Las veces / Avenida Aquí  |  11 Silvia Terrón

Contribución a la historia universal de la ignominia  |  13 Gestos incomprensibles dentro de una bolsa de plástico transparente  |  14

Instrucciones a los patrones  |  23 Johnny Raudo

Protágoras, los niños y la democracia|  24 César Rendueles

Cartón | 25 dD&Ed

Psycho Killer  |  27 Carlos Velázquez

Caligrafía + soporte  |  28 Verónica Gerber Bicecci

Odunacam | 29

Mario Bellatin

Liniers

El Señor Cerdo  |  23

El buzón de la prima Ignacia  |  31

Reporte SP • Año 3 • Número 20 • Abril de 2016 • Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso • www.sextopiso.mx Impresión: Offset Rebosán • Editores: Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe Rosete, Rebeca Martínez • Diseño y formación: donDani Portada: ilustración de Las relaciones peligrosas, de Choderlos de Laclos y Alejandra Acosta (Sexto Piso, 2016).

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Recomendación de los editores

La apariencia de

Eduardo Rabasa

la apariencia U

no de los rasgos de las sociedades latinoamericanas que más seduce —y desquicia— a los observadores externos a ellas consiste en que las reglas socioculturales que más o menos las estructuran parecen estar determinadas por cualquier tipo de criterios menos los racionales. Así, donde en otras sociedades las distinciones, jerarquías, posibilidades de movilidad y varios elementos más pueden explicarse con relativa precisión a partir de razones hasta cierto punto previsibles, en la realidad latinoamericana pareciera primar una insondable mezcla de tradición, arbitrio, azar, que si bien para sus habitantes se convierte en un código habitual, no por ello deja de ser extremadamente pintoresco, así como por momentos brutal y cruel, en particular para la inmensa mayoría que desde hace siglos ocupa los estratos inferiores de dicho (des)orden. Es, en suma, como si todos estuviéramos viviendo al interior de una gigantesca telenovela, donde la parodia y lo rocambolesco se han instaurado irremediablemente como norma cotidiana. Quizá por ello buena parte de la narrativa de la región tiene una propensión a lo barroco, una vocación estilística recargada, en ocasiones un tanto impenetrable, correlato literario de una realidad atiborrada de elementos disfuncionales. En ese sentido, la escritura del colombiano Juan Cárdenas resulta bastante atípica, pues además de desplegarse principalmente a través de una elegancia bastante límpida, incorpora otro elemento decisivo, que tampoco puede considerarse como uno de los rasgos habituales, hablando en términos generales, de la tradición literaria circundante: un humor ácido que lo emparenta con escritores tan particulares como César Aira, o incluso con algunos libros de Mario Bellatin. ***

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Ornamento, su más reciente novela, cuenta la historia de un científico que trabaja en el laboratorio de una compañía farmacéutica, que realiza un experimento con cuatro jóvenes hasta encontrar la droga perfecta, exclusiva para mujeres, una pastilla que, en palabras de una de ellas, la número 4: «Es una droga peligrosa porque te da lo que necesitas, siempre, una droga inteligente que suple las necesidades, satisface los deseos. Puede hacer feliz a cualquiera. Y no deja ningún efecto secundario, ni dolor de cabeza, nada».

Tan pronto la droga es lanzada al mercado se vende por millares, pues además su precio es accesible, por lo que mujeres de todas las capas sociales se lanzan a comprar esa promesa de felicidad instantánea. Como bien dice el protagonista, sus alcances son tales que promete incluso materializar la utopía consumista en donde el bienestar tiene precio, se vende en la farmacia de la esquina, y se encuentra disponible al menos para la mitad de la población: «Y si es cierto que mi nueva droga no conoce distingos de clase, nivel adquisitivo o educativo entre las consumidoras, eso quiere decir que es posible una cierta idea de democracia basada en el consumo». La mujer del científico es una renombrada artista conceptual que cuestiona la noción misma de obra: «No hay obras. Apenas una materia sutil insuflada de materialidad, o sea de movimiento, a partir de un gesto elemental vaciado de cualquier significado, a veces incluso una pieza se confunde con la siguiente (…) Se trata de una inacción, de un negarse a hacer. Un palito, un hilo, un retazo de un solo color». Cuando su marido lleva a número 4 a la inauguración de su más reciente exposición, comienza una tórrida relación a tres bandas que llevará a número 4 a vivir con ellos felizmente durante una temporada de desenfreno erótico, puntuado por la droga que mantiene a ambas mujeres en una especie de éxtasis perpetuo. A partir de ese momento, fiel a su inquebrantable vocación paródica, Juan Cárdenas comienza a anudar en torno a sus personajes el hilo de la fatalidad en la que se encuentran trenzados de manera irremediable. *** En una de sus múltiples lecturas posibles, Ornamento es una novela sobre la imposibilidad. Al apoyarse en periódicas descripciones del desigual entorno urbano en el que se desarrolla la trama —«Una hora después el taxi sube por una cuesta muy empinada, hacia uno de esos barrios que queda encaramado en la ladera de los cerros orientales, un solo apretuje de casas viejas y ruinas habitadas por eso que mi padre llamaba la guacherna y que yo solía imaginarme como un espanto o una criatura fabulosa»—, Cárdenas parecería sugerir que ante un trasfondo tan desolado las cosas no podrían —no pueden— ser de otra manera, pero su maestría consiste en llevarnos como lectores a la zona más profunda de los límites de los anhelos de cada


uno de los personajes, con lo cual cada nueva decepción adquiere un talante más devastador. De ese modo, la creación de una droga tan maravillosa vuelve inviable su consumo, pues genera hordas de mujeres armadas con palos y machetes, dispuestas a saquear los depósitos con tal de procurarse siempre una nueva dosis más. Pero ya no hay vuelta a la inocencia original, pues una vez que conocen su existencia, la falta de la droga incrementa exponencialmente la grisura de la realidad cotidiana. Mención particular merece la mujer a la que durante toda la novela conocemos únicamente como número 4, que me parece de lejos el personaje más fascinante, entrañable y complejo de los que pueblan Ornamento. Desde sus primeras pruebas con la droga, número 4 se embarca en unos delirantes monólogos mediante los cuales conocemos que es la hija de una mujer obsesionada con su belleza, que se ha hecho tantas cirugías como es posible, de modo que incluso en su edad madura sigue pareciendo una muñeca (y que se ha empeñado en endilgarle desde pequeña a su hija la misma condena vitalicia). Número 4 debe untarle una crema para combatir los efectos secundarios en la piel, producidos por una de sus operaciones, y en uno de esos delirios inducidos por la droga, fantasea con ir borrando a su madre conforme va untándole la crema, deteniéndose cuando la madre es pura boca —«La boca habla: no pare, qué rico, me gusta, únteme más cremita, no sea mala»—, en una escena que recuerda a aquella de El maestro y margarita en donde las artes negras de Voland convierten a un hombre tan sólo en un traje parlanchín que continúa diligente con las labores de su oficina. En algún momento nos enteramos de que la madre-muñeca inició sexualmente a número 4 cuando tenía 14 años, ofreciéndosela a su marido, es decir, el padrastro de la chica —«Mi madre propició el encuentro, me dijo que debía prepararme para ser una mujer de verdad, ella misma le mintió a mi padre para que el hombre engominado pudiera llevarme a su casa»—: en un brillante monólogo, número 4 narra con parsimonia el efecto acumulado de tantos preceptos y exigencias maternas que la destinaran a convertirse en una copia, siempre inferior, de su propia madre. En un gesto que pareciera reivindicar a todas las mujeres que han sido educadas para ser un trofeo codiciado, cuya vida consistiera en aparecer lo más deseable posible para atraer al mejor postor, número 4 llevará al límite el deseo de su madre, fusionando sus personas y sus destinos como una espeluznante consecuencia lógica de toda la violencia recibida bajo el nombre de educación, a lo largo de una vida entera. Con el gesto

radical de número 4, Cárdenas pareciera indicar que no existe otra manera de romper el destino cíclico de las élites latinoamericanas, que transmiten de generación en generación las normas de conducta que aseguran la conservación a perpetuidad de su posición privilegiada, en sociedades estructuradas a partir de sus ingentes desigualdades. Y quizá la mayor imposibilidad de todas, la que funciona como bisagra que le da cohesión a las demás, sea la del protagonista, quien vive el dilema de poseer una conciencia demasiado lúcida como para darse cuenta de que su existencia es un gran callejón sin salida que se topa con pared en múltiples direcciones, aparejada con una voluntad lo suficientemente plastificada como para dejarse llevar por la comodidad de una vida de estatus y privilegios. En esta novela, narrada por un personaje que se contenta con encogerse de hombros ante los giros que la enrevesada realidad le depara a cada vuelta, Juan Cárdenas nos ofrece una visión de conjunto potente, íntima, descabellada e implacable, de un fragmento caótico dentro de ese todo más caótico llamado América Latina, donde los distintos tipos de ornamento se han incrustado a tal grado bajo la piel de los habitantes que deciden el destino colectivo, que resulta ya imposible saber dónde comienza la apariencia y dónde lo que en teoría debería encontrarse debajo de ella. •

En un gesto que pareciera reivindicar a todas las mujeres que han sido educadas para ser un trofeo codiciado, cuya vida consistiera en aparecer lo más deseable posible para atraer al mejor postor, número 4 llevará al límite el deseo de su madre, fusionando sus personas y sus destinos como una espeluznante consecuencia lógica de toda la violencia recibida bajo el nombre de educación, a lo largo de una vida entera.

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Ornamento Juan Cárdenas Periférica • 2015 • 176 páginas

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CARTELERA

SECRETARÍA DE CULTURA CDMX CONVOCATORIAS 2016


Formar una verdadera alianza en contra del

Estado Islámico Jon Lee Anderson

H

ace diez años, en La Habana, acudí a una conferencia sobre el problema del terrorismo, organizada y dirigida por Fidel Castro. Asistieron varias de las luminarias vivientes de la izquierda latinoamericana —incluidos varios afamados guerrilleros marxistas—, y durante tres días pronunciaron discursos apasionados, que en su mayoría vilipendiaban a los Estados Unidos. Acusaban a la potencia de haber patrocinado el terrorismo durante años, tanto en contra de ellos como en contra de la nación anfitriona, Cuba. Sobra decir que la conferencia fue la forma elegida por Castro para pintarle dedo en la cara a la «guerra contra el terror» declarada por George W. Bush. En ese momento, la impopular guerra de Irak se encontraba en un sangriento impasse. Una de las conferencistas, una mujer que formó parte del movimiento por los derechos humanos en Argentina, país en el que líderes militares respaldados por Estados Unidos libraron lo que se conocía como la guerra sucia en contra de su propia población, execró a los Estados Unidos por un sinnúmero de supuestos crímenes. Terminó su intervención con un saludo dirigido hacia la insurgencia iraquí. El público le brindó un gran aplauso. Durante esos años realicé trabajo periodístico desde Irak para el New Yorker, así que pude apreciar la crueldad de los extremistas sectarios del lugar, que resultaba imposible de comprender para la gente que conceptualizaba el mundo en las viejas categorías de izquierda y derecha. Me pregunté si la conferencista realmente pensaba que valía la pena ensalzar a los insurgentes iraquíes por el solo hecho de que estaban luchando contra los americanos. Lejos de sentir afinidad hacia ella, varios combatientes islamistas iraquíes la habrían ejecutado gustosos, tanto por el hecho de no ser musulmana, así como por ser una mujer con una vida pública. De manera similar, aferrarse a ciertas categorías políticas ha distorsionado los debates que ocurren actualmente en Occidente sobre los problemas de Medio Oriente, sobre el Islam y sobre el terrorismo. Los líderes de opinión de derecha advierten a su público sobre la amenaza a la seguridad que representan los refugiados; en cambio, los de izquierda advierten sobre el surgimiento del Estado de vigilancia. Donald Trump, tan torpe y tan bocón como siempre, nos incita a que simplemente mantengamos fuera de Estados Unidos a los musulmanes, un plan impracticable que únicamente sirve para inspirar a terroristas potenciales.

