Reporte Sexto Piso No. 25

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Reportesextopiso Publicaciรณn mensual gratuita โ ข Septiembre de 2016

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Índice Abandona toda esperanza  |  4

Políticas del baile  |  19

Diego Rabasa

Felipe Rosete

Las nueve caídas  |  7

Instrucciones a los patrones  |  25

Pascal Quignard

Johnny Raudo

(Me preguntan por qué y para qué escribo)  |  11

El Señor Cerdo  |  26

Esperanza Ortega

Lecciones de anatomía  |  26

Contribución a la historia universal de la ignominia  |  13

dD&Ed

¿Tiene conciencia Henry Kissinger?  |  15

Juan Bonilla

Jon Lee Anderson

Muslámenes | 17 Daniel Saldaña París

Odunacam |17 Liniers

Río de lava  |  25 Psycho Killer  |  31 Carlos Velázquez

Sexto Piso Times  |  33 El buzón de la prima Ignacia  |  35

Portada de este número: ilustración de Pasado, presente y ausente, de Francisco Javier Olea (Sexto Piso, 2016) Reporte Sexto Piso • Año 3 • Número 25 • Septiembre de 2016 • Publicación mensual gratuita de Editorial Sexto Piso • www.reportesp.mx Impresión: Offset Rebosán • Editor responsable: Eduardo Rabasa Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi • Diseño y formación: donDani

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Recomendación de los editores

Abandona toda

Diego Rabasa

N

esperanza

arcisa era una puta carioca adicta al crack. No obstante, describir así a Narcisa sería tan justo como decir que el Everest es una montaña grande, el viento es un flujo de gases a gran escala o un amanecer es el fenómeno que marca que la tierra ha dado una vuelta sobre su propio eje. Gran parte del libro trata acerca de cómo Narcisa vende su cuerpo una y otra vez y consume crack sin parar, con lo cual el enunciado inicial sería tan certero como la gravedad. Pero Narcisa es mucho más que eso. Narcisa es un umbral, una puerta hacia una dimensión en donde la sofocante vida ordenada, la atenazante obsesión por el consumo y la producción, la enajenación del entretenimiento y todos los males y demonios de nuestro tiempo, se funden en un delirante y apasionante carnaval que obligará al lector a transitar por la profundidad de su propia oscuridad. A través de más de setecientas páginas, Jonathan Shaw nos sumerge en los insondables abismos del alma humana, nos guía con una linterna de aceite a través del inframundo y con golpe seco nos recuerda la grave amenaza que puede llegar a representar la mente cuando decide volverse en contra del ser que la alberga. También nos arroja al culmen del ardor, a la nobleza del amor irrestricto, a la agonía de la autodestrucción, mientras nos pasea a través de los submundos de las favelas brasileñas por donde desfilan duendes, daimones y súcubos; malabaristas, estafadores y jineteros; adictos a la mota, el crack, la heroína, la cocaína y el alcohol. El co-protagonista y narrador, Ignácio Valência Lobos, vuelve a la ciudad de su infancia, Río de Janeiro, tras un periplo que lo llevó, entre otras cosas, a pisar la cárcel en México, donde trabajó como traficante de heroína entre Sinaloa y Baja California. Vuelve a Río, a la favela que Fernando Meirelles hiciera célebre con la cinta Ciudad de Dios, y se encuentra con un entorno gatopardiano: atrás han quedado

los paisajes verdes y húmedos, «Este circo de los horrores infestado de pobreza es una depravada masacre del alma», nos dice la voz del relato que al mismo tiempo reconoce que el cambio de paisaje no ha tenido efecto en la población que habita esta selva de asfalto, cuando ve a un chico apenas adolescente blandiendo una pistola calibre .44. «Aquí las señales de tráfico deberían decir: Abandona toda esperanza», sentencia Valência Lobos. Los poco más de cien capítulos que componen el libro vienen acompañados de epígrafes en los que se configura una especie de declaración de principios literarios del autor. Por ahí desfilan lo mismo Salmos que dichos del Buda que citas de Hemingway o Louis-Ferdinand Céline, entre muchos otros. Uno de ellos pertenece a Herman Melville y en él se encuentra encriptada buena parte de la personalidad del protagonista: «La vida es un viaje de vuelta a casa». Tras deambular por las calles que le despiertan los sedimentos más profundos de su memoria, Valência Lobos sufre una aparición espectral que le trastoca la existencia para siempre, empezando por el nombre. Desde el primer encuentro con Narcisa, el protagonista abandonará su nombre para adoptar el que ella le ha impuesto, Cigano (gitano en portugués), uno que le recuerda el mote de la infancia con el que trasegó por los inframundos cariocas prefigurando una vida de errancia y desapego que encontró finalmente su sino en el poder hechicero de Narcisa. «De repente, la imagen de su cara irrumpe en un fogonazo, como un relámpago que cruzase eones y fuese a estallar directamente en mi consciencia; una explosión de silla eléctrica cortocircuitada de júbilo ardor pasión infantil que me vuelve cemento la sangre en las venas». Así describe Cigano su primer encuentro con Narcisa, a quien inmediatamente asocia con las dakini: míticas figuras tibetanas que encarnan el espíritu de la cólera y la furia femeninas.

A pesar de que Narcisa muestra la exuberante y amplia formación intelectual y espiritual del autor, una que recorre los siglos y las civilizaciones en todas sus latitudes, Jonathan Shaw no puede negar la cruz de su parroquia. Tiene clavada la tradición literaria norteamericana que encuentra en la acción el elemento narrativo central.

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A partir de este momento, Cigano y Narcisa se fundirán en una perversa dualidad que potenciará las adicciones de ambos (la de Narcisa por el crack, la de Cigano por el sexo de Narcisa). Sueltos, a la vera del mundo, oscilarán entre la salvación y la destrucción. Narcisa irá y huirá hacia y de los brazos de Cigano, se reencontrará y volverá a separarse de su rico marido israelí en quien ha depositado toda esperanza de salvación, se consumirán en extenuantes jornadas de sexo, Narcisa caerá una y otra vez en las fauces de la Maldición, siniestros personajes aparecerán y desaparecerán de escena, mientras que el vórtice del libro avanza arrasando con todo a su paso. A pesar de que Narcisa muestra la exuberante y amplia formación intelectual y espiritual del autor, una que recorre los siglos y las civilizaciones en todas sus latitudes, Jonathan Shaw no puede negar la cruz de su parroquia. Tiene clavada la tradición literaria norteamericana que encuentra en la acción el elemento narrativo central. Prolijo en sus descripciones, no abandona nunca la historia que está contando. Sabe navegar lo mismo por afuera que hacia dentro de sus personajes y aunque es su propia vida la que nos cuenta, el narrador logra permanecer ecuánime y nos demuestra que tiene una conciencia permanente de lo que está narrando y de cómo debe hacerlo. Cuando la reiteración de los brotes de Narcisa, o los raptos de furia del Gitano, parecen una repetición innecesaria, una pequeña vuelta de tuerca justifica su incorporación a este desfile de horror y pasión, de manía y encantamiento, que permea en todo el libro. A medida que Narcisa se va psicotizando y sus brotes son cada vez más violentos, conforme su cuerpo se va marchitando y Cigano se ve cada vez más imposibilitado a seguir eludiendo el desenlance de su trágico romance, la lectura adquiere dimensiones cada vez más amplias. Mientras avanza la trama, Cigano y Narcisa se transforman en dos seres sintomáticos que fincan resistencia ante el almicidio que

el modo de vida contemporáneo encarna. Las intensas pulsiones que los atraviesan no tienen cabida en el mundo de las vidas ready made que piden soslayar la justicia, la pobreza y el dolor humanos en pos de una desenfrenada ilusión postrada en el deseo más banal e instrumental posible. Uno que va en sentido opuesto a ese del que habla Jack Kerouac —y que funge como epígrafe del libro para guiarnos cual estrella polar incluso en los parajes más negros que la noche—: «Porque la única gente que me interesa —dice Kerouac— es la que está loca, la gente que está loca por vivir, loca por hablar, loca por salvarse, con ganas de todo al mismo tiempo: la gente que nunca bosteza ni habla de lugares comunes, sino que arde, arde, arde como fabulosos cohetes amarillos que explotan como arañas entre las estrellas y, entonces, se ve estallar una luna azul en el centro y todo el mundo suelta un ‘¡Ahhh!’», como el que sin duda resuena como eco a través del inmenso ardor de las páginas de esta novela. •

Narcisa Jonathan Shaw Prólogo de Lydia Lunch Traducción de Rubén Martín Giraldez Coedición Sexto Piso / uanl • 2016 708 páginas

Más que una compilación de ensayos técnicos, este primer cuaderno reúne textos de divulgación para todos aquellos que aman la música. Los escritos del compositor Mario Lavista comprenden títulos tan variados como «El sonido y lo visible», «La cueva de Alí Babá» y «Nohgaku: música del teatro Noh». Un libro que conjuga temas y figuras a partir de los gustos y fobias del autor en su condición de oyente. Encuéntralo en librerías a finales de agosto.

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Las nueve caídas

Pascal Quignard

1. Morzadec

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Q

uerido Jean Morzadec, Butes es el nombre, en las Argonáuticas de Apolonio de Rodas, del único héroe de la Antigüedad que tuvo la audacia de saltar al mar para unirse a las sirenas. Orfeo había inventado la música instrumental para que los hombres se sustrajeran a sus cantos. Ulises se había hecho sujetar por dos marinos para escucharlas y para no estar tentado de ir hacia ellas. Butes, figura anterior y figura desconocida, es el que salta, el que se sumerge, el que va hasta ellas y que muere en su canto. Es el héroe que no puede resistirse a la música. Es el único héroe que conozco, en las mitologías, que se ofrece en cuerpo y alma a la música. Se entrega a la música un poco como el samurái se entrega a la muerte. Quise, como hago muchas veces, defender una figura injustamente olvidada. Me parece central con respecto a la escucha de la música porque pone al desnudo la llamada irresistible que la habita. Butes es un libro muy importante para mí. Es el noveno libro que escribo sobre la música. Es el último, creo. Quise reunir todos los motivos de tantos libros y de tantas novelas que he compuesto sobre la música, o más bien quise, cómo decirlo, pagar una deuda a aquellos que me han hecho. Pertenezco a una familia de músicos cuyo linaje remonta al siglo xvii, todos organistas. Yo mismo comencé como organista, en Ancenis. Luego, mi primer libro (que escribí en Ancenis) fue aceptado, era 1968, y Louis-René des Forêts me propuso ser lector en la editorial en la que él mismo trabajaba como lector. Es un remordimiento recurrente. Un remordimiento que erra en mí. Algo de culpabilidad ha quedado, como si me hubiese desolidarizado de los míos, como si tuviese que devolver un viejo crédito, un fatídico crédito contraído con ese arte. Por supuesto, soy un apasionado de la lectura y de los libros, pero el arte central para mí, el arte radical, es la música. Ese libro es importante para mí, desde mi perspectiva, por esa razón. A medida que escribía Butes, a medida que meditaba sobre ese héroe que se arroja al agua para unirse al canto irresistible que lanzan tres pájaros a la naturaleza entera, el agua se volvió el elemento más importante y me pareció extremadamente próximo a la música. Quizá esa es la razón por la que las mujeres-pájaro se convirtieron en mujeres-pez. Cada uno de nosotros ha vivido en un mundo primero, en el mundo uterino, en una bolsa de agua. Uterus quiere decir en latín odre, un odre colmado de agua. En ese odre no respirábamos,

no teníamos la posibilidad de hablar, ni de cantar, ni de gritar, ni de suspirar, ni de llamar: escuchábamos. Y la música es la más emotiva y sobrecogedora de las artes en la medida en que es el único arte que solicita de nosotros las impresiones y la misma estética que podíamos tener, en el origen, cuando vivíamos en el interior del origen. Entonces consumíamos a nuestra madre. La consumíamos directamente. Éramos extremadamente sensibles a todos los ruidos que la rodeaban, a todas las emociones que podía sentir y que las ondas del líquido uterino llevaban a nosotros. Danzábamos en ellas. Entonces, poco a poco, escribiendo, asocié otros mitos al mito de Butes. No se une al agua solamente; se une al mundo primero, el mundo anterior a este mundo, «el otro mundo» anterior a este mundo. Me di cuenta de cuán importante es esta primera vida acuática, sobre todo en las leyendas orientales, para los héroes músicos. Así pude coleccionar o atraer otros cuentos en torno al mito de Butes. Porque escribo leyendo. Todo se atrae. Me levanto muy muy temprano. Son los gatos los que me despiertan, quieren que abra la puerta o la ventana de la cocina que da al jardín para ir a cazar al borde del agua, en la orilla del Yonne. Pero a los gatos, se lo diré, los despierta el canto de los pájaros, y no el día. Entonces hacia las cuatro de la mañana estoy en pie, y trabajo cinco o seis horas por día, es todo, 365 días al año, es todo. Hacia las 10-11 de la mañana, he terminado de trabajar. Trabajo de esta forma para poder permanecer en el elemento del sueño, para no tener que pensar un solo instante en la mirada social, para no tener que pensar en vestirme, porque ya al vestirnos asumimos un rol, para no tener que pensar un segundo en la tarde que llega, en la noche que le seguirá. Permanezco así en mi cama, en ese minúsculo universo, protegido y denso del borde del Yonne, que es también un río en ese libro, en esa pequeña ermita que me he edificado, modesta, miserable, pero

Quise, como hago muchas veces, defender una figura injustamente olvidada. Me parece central con respecto a la escucha de la música porque pone al desnudo la llamada irresistible que la habita. Butes es un libro muy importante para mí. Es el noveno libro que escribo sobre la música. Es el último, creo.


