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El sueño del Libro de todos los libros
from Reporte SP 61
Pietro Citati
Con qué ingenua y fantástica dedicación al arte del libro ha escrito Roberto Calasso sus ensayos de La impronta del editor. Nadie, a primera vista, podría imaginar que es ingenuo. Sin embargo, aún hoy, Calasso considera que no hay nada más bello que trabajar en los libros. Nada, para él, ha sido más hermoso que construir, durante cincuenta años, los libros de Adelphi.
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Todas las etapas son fascinantes. Primero, con una mirada amplia, elaborando la idea de una colección; después, eligiendo los libros, traduciéndolos, revisando las traducciones, eligiendo el papel, escribiendo las contraportadas, inventando la cubierta, intentando traducir la intrincada complejidad de cada volumen con una sola imagen, deslumbrante y misteriosa. Hoy en día es muy raro encontrar un hombre que sea feliz con lo que hace. Calasso es feliz; y explica su felicidad de la manera más culta e ingeniosa, conversando con el lector de los libros de Adelphi, en quien ve a una especie de elegido.
Cuando Calasso comenzó a publicar libros, el campo en Italia estaba ocupado por Giulio Einaudi y su editorial. Giulio Einaudi no era culto: había leído pocos libros, y leía de mala gana incluso los que él mismo publicaba y llevaba al éxito. Tenía un inmenso y ligeramente perverso deseo de poder. En primer lugar, dentro de su editorial: la mitad de sus energías se dirigían a dominar a sus colaboradores y convertirlos en instrumentos flexibles de su mente. En segundo lugar, quería influir en los lectores italianos de 1945 o 1960, haciéndolos a su imagen y semejanza. Soñaba con formar una Italia einaudiana; y, durante muchos años, cumplió su deseo.
En 1963, cuando aún era muy joven, Roberto Calasso comenzó a trabajar en Adelphi, bajo la influencia de Luciano Foà y Roberto Bazlen, el más divertido y adorable de los consejeros. Su deseo de poder era más sutil que el de Einaudi. No quería ser educador y pedagogo; y creo Al igual que Bazlen, que una Italia adelphiana le habría disgusRoberto Calasso tenía cierta intolerancia por tado mucho. Amaba jugar con proyectos y libros. Amaba lo que tiene de vagamente equívoco y aventurero el oficio de editor: el la literatura pura: para él, los libros eran un repapel de consejero secreto, del hombre que se esconde entre bastidores y que sugiere e insinúa, contando historias misteriosas sultado secundario, que presuponía algo más. y fantásticas. Quería un poder oculto: un poder que no fuera ni ilusorio ni evasivo, porque abarcaba distintas generaciones y Exigía que un libro fuera penetraba profundamente en la sociedad, una experiencia única, más que el poder político y pedagógico. Con los lectores de Adelphi, Calasso esque estuviera arraigado tableció una relación de fascinación: los en una sustancia oscura, sedujo, los encantó, no los dejó dormir, transformándolos en los pequeños y gransin parangón con nada des hábitos del pensamiento y de la vida. que ofreciera la historia Comprendió que no solo publicaría obras maestras: pero no podía soportar que ninde la literatura. guno de sus libros causara tedio; todos ellos —hermosos o feos— debían brillar, provocar, excitar. Con el arte de las contraportadas y de las cubiertas, con muchos trucos y artimañas, quería despertar la misma atmósfera, el mismo perfume; como aquel, decía Don Quijote, que se respira en las tiendas de los más exquisitos guanteros. Por eso quiso publicar no muchos libros sin relación entre sí, sino un solo libro, una inmensa «serpiente de libros», eslabones de una misma cadena que se respondían entre sí, y
planteaban las mismas preguntas y respuestas, o preguntas y respuestas que se parecían entre sí. «Un libro», insistió Calasso, «que incluye muchos géneros, muchos estilos, muchas épocas, pero en el que se sigue avanzando con naturalidad, esperando siempre un nuevo capítulo, que es de un autor diferente cada vez. Un libro perverso y polimorfo, en el que el objetivo es la poikilia, el abigarramiento, pero en el que los autores pretenden desarrollar una sutil complicidad, que quizá hayan ignorado en sus vidas». No hace falta añadir que se trata de un sueño imposible: ninguna editorial conseguirá nunca publicar una sola «serpiente de libros»; pero Adelphi se ha acercado ciertamente a este sueño más que cualquier otro editor reciente.
Al igual que Bazlen, Roberto Calasso tenía cierta intolerancia por la literatura pura: para él, los libros eran un resultado secundario, que presuponía algo más. Exigía que un libro fuera una experiencia única, que estuviera arraigado en una sustancia oscura, sin parangón con nada que ofreciera la historia de la literatura. Así, un elemento religioso, aunque no se enraizaba en ninguna de las religiones existentes, constituía la base y el fundamento de los libros que Calasso amaba. «En cada rincón de nuestra experiencia», escribió, «estamos en contacto con cosas que escapan a nuestro control, y es precisamente en la esfera de lo que escapa a nuestro control donde encontramos lo más importante y esencial para nosotros».
Los ensayos contenidos en la parte más reciente del libro parecen estar envueltos en una especie de sombra. Calasso observa que, con el paso de los años, a medida que el siglo xx se apagaba en el xxi, la fisonomía de las editoriales se fue disolviendo: hoy, todas, o casi todas, parecen partes de una empresa descolorida y monótona. Dentro de cada grupo editorial, la figura del verdadero editor, que siempre ha fascinado la imaginación de Calasso, tiende a desaparecer, sustituida por el llamado gestor, que se preocupa (a menudo en vano) de imprimir libros que se vendan. Mientras tanto, Adelphi ha perdido el brillo de los años setenta y ochenta, cuando publicaba a Roth, Kundera y Ortese. Hoy las novedades son más raras: Adelphi multiplica las reimpresiones y reediciones —siempre excelentes— de los grandes clásicos del siglo xx, desde Borges a Faulkner, pasando por Nabokov o Gadda. Todo esto es, en cierto modo, fatal: a medida que pasan los años, la literatura de todos los países parece dormida y adormecida, como si estuviera agotada por el increíble estallido de imaginación, genio y talento que ha marcado los dos últimos siglos.
Roberto Calasso no ha perdido la esperanza. «El editor, si solo quisiera, si solo se atreviera», escribe, «tendría ante sí potencialidades que antes no existían»: las empresas audaces siguen siendo posibles. Tiene un recuerdo. El de Aldo Manuzio, que en el apogeo del humanismo publicó un libro de autor desconocido, escrito en una lengua compuesta de italiano, latín y griego, con maravillosas xilografías: la Hypnerotomachia Poliphili, «el libro más bello que se ha impreso hasta la fecha. Algún día, alguien podrá siempre intentar igualarlo».
Traducción de Ernesto Kavi