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Entrevista con Roberto Calasso

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Desde los zulos

Desde los zulos

«Desde mayo de 1945 hasta el día de hoy, hemos entrado a una zona que no tiene nombre, la actualidad innombrable». Roberto Calasso está sentado en su despacho de Adelphi, en el centro de Milán. En el escritorio está el enésimo café, frente a las estanterías con lo que queda de la biblioteca de Bobi Bazlen, el códice genético de donde nació la editorial, desde siempre la más inactual y la más actual de Italia. Actual es la palabra que surge continuamente. A partir del título del nuevo libro, La actualidad innombrable, continuación ideal del profético La ruina de Kasch de 1983. En este tiempo sin nombre vive la última evolución del Homo sapiens, aquel que Calasso define como Homo saecularis: nosotros. «El Homo saecularis —dice— es un resultado muy sofisticado de la historia. Para llegar a él fue necesario deshacerse de una gran cantidad de peso. Y la falta de estas cargas de distinta índole —religiosa, política, tradicional— no ha producido satisfacción o felicidad, sino una especie de pánico. La victoria de la secularidad, que ahora invade todo el mundo, es paradójica. El Homo saecularis se encontró de frente a un mundo con el que no puede tratar. Venció, pero le falta algo esencial, domina, pero se rebela contra sí mismo. Todos los nombres que utiliza son inadecuados y requerirían aquella «rectificación» que, según Confucio, es la primera tarea del pensamiento. De ahí el título del libro, que se impuso después de treinta y cuatro años de latencia». El libro está dividido en dos partes. La segunda es una polifonía de voces (Virgina Woolf, Simone Weil, Walter Benjamin, Céline), que describen algunos momentos de aquello que ocurrió entre 1933 y 1945, desde la toma del poder por parte de Hitler hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. La primera parte es sobre el presente. «Cada parte —explica Calasso— es el contrapeso de la otra. La primera vagaría un poco en el aire, hablando de este mundo sin apoyos firmes, si no estuviese presupuesta por la otra, que es un último, terrible choque, como rocas que golpean tratando de destruir y se autodestruyen. Quien no conoce ese presupuesto no ve el basamento de todo lo que ocurre hoy».

Utiliza la categoría de turista. ¿Por qué?

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El mundo del Homo saecularis no tiene una categoría que lo represente. No se puede decir que tal persona sea el empleado, el obrero, el administrador, el político. En cambio, turista es la única categoría que cubre todo. El turista del que hablo no es solo aquel que viaja, sino el modelo antropológico de la realidad virtual. Los técnicos de la realidad virtual hablan de una «realidad aumentada» que, sin embargo, se funda sobre una realidad disminuida, a la que se le ha sustraído un carácter imprescindible: la irreversibilidad. En este camino se encuentran tanto el fanático de la hiperconectividad como el energúmeno que quiere poner orden en el mundo.

El Homo saecularis también se rebela contra la democracia.

La democracia formal es el único modelo que hace vivible el mundo, aun si, por razones demográficas, es casi impracticable. Sin embargo, si no existiera, en India, por ejemplo, habría masacres continuas. Es la última barrera que hace la vida tolerable, fuera de

ella solo hay tortura y regímenes policiacos. Hoy la democracia debe defenderse de grandes fuerzas contrarias.

Una de las piedras angulares de la democracia que hoy está a discusión es la idea de que la representación ha sido superada por la participación directa.

La mediación es decisiva. No respetarla es una forma de pensamiento ignorante, porque la mediación es aquello que nos constituye, aunque continuamente es profanada como si fuese aquello que falsifica todo. Pero nuestra percepción ya es una mediación, en el sentido fisiológico. Para ver algo hacemos una filtración. Si no lo tenemos presente, se termina por pensar que la mediación es el agente que nos engaña, el periodista mentiroso, el político o, como ha ocurrido, el judío maligno. Es triste. Esta aversión indica que se ha vuelto más áspero el tejido del pensamiento. En la desintermediación del mundo, quien no tiene el don de la refractariedad se deja engañar fácilmente. Y toma su voz como vox populi. El Homo saecularis se ha deshecho de las religiones, pero es tremendamente crédulo.

Una de las causas es la revolución digital.

Es una inmensa transformación. De la que solo estamos viendo el inicio. En Silicon Valley, que es su epicentro, se asiste a un fenómeno que no tiene precedentes. Hay algunos empresarios, que pueden ser considerados como intelectuales audaces o embaucadores que despotrican, según la perspectiva, estos empresarios tienen inversiones que modifican el mundo día a día. Hoy, bajo el nombre de inteligencia artificial existe no una especie de doctrina esotérica, como en los años setenta, sino una potencia económica disruptiva. Ahí no se es-

La mediación es decisiva. No respetarla es una forma de pensamiento ignorante, porque la mediación es aquello que

nos constituye, aunque conti- cribe y no se habla de otra cosa más que del momento, en parte deseado nuamente es profanada como si y en parte temido, y para muchos fuese aquello que falsifica todo. cercano, en que las máquinas serán más inteligentes que nosotros. Pero nuestra percepción ya es Permanece excluida la palabra más una mediación, en el sentido fisiológico. Para ver algo hacemos importante: conciencia. Qué es y cómo funciona, ningún neurocientífico ha logrado decir algo que vauna filtración. Si no lo tenemos presente, se termina por pensar ya más allá de un torpe balbuceo. Para todos sería de ayuda leer las Upanishad.

que la mediación es el agente

que nos engaña, el periodista ¿Qué piensa del estado actual de Europa? mentiroso, el político o, como Espero que Europa continúe siendo ha ocurrido, el judío maligno. para nosotros una medida de auto defensa mínima, pero veo su im potencia total. La política europea solo es reactiva, no activa. Un intento de reacción ante actos abrumadores. Altos funcionarios intentan mantenerlos bajo control, pero cuando comienza a utilizarse la expresión «tener bajo control» significa que todo está ya fuera de control. Las categorías que utiliza para nombrar nuestro tiempo son decididamente inactuales. Por ejemplo, la idea de sacrificio. ¿Cómo puede un concepto tan arcaico ser útil para describir la actualidad?