2. Halm

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que amo, en Sens, donde también hay una pequeña sala de música en la que he colocado instrumentos de música, donde todo mira directamente al agua. Cuando he terminado de trabajar casi siempre descanso tocando un poco de música, esperando la hora de la comida, hacia el mediodía, hambriento como estoy por estar en pie desde el primer temblor y los primeros píos del alba. Cuando compuse ese libro consagrado a Butes y a su salto, a su impulso inmediato frente a la música, a su impaciencia por arrojarse al agua, me puse a simplificar al extremo, era necesario para mí, las partituras que leía, o sobre las que improvisaba, para sólo conservar la línea melódica. Fue un libro para el que tuve necesidad del melos, del canto, simplemente del canto, sin ninguna especie de armonía. Ni siquiera de una base continua. Simplifiqué el piano de una manera un poco extrema. Tener sólo cantos. No me considero un escritor. En el libro del que hablamos, reembolso los estudios de violín, de órgano, de canto, de armonía, de violoncelo, del músico que debí haber sido, pero tampoco me considero un músico. Soy un lector. Amo infinitamente la lectura. La lectura también es una escucha. Es una escucha extrema. Cada libro es una música muy poco ruidosa, es cierto, pero música magnífica, extrema, fascinante, un canto de perdición donde el alma se abandona. Espero que al terminar ese libro consagrado a la música, se habrá transformado un poco la idea de música para aquel que lo haya leído, en la medida en que ese libro limpia todo lo que puede ser género o jerarquía o esencia en la música. Es verdaderamente el canto profundo que nos toca como toca al recién nacido, es el canto que está llamado a volver en el canto de las sirenas, contra el caparazón de tortuga que tiene frente a sí Orfeo, contra las insoportables sinfonías, contra la música militar, contra el tecno. Resulta que la armonía me interesa cada vez menos. El canto puro, el canturreo más sencillo, purificado de toda originalidad, de todo ornamento, ha regresado. Demasiada música inútil o social ha desaparecido de mis oídos.

Monique Halm: El tuffatore de Poseidonia, como el de la Tumba de Tarquinia, se sumergen en el Oleaje, Pontos, el agua primordial, nacida de los vientres unidos de Gaia y de Urano. Es el katapontismos. Sólo Dionysos Bougenes renace, durante su anodos ritual, de las aguas del Pantano de Lerna, al sonido de las trompetas evocadoras. Querida Monique Halm Tisserant, tengo grandes dificultades con su carta. Siempre estoy lleno de admiración frente a su erudición y frente a todo lo que usted me ha enseñado sobre los suplicios antiguos. Por supuesto, conozco esa interpretación. Pero, sobre ese punto, no logro estar de acuerdo; me alejo; simple lector, me digo que en Argos la acción no tiene nada de una katabasis. En Argos, el niño Dionysos emergiendo del mar como en Jerusalén Jesús el día de la Ascensión, no tiene nada que ver con la imagen de Paestum (ni con la de Tarquinia donde el que se arroja es casi empujado como una víctima desde lo alto del promontorio). Dionysos toro, río, marea, océano, es un dios sumergido al que llaman con trompetas para que salga del agua. Un dios que sale del agua es lo contrario de alguien que se arroja. Arrojarse al agua es lo contrario de una Ascensión, de un anodos. El nadador de Paestum no tiene a Sémele en sus brazos; no tiene a Ariadna en sus brazos; no tiene a Afrodita en sus brazos; no remonta al aire libre; no nace; pienso que se sumerge; pienso que muere…

No me considero un escritor. En el libro del que hablamos, reembolso los estudios de violín, de órgano, de canto, de armonía, de violoncelo, del músico que debí haber sido, pero tampoco me considero un músico. Soy un lector. Amo infinitamente la lectura. La lectura también es una escucha.

3. Cébrion

En la Iliada xvi 741, cuando Patroclo se presenta cerca de la puerta Scee comienza por matar con una piedra, vigorosamente lanzada justo en medio de sus cejas, al cochero de Héctor, Cébrion, bastardo del rey Priamo. Los dos ojos de Cébrion caen a tierra, entre sus pies. Entonces Patroclo exclama, burlándose del cochero muerto: —¡Qué bien saltaba nuestro hombre! Si navegase en alguna parte del mar colmado de peces, si se sumergiese para coger del fondo del agua ostras y caracolas, cuántos mortales podría satisfacer saltando de la nave con la misma agilidad con la que acaba de caer de su carro en el polvo. ¡Es verdaderamente un gran acróbata! Pero, en ese momento, Héctor lanza su chuzo en el sexo de Patroclo y es Patroclo quien calla y quien cae al suelo. Es el turno de Héctor de decir con sarcasmo a Patroclo caído en tierra: —Patroclo, los buitres comerán hasta saciarse, y Aquiles te llorará.


5. Apolonia 4. César Cuando llega el momento de atravesar el Rubicón, para decirlo con verdad, son cuatro imágenes las que atraviesan el alma de César. Y la versión del salto, de la praecipitatio, o de la inmersión, no tienen el mismo sentido en latín y en griego. En Suetonio, el argumento de César en la orilla del Rubicón refiere directamente al Salto de Leucate: Etiam nunc regredi possumus… Ahora todavía podemos volver atrás, pero en cuanto el impulso, y luego el salto mismo, hayan tenido lugar, seremos alcanzados por el tiempo inatrapable. En Plutarco la comparación es con el Nadador de Paestum que ha abandonado las piedras de la acrópolis —aun si todavía no ha roto la superficie del agua—, está entre las dos, está en el interior del tiempo inatrapable: «Tenía en ese momento la apariencia de un hombre que, desde lo alto de un acantilado, se precipita en un abismo inmenso». La imagen en el texto latino es griega. La imagen en el texto griego es romana, extrema, gerundia. Es verdad que César, aun si escribe en latín, es de cultura griega, y que Plutarco, aun si escribe en griego, insiste en hacer «paralelos» incesantes con el mundo romano cuyo poder se ha extendido, de una manera que le parece definitiva, a toda la tierra conocida. Si juntamos todas las versiones antiguas que relatan el momento en el que César atraviesa el Rubicón, la película sería así: El 12 de enero de -49, al llegar al borde del pequeño río costero llamado Rubico, frontera de la provincia que el Senado le había confiado, César permaneció inmóvil frente a las aguas, pareciendo hesitar. Reflexionó en silencio. Tenía la apariencia de un hombre que, desde lo alto de un acantilado, va a lanzarse en un abismo inmenso. Durante la noche tuvo un sueño abominable: soñó tener con su madre relaciones incestuosas. Pidió ver a Asinius Pollion para discutir con él sobre el dilema en el que se encontraba (aporia). De pronto, dijo: «¡Que el dado sea arrojado!». Apareció en los aires un músico de salmoé de una belleza extraordinaria; tocaba un canto maravilloso cuando, bruscamente, arrojó por tierra su salmoé, tomó de las manos de un soldado una trompeta y la orden de atravesar el río fue entonces escuchada. * La unión incestuosa sólo aparece en Plutarco y da todo su peso a la inmersión en el agua que ocurre frente a él. * Son cuatro imágenes que surgen casi simultáneamente en la orilla del Rubicón: un sueño, una actitud, una metáfora, una aparición. Primer mundo, último mundo, espacio lúdico, universo divino. * Rubico es rojo. Rubens. Linea rerum rubescente (naciente, muriente).

Carta de Françoise Wilder: Santa Apolonia es como un resto del saltador. Eusebio de Cesarea escribe en Hist. Ecclésiast. que cuando Santa Apolonia llegó a la plaza donde se levantaba la pira, quedó inmóvil, luego retrocediendo un poco, se arrojó con fuerza y fue consumida.

6. Glaucus El primer texto que escribió Cicerón fue un poema. El título era Glaucus de la mar. El tema era el siguiente: el depredador se convierte en la presa. Un pescador se convierte en pez, adivino, silencioso, inmortal, líquido.

7. Croton Croton escribió en su libro titulado El nadador que fue Crates el primero en traer el libro de Heráclito desde las costas de Turquía e introducirlo en las islas de Grecia. Croton escribió del libro que Heráclito había dejado en el tesoro del templo de Éfeso: «Habría que ser un nadador deliano para no morir ahí ahogado». Fue Eurípides quien en Atenas regaló a Sócrates una copia del libro de Heráclito. Eurípides, que amaba ese libro, preguntó a Sócrates: —¿Qué piensas de él? Sócrates le respondió: —Las frases que comprendo son muy bellas. Las frases que no comprendo deben ser, también, perlas. Pero habría que ser al menos un nadador de Delos para traerlas a la superficie del agua y examinarlas a la luz del sol.

8. Lucullus —¿Por qué los pájaros caen del cielo, casi siempre aturdidos por los gritos de los Romanos? —Las rupturas del aire, respondía Plutarco. El aire desgarrable en el que hablan los hombres. 1. El aire que rodea los rostros de los hombres es desgarrable. 2. La lengua en el interior de los hombres está desfalleciente. Es muy próximo a la frase de Lucullus sobre Pompeyo, quien no era más que un pájaro perezoso que se arrojaba sobre los cadáveres asesinados por otros, picando restos de guerra. * Rupturas de oralidad, eso son los libros.

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9. Ariadna Todo superviviente necesita un compañero imaginario. El compañero imaginario es una voz más antigua que uno mismo. Es así como cada pensamiento tiene su Sirena. La palabra psychè en griego quiere decir aliento. ¿Cómo, el pequeño que nace, bruscamente instalado en el aliento por el grito que le hace palpitar súbitamente con la desconcertante intrusión involuntaria del aire que llamamos nacimiento, reconoce el cuerpo perdido de donde proviene? Por la escucha de su voz. Ese es el hilo psíquico de Ariadna. La «voz de la madre» puede volverse «lengua materna», dieciocho meses más tarde, porque fue, durante nueve meses, el «soprano de la mujer» que cargaba el feto dentro del bolso colmado de líquido uterino. En el nuevo mundo, es sólo a través de la voz (de su timbre, de su intensidad, de su altura, de su estilo, de su pulsación) que el bebé reconoce a su madre en el cuerpo inmenso que está frente a él en la luz y que hasta entonces nunca había visto. El único objeto que sobrevive del primer mundo es esa voz. Lo que ligaba el feto a la mujer grávida, religa al bebé a la mujer parturienta, luego al niño obediente a la madre. Ariadna es esa voz perdida que vuelve como el vínculo mismo, el «hilo» que ofrece es la revinculación que sobrevive a la extraordinaria metamorfosis y que calma su violencia. De ahí el vínculo indivisible entre la música y el pensamiento. La voz soprano (soberana) es lo que conduce de la caverna uterina a la caverna cefálica. Esa es la sirena que acompaña al pensamiento como el perro acompaña al cazador, como el halcón al caballero, como el toro a Pasifae, como Ariadna a Teseo, como la luna acompaña al sol, tardando en desaparecer en el cielo, cada día, por encima del agua oscura, en la palidez.

Todo superviviente necesita un compañero imaginario. El compañero imaginario es una voz más antigua que uno mismo. Es así como cada pensamiento tiene su Sirena. La palabra psychè en griego quiere decir aliento. ¿Cómo, el pequeño que nace, bruscamente instalado en el aliento por el grito que le hace palpitar súbitamente con la desconcertante intrusión involuntaria del aire que llamamos nacimiento, reconoce el cuerpo perdido de donde proviene? Por la escucha de su voz.

