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Where You Been

Where You Been

más ecléctica. Luego el momento estelar: el B.B. King Club. Aquí todo era más pro. El escenario era de primer nivel y la banda que tocaba era más profesional, pero no por ello más entrañable. Además de bajo y batería y guitarra y teclado se acompañaba de metales, lo que le daba un toque distinto, pero también chingón.

Ahí debimos durar un par de horas más. Era ya de madrugada. Regresamos arrastrándonos al hotel y nos zambullimos en el sueño etílico. No habíamos parado de beber desde las diez de la mañana. Toma eso, Arkansas.

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Al día siguiente, apenas despertamos nos bañamos y nos trepamos al coche. Muñaki y Javi tenían que trabajar y teníamos que volver. Otras siete u ocho horas de regreso. La profecía no se cumplió: Lalo no se compró la chaqueta de ochocientos dólares y no pudimos ver ni Stax ni Gibson.

Emprendimos el regreso diezmados, algo maltrechos, fragmentados por haber fallado. Teníamos boleto de primera fila para asistir al fin del mundo y no habíamos conseguido entrar al show. Nos perdimos el apocalipsis pese a haber sido invitados especiales por fritos. Un triunfo más atribuido a los señores del karma.

Muñaki tomó el volante, Javi ofició de dj pero ya sin lo ceremonioso del viaje de ida, Lalo se tendió sobre el piso en la parte trasera de la mamávan y yo comencé a rascarme los brazos con fruición. El hotel tenía chinches. Ahora lo sé, no le pican a todo mundo. Solo nos atacaron a Muñaki y a mí. Era lo último que esperaba. Era un Hilton. Me he metido a hoteles de lo más raspa en Los Ángeles y nunca me había tocado este tipo de trato. Ahí llevaba el más grande suvenir de Memphis. No dejaría de rascarme durante los siguientes cuatro días. Durante mi vuelo a la cdmx, luego el viaje de ida y vuelta a León, y durante unos días en Coyoacán antes de volar a Torreón.

Cuando salíamos de Memphis no pude resistir la tentación de gritar en mi mente la famosa frase con la que El Rey cerraba sus conciertos: «La Bestia has left the building».

Coda

La maldición de Graceland me perseguiría unos días más. Al llegar a Torreón perdí mi pasaporte. Y un insoportable dolor de espalda me atacó solo de pensar en que si no aparecía y no conseguía renovarlo en unas tres semanas —por culpa de la pandemia las citas se retrasan hasta tres meses—, tenía que volver a Dallas en un mes, me quedaría sin la posibilidad de salir del país. Pero al final El Rey sí fue compasivo, porque me mandaron un mail de la aerolínea para decirme que lo habían encontrado. Esa misma noche fui a recogerlo y dormí abrazado a él. 

Próximamente… José Hernández · @monerohernandez

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