El sacrificio es lo más difícil de pensar que haya encontrado jamás. No es una invención mía, se encuentra por doquier en la historia. Por un largo periodo las civilizaciones más distantes estuvieron unidas por el hecho de que, bajo formas diversas, practicaron el sacrificio, desde China hasta la India, desde Grecia hasta Palestina. Luego hubo un giro: con Jesús se quiere terminar por siempre con el sacrificio y convertirlo, con la misa, en memoria del sacrificio. Pero, al mismo tiempo, la muerte de Jesús es un regreso a los orígenes del sacrificio, donde él es el dios a sacrificar. Y, finalmente, está la actualidad, donde se ha borrado la práctica ritual, que ya no tiene derecho de ciudadanía. Pero el asesinato-suicidio de los terroristas islámicos, amenaza que continúa paralizando el mundo, es una forma sacrificial evidente, donde la víctima es quien atenta y todos aquellos a quienes mata son el fruto del sacrificio. El sacrificio no desaparece simplemente porque la

sociedad ha decidido ya no utilizarlo más como acto ritual. Vuelve bajo otras formas. Como el terrorismo y, sobre todo, la guerra, desde la Primera Guerra Mundial. Si lee Los últimos días de la humanidad de Kraus, se habla más de sacrificios que de batallas. Luego, en la Segunda Guerra Mundial, el sacrificio se vuelve obra de desinfestación, con los campos de exterminio. Que, por un horrible equívoco, se continúa nombrando con la misma palabra con que se designa el sacrificio de agradecimiento celebrado por Noé después del diluvio: holocausto.

¿Dónde está hoy el sacrificio?

Ya no es una categoría religiosa. Si lo religioso implica un contacto con lo invisible, en el caso del terrorismo islámico eso ya no ocurre. El fruto del sacrificio ya no está en lo invisible, sino en la multiplicación de los asesinados en el mundo visible. Pero el sacrificio continúa existiendo, la sociedad no logra vivir sin él.

Pero la razón última del terrorismo islámico generalmente es considerada religiosa.

Definición que me parece inapropiada. En su origen es más bien una necesidad de venganza global, un rechazo del mundo occidental. Cierto número de personas, en una franja de países que va de Marruecos a Indonesia, y comprende a más de un millar y medio de habitantes, se siente abrumada, agotada. Por su modo de vida, de ser. Por eso en el libro hablo también de pornografía, que no es menos importante que la conquista económica. El hecho de que de un momento a otro, en países donde hay una relación muy tortuosa con el eros, la visión de un número indeterminado de cuerpos femeninos desnudos que acometen actos sexuales se vuelva accesible de forma gratuita en la red en pocos segundos, ha sido un shock enorme, que suscita el deseo al tiempo que lo vuelve irrisorio.

Ha dicho que, cuando se asocia la cultura con lo útil, la verdadera cultura muere.

La palabra «útil» es el desastre sobre el que se funda toda la economía y proviene de Bentham, su progenitor, muchas veces ignorado. El cálculo costo-beneficio en un cierto orden de cosas es totalmente engañoso. En el orden del placer, como en todas las cosas fundamentales de la vida, no se puede aplicar.

En su libro habla de los refractarios a este estado de cosas, aquellos que no se reconocen en la figura del Homo saecularis. Están perdidos, solos; ni siquiera la universidad, según usted, es un lugar donde hallar una escucha.

Me parece que la universidad como institución está perdiendo toda linfa vital, no solo en Italia, sino en todas partes. Sé que ahí hay todavía personas de gran calidad, pero sufriendo.

Cito una entrevista suya: «En los años cincuenta, en Italia, había tres bandos: el marxista, el laico-liberal y el católico. Los marxistas, si eran inteligentes, leían los libros de Einaudi, o El contemporáneo. Los laicos-liberales leían El Mundo y los católicos, en términos generales, leían muy poco. Los democristianos estaban satisfechos con la pura gestión del poder y habían comprendido que lo más sensato era dejar la cultura a la izquierda».

Todavía pienso que la descripción es exacta. Pero reconozco que en aquellos años estaban vivas y activas personas mucho más significativas que hoy. Sin embargo, experimentaba cierta intolerancia por aquel mundo tripartito. Al que Adelphi se opuso desde el inicio, manteniéndose fuera.

Los libros de Adelphi han acompañado de forma transversal a los italianos, incluida a la clase dirigente del país. Según usted, ¿cuánto han influido culturalmente?

Se me dificulta reconocer hoy una clase dirigente en Italia y, por supuesto, no la asocio con lo que publicamos. Me interesa solo la eficacia de los individuos. Las personas que leen nuestros libros son muy diferentes. A veces se encuentran y se reconocen entre ellos. Pero nunca he apostado por un efecto social o político. El editor como pedagogo es una concepción completamente extraña para mí.

¿No se siente solo?

No tanto, porque considero un prodigio recurrente que los libros se vendan todavía. Estoy tentado a pensar que aún existe cierto número de personas que congenian con lo que publicamos. Y no son pocas, aunque no se les percibe demasiado. Lectores ignotos en la actualidad innombrable. 

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