* Las sensaciones son como peces en la contigüidad líquida. Las palabras son como pájaros en la división del aire. Si el cuerpo es un elemento, el lenguaje es otro. El pájaro no penetrará en el seno de la

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cohesión extraordinaria del río. El pez no emergerá en la divisibilidad sofocante de la voz. Ningún contacto se produce entre el pájaro y el pez, tan sólo el de la depredación destructiva. Ningún contacto entre el pez y el pájaro, ninguna relación más allá del agua, ningún canto, ningún murmullo, tan sólo la metamorfosis de las sirenas en melusinas. El elemento del silencio era ese mundo antiguo, líquido, prenatal. El elemento del aire atmosférico está colmado de gritos, distinto, individualizado, cultivado, cultural. Cada uno de nosotros se divide entre un rape de boca inmensa y un halcón de mar que se sumerge. Esos dos elementos y esos dos depredadores se yuxtaponen como el agua oceánica y la cúpula celeste se superponen en el nacimiento. Solitario, a veces, muy pocas, el ciclón que los une regresa. *

Sobre el uso del hilo de Ariadna, Ovidio precisa filo relecto. Es necesario avanzar, nacer, vivir, filo (ombilico) relecto. Ovidio explica el mito. Ovidio explica lo que es releer. Hace funcionar bajo nuestros ojos ese «relegere» tan particular. Distingue claramente tres etapas. Ariadna entrega a Teseo una bobina de hilo que él anuda en el portal del laberinto construido por Dédalo. Después el héroe avanza en el sendero desconocido y que sin cesar bifurca debobinando la bobina. Valeroso mata al hombre-toro. Las manos cubiertas de sangre, en el corazón del laberinto. Limpia sus manos, guarda su espada en su funda y rebobina, devana, reconstruye la pelota con la ayuda del hilo interminable que ve desenrollado frente a él, sin duda rojo, sobre el enlosado. Avanza, dice Ovidio, filo relecto: releyendo su hilo. No vive precisamente al filo de la lectura. Filo relecto: avanza al filo de la relectura. • Traducción de Ernesto Kavi


(Me preguntan por qué y

para qué escribo) Esperanza Ortega Otra vez la mano sobre el papel como el vuelo del pájaro sin bandada o destino escribo porque nadie me lo pide (me gusta imaginarme que me lo pide el mar o esta hormiga tan sola en medio del mosaico). Imaginar que escribo para que exista otra colina detrás de la colina, pero escribo porque escucho en la noche los labios sepultados bajo los escombros y para que las voces de mis muertos no suenen a lamento de gusano-fantasma para que sea de nadie su silencio sin sombra, para eso escribo, para que al despertar me espere otra palabra que no voy a decir. Como el vuelo del pájaro sin destino o bandada escribo para no decir nada, para cerrar la puerta sin tener que explicar por qué escribo. (Y sin embargo permanecer adentro guiar sin horizonte la barca de los días)

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Contribución a la historia universal de la ignominia Y aquí quisiera concluir con este aspecto, porque detrás de ello se encuentran las ideologías. En Europa, en Estados Unidos, en América Latina, en África, en algunos países de Asia, se encuentran verdaderas colonizaciones ideológicas. Y una de ellas —lo digo claramente con «nombre y apellido»— ¡es el género! Hoy, a los niños —¡a los niños!— se les enseña lo siguiente: que cada cual puede elegir el sexo al que pertenece. ¿Y por qué les enseñan esto? Porque los libros son de las personas e instituciones que te dan dinero. Son colonizaciones ideológicas, presentes también en países muy influyentes. Y esto es terrible. Hablaba con el papa Benedicto, que está muy bien y con un pensamiento claro, y me decía: «Santidad, ésta es la época del pecado contra Dios creador». ¡Es inteligente! Dios creó al hombre y a la mujer; Dios creó al mundo así, así, así…, y nosotros hacemos lo contrario. Dios nos ha dado un estado «inculto» para que nosotros lo transformáramos en cultura; y después, con esta cultura hacemos cosas que nos devuelven al estado «inculto». Debemos pensar en lo que ha dicho el papa Benedicto: «¡Es la época del pecado contra Dios creador!». El papa Francisco, en un discurso pronunciado el pasado 26 de julio en la catedral de Cracovia frente a obispos polacos.

Se protegen derechos ciudadanos como el de recibir una educación u obtener un documento de identidad, pero en Indonesia no hay cabida para la proliferación del movimiento gay-lésbico-transexual. Johan Budi, portavoz presidencial del gobierno de Indonesia.

Las cifras apuntan a que en la actualidad hay una mucho menor amenaza de terrorismo que hace algunos años. Creo que le ponemos más atención al fenómeno porque ocurre aquí [en Europa occidental] y no en otros lugares. Hay quienes han señalado que mucha más gente muere fuera de Occidente, pero no pensamos en ellos como «víctimas dignas de serlo». Y no lo son particularmente si las matan nuestros aliados y no nuestros enemigos, y ése es un problema muy añejo. David Miller, profesor de sociología en la Universidad de Bath.

Bono quiere hacer un enlace con la Estación Espacial Internacional en todos los conciertos de la gira de este año. Estoy intentando averiguar quién es el mejor contacto para plantearlo en la nasa o en el comité de ciencia y tecnología del Congreso. ¿Se les ocurre algo? Gracias. Correo electrónico enviado por Ben Schwerin, un antiguo asesor de Bill Clinton, a Huma Abedin, asesora de Hillary Clinton cuando ésta presidía el departamento de Estado, intercediendo para intentar materializar los sueños megalomaniacos de Bono, el líder de U2.

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¿Tiene conciencia

Henry Kissinger?

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l pasado mes de marzo, cuando el presidente Obama viajó a Argentina para conocer al presidente recién electo de esa nación, Mauricio Macri, sus apariciones públicas se vieron marcadas por la presencia de manifestantes que solicitaban con estridencia explicaciones —y disculpas— por las anteriores y actuales políticas estadounidenses. Hay pocos países en Occidente donde se exprese con tanta rabia el sentimiento antiamericano como en Argentina, donde se ha desarrollado una muy politizada cultura del agravio, mediante la cual se culpa a Estados Unidos de muchos de los problemas nacionales. Particularmente entre la izquierda existe un duradero resentimiento por el apoyo concedido por el gobierno de Estados Unidos a los militares argentinos de derecha, quienes se hicieron del poder en marzo de 1976 y comenzaron una «guerra sucia» contra izquierdistas, que se cobraría miles de vidas durante los siguientes siete años. La visita de Obama coincidió con el cuarenta aniversario del golpe militar, por lo que rindió homenaje de manera explícita a las víctimas de la guerra sucia al visitar un monumento erigido en su honor, a las afueras de Buenos Aires. En el discurso ahí pronunciado, Obama reconoció lo que denominó como pecados de omisión estadounidenses, pero no llegó tan lejos como para ofrecer una disculpa. «Las democracias deben tener el valor de reconocer cuando no se encuentran a la altura de los ideales en los que creemos», dijo. «Y nos hemos tardado en defender públicamente los derechos humanos, como sucedió en el caso de Argentina». En los días previos a la visita de Obama, su asesora de seguridad nacional, Susan Rice, anunció la intención de su gobierno de desclasificar miles de documentos militares y de inteligencia, relacionados con ese tumultuoso periodo en Argentina. Fue un gesto de buena voluntad, concebido para simbolizar el continuado esfuerzo de Obama por modificar la dinámica de las relaciones de Estados Unidos con América Latina, un intento por «enterrar los últimos vestigios de la Guerra Fría», como dijo en La Habana durante ese mismo viaje. La semana pasada se hizo público el primer conjunto de esos documentos desclasificados. Ahí se reveló que tanto funcionarios de la Casa Blanca como del Departamento de Estado conocían de cerca la naturaleza sanguinaria de los militares argentinos, y que a algunos les horrorizó el enterarse de ciertos acontecimientos. A otros, principalmente Henry Kissinger, no les causó el mismo impacto. En un telegrama de 1978, el embajador estadounidense, Raúl Castro, escribió sobre una visita de Kissinger a Buenos Aires, en la que fue un invitado del dictador, Jorge Rafael Videla, mientras Argentina era anfitrión de la Copa del Mundo. «Mi única preocupación es que las continuas alabanzas de Kissinger sobre las acciones argentinas para

Jon Lee Anderson eliminar el terrorismo se les puedan haber subido a la cabeza a sus anfitriones», escribió Castro. El embajador escribió a continuación, con preocupación: «Existe el peligro de que los argentinos utilicen las declaraciones elogiosas de Kissinger como justificación para endurecer su postura frente a las violaciones de derechos humanos». Estas recientes revelaciones refuerzan la visión de Kissinger como el despiadado instigador, si no un co-conspirador activo, de los regímenes latinoamericanos responsables de crímenes de guerra. En pruebas documentales que vieron la luz durante desclasificaciones de documentos producidas bajo el gobierno de Clinton, se demostró que no solamente Kissinger sabía lo que hacían los militares, sino que lo alentaba de manera activa. Dos días después del golpe argentino, Kissinger recibió información de su secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos, William Rogers, quien le advirtió: «Creo que habremos de esperar que en breve se produzcan en Argentina recurrentes actos de represión, con toda probabilidad bastante sangrientos. Creo que serán muy severos no sólo con los terroristas, sino con los disidentes de los sindicatos y sus facciones». Kissinger le respondió: «Para cualquier posibilidad que tengan, necesitarán que los alentemos… porque me gustaría alentarlos. No quiero transmitir la impresión de que son hostigados por los Estados Unidos». Bajo la línea dictada por Kissinger, los militares argentinos ciertamente no fueron hostigados. Justo después del golpe, Kissinger envió señales de aliento a los generales, y reforzó el mensaje al apresurar un paquete de asistencia estadounidense en temas de seguridad. En una reunión ocurrida dos meses después con el ministro del Exterior argentino, Kissinger lo aconsejó entre líneas, según un memorando escrito sobre su conversación: «Estamos conscientes de que atraviesan un periodo difícil. Son tiempos curiosos cuando las actividades políticas, criminales y terroristas tienden a fusionarse sin una separación clara. Entendemos que deben establecer su autoridad… Si es que hay cosas por hacer, deberían hacerlas rápidamente». Las fuerzas militares argentinas llevaron a cabo el golpe para expandir e institucionalizar una guerra que ya se encontraba en marcha, librada contra guerrillas de izquierda y sus simpatizantes. Nombraron a su campaña Proceso de Reorganización Nacional o, simplemente,

Hay pocos países en Occidente donde se exprese con tanta rabia el sentimiento antiamericano como en Argentina, donde se ha desarrollado una muy politizada cultura del agravio, mediante la cual se culpa a Estados Unidos de muchos de los problemas nacionales.

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«el proceso». Durante la guerra sucia, como pasaría a ser conocida, hasta treinta mil personas fueron abducidas en secreto, torturadas y ejecutadas por las fuerzas de seguridad. Cientos de sospechosos fueron enterrados en masivas tumbas anónimas, mientras miles más fueron desnudados, drogados, subidos a aeronaves militares y arrojados al mar desde el aire mientras todavía se encontraban con vida. El término «los desaparecidos» se convirtió en una de las contribuciones argentinas al diccionario global. En el momento del golpe, Gerald Ford era el presidente en funciones de Estados Unidos, y Henry Kissinger desempeñaba tanto el cargo de Secretario de Estado, como el de asesor de seguridad nacional, al igual que lo había hecho durante el gobierno de Nixon. Inmediatamente después del golpe argentino, bajo recomendación de Kissinger, el congreso de Estados Unidos aprobó una petición para otorgar cincuenta millones de dólares en ayudas para temas de seguridad a la junta militar argentina. También se aprobaron programas de entrenamiento militar y ventas de aeronaves con valor de cientos de millones de dólares. En 1978, cuando había transcurrido el primer año de la presidencia de Jimmy Carter, las crecientes preocupaciones sobre las violaciones de derechos humanos pusieron fin a la ayuda económica estadounidense. En adelante, el gobierno de Carter buscó evitar que la junta militar recibiera ayuda financiera internacional. A principios de 1981, cuando Reagan llegó a la Casa Blanca, se alzaron las restricciones. De hecho, no ha habido consecuencias legales de ningún tipo en contra de Kissinger, derivadas de sus acciones en Chile, donde los matones de Pinochet asesinaron a tres mil personas, como tampoco por sus acciones en Vietnam y Camboya, donde ordenó bombardeos aéreos a gran escala que costaron innumerables vidas de civiles. Uno de sus más acérrimos críticos fue el finado escritor Christopher Hitchens, quien en 2001 escribió una condena que abarcó un libro entero, titulado El juicio de Henry Kissinger. Hitchens abogó porque Kissinger fuera perseguido por «crímenes de guerra, por crímenes contra la humanidad, y por infracciones contra la ley común, la habitual y la internacional, incluidos los cargos de conspiración para cometer asesinatos, secuestros y tortura». Evidentemente, mientras la guerra sucia argentina tenía lugar, los generales negaron que ocurriera nada indebido. El líder del golpe, el general Videla, ante cuestionamientos sobre los desaparecidos, explicaba con escalofriante vaguedad: «Los desaparecidos son sólo eso: desaparecidos. No están ni vivos ni muertos. Están desaparecidos». Otros militares sugerían que la gente desaparecida probablemente se encontraba escondida, llevando a cabo acciones terroristas contra la madre patria. En realidad, la enorme mayoría sufría una violencia brutal en prisiones secretas, a manos de empleados gubernamentales, tras lo cual eran, casi siempre, ejecutados. Al igual que sucedió en Alemania durante el Holocausto, la mayoría de los argentinos comprendió lo que sucedía, pero se mantuvieron en silencio debido a un espíritu de complicidad, o al miedo. Los argentinos que presenciaban cómo sus vecinos eran sacados de sus casas por hombres vestidos de

