Reportesextopiso Publicaciรณn mensual gratuita โ ข Julio de 2016
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Índice Un pájaro a medio arder | 4
Navajas | 17
Ernesto Kavi
Nell Leyshon
El amor y la lengua | 7
El Señor Cerdo | 23
Darío Jaramillo Agudelo
Muslámenes | 9 Daniel Saldaña París
Duelos | 10 Grecia Cáceres
Escribir con los pies | 13 Luigi Amara
Odunacam |14 Liniers
Contribución a la historia universal de la ignominia | 15
Instrucciones a los patrones | 23 Johnny Raudo
Carta a David Markson | 24 Malcolm Lowry
Psycho Killer | 27 Carlos Velázquez
Sexto Piso Times | 29 Hay niveles de exigencia, ca… | 30 dD&Ed
El buzón de la prima Ignacia | 31
Portada de este número: ilustración de Hirameki, de Pen + Hu (Sexto Piso, 2016) Reporte SP • Año 3 • Número 23 • Julio de 2016 • Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso • www.reportesp.mx Impresión: Offset Rebosán • Editores: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Eduardo Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi • Diseño y formación: donDani
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Recomendación de los editores
Un pájaro a Ernesto Kavi
A
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medio arder
l tomar un libro, al leer una historia, nunca hay que olvidar que están hechos del material más delicado que existe en el mundo: la vida humana. Ésa es la materia con la que trabaja el contador de historias. Como un artesano, como el más cuidadoso de los alfareros, debe trabajarla con atención, debe darle forma, embellecerla, preservar cada detalle, y hacerla durar lo más posible. Es un trabajo que busca alcanzar la eternidad con el material más perecedero. Tarea absurda, inconsciente, desesperada, y feliz. Nadie es tan pobre como para no dejar algo al morir. Si la miseria nos ha perseguido, si los días nos han exigido entregarlo todo, dejaremos, al menos, recuerdos. Los recuerdos, sin embargo, casi nunca encuentran herederos. Son los narradores, los contadores de historias, quienes los recogen, muchas veces con un gran esfuerzo y con cierto dolor. Excavan en los tiraderos de la memoria, entre desechos, restos, podredumbre, hasta rescatar, hecha girones, la vida humana. Y es entonces cuando comienzan su tarea. Reúnen los pedazos de algo que alguna vez tuvo lugar en el mundo, lo tratan de reconstruir, intentan, por imposible que parezca, encontrar un sentido a la pérdida y a la destrucción. Hoy ocurre algo grave. Se está perdiendo el arte de narrar, y quizá sea porque ya no se tiene ni la paciencia ni el coraje de querer salvarlo todo. O tal vez sea porque, junto con el don de contar una vida —es decir, una historia que va entrelazando y tejiendo otras historias consigo misma— también estamos perdiendo el don de escuchar el relato de vidas diferentes de la nuestra. La del migrante, el desplazado, el perseguido, el humillado, la vida de los seres pequeños e invisibles, de los niños —los infans—, es decir, de todos aquellos que nunca han podido hablar. Sin embargo, si
ponemos suficiente atención, cada cierto tiempo, como ocurre con los fenómenos de la naturaleza, es posible escuchar una voz hecha de una inconmensurable marea de silencios. Es entonces cuando la pérdida, la ausencia, la sustancia misma del tiempo, nos habla. Y eso ocurre en Lluvia de verano, el relato de Tanpinar. Cierta mañana, bajo la lluvia de verano, un hombre, al volver a casa, encuentra en su jardín a una muchacha, ausente, como extraviada en una edad lejana, distante del bullicio, del tiempo gris, de la oscuridad de la hora presente. Era de una sorprendente belleza: «Más que un ser humano, podía ser un sueño de aquella hermosa noche de estío que se hubiera quedado en un rincón del jardín (…) Bajo la lluvia parecía un sueño que quedara en la memoria al despertar». Así comienza Lluvia de verano, la breve historia de Ahmet Hamdi Tanpinar. Así comienzan también los antiguos relatos. Con una epifanía. Con la aparición de algo, o de alguien —de una luz, de una mujer, de una visión, de un dios, de un demonio, de una presencia fulgurante, de una fuerza radical que cambiará nuestra vida por siempre—. Así comienzan los antiguos relatos. Con la muerte. Con el comienzo de la vida nueva. Anquises al encontrar frente a él a Afrodita, desnuda, a la espera de ser amada. Acteón en la espesura, el primer día, espiando sin ser visto el cuerpo desnudo de Artemisa. Pablo de Tarso cuando, después de caer de su caballo, abre los ojos, y ve una luz que lo ciega, y lo ilumina. Dante, a los nueve años, a la hora nona, viendo cruzar por las calles de Florencia a una hermosa niña vestida de carmesí, que lo ignora y le niega el saludo. De la misma forma, en el relato de Tanpinar, en un jardín bajo la lluvia de verano, Sabri ve por vez primera a Fatma, y nada volverá a ser nunca lo mismo: «Desde que aquella extraña visitante
Nadie es tan pobre como para no dejar algo al morir. Si la miseria nos ha perseguido, si los días nos han exigido entregarlo todo, dejaremos, al menos, recuerdos. Los recuerdos, sin embargo, casi nunca encuentran herederos. Son los narradores, los contadores de historias, quienes los recogen, muchas veces con un gran esfuerzo y con cierto dolor.
había puesto el pie en su casa, había sufrido una metamorfosis difícil de comprender. Tenía ante él su vida entera, como si fuera algo que podría perder en un instante». Con la presencia de Fatma se abrirán las puertas hacia una realidad desaparecida siglos atrás. Con Fatma irrumpirá en la existencia de Sabri la destrucción, la muerte, el amor, el remordimiento, pero también la reconciliación, acaso la serenidad, acaso la paz y, tal vez —nunca podremos saberlo—, la vida nueva. ¿Quién es Fatma? En la literatura hay presencias femeninas que son difíciles de olvidar. La materia de la que están hechas es incierta. Siempre cambiante, voluble, de una ligereza casi imposible, a veces divina, a veces demoniaca. Lo único cierto es que su proximidad puede ser, como el veneno, salvífica o mortal. Así es Fatma. En la jerarquía de las criaturas, según una tradición jasídica, los justos se encuentran en el escalón más alto. Son seres ignorados por todos, desapercibidos, invisibles para el gran número. Son tan pequeños que ni siquiera poseen una voz propia. Hablan con las palabras y la memoria de otros. Los justos. Seres que encarnan la sabiduría, la bondad, la consolación del mundo, seres mínimos que se salvan milagrosamente de la destrucción inexorable del tiempo y de los hombres. Fatma forma parte de ese grupo de criaturas delicadas e invisibles sin las cuales nada verdaderamente hermoso o importante puede existir. Era «como esas aguas que se vuelven más pesadas al anochecer a fuerza de tragárselo todo», a cada instante enriqueciéndose con lo que habían vivido otros. Era «una persona diminuta que cargaba sobre sus hombros todo el peso de un mundo desaparecido». Ella, la única sobreviviente, el único resto de un naufragio sumergido para siempre. En Lluvia de verano hay una escena fundamental. Es como si todo el libro estuviese escrito sólo para llegar a ella, y se resume en una sola imagen, como todas las escenas primigenias. Una casa en llamas. La casa de la infancia de Fatma. Una casa que perteneció a su familia durante generaciones, y que guardaba tesoros de otro tiempo. Cajas y relojes de música que hacían imaginar costumbres extrañas y países remotos. Bastones ceremoniales con mangos de marfil. Espadas forjadas de plata y oro para un guerrero venido del otro lado del mar. Muebles, cortinas, jaulas, que pertenecieron al último sultán. Ropa blanca para las fiestas del agá. Al abrir un baúl salía todo un cortejo de recuerdos, sucesos, historias, nombres. En cada objeto, en cada habitación, era posible hallar un resto de la vida que alguna vez fue sobre la tierra. Todo Estambul, todo el Bósforo, estaba reunido, de alguna forma, en esa casa. Y ardió. «¡Hemos quedado reducidos a cenizas, se acabó!». Todo un mundo hecho humo y llamas. La casa en llamas es la imagen de la vida como una sucesión de dolorosas pérdidas. La pérdida de los seres amados, de los lugares familiares, de las historias de infancia, de la memoria de los más viejos, la pérdida de la tranquilidad, del amor, de la serenidad. Es la
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Lluvia de verano Ahmet Hamdi Tanpinar Traducción de Rafael Carpintero Ortega Narrativa Sexto Piso • 2016 88 páginas
imagen de la pérdida, no de un mundo, no del mundo de ayer, como diría Stefan Zweig, sino de algo mucho más valioso. Es la pérdida de una vida, de miles y miles de vidas, en su singularidad, irrepetibles, con sus pequeñas historias, sus breves y particulares anécdotas, sus minúsculos detalles que ya nadie podrá conocer. La casa en llamas es la imagen, por imposible que parezca, de la belleza. «Una fruta que se mira sin extender la mano, una desgracia que se acepta sin retroceder», como la definió alguna vez Simone Weil. Y, de alguna forma, tenemos el presentimiento de que ahí, en esa casa, también ardemos nosotros. En medio de la insensatez producida por el incendio, dice Fatma: «todos trataban de salvar algo de la casa en llamas. Algunos hacían cosas increíbles de puro desconcierto. Nos traían pájaros quemados o asfixiados por el humo en sus jaulas a medio arder». Y de inmediato, al escuchar eso, comprendemos que no es otra la misión de los justos, de Fatma, de los contadores de historias, o de Tanpinar, nuestro escritor. Porque escribir, como dijo alguna vez Roland Barthes: «sirve para salvar, para vencer la Muerte: no la de uno mismo, sino la de aquellos que amamos, dando testimonio por ellos, perpetuándolos, erigiéndolos fuera de la no-Memoria». Contar historias es adentrarse en el incendio inexorable del tiempo, y salvar lo insalvable: una vida en llamas, la memoria en humo, recuerdos en cenizas, palabras en silencio y alumbradas. Y justo en ese instante comprendemos que Lluvia de verano es eso, un puñado de vocablos que hablan todavía de un antiguo fuego, una perla robada al olvido en el puño de un justo, o un pájaro a medio arder. •
El amor y la lengua*
Darío Jaramillo Agudelo
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ue en un congreso de la lengua se proponga una mesa con el tema del amor, ineludiblemente lleva a establecer unas relaciones que, no por obvias o por salaces, deben dejarse de señalar. Sin prevenciones, para una mente menos zumbona que la mía, el amor y la lengua pueden querer aludir a las palabras para decir el amor y, en mi caso particular, la expresión poética del amor. Sin duda más adelante me referiré a este punto porque el aspecto que quiero tratar antes es el lado lúbrico (y lubricante) del asunto: la lengua como instrumento del amor, la lengua que no está modulando palabras de amor sino la lengua, cómo decirlo, ejecutando el amor. La lengua que besa, la lengua que lame, la lengua que chupa, la lengua que explora. Se me dirá que tal vez ése no sea el abordaje adecuado en un evento como esta reunión de academias que estudian la lengua entendida como lenguaje. ¿Será que el idioma sin palabras de la lengua utilizada como instrumento erótico no califica para este pomposo evento? Pero no, hay un viso del asunto que lo acredita como tema en un congreso sobre la lengua, entendida ésta como medio para trasmitir palabras. Se trata de lo siguiente, algo que se me ocurre llamar «el pudor del idioma castellano», cuya pudibundez es casi beatería, pues transfiere a otros idiomas los nombres de las faenas de la lengua utilizada como instrumento de goce. Para precisarlo de una vez: salvo el beso, que tiene su palabra en nuestro idioma, quizás porque, como decía Juan Legido: «el beso en España lo lleva la hembra muy dentro del alma», salvo el beso, las más mentadas y deliciosas funciones eróticas de la lengua llevan su nombre en otros idiomas. Miné, fellatio, cunnun lingus son palabras sin equivalente exacto en español, que nos llevan a Francia y a la antigüedad latina para designar asuntos incorporados a nuestros más placenteros instintos sexuales. La terminología que vincula lengua con la lujuria tiene una expresión genérica con entrada propia en la Wikipedia: sexo oral. Por puro reflejo de quien rindió tantos exámenes, el sexo oral suena como lo contrario a sexo escrito. Pero no. Lo que quiero decir desde que empecé, es que el habla adopta expresiones de otros idiomas para designar los usos de la lengua como potenciador del sexo. Para esas prácticas parece no haber nombres en el castellano de la academia. Se pone uno a buscar y resulta que la labor de los labios y de la lengua sobre el órgano sexual masculino se llama felatio y la misma labor sobre el clítoris y la vagina también está
bautizada con una expresión latina, cunnun lingus aunque también es llamada la miné. A propósito, en este contexto tengo que citarlo con regocijo, busqué en la rae la definición de miné y me dio un significado que podría muy bien ser una metáfora de la miné como actividad de la lengua salaz: «abrir caminos o galerías por debajo de tierra». Para ser justos, justos con la injusticia, debo reconocer que el diccionario de la Real Academia reconoce la castellanización de la felatio con la palabra felación, que define lacónicamente con cuatro palabras: «estimulación bucal del pene». Pero el Diccionario oficial comete una injusticia, una discriminación entre los sexos, pues ¿por qué se castellaniza la estimulación bucal del pene pero no se castellaniza la estimulación bucal de las intimidades de la mujer? Discriminatorio y puritano, el castellano va atrás con respecto a las acciones eróticas de la lengua, necesita de antecedentes ilustres como el latín y recurre, Dios bendiga el habla del común, recurre, digo, a los localismos para expresar ese mundo lascivo y lujurioso del mismo instrumento del habla.
