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La noche espiritual

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Matar al oso

Matar al oso

La noche espiritual (fragmento)

Lydie Dattas

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Si la noche es para ustedes ese tiempo de tregua y de inconsciencia que va del crepúsculo de la tarde al crepúsculo del alba, y si cesa con el día, para mí es mi consciencia y no tiene fin… Porque soy una mujer condenada a la más humillante incapacidad, que no es la del cuerpo sino la del alma, condenada a vivir el envés de toda espiritualidad, para subsistir tengo que recoger en las tinieblas los desechos que arroja el espíritu, llevar eternamente el duelo del pensamiento.

Si les hablo no es desde una consciencia luminosa, sino desde esa región del alma tejida de noche y de espanto donde el pensamiento ya no es la marca de una riqueza interior o de una superioridad moral, sino la huella humillada de una miseria espiritual tan grande que siempre fue ocultada, miseria tan grande que ignora su nombre y que está hecha precisamente de la ignorancia de su propia maldición.

Escribo desde un lugar desértico donde el pensamiento nunca ha soplado, donde no soplará jamás: hecha por la Noche, no descubriré ninguna estrella, ningún mundo desconocido, no conquistaré ninguna cima ni crearé ninguna lengua, porque todo lo que me pertenece está muerto y, mi reino, desierto, como el placer solo es nada… Expulsada del paraíso espiritual, exiliada de la belleza –porque esta solo puede ser moral–, hacia regiones cada vez más oscuras y desprovistas de alma, inclinada hacia vergonzosas tinieblas cuando el hombre más miserable –el más privado de consciencia– puede todavía alimentarse de quimeras y de sueños, debo continuar, sin ninguna esperanza de interrumpir jamás un eterno errar fuera de lo espiritual.

Sé que nadie limpiará de mi frente el sonrojo de la vergüenza, que la noche más negra no será suficientemente opaca para reabsorber la humillación de ser una mujer, que nada me liberará de la tristeza humillada de saber que solo existo para recibir el esperma, de saber que estoy hecha para ahogar en mí toda espiritualidad. Porque en eso consiste la maldición: que toda espiritualidad debe, en el seno de mi propia carne, ser reabsorbida, que toda transcendencia está conmigo destinada a morir. Sé que nada me redimirá del crimen de ser una mujer, porque es la pertenencia a ese sexo lo que está maldito, porque a cada instante, lo que pudo haberme salvado, expira en mí, y es necesario que viva precisamente su muerte eterna.

Dossier: Cuento contemporáneo

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