civil, para no regresar jamás, adoptaron un refrán que reflejaba su propensión a hacerse de la vista gorda: «Algo habrán hecho». A lo largo del tiempo hemos tenido evidencia de la insensibilidad de Kissinger, parte de la cual es tan inexplicable como escandalosa. Algunas de sus aseveraciones contienen algo de arrogancia machista. Quizá podría explicarse si nunca hubiera detentado poder real, como ha sucedido (hasta ahora) con el candidato presidencial Donald Trump y su propensión a la agresión gratuita. Y a uno le queda la impresión de que Kissinger, el apestado más longevo e icónico de la historia moderna de Estados Unidos, no es sino uno más de un linaje de hombres a los que se les teme y desprecia por la inmoralidad de los servicios prestados, que aún así son protegidos por la casta política en reconocimiento a dichos servicios. Me vienen a la mente personas como William Tecumseh Sherman, Curtis LeMay, Robert McNamara y, más recientemente, Donald Rumsfeld. En el increíble documental de Errol Morris, filmado en 2003, Rumores de guerra, pudimos apreciar que McNamara, que en ese momento era un octogenario, era un hombre atormentado que intentaba hacer las paces, sin éxito, con la inmensa carga moral de sus acciones como secretario de la Defensa durante la guerra de Vietnam. McNamara había recién escrito una autobiografía en donde intentaba abogar a favor de su legado. Alrededor de la misma época, un periodista llamado Stephen Talbot entrevistó a McNamara, y después logró hacer lo mismo con Kissinger. Más tarde escribiría sobre su encuentro inicial con Kissinger: «Le dije que acababa de entrevistar a Robert McNamara en Washington. Eso atrajo su atención. Dejó de ser hostil y después hizo algo extraordinario. Comenzó a llorar. Pero no, no eran lágrimas verdaderas. Frente a mis ojos, Henry Kissinger actuaba: “Bujujuju, bujujuju”, pronunciaba Kissinger, haciendo como si llorara y se tallara los ojos. “Aún sigue dándose golpes de pecho, ¿verdad? Aún se siente culpable”. Lo dijo en un tono de voz burlón, melódico, y se daba golpecitos en el corazón para añadir al dramatismo». McNamara murió en 2009, a la misma edad que Kissinger tiene hoy en día, 93 años. Sin embargo, la agonía pública con su conciencia ayudó a mejorar un poco su reputación sombría. Ahora que se acerca al final de su vida, es probable que Kissinger se pregunte cuál será su legado. Puede estar seguro de que, cuando menos, su apoyo incondicional para el proyecto de Estados Unidos como una súper potencia, sin importar el costo en vidas humanas, será una parte importante de dicho legado. Sin embargo, a diferencia de McNamara, cuyo esfuerzo por encontrar la absolución moral le pareció a Kissinger un motivo de burla, él no ha demostrado poseer ningún tipo de conciencia. Y como consecuencia, todo parece indicar, la historia no lo absolverá tan fácilmente. • Traducción de Eduardo Rabasa

Ahora que se acerca al final de su vida, es probable que Kissinger se pregunte cuál será su legado. Puede estar seguro de que, cuando menos, su apoyo incondicional para el proyecto de Estados Unidos como una súper potencia, sin importar el costo en vidas humanas, será una parte importante de dicho legado.


Muslámenes • Por Daniel Saldaña París

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uckminster Fuller fue el retoño torcido de una familia aristocrática y bien situada. Ingresó a Harvard gracias a las palancas de su padre, pero se gastó el dinero de la colegiatura de todo un año en organizar una fiesta masiva para bailarinas de cabaret e invitarles champaña a todas. Como es previsible, esta actitud enfadó a los directivos, que lo expulsaron. Una larga fila de ancestros graduados de Harvard vigilaba a Buckminster desde su árbol genealógico. Su padre, furibundo, lo mandó a trabajar a una fábrica textil en la campiña quebequense: un exilio en el que no duraría demasiado. Su genio de inventor empezó a notarse en aquel trabajo: Bucky arreglaba las máquinas defectuosas e incluso inventaba nuevos engranes para mejorar su eficiencia. Su familia le perdonó el incidente de Harvard gracias a estas demostraciones de originalidad práctica y pronto volvió a Nueva York. Su vida transcurrió algunos años más sin destacar demasiado: trabajó en una empacadora de carne, se casó y tuvo una hija. En 1917, con la entrada de Estados Unidos a la Primera Guerra Mundial, ingresó al entrenamiento militar, donde tuvo ocasión de presenciar el principio del boom de las telecomunicaciones asistiendo en experimentos radiofónicos. Terminada la guerra volvió a su casa y se encontró sin trabajo ni actividad de provecho. En esa situación estaba cuando, de acuerdo con su versión, decidió suicidarse ahogándose en el Lago Michigan, en 1927. Pero Buckminster Fuller no llegó a matarse, pues justo antes de hacerlo tuvo una revelación mística: debía convertirse en un inventor y seguir su instinto y su vocación sin importar las consecuencias. Comenzó así una carrera delirante que lo llevaría, años más tarde, a patentar la idea de una ciudad submarina, y también el

Odunacam • Por Liniers

proyecto de un pueblo mediano almacenado dentro de una esfera geodésica que volaría por todo el mundo, permitiendo a sus habitantes ver, desde la linde de su municipio, los más variados paisajes que ofrece el planeta tierra. Bucky inventó un coche, el Dymaxion (por dynamic maximum tension), que no se parecía a ningún otro automóvil del momento. El Dymaxion, según sus planes, se convertiría en un coche volador cuando se desarrollara la tecnología necesaria para hacerlo. Diego Rivera mostró interés en el vehículo y se sentó en el asiento de pasajero de un prototipo durante la Feria Mundial de Chicago en 1934, antes de que el primer accidente mandara los planes de enriquecimiento de Fuller al carajo. Bucky también concibió casas prefabricadas que serían entregadas por enormes zepelines, anticipó algunos de los postulados de la biomecánica posterior, puso de moda las casas esféricas (que invariablemente tenían goteras) y mintió sobre su obra y sobre sí mismo con una pasión exaltada hasta el día de su muerte, tras recibir todos los honores que el mundo puede darle a un inventor (salvo quizás el Nobel). De aquella biografía disparatada e hiperbólica queda solamente una estructura geodésica de metal de sesenta y dos metros de altura en una isla frente a Montreal: el pabellón estadounidense para la Feria Mundial de 1967. Hacia allá me dirigí, en peregrinación solitaria, dispuesto a investigar qué me había pasado durante la «bacanal geodésica» a la que se refirió Chloé. Si había alguna respuesta tenía que estar en aquella vieja cúpula que Buckminster Fuller le dedicase a su esposa en su quincuagésimo aniversario de bodas. •

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Políticas del baile

Felipe Rosete

«Sin la música algunos de entre nosotros morirían». Pascal Quignard

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o conozco un acercamiento más bello a la música que el de Pascal Quignard, quien rescata del olvido a Butes, el argonauta que, al escuchar el canto de las Sirenas, deja los remos, se levanta de su puesto, sube al puente del navío y se arroja al océano en pos de esa música seductora y desconocida. Orfeo sube al mismo sitio, pero no para arrojarse, sino para, cítara y plectro en mano, tañer un ruidoso contra canto en el que se diluya la melodía de los pájaros con cabeza y senos femeninos, consiguiendo con ello que el resto de los tripulantes del Argos continúen en su sitio, golpeando el agua con sus remos, al ritmo de esta otra música. El mito revela, pues, dos tipos de música que parecen aludir, como bien interpretan Miguel Morey y Carmen Pardo en el postfacio de Butes, a dos estados del ser. Si, por un lado, la de las Sirenas es una llamada que yergue, una invocación disidente (dis-sedeo: des-sentarse), un canto animal, irreconocible, pero por eso mismo seductor, encantador, una «fuerza que arrastra», que conduce fuera de lo humano e impide el regreso, cuya suerte para el que lo escucha sólo puede ser la aniquilación; por el otro, la música de Orfeo es humana, métrica, articulada, ajena al baile, que transforma al individuo en sujeto social, y forja la unanimidad requerida para que el navío siga avanzando, gracias a su incidencia sobre los cuerpos y las mentes de los tripulantes. Si la una impide el regreso, la otra lo promueve; si con la primera somos impulsados a movernos, a bailar, la otra nos impele a permanecer sentados, sometidos. Si una obedece al deseo, la otra sigue a la razón. Una implica el caos, el ruido, la otra el orden, necesario para el poder.

Pero «volver a la condición originaria es morir». «Por ello la música es una “isla” en medio del océano; una isla a la que toda aproximación es imposible salvo perecer ahogado».

Es cierto. En su estado actual, la música está, como casi todo en la vida, asociada al dinero. Es una mercancía. No obstante, debajo de ella subsiste la llamada originaria, el impulso al baile y a la disidencia, la prefiguración de nuevos ruidos y por tanto, de nuevos órdenes.

* «¿Qué es la música? El baile». «¿Y qué es el baile? El deseo de levantarse de modo irreprimible». «¿Qué es la música originaria? El deseo de arrojarse al agua». «¿Qué hay en el fondo del deseo de arrojarse al agua?». La imprudencia, el deseo de desindividuación total, un impulso hacia la animalidad interior, hacia el origen, hasta llegar a las aguas del vientre materno, con cuya música bailamos por vez primera. «La música —señala Quignard— atrae a su oyente a la existencia solitaria que precede al nacimiento, que precede a la respiración, que precede al grito, que precede a la espiración, que precede a la posibilidad de hablar. De este modo la música se hunde en la existencia originaria».

*

Y allá fuimos, siguiendo el canto de las Sirenas, a las costas del Mediterráneo, a la ciudad de Barcelona. Tres intensos días en el Parc del Fòrum, una especie de isla entre el mar y el asfalto, para escuchar a algunos de los mejores músicos del mundo en el Primavera Sound, un festival que en tan sólo quince años pasó de 7,700 a 190,000 asistentes y de 19 a 292 bandas invitadas. Un poco demasiado, para mi gusto. Demasiada gente, demasiadas bandas, demasiadas marcas, demasiado consumo: de bandas, de alcohol, de drogas, de energía, de experiencias, en suma. Aún así, francamente, una isla encantadora, llena de alegría, baile, fiesta y buena música. Es cierto. En su estado actual, la música está, como casi todo en la vida, asociada al dinero. Es una mercancía. No obstante, debajo de ella subsiste la llamada originaria, el impulso al baile y a la disidencia, la prefiguración de nuevos ruidos y por tanto, de nuevos órdenes. Si, como señala Jaques Attali, en un inicio se presenta «como originada en un homicidio ritual, del cual es simulacro», siendo, por tanto, un atributo del poder político y religioso, «luego, entrada en el intercambio comercial, participa en el crecimiento y la creación del capital y del espectáculo», siendo fetichizada como mercancía de consumo generalizado, bajo el control del poder económico. «Hoy día —afirma en Ruidos. Ensayo sobre la economía política de la música— la música […] anuncia el establecimiento de una sociedad repetitiva en la que nada más sucederá, al mismo tiempo que la emergencia de una subversión formidable, hacia una organización radicalmente nueva, nunca antes teorizada». Así, más allá de sus utilizaciones estratégicas por parte del poder a lo largo de la historia —para «hacer olvidar» la violencia general en el sacrificio ritual; «hacer creer» en la armonía del mundo mediante la representación y el espectáculo; o «hacer callar» a través de la repetición infinita de la música producida en serie—, gracias a la composición, al genio creativo y juguetón que se esconde tras ella, es posible seguir hablando de una música nueva, liberadora, capaz de anunciar nuevas relaciones sociales. De ahí la importancia de inicia-

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tivas como el Primavera Sound, mercantiles, sí, pero también culturales y sociales. Grandes fiestas en torno a la música y todo aquello que la envuelve, lo bueno y lo malo. *

Ahí estaba Thom Yorke, como si acabase de salir del fondo del Mediterráneo, mojado y abatido, tocando el piano lentamente y acompañando esas largas notas con gritos desconsolados, con el cuerpo retorcido, como si con esos gestos cargara con el dolor de las más de cien mil almas allí presentes, recordándonos que no hay nada que temer, que la vida también es muerte y que, como reza la que es quizás mi canción favorita, interpretada hacia el final del concierto, we are accidents waiting to happen.