Pero los ataques ocurridos en París a finales del año pasado parecen haber puesto un alto a la disputa retórica. Lo de París dejó estupefacto a todo el mundo, a causa de su brutalidad indiscriminada. Los atacantes mataron a todo el que pudieron —mujeres, niños, ancianos, occidentales de todas las razas, naciones y credos, así como a musulmanes, también—, con el objetivo de sembrar el terror masivo. Ese terror masivo obedece a un propósito específico: crear las condiciones para librar una gran guerra de dominación global, que el Estado Islámico está convencido de que ganará. Fue un recordatorio, si es que hiciera falta, de la abominable agresividad de dicho grupo, que comenzó en la guerra de Siria. El aparato mediático del Estado Islámico ha hecho públicas una serie de crueldades de un gran sadismo: rehenes occidentales decapitados frente a las cámaras de video; soldados sirios e iraquíes hechos prisioneros, principalmente shiitas, asesinados a tiros de manera masiva, ahogados en jaulas especialmente construidas para ello, o quemados vivos. Uno tras otro, algunos de los tesoros arqueológicos más antiguos del mundo, incluidos los de Nimrud, Hatra y Palmira, han sido destruidos voluntariamente; la esclavitud sexual de las mujeres capturadas ha sido presumida con estridencia; homosexuales han sido arrojados hacia una muerte agonizante desde el techo de edificios que no son lo suficientemente altos como para causar una muerte instantánea. En la caótica Libia post-Gadafi, el Estado Islámico ha perpetrado ejecuciones masivas de migrantes egipcios y etíopes, asesinados simplemente por ser cristianos.

Me pregunté si la conferencista realmente pensaba que valía la pena ensalzar a los insurgentes iraquíes por el solo hecho de que estaban luchando contra los americanos. Lejos de sentir afinidad hacia ella, varios combatientes islamistas iraquíes la habrían ejecutado gustosos, tanto por el hecho de no ser musulmana, así como por ser una mujer con una vida pública.

*** Hasta este momento, la mayor parte de la violencia en Occidente se había producido a pequeña escala, pero los atentados de París demostraron que el Estado Islámico tiene la intención, y el potencial, de incrementar sus operaciones fuera de su territorio. De hecho, el día anterior a los ataques de París, militantes del Estado Islámico detonaron bombas en Beirut, asesinando por lo menos a 43 civiles. Dos

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10 semanas antes, un avión de pasajeros ruso que volaba sobre Sharm el-Sheikh estalló en el aire, matando a más de doscientos pasajeros. La masacre de San Bernardino añadió otro perturbador capítulo a la tendencia de ataques extremistas. Nos encontramos frente a una guerra que nos involucra a todos. Es casi estéril repartir culpas por el surgimiento del Estado Islámico. Hay demasiados actores responsables. La entidad surgió en el vacío que dejaron las desastrosas guerras de Bush en Afganistán e Irak, así como por la insuficiente respuesta de Obama ante la Primavera Árabe, y a su fracaso en derrocar a Assad. Rusia también tiene un historial negro en la región: su sangrienta expedición en Afganistán en la década de 1980 proporcionó a los yihadistas por primera vez la experiencia de obtener éxitos en el campo de batalla contra una superpotencia. Y varios gobiernos árabes, quizá principalmente el de Arabia Saudita, han apoyado el extremismo en aras de sus propios intereses. En la actualidad, la lista de combatientes contra el Estado Islámico es igualmente larga. Putin ha lanzado a Rusia a la guerra en una escala sin precedentes. Aviones de guerra franceses y rusos coordinaron bombardeos de Raqqa y otros objetivos, mismo caso de los aviones americanos. El Reino Unido se les unió hace unos pocos meses. Contrario a su habitual reticencia para emplear la fuerza, Barack Obama también ha ordenado ataques contra los convoyes petroleros del Estado Islámico, que son una fuente de ingresos crucial para su maquinaria bélica. En el terreno, la guerra es librada por tropas kurdas, iraníes e iraquíes, turcas e incluso sirias, así como por una variopinta configuración de rebeldes sirios que no pertenecen al Estado Islámico. Los americanos, rusos y otros países europeos también han enviado fuerzas especiales. Esta caótica ofensiva es, en el mejor de los casos, confusa, en el peor, peligrosa. Conforme Rusia y las potencias occidentales hacen frente a la depredación del Estado Islámico, deben tener en cuenta lo necesario de una estrategia común. Si no dan forma conjunta al campo de batalla, el Estado Islámico continuará a la vanguardia. El Estado Islámico se ha asentado con gran astucia en ciudades —Raqqa, en Siria; Mosul, Fallujah y Ramadi, en Irak; Derna y Sirte, en Libia— donde campañas de bombardeo a gran escala son prácticamente impensables. Para conseguir devolver estos sitios a su ciudadanía, así como para arrebatar al Estado Islámico el territorio que denomina su «califato», se hará necesario el despliegue de tropas terrestres por parte de varios países, incluidos Rusia y Estados Unidos. (En diciembre, finalmente, un conjunto de tropas iraquíes —con nutrido apoyo aéreo norteamericano— arrebataron la ciudad de Ramadi al Estado Islámico. Pero es necesario hacer mucho más). La alianza que se requiere no será armónica. La relación entre Obama y Putin dista de ser cordial, igual que la relación entre Obama y el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Es de presumirse que exista la misma animadversión entre el resto de los líderes. Además, ninguno de los actores que hacen frente al Estado Islámico puede considerarse un modelo de liderazgo. Putin dirige un Estado de seguridad cleptocrático, promueve la desestabilización de sus vecinos europeos, suprime la libre expresión en casa, y ha utilizado su poder para mantener a Assad en su cargo. El presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, en aras de avanzar sus propias ambiciones regionales, ayu-

dó a alentar la rebelión en Siria, permitiendo a innumerables voluntarios al servicio del Estado Islámico que utilizaran Turquía como su punto de ingreso, así como de descanso y recuperación. Obama ha vacilado durante años en ofrecer ayuda a los rebeldes. La Unión Europea, la otan y las Naciones Unidas se han comportado como torpes burocracias. Pero no olvidemos que la gran alianza de la Segunda Guerra Mundial distó fuertemente de ser una reunión amistosa; Stalin, Churchill y Roosevelt encarnaban visiones del mundo radicalmente distintas. Unieron fuerzas para mantener a raya a Hitler, quien ascendió al poder en una Europa debilitada por la guerra prolongada, la vacilación política y la incertidumbre económica. Al final prevalecieron, introduciendo el orden mundial en el que, con todas sus fallas, hemos vivido desde entonces. Una parte de ese orden ha sido una idea de tolerancia internacionalista: exactamente aquello a lo que se opone el Estado Islámico. Los propios líderes europeos han estado muy alejados de la defensa de este ideal. Pero si desean combatir el extremismo islámico, habrán de asegurarse de que sus esfuerzos sean respaldados por los moderados que componen la gran mayoría de las comunidades musulmanes al interior de sus países. Algunos pasos fundamentales consistirían en prevenir la violencia en contra de éstos, evitar el acoso por parte de los europeos no musulmanes, así como oponerse a figuras como Trump, que abiertamente fomentan el odio sectario. El Estado Islámico espera que se produzca una serie de actos de venganza en respuesta a sus ataques terroristas, razón por la cual la tradición occidental moderna de la tolerancia es más importante que nunca. Los musulmanes europeos y americanos, así como los migrantes de Medio Oriente, pueden jugar un papel importante, también en el repudio del extremismo al interior de sus comunidades. Si bien las protestas cibernéticas como la denominada #NotInMyName pueden ser bastante útiles, el momento actual permite una gran oportunidad para que tenga lugar un gran debate al interior de la comunidad musulmana sobre el papel adecuado del Islam en una sociedad internacional. La necesidad de una discusión integral, abierta, se ha vuelto más urgente que nunca. Es difícil sobrestimar el efecto que podría tener el que los académicos religiosos aceptaran condenar conjuntamente las interpretaciones incendiarias de la yihad. Así que posiblemente sea la hora de que converjan los intereses de gente que hasta el momento se ha definido por sus intereses contrapuestos. Esto incluye a Obama, a Putin, a François Hollande, a David Cameron, a Erdoğan, a Netanyahu e incluso, a pesar de sus protestas, al ayatola Jamenei de Irán, junto con el líder egipcio Abdel Fattah el-Sisi, así como los líderes de varios países árabes. El mismo Assad puede ser, nuevamente, un aliado de facto, si bien en términos limitados y con compromisos claros. Ya estamos luchando contra un enemigo común. Es mucho más probable que una coalición cohesiva produzca un mejor resultado, y ello sin mencionar también una conducta más comedida en el campo de combate. Y quizá, si se concreta esta novedosa alianza, estos líderes pudieran reparar los puntos más crispados de sus relaciones, y juntos originar un nuevo acuerdo para un orden mundial. • Traducción de Eduardo Rabasa

Ya estamos luchando contra un enemigo común. Es mucho más probable que una coalición cohesiva produzca un mejor resultado, y ello sin mencionar también una conducta más comedida en el campo de combate.


Las veces Lo que se puede reproducir sobra. Las moscas tras el cristal, la mirada cerrada y dispuesta, el plato en la mesa. Si cada vez no es única mejor descansar, dejar que la voz se pierda en el desierto. Replegarnos. Con que seamos nuestra mitad ya es bastante, modulando el calor con la mano que espera. Hay cosas decididamente presentes, un corazón de distancia que anula el tiempo de las frases. Pero esa mitad ha de ser de fuego: el lugar de combustión del silencio. En esa porción de nosotros el corazón bombea más hondo: lo otro se vuelve nuestro, nos respira. Y sabemos de dónde vendrá el reflejo de faro, la siguiente luz encadenada para la que cada barco cuenta.

Esta luz es distinta, se sabe coronada de presencia, guiada por los magnéticos juegos de lo iluminado. Pero todas llegan, todas nos alcanzan y nos miran sabiendo lo oscuro del camino el dolor de la diferencia y lo imposible de abrir la boca y hablarse.

Silvia Terrón

Avenida

Aquí Existen los giros, las veces, las esquinas imposibles de doblar. La sorpresa es encontrar que todo es plano: o, más aún, un único punto, una dimensión en la que la distancia es imposible. Y para no caer en lo desvivido nos sentamos a esperar que algo crezca desde otro punto y nos alcance. Vivir es esperar ramas.

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o o o oto to t t t t t t t t t t u u u u u u z z z z z z n n n n n n a a a a a a m m m m im im i i ri ri r r r r u u u u u u k k k k k k u u u u u u r r r r r r k k k k k k i i i i i i u u u u u u m m m m m m r r r r ir ir i i i i a a a a a a n n n n n n m m m m m m z z z z zn a zn a n a n a n a n a u u u uz uz u z z z z tu t tu tt u tt u t u t u t t t t tt t tt t t t o o o o o

k u r i m a n z u t t o u k u r i m a n z u t t o t r u k u r i m a n z u t t o t t i r u k u r i m a n z u t t ou t t m i r u k u r i m a n z u t t oz u t t k u r i m a n z u t t oz u t t a m i r u n u t n a mi r a n z u t r t z n a mi m a n z u i u u z n a m im a n z m z t u z na r i m a n a n t t u z n u r im a z an m i r u k u r im a o tt t tu u z n z a m i r u k m o tt t tu uz n u r i u u r i o tt tt u z n a m i r u k u r o tt tt u z n a m i r u k u o tt u z n a m i r u k t t o t t u z n a m i ur u tk z t n u t a z t m n u t programa de la galería * ** programa de los artistas im a z u t t *** información n u r a z u t t u i * abril 7 - mayo 7, 2016 u r r m n z t performative ellipses u u i r im a n u allora & calzadilla u r r a z mi u i n m konstelovat r u mi a r chris sharp invita a jimena mendoza a kurimanzutto i u r ui m a m a n rr ** a 8,m u imarrakech i adrián villar rojas | marrakech biennale 6 | dar si sïad,zhasta 2016, njunio akram zaatari | the end of time | the common guild, abril 8 - junio 19, 2016,rglasgow i n a um | kunsthaus zürich, mayo 20 - julio 31, u 2016,zzúrich alexandra bachzetsis | private: wear a mask when you talk to me | das basel, kaserne basel, mayo 12, 15 - 18, basilea n tanzfest atanzt,m u z | zürich kunsthaus zürich, mayo 13 - 14, zúrich t allora & calzadilla | puerto rican light (cueva vientos) | dia art foundation, hastaaseptiembre 24, 2016, guayanilla-peñuelas z n u t junio 5, 2016, sídney apichatpong weerasethakul | 20th biennale of sydney, t hasta | tate film pioneers: apichatpongtweerasethakul: u z nmirages | tate modern, abril 8 - 10, 2016, londres damián ortega | el cohete y el abismo | palacio de cristal, tmayo 5 - octubre 2, 2016, madrid | casino | malmö konsthal, mayo 20 - agosto 14,t2016, t malmö u z jimmie durham | sound and silliness | maxxi - roma, hasta abril 24, 2016, roma leonor antunes | the pliable plane | capc musée d’art contemporaint de bordeaux t u hasta abril 17, 2016, burdeos mariana castillo deball | feathered changes, serpent disappearances | san francisco art institute + kadist, abril 14 - agosto 6, 2016, san francisco sarah lucas | power in woman | sir john soane’s museum, hasta mayo 21, t2016,t londres sofía táboas | azul sólido | centro de arte caja de burgos, hasta mayo 29, 2016, burgos t tarek atoui | marrakech biennale 6 | palais el bahia, hasta junio 8, 2016, marrakech www.kurimanzutto.com

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Contribución a la historia universal de la ignominia

A los padres de familia, un mensaje, de un padre de familia: no pueden vivir eternamente con ese problema en su cabeza. La vida sigue adelante. Qué bueno que quieren tanto a sus hijos. Qué bueno que los extrañen y los lloren tanto. Pero ya tienen que aceptar la realidad. Vicente Fox, dirigiendo un mensaje a los padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos, en una entrevista concedida en marzo del año pasado al periodista Antonio Guillén, de Univisión.

P. Por resumir, ¿el legado de su marido le favorece o le perjudica? R. En general, favorece. Porque hubo una acción contra el crimen organizado y fue la primera vez que el Estado mexicano puso la seguridad como un tema fundamental. Entrevista de Jan Martínez Ahrens a Margarita Zavala, esposa de Felipe Calderón y precandidata a la presidencia de México, aparecida en El País, el 8 de marzo. En la introducción a esa misma entrevista, el periodista señala que: «En ningún momento critica la lucha contra el crimen organizado que desató su marido y que acabó con 70,000 muertos y 23,000 desaparecidos».

Lo peor que nos puede pasar es que ante los problemas que no podemos solucionar, tomemos el camino de legalizar los problemas, condenando con ello a los jóvenes. Cardenal Norberto Rivera, uno de los jerarcas máximos de la Iglesia Católica (institución que, por cierto, lleva años condenando a miles de jóvenes a un infierno vitalicio al proteger y encubrir a sus cientos de curas pederastas), en el Foro sobre la Marihuana, organizado por la Universidad Pontificia de México.

No queremos tener que chupar pitos y ser cogidas por el culo. Pero es la única alternativa que tenemos para sobrevivir porque las leyes no nos conceden el derecho de ir a trabajar de la forma en que nos sentimos cómodas. No quiero ir a trabajar vestida como hombre, porque sé que no soy un hombre. Sylvia Rivera, activista por los derechos de las y los transexuales.

[Barack] Obama tiene cierta predilección por los homosexuales debido a los años que pasó como prostituto masculino en sus veintes. Así es como pagaba sus drogas. Ha reconocido que era adicto a las drogas cuando era joven, y los homosexuales le simpatizan; pero no ha salido del clóset respecto a su pasado homosexual/bisexual. Mary Lou Bruner, candidata del Partido Republicano al Board of Education, es decir, el máximo instituto educativo público, en el estado de Texas, en un mensaje colgado en su cuenta de Facebook, que posteriormente borró ante las críticas recibidas.

Al principio su compañía era genial tanto para los choferes como para los clientes. Trataban bien a los choferes y lo valorábamos mucho. Jamás imaginamos que sería un éxtasis efímero, una táctica utilizada para atraernos de manera masiva, para que puedan poner en práctica sus planes y estrategias de la dominación mundial Abdoul Diallo, conductor de Uber que ha liderado las recientes protestas en Nueva York de los choferes contra las prácticas laborales de la compañía hacia ellos.

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Gestos incomprensibles dentro de una bolsa de El hogar donde habita el ave de rapiña

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e me rebeló el esclavo. ¿Habrá ahora alguien dispuesto a cumplir un rol semejante? ¿Cuál es el punto donde reside el dolor?, me pregunto una y otra vez. Es cierto, el esclavo huyó. Aprovechó que yo estaba lejos. En otras comarcas. Con un océano de por medio. Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato que acostumbro llevar a cabo. Flaqueé tal vez en algunos puntos. Entre otros, recuerdo que después de volver de un viaje le obsequié un pañuelo que hallé, tirado en el suelo, de manera casual. Alguien muy cercano, otra ave de rapiña como yo, me lo hizo notar. Afirmó que semejante regalo podía significar un paso atrás en la relación que habíamos edificado. Aquel pañuelo —fabricado, me parece, con poliéster que, seguramente, alguien había dejado caer sin advertirlo— podía ser motivo de confusión sobre la naturaleza del vínculo que nos mantenía unidos tanto al esclavo como al amo. ¿Fui entonces acaso yo, con esta dádiva torpe, quien propició el actual estado de cosas? El esclavo mantuvo su condición durante varios años seguidos. Aceptamos por esa razón vivir en este falansterio. En esta construcción donde todo estuvo por hacerse. Donde yo he encontrado la rama mayor de un tronco seco. Lugar desde el cual puedo establecer mi reinado. El piso es sinuoso. Agua, lodo y maderas podridas. Ladrillo y cemento vuelto verde por los hongos. Toda una maleza conformada por varas de fierro oxidado. *** El sistema que comenzamos a establecer, tanto el esclavo como yo, al momento de conocernos pasó, como es lo acostumbrado, por distintas etapas. La primera fue la aceptación, por su parte, de mi desmedido gusto por rodearme de la mayor cantidad posible de perros. Canes habitando este espacio donde los límites son inexistentes. Allí lo veía yo, desde mi rama preferida, la del árbol olvidado, todas las mañanas. Más bien escuchaba, como un vago rumor, cómo sacaba a pasear a los veinte perros con los que contaba entonces. Esa acción, de salir de los límites del falansterio donde todo es agua empozada, plantas acuáticas, nubes de insectos de muchas formas y colores, con los animales domésticos, la solía llevar a cabo varias veces al día. En la mayoría de las ocasiones los llevaba a correr a un parque cercano. Yo me quedaba tomando el sol, con algunas otras aves de rapiña que venían de otras empresas abandonadas, de casas que nunca llegaron a habitarse, de estructuras que poco a poco estaban llamadas a desaparecer por el fango en el fango sobre el que se sostiene la ciudad. Aves de rapiña que, como yo, habíamos logrado esclavizar a un humano dueño de un —más que evidente— complejo de inferioridad. Aquel esclavo se preocupaba de las fechas de las vacunas, de los baños y cepillado de pelo que requerían los perros. De la compra —casi siempre al por mayor y en lugares distantes— del alimento deshidratado y los antiparasitantes que se les debe administrar a esos animales como mínimo cada tres meses. Porque a pesar de la apariencia que ofrece

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el lugar donde vivimos, nosotros los habitantes, tratamos de llevar el orden hasta sus últimas consecuencias. Un orden que hace que para muchos este falansterio dé la impresión de ser un lugar deshabitado. Cuando, en realidad, aquí vivimos yo, el ave de rapiña, mi esclavo, y los veinte perros que ese esclavo tiene la misión de mantener en la mejor de las condiciones posibles. Aparte de cuidarlos, otra de sus misiones es llegar a amar de manera profunda a cada uno de los animales de los que se ocupa. Yo miro, desde mi altura —como ya lo señalé— cómo va encariñándose con aquellos canes. *** La manera en que, muchas veces, ese amor se vuelve recíproco. Aunque sólo permito que aquel intercambio llegue únicamente hasta cierto punto. Ninguno de los dos, ni los perros ni el esclavo, cuentan con la autorización necesaria como para relacionarse entre ellos a un grado mayor al amor que están ambos, tanto los perros como el esclavo, en la obligación de profesarme. De experimentar hacia mi persona, al ave de rapiña que decidió, en determinado momento, mantener a las dos especies, hombre y perro, bajo su dominio. Aunque puedo, de alguna manera, imaginar el mecanismo que utiliza el esclavo para mantener la situación dentro de los límites impuestos por mi voluntad soberana —parece tratarse de un esclavo con experiencia, de nacimiento, puede decirse—, me declaro incapaz de entender lo que sucede en la psique de los canes como para llegar a mostrar semejante fidelidad nada menos que a un ave, mi persona, subida en la rama de un árbol, que no les quita los ojos de encima. Lo repito, es para mí un verdadero misterio. De una magnitud semejante a la que me produce habitar en este lugar escarpado, ajeno, más allá de todo lo permitido, esta mezcla de cemento, hierro, madera, ladrillo, agua, plantas salvajes, que se erigen nada menos que en el mismo centro de la ciudad. Ignoro, repito, la manera en que los perros saben, sin titubeos además, a pesar de las muestras de cariño que les ofrece el esclavo, quién es el verdadero amo. Hacer que mi esclavo cuide y se encariñe con los perros, que los llegue a amar de manera profunda, era uno de los pasos más sencillos. Lo que me impresionaba también era el estoicismo que mostraba este mismo esclavo cuando llegaba el momento en que tomaba la decisión de ir desembarazándome de cada uno de los canes. Yo, esta ave de rapiña, por la misma extraña razón por la cual sentía, de pronto, la necesidad de vivir rodeado de perros, por un impulso semejante me veía obligado, de un momento a otro, a deshacerme de cada uno de los ejemplares. El esclavo nunca dijo una palabra, ni de aceptación ni de rechazo. Fue de ese modo como aquella pulsión, de mantener la mayor cantidad posible de perros alrededor mío —allá abajo, en el mundo de las criaturas pedestres— era avalada siempre por el esclavo en la mejor de las condiciones posibles. Era avalada de esa manera también mi repentina decisión de desaparecerlos de un momento a otro. Me parece importante señalar la manera en la que encontré un esclavo semejan-


Mario Bellatin

plástico transparente te. Sucedió de manera un tanto vulgar. Por medio del Facebook, que como algunos deben saber se trata de una red social en constante decadencia. Recuerdo que, de pronto, cierta persona comenzó a hacer comentarios en mi cuenta de manera recurrente. Empezó a enviarme fotos que se tomaba a sí mismo. Las imágenes, como cualquiera podría prever, no guardaban en realidad concordancia con su aspecto real. Eran fotos que más bien reflejaban la imagen física que podía tener el esclavo de sí mismo. Las fotos eran, casi todas, de la época en que el esclavo llevaba el pelo largo, que se rizaba de tal modo que podía guardar algún parecido a una versión precolombina de los autorretratos de Durero. Me pareció curioso que alguien de sus características —desde el primer mensaje enviado dejó en claro su rol de esclavo— se atreviera a mostrar una imagen semejante: la de un pintor renacentista. Me llamó la atención, además, a mí, a un ave de rapiña en toda la extensión de la palabra, verme dispuesto a hacer comentarios a las figuras que se me iban presentando de vez en cuando en la pantalla de mi computadora. En esa época me consideraba dueño de mis sentimientos y pulsiones. Me encontraba en un estado que a veces parezco olvidar para caer en el caos mental más absoluto. Es en estos momentos en los cuales debo emprender, con mayor celeridad a la de costumbre, el vuelo y buscar a como dé lugar alguna presa que mataré con la fuerza de mis garras sobre su cuello. Es quizá por una situación semejante, por el olvido constante de la situación en la que me siento dueño de mí mismo, por la que seguramente sufro el actual desconcierto propio de alguien que, de pronto, se enfrenta a la rebelión absoluta de un esclavo. Como en ese entonces me encontraba en un relativo momento de lucidez, le pregunté, por medio de la red, qué era capaz de ofrecerme. Qué pensaba sería lo que pudiera interesar a un escritor mayor, como lo soy yo. «Te puedo ofrecer mi cuerpo», contestó sin mayor trámite. «¿Su cuerpo?», pensé. ¿Sería acaso realmente interesante involucrarse, en ese nivel, con semejante copia indígena de Durero? ¿Con un estudiante de letras en una universidad pública? ¿Es que ese esclavo no conocía acaso las decenas de maneras, casi inmediatas además, con las que cuenta la ciudad para establecer en cualquier momento del día la relación sexual que se desee? Estoy seguro de que lo sabía a la perfección. Que era consciente de que ese argumento —el de ofrendar el cuerpo— no iba a movilizar en lo más mínimo mi interés. Sin embargo, en el hecho de expresarlo —en su aparente falsa inocencia— es que advertí —de manera vaga en un principio— su condición de

esclavo por naturaleza y convicción. Creo que eso fue lo que me llevó a interesarme en su propuesta. Convinimos entonces en una cita. Recuerdo que hizo un vano intento de establecer —en el momento de ese acuerdo, no antes ni después— una cierta distancia. Intentó introducir, en este primer acuerdo, la duda sobre la hora y el lugar. Quiso hacer evidente una determinada dignidad. ¿Una incitación más para llevar a cabo sus planes? Comprendí entonces que me estaba poniendo a prueba. Yo debía, en aquel preciso instante y no en otro, establecer quién era el amo y quién el esclavo. Dejar en claro qué clase de amo era yo, además. Señalé entonces una fecha y una hora como únicas para el encuentro. O se hacía presente en ese momento o se acababa por completo la incipiente comunicación. Por supuesto, al percibir la contundencia de mis palabras, la copia autóctona de Durero dejó de lado los aparentes compromisos pendientes y lo encontré sentado frente a la mesa señalada, incluso algunos minutos antes de la hora que yo había dispuesto. No muchos, pues haber llegado con demasiada antelación podía ser visto también como un anticipado gesto de rebeldía. La conversación fue relativamente breve. Para que el acuerdo quedara sellado no se necesitó mucho. Ni tiempo ni palabras innecesarias. Nos dirigimos pronto a mi casa y comenzamos, ese mismo día, con la rutina que yo había entrevisto en los mensajes. Desde ese momento han pasado casi tres años. Tiempo en el que las leyes del intercambio se han visto sometidas a una serie de modificaciones, pero nunca cambiadas en lo esencial. Casi al instante comenzaron a aparecer los perros en la casa, y descubrí esa misma noche un hecho fundamental: la especialidad profesional del esclavo era la de servir de asistente a académicos renombrados. Ya me lo había expresado, no sólo que estudiaba en una universidad nacional sino que se dedicaba, nada menos, que al estudio de monjas. Se trataba de un monjólogo en ciernes. Esclavo y monjólogo ¿Qué más podía pedir un ave de rapiña, colocada casi todo el día sobre la rama de un árbol, que, aparte de ave de rapiña era un escritor? No podía haberme ocurrido algo mejor. Desde hace varios años sufro de la carencia de alguien que se encargue de los aspectos administrativos de mi trabajo intelectual. Fue en ese momento, luego de conocer de manera física al esclavo, cuando no sólo tuve a una persona a quien podía tratar como sirviente en lo cotidiano —siempre dispuesto a cumplir con el menor de mis deseos— sino que, además de encargarse de los perros y otros asuntos, iba a llevar adelante los aspectos tediosos de mi labor de ave de rapiña que se dedica a escribir. A partir de ese momento

Repito, se me rebeló el esclavo. ¿Habrá ahora alguien dispuesto a cumplir el rol? ¿Cuál es el punto donde reside el dolor?, me pregunto una y otra vez. Es cierto, el esclavo huyó. Aprovechó que yo estaba lejos. De viaje. En otras comarcas. Con un océano de por medio. Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato que acostumbro llevar a cabo.

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confirmé que la relación no iba a detenerse en el sexo. Estoy seguro de que algo de esa naturaleza hubiera desvirtuado, muy pronto, la naturaleza del vínculo que estábamos estableciendo entonces. Con sexo habitual de por medio, sé que la esclavitud en ciernes hubiese tomado una senda trillada y aburrida. Creo que —además de que semejante sujeto no despertaba en mí una libido en especial— el intercambio habría durado el limitado tiempo en el que el interés por lo desconocido, por la sexualidad del otro enfrentada a la nuestra, hubiese quedado satisfecha. Por otra parte, no me podía imaginar copulando, con mi gran cuerpo de águila con las alas extendidas, con aquel hombrecito desnudo que se me ofrecía agachado ligeramente de espaldas. Sus pequeños pies encorvados y la raya corta de su trasero serían incapaces de soportar, estoy seguro de ello, el más mínimo aletazo de mi parte. Mi vínculo con este esclavo daba la impresión de estar destinado a convertirse en algo más importante. Parecía llevar en sí mismo la esencia, más allá de cualquier accidente como puede ser considerado lo sexual, la esencia de lo que se necesita para que se logre una sumisión absoluta. En un momento que nadie delimitó de manera explícita, el esclavo comenzó, antes de mis viajes, tanto como ave de rapiña como de ciudadano normal, a hacerme las maletas casi a la perfección. Igualmente, y con una rapidez extraordinaria, puso en orden los archivos de mis textos literarios. Consiguió no sólo resolver los asuntos internos de mi trabajo, sino también los que involucraban a otras personas e instituciones. Especialmente con las del zoológico nacional, que solicitaba en forma constante mi residencia en sus instalaciones, con el fin de convertirme en una de las atracciones mayores del recinto. El esclavo llevaba documentos firmados, avalados por notarios, donde se demostraba que era más importante para la nación mi permanencia en la rama de un árbol que mi presencia en la jaula más importante del zoológico nacional. Socialmente, el esclavo solía presentarse ante los demás como mi asistente personal. En determinada ocasión —estando los dos en una ciudad del interior del país, donde compré una bicicleta— yo regresé en avión y él llevando el vehículo, que yo acababa de adquirir, en las bodegas de un autobús interprovincial. Realizando un viaje incómodo, de más de 48 horas, mientras yo viajaba plácidamente en primera clase de un avión. El esclavo debía hacer un viaje semejante porque había decidido, contra toda lógica, porque yo decidí que la bicicleta que utilizaría un ave de rapiña debía ser transportada en un autobús. Sin embargo, a pesar de esta claridad aparente en los roles, muy pronto dejó de saberse quién era realmente el amo y quién el esclavo. Poco a poco, como advertí, comenzó a hacerse indispensable. Aparte de empacar el equipaje, saber los números y claves de las cuentas bancarias, los passwords de las computadoras, conocía también el lugar

exacto donde se encontraban guardadas las tijeras o los sacapuntas, los focos recién comprados, el par de calcetines buscado hasta la saciedad. También los lugares donde anidaban las liebres cuya caza no sólo me entretenía, sino que degustarlas me otorgaba el placer necesario para sentirme una verdadera ave de rapiña. En esa etapa, una de sus compensaciones —aparte de las obvias de una situación semejante— era hacer pública su condición de esclavo de alguien tan importante como yo. Parecía encontrar un placer extremo mostrando a los demás que yo lo había elegido como esclavo. Se lo contaba, con gran orgullo a los demás monjólogos con los que se cruzaba. En un comienzo, una situación semejante no llamó demasiado mi atención. Pensé que, incluso, algo tan fuera de lugar, podría aumentar la fuerza del mito que acostumbro estructurar en torno a mi persona. Tanto como humano como en mi faceta de ave de rapiña. Curiosamente, fue precisamente en esa época cuando comenzó una de las mayores crisis emocionales que he sufrido en toda mi vida. Me sorprende que haya ocurrido en ese tiempo, pues entonces contaba con el liderazgo simbólico de todo el árbol que habitaba y, también, con un esclavo que se ocupaba hasta en los mínimos detalles de los veinte perros que le debían lealtad y amor exclusivamente a mi persona. Repito, se me rebeló el esclavo. ¿Habrá ahora alguien dispuesto a cumplir el rol? ¿Cuál es el punto donde reside el dolor?, me pregunto una y otra vez. Es cierto, el esclavo huyó. Aprovechó que yo estaba lejos. De viaje. En otras comarcas. Con un océano de por medio. Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato que acostumbro llevar a cabo. Flaqueé tal vez en algunos puntos. Entre otros temas, recuerdo que después de volver de un viaje le obsequié un pañuelo recogido de manera casual en una vía pública. Yo iba en pleno vuelo, rasante, con mis alas extendidas a su mayor envergadura cuando, de pronto, noté el trapo tirado en medio del piso. Alguien muy cercano me lo hizo notar. Afirmó que semejante obsequio podía significar un paso atrás en la relación que supuestamente habíamos edificado. Aquel pañuelo —fabricado no recuerdo con qué material— podía ser motivo de confusión en la naturaleza del vínculo que nos mantenía unidos. ¿Fui entonces acaso yo, con esta dádiva torpe, quien propició el actual estado de cosas? Mi esclavo mantuvo su condición durante varios años seguidos. El sistema que comenzamos a establecer al momento de conocernos pasó por distintas etapas. La primera pudo haber sido la aceptación, por parte del esclavo, de mi desmedido gusto por rodearme de la mayor cantidad posible de perros. Allí, desde la rama de mi árbol, yo lo iba viendo, durante las mañanas en las que no había decidido irme de viaje. Más bien escuchaba, a lo lejos —pues yo, por lo general, había utilizado la noche para salir de cacería y a esa hora me encontraba un tanto adormila-

Sin embargo, pese a la calma que mostraba desde mi rama me atacó, de un momento a otro, una de las mayores crisis emocionales que he sufrido durante mi existencia. Empecé, poco a poco, a padecer de una creciente depresión y a sufrir cada noche de ataques de pánico, que me impedían incluso salir en busca de una liebre o siquiera de un ratón perdido en medio del parque cercano.

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do— como un vago rumor, los ruidos que producía cuando sacaba a pasear a los veinte perros. Esa acción, de salir con los animales, la solía llevar a cabo varias veces al día. En la mayoría de las ocasiones los llevaba a correr a un parque cercano. Se preocupaba asimismo de las fechas de las vacunas, de los baños y cepillado de pelo que los animales requerían. De la compra —casi siempre al por mayor y en lugares especializados—, del alimento deshidratado y los antiparasitantes que se les debe administrar como mínimo cada tres meses. Sin embargo, pese a la calma que mostraba desde mi rama me atacó, de un momento a otro, una de las mayores crisis emocionales que he sufrido durante mi existencia. Empecé, poco a poco, a padecer de una creciente depresión y a sufrir cada noche de ataques de pánico, que me impedían incluso salir en busca de una liebre o siquiera de un ratón perdido en medio del parque cercano. Felizmente contaba con mi esclavo al lado, quien se iba a encargar no sólo de los perros, sino también de la organización de los papeles propios de mi oficio de escritor, de ayudarme a llevar a la práctica —pese a mis condiciones emocionales— mi instinto de cazador de aves nocturnas, así como de los tratamientos psiquiátricos que iba a necesitar para salir de la crisis que se avecinaba. Fue así como empezamos a visitar juntos a profesionales de prestigio, quienes comenzaron a recetarme una serie de medicinas que empeoraron, ya no sólo mi estado mental sino también el físico. Engordé de manera inusitada. Tuve que comenzar a utilizar ropas de medidas especiales. Las alas no me servían ni para ir de una rama a otra de mi árbol de costumbre. Curiosamente, los médicos comenzaron a mostrarse cada vez más ineptos. Recuerdo que el esclavo los consultaba por teléfono, y volvía con el nombre de un nuevo medicamento, que se apresuraba a comprar. Una vez pasada la etapa de estos doctores, hubimos de acudir a los diferentes hospitales especializados en salud mental que existen en la ciudad. Para eso tenía al esclavo. Para que tuviera lista, desde el día anterior, la ropa que debía llevar la mañana siguiente. Preparadas las alarmas para despertar a la hora precisa, las rutas que habríamos de seguir desde muy temprano para llegar a los respectivos sanatorios. Los documentos que seguramente nos iban a solicitar en cada una de las instituciones que visitáramos. De esa manera recorrimos decenas de hospitales, donde ningún médico parecía entender el origen del mal. Nunca vi a mi esclavo cumpliendo de manera tan diligente su rol de verdadero amo. Tal vez lo había visto de esa manera cuando prohibió que siguiera utilizando mi cuenta de Facebook, o cuando se enfrentaba a las autoridades del zoológico nacional para impedir mi exhibición. Eran impresionantes los elementos de su conducta, que se hacían evidentes en tales circunstancias. Había momentos —creo que eran los extáticos— en que parecía olvidarse de sí mismo para entregarse a su misión de amo esclavizado. Finalmente, al ver que ninguno de los tratamientos surtía efecto, pregunté a un investigador científico de mi confianza lo que él haría si estuviera en una circunstancia semejante. Me contestó que había una suerte de acuerdo entre los médicos del área. Si alguno mostraba un cuadro de una naturaleza semejante, no recurrirían a los tratamientos que se les ofrece de rutina al resto de los pacientes —era obvio que esos métodos no me estaban

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En el caso de la terapia médica, como ya lo he señalado, fui yo y no los médicos quien pidió que se aplicara el tratamiento radical al que fui sometido.

produciendo ningún resultado—, y se someterían, sin titubeos, a uno de los últimos adelantos de la ciencia para tratar este tipo de desorden: la terapia electroconvulsiva. Me advirtieron que sonaba como algo extremo —el famoso y denigrado electroshock— pero que ahora, con el pasar de los años, se le consideraba como un método benigno, el cual se aplicaba especialmente a mujeres embarazadas y a personas con problemas hepáticos, quienes estaban incapacitadas de soportar las medicinas de uso común. Aquel investigador dirigía un hospital psiquiátrico, también era escritor, pero no de rapiña como yo. Acepté de inmediato su ofrecimiento. Me informó que me podrían someter a un tratamiento semejante sólo si yo lo deseaba y firmaba un documento oficial. Le pedí entonces al esclavo que me preparara la pequeña maleta de los viajes y que limpiara luego la rama del árbol donde solía dormir. Para llevar a cabo la terapia de choques eléctricos debía internarme en el hospital, donde era director el científico amigo a quien consulté. Me informó que, luego de la firma, me someterían a una serie de sesiones, para lo cual utilizarían una suerte de camilla provista de dos electrodos diseñados para ser colocados en las sienes de los pacientes. Al observar con mayor detenimiento mis características físicas, el científico me expresó que no me preocupase, que él mismo se encargaría de mandar a fabricar unos chupones electromagnéticos acordes a mi cerebro de águila. Lo único que me preocupó en esos momentos fue abandonar el falansterio donde habitamos yo, algunas otras aves de rapiña que llegan de manera ocasional, el esclavo —como una figura de arcilla deformada de algún Durero— y los veinte perros, de los que se debía encargar hasta en los más mínimos detalles. Aquel espacio tan único, a medio construir y a medio ser destruido, inundado hasta el punto perfecto, con los materiales ajados a la vista, ubicado en el centro de la ciudad. En el cuarto del hospital psiquiátrico, en el que pedí ser internado, dormíamos tres pacientes. Aquella habitación estaba situada enfrente de las que ocupaban las mujeres. A la derecha de mi cama había un joven que daba la impresión de ser autista, y a la izquierda un albañil que parecía haber sufrido un fuerte golpe, mientras se encontraba trabajando en alguna obra, que le afectó de manera severa la razón. Nunca vi que nadie acudiera a visitar al joven mudo. En cambio, todos los días aparecía la mujer del albañil, a la hora de las visitas, con un portaviandas rebosante de comida casera. Aquella, la hora del almuerzo, era el único momento en que los internados podíamos salir a los jardines del hospital. Durante el resto del tiempo nos encontrábamos recluidos, aparte de los cuartos y el baño que debíamos compartir, en una suerte de patio techado con una plancha de acrílico transparente. En ese tiempo, la misión del esclavo pareció alcanzar una suerte de plenitud. Yo pensaba que, mientras estuviera allí internado, no me iba a sentir tan mal, entre otras cosas, por no sentir deseo de cubrir, con mi gran cuerpo de ave desarrollada, a aquel minúsculo esclavo, que



Por supuesto, su obsesión por obedecer tiene que llegar al punto de devorar al elemento que es servido. Debe servir y servir, en una mecánica incesante, hasta que el amo deje de ser amo, convertido en un deshecho, para poder encontrar así el esclavo a otro amo, al cual servir de la misma manera hasta el momento de su destrucción. Cuando tomé consciencia de lo absurdo y peligroso que significaba encontrarme dentro de aquel hospital, decidí salir de inmediato. Hablé con el director, aduje que estaba allí por voluntad propia, y logré el alta instantánea. Cuando el esclavo arribó a la hora habitual de las visitas, mostró su diligencia de costumbre para llevarme nuevamente al lugar que habitamos. Al falansterio gigante, lleno de infinitos cuartos. Cierta vez le ordené al esclavo que contara el número de habitaciones y me informó que eran cuatrocientas. Todas en cemento puro. Sin puertas ni ventanas. Con las varillas de cemento sobresaliendo en los lugares más insospechados. En otras palabras, el lugar ideal para sodomizar a un esclavo nativo. Para obligarlo a obedecer el menor de mis deseos. Cuando lo poseía, recuerdo que preferíamos para hacerlo los lugares anegados, mi tremendo peso de ave de rapiña hacía que su cara permaneciera durante prolongados instantes debajo del agua verdosa que brota bajo los terraplenes. Recuerdo que mis alas, y las garras clavadas en su diminuta espalda, le impedían de manera libre la más mínima libertad de acción. Eso daba la impresión de hacerlo feliz. Al menos en la zona donde se encuentra situado el falansterio, no es común que un esclavo tenga como amo nada menos que a un ave de rapiña. Visto a la distancia, es extraño que alguien que estudie, de manera diligente además, la vida de las monjas, disfrute de las ocasionales sesiones de ser poseído por un ave gigante —de un tamaño tal que las autoridades del zoológico nacional no cejaron nunca en su empeño de convertirme en una de sus atracciones mayores—, al que un par de aletazos soltados en la nuca hubiesen podido no sólo dejarlo sin sentido —aquello ocurría con frecuencia cuando lo obligaba a mantener más de la cuenta la cabeza debajo del agua— sino dejarlo muerto al instante. Para esas sesiones servían de manera perfecta las instalaciones que habíamos elegido como lugar de vivienda. Las paredes de ladrillo al descubierto, las varas de madera con las que alguna vez intentaron sostener los cimientos, seguramente, mientras el cemento se iba secando. Pero ahora el esclavo se encontraba en el hospital psiquiátrico donde yo mismo había decidido internarme. Cuando llegó, allí, a ese patio techado con una placa de plástico semitransparente con el que contaba el patio del pabellón donde estaba recluido, me encontró en pleno ataque de claustrofobia. Sin tener ya a mi disposición mi cuenta de Facebook —que hubiera utilizado en ese momento para pedir a alguno de mis contactos ayuda para abandonar un lugar semejante— yo, cuando arribó el esclavo, estaba tratando de volar y me estrellaba, de manera estrepitosa además, con aquella superficie de plástico opaco con la que estaba recubierto el sector. Los demás pacientes, así como el personal médico, se encontraban aterrorizados con el estruendo que causaba mi conducta. Para ese entonces, ya había sido sometido a cuatro sesiones de descargas eléctricas. Las dos primeras pasaron casi inadvertidas. Me acostaron en la camilla, me aplicaron la anestesia, colocaron unos terminales en mis sienes que, en efecto, habían sido acondicionados para las cabezas aguileñas con las que contamos seres como nosotros, y desperté como si nada fuera de lo normal hubiese sucedido. En el tercer tratamiento las cosas fueron diferentes. Parece ser que recobré la conciencia antes de tiempo y, por

Aquí en Kassel es medianoche. Dudo. Es desconocido el número que aparece en la pantalla de mi teléfono. Sin embargo, contesto. Oigo una suerte de respiración. En ese instante comprendo que se trata de una llamada del esclavo, de aquel sujeto que apareció por primera vez en mi vida a través de un mensaje de Facebook.

acostumbraba presentárseme, de espaldas y desnudo, algo encorvado, mostrando, como si estuviese a punto de someterse a un sacrificio, un trasero que más parecía un objeto de uso artesanal —una taza, un cuenco— que un elemento capaz de producir algún tipo de placer. Sin embargo, o precisamente por lo contrario, por haber salido nuestra relación —ya por completo— de cualquier orden de tipo sexual, el esclavo se convirtió, en aquel entonces, ya en la persona indispensable por excelencia. En alguien que efectúa, de la mejor de las maneras posibles, las gestiones burocráticas de la vida cotidiana, los exámenes médicos que hacían falta para mi internamiento, las gestiones para evitar que pase el resto de mis días dentro de la jaula principal del zoológico de la ciudad. Muy temprano en la mañana se ocupaba, además, de los veinte perros. Cuando acababa con todo. Cuando dejaba el falansterio mostrando el aspecto que yo había ordenado. Haciendo creer, a cualquiera que lo observara, que se trataba de un espacio abandonado y vacío, llegaba al hospital respetando, de manera rigurosa, los horarios de visita. Me gustaría dejar en claro que el esclavo no se trata de una persona limitada mentalmente. Al contrario, cuenta con un intelecto no deleznable —una memoria casi fotográfica, lo que le permite dedicarse a estudiar las vidas secretas de las monjas—, aunque por una serie de problemas —creo que de orden psíquico— es poco probable que llegue a ser alguna vez una persona destacada. Ni como esclavo ni como ciudadano me parece que vaya a alcanzar ningún rango mayor. Es por ese motivo, porque se trata de un individuo con un consciente medio superior, que me llama la atención que en ningún momento hubiese puesto en cuestionamiento ninguno de mis deseos. En el caso de la terapia médica, como ya lo he señalado, fui yo y no los médicos quien pidió que se aplicara el tratamiento radical al que fui sometido. En el caso, tanto con respecto al sometimiento a la esclavitud al que sometí a esa suerte de Durero autóctono, como al asunto con los perros —que llegaban y eran intercambiados de manera insistente y cambiante— sucedía lo mismo. Todo se hacía por mi voluntad, y el esclavo no mostró jamás ninguna conducta por impedirlo. Parecía no importarle ninguna de las consecuencias que podrían causar mis actos, por más descabellados que parecieran. ¿Dónde estaba situada la presencia del esclavo en ese entonces? ¿Su misión era la de obedecer con una diligencia extrema, ciega, el menor de mis caprichos? Puede sonar absurdo plantear algo así en este momento, pero, por supuesto, aquello formaba parte del pacto establecido con el amo: obedecer de manera total cualquiera de sus exigencias. De otra manera, resulta inexplicable que alguien con sus capacidades mentales hubiese permitido no sólo hacerse cargo de la supervivencia de veinte perros, que siempre iban siendo reemplazados además, sino, sobre todo, el internamiento de nada menos que un ave de rapiña en semejante institución mental. ¿El esclavo en realidad busca el aniquilamiento del amo?

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lo visto, el relajante muscular que me habían aplicado antes de someterme a la descarga había dejado de surtir efecto antes del tiempo calculado. En otras palabras, desperté y advertí que me encontraba rígido y sin poder respirar. Fueron segundos desesperantes. No podía abrir el pico para quejarme, lanzar quizá un graznido, ni mover las alas para indicar que me estaba asfixiando sin poder comunicárselo a nadie. Luego me enteré de que durante las sesiones me aplicaban respiración artificial por medio de un fuelle, que abrían y cerraban con celeridad. En esa ocasión desperté y advertí que el movimiento de aquel aparato no coincidía con mi necesidad de aire. Mucho menos con mi ritmo respiratorio. Pero nada de eso parece importar ahora. Aquel espacio donde estuve recluido no guardaba ninguna relación con el espíritu espectacular que posee el falansterio donde he decidido habitar junto a un esclavo y veinte perros. El diseño de este hospital es absolutamente convencional. Extraño, no sólo el falansterio y su constitución, sino también humillar, una y otra vez, a mi esclavo, conversar con las otras aves de rapiña, que vienen de vez en cuando a visitarme. Añoro solazarme con la observación —con paciencia y sintiendo un desbordamiento amoroso que da la impresión de desbordarse— del esclavo estableciendo un vínculo profundo con alguno de los perros. Observarlos con la misma expectación que puede llegar a causarme observar la reacción sumisa que acostumbra mostrar el esclavo cuando, de improviso y sin mediar razón evidente alguna, lo obligo a que se deshaga del ejemplar querido para siempre. Apostado en la rama escondida que me han acondicionado, oculta de tal modo para que los demás piensen que habitamos en un lugar deshabitado para siempre, he desarrollado la facultad de detectar el punto exacto en que el vínculo entre el esclavo y algún perro llega a su punto más intenso. Una vez que lo advierto, nada puede ocurrir para que ese can sea expulsado, casi de inmediato, de los límites del falansterio que habitamos. Si el perro elegido se trata de uno de esos ejemplares tercos, que se empeñan en volver al territorio, en constante construcción-destrucción, pese a mi deseo, debo entonces abandonar la rama donde, como de costumbre, me encuentro apostado y atacarlo, hundiendo sin piedad mis garras de ave de rapiña en su lomo, destruir sus ojos a picotazos, hasta dejarlo sin vida. El esclavo debe introducir entonces el cuerpo en un saco, y conducir a un basurero lejano aquellos restos amados. Es precisamente en momentos semejantes cuando, tanto el esclavo como yo, como los perros restantes recobramos la particular armonía que nos permite vivir en un estado de felicidad plena. Ahora que el esclavo ha huido recuerdo, con una intensidad que me parece casi anormal, la ocasión en que el esclavo, sin acuerdo previo, comenzó a hacerme por primera vez las maletas a la perfección. Además, con una rapidez extraordinaria, ponía en orden mis archivos literarios. Fue aquella la época en que empezó a presentarse socialmente como mi asistente personal. La vez en que tuve el ataque de claustrofobia y comencé a estrellarme contra la plancha de acrílico con la estaba recubierto el patio del pabellón, el esclavo acudió, como de costumbre, al hospital con el fin de cumplir con su visita diaria. Llevaba consigo sólo la bolsa con los libros, los que trataban en su mayoría acerca de la vida secreta de las monjas, que estudiaba en forma constante. En ese tiempo, el esclavo estaba a punto de obtener un título profesional, y se había impuesto como meta ser mejor que sus demás compañeros. Me había prometido, además, colocar mi nombre en la dedicatoria de su tesis. Daba la impresión, a cualquiera que lo observara desde afuera, de que su necesidad de dependencia hacia el otro estaba colmada con la relación que mantenía con su amo, un ave de rapiña en alerta constante como era yo en ese entonces. Parecía que esa sumisión exclusiva le daba la fuerza necesaria como para creer que era considerado sobresaliente en los demás aspectos de su vida. Eso no era cierto. En verdad, se trataba de un pésimo estudiante. Uno de los peores monjólogos del país. Se ganaba la vida con trabajos modestos como servir de guía de

turistas, trayectos durante los cuales inventaba los datos en la mayoría de los casos. Creo que fue por eso que acepté desde un comienzo la relación: porque, en apariencia, no iba a ser excluyente. El esclavo iba a continuar con su vida de todos los días. Sobre todo, con sus supuestas investigaciones académicas. Estoy seguro de que la intensidad con la que me mostraba su esclavitud hubiese sido desesperante sin esta suerte de punto de fuga. Pero el esclavo huyó. Aprovechó que yo estaba lejos. De viaje. En otras comarcas. Con un océano de por medio. Quizá no fui, en los últimos tiempos, lo suficientemente radical en el trato que acostumbro llevar a cabo. Flaqueé tal vez en algunos puntos. Entre otros asuntos, recuerdo que después de volver de un viaje anterior le obsequié un pañuelo recogido del suelo. Alguien muy cercano me lo hizo notar. Afirmó que semejante obsequio de mi parte podía significar un paso atrás en la relación que se había edificado. Aquel pañuelo, un poco sucio por las pisadas de los transeúntes, iba a ser motivo de confusión acerca de la naturaleza del vínculo que nos mantenía unidos. Hoy el teléfono ha sonado varias veces. Yo me encuentro en Kassel, Alemania. En la Documenta 13 a la que he sido invitado tanto como Curador Honorario como Expositor fuera de Programa. Donde fui invitado tanto como ave de rapiña como como ciudadano normal y corriente. Es por ese motivo que arribé a la ciudad portando una maleta perfectamente ordenada como un trozo de la rama en la que suelo apostarme en el falansterio. Para subir al taxi que me transportó al aeropuerto tuve que aguardar que oscureciera, con el fin de que ningún vecino advierta mi presencia. Salir de uno de los departamentos a medio construir. Atravesar las aguas empozadas y verdosas, donde en esa ocasión advertí la presencia de algunas alimañas. Una pequeña serpiente se escondió debajo de una tabla de madera, y la nube de moscos empezaba a emerger del fango. Aquí en Kassel es medianoche. Dudo. Es desconocido el número que aparece en la pantalla de mi teléfono. Sin embargo, contesto. Oigo una suerte de respiración. En ese instante comprendo que se trata de una llamada del esclavo, de aquel sujeto que apareció por primera vez en mi vida a través de un mensaje de Facebook. En ese instante advertí —ignoro las razones por las que de pronto se me reveló la verdad completa— que durante el tiempo en que estuve imposibilitado para fungir como amo —es decir, entre otros asuntos, durante mi internamiento en el hospital, mis viajes, en las noches dedicadas por entero a la escritura o a cazar a los animales nocturnos—, semejante sujeto, aquel con aspecto de un Durero precolombino, buscaba de inmediato, casi de manera desesperada, la presencia de otros amos. Aquella respiración, a través del teléfono, fue lo último que supe de su persona. Espero, de todo corazón, que a alguno de sus amos posteriores, a los que debe haber hallado luego de haber escuchado aquella respiración a través del teléfono, se le haya pasado la mano en los acostumbrados juegos de amo y esclavo a los que, seguramente, les debe encantar someterse. Y deseo, lo repito, que al último amo que le toque en suerte, al definitivo, le parezca que se trata de una pantomima más, de otro de los juegos acostumbrados, las muecas grotescas que muestra dentro de la bolsa de plástico sin agujeros con la que ha cubierto su cabeza durante los últimos quince minutos seguidos. Lo único que me daría lástima de una escena semejante es que no ocurra aquí, en el falansterio, entre los roedores, serpientes y bichos, que no han dejado de multiplicarse desde su partida. Que la escena de las bolsas no se lleve a cabo al lado de los putrefactos cuerpos de los perros, que dejó amarrados a una de las varillas de construcción antes de partir. •

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El Señor Cerdo

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l Señor Cerdo siempre se encuentra a la vanguardia en su búsqueda constante de maneras de potenciar su experiencia de vida, pues alguien con su talento cometería un gran crimen si renunciara al proceso de perfeccionamiento continuo que hace de él un ser tan único y especial. Por eso, el Señor Cerdo pasa horas y horas en su dispositivo móvil (el Señor Cerdo no es tan tonto como para mencionar for free a ninguna marca por su nombre, pues sabe que el branding cuesta, y más cuando viene promovido por un líder de opinión tan influyente como él), searching for new tendencies para desplegar ante el mundo nuevas facetas de su maravillosa personalidad. Es con enorme orgullo que el Señor Cerdo anuncia la próxima creación de un sitio web con consejos para una mejor vida, pues ha observado que varios miembros de the rich and famous (así como gente de menor categoría que aspira a codearse con ellos) han incursionado en este terreno. Sinceramente, se dijo a sí mismo el Señor Cerdo mientras se contemplaba en el espejo con gesto reflexivo, si gente dotada con un intelecto inferior al suyo es capaz de hacerlo, con más razón su éxito estará garantizado, por lo que debutará con el alter ego de Señor Cerdi, pues ha entendido que con ese diminutivo llegará a lo más profundo de los corazones de los seguidores que esperarán ansiosos cada nuevo newsletter, post o video motivacional, donde se les indique cómo deberán conducir sus miserables existencias. Cuando el Señor Cerdo tomó un seminario que condensaba en un par de sesiones todo lo que había que saber sobre las grandes

ideas filosóficas de la historia, supo de una teoría muy influyente según la cual la interpretación de la realidad es lo que define a la existencia, pues los hechos son inmodificables, así que sólo queda interpretarlos de una u otra manera. Después de mucho meditarlo, el Señor Cerdi propondrá como mensaje central de su sitio web exactamente lo contrario, con lo cual inmediatamente su filosofía quedará al nivel de los grandes pensadores que lo antecedieron. Así es, el Señor Cerdi explicará que lo que causa que la vida de the little people sea un sufrimiento perpetuo se debe a los pensamientos sobre lo que les sucede, por lo que los conminará a hacer el ejercicio de abandonar por completo sus interpretaciones de la realidad, y aceptarla tal cual es, para no sufrir más por querer que la realidad sea diferente. El Señor Cerdi reforzará su mensaje poniéndose a sí mismo como ejemplo, para que sus ilusos seguidores puedan ver que incluso un ser de su estatura está sujeto a caer en las garras del sufrimiento, aunque en su caso sea por razones completamente distintas: gracias a su gran sensibilidad, el Señor Cerdi conectará energéticamente con todas esas almas que buscarán en él a un faro que guíe sus vidas, así que su sufrimiento vendrá dado por saber que para sus miles de seguidores es una meta inalcanzable aproximarse a ser incluso una milésima parte de lo que él es. Con este nuevo despliegue de sus capacidades, el combo Señor Cerdo-Señor Cerdi tomarán por asalto a la industria de los sitios web de estilo de vida, con lo que una vez más dejará a sus competidores retorciéndose de coraje, resentidos ante otro ejemplo más de su avasallador talento. •

Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo

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odo patrón de vanguardia sabe que los empleados son igual de importantes que el mobiliario, por lo que es necesario darles mantenimiento y reparación, tenerlos perpetuamente aceitados para que desempeñen su papel de engranes obedientes en esa maquinaria de producir beneficios que debe ser toda empresa. El problema es que, claro, reparar a fondo a los empleados puede ser muy costoso, pues a menudo están en tal estado de descomposición física y espiritual que se requerirían años y años de tratamientos con los mejores especialistas del mundo, para tan sólo devolverlos a un umbral de mínima humanidad. Como patrón responsable, sabes que de ninguna manera te lo puedes permitir. Pero no sólo eso, si se te llegara a pasar la mano e incurrieras en el grave error de que los empleados incluso sintieran algo de bienestar, ello de inmediato los haría propensos a sublevaciones laborales. En suma, tu tarea como patrón será la de mantenerlos en un estado de abatimiento funcional, para que ni se derrumben al grado de que ya no puedan trabajar, ni estén lo suficientemente despiertos como para cuestionar el orden de las cosas. Por eso, puedes poner en práctica la innovadora técnica conocida como la Teoría del Placebo Empresarial (tbe), que las principales empresas tecnológicas están llevando a cabo con gran éxito, e incluso sus directores de recursos humanos escriben libros detallando los métodos sutiles de control, donde transmitir una impresión de falsa alegría se revela como un muy efectivo método para que los empleados se desempeñen como las tuercas y tornillos que en realidad son. Entre las distintas opciones que te ofrece esta práctica patronal de avanzada, puedes contratar coaches que pongan en

práctica al interior de la empresa técnicas como la Risoterapia, la Lloroterapia o la Urinoterapia, por mencionar sólo unas cuantas. La primera es la menos recomendable de todas, por las razones que ya fueron enumeradas con anterioridad. En cambio, la Lloroterapia ha probado su efectividad como herramienta que por un lado permite que los empleados piensen que la empresa se preocupa por sus sentimientos más profundos, y además les induce un estado de depresión permanente que si sabes mantener a flote suministrándoles antidepresivos y demás pastillas que han enriquecido obscenamente a las compañías farmacéuticas, producirá una combinación óptima de trabajo automatizado y falta de iniciativa y/o cuestionamientos. Por último, la Urinoterapia ha sido probada por las empresas más arriesgadas, que no por casualidad son las que también han cotizado mejor en la bolsa en estos últimos años de gran incertidumbre financiera a nivel mundial. En aquellas que la han implementado, se les solicita a los empleados que por razones de moralidad e higiene lleguen todos los días con sus frascos llenos, perfectamente sellados, y después la empresa puede organizar concursos y sorteos para intercambiarlos, añadiendo un elemento de emoción e incertidumbre sobre la procedencia de la dosis que a cada cual le corresponde ingerir. De esa manera, para poner un ejemplo, los empleados menos agraciados podrán fantasear con la posibilidad de verse beneficiados con los frascos de las empleadas más atractivas. Eso sí, tú como patrón asegúrate de ingeniártelas para que siempre te toque un frasco debidamente camuflado, que contenga la dosis justa de jugo de manzana con té de manzanilla, pues una cosa es procurar mantener motivados a tus empleados, y otra cosa es perder tu dignidad como patrón de manera irreversible. •

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César Rendueles

Protágoras,

los niños y la democracia U

na leyenda griega cuenta que los dioses del Olimpo crearon los animales mezclando tierra y fuego. A la hora de decidir cómo iba a ser cada especie, pusieron mucho cuidado en repartir equitativamente las fortalezas y debilidades. Fabricar todos aquellos bichos era un trabajo duro y no querían que unos pocos animales poderosos se zamparan a todos los demás en un par de días. A unos les dieron garras y colmillos, a otros cuerpos ligeros y piernas veloces. A algunos los hicieron grandes y feroces, a otros escurridizos y capaces de resguardarse en pequeños rincones. No olvidaron que los animales tenían que sobrevivir al frío, la lluvia y el sol, así que cubrieron sus cuerpos de pelo, plumas o escamas. Los dioses griegos eran un poco despistados. Cuando acabaron con el resto de animales y, finalmente, le tocó el turno a las personas, se dieron cuenta de que habían calculado mal el reparto y no quedaba nada para ellas. Allí estaban aquellos bichos alargados y flacos, en pie sobre sus dos patas, sin alas ni pezuñas ni pelo suficiente para protegerse del invierno. Un desastre. A uno de los dioses, Prometeo, le dio pena y le robó a Atenea un poco de conocimiento y se lo regaló a los humanos. De esa manera fueron capaces de construir casas, usar el fuego y fabricar ropa o armas para resguardarse y defenderse. Desgraciadamente, no era suficiente. Como los seres humanos vivían aislados los unos de los otros, eran presa fácil para el resto de animales. De vez en cuando probaban a agruparse pero eran incapaces de ponerse de acuerdo y se peleaban todo el rato. Así que Zeus, el rey de los dioses, tuvo que tomar cartas en el asunto para evitar que la gente se extinguiera. Les daría el sentido de la justicia para que así pudieran organizarse y vivir juntos.

Zeus tuvo que tomar una decisión importante. Prometeo no había repartido los conocimientos por igual. Creyó, con razón, que no hacía falta que todo el mundo fuera bueno en música, en medicina, en deportes o en matemáticas. Un solo médico puede curar a mucha gente, un solo cómico divertir a un auditorio entero. ¿Tal vez —pensó Zeus— pasaba lo mismo con el sentido de la justicia? No, decidió. No habría expertos en justicia. Todas las personas tendrían la misma capacidad para distinguir entre lo justo y lo injusto. La leyenda aparece en un diálogo de Platón titulado Protágoras. Lo que nos dice no es exactamente que todas las opiniones individuales valgan lo mismo, sino algo más extraño. Nadie, ni los más listos, ni los más fuertes, ni los corazones más puros saben mejor en qué consiste la justicia. La única manera que tenemos de saber que las normas que nos gobiernan son justas es asegurarnos de que las hemos elaborado entre todos, contando incluso con gente cuyas ideas no apreciamos o a la que nunca pensamos que merecía la pena escuchar, y aceptando las dificultades que conlleva ese proceso. No se trata de sumar las opiniones a través de algún cálculo y obtener la media. Sino de deliberar hasta que aparezca algo diferente, algo más que la suma o la resta de las partes. Un poco como en una orquesta: puedes ser buenísimo tocando el clarinete o el arpa, pero interpretar una sinfonía es algo que sólo puedes hacer con los demás, toquen bien o mal sus instrumentos. El otro día me vino a la cabeza esta historia porque recordé que cuando estudiaba primaria formé parte del consejo escolar de mi colegio, una asamblea de representantes de profesores, padres y estudiantes. No hace tanto en España, los niños de 12 años podían participar en el órgano de gobierno de sus escuelas. Hoy mucha gente lo ve como una ocurrencia pintoresca e ingenua. ¿Qué puede saber un niño de 12 años? Yo no estoy tan seguro. Por ejemplo, lo que siempre han pensado los niños sobre los deberes —que son una lata aburrida y sin sentido— coincide con la opinión de la mayor parte de los pedagogos contemporáneos. Y lo mismo ocurre más allá del ámbito educativo. Por ejemplo, se calcula que en las ciudades actuales dedicamos a los coches —entre carreteras y plazas de aparcamiento— más del sesenta por ciento del espacio público disponible. Tal vez nuestras calles serían un poco más racionales si los responsables

No se trata de sumar las opiniones a través de algún cálculo y obtener la media. Sino de deliberar hasta que aparezca algo diferente, algo más que la suma o la resta de las partes. Un poco como en una orquesta: puedes ser buenísimo tocando el clarinete o el arpa, pero interpretar una sinfonía es algo que sólo puedes hacer con los demás, toquen bien o mal sus instrumentos.

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de los planes urbanísticos tuvieran que tener en cuenta la opinión de personas pequeñas que ni conducen ni pueden conducir, que están hartas de esperar en pasos de cebra que ningún coche respeta y a las que les gustaría tener mucho más espacio para usar sus patinetes o jugar al pilla pilla. De hecho, se puede ver al revés. Si incluso los niños pueden participar, en la medida de sus posibilidades, en el gobierno de las escuelas, entonces a lo mejor eso significa que es posible llevar la democracia participativa a lugares que hoy nos parecen incompatibles con ella, como los centros de trabajo, las instituciones culturales o los mercados financieros. Si incluso los niños pueden intervenir, en la medida de sus posibilidades, en las instituciones públicas, entonces no deberíamos dejar que ningún experto nos trate a todos como a niños decidiendo sobre nuestras vidas. Si suena exótico es porque en las últimas décadas la lucha por la igualdad ha ido ocupando un lugar cada vez más periférico en los debates políticos. De hecho, no es exagerado decir que la izquierda institucional ha asumido con exaltación los ideales meritocráticos. Como si la meritocracia fuera una versión mejorada del igualitarismo, sin sus efectos limitadores sobre la libertad individual. Como si lo realmente importante sea que cada cual obtenga las recompensas que merece según sus capacidades, sus esfuerzos y sus logros. La opinión dominante es que la única igualdad aceptable es la igualdad de oportunidades. Desde este punto de vista, el avance social consiste en eliminar las barreras de entrada que distorsionan los mecanismos de gratificación del esfuerzo individual. Es una idea absurda, por supuesto. La igualdad de oportunidades es el programa social de los críticos de la democracia. Si en algo consiste ser conservador es en justificar los privilegios de la élite política, económica o tecnocrática por sus superiores méritos intelectuales o morales. Ese es el argumento clásico de Burke, de Bonald, de Maistre y todos los reaccionarios del siglo xix.

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La democracia no es sólo un modelo político. Es, tal vez sobre todo, un modelo de sociedad. Un tipo de sociedad en el que nos reconocemos mutuamente como iguales capaces de deliberar en común. Como modelo político, la democracia sólo implica un conjunto de procedimientos técnicos, el gobierno de la mayoría. Como modelo de sociedad, en cambio, implica el reconocimiento de que la igualdad profunda es un objetivo político básico, que la igualdad no es un punto de partida sino un resultado que tenemos que construir a través de la intervención política, que las desigualdades son en sí mismas aberrantes y nos condenan a vivir en sociedades frágiles, individualistas, y llenas de desconfianza. •

El sueño de ser el único • Por dD&Ed Y ahora que aniquilamos a toda la competencia, ¿qué hacemos?



Psycho Killer • Por Carlos Velázquez Treinta razones para no asistir a Guns N’ Roses El anuncio del «reencuentro» de Guns N’ Roses (y lcd Soundsystem) en Coachella provocaron un sold out instantáneo. La banda más emblemática del heavy metal le ponía fin a una larga separación. La noticia despertó el entusiasmo de millones de fans en todo el mundo, que no van a dudar en aborazarse sobre los boletos. Guns N’ Roses visitará México como parte de la gira de reunión. Y el fenómeno se ha repetido. Al menos la primera de las dos fechas que actuarán (esperemos que no hagan el oso) en nuestro país se agotó de inmediato. Conforme avanzaron los días a partir de que proclamaran la reconciliación han salido detalles a la luz que desmienten la versión de que la banda reúne a todos sus integrantes originales. Mentira maldita. No es un all-stars de Guns N’ Roses. Aunque los fans alberguen con ilusión que los miembros faltantes se reunirán como invitados en algún punto de las presentaciones. Una cosa es traficar con nostalgia y otra las ausencias. A continuación ofrecemos treinta razones por las cuales no asistir a ese fraude llamado Guns N’ Roses.

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Son la banda de covers más cara del mundo. ¿Pagar por oír «Since I don’t have you»? Mejor voy a una boda. Axl Rose es el Bono del heavy metal. Su figura inspira el mismo fervor mesiánico que el líder de U2. Las odiosas comparaciones entre Axl y Kurt Cobain. Ambos eran portavoces de una generación de adolescentes confundidos y marcados por una ira inexplicable. Kurt fue el artista más sincero de su época, mientras que Axl no representa absolutamente nada. Appetite for Destruction es el disco que más ha sonado en los karaokes de fiestas en universidades. Guns N’ Roses se convirtió en lo que más odiaban: Bon Jovi. Incluso superaron su nivel de cursilería. De todas las bandas metaleras Guns N’ Roses era la que más hablaba de Hollywood. Son la prototípica banda rural. Puro rock pueblerino. La hebra de heno

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en la jeta de Axl en el video de «Welcome to the Jungle» lo confirma. Las playeras de Axl con la imagen de Jesucristo. Muy duro, drogadicto, adorador de las armas y violento, pero cuando Vince Neil de Mötley Crüe le cantó un tiro, Alx Rose le tuvo miedo. El alcoholismo de Slash le impidió reproducir el estilo blues punk de su guitarra en Appetite for Destruction. Por eso Use your Illusion I & II son una mierda pop. Como muchas otras bandas, tuvieron la oportunidad de reunirse con las facultades más enteras y no ese desastre hiperatrofiado que son. Pero no. Había que estirar el berrinche hasta donde la crisis financiera lo permitiera. La inclusión de cuerdas en sus canciones. Guns N’ Roses no es una banda. Son empleados. Es la banda de Axl Rose. Los contrata cuando se le antoja. Parecen los Caifanes. Los 17 años que nos tuvo Axl en la friendzone esperando Chinese Democracy. Que permitieran que exista un álbum llamado Guns N’ Roses for Babies. Versiones canción de cuna de su repertorio. Que ahora que se reunió la formación original nos amenacen con nuevo disco. ¿Nos van a hacer esperar otra vez más de un década y media? Axl y Slash son los Noel y Liam Gallagher del hair metal. Se van a subir a tocar juntos al escenario sin dirigirse la palabra. Van a fingir para que los fans no crean que todo es por el dinero. La aparición de Duff McKagan en Married to Rock. Los delfines computarizados al final del video de «Estranged». ¿Delfines en el video de una banda de supuesto hard rock? ¿Cómo pasamos de la heroína en «Mr. Brownstone» a los mamíferos rescatadores?

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El sombrero de charro que se puso Slash en el concierto que ofrecieron en México en 1992. Que en su alineación haya estado Buckethead. El guitarrista que usa un bote de pollo frito como sombrero. El puñetazo que recibió Izzy Stradlin de parte de Vince Neil. Y que no contestó el marica. Que Axl amenazara a la banda con dejarla (cuando todos sabemos que él es el dueño) si no solucionaban sus problemas de drogas. ¿Esas son las palabras de un tipo conocido por su peligrosidad? Que se compararan con Queen.

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La mentira insostenible de que se trata de una reunión de los miembros originales. Izzy Stradlin no participa en el reencuentro. Es una tregua en el divorcio Axl-Slash solamente. El dueto con Elton John en los mtv Music Awards. La actitud más metalera de la historia. Las lonjas de Axl «La foca albina» Rose. Es falso que Axl es indispensable. La versión de «Patience» con Scott Weiland es considerada por un sector de fans mejor que la original. Lo que no pudo hacer Axl en casi diez años, sacar un disco decente, lo consiguió Slash con Velvet Revolver. Que a pesar de su sobrepeso Axl no se haya deshecho del look de cholo que ha lucido toda su carrera. En resumen, porque Axl debió morirse después de Use your Illusion I & II. Nunca debió salir The Spaghetti Incident? Y menos ese bodrio y decepción monumental llamado Chinese Democracy. •

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Caligraf铆a + soporte Ver贸nica Gerber Bicecci

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Publicado originalmente en: Enclave. Poéticas experimentales, Rocío Cerón ed., México, ebl Intersticios / fonca / cnca, 2015, pp. 11-16.

Odunacam • Por Liniers


SALVAR MI VIDA HA SIDO LA AVENTURA

MÁS EXTRAORDINARIA QUE HE VIVIDO


El buzón de la prima Ignacia A mis queridas y queridos lectorcitas y lectorcitos:

Los que me siguen mes a mes en este espacio saben lo que me hicieron el mes pasado los barbajanes y peleles que dizque se encargan de esta publicación. O sea, ¿esos editorsuchos de quinta creyeron que me podían censurar a mí, a la prima Ignacia, y salirse con la suya? Ja ja y doble y triple ja. Que lo sepan bien, my darlings, que cuando ustedes van yo ya fui y vine. Por eso, por ustedes, lectorcitas y lectorcitos, me permito compartirles el oficio que recibí de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, donde se le pone un alto a los rufiancillos que mal dirigen esta publicación en la que mi pluma es la única valiosa. Así que ándense con cuidado, porque he llegado a mi límite, y la próxima vez no seré tan misericordiosa. Como nos ha enseñado muy bien la Meg Ryan, cuando una tiene un rostro tan angelical como el de ella y el mío, la gente nos quiere tomar por tarugas, así que les digo: ¡Ya basta!, ¡No pasarán!, y lo siguiente que sabrán no será de mí sino de mis abogados y la demanda millonaria que me permitirá por fin retirarme en una mansión en Malibu a tomar piñas coladas todo el día tirada junto a mi albercota. Ah, y se me olvidaba pasarles un último mensaje, por si lo anterior no hubiera quedado lo suficientemente claro:

Go to hell, you fucking bastards! MÉXICO D.F. A 10 DE MARZO DE 2016 SEÑORITA IGNACIA ROSETE PRESENTE EN RELAZIÓN A SU EDICTO DONDE SE MANIFIESTA EN CONTRA DE LA CENSURA DE LA QUE FUESOSE OBJETO POR PARTE DE LA PUBLICACIÓN CUYA DENOMINACIÓN DE ORIGEN ES “EL REPORTE DEL SP”, NOS PERMITIMOS COMUNICÁRSELE LO SIGUIENTE: ESTA H. COMISIÓN HA DETERMINADO QUE EN EFECTIVAMENTE HA SIDO INJUSTAMENTE CENSURADA, POR LO QUE EMITIREMOS UNA RECOMENDACIÓN PARA QUE UN SUBCOMITÉ EMITA UNA RECOMENDACIÓN PARA RECOMENDARLE A NUESTRO TRES VECES H. PRESIDENTE QUE RECOMIENDE A LA SUSODICHA PUBLICASIÓN QUE NO VOLVIESE A CENSURAR NINGUNA PARTE DE SUS COLABORACIONES. ASIMISMO, EN ATENCIÓN A SU PETISIÓN PARA QUE “EL REPORTE DEL SP” LE GARANTICE POR CONTRATO UNA DOSIS MENSUAL DE RIVOTRIL PARA TRANQUILIZAR SUS NERVIOS POR EL AGRAVIO COMETIDO, ESTA H. COMISIÓN SE DECLARA INCOMPETENTE PARA EJERCITAR ESAS FACULTADES, PERO LE OFRECEMOS DARLE EL TELÉFONO DE UNA FARMACIA DE SIMILARES DONDE SE PRODUCE UN PRODUCTO CON CARACTERÍSTICAS MUY IGUALES AL ASÍ DENOMINADO RIVOTRIL, QUE NUESTROS MIEMBROS CONSUMEN CON SINGULAR ENTUSIASMO EN EL DESEMPEÑO CABAL DE SUS FUNCIONES. ATENTAMENTE, LA H. COMISIÓN DE LA CNDH

Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).

Muy apreciada señorita Ignacia, Soy un nayaritense, de Tepic, que se reservará su nombre real para evitar problemas, pero le escribo para que usted con su gran prestigio y renombre nos auxilie a parar una campaña de difamación en contra de nuestro presidente municipal, el licenciado Polo Domínguez, que está siendo crucificado en las redes sociales, ¿y sabe por qué?, por el «grave» «crimen» de querer ayudar a unos indios patarrajada a progresar. O dígame usted, respetable señorita Ignacia, ¿es un delito sacarlos de sus casuchas de lámina para darles unas dignas viviendas con cemento y todo, de 16.5 metros cuadrados cada una? No me lo va a creer, pero los amargados de siempre critican al licenciado Domínguez porque él se está haciendo una casa bien inmensa. ¿Qué se piensan, que puede gobernarnos a los tepiqueños desde una casa como las que les regalamos a los indígenas estos, en la que ni siquiera cabe una pantalla de plasma de tamaño decente? No, no se vale, señorita Ignacia. Por quererlos ayudar, le está saliendo más caro el caldo que los frijoles a mi amigo el Lic. Domínguez. Sólo usted nos puede ayudar a remediar esta injusticia. Porfirio Limantour

Mi estimado Porfis Limantour, A ver a ver a ver a ver. Por los caminos del sur, váaaaamonos para Guerrero, pero despacio y andando y por partes, porque pus, o sea, no quiero ser mala como la bruja de Blancanieves, pero lo veo tan agitado que ni está pensando derecho. Pero para eso estoy aquí yo, así que no se me preocupe más. Lo primero es que le quiero recomendar uno de esos diplomados sobre corrección política que yo tomé, porque en estos tiempos ya no se puede decir ni «indios patarrajada» ni «indígenas estos» ni muuuuuuuchas cosas más que aunque ya sabemos que bien que las pensamos, pues ahora resulta que no las podemos decir. Ni modo. Pero para que no se me meta en problemas, le sugiero que mejor les diga como yo «mis vidas los inditos» o «cositas azteco-mexicanas», porque aunque no sean como nosotros, luego sí tienen su corazoncito y se nos ofenden y toda la cosa. Y pues yo en parte lo entiendo porque ya quisiera yo que el gobierno o los inútiles de mis ex maridos, a los que les di mi juventud y mis ilusiones, me regalaran aunque fuera una de esas casuchas donde ni se ha de poder ir bien al baño. Pero, noooo, a mí nadie me regala nada, claro. Y no les hacemos ningún favor tratándolos como si no tuvieran dos brazos y dos piernas como todos los demás. ¿Y encima vienen las buenas conciencias a quejarse? Pues ahí sí me parece que tiene usted razón en que no hay derecho. Digale al Lic. Domínguez que si anda precisando una asesora de imagen, o simplemente una coach para levantarle el ánimo, me escriba y por una feria ya ve que yo le hago olvidar sus penas. Y pus de mientras, para que ya no los estén linchando en los medios y el Face y todo eso, ¿por qué no sacan un comunicado de prensa y dicen que fue un mal entendido, que a todas esas cositas azteco-mexicanas muy prontito la revolución ora sí ya les va a hacer justicia, pero que las casitas miniatura se van más bien a usar para meter a unos trabajadores chinitos, que al cabo que esos no se quejan de nada, que van a empezar a llegar ahora que las empresas extranjeras vengan a invertir en nuestro petróleo y nuestra energía? ¿Ya ve, don Lima?, dígale al Lic. que si me contrata, juntos podemos llegar súper bien requete lejos.

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Esta temporada Reporte SP te recomienda Anatomía de una epidemia

La casa

Robert Whitaker • Capitán Swing

Paco Roca• Astiberri

«Un día analizaremos la forma en que hoy tratamos la enfermedad mental y nos preguntaremos si estábamos todos locos».

«Nada compromete más a un autor que arrancar su obra con una secuencia memorable. El lector lo ha captado y exigirá que la fuerza no afloje y se encamine, además, hacia el cierre exacto del círculo perfecto. La casa, llena de amor y verdad, lo consigue».

Time.com

Fernando Marías

De los otros

La Era del Sucedáneo

Mariano Peyrou • Sexto Piso

William Morris • Pepitas de calabaza

«Esas raras veces en que el ingenio se acompaña de sustancia, el resultado puede ser fascinante. En ese momento es cuando yo dejo de llamarlo “ingenio” —a secas— y lo llamo “talento” —sin más—».

«El libro —que lleva por título uno de sus más conocidos textos: La Era del Sucedáneo (1894)— conserva en plena era posindustrial gran parte de la vigencia del tiempo incipientemente industrial en el que fue escrito. La razón es que por encima de la irreversible mecanización del trabajo, la crítica de Morris vaticina la inagotable perversión del mercado».

Sara Mesa, Estado Crítico

Anatxu Zabalbeascoa, Babelia

El fuego y el relato

Oscuridad total

Giorgio Agamben • Sexto Piso

Renata Adler • Sexto Piso

«Una obra [...] extraordinariamente fecunda: un conjunto de ensayos —en gran parte inéditos— cuya amplitud especulativa se inserta exactamente en la secuencia intelectual de este pensador, pero, al mismo tiempo, se abre a —y propone— reflexiones nuevas».

«Al igual que Didion, escritora con la que frecuentemente se la emparenta, Adler cuestiona las premisas de todas las historias que nos contamos para poder vivir y lo hace sin imponer una línea narrativa a las escenas que componen el relato, necesariamente fragmentario, de su experiencia».

Paolo Randazzo, Europa Quotidiano

Rebeca Nieto, Estado Crítico

El hombre que estuvo allí

Pequeño fracaso

George Plimpton • Contra ediciones

Gary Shteyngart • Libros del Asteroide

«Plimpton no dejaba jamás de ofrecer un relato verbal de un acontecimiento en su mejor estilo narrativo con el fin de crear literatura. El relato existía para uno mientras él hablaba».

«Se trata de una obra tan transparente que no se atreve siquiera a desmentir esa máxima de la condición humana en virtud de la cual todos nos volvemos menos interesantes con el tiempo».

Norman Mailer

La bendición de la tierra

Fran G. Matute, El Cultural

Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill

Knut Hamsun • Nórdica libros «La bendición de la tierra me marcó como una de las grandes novelas que he leído. Es realmente hermosa, llena de sabiduría, humor y ternura». H. G. Wells

Éric Vuillard • Errata Naturae «Un relato habitado por la gracia y la rebeldía, por la poesía y la indignación». Paris Match


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