Discriminatorio y puritano, el castellano va atrás con respecto a las acciones eróticas de la lengua, necesita de antecedentes ilustres como el latín y recurre, Dios bendiga el habla del común, recurre, digo, a los localismos para expresar ese mundo lascivo y lujurioso del mismo instrumento del habla.
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Dije que más adelante hablaría de la lengua, la lengua castellana, como expresión del amor. Si bien no pueden desconocerse otros temas, principalmente la épica y la mística, también es cierto que se podría construir una historia de la poesía en castellano con el único tema del amor. Desde antes de que el castellano fuera un idioma, en el siglo xi, ya los poetas cantaban el amor, como Ben Suhayd de Córdoba: «besé el blanco brillante de su cuello; apuré el rojo vivo de su boca. Y pasé con ella mi noche deliciosamente, hasta que sonrieron las tinieblas mostrando los blancos dientes de la aurora». Y no solamente por su antigüedad sino también porque las voces principales han cantado al amor en castellano. Oigamos, si no, a Garcilaso diciendo: «por vos nací, por vos tengo la vida; por vos he de morir, y por vos muero», o a don Francisco Quevedo y Villegas proclamando que el amor va más allá de la muerte: «Alma a quien todo un dios prisión ha sido, (…) su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado». El mismo Quevedo dedicó un soneto a definir el amor:
* Leído en el Congreso de academias de la lengua, San Juan, Puerto Rico, marzo de 2016.
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de proponer relaciones íntimas argumentado que ya se tuvieron en sueños:
Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado;
¡Ay, Floralba! Soñé que te... ¿Direlo? Sí, pues que sueño fue: que te gozaba. ¿Y quién, sino un amante que soñaba, juntara tanto infierno a tanto cielo?
es un descuido que nos da cuidado, un cobarde, con nombre de valiente, un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado;
Las dudas del amor también son parte del mismo, desde la copla extendida a todo lo largo de la geografía del idioma —«contigo porque me matas y sin ti porque me muero»— hasta la hermosa manifestación de la más grande poeta de la lengua, Sor Juana Inés de la Cruz:
es una libertad encarcelada, que dura hasta el postrero parasismo; enfermedad que crece si es curada.
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Yo no puedo tenerte ni dejarte, ni sé por qué, al dejarte o al tenerte, se encuentra un no sé qué para quererte y muchos sí sé qué para olvidarte.
Éste es el niño Amor, éste es su abismo. ¡Mirad cual amistad tendrá con nada el que en todo es contrario de sí mismo!
Y la de Quevedo, entre los más grandes, entre los más clásicos, no es la única definición del amor. La de Lope de Vega es memorable: Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso;
Y ella, la misma Sor Juana, expresa otro aspecto del amor, la evocación de ser amado: Detente, sombra de mi bien esquivo imagen del hechizo que más quiero, bella ilusión por quien alegre muero, dulce ficción por quien penosa vivo.
no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso;
También americana, la del más grande, es la expresión de la lujuria que debemos a Rubén Darío: ¡Carne, celeste carne de la mujer! Arcilla —dijo Hugo—, ambrosía más bien ¡oh maravilla! La vida se soporta, tan doliente y tan corta, solamente por eso: ¡roce, mordisco o beso en ese pan divino para el cual nuestra sangre es nuestro vino!
huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor süave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor, quien lo probó lo sabe.
Estando en Puerto Rico, a la hora de repasar las definiciones que hacen los poetas del amor, sería imperdonable no citar a don Pedro Florez, hijo de esta tierra, a quien se debe la definición que figura en Obsesión: Amor es el pan de la vida, amor es la copa divina, amor es un algo sin nombre que obsesiona a un hombre por una mujer.
Más allá de las definiciones (o más acá, no lo sé), el mismo don Francisco de Quevedo escribe sobre un tema tan repetido en la poesía castellana que dio lugar a uno de los más hermosos ensayos sobre el tema que he leído en mi vida, El sueño erótico en la poesía española de los siglos de oro, escrito por don Antonio Alatorre. Es una manera
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En la misma línea otro grande, César Vallejo, dijo: «pienso en tu sexo. Simplificado el corazón, pienso en tu sexo». La poesía amorosa no siempre canta. A veces llora, a veces maldice. Parte del amor, la más dura, la más envenenada, es el desamor. Ya casi para terminar, traigo dos ejemplos, el primero, el comienzo de uno de los más hermosos poemas de Pablo Neruda, el Tango del viudo: OH Maligna, ya habrás hallado la carta, ya habrás llorado de furia, y habrás insultado el recuerdo de mi madre llamándola perra podrida y madre de perros, ya habrás bebido sola, solitaria, el té del atardecer mirando mis viejos zapatos vacíos para siempre y ya no podrás recordar mis enfermedades, mis sueños nocturnos, [mis comidas, sin maldecirme en voz alta como si estuviera allí aún (…)
Pero, seamos equitativos, desamor no sólo lo expresan los hombres; una inmensa poetisa uruguaya Idea Vilariño escribió: Ya no será ya no no viviré contigo no criaré a tu hijo no coseré tu ropa no te tendré de noche no te besaré al irme nunca sabrás quién fui por qué me amaron otros. (…) No me abrazarás nunca como esa noche nunca. No volveré a tocarte. No te veré morir.
Ya es hora de terminar y sería injusto con ustedes, conmigo y con el tema, hacerlo de manera tan áspera; después de todo, además de serlo del bolero, somos también herederos de la telenovela, que exige el final feliz. Por eso, en un castellano demencial y hermoso, es bueno terminar con el inigualable Topatumba del argentino Oliverio Girondo. Y con ésta me despido: Ay mi más mimo mío mi bisvidita te ando
sí toda así te tato y topo tumbo y te arpo y libo y libo tu halo ah la piel cal de luna de tu trascielo mío que me levitabisma mi tan todita lumbre cátame tu evapulpo sé sed sé sed sé liana anuda más más nudo de musgo de entremuslos de seda que me ceden tu muy corola mía oh su rocío qué limbo ízala tú mi tumba así ya en ti mi tea toda mi llama tuya destiérrame aletea lava ya emana el alma te hisopo toda mía ay entremuero vida me cremas te edenizo. •
Muslámenes • Por Daniel Saldaña París
U
n sol intenso, atenuado por un airecito de leve primavera, me recibe afuera del bar. La mujer no dice nada, pero prende un cigarro y camina con cierta prisa. Por un momento temo que todo haya sido una confusión: que en realidad no me haya dicho «vámonos» a mí sino a alguien más. Quizás ahora se ofenda por seguirla tan de cerca. No es común en Montreal que las mujeres se sientan acosadas, seguidas de cerca por un sujeto de apariencia turbia, como es mi caso. Por si fuera poco, acabo de abandonar a Cormac O’Dwyer, mi único prospecto de amigo. Cormac, el gringo orate con misoginia persecutoria. Pero la mujer se detiene y me mira por encima del hombro. Sonríe —incluso me sonríe—, así que supongo que no hay confusión alguna: espera que la siga. Ese gesto de amabilidad no puede ser fortuito. Doy un par de pasos más ágiles y finalmente la alcanzo. «Hola, Daniel. Es un placer conocerte. Llevábamos algún tiempo planeando este encuentro». Me desconcierta que sepa mi nombre. ¿Acaso estaba también en aquella presentación literaria donde conocí por primera vez a Cormac —y a una peruana octogenaria—? Me da miedo indagar. Además, ¿a qué se refiere su plural? ¿Quiénes constituyen ese grupo que llevaba algún tiempo planeando encontrarme? Las preguntas se me atragantan y ella, de algún modo, parece adivinarlo: «Ya sé que ahora no entiendes mucho, pero pronto estará todo más claro. Mi nombre es Chloé, por cierto». Su voz es rasposa, casi ronca, pero reconfortante. Chloé tiene la tez muy blanca y el pelo muy negro, probablemente teñido. Una argolla plateada le cuelga del cartílago central de la nariz. Viste como si saliera de una clase de Tae Kwon Do en el año 2050. Caminamos juntos, nuestros brazos rozando cuando ella se hace a un lado para dejar pasar a alguno de los transeúntes que
avanzan en sentido contrario. De vez en cuando Chloé mira hacia atrás con aire atribulado. Pienso que quizás teme que alguien nos esté siguiendo. Que Cormac O’Dwyer nos esté siguiendo, con su playera de San Miguel de Allende y su aire de forajido alcohólico. Nos encaminamos hacia el Mont Royal, el cerro de 233 metros de altura que preside blandamente la ciudad, dividiéndola en hemisferios lingüísticos —al este, la francofonía; al oeste, los anglos—. En la cúspide del antedicho monte, una cruz de metal recubierta con LEDs se yergue como una amenaza o una bendición —según se vea—. La cruz original fue colocada en 1643 por el fundador de la ciudad (lo leí en una guía turística la primera vez que visité Montreal). Chloé me revela —esta vez en inglés: tiene también la costumbre de pasar de un idioma a otro— que la cruz del Mont Royal es nuestro destino. El ascenso al monte lo conozco porque a veces, en mis deambulaciones matutinas, recorro ese camino, jugando a reconocer el trino de las diferentes aves y tomando notas para mis poemas bucólicos. Pero esta vez tiene un aire ominoso. Una nube gris ha cubierto el cielo y todos los árboles parecen pintados por un paisajista en proceso de librarse de su adicción a los opiáceos. Los focos de la cruz del Mont Royal se encienden cuando estamos ya muy cerca, y Chloé entonces me toma de la mano, como para tranquilizarme. Cuando finalmente llegamos, en la base de la cruz hay un grupo de mujeres físicamente parecidas a mi guía. «Vestales», pienso, aunque a decir verdad desconozco el significado de esa palabra. Forman un círculo tomadas de las manos. En el centro, resplandeciente, yace sobre un nido de harapos un huevo blanco, del tamaño de mi puño cuando lo cierro con fuerza en un acceso de ira. •
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Duelos Grecia Cáceres Mi casa de cuervos Deja de llorar un rato que éste es el instante de conocer de entrever tratando de retener los hilos de la ilusión un poco más recogiendo los restos de la noche y el poco de polvo que queda sobre los muebles
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ahora desde la ciudad sin mar que es la mía imaginar un circulo sin centro en el que refugiar la palabra estando allí toda temblando sin nunca más saber qué hacer porque lo que la carne dio la carne te lo quita y así desnuda tiritando te quedas mirando desde lejos la fiesta del poniente puesto que el horizonte ya abandona este balcón usado y los quise y los amé y los esperé y los hice y los perdí ahora queda el recuerdo la sombra del amor que es un árbol fuerte
felizmente reacio a la tormenta y a los vicios ahora que rehago las camas que levanto las ropas regadas por el suelo aún y los juguetes sin dueño definitivo hoy que escribo y pienso en lo que fui niña repleta y parlanchina adolescente malcriada engreída joven perdida en la París de los 90 novia esposa madre francesa de adopción hoy sigo agachándome sin pesadumbre abrazando telas coloridas arrugadas de sus formas escribiendo palabras vanas deshiladas tratando de cazar de entender de ordenar lo imposible toda esa masa viva atenta luminosa ajena joven y viajera frutos que se van rodando en el jardín abierto a la luz insomne.
12 de octubre 2015
estamos en el desierto desnudos implorando la lluvia de su voz
sacro momento día de miércoles el sol alumbra el tiempo se apelotona un momento antes y después se va se va la inocencia y se va la carne originaria se va la risa contagiosa se va el baile se va mi primera palabra balbuceada el festín infinito de la niñez alumbrada por su carcajada liberadora por su mirada que brillaba más allá de las penas
maldito día de la raza doce duodécimo eterno todo se extingue, todo es nada la nada que redondea al mundo la nada que se come el horizonte ya sólo queda el día después de él mirar de reojo por sobre el hombro y rezar dejando pasar el rumor el presentimiento, el celo la cólera con su cola de fuego quemando los ojos con su sal
no hay margen altura o esquina en la que apoyarse no hay tierra bajo los pies no hay agua que colme esta sed
ya no hay más que el momento aquí sucede nada pasa en el mundo salvo esto
su cuerpo sufre y se rebela la ola repiquetea y se lleva instantes de la roca antigua sólo queda espuma gris de lo que fue el instante límpido del abrazo no hay bebida ni comida no hay calma ni sombra
los párpados se cierran el corazón vacía su cencerro los pulmones se doblan y la sangre estática es como una tinta en el aire que dice algo que no sabemos leer.
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Escribir con
los pies E
l caminante es, al mismo tiempo, espectador y participante del teatro móvil en que se desenvuelve; su viaje, aun cuando mínimo, presenta el rostro bifronte de la aventura y el recogimiento, del traslado y la introspección. Si bien es capaz de desentenderse de sus pesares y obligaciones para explorar el mundo —no importa que esa exploración se limite a dar vueltas a la manzana—, también puede desconectarse del entorno para sumirse en sus cavilaciones, para abandonarse al flujo de su pensamiento y, entonces, seguir un hilo que lo ha de llevar más lejos en su interior, antes que a cualquier punto reconocible en el mapa. Aunque haya paseos que son pura presencia, una esponja en locomoción que absorbe todo cuanto se encuentra en el camino, y otros que son más bien el pretexto para la reflexión solitaria, no es infrecuente que, en especial si se trata de una marcha larga, esos extremos se acerquen y el caminante se descubra después de cierto tiempo tan alerta y abierto a lo que pasa como meditabundo y encerrado en sí mismo. El paseo es una forma de digresión con los pies, pero también, una vía hacia el ensimismamiento ambulatorio; al caminar se dispara cierto tipo de actividad mental que no necesariamente conocemos al quedarnos quietos o sentados frente al escritorio: cierta euforia asociativa, cierto vagabundeo de la conciencia librada a sí misma, que quizá puedan explicarse por el movimiento y el ejercicio físico —por el cambio en la irrigación del cerebro—, pero en la que sin duda interviene el efecto del paisaje en nuestro ánimo, esa intensidad perceptiva, tan variada como incesante, que se verifica al salir al mundo y ponernos en marcha. Como paseante inveterado que era, Henry David Thoreau sabía encontrar ese equilibrio entre percepción y reflexión en el que una actividad mental propicia y da lugar a la otra. Su rutina ambulatoria, que tenía muy poco de rutinaria, pero sin la cual lo embargaba el sentimiento de que había desaprovechado el día, comportaba lo mismo la vieja búsqueda del espíritu del lugar que una disidencia frente a la forma consabida y utilitaria de emplear el tiempo; en cuanto forma de exploración directa de la naturaleza se traducía, en la práctica, en modos distintos de redescubrir los paisajes más familiares. Pero Thoreau insiste en que buena parte de su trabajo de escritor, de sus pensamientos más fecundos e incluso la extensión de sus textos los debe a las caminatas (no por nada el acto mismo de caminar puede compararse con un discurso); como muchos otros filósofos y artistas decimonónicos, había hecho de la intemperie su gabinete más propicio, y de la aventura de apartarse del sendero principal una forma de método.
Al igual que la desobediencia civil, que procura un cambio —corregir una injusticia— sin necesidad de acudir a las armas, la caminata también es un medio de operar una revolución, una revolución mínima, fugaz si se quiere, pero que tiene el efecto de alterar la vida cotidiana, de transformar la manera en que percibimos nuestro entorno y nos desenvolvemos en él.
Luigi Amara
Si ya Rousseau había adelantado las ventajas de reflexionar a la deriva: «necesito que mi cuerpo se ponga en movimiento para que despierte mi mente», lo mismo en la filosofía (Kierkegaard, Nietzsche) que en la literatura (los románticos ingleses) del siglo xix encontramos una marcada tendencia a sacar provecho de las afinidades formales que puedan tensarse entre caminata y texto, una preocupación por sondear los alcances creativos y las nuevas rutas asociativas del caminar despreocupado que, por ejemplo, llevará a Nietzsche a decir que no sólo escribe con la mano, sino que su pie quiere siempre participar, y a Wordsworth lo encontrará escribiendo poemas mentales en plena excursión campirana, en ese estudio al aire libre en el Distrito de los Lagos, en Inglaterra, que no tardaría en volverse célebre. Wordsworth, un escritor ambulante que, de simple medio de locomoción, había llevado la caminata a método de composición literaria, podría considerarse una suerte de hermano mayor de Thoreau al otro lado del océano o, si se quiere, una suerte de mentor secreto, y no sólo a causa de su afición por la intemperie y el convencimiento de que la inspiración depende en gran medida del movimiento de las piernas, sino por las implicaciones políticas que derivaba del simple acto de caminar. Wordsworth que, al igual que Thoreau y una larga hilera de caminantes, favorecía el paseo solitario como una vía de escape de la tiranía del trabajo asalariado, gustaba de internarse en parajes agrestes lo mismo que escalar montañas, pero no desdeñaba frecuentar los caminos rurales, pues allí se cruzaba con otros hombres a los que de otro modo no habría tenido ocasión de encontrarse y además hacerlo en igualdad de condiciones, sin barreras de clase o jerarquías, sin esa distinción que, por ejemplo, instituían los grandes jardines concebidos para los paseos señoriales. Los paseos en el bosque de Thoreau presentan coincidencias asombrosas con las célebres excursiones que solían emprender los Poetas del Lago (además de Wordsworth, en cierta época también Coleridge se aficionó a los paseos y a la escritura ambulante, hasta llegar a De Quincey, aunque su fuerte era definitivamente el vagabundeo por la ciudad); pero Thoreau, como en muchos otros ejemplos de su vida, había llevado las cosas al extremo. Pese a la importancia del ejercicio físico y la participación de las piernas que encontramos en los escritores románticos, ellos no habían logrado desprenderse del todo
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de una idea de escritura que, si bien en movimiento, se practicaba fundamentalmente como un ejercicio mental, como una forma de propiciación. Para Thoreau, en cambio, implicaba algo más que eso: caminar era una recuperación integral del cuerpo, entre otras cosas por la agudización y preeminencia que, al andar, se da a los sentidos. La caminata era para él una forma de meditación en movimiento que ensanchaba el espíritu pero sobre todo despertaba la sensibilidad; si algo tiene la caminata es que, independientemente de los lugares —físicos o mentales— a los que pueda conducirnos, facilita, como escribe Thoreau, el regreso a nosotros mismos a través de una percepción amplificada, de una conciencia alerta y bien dispuesta. En este tenor de ideas, quizá no se ha estudiado a profundidad la importancia del perro como acompañante de las caminatas reflexivas de los Poetas del Lago. Si acostumbraran salir y dejarse guiar por un can, en buena medida se debe a que de ese modo podían entregarse a sus ensoñaciones, a la actividad del espíritu, seguros de que, auspiciados por el olfato canino, no habría forma de perderse y, gracias a sus ladridos, se percatarían a tiempo de la presencia de otros hombres en las inmediaciones que pudieran romper el hechizo ambulatorio. Por su parte, si bien la mayoría de las veces las caminatas de Thoreau evitaban enfáticamente la presencia humana (no era tan afecto, como Wordsworth, a los caminos rurales, a esos caminos en los que la gente se cruza y avanza gracias a sus propias piernas en igualdad de condiciones), su avidez e inquietud vagabunda, más que una simple afición saludable, posee un fuerte tinte político en otro sentido, por lo que supone en cuanto oposición a la idea de trabajo que se había impuesto como resultado de la Revolución Industrial. Así como en Baudelaire y más tarde en Louis Aragon y en Walter Benjamin el paseo se cargará de un perfil subversivo y de denuncia, no sólo por el acto mismo de descreer de la lógica de los vehículos, sino por lo que supone en cuanto atestiguamiento de la destrucción de la ciudad, de su transformación para favorecer el flujo del capital, a expensas del peatón y de la más bien lenta circulación bípeda, en Thoreau la caminata por el bosque se carga de la disidencia del que
Odunacam • Por Liniers
no quiere participar de la economía tal y como suele ser entendida, con sus directrices de rentabilidad y optimización del tiempo. ¿Qué implica, a los ojos del taylorismo y los checadores de tarjeta, salir a perderse en la espesura de lo agreste sino un despilfarro de energía y tiempo? ¿Qué simboliza que tan pronto ha salido de la cárcel por desobedecer a la autoridad, Thoreau organice una excursión al bosque para enseñar a los niños el placer de comer arándanos silvestres? Si ya en De Quincey la caminata sucedía en los márgenes, no tanto en las orillas de la ciudad, sino en los márgenes de lo establecido y funcional (recorre las calles en sentido contrario a su flujo comercial; se dirige al teatro y a la ópera no para asistir a los espectáculos, sino para contemplar el espectáculo de la gente que se congrega y amontona para no perderse el último estreno), en Thoreau ese desplazamiento centrífugo va a alcanzar su plena expresión. Caminar lejos de la ciudad no es sólo una manera de practicar la distancia, sino también una disidencia activa, que pone de cabeza los valores del trabajo y la disciplina, las concepciones arraigadas sobre el tiempo libre y las actividades que no persiguen otro fin que suceder, incluida la escritura. Al igual que la desobediencia civil, que procura un cambio —corregir una injusticia— sin necesidad de acudir a las armas, la caminata también es un medio de operar una revolución, una revolución mínima, fugaz si se quiere, pero que tiene el efecto de alterar la vida cotidiana, de transformar la manera en que percibimos nuestro entorno y nos desenvolvemos en él. Tal y como defenderán más tarde Guy Debord y sus cómplices de la Internacional Situacionista, las largas caminatas sin rumbo de Thoreau, antes que una forma de subordinarse al azar, antes que un antimétodo para perderse, comportaban una insubordinación a las influencias habituales que operan sobre la conciencia, una insubordinación frente a las jerarquías establecidas y los valores de productividad y eficacia promovidos por la ética protestante. En la práctica, tomando distancia de su ciudad, pero al mismo tiempo en el papel, escribiendo como quien va de excursión, Thoreau mostró que hay maneras de caminar que propician una revolución genuina. Una revolución de los pies. •
Contribución a la historia universal de la ignominia Me parece que en los años previos a la reforma educativa se fue construyendo una generalización muy injusta, un prejuicio, de que todos en el magisterio eran un grupo de golpeadores, ignorantes, ineptos, una generalización incluso con notas clasistas y racistas. Recuerdo a varios personajes de los medios de comunicación diciendo: «¿Usted dejaría a sus hijos con esa persona?» —cuando «esa persona» tenía el fenotipo de las personas de Oaxaca y Chiapas—. También está la simplificación del convenio corporativo entre el Estado y el sindicato, del cual se culpa sólo al sindicato, como si en el caso de Oaxaca Ulises Ruiz o Diódoro Carrasco no tuvieran nada que ver en esa convivencia —o los secretarios de estado o Elba Esther—. Manuel Gil Antón, investigador del Colmex y uno de los principales expertos del país en materia educativa, en una entrevista publicada en www.horizontal.mx, a propósito del conflicto magisterial.
Hace años, ser una persona con preferencias homosexuales era considerada una patología psicológica. Hoy en día, hay marchas del «orgullo gay». ¿Cómo se pasó de uno al otro extremo? Debido a un plan cuidadosamente estudiado, elaborado y financiado por lobbies internacionales que pretenden destruir la familia porque la ven como una institución arcaica y represora. Así fue como lograron que la oms quitara la homosexualidad de la lista de padecimientos psiquiátricos. Luego promovieron la idea de que ser alguien con atracción por el mismo sexo era algo muy normal: en televisión y cine aparecieron personajes «gays» que despertaban simpatía, y poco a poco la gente se fue acostumbrando a verlos con normalidad, y a tildar de homofóbico a quien no los aceptara. Fragmento de un artículo publicado el 29 de mayo de 2016 en Desde la fe, el semanario de la Arquidiócesis de México.
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Muchas mujeres no son felices porque no disponen de una salida creativa. Las mujeres pierden tiempo obsesionándose por la moda, su peso o sus hijos, todo lo que concierne a su imagen. Salma Hayek, revelando después de tantos años que su carrera en las telenovelas, en el cine, así como su matrimonio con un multimillonario francés, se deben a su espiritualidad.
Si vamos a insistir en un alto rendimiento, entonces hay que deshacernos de la noción de retener a la gente. Tendremos que despedir a gente muy amable, que trabaja muy duro. Pero hay que hacerlo con dignidad. Patty McCord, antigua Chief Talent Officer de Netflix, despedida por la compañía en 2012 como consecuencia de las políticas que ella misma se encargó de crear.
Desde que el Gobierno de México intensificó su guerra contra la delincuencia organizada a finales de 2006, más de ciento cincuenta mil mexicanos han sido objeto de homicidios intencionales. Miles de víctimas han sido torturadas; se desconoce cuántas otras han sido desaparecidas. Atrapados entre las fuerzas gubernamentales y los cárteles de la delincuencia organizada, los mexicanos han sufrido en un país en el que las atrocidades y la impunidad imperan. Del reporte Atrocidades innegables. Confrontando crímenes de lesa humanidad en México, elaborado por la ong Open Society Foundations.
Navajas Nell Leyshon
E
l chico está sentado junto a la ventana y, dependiendo de la posición del sol, puede ver distintas cosas: el mundo fuera del tren; el polvo en la ventana de cristal; su propio rostro con los lentes oscuros puestos. Mantén alejado al mundo. Mantén alejado al mundo. Un codo presiona contra su brazo, pero él lo ignora. Sucede de nuevo. Se saca un audífono del oído: —¿Qué? —El volumen está tan alto que escucho todo —le dice su madre—. Te vas a lastimar los oídos. Ya te he dicho que Dios sólo nos da un par de oídos. No te va a dar otro par. —No lo comprendo —dice el chico—. Si tiene el poder para dármelos una vez, ¿por qué no se apiada y me da otros? Su madre niega con la cabeza: —Preguntas, preguntas. Siempre sales con tus preguntas. El chico le da la espalda y mira a través de la ventana. Un pueblo, con no más de treinta casas y una iglesia. Una camioneta se desplaza hacia ella, seguida por una estela de polvo. Es un pueblo como el de ellos. —¿Qué estás mirando? El chico se encoge de hombros y bosteza: —Cosas. —Estás cansado —dice su madre—. Pasaste la mitad de la noche con ese amigo estúpido. Reclina tu asiento. Acuéstate. Puede que hasta te quedes dormido. Anda. Es más cómodo de esa forma. —Ya lo sé. —Yo siempre me coloco así. Sé que no es como en esos aviones que salen en la televisión, donde el asiento se convierte en cama y puedes acostarte. ¿Te imaginas? Estar acostado y volar por los aires. No es algo natural. No está bien. Cuando era niña, solía pensar que un día los aviones caerían del cielo, encima de nuestro pueblo. Piensa en lo pesados que son, hechos de metal, con sus alas, los motores, los asientos, las maletas. Si cuando yo cargo una, me pesa muchísimo. Imagínate ahora con toda esa gente, con la comida que les dan y el agua con la que se lavan las manos —se acerca al oído de su hijo, y baja la voz como si estuvieran en un confesionario—. Sabes que es Dios quien permite que se mantengan en el aire. Otro pueblo. Alrededor de treinta casas, una iglesia, una tienda polvorienta. El chico piensa en su propio pueblo donde, en una tarde cálida, el único lugar al que se puede ir es al costado de la iglesia donde cae la sombra, el lado norte, donde entierran a los que deciden quitarse la vida, donde está la tumba con las flores frescas, y un montón de tierra que se hunde poco a poco: el granjero que se llevó
la pistola a la sien. El disparo se escuchó en todo el pueblo y la sangre se sumió por la tierra recién arada. Su madre le pincha el brazo: —¿Quieres algo de tomar? La madre tiene el bolso abierto sobre el regazo: el chico mira los paquetes de papel aluminio, que contienen trozos de pan que envuelven queso local. —Coca —dice el chico. —No hay. —La venden en el carro comedor. La madre asiente: —Si eso es lo que quieres. Coloca el bolso en el suelo, junto a su pierna. —Cuídalo —le dice, y el chico quiere preguntar de quién hay que cuidarlo. Quisiera preguntar a quién le interesaría robarse unos sándwiches hechos con pan de ayer. La mira avanzar con paso vacilante entre las filas de asientos, sujetándose de un respaldo y luego de otro conforme su cuerpo se bambolea con el movimiento del tren. Su vestido es de un turquesa brillante. Su cabello está teñido de un rojo violáceo y tiene un aspecto químico: el color es demasiado profundo, demasiado denso. El aroma de su perfume permanece donde estuviera sentada, y el chico agita las manos, como si quisiera ahuyentarlo. Abre las piernas, apoya los codos en los descansabrazos, saca su teléfono y aguza su mirada, concentrándose en el juego que se encuentra al interior del pequeño cuadrado de cristal.
El chico piensa en su propio pueblo donde, en una tarde cálida, el único lugar al que se puede ir es al costado de la iglesia donde cae la sombra, el lado norte, donde entierran a los que deciden quitarse la vida, donde está la tumba con las flores frescas, y un montón de tierra que se hunde poco a poco: el granjero que se llevó la pistola a la sien.
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Las letras azules y grises que forman la palabra hotel cuelgan del edificio, sólo que una parte del plástico de la h está rota, así que dice iotel. Las puertas de doble vidrio rechinan al abrirse. La madre da su nombre, explica que tienen una reservación para una noche, pero que quizá se queden más tiempo. —Mi madre está enferma —dice—, y debemos quedarnos aquí porque mi hermana está alojándose en el cuarto extra. Es mayor que yo y siempre me ha dicho lo que tengo que hacer. Me dijo que nosotros somos dos, yo y mi hijo, y que era mejor que nos quedáramos en un hotel. Ofreció pagar la mitad de nuestros costos pues, verá, yo no puedo pagarlo todo. No somos ricos. Soy madre soltera. El chico escucha. Disecciona lo que escucha como con un bisturí. Advierte cada argumento que le parece innecesario. Mi madre está enferma: innecesario. Mi hermana está alojándose en el cuarto extra: innecesario. Es mayor que yo: innecesario. Siempre me ha dicho lo que tengo que hacer: innecesario. Su hermana dijo que mejor nos quedáramos en un hotel: innecesario. No somos ricos: innecesario. Soy madre soltera: innecesario. Nada de lo que ha dicho, piensa, tenía que haberse dicho. Es como si no pudiera controlarse. Es como si tuviera una fuga. —¿Es silenciosa la habitación? —pregunta la madre—. Soy una persona muy nerviosa y cualquier ruido nocturno, por pequeño que sea, me hace saltar de la cama y casi estrellarme con el techo. El chico suspira, se da la vuelta. Cállate. Por favor, tan sólo cállate. Pero no puede callarse. —¿Alguna vez ha dormido en un avión? —le pregunta a la recepcionista. —No —le entregan la llave—. Primer piso, al final del pasillo. El chico toma la maleta de la madre y sigue sus tacones que hacen clac, clac al ascender por las escaleras de mármol. El pasillo del hotel es largo y sin ventanas. Está iluminado por una bombilla fluorescente que parpadea. La habitación está al final y la madre abre la puerta y entra primero. El chico contempla las dos camas individuales, separadas tan sólo por una pequeña mesa contigua a las camas, sobre la cual hay un teléfono. Es un teléfono viejo, con un disco de marcar y un cable enredado que conduce al auricular. El chico sólo los había visto en fotografías, jamás en la vida real. Intenta imaginarse utilizando uno; quedaría atrapado, atado al aparato. Coloca la maleta en el suelo junto al armario y camina los dos pasos que lo separan de la ventana. Da hacia un patio: ventanas ciegas, cerradas, ropa colgada: vestidos de mujer, pantalones, sujetadores.
El chico mira a la gente que sale. Salen de edificios, llenan las calles. La hora de la siesta ha terminado y siente como si él mismo despertara de un largo sueño. Algo en su interior responde. Gente, vida, algo.
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En las calles se alza la reja para cerrar una tienda, y un perro de manchas oscuras y blancas se estira en la entrada de un bar. El chico mira a la gente que sale. Salen de edificios, llenan las calles. La hora de la siesta ha terminado y siente como si él mismo despertara de un largo sueño. Algo en su interior responde. Gente, vida, algo. Su madre es oriunda de ahí, ahí creció, pero cuando él nació se mudó a la campiña para ofrecerle una vida segura. Una vida segura. Un par de chicas jóvenes se recargan contra la ventana de una de las tiendas, y el chico mira cómo lo miran pasar por enfrente. Una pellizca a la otra en las costillas y él reza para que su madre no se dé cuenta. Baja hacia la calle, camina por el bordillo. Siente cómo sus dedos tocan la punta de los zapatos. Otros zapatos que ya no le quedan. La madre le dice algo. Siempre le dice algo: —No deberías caminar por la calle. No estamos en el pueblo. Como si no lo supiera. Como si hiciera falta que se lo dijeran.
Camina a su costado. Se ha puesto lápiz labial rosado. El vestido turquesa. Caminan dos calles sin que hable. Después le dice: —Tengo miedo. El chico la mira casi sorprendido. Algo importante ha hecho su aparición, flotando hacia la superficie del torrente verbal. —No sé con qué voy a encontrarme —le dice. ***
La iglesia está rodeada por árboles en verdor. La ciudad es verde. La madre aminora el paso conforme se aproxima y el chico sabe lo que está por ocurrir. La madre mira hacia las puertas abiertas. En el interior está oscuro, probablemente hace fresco. El suelo de piedra, un techo alto, los confesionarios de madera donde la gente se arrodilla para contarles secretos a hombres invisibles. —Quiero entrar —dice la madre. —Pues hazlo. —Ven conmigo. Niega con la cabeza: —Aquí te espero. —Por favor. Acompáñame por hoy. Por favor. Niega con la cabeza otra vez, camina hacia la banca situada bajo el árbol. Se sienta, espera. El vestido turquesa, los labios rosados, los tacones que hacen clac, clac: todos entran al espacio oscuro. *** El jardín delantero del hogar no ha cambiado. Las flores están rebosantes, rosas y púrpuras, y las estatuas de concreto se juntan. El chico sigue a su madre a través de la reja, después por la puerta principal. El pasillo del interior está oscuro y le toma un segundo a sus ojos ajustarse, para que sus pupilas se relajen y se expandan. Puede ver el corredor, el rectángulo de luz al final, donde los escalones conducen al jardín trasero. Puede ver los dos lados de las puertas cerradas: la estancia, la cocina, la recámara. Avanzan hasta el final, entran en la última habitación. Es pequeña, tiene suelo y paredes de azulejos, y la ventana está cubierta por barras de metal y una enredadera; el sol ilumina las hojas que se enciman: un verde oscuro, un verde brillante, luminoso. Su abuela se encuentra en la elevada cama, con la cabeza ladeada. Su cabello cae largo sobre la almohada, gris sobre la almohada. La tía del chico está sentada a su costado. Está gorda, cae pesada sobre la silla, con el pelo alejado del rostro por un chongo. El chico permanece en la puerta mientras su madre se apresura hacia la cama, toma ambas manos de la abuela entre las suyas, se inclina y la besa en el rostro. Le dice: —Mamá, estoy aquí. Soy yo. Estoy aquí. La tía mira hacia el chico. Le dice: —Mira nada más cómo has cambiado.
Gesticula hacia la ventana: —Y mira quién está aquí. Hay un sillón individual bajo lo verde y las barras de metal, en el que está sentada su prima, con las piernas cruzadas. Voltea a verla y aleja la mirada rápidamente, mete la mano en su bolsillo, juega con el cable de sus audífonos. La madre habla con la abuela: —Tu niño está aquí, mamá. Mira. Se vuelve hacia él. Gesticula: —Ven. Deja que te mire la abuela. Se aproxima a la cama, siente la mirada de su madre, la mirada de su tía, la mirada de su prima. La boca de la abuela se ha doblado hacia donde se encontraban los dientes que le han extraído y su respiración es pesada. Tiene los párpados cerrados y puede ver la silueta de sus globos oculares bajo la piel delgada. —Dale un beso —le dice la madre. El chico se aproxima para pegar su boca contra el rostro de la abuela, y nota dos cabellos grises que sobresalen de su barbilla, y le preocupa que los cabellos que han empezado a crecer en su propia barbilla le hagan daño. La madre lo hace a un lado, para tomar de nuevo las manos de la abuela: —Ya puedes irte, mamá —le dice—. Estamos todos aquí. El chico se aleja de la cama, trastabilla hacia la puerta de la habitación. —Necesito salir. *** Dejó los lentes oscuros dentro y la luz del exterior es cegadora. Se coloca bajo el árbol, se sienta sobre la tierra seca. Saca sus audífonos, se los coloca, presiona play. Le sube el volumen a la música, cierra los ojos, aleja todo lo demás de su mente. Lo primero que advierte es que le extraen del oído uno de los audífonos. Abre los ojos y mira las piernas estiradas de su prima, sus pantalones deportivos blancos, polvorientos. La prima se coloca el audífono en su oído derecho y escucha. Lleva consigo una bolsa de semillas de girasol, y vierte un pequeño montón en la palma del chico, otro en la de ella. El chico toma una pepita, la coloca de lado, la mete entre sus dientes superiores e inferiores y la muerde. La saca de su boca, la abre con la uña del pulgar, extrae la pequeña semilla dulce y se la come. Tira la cáscara vacía sobre la tierra seca. La prima toma una semilla, se la mete a la boca. Mastica, muerde, después la cáscara vacía sale y se traga la semilla. Arroja la cáscara al suelo. —¿Así que todavía no sabes cómo hacerlo? —le pregunta. Niega con la cabeza: —No. Permanecen en silencio un buen rato. Se escucha sólo la música que emerge de los audífonos, el sonido de los pájaros en el árbol por encima de ellos, algún coche que pasa ocasionalmente, y el sonido de las semillas de girasol al abrirse. La pila de cáscaras en el suelo crece. Después la prima se inclina hacia delante y el chico mira el peso de su cabello: un mechón forma una cortina que brilla incluso bajo la sombra. La prima juega con las cáscaras, formando con ellas un círculo en el suelo.
Y después miran a su madre salir de la casa, a través de las flores rosas y moradas. Ven a la madre salir en su vestido turquesa, los labios rosas: todo brilla bajo el sol. Todo brilla bajo el sol. Camina hacia los chicos sentados bajo el árbol: —Se ha ido —dice. Se persigna—: Ahora está en manos del Señor. *** Esa misma noche, ya tarde, vuelven al hotel. La madre lo toma del brazo mientras caminan y el chico se lo permite. —Mi madre —dice— tuvo una muerte hermosa. Su último aliento fue como un gemido, un lamento. Y después no más. Y después se durmió. Habla sin parar en el camino hacia el hotel: su muerte, su último aliento, lo hermoso de todo el asunto, nacer y morir en la misma habitación y en la misma cama. Y si tan sólo todos pudiéramos vivir esa experiencia, tener a todos tus hijos, todos tus nietos, a los pies de tu cama. Entran por las puertas de cristal cubiertas de polvo, piden la llave, suben por las escaleras de mármol y sigue hablando, sigue hablando. Avanzan por el pasillo, abren la puerta de su habitación. Se sacude los zapatos con una patada, cambia el ángulo de su almohada, se acuesta sobre el cubrecamas verde. Alza la bocina del teléfono y el cable torcido se enreda. Da vuelta al auricular hasta que el cable es más libre, más largo, y comienza a marcar. El círculo da vueltas y vueltas: ¿en verdad le tomaba tanto tiempo a la gente marcar un número? ¿En verdad era tan pobre la vida, como si fuera vivida bajo un metro de agua? El chico entra en el baño. El asiento y la tapa del retrete están bajados. Se sienta encima. Los objetos de su madre están por toda la repisa: champú, crema facial. Hay cabellos rojos largos en el lavabo, donde se debió haber cepillado el cabello. Su color oscuro contrasta con la porcelana blanca: resultan impresionantes. La escucha desde la habitación. Está hablando, goteando. —Pero, amiga, es una forma muy hermosa de morir. Tu propia cama, la cama en la que naciste, la misma casa. Abre la puerta de la habitación. Conforme habla, sus pies se mueven, los dedos de sus pies se restriegan unos con los otros, enfundados en sus medias oscuras. Tiene las uñas pintadas de rosa, que se ve opacado por la densidad del nailon. Mientras habla, enrolla el cable del auricular alrededor de su dedo. En círculos, en círculos. Se enreda muy estrechamente. El chico entra en la habitación, gesticula hacia la puerta, avanza hacia ella: —Voy afuera. Lo mira y le dice al teléfono: —Un segundo, querida. Coloca la mano sobre el auricular y le dice al chico: —¿A dónde vas? —A tomar un poco de aire. —Estás enojado —le dice. —Estoy bien. —Claro que estás enojado. Necesitas estar solo. Asiente con la cabeza. En efecto, necesita estar solo. —Sal un rato —le dice—. Pero por favor no te tardes. Y no hables con nadie. Incluso si los ves amables y razonables. Y fíjate bien antes de cruzar la calle. Acuérdate de que unas calles son de un sentido, otras de doble sentido. Y acuérdate de que las bicicletas no hacen ruido, pero te pueden matar de golpe. El cráneo es resistente, pero se puede romper al golpear el pavimento. El cerebro puede salirse como la yema de un huevo. Y la carne puede abrirse con la defensa de un coche. —Está bien. —Si tienes algún problema, llama al hotel. Llámame. —Perfecto.
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Al salir de la habitación escucha su voz a través de la delgada puerta: —Creo que está enojado. Debe de estarlo. Toda muerte recuerda a otra. Está pensando en su padre. *** Está oscureciendo afuera pero la temperatura aún es cálida. Y aún hay gente. Pasa frente a bares donde en las mesas de la calle y detrás de las ventanas hay gente sentada, hablando, comiendo. Nadie está solo. Esto es lo que quiere, esto. El pulso de los seres humanos. La gente que sale de sus casas sin saber a quién van a encontrarse, cómo terminarán sus veladas. Piensa en las veces que ha estado sentado con su amigo, con las espaldas contra el muro de pared de la iglesia del pueblo, jugando a identificar los coches de la gente del pueblo por el sonido de los motores. Al final de la calle hay una tienda con la luz encendida, a pesar de que se encuentra cerrada. Camina hacia ella, se detiene. El escaparate está colmado de navajas. Hay cientos de ellas, en diferentes estilos, diferentes tamaños. Algunas miden unos treinta centímetros. Otras como tres. Hay mangos de hueso, de madera, de caparazón de tortuga, de perlas. Inspecciona el mostrador. Navajas suaves, navajas serradas. Navajas aburridas, navajas brillantes. Su frente toca el cristal. Se abre la puerta de la tienda y sale un hombre. El chico da un paso hacia atrás, alejándose del escaparate. El hombre enciende un cigarro, le ofrece la cajetilla: —¿Quieres uno? El chico asiente. Toma uno con la mano, se lo pone en la boca. El hombre le acerca el encendedor, gira el martillo. Se enciende la flama; se enciende el cigarro. El chico da una calada, prueba el humo. Exhala, consigue no toser: —Gracias. El hombre señala hacia el aparador: —Todas están hechas aquí —le dice. —Lo sé. —¿Eres de por aquí? El chico niega con la cabeza: —Mi abuela era de aquí. Murió hoy. El hombre asiente: —Lo lamento. —Ya era vieja. —Una muerte es una pérdida, sin importar la edad. ¿Quién era tu abuela? El chico le dice el apellido de la abuela, el apellido de la familia. El hombre se persigna: —Lo lamento. Todos la conocíamos. Se vuelve hacia la puerta de la tienda. Inserta la llave y la abre: —Espérame aquí —le dice. El chico fuma, mira el escaparate iluminado, las navajas plateadas. El hombre vuelve, trae algo en la mano. Se lo ofrece al chico: —Los hombres de por aquí siempre traen una navaja. El chico mira la mano del hombre. Toma la navaja. El mango es de simple madera, la hoja metálica está guardada. Coloca su uña en la hendidura del metal y la saca. Es plateada bajo las luces de la calle. La cierra, siente cómo el metal vuelve a la madera. La sostiene para devolverla. El hombre niega con la cabeza: —Es para ti.
El chico mira fijamente: a la navaja, al hombre, al escaparate. Conoce estas navajas, siempre las ha conocido. Y sabe que no se puede recibir una como regalo, o traerá mala suerte. Es necesario ofrecer algo a cambio. Mete la mano en su bolsillo. No trae dinero, ninguna moneda simbólica. Extrae el boleto del tren hacia la ciudad, que ya ha utilizado, y se lo entrega al hombre. *** La navaja está en su bolsillo conforme camina por las calles oscuras, y su mano también. Siente la ranura en el metal, la calidez de la madera. Sus pies caen, uno tras el otro. Los zapatos le aprietan, pero no los siente. La música está en sus oídos y llena su cabeza. Una navaja, en su bolsillo. Una navaja tradicional, obsequiada por un hombre del lugar. Una navaja práctica. Piensa en las posibilidades: sacarle punta a un lápiz, cortar un pedazo de cuerda, tallar madera. Puede desatascar una piedra de la herradura de un caballo, cortar una hogaza de pan. Puede rebanar una manzana, abrir una carta. Tallar un palo, limpiarse la mugre debajo de las uñas. Liberar un conejo atrapado. Desollar un zorro. El vestíbulo del hotel está oscuro, pero las puertas de vidrio permanecen abiertas. El chico entra, saluda con la cabeza al hombre detrás del mostrador, su rostro está iluminado por la vieja televisión portátil, y camina silenciosamente por las escaleras de mármol. La puerta está cerrada con pasador y su madre está en la cama, con la luz aún encendida. Tiene los ojos cerrados. El chico entra al baño, cierra con cuidado la puerta. Alza la tapa del retrete, orina en el escusado de cerámica blanca, baja la tapa sin tirar de la cadena. Mete la mano hacia la oscuridad profunda de su bolsillo, siente la navaja. Piensa en la fría hoja de metal alojada entre la madera. Se lava los dientes. Escupe la pasta en el lavabo. Es hora de dormir. Abre la puerta para ir a la recámara y la mira acostada sobre la cama. Mira su cabello sobre la almohada, los brazos desnudos. Mira su vestido turquesa colgado en el respaldo de la silla. Sus medias, piernas vacías, cuelgan a un costado. Mira el teléfono sobre la mesa, el cable hacia el auricular estrechamente enredado. Siente la navaja en la bolsa. El chico entra en la habitación, camina hacia su cama pero en lugar de meterse en ella toma la almohada y el cubrecamas. Se las lleva de vuelta al baño. Cierra la puerta de nuevo, con mucho cuidado, de nuevo. Coloca el cubrecamas y la almohada en la regadera, cubriéndola la superficie entera. Extrae su teléfono y sus audífonos de uno de sus bolsillos, los coloca en el suelo. Se quita los zapatos que le aprietan, también los calcetines. Se mete en la regadera, con un pie descalzo, luego el otro. Se da la vuelta, hace círculos, inspecciona, como un animal preparando su lecho en el bosque, después se acuesta. Extrae la navaja de su bolsillo, inserta la uña en la ranura del metal y extrae la hoja metálica. Presiona con la yema de un dedo, siente su filo contra las yemas de sus dedos. Una navaja. La cierra, metiendo el metal de nuevo entre la madera, la sujeta con la mano. La madera es cálida. Sus piernas son demasiado largas y se da la vuelta sobre su costado, acercando las rodillas hacia la barbilla. La navaja está en sus manos. Se encuentra acostado en su regadera, cama, morada de animal. Está listo para nacer. • Traducción de Eduardo Rabasa
La puerta está cerrada con pasador y su madre está en la cama, con la luz aún encendida. Tiene los ojos cerrados. El chico entra al baño, cierra con cuidado la puerta. Alza la tapa del retrete, orina en el escusado de cerámica blanca, baja la tapa sin tirar de la cadena.
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El Señor Cerdo
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l Señor Cerdo se encuentra en estado perpetuo de alerta —algunos dirían de ansiedad— para conocer las nuevas tendencias disponibles para difundir productos y servicios, destinados a crear fidelidad entre sus millones de usuarios potenciales, con el fin de crearles necesidades hasta entonces por ellos desconocidas, al punto de sentir que ya no pueden vivir sin poseer o gozar de los beneficios del producto en cuestión. En el caso tan único del Señor Cerdo, el producto es él mismo, por lo que la vida del Señor Cerdo es una interminable carrera para potenciar su branding y acercarse cada vez más a su sueño: que no quede un alma en la Tierra que no lleve dentro de sí al menos una pizca de la estela del Señor Cerdo. Tras doctorarse en las diversas técnicas para promoverse en las redes sociales, la mente incansable del Señor Cerdo pensó que debía darle una nueva vuelta al círculo, de manera que su existencia virtual regresara nuevamente a la realidad, mejorada y modificada por las distintas encarnaciones cibernéticas de la personalidad del Señor Cerdo. Para ello, inspirándose en las experiencias de artistas que utilizaron el mismo recurso para sus inútiles protestas, el Señor Cerdo estableció un sofisticado equipo de cámaras tanto portátiles como fijas, para transmitir su vida en directo, en streaming, en una página web que próximamente estará a la disposición de los admiradores del Señor Cerdo. Así, el Señor Cerdo quedará absolutamente expuesto ante la mirada pública, mostrando tanto el cotidiano derroche de creatividad y talento en el que basa su vida, como su lado oscuro, mortal, donde la gente común y corriente po-
drá constatar que pese a todo existen puntos de contacto con una existencia tan agraciada por la fortuna como la del Señor Cerdo. A través de un sistema de puntos y beneficios que incrementarán con el número de horas que los usuarios pasen mirando la transmisión en streaming de la vida del Señor Cerdo, se harán acreedores a distintas recompensas, como certificados de amistad del Señor Cerdo con su pezuña original estampada, así como la posibilidad de ser su personal assistant durante un día, incluidos los privilegios de ir al banco a pagar las cuentas del Señor Cerdo, sacar su basura, o cualquiera de las tareas para las que alguien como el Señor Cerdo simplemente no tiene tiempo que perder. Como premio máximo para los usuarios más asiduos, que además de poner las horas necesarias sean capaces de contestar trivias donde demuestren su total compenetración con la vida del Señor Cerdo, serán invitados a una fiesta exclusiva en la casa del Señor Cerdo, donde en compañía de DJs de primer mundo y edecanes, así como una lista de invitados sumamente selecta, los ganadores podrán departir durante unas horas con el Señor Cerdo y los suyos. De ese modo, al mismo tiempo que sueñan con algún día pertenecer a ese círculo tan exclusivo, podrán darse cuenta de primera mano de la inmensa distancia que separa a las dos estirpes. Una vez puestos en su lugar, regresarán con más enjundia que nunca a seguir adictivamente las andanzas del Señor Cerdo a través de su sitio web, con la plena conciencia de que es la única forma de disfrutar, así sea vicariamente, de las mieles de una existencia tan envidiable como la del Señor Cerdo. •
Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo
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n estos tiempos de corrección política, los patrones a menudo se ven constreñidos por cierto tipo de prácticas necesarias para asegurar el correcto funcionamiento de la empresa, pues al parecer se ha vuelto incompatible promover los valores adecuados mediante castigos ejemplares hacia empleados que en su vida privada muestran una clara proclividad hacia comportamientos inmorales. Los patrones de antaño no se encontraban esclavizados por esa hipocresía contemporánea conocida como diversidad, de manera que, por ejemplo, podían despedir a empleados que rompieran su familia divorciándose, cuestión que en la actualidad resultaría absolutamente impensable. Por fortuna, los patrones son una especie en continua evolución, que continuamente debe adaptarse para continuar manteniendo su supremacía, por lo que deben buscar formas siempre novedosas para sortear este tipo de dificultades. Para atajar la crisis de los valores, puedes ofrecer en tu empresa el servicio de guardería para los hijos de los empleados, descontándoles de su salario un porcentaje correspondiente, tanto para evitar que sea un costo adicional para la empresa, como para evitar que lo tomen como una prestación a la que tienen derecho de por sí, pues ya sabemos que lo que es gratuito no se valora, y no hay que transmitirles a los empleados el mensaje equivocado. Una vez que tengas su confianza y lleven a sus hijos a la guardería de la empresa, deberás comenzar un sistemático proceso de adoctrinamiento, para asegurarte de que desde la más tierna edad los hijos de los empleados adquieran las cualidades necesarias para que tal vez, algún día, la empresa contrate a los más destacados entre ellos.
Para que desde niños entiendan que el tiempo es dinero y que incluso los momentos de diversión deben estar orientados a buscar obtener alguna ganancia, puedes encargar a los tutores que organicen juegos donde pongan a los niños a competir salvajemente entre sí, incluidos premios para los triunfadores y castigos para los perdedores. Uno de ellos puede consistir en jugar a la bolsa de valores, con todo y una pantalla que simule los vertiginosos ascensos y descensos de precios de objetos que sean valiosos para los niños. Para reforzar el mensaje, en el sonido ambiente de la guardería puedes poner una música de fondo que esté acompañada por la lectura en voz baja de libros de management, para que puedan ir asimilando sus principios hasta que formen plenamente parte de su carácter. Si algunos de los niños mostraran tendencia a la hiperactividad, deberás solicitar a los padres que firmen una autorización para que el tutor de la guardería los medique según estime conveniente, de modo que también desde pequeños se acostumbren a las pastillas que cada vez se vuelven más necesarias para permitirle a la gente un mínimo de competencia en su desempeño laboral. Y ya por último, si verdaderamente quieres que los hijos de tus empleados se preparen para las exigencias del mundo contemporáneo, deberás pedirle al tutor que cada determinado tiempo eche de la guardería a alguno de ellos, de preferencia sujetándolo al escarnio y las burlas de sus demás compañeros, de modo que construyan desde temprano la dosis justa de tolerancia a la frustración, con aspiraciones limitadas, acordes al futuro gris que su lugar de nacimiento les ha deparado. •
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Carta a David Markson*
Malcolm Lowry
The White Cottage Ripe cerca de Lewes Sussex Inglaterra El mundo viernes 22 de febrero de mil novecientos cincuenta y siete ¡oh! Mi muy querido Dave:
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s verdaderamente imperdonable que no te haya respondido antes, en especial porque tenía tanto que agradecerte; pero paradójicamente los motivos son estos: Primero, Los reconocimientos de William Gaddis no es exactamente el tipo de libro (un verdadero Kanchenjunga, tú sabes a qué montaña me refiero, y el ascenso de alguna de sus pendientes no puede realizarse con seguridad, según creo, sin la ayuda de Tanzing y de Alester Crowley) que es posible devolver [una palabra ilegible] o al día siguiente, como sucedió una vez con El Ulises, con el comentario anexo «¡Muy bueno!». A la vez deseaba agradecértelo muchísimo y escribir, además, algo inteligente, digno del libro, y, al mismo tiempo, querría darte noticias definitivas del proyecto de Knopf y también expresarte mi sincera gratitud por la oferta de Lion Books, o la tentativa de oferta; pero no tenía ninguna noticia definitiva que ofrecer, hasta que un día descubrí que había estado trabajando tan arduamente que había olvidado que ya la había recibido, y por la misma razón aún no he terminado Los reconocimientos (que se demoró mucho por culpa del correo de Navidad y quizá por el Demon Oleum… Este término es Oleum-Oilalmp [dos letras ilegibles]. Lo que puedo decir es que Los reconocimientos prácticamente es todo lo que tú afirmas del texto: una verdadera creación fabulosa, un mirador superbizantino y un proyectil secreto del alma y algo extraordinariamente divertido, mucho más que Burton (que me obliga a cortar borraja del jardín para curarme la melancolía que me produce su humor, y también me ayuda una cucharada de vinagre antes de dormir). A pesar de todo, Burton es un buen punto de comparación. Sin embargo, sólo puedo leer durante poco tiempo, porque debo cuidarme la vista, que se me empieza a cansar a la media noche, después de pasarme todo el día, desde las siete y media de la mañana, tachando el trabajo del día anterior; así que pasará algún tiempo antes de que pueda enviarte un informe completo de Los reconocimientos. Mientras, te adelanto esto, aunque no sea adecuado. Respecto a Knopf, creo que Matson le había prometido Bajo el volcán antes de que llegara tu carta; también pienso que ya han redactado un contrato, por cierto no tan lucrativo como el de la Lion Books que mencionas, y aunque aún no lo firmo (parece que éste se ha retardado), me hallo tan comprometido que no podría retractarme (o no podría abandonarlos) aunque fuera conveniente, pero por otra parte uno se inclina a creer que no lo sería. Al releer tu carta del 18 de diciembre, que por mala fortuna llegó en el momento justo en que nos marchábamos por una semana a Londres (y que no la había asimilado bien hasta nuestro regreso, cerca del Año Nuevo), ahora creo que fue un gran descuido no contestarte inmediatamente y con claridad de todo el asunto. Espero que no me juzgues ingrato y no pienses que te defraudo seria y verdaderamente; pero estaba indeciso entre Harcourt Brace (que entonces no había publicado Bajo el volcán, así que yo no debía, como se encontraban las cosas, pagarles el 50% o algo semejante), y Albert, personalmente, y la Random House, más [una palabra ilegible], y Knopf, y al mismo tiempo tenía un contrato para una película que también me producía grandes dolores de cabeza y dificultades, y nada era seguro; la mayor parte de la correspondencia la tenía olvidada [palabra ilegible] en camino o no llegaba. Confío en que podrás comprender que me hallaba muy inseguro, y atrapado por una serie de circunstancias, que influían unas en otras, en especial porque Margerie no se encontraba repuesta del todo, aunque ya estaba bien de salud, y yo desempeñaba a la vez el papel de capitán y de marinero, y no podía darte una respuesta categórica. Por favor, no pienses que no aprecio el cuidado y la atención que dedicas a mis intereses y el estímulo que me has dado y que continúas ofreciéndome. Ahora me encuentro tan ensimismado, por un motivo u otro, que he estado produciendo cosas muy * Publicada originalmente en la revista Diálogos, número 4, mayo-junio de 1965, dirigida por Ramón Xirau.
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buenas, a pesar de que lo diga yo; pero esto también viene a aumentar mi confusión ahora que trato de dar una respuesta práctica a [algunas palabras ilegibles], porque en estos días, casi continuamente me hallo bajo la influencia de eso que suelen llamar inspiración, hombre, y lo que pienso… [aquí termina la primera página] [Hay un agregado al margen de la misma página] P.P.S. Olvidaba decirte que me gustó mucho tu descripción de los tres capítulos de Oedipus. En la obra La Machine Infernale de Cocteau (la que Cocteau me permitió conocer, el mes próximo hará ¼ de siglo, regalándome una butaca durante dos noches consecutivas, y de no ser así, me habría parecido una pantomima), el familiar de la esfinge, el Dios Chacal, Anubis, con máscara de perro trota en la cámara nupcial en la noche de bodas, siseando y derramando los terribles frijoles en los oídos conyugales mientras ellos duermen. No sé si Cocteau inventó esto, o si lo de Anubis pertenece al dominio público, pero si es esto último, resulta un personaje de verdad maligno que vale la pena tener presente en caso de una dificultad técnica insuperable. Y para tu contraste dual, en parte artístico y en parte editorial, podrás encontrar algo a propósito de eso en esta carta, y también de Happiest Gun, y de otras cosas. Hay varias maneras de leerlo; cuando se considera como un discurso de su autor, se convierte en algo muy profundo. Además, es muy divertido leerlo como una especie de diálogo faulkneriano. •
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kurimanzutto
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Psycho Killer • Por Carlos Velázquez Gorditos cagados del rock La semana pasada una noticia azotó (literalmente) el mundo del rock. Michael Lee Aday, mejor conocido como Meat Loaf, se colapsó sobre el escenario mientras ofrecía un concierto en Edmonton, Canadá. A propósito de este puercazo, aprovechamos para recordar a cuatro estrellas de rock comprometidas con el consumo calórico. El talento y la obesidad no están peleados, aunque en ocasiones no resulten proporcionales. Todo habitante del big size sabe que para abrirse campo en el mundo de la música no basta con estar masudo, también hay que estar muy cagado. Sí se puede ser un ídolo estando cerdo. Ejemplos abundan: Adele, Frank Black o Black Francis, y hasta Jonás, de Plastilina Mosh.
1. David Thomas, de Pere Ubu
La apoteosis de David se puede observar en YouTube. En el video de su presentación en el programa Night Music. Fajado como si estuviera en sexto de primaria, el vocalista interpreta «Breath». Son los cuatro minutos más extáticos que hayan experimentado jamás lonjas algunas. Exaltado, poseído, como en una especie de transe de triglicéridos, David se desgañita sobre el escenario. Se golpea, utiliza cada gramo de grasa para imprimirle pasión a su interpretación y se retuerce como si estuviera haciéndole el amor a una torta de tres pisos. Es un Stay Puft (el monstruo de malvavisco de Los Cazafantasmas) de carne y grasa. Sus cachetes son lo más atractivo de su personalidad. Pese a su tonelaje es bastante ágil, como hipopótamo de Disney. En la actualidad ha perdido peso, tampoco tanto para escapar a la categoría del choby. Pere Ubu no atraviesa por su mejor momento. Como ocurrió con Sansón, que al quitarle la cabellera perdió fuerza, la música de David Thomas perdió brillo cuando bajó unos kilos.
2. Michael Lee Aday, de Meat Loaf
Cómo olvidar «Dead Ringer for Love», su dueto con Cher (la Alaska región 1). La señora gorda y la travesti (parece que en la actualidad intercambiaron papeles, ya no se sabe cuál de los dos es cuál). Dos días después del accidente en Canadá, un comunicado de prensa reveló que Meat Loaf se había desplomado debido a un problema de deshidratación. ¿En serio? Pero si lo que más hace el cantante es retener líquidos. Se rumora que antes del concierto la banda fue a comer. Según el manager, le advirtió al vocalista que no se comiera ese último hot dog. Pero el comentario fue ignorado. Y en el momento justo de darle la mordida, el restaurante comenzó a dar vueltas, como si se tratara de un viaje de ácido. Minutos más tarde se suspendió el show, por el exceso de grasas polisaturadas.
3. Victorino
150 kilos de rock era el slogan proporcional de Victorino. Pero estaba equivocado. Debieron ser 550. 400 de él y otros 150 de todo el equipo, guitaras y amplis incluidos. La culpa de su muerte la tuvo Cerati. Al parecer, Victorino se tomó muy en serio lo de «Te hacen falta vitaminas». Después de versionar esta rola de Soda Stereo, su salud se deterioró. Las tres cubetas de grasa que le sacaron en la liposucción que le practicaron no fueron suficientes para sal-
varlo. En 1995 murió de un ataque al corazón. Pero fue por amor. Por amor a la comida. Su partida dejó un vacío muy grande en el mundo del espectáculo (por obvias razones). Porque además de su sobrepeso y su simpatía era un galán. No sabemos si las mujeres lo admiraban por su éxito o porque se podía despachar dos cabritos en una sentada. Madre de todos los bypass gástricos, su popularidad le valió para vender varios millones de discos. Algo que en el presente no consiguen ciertas escuálidas estrellas del pop.
4. Elvis Presley
La bestia de las pastillas, el rey de los asediados por el sobrepeso, Elvis, lo sabemos, no fue gordo siempre. Sólo hacia el final de su vida. Y tal prodigio se lo debemos a la dieta que manejaba. Se comía varios Peanut Butter al día. Un sanduich monumental de plátano con crema de cacahuate y tocino. Puñaladas directas al corazón, fueron su perdición. Y los culpables de que en los setenta el Rey viviera eternamente con una faja de señora junto a su cintura. Sólo así entraba en los trajes countrys que lo distinguían al final de su carrera. Con su capita tan mona. Y sus lentes Carrera. Ni marrano perdió el estilo, aplausos para el Rey. Pero no dejaba de verse un poquito ridículo. Pero qué importaba lo cagado que se mirara. Ya nos había conquistado. Era demasiado tarde para aplicarle la ley del hielo. No sólo la droga y el alcohol destruyen a las estrellas de rock, también la comida. Cualquiera que desee experimentar un poco lo que es la fama, que se prepare un Peanut Butter. A ver si tolera tal inyección de ácido úrico. Para que vean por qué Elvis era y sigue siendo el Rey. • Nota de los editores: fuentes confiables han informado a la redacción que el autor de esta columna, tras asistir recientemente a un concierto de The Who en San Diego, al día siguiente cruzó la frontera a Tijuana en un estado de intoxicación tal que se derrumbó dos veces en la banqueta, en lo que se ha comenzado a llamar en las redes sociales «el meatloafazo de la Bestia».
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SEXTO PISO TIMES NOTICIAS QUE DE TAN FALSAS… PODRÍAN SER VERDADERAS • JULIO DE 2016
Anuncian fmi, bm, ocde, Secretaría del Tesoro de eu, Apple, Google y Facebook plan de emergencia para América Latina «Es hora de reconocer que tal vez la hemos cagado un poquitín»: Christine Lagarde Luego de una maratónica cumbre en Silicon Valley, donde se reunieron los líderes del grupo bautizado como The Real G7, la directora del fmi, Christine Lagarde, fue la encargada de leer un comunicado, flanqueada por los seis hombres que se turnaron para intervenir cuando lo consideraban necesario. Durante la lectura del documento, un exultante Tim Cook no dejaba de señalar los iPhones que consultaban los demás, aprovechando el inmejorable foro para potenciar otro poco el branding de Apple. Lagarde anunció un plan de emergencia para América Latina, ante las violentas crisis económicas que azotan a Venezuela, Argentina y Brasil, así como el avance de la violencia y los narcoestados en México y la mayor parte de Centroamérica, con excepción de Costa Rica. Con un nudo en la garganta, explicó que la política de educar a las élites latinoamericanas en las mejores universidades de los Estados Unidos podía oficialmente declararse un fracaso pues, aseveró: «No contábamos con que la corrupción tropical derrotaría de manera tan estrepitosa al cálculo diferencial». Apoyándose en un esmerado PowerPoint, Lagarde mostró cifras para demostrar que las políticas aplicadas por las élites educadas bajo la doctrina neoliberal eran las principales culpables del desastre actual en el que se encuentra sumergido el continente. Cuando se encontraba al borde del derrumbe, saltó a la palestra Erich Schmidt, ceo de Google, quien comenzó su participación comentándole a los periodistas que él había participado en la reunión ataviado con las bermudas, camiseta y chanclas que vestía en ese momento, pues, dijo: «Queremos exportar la buena onda de Google a estos países olvidados por Dios». Una vez que hubo distendido el ambiente, anunció el programa que los líderes de The Real G7 convinieron en llamar «La lotería de la pobreza», que explicó de la siguiente manera:
«Ahora les toca a los pobres de la región demostrar que son ellos los encargados de llevar el progreso y la democracia a sus respectivos países. Por ello, realizaremos un sorteo con un número de bolitas por país proporcional al número de pobres de cada uno, para que los pobres ganadores obtengan una beca completa para cursar sus estudios en universidades como Chicago, Harvard, Yale, Princeton y demás. Estamos convencidos de que con lo que aprendan ahí, más el acceso a Internet, regresarán a sus comunidades con muchas ganas de ser emprendedores. Ahora el goteo ya no se producirá de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba, y serán estos pobres escolarizados los que potencien el motor del cambio que tanta falta le hace a la región». Antes de concluir el acto, Mark Zuckerberg realizó una última intervención, para anunciar que la «Lotería de la pobreza» contempla la existencia de dos bonos, para otorgar un número de extra de becas. El primero será el llamado Bono Macri, y será otorgado a pobres de Argentina, en reconocimiento a las proezas de su nuevo presidente, pues, reconoció Zuckerberg, «No es cosa fácil orillar a más de un millón de
personas a la pobreza en los primeros tres meses de un gobierno». El segundo, el Bono Facebook, será patrocinado por él mismo y será otorgado a la nación cuyos habitantes den más likes en la página de Facebook de la «Lotería de la pobreza». De esa forma: «Además de tener más becas estarán más conectados en la red social que ha traído las principales transformaciones mundiales de los últimos años. ¡Tómala Twitter!», gritó antes de bajar del estrado. Contagiado de su euforia, el secretario general de la ocde, José Ángel Gurría, corrió al micrófono para dejar salir un intempestivo: «¡Viva México, cabrones!». Al finalizar la reunión, en un gesto de solidaridad los siete líderes se abrazaron para entonar «We are the Champions», que había comenzado a sonar en los altavoces del recinto. Mientras eran escoltados hacia la salida, los periodistas ahí reunidos recibieron un pack informativo, que incluía un iPad con una app precargada para seguir en vivo el sorteo de la «Lotería de la pobreza», que para añadir dramatismo y captar mayor atención para la iniciativa tentativamente se hará coincidir con el sorteo de la próxima Copa del Mundo. •
Intercambian alumnos del Cumbres video por vacación en yate para festejar su graduación de preparatoria Fuentes que pidieron el anonimato revelaron a Sexto Piso Times que luego de berrinches y pucheros varios que causaron ataques de pánico en sus consternados padres, los alumnos de último año de preparatoria del Cumbres accedieron a no continuar con la tradición de realizar un video conmemorativo de su paso por la institución, a cambio de que toda la generación fuera invitada a festejar durante tres días ininterrumpidos a bordo de un yate que navegó por aguas de localización desconocida. Como parte del acuerdo, los padres accedieron a transportar a los sirvientes que los despertaban, masajeaban, afeitaban y aplicaban mascarillas de pepino en el video de hace dos años, así como a las modelos que bailaban desesperadas en busca de su aprobación, y les secaban los pies mientras ellos tomaban un coctel en su antro favorito, en el del año pasado. En un gesto de sorpresa hacia sus retoños, los padres les obsequiaron con la presencia del jaguar que aparecía atado a una cadena, en el que sería el último video de la linda tradición del Instituto Cumbres.
Para demostrar que habían aprendido la lección, que se encontraban listos para salir a prepararse en la Anáhuac, la Ibero, el cide y el itam para ocupar altos puestos políticos y gerenciales en los años venideros, los líderes de la generación consiguieron contratar desde sus iPhones a un representante de la wwf, ordenándole que se encargara de velar por la seguridad del jaguar durante las setenta y dos horas que duró el aquelarre pues, explicó uno de
ellos: «Por un pinche gatito no vamos a arriesgar el futuro tan pocamadre que tenemos por delante. O sea, neta que no». Asimismo, corren fuertes rumores de que se encargaron de infiltrar entre los graduados a un grupo selecto de Porkys de varios estados de la República, con el objetivo de que si alguien se propasaba a causa de las drogas y el alcohol con alguna de las modelos, pudieran utilizarlos frente a la opinión pública como chivos expiatorios. •
Hay niveles de exigencia, ca… • Por dD&Ed No sé… últimamente Mary se ha descuidado y ya no me atrae tanto como sus amigas.
El buzón de la prima Ignacia Estimada señora Ignacia, Soy un joven proveniente de una buena familia, que ha sido educado para no ser uno de esos nacos maleducados que abundan por ahí. Desde hace seis meses soy novio de una niña bien que me encantaría que algún día fuera la madre de mis hijos. Como pensamos que había llegado el momento de presentarla a mi familia, el domingo pasado la invité a ver la Eurocopa en nuestra casa, y le pedí que trajera a una prima para acompañarla, para que los chismosos no pudieran andar diciendo sus cosas. El caso es que antes de que empezara el partido pasaron un resumen de lo mejor de la semana, y los vulgares de los comentaristas se morían de la risa con la escena en la que expulsan a un jugador sueco por echarse un pun a propósito en la cara del rival. Yo me puse todo rojo de la vergüenza y le bajé el volumen a la tele lo más rápido que pude, hasta que me di cuenta de que a Lucy le estaba valiendo la grosería, y hasta estaba muerta de la risa también con su prima. Para no hacer un escándalo ya no dije nada, pero casi no le hablé y le puse caras el resto de la tarde, y ahora no sé qué hacer, porque, o sea, yo pensé que era una niña bien que ni sabía bien lo que era un pun, y ya me di cuenta de que no es lo que yo pensaba. ¿Crees que debo buscar en otro lado a la niña con la que algún día formaré mi familia? Mariano Arrigunaga
Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).
Estimada señora Ignacia, El otro día, mientras esperaba en el consultorio del doctor Arnoldo Kraus a que me recibiera, cayeron en mis manos algunos ejemplares de esta infame publicación. Con una simple hojeada me bastó para darme cuenta de la pobre calidad de sus contenidos, hasta que por fortuna me topé con su sección, y entonces valió la pena todo el mal rato previo. Al instante quedé deslumbrado por su sabiduría, su gracia, su agudeza, así como por su capacidad para extraerle un rayo de luz a los rincones más oscuros de la existencia. Lo cual me lleva a preguntarle: ¿por qué continúa publicando aquí su sección, manchando su prestigio al ser asociada con un producto de tan mala calidad, que seguramente es editado por unos malandrines advenedizos, sin ningún tipo de gusto ni formación? ¿No le convendría más mandarlos a la goma y abrir su blog de wellness and lifestyle, como el de Gwyneth Paltrow o tantas otras celebridades que comparten con nosotros un poco de su brillo? ¡Piénselo! Se lo dice un admirador suyo, pues además ya vi en su foto que está bien guapota, al que se le rompe el corazón nomás de pensar que pueda quedar asociada en la posteridad con este pasquín que no debería servir ni para envolver regalitos de quinta. Atentamente, El señor X
Querido Mariano, Ay ay ay ay, casi ni puedo teclear porque cada vez que vuelvo a leer tu pregunta, que me vuelve a ganar la risa. ¿Un pun? ¿Un pun? ¡¡¡¡¡¿¿¿¿Un puuuuuuuun????!!!! Jajajajajajajaja. Ahora sí te volaste pero como veinte bardas. Creo que ya ni mi abuelita usaba esa palabra. Mira, yo me identifico perfecto con tu tal Lucy porque si algo he sido siempre, incluso ahora que ya paso de ser una señora de las cuatro décadas, es una niña bien, pero en serio no te pases. ¿Qué Apreciado señor X, sigue después, una sábana nupcial para su noche de bodas? Ay, de ¡Pare por favor que me ruboriza! Ora sí que ya me hizo el día, el veras que ustedes los mirreyes salen siempre con unas puntadas que mes y el año. Cuando una piensa que ya sólo puede confiar en su mejor ya ni digo nada. fiel Rivotril, aparece de la nada cabalgando en su caballo blanco un ¡Basta de guasa! Un poco de seriedad que para eso me pagan caballero como usted, que con sus palabras le levantaría la auto(¿un pun?, jajajajaja). O sea perdóname pero aquí sí que el probleestima hasta a una rana machucada. ¡Gracias, muchas gracias por ma lo tienes tú y no Lucy. Creo que tienes que aprender a convivir lo que me dice! Créame que yo sé perfectamente los atributos que mejor con los fenómenos de la naturaleza. ¿Sí has oído hablar de la tengo, y también lo de mi sabiduría y mi gracia y mi agudeza, pero urinoterapia, no? Bueno, pues en esa misma línea, te recomiendo ya sabe cómo somos las mujeres, monstruos insaciables siempre en que todas las noches, antes de rezar tus oraciones para irte a dorbusca de elogios, así que se los acepto con el corazón abierto. Le mir, intentes envasar una ventosidad, o una flatulencia (¿ves cómo mando un beso muy especial hasta donde quiera que se encuentre. se puede ser una dama respetable y también elegante y moderna Y no crea que no lo he pensado. Le voy a contar un secreto bien a la vez?) en un frasco y lo tapes bien rápido, para que lo dejes íntimo, pero en mi terapia de constelaciones, ¿a que no adivina cuál fermentándose en tu buró el resto de la noche. Luego, cuando te es el papel que siempre me termina tocando representar? Sí, lo adidespiertes cada mañana lo abres y te lo fumas enterito, tratando de vinó: el de la abnegada, el de la masoquista, el de la que carga y carque se escape lo menos posible. Vas a ver que con el tiempo te vas a ga con las piedras de los demás. Pero ya pronto, muy pronto, daré el ir a acostumbrando a aceptar la podredumbre que llevas dentro, y Ignaciazo, y entonces sí los barbajanes encargados de esta porquería con eso vas a ir teniendo menos expectativas de pureza para Lucy, de revista sabrán lo que perdieron, entenderán por fin al mujerón o para cualquier niña que tenga la grandísima suerte de ser la eleque dejaron ir. Acuérdese también que yo tengo mi doctorado en gida para formar una familia contigo. Y ya si por algo ves que no Karma por la Universidad Tibetana, así que me falta acabar de es lo tuyo, pues entonces buscas por todos los medios convertirte purificar unas cosas con mi swami de Las Lomas, para que cuando en profesor del Sagrado Corazón o una de esas escuelas, para que los abandone no se me revierta, pero créame que puedas identificar a las más tengo en cuenta su sugerencia. Ya verá que cuanmochas entre las mochas, y Hazle una pregunta a la prima Ignacia. do haga la presentación de mi blog, usted y yo y puedas planear con cuidaGwyneth desfilaremos por la alfombra roja, riendo un futuro donde juntos Si tienes la suerte de que en su infinita do y haciendo señas obscenas al aire, para que mis se escandalicen cada vez sabiduría la seleccione como la mejor del actuales carceleros se retuerzan de coraje con mi que alguien… jajaja, ¿sí me mes, recibirás gratis en tu domicilio el carrera inevitable hacia la fama y la fortuna. entiendes, no?
libro de tu preferencia de Sexto Piso.
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Esta temporada Reporte SP te recomienda Almóndigas del espacio
Franz Kafka o la acusación como condena
Graig Thompson • Astiberri «Thompson ha creado un universo rebosante de imaginación y portentosamente ilustrado. Una aventura desenfrenada y divertida reforzada por el tierno retrato de una familia que simplemente trata de salir adelante». Publishers Weekly
Miguel Catalán • Sequitur «Unas páginas en las que [Miguel Catalán] profundiza en el eje de la obra de Kafka: la perplejidad del protagonista ante un suceso que ha ocurrido y le implica; un abstracto que interioriza debido a la reacción de los demás». Manuel Jabois, El País
Antonio Gramsci. Vida de un revolucionario
Juguetes
Giusseppe Fiori • Capitán Swing
Mediante el «juguemos otra vez», el niño pone en práctica un conocimiento peculiar de la vida y de las cosas, de modo parecido a como procede el coleccionista, «cuya pasión es siempre anárquica, destructiva».
Walter Benjamin • Casimiro
«Todo un modelo de biografía política». The Guardian
TRADUCCIÓN DE INGA PELLISA
Bowie
Pasado, presente y ausente
TÍTULOS RECIENTES EN LA COLECCIÓN
Las penas del joven Werther J. W. Goethe. Ilustraciones de Rosana Mesa
Simon Critchley • Sexto Piso Las aventuras de Tom Sawyer Mark Twain. Ilustraciones de Pablo Auladell Che. Una vida revolucionaria Jon Lee Anderson y José Hernández
Reír de uno mismo y de la realidad es hoy en día una necesidad. Ante el torbellino de desgracias que parece envolver a un mundo en crisis permanente, resulta indispensable un poco de humor. Esta ha sido la vía tomada por Olea, uno de los grandes humoristas latinoamericanos contemporáneos, quien en Pasado, presente y ausente nos ofrece una selección de sus mejores cartones: los afamados «oleísmos». El humor de Olea es simple y elegante. No necesita de gran colorido ni de formas retorcidas o especialmente graciosas para llegar a nuestra alma. Sus personajes, física y mentalmente, son muy parecidos a nosotros: seres con miedos, angustias, problemas, frustraciones, fantasías, placeres, alegrías, perversiones, y un interminable etcétera. Estos cartones tienen el poder de hacernos reír incluso de la melancolía más profunda, al tiempo que nos muestran, como si estuviéramos en una casa de espejos, distintos y desconocidos ángulos de nuestro ser.
«Simon Critchley es una figura de una brillantez asombrosa, y nunca soy capaz de aventurar qué será lo siguiente que haga, aunque sí estoy seguro de que mantendrá y nutrirá mi apetito con su voz. Puede que su proyecto general sea devolver la indagación filosófica y la “teoría” a un hogar en la literatura, aunque sin entregar ni un ápice de su capacidad incisiva ni de su urgencia ética». Jonathan Lethem En busca de Kayla Lydia Cacho. Ilustraciones de Patricio Betteo El curioso Jim MatthiasPicard Hit emocional Juanjo Sáez Macanudo 5 Liniers
En dosis diarias 3 Alberto Montt
El jugador Fiódor Dostoievski. Ilustraciones de Efealcuadrado El castillo Franz Kafka. Ilustraciones de Rosana Mesa
Robinson Crusoe Daniel Defoe. Ilustraciones de TullioPericoli
Moby Dick Herman Melville. Ilustraciones de Gabriel Pacheco
ISBN 978-8416-358-98-4
Francisco Javier Olea • Sexto Piso «Francisco Javier Olea se ha ganado su lugar dentro de la nueva generación de ilustradores chilenos con varios libros que recopilan sus “oleismos”, dando vida a cuentos de niños con sus trazos, creando numerosos retratos e ilustrando portadas y reportajes en la prensa». SERGIO LÓPEZ
BOWIE SIMON CRITCHLEY
Francisco Javier Olea M., ilustrador chileno (Santiago de Chile, 1972). Diseñador de profesión e ilustrador feliz. Cuando niño empezó a dibujar y no paró más. Ha desarrollado su carrera principalmente en prensa (diario El Mercurio), además de haber realizado numerosas colaboraciones para libros, empresas, restaurantes, música. Hasta la fecha, ha publicado cuatro libros de su autoría que van desde el humor social a la novela gráfica. En 2012 recibió el premio Altazor a las Artes Nacionales en la categoría Diseño e Ilustración.
Francisca Tapia, Biblioteca Viva
9 788416 358984
Desobediencia. Antología de ensayos políticos
Selva Negra
Henry David Thoreau • Errata Naturae
«Valérie Mréjen es como Georges Perec, pero sin perilla».
Valerie Mréjen • Periférica
Por primera vez, todos los ensayos políticos de H. D. Thoreau en un único volumen. Porque ante las leyes mordaza, los recortes y las amenazas, lo que toca es desobedecer.
Didier Jacob, Le Nouvel Observateur
Espectros del capitalismo
Tu amor es infinito
Arundhati Roy • Capitán Swing
Maria Peura • Sexto Piso
«Arundhati resiste y denuncia todas las tiranías, aboga por sus víctimas, y cuestiona sin pestañear a la tragedia».
«La impresionante paradoja de la obra es que la novela está llena de bondad y belleza, a pesar de todo el mal y toda la fealdad a los que debe enfrentarse».
John Berger
Comité del Premio Finlandia