El momento había llegado. Jueves 2 de junio. Éramos cerca de quince personas, hombres y mujeres, casi todas mexicanas, algunas españolas, un sueco de dos metros. Todos viejos conocidos, algunos muy amigos, otros más que hermanos. Con la euforia del primer día, caminamos la pendiente hacia el acceso, rodeados de gente con rostro emocionado, dispuesta a pasar una gran noche. Muy promisoria, por cierto. lcd Soundsystem regresaba al Primavera tras su participación en 2003 en la segunda edición del festival, y cinco años después de su separación. Habíamos calentado con Air y Tame Impala, para llegar después a lo que sería un verdadero arrebato musical. Bajo y batería a un mismo compás. Percusiones. Sintetizadores haciendo ruiditos como de nave espacial. Destellos de guitarra. Los músicos empiezan a mover el cuerpo. Yo también. Siento el impulso irrefrenable de hacerlo. Me chupo el índice, lo meto a mi bolsita de mdma, y luego lo llevo a mi boca. Lamo la sustancia. Siento su desagradable sabor en mis papilas gustativas. Doy un trago a mi bebida. Y repito la operación. Sigo moviéndome de manera repetitiva, como lo hacía desde nonato, mientras espero una nueva explosión causada por la droga. Sale James Murphy al escenario envuelto entre los gritos de la gente. The time has come, the time has come, the time has come today. De lo alto del escenario desciende una bola disco gigante, sol luminoso que de inmediato comienza a reflejar los rayos de luz que le llegan de múltiples direcciones. La velocidad de la música aumenta, lo mismo que mis pulsaciones cardiacas. The time has come, the time has come, the time has come today. Un grito profundo emerge de mi garganta, expresión gozosa de mi animal interior, completamente exaltado. Murphy mueve de un lado a otro su cabeza despeinada, mientras yo siento cómo la música, el sonido del bajo sobre todo, empieza a apoderarse de mi cuerpo, provocando movimientos inconscientes e incontrolables. Sigo gritando, abrazo a mis amigos, nos palmeamos la espalda, nos jalamos el pelo. El ritmo y el meneo corporal aumentan, lo mismo que el cosquilleo que sube y baja por mi cuerpo como efecto de la droga. Ya viene, ya viene. Estalla en los primeros acordes de la siguiente canción. Daft Punk is playing in my house, in my house, «but also in my fucking brain, in my body, in my soul». Brinco, me muevo, me contorsiono, simulo tocar el bajo, canto. Me dejo ir. Me arrojo al agua. Never never never let them go. Never never never let them go. Never never never let them go, let them go. El concierto sigue su curso. Aprovecho para tomar respiros en canciones más calmaditas —«I Can Change», «Someone Great», «New York I Love You…»—. Alcanzo, en cambio, verdaderas cum-

bres extáticas con la serie inaugurada por «You Wanted a Hit», un ejemplo perfecto de cómo manipular progresivamente el cuerpo a través de los sonidos. Tu-tutu-tu, Tu-tu-tu-tu-tuu-tu, Tu-tu-tu-tu, Tu-tu-tu-tu-tuu-tu Tin, empieza a sonar el piano; pgm-pgm pgm-pgm pgm-pgm pgm-pgm, pgm-pgm pgm-pgm pgm-pgm pgm-pgm, pgm-pgm pgm-pgm pgm-pgm pgm-pgm, entra el bajo como si estuviera coordinado con los latidos de mi corazón; y tras de él, la batería, tuc-pa tuc-pa tuc-pa tuc-pa, dándole un impulso tremendo a la melodía. You wanted a hit, but maybe we don’t do hits, canta Murphy, mientras la canción sigue subiendo poco a poco en intensidad. And we won’t be your babies anymore / We won’t be your babies anymore / We won’t be your babies / ‘Til you take us home, le espetan al gerente comercial de la disquera. Y entonces sí, entran las guitarras y todo estalla, dentro y fuera de mi cuerpo. Se escuchan gritos de júbilo por doquier. Y para no bajar el ánimo, continúan con «Tribulations», revientan el escenario con «Movement», para luego proseguir con el pegajoso Yeah yeah yeah, yeah yeah yeah yeah yeah, Yeah, yeah yeah yeah yeah. Bailo conmigo mismo, con mis amigos, me desplazo entre ellos de un lado a otro, giro al ritmo de la música, volteo al cielo, cruzo miradas con algunas asistentes, bailamos a distancia. Nos divertimos juntos aunque seamos unos perfectos desconocidos. Luego, dispersos entre la multitud, nos olvidamos. Otra cumbre, esta vez emocional, llega al final del concierto, cuando interpretan «All my friends», ese himno a la amistad, cuyo pianito inicial escuché por primera vez en casa del maestro José Ignacio, en una de esas fiestas en las que, irremediablemente, la música, las drogas, el alcohol y el amor muto nos llevan a fundirnos cada año en un abrazo, tan fraterno como el que nos dimos entre todos los que estábamos ahí esa noche, felices y agradecidos por compartir un momento tan especial. No tuve que preguntarme, como en otras ocasiones, Where are your friends tonight?, ni añoré verlos para sentir su apoyo, su amor, su comprensión o simplemente su compañía, sus palabras, su risa, su presencia. En ese momento estábamos juntos ahí, en Barcelona, abrazados, bailando, gozando, tirándonos juntos al océano de sonidos que nos ofreció esa grandísima banda neoyorkina. El antiguo argonauta se manifestó en mí como Butes danzante. Se esfumó con la llegada del amanecer. *

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Al día siguiente Butes volvió, pero en una faceta distinta: melancólica, reflexiva. Y es que se presentaba Radiohead como parte de la gira de su nuevo álbum, A Moon Shaped Pool, casi diez años después de su última actuación en Barcelona. Otra de las grandes motivaciones para asistir al Primavera. Y allí estuvieron. Con un escenario que cambiaba constantemente del rojo al azul, como si simbolizara el


paso constante en nuestras vidas del cielo al infierno y viceversa. Un cielo muy oscuro, por cierto, nocturno en todo caso. Con los primeros acordes de «Burn the Witch» como fondo, Thom Yorke, con su estilo inconfundible, aunque un poco más calvo y con cola de caballo, emergería de esas tinieblas enrojecidas para empezar, junto con sus colegas, a hacer lo suyo: transformar el dolor en algo hermoso. La música, señala Quignard, «es capaz de ir al fondo del dolor», «tiene el valor de llegar hasta el final del mundo de la tristeza», «porque es allí donde ella mora». «La música no re-presenta nada: re-siente». El escritor francés pone como ejemplo a Schubert: «Hubo un pensador —nos dice— que pensó de cabo a rabo este estado de abandono, de soledad, de carencia, de hambre, de vacío, de extrema amenaza mortal repentina, de desnudez, de frío, de ausencia de todo socorro, de nostalgia radical, experimentado por cada cual en el nacimiento». Radiohead, sin duda, sigue sus pasos. Es una banda que, a través de su música, se ocupa de pensar y expresar las variadas manifestaciones del dolor y la tristeza, de la desolación y el abatimiento, del duelo por haber sido echados a este mundo. Allí donde el pensamiento no llega, por temeroso o por incapaz, la música sí. Emerge de las oscuridades más profundas del alma precisamente para regresarnos a ella. Y para alcanzar esa profundidad, al igual que Butes, se tienen que arrojar al mar. O al río, como en «Pyramid Song», interpretada memorablemente aquella noche, que es justamente eso, una invitación a saltar: I jumped in the river and what did I see? / Black-eyed angels swam with me […] All my lovers were there with me / All my past and

futures / And we all went to heaven in a little rowboat / There was nothing to fear, nothing to doubt. Ahí estaba Thom Yorke, como si acabase de salir del fondo del Mediterráneo, mojado y abatido, tocando el piano lentamente y acompañando esas largas notas con gritos desconsolados, con el cuerpo retorcido, como si con esos gestos cargara con el dolor de las más de cien mil almas allí presentes, recordándonos que no hay nada que temer, que la vida también es muerte y que, como reza la que es quizás mi canción favorita, interpretada hacia el final del concierto, we are accidents waiting to happen. Y cuando ese momento llegue, en el fondo del océano, seremos comidos por los gusanos y por peces extraños, nos dice en «Weird Fishes/Arpeggi», esa canción que, al igual que la anterior, implica un cara a cara con la muerte, a la que sin duda hay que seguir, porque representa nuestra oportunidad de escapar de aquí, with no alarms and no surprises, de un mundo sofocante, en el que estamos atrapados en nuestro propio cuerpo sin poder salir, en el que la lluvia cae una y otra vez sobre nosotros desde una gran altura, al que sentimos que no pertenecemos, del que no podemos escondernos en nuestras horas más oscuras, en el que todo desaparece una y otra vez hasta la eternidad. Today we escape / we escape, pronuncia Yorke en ese canto al suicidio que es «Exit Music (For a Film)» —que desafortunadamente no tocaron—, nuevamente con la muerte hablándole al oído, diciéndole: And now we are one in everlasting peace / We hope that you choke, that you choke. Aun así, en «There, There» parecen prevenirnos contra el canto de las Sirenas: There’s always a siren / Singing you to shipwreck / (Don’t reach out, don’t reach out) / Steer away from these rocks / We’d be a walking disaster / (Don’t reach out, don’t reach out). Con los tambores y el bajo al unísono como fondo, como si nos estuvieran alentan-

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do a una guerra interna contra nosotros mismos, y esos destellos de guitarra que van subiendo paulatinamente hasta detonar, continúan advirtiéndonos: Just because you feel it doesn’t mean it’s there (there’s someone on your shoulder), y recordándonos que, dado que la vida es la espera de la muerte, quizá por ello no hay que apresurarla, sino tratar de disfrutar de ella. Tal vez por eso me gusta tanto esa canción, que irremediablemente me eriza la piel y que cada año, sin falta, comparto con mis amigos en el viaje anual que hacemos a Guadalajara por carretera, mientras contemplamos los imponentes lagos y montañas que flanquean el camino y sentimos, ayudados por la música, la potencia de la vida manifiesta en la naturaleza y en nosotros mismos, en el cariño, en la amistad, en la alegría de estar juntos en esa camioneta. Igual que aquella fría noche a un costado del mar. La música de Radiohead es también un buen ejemplo del carácter disruptivo del que habla Attali. No sólo por su estilo, siempre cambiante y en busca de ruidos nuevos desde sus inicios, sino también por la crítica social y el impulso a la transformación contenidos en sus canciones. Bring down the government / They don’t, they don’t speak for us, cantan en «No Surprises». It’s the devil’s way now / There is no way out / You can scream & you can shout / It is too late now, dicen en «2+2=5», cuyos agresivos acordes no dejan de incitar a la rebelión, a la ira. No es casual que los guitarrazos que la caracterizan, en compás con el potente sonido de la batería, hayan puesto a gritar y brincar simultáneamente a miles de personas, como si de esa forma se estuvieran liberando de las ataduras del poder, cuyo símbolo es precisamente la ecuación que da nombre a la canción, la contraparte mental de una bota pisando un rostro, según la visión de George Orwell. Para Yorke y compañía, sin embargo, nunca es demasiado tarde. Y lo han demostrado con su más reciente álbum, que nuevamente emerge de un dolor profundo, en el que critican la «sociofobia» desatada por las redes sociales —Loose talk around tables / Abandon all reason / Avoid all eye contact / Do not react—, así como el «panóptico digital» aparejado a ellas —We know where you live—. We’ll take back what is ours, cantan en «The Numbers». Para ello, nos dicen, hay que ir paso a paso, guiados por una música lenta, pausada, relajante, que incita a la calma y la reflexión, a la contemplación, al silencio, como el que la masa guardó en «Daydreaming» o «Decks Dark», al inicio del concierto, para escuchar los acordes y el canto de ese ángel dolorido que lleva por nombre Thom. No por serenas esas canciones dejan de despertar al cuerpo, hacen que se mueva, que suspire, que baile. Y es que, en un mundo, interno o externo, que se cae a pedazos, lo que nos queda es bailar, bailar como locos, ciegos, sordos y mudos para poder sentir nuevamente y pensar en otras realidades: eso nos sugieren en «Present Tense». El baile, pues, como arma de autodefensa contra el presente. Sí hay salida, al menos una salida interna. Nadie nos puede impedir bailar. A eso fuimos al Primavera Sound. The future is inside us / It’s not somewhere else.

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* Llegó el último día de festival. Una tarde soleada, que ofrecía a Brian Wilson, líder de los Beach Boys, interpretando junto con una nutrida banda el Pet Sounds, lleno de good vibrations. Pura buena vibra fue la que se sintió entre los espectadores cuando sonaron las primeras notas del piano, acompañadas del I, I love the colorful clothes she wears / And on the way this sunlight plays upon her hair, versos que bien podrían estar dirigidos a las miles de mujeres hermosas que bailaban dando saltitos con los brazos extendidos, como si fueran unas pequeñas hadas venidas de un mundo extraño a derrochar su belleza. A pesar de la edad, Wilson, sentado al piano, se rifó como los grandes y puso a danzar a miles de personas muchas generaciones menores que él, demostrando que los clásicos nunca mueren. Habrán tenido unos veinte años los chicos y chicas que, al lado nuestro, empezaron a levantar el polvo con los pies, completamente extasiados y llenos de recuerdos, felices de revivir las melodías que sus padres escuchaban con ellos en casa. El mismo efecto tuvo «Surfin’ U.S.A.». El público se volvió loco al escuchar las primeras notas, acompañadas del famoso: If everybody had an ocean / Across the U. S. A. / Then everybody’d be surfin’ / Like Californi-a. Como si el mar hubiese cobrado una fuerza inusitada hasta adentrarse con grandes olas en el Parc del Fòrum, de inmediato todos tomamos nuestra tabla y nos pusimos a surfear, mientras los inexpertos se tapaban la nariz y se sumergían al ritmo de la música en al agua imaginaria. Estando ahí, recordé vívidamente las fiestas de la editorial, en las que nuestro amigo Quiñones nos deleita con su magia, siendo esta canción una de las infaltables en su repertorio. Ya entrada la noche, llegó otro de los momentos estelares: la actuación de Polly Jean Harvey, lo más cercano a una mujer pájaro que haya visto hasta ahora. Por su forma de cantar, absolutamente sobrecogedora, con esa voz aguda inolvidable que de un momento a otro es capaz de llenarse de gravedad y fuerza, si eso es lo que quiere transmitir. Y también por su belleza y sensualidad, resaltada por un vestido negro con cortes laterales, por entre los cuales asomaban sus largas y torneadas piernas, y de cuyos hombros caían, cual si fueran alas, dos largas mangas, de modo que al bailar y moverse en el escenario pareciese que de un momento a otro fuese a levantar el vuelo. Coronada, por último, por una diadema alada, igualmente negra, de la cual resbalaban dos lisos mechones de pelo que enmarcaban su rostro alargado. Una verdadera «50 Ft Queenie»: Hey I’m one big queen / No one can stop me / I’m number one / Second to no one. Polly Jean debería sumarse a la lista de nombres que, según Morey y Pardo, de las sirenas nos han llegado, pues encarna los atributos de éstas: «Aglaofonos (la de esplendorosa voz), Aglaope (la de espléndido aspecto), Leukosia (la resplandeciente), Ligia (la de voz clara, aguda), Molpe (la del canto y el baile), Parténope (la de aspecto de virgen), Teles (la encantadora)». En las fuentes, lo que más caracteriza a estos extraños seres es «la funesta atracción de su canto, su seducción abismal», su capacidad para cautivar, para atar a los hom-


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bres con su música. Exactamente eso ocurrió conmigo al escucharla, al verla desenvolverse en el escenario, bailando a pasos cortos encogiendo el cuerpo, moviendo las manos como si estuviese cortando frutos de los árboles. Un encanto absoluto. Con un canto disidente además, crítico, inteligente. Empezando por su propio país. Let England Shake, se titula su penúltimo disco, justamente alabado por la crítica. «The Glorious Land» es un buen ejemplo de lo dicho. Acompañada por una legión de nueve músicos, suenan de fondo las trompetas con su llamado a la guerra. Suenan también los tambores. Segundos después, Harvey se cuestiona: How is our glorious country ploughed? Para luego responderse: Our land is ploughed by tanks and feet / Feet marching, y más tarde continuar a coro con un Oh America, oh England, que identifica los lazos entre los dos grandes Imperios de la era moderna, unidos por su esplendor, su riqueza y su gran poder, pero también por la crueldad y la violencia que los engendró y que se han encargado de esparcir por el mundo entero. What is the glorious fruit of our land?, continúa con las interrogantes. Its fruit is orphan children. Its fruit is deformed children, es su lapidaria respuesta. Y es que cuando el mal sobrepasa al bien, como afirma en «A Line in the Sand», cuando no sabemos cómo parar los asesinatos, la guerra, las desapariciones, la pobreza, y muchas otras formas de violencia que caracterizan al mundo en el que vivimos, cuando la indiferencia y la crueldad siguen ganando una y otra vez, significa que no hemos aprendido nada de nosotros mismos, que somos una farsa total, que el sueño de la razón sigue siendo una pesadilla. Y aún así, pj mantiene el sentido del humor, al grado de preguntarse, acompañada por las palmas y el ánimo de los espectadores: What if I take my problem to the United Nations? Mantiene también la esperanza: I believe we

have a future / To do something good. Yo la comparto y la alimento, entre otras cosas, con su música, con todo lo que nos hizo sentir y pensar aquella noche a través de su canto, de su baile, de su saxofón. Los que presenciamos la actuación de la mujer pájaro simplemente quedamos cautivados y felices. * Acabamos como teníamos que acabar: bailando hasta el amanecer. Los rayos de luz descomponiendo poco a poco la oscuridad de la noche, pintando el cielo de mil colores, con el azul del Mediterráneo como fondo. Ambientados por un set de dj Coco, que lleva cerrando el festival desde el 2007, en un escenario semejante a un colosal teatro griego, lleno de gente de diversa nacionalidad, color de piel, preferencia sexual, creencias, todos con ganas de pasarla bien, congregados por las distintas variantes del canto de las Sirenas. Coco homenajeó a David Bowie. «Space Oddity» fue la primera canción del set y «Heroes» la última. Entre ambas, mucho baile. «I Feel Love» de Donna Summer quedó en mi memoria, pues nos llevó a dar el resto y dejar todo en la pista, guiados por la armonía entre los sintetizadores y su sensual voz cantándole al amor. Una zambullida final en el océano de sonidos, un último baile para defendernos del presente, para restituir nuestra animalidad, para olvidarnos de nosotros mismos y de lo que nos rodea, de los dolores del mundo y de la vida, para dejar los remos y salirnos de la norma, para derrotar al enemigo, al poderoso, al opresor. Reyes, reinas, héroes por un día, o por tres: Though nothing, will drive them away / We can beat them, just for one day […] Oh, we can beat them, forever and ever. •

Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo

U

na de las máximas que se han transmitido de generación en generación los patrones de vanguardia consiste en hallar formas adecuadas para que quienes se encuentran bajo su mando realicen gustosos tareas que superan el ámbito de sus funciones, creyendo que se benefician o que participan de algo superior. Así es, todas aquellas características de las instituciones laborales que impliquen alguna dosis de libre albedrío —ya sea real o ilusoria—, contribuyen a extraer gotas adicionales de esfuerzo, por lo que la innovación en este campo es a menudo los que distingue a los patrones de élite de los del montón. Algún día se escribirá una historia justa de esos héroes que encima de todo tienen que soportar el resentimiento de quienes se cortarían una mano para estar en sus zapatos, y ahí se trazará una línea directa entre inventos tan productivos como la tienda de raya, las horas extra, los buzones de sugerencias, el empleado del mes y las albercas de pelotas que han popularizado en la actualidad las corporaciones que han descubierto que lo cool es un insuperable mecanismo de extracción laboral. En esta misma línea, puedes organizar para tus empleados un juego en un formato de programa de concursos, contratando según las posibilidades de tu empresa a alguna figura televisiva (si te encuentras en época de vacas flacas considera rastrear a algún payaso alcohólico caído en desgracia) para que haga las veces de conductor. Es recomendable también que contrates edecanes para que lleven de la mano a los participantes al módulo en donde deberán de responder a las preguntas del animador, y no te olvides de grabar cada detalle, tanto para utilizar los momentos más destacados en videos corporativos, como para contar con una prueba documental

en contra de posibles demandas o acusaciones anónimas a través de las redes sociales. Una vez dispuesto el escenario, el animador deberá realizar preguntas en las que un participante por equipo —conviene agrupar a los empleados según la valoración relativa que tengan para la empresa, de modo que tengas garantizado el encono que producirá los momentos de mayor dramatismo a lo largo del ejercicio— intente adivinar la opción predilecta de la mayoría de los empleados, que para ganar tiempo deberás estimar por ti mismo, y después presentarla como el resultado de un riguroso estudio de mercado laboral. Algunos patrones han empleado preguntas del estilo de «¿Te gustaría recibir como sueldo un porcentaje de las contribuciones a la seguridad social que le corresponden a la empresa?», «¿Consideras que los patrones son los verdaderos santos de nuestras sociedades?», o «¿Preferirías que la máquina de golosinas tenga chocolates con almendras o con nueces?». Si el empleado acertara correctamente, deberá recibir la gratificación de un tablero que parpadea al son de una musiquilla estridente, o hasta puede recibir un beso en la frente de alguna de las edecanes. Si en cambio fallara, deberás reprenderlo con un abucheo pregrabado, o con una cubetada de agua fría, si tuvieras la suficiente confianza con tus empleados. A través del simulado programa de concursos, además de fomentar la unión y la camaradería, podrás utilizar las respuestas que hayan dado los diversos empleados, como muestra tácita de su consentimiento ante decisiones difíciles que te veas obligado a tomar con posterioridad. •

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El Señor Cerdo

E

n uno de los múltiples seminarios que el Señor Cerdo toma constantemente, como parte de su continuo proceso de perfeccionamiento personal, cada participante debía exponer al final, en una sesión de quince minutos, sus miedos más profundos expresados en el formato stream of consciousness, de modo que fueran las capas más profundas de su ser las que dieran voz a los temores. Si bien en un principio el Señor Cerdo se mostraba escéptico a participar en el ejercicio, dado que ya había pagado la cuota del seminario completa y quienes lo impartían estaban técnicamente a su servicio, decidió prestarse al ejercicio, convencido de que el único miedo relacionado con su participación sería el que produciría a los demás asistentes el darse cuenta de la existencia de un ser de la talla del Señor Cerdo. Sin embargo, el Señor Cerdo recibió una muestra más del carácter imprevisible de la vida, recordándole la importancia de estar siempre abierto a experiencias desconocidas, pues tan pronto tomó su lugar en el círculo dispuesto para la realización del ejercicio, entró en un trance del cual no recuerda absolutamente nada, salvo que cuando volvió en sí se encontraba empapado en sudor, rodeado por el resto de sus compañeros de seminario, quienes le soplaban aire y le mojaban la frente con un trapo húmedo para ayudarlo a volver en sí. Una vez se hubo recuperado, la coach del seminario lo llevó a solas a uno de los salones contiguos, y tras procesar en su computadora los resultados de un cuestionario llenado a partir de lo que expresó el Señor Cerdo en su trance, regresó con el semblante serio

para comunicarle que el diagnóstico era tajante: el Señor Cerdo presentaba un caso agudo de uno de los síndromes contemporáneos más recurrentes: el Fear of Missing Out, o fomo, como se le conoce más habitualmente. Aún pasmado por la experiencia, el Señor Cerdo optó por no comentar nada en el momento, y volver a su casa a consultar en internet las particularidades de ese síndrome por él desconocido que le acababan de diagnosticar. Una vez recuperado el aplomo, el Señor Cerdo buscó, como siempre, la forma de convertir lo que podría considerarse como un defecto a su favor. Con su habitual perspicacia, comprendió que el diagnóstico era al mismo tiempo certero y equivocado. Certero, pues en efecto el mentado fomo podía aplicársele a él, pero no como la coach de quinta categoría pudiera suponerlo. Lejos de padecer el síndrome, el Señor Cerdo es más bien la viva encarnación de un ser que genera eso en todos aquellos que tienen el privilegio y la desdicha de quedar deslumbrados por su talento. Yendo un paso más allá, el Señor Cerdo rebautizó la variante específica del síndrome que él provoca a su paso como Fear of Not Being el Señor Cerdo, o fonobesc, y envió de inmediato a uno de sus achichincles a registrar el término, para posteriormente proceder a fabricar artículos diversos de merchandising para explotarlo correspondientemente. Con ello, no sólo logrará una vez más el Señor Cerdo potenciar y rentabilizar otro poco su branding, sino que al mismo tiempo tendrá un gesto caritativo, pues al menos aliviará un poco la envidia de los aquejados por el fonobesc, pues al poder comprar las camisetas, tazas y llaveros que aludan a su síndrome, podrán participar un poco, sólo un poco, de la grandeza del Señor Cerdo. •

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Lecciones de anatomía • Por dD&Ed Como dijo el Cardenal, hay partes del cuerpo que no están diseñadas para recibir, así que habrá que confiar en los milagros del Señor.


Río de lava

Juan Bonilla

A Tomás Zurián, que la rescató

A

hora es una niña de diez años. Tiene los ojos grandes, de un verde felino, el pelo es una hoguera. Es como si lo fuera iluminando todo a su paso, como si el mundo se encendiese al calor de su mirada. Se llama Carmen pero no se reconoce en el sonido de su nombre. A veces se lo repite tantas veces que llega un momento en que es como si pudiese oír la respiración del universo, un animal dormido en una casa muy pequeña. Le aprieta el infinito entre las sienes. Y más abajo, en las entrañas. Y más abajo aún. Hay un pasillo lleno de fusiles entre su dormitorio y el despacho de papá. Papá está inventando un arma que va a hacer caducar al máuser, el doble de disparos con la mitad de movimientos. Va a llenar de muertos los campos de batalla de Europa. La niña pasa un dedo por el cañón de uno de los fusiles del pasillo y en la boca del arma imagina los soldados que de algún modo están ya allí muriéndose. Cuando llega de sus negocios con su uniforme militar, papá se sienta un rato en la sala de estar y ella corre a sentársele en las piernas, es su cabalgadura, cuida de que la tela de su falda vuele para que nada se interponga entre su carne y el pantalón de papá. Mamá le riñe a veces, y la obliga a que se ponga unos pantalones cuyas costuras le hacen daño. En el colegio en que la internan le escribe cartas a su profesora. Le dice que está destinada a morirse de amor y le habla de un volcán apagado en cuyo interior hay miles de mujeres esclavas de los hombres. Un día todas juntas se transformarán en fuego santo y el volcán entrará en erupción y un río de mujeres de piedra incandescente inventará un camino incendiándolo todo a su paso.

quiere hacerle ver que puede culparlo de todos los males del país, de todas las revueltas, de todos los muertos, pero no piensa consentir una humillación como esa y va a demostrarle, antes de dimitir, que él no necesita ir a bodas de nadie porque puede organizar la mejor boda de la historia. Por eso ingenia que hay que casar a su hija más bonita e invitar al convite al Jefe del Gobierno. «No quiero ser esclava de un marido después de haber sido la esclava de mi padre», le escribe a su maestra en el colegio. Es su última carta. Pero, por otro lado, no puede decepcionar a su papá. Tiene que ayudarle a dejar en ridículo a su enemigo. Y le obedece. Y va al cuartel y elige a un jinete muy hermoso y delicado y se casa con él. La foto de boda más triste de la historia. Dos jóvenes hermosos con cara de haberlo perdido todo en una apuesta.

En el colegio en que la internan le escribe cartas a su profesora. Le dice que está destinada a morirse de amor y le habla de un volcán apagado en cuyo interior hay miles de mujeres esclavas de los hombres. Un día todas juntas se transformarán en fuego santo y el volcán entrará en erupción y un río de mujeres de piedra incandescente inventará un camino incendiándolo todo a su paso.

Ahora es una muchacha en último curso de internado. Por las noches se escapa y va a donde las putas y se sube la falda escolar para mostrar los muslos, mármol y terciopelo. Se ofrece a los clientes a precios imposibles. Pide millones por un rato de su cuerpo. Si alguno la amenaza porque cree que está tomándole el pelo, ella le dice de quién es hija y el fulano se va por donde vino masticando su rabia. «La ves y sólo piensas en violarla», escribe uno que la vio donde las putas. «Venderías el alma por poder pagar un rato de su cuerpo». El infinito le sigue apretando como un traje que se quedó pequeño. Papá le pide que le dé un favor. Vete al cuartel y elígeme al soldado que más te guste y cásate con él, es muy importante para mí. ¿Por qué tan importante? Porque el Jefe del Gobierno, para hacerle un feo y dejarle en evidencia, no lo ha invitado a la boda de su hija. Su papá

Ahora es una mujer casada y vive en una ciudad apacible, elegante, lejos del ruido de la guerra que le destruye las entrañas a Europa. Y el infinito le crece en el vientre. Y tendrá nombre propio, le comprará juguetes, le mojará el pelo con agua de colonia, le enseñará a decir te quiero y por favor, lo llevará en un carrito por las calles tranquilas de la tarde. Quizá no esté tan mal conformarse con eso, le dice una voz allí en la comba de sus sienes. Una felicidad domesticada. La vida fácil de provincias gracias a la fortuna que papá hizo con sus armas. Europa se va llenando de muertos por las armas de papá mientras ella toca el piano y el infinito abomba su barriga inventando un latido nuevo y su marido pinta efebos delicados para que aflore su secreto. Ahora es una madre y se siente atrapada en las entrañas de un volcán con miles de mujeres esclavas de los hombres que un día serán lava inventando un camino de piedra y fuego.

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Por las noches se sienta ante el piano e incansable toca la misma melodía hasta que llega el sueño y se sube a dormir con su bebé. Una mañana su bebé ya no respira. «La loca de mi esposa asfixió a mi hijito», escribirá el marido años después en una carta. Papá mueve sus hilos de persona influyente para que no investiguen la muerte del bebé y luego se mete en la cama y no quiere saber más nada de este mundo. Ahora es un silencio impenetrable. El infinito es un juguete roto. Cháchara de planetas y enfermas matemáticas que esculpen los científicos para darse de bruces con la nada. En el espacio hay pliegues donde se encoge el tiempo. Quizá si encuentra alguno de esos pliegues pueda volver a aquella noche y verse allí de nuevo con su bebé. No sabe qué pasó. No sabe si asfixió a su hijo por hacerle pagar a su marido y a su padre esa vida anodina a la que querían condenarla. No sabe si fue un accidente, una muerte súbita que vino a recordarle que hay que estallar hay que estallar hay que estallar, emerger a la vida, ser lava devorando lo que te salga al paso.

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Ahora es una adúltera. Su amante es vulcanólogo. Un hombrecillo febril, una eminencia con veinte años más que ella. Mirada de ratón que le lame los hombros, le husmea entre las piernas, le muerde los tobillos, y la eleva y la enciende. Fue alguna vez soldado como su papá y estuvo frente a un pelotón de fusilamiento y burló a la muerte y aprendió que eso es vivir: una burla. Es pintor como el marido. Colecciona paisajes. Desprecia a los artistas, sus voces particulares, sus mundos propios. No hay más artista que el pueblo, entendiendo por pueblo la conexión milagrosa que se da a veces entre dos desconocidos (y uno de ellos puede estar muerto). Una vasija policromada, un crucifijo hecho de cáñamo, un búcaro: la sensación milagrosa de que quien los hizo hace siglos y tú estáis hechos de lo mismo.

Vive en los altos de un convento abandonado. Abiertas quedan las puertas y las ventanas de la lujuria. El afán de devorarse en otro ser. Entregarse para pertenecerse. El extraño veneno de la posesión. Amor amor amor amortajarse. «Que tu semen me ciegue la mirada». Amor amor amor amoratarse. «Para ti y para mí ya no hay mañana», «que tu falo sea mi columna vertebral». El infinito es una mascota que duerme con ellos. Totalidad sexual del cosmos. Ahora es un escándalo. Carmen murió y su amante la bautiza con un nombre nuevo: Nahui Olin. Se repite su nombre hasta que suena como el arañazo que el sol le arranca en su rumbo al tapiz del cielo. Se reconoce en él. Pinta cuadros de niña decidida a ser feliz. Escribe cartas de amor furioso después de hacer el amor y se las entrega a su amante abatido en el suelo que al leerlas se enciende nuevamente. Has soltado en mi corazón un pájaro que come corazones. Van a fiestas. Se ven con los artistas. Los pintores quieren pintarla todos y para todos posa. Los fotógrafos la quieren atrapar y posa para todos. Pasea en falda corta por las tardes municipales. Muestra los hombros relucientes en los salones de la sociedad. Se tiende al sol desnuda en la azotea del convento. Carga de sol la mente como si así se renovara incólume la luz inverosímil de sus verdes ojos oblicuos, la lava de sus ansias de ser cosmos. Cálidamente está en el interior de un Yo que es un volcán.

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Muere su padre y los periódicos lo tachan de traidor y de asesino. Ella lo defiende en carta al director y luego lo pinta: joven dormido y laureado y de uniforme con fondo de cañones. Y sin embargo no tampoco nada y nunca. El tiempo la derrota. La lava se solidifica a la intemperie. También su amante, su amor colosal, su bestia indemne, acaba en más de lo mismo, en la condena de la repetición, en la fatiga de la plenitud. Para escapar de ella su amante coquetea con muchachas. Para escapar de ella hace excursiones a volcanes. Ella le escribe cartas en las que le insulta y se apasiona y lo amenaza de muerte y le declara amor eterno y le pide que venga que no tarde que no vuelva nunca más que se vaya de una vez que no puedo estar sin ti. Ahora es un cansancio de broncas y de reconciliaciones. Por pagarle a su amante con la misma moneda, se acuesta con estibadores a los que da dinero para que no olviden propagar por las tabernas con entusiasmo que se han tirado a la preciosa amante de su eminencia el vulcanólogo, que la han hecho gozar porque el viejito ya no alcanza. Una noche desnuda monta a horcajadas a su amante que dormía. Una pistola cargada apuntándole en la cabeza. El amante abre los ojos y le dice dispara, terminemos con esto de una vez. Pero ella no dispara. Él le arrebata la pistola. Luego la lleva afuera a una pila de agua y le mete la cabeza y la tiene allí hasta un segundo antes de que pierda la conciencia. Más tarde le rapa la melena y la echa al cubo de basura donde parece que agonizará un sol.

Ella pinta su cuadro más dichoso: un retrato de los dos enamorados. Tal vez sólo tal vez sólo tal vez, se dice como entonces, la vida sea esto y no haya que buscarle laberintos, pasillos escondidos donde abolir el tiempo, quizá no haya misterios, quizá sólo se trate de dejarse llevar sin significado, una pareja que disfruta y al disfrutarse no se destruye, ni hacen que regurgiten los volcanes, ni escandalizan a los carcamales, ni buscan metafísicas en el acto de amar. Pero otra vez el infortunio. La muerte no tiene días festivos. El capitán enferma después de comerse unos mariscos. La vida es una broma. Un hombre que ha enfrentado tempestades en todos los océanos, que alguna noche llegó a puerto luego de esquivar medio millón de rayos, cena unos camarones y a la tumba. Explícame qué significa eso.

Ahora es un fantasma. Le aprieta el infinito en las sienes, pero sólo en las sienes. Todo lo que vivió se le confunde en un mismo escenario donde están su hijo muerto, su marido marica, su papá, su amante vulcanólogo, la cabalgata de sus enamorados que la pintaron, la fotografiaron, el capitán de barco. Ella es el escenario. Tiene una muchedumbre dentro. No callan nunca. Se han transformado en energía cósmica. Indestructibles átomos que bailan y bailan sin parar. ¿A quién contarle nada? Sólo su gato negro de ojos verdes lo sabe. Sólo está a gusto dando de comer a los gatos que encuentra en la alameda. Se gasta la pensión en comida para gatos y acompasa su vida a las horas del sol. Su nombre no le sirve ya y decide cambiarlo. Sin principio ni fin. Ese es su nombre verdadero. Ni Carmen, el que le dio su padre. Ni Nahui, el que le dio su amante. Sin principio ni fin.

Ahora es una mujer feliz. Se ha enamorado de otro hombre. Un marino mercante. No más artistas por favor. Que se mueran los artistas de una vez. Todos los ismos del arte se resumen en uno solo: el Narcisismo. El Narcicinismo, mejor dicho. Nada de artistas. Un hombre de mundo, el domador del mar.

Ahora es una fiebre de amantes y viajes y rumores. La bella dama sin piedad, señora de mis males y desvelos, un furor uterino legendario, protagonista de tantos y tantos chismes que a veces se la ha visto en sitios distintos a la misma hora, allá bailando briaga, allá buscando en la bragueta de un artista, diciendo enséñame el pincel con el que quieres pintarme. Su belleza es impedimento para que los artistas la consideren una igual. «La bella Nahui Olin ha expuesto sus cuadros naifs para demostrar que conmociona más cuando posa para otros que cuando pinta», «Nahui Olin, sin duda la más hermosa muchacha de nuestra escena cultural, ha publicado un libro de poemas dinámicos y desmelenados y atrevidos, que nos permiten asomarnos al abismo de su adentro y decidir que es más bella por fuera». Por darles la razón sigue posando. Un fotógrafo le hace veinte desnudos tumbada en la playa, mordida por las olas, con poses excesivas para tensar las nalgas y los senos. Se exponen en la azotea del departamento en el que ahora vive. Se venden todas las copias el primer día. Todos hablan pestes de sus atrevimientos, pero todos atesoran alguna de esas fotos. Uno de sus amantes, guapo y joven, la lleva a Hollywood. Le hacen pruebas de cámara, le proponen protagonizar una película. Ella se vuelve a casa cansada de ser carne, harta de las miradas que quieren devorarla, harta de suscitar deseo con su mirada verde oblicua. Ahora es una mujer feliz. Se ha enamorado de otro hombre. Un marino mercante. No más artistas por favor. Que se mueran los artistas de una vez. Todos los ismos del arte se resumen en uno solo: el Narcisismo. El Narcicinismo, mejor dicho. Nada de artistas. Un hombre de mundo, el domador del mar. Viajan, comen delicias, se ríen. El mar es una jaula de horizontes.

Ahora es la loca de la alameda. Vieja y gorda, pero los ojos encendidos en verde siguen impresionando a quien los mira. Para obtener dinero cuando falta, vende sus fotos de desnudos a los muchachos, vende sus cuadros a viejos amigos. La que fue sigue inspirando erecciones. Cada tarde se lleva algún gato a su casa, la casa de los gatos. Cuando muere su gato negro lo embalsama. Cuando muere otro gato le quita la piel y la carne se la ofrece a los demás. Se confecciona una manta con la piel de los gatos que se mueren. Una manta contra el frío de vivir. Cada tarde se apresura a subir al altozano y mirando fijamente al sol lo traslada hasta la línea del horizonte. Es su único trabajo. Recoger el sol por las tardes. Sacarlo a recorrer el cielo al alba.

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Ahora es una vieja que se muere tapada por una manta hecha con la piel de tantos gatos muertos. Pero no va a morirse. Quién contará mi historia. Los manuales de historia del arte la ignoran minuciosamente y qué más da. Ninguna antología de poetas le hizo un hueco nunca y ya ves. Se han ido muriendo todos los que la conocieron. Soy sin principio ni fin. Soy energía cósmica. Yo soy el infinito. No me ahogaré en la balsa del olvido ni integraré la secta de los viles a los que nadie recuerda porque se limitaron a vivir como estaba mandado. Yo soy río de lava inventando un camino. Yo enciendo los deseos de los hombres que quieren agarrarme como sea, que quieren poseerme, quieren que los posea para que les muestre a qué sabe la eternidad. Sin principio ni fin. Mis ojos iluminan el mundo que no cesa. Seguiré enamorando y seguiré incendiando de deseos, me colaré en los sueños de extraños a los que sobrecogerán mis ojos verdes, la lava de mi cuerpo, el imposible precio de mi ahora. Ahora es un set de fotografías perdido entre papeles de anticuario en la calle Donceles. Al dorso de cada una de las fotos está uno de sus nombres: nahui olin, y un sello húmedo: garduño estudio fotográfico. Unos cuantos billetes y van a mi mochila y salgo al pornográfico y místico sol de fuera mordido por preguntas que luego haré contemplándola a solas. ¿Quién fuiste? ¿quién has sido? ¿quién eres? ¿quién serás?, le pregunto a su imagen con los ojos lamiendo su mirada, su carne es algo más que gelatinobromuro, mármol y terciopelo, se me arrugan las yemas de los dedos al tocarla. Poco a poco, desde el otro lado del tiempo disfrazada de azares, siento cómo va dirigiendo mis pasos, mis ansias de saber, la inexplicable necesidad de hacerla mía. Y trato de soñar con ella pero siempre me veo buscándola, buscándola, siguiendo indicaciones de cadáveres borrachos. Y cuando alguna vez estoy a punto de alcanzarla y veo al fondo de la calle una mujer desnuda en blanco y negro en cuya cara hay dos ranuras de sol verde y me encamino hacia donde ella está, adonde llego es a un río de lava que me hace huir mordiendo mis talones, huyo de la necesidad inexplicable de hacerme suyo. Ahora es una obsesión. Poco a poco voy juntando los restos de quien fue, se la arranco al olvido, ese cadáver borracho. Ubico los retratos que le hicieron, recupero sus cuadros y sus libros, sus óleos de niña decidida a la alegría, sus poemas tensos como cuerdas donde colgar las sábanas fantasmas de la vida que se va sin despedirse sacándonos la lengua. No sé por qué me gustan sus poemas y sus cuadros, no sé si sólo me gustan porque son suyos. Poco a poco la voy reconstruyendo, anécdotas perdidas en crónicas de papel que se deshace, leves apariciones en memorias de quienes sólo la veían como un hermoso objeto sin significado, musa de la poesía erótica, mujer de armas tomar, la insaciable, la pirada, tan libre y libertaria que siempre dependía de algún hombre: la hija del general, la esposa del pintor marica, la amante del vulcanólogo pintor,

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la modelo del fotógrafo, la compañera del capitán. Luego cuarenta años de gatos y silencio y de repente la razón de la investigación de un erudito. Pero ella me castiga volviéndose río de lava en cada sueño en que estoy a punto de alcanzarla. Decido compartirla finalmente. No me cabe en las manos. No quiero reducirla a biografía, ni a estudio académico. Mi casa ya es una casa tomada por Nahui Olin. Se la cedo a especialistas en vanguardias con la prosa insufrible como una tamborrada, biógrafos que saben comprimir en sólo un párrafo años de sol y fiebre, comisarios que buscan más que nada una cola de gente en la entrada de un museo, feministas que subrayan su paradoja —¿exponer su belleza para satisfacción de la mirada del macho puede considerarse liberación de la mujer?—, cronistas que murmuran los lugares comunes «la bella Nahui Olin», «nuestra venus dinámica», «eva futura que nos llega del pasado». Ahora ya es un personaje del arte del siglo xx. Los entendidos se saben su nombre, las casas de subastas la tasan con precios altos. Quizá el día menos pensado hasta hagan una película sobre ella. Como el poeta de «El informe de Brodie» que vive apartado de la tribu y cada tarde visita a sus vecinos y les dice palabras insensatas que les hacen reír o les dejan igual hasta que un día logra no se sabe cómo decir algo que enmudece a todos, como si desvelase lo más íntimo de cada uno, lo más obsceno, y a partir de ese instante el poeta deja de ser lo que era, se vuelve una especie de dios incómodo y por lo tanto cualquiera puede matarlo impunemente: así precisamente, ya es de todos, cualquiera puede matarla sin que ella muera. Y hoy por fin después de tantos años en lo más hondo de un sueño de siesta de domingo oigo su voz llamándome. Me aprieta el infinito entre las sienes y acudo ansioso y joven como era y me desnudo iluminado por sus ojos verdes… Y me fundo feliz en el río de lava. •


Psycho Killer • Por Carlos Velázquez 31

Entre más viejo más punk (PiL en méxico)

A las siete de la tarde me comí la mitad de un Cosmic Shiva. Aunque últimamente me atasco de ácidos a la menor provocación, esta ocasión lo ameritaba. Era una noche especial. Por primera vez en su historia Public Image Limited se presentaba en nuestro país. La expectativa era alta. En Chile, un vaso a sesenta kilómetros por hora le había sacado mole a John Lydon. Con una toalla se improvisó un turbante y continuó cantando. A sus sesenta años. Entre más viejo más punk. No quiero ni imaginar el turbo pedo que se armaría en México si a una de nuestras celebridades del rock le administraran el mismo tratamiento. Nos clausurarían para siempre los conciertos. No hacía ni seis meses que había leído La ira es energía, la bio de Lydon, donde demuestra que más que un músico es un pensador. Una de las mentes más lúcidas en esta cloaca que es Occidente. Ver a una parte de los Sex Pistols me trastornaba. En principio porque en julio habían corrido rumores de que el concierto se cancelaría. Los boletos habían salido a la venta en mayo y algunos, algunísimos, fueron los avorazados que se tendieron a agenciarse el suyo. No pocos se quedaron esperando un 2×1 que nunca llegó. Y obvio se la pelaron y se quedaron fuera. Una semana antes del show la fecha se volvió sold out. Y afuera la reventa se puso densa. Los estaban ofreciendo en 2000 varos. Y no se bajaron. Si acaso el revendedor más pendejo acabó malbaratando alguno a 1600. La lluvia le imprimió a la noche un espíritu londinense. Afuera del Plaza se congregó un contingente de banda que no alcanzó ticket. Bajo amenaza de un portazo que nunca se presentó. Estamos en la Condesa, güey, capta. A las nueve en punto PiL salió al escenario. Y se arrancaron con «Albatross», de Metal Box. Qué puto prodigio de canción. Esperaba la versión del álbum, de diez minutos, pero la acortaron como a la mitad, lo que no le restó ni una gota de portento. Habían pasado dos horas y el ácido no me pegaba. Ándele, pinche Charly, siga desarrollando resistencia a las dro-

gas. Me puché un cuartel más, pa’ que me diera el empujoncito que necesitaba. Pero Nelson. Me olvidé de la droga y me clavé en PiL. A partir de «Albatross» cobró forma lo que Wenceslao Bruciaga calificó como un despliegue de majestuosidad. En sus memorias Lydon recalcó el hecho de que PiL era una banda dance. Y en eso se convirtió el show. En una noche de sucio dance. Porque aunque cueste creerlo, la base de PiL no es el punk sino el reggae. Y eso escuchamos, reggae a la manera retorcida de Lydon & Cía. A las diez de la noche me carcomí lo que quedaba del ajo (le había regalado una micromordidita a Roger Garza). Pero el círculo no se cerró. Igual estaba feliz. Abracé a Blumpi por la dicha que me producía estar ahí junto a él. Lydon es una reata, no sólo se repone a la vandaleada, la enfermedad también la hace a un lado. Llegó a México puteado de la garganta. Y así subió al escenario. En un inglés que parece de perro, alcancé a oír claramente que esperaba no ofendernos. Se disculpaba por arrojar gargajos entre canción y canción. Ande cabrón, esa pinche muestra de humildad no es común en una estrella de rock. Pero con todo y la garganta jodida cantó poca madre. Qué registros alcanzó en «This is Not a Love Song». Y qué versión apoteósica. Que calculo duró como quince minutos (juro que es una apreciación inculcada por el ácido). Justo cuando la canción parecía que termi-

naría, la alargaban, y cuando pensábamos que acabaría, volvían a retomar la melodía, hasta que nos desquiciaron de placer. Tras doce rolas PiL abandonó el escenario. Todavía no se acababa la velada y ya era sin duda uno de los conciertos del año. La píldora en amarillo y azul sobre un muro de ladrillos al fondo del escenario era como la bandera de un país que nos había albergado a todos los ahí congregados. Entonces la banda resurgió y los acordes de «Public Image» alborotaron la gallera y se desató el slam. Hombres, mujeres, jotos y moneros se pusieron a tirar chingadazos. Y algunos cayeron. Así de bravo estaba el octanaje. Si Lydon se deja la sangre en el escenario, no se puede esperar menos de nosotros que partirnos la madre en la rueda del mashing. La historia se está muriendo. El mundo se está haciendo viejo. Y PiL no vivirá mucho más. Bendecidotes los que atestiguamos su paso por el chilango. Qué ovación le propinamos a los cabrones de PiL. Cuando bajaba las escaleras del Plaza volteé hacia arriba y en cuanto vi los círculos de luz en el techo: madres, el Cosmic Shiva me bajó los calzones. Me fui con Blumpi a una cantina a una cuadra de ahí. Y me la pasé todo el tiempo torcidísimo. Entre risitas pendejas. Lo que siempre delata al drogo. Y una incapacidad para hablar o seguir cualquier conversación. Mierda, Marrana, me dijo Blumpi, hace siglos que no te veo y no me tomo una chela contigo y mira cómo te pones. A las 2:30 de la mañana me metí el equivalente a dos líneas de coca en llavazos y se me cortó. Ya chingué, me dije, ya se me bajó. Pero en cuanto me acosté el viaje se reinició con mayor intensidad. Me quedé viendo el techo hasta las siete de la mañana con los audífonos puestos y escuchando el Metal box. •


Colección que explora y expone lo mejor del arte mexicano y de la literatura universal PROGRAMA MENSUAL

22 de septiembre

Presentación de El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald Traducción visual: Javier Areán Presentan: Claudia Guillén, escritora y crítica literaria Julio Trujillo, poeta y editor Javier Areán, artista y editores de Mirlo Modera: Alejandro Sordo, curador de Arte y Letras Centro Cultural Bella Época 19:00 h Entrada libre

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CENTRO CULTURAL BELLA ÉPOCA/ CINE LIDO Tamaulipas 202, esquina con Benjamín Hill Col. Hipódromo Condesa / Ciudad de México

Inserto SP 2 Agosto Arean.indd 1

25/08/16 6:12 p.m.


Sexto Piso Times

Noticias Que de tan falsas… podrían ser verdaderas  • SEPTIEMBRE de 2016

Suena Mick Jagger para reemplazar a Raúl Castro al frente del gobierno de Cuba «A mí no me chinguen y ármense ya la otra raya»: Keith Richards Numerosos especialistas en asuntos internacionales han confirmado a esta publicación la veracidad de los rumores que señalan a Mick Jagger como una de las opciones más viables para que, llegado el momento, reemplace a Raúl Castro al frente del gobierno de Cuba, y con ello acelere la transición del modelo sociopolítico bajo el cual la isla enfrentará la nueva época. En ese sentido, afirmaron fuentes que solicitaron el anonimato, los siete millones de dólares que pagó el empresario Gregory Elías —a través de la Fundación Buena Intención— por el concierto de los Rolling Stones en La Habana pueden ser considerados como gastos de precampaña, para comenzar a posicionar a Jagger como opción política viable ante el pueblo cubano. Trascendió que falta la decisiva venia de Fidel Castro, quien exige se le presente el certificado original del arresto sufrido en Warwick, Rhode Island, por Jagger y Keith Richards en 1972, como prueba fehaciente del fervor antiyanqui que, considera, forzosamente deberá tener el próximo líder histórico de la Revolución Cubana. Entre los beneficios de la propuesta se encuentra el establecimiento inmediato de un vínculo fraternal entre Cuba y el Reino Unido, que otorgaría evidentes beneficios mutuos: el actual gobierno cubano ve con buenos ojos la idea de que su pueblo pudiera atemperar un poco su sensualidad natural con la impasibilidad de los británicos, e incluso se ha barajado la posibilidad de establecer el té de las cinco de la tarde como práctica oficial, a manera de inocular sus bondades en cada hogar cubano. Por su parte, el gobierno británico se encuentra buscando de manera desesperada el establecimiento de tratados comerciales alter-

nativos, para paliar un poco las potenciales consecuencias desfavorables que acarreará el Brexit. Se sabe incluso que, con el astuto olfato para los negocios que siempre lo ha caracterizado, Jagger ha solicitado a la Apple Co. que replique la maniobra efectuada por U2 para el lanzamiento de su último disco, y que tan pronto como su tienda virtual se encuentre disponible para los cubanos, iTunes contenga precargado el Exile on Main Street, como gesto de buena voluntad con sus futuros gobernados. Si bien al parecer en un principio Jagger se mostró escéptico ante la propuesta, conforme lo pensó con mayor calma fue tomándole gusto a la idea, al grado de que se comenta que en la actualidad se comunica constantemente con el médico oficial de los hermanos Castro, para calcular de manera aproximada cuándo estaría produciéndose el recambio generacional. Como ha comentado en varias ocasiones, Jagger ha sentido frustración intelectual desde que decidiera abandonar sus estudios en la London School of Economics para dedicarse de lleno a ser el líder de los Rolling Stones (y muy pronto se dio cuenta de lo inútil de sus tentativas por entablar discusiones sobre los peligros del déficit fiscal con el resto de sus compañeros de

agrupación), así que considera que ésta es la oportunidad perfecta para recuperar algo del tiempo perdido. Además, como se encuentra firmemente empeñado en reparar sus faltas a través de su descendencia, planea preparar a su hijo de próximo nacimiento para que cuando cumpla a su vez setenta años se encuentre listo para sucederlo en el cargo de presidente de Cuba. Consciente de los incontables intentos contra su vida que ha sorteado Fidel Castro, se ha comentado que Jagger contactó con los cabecillas de los Hell’s Angels para averiguar si están dispuestos a dejar atrás lo ocurrido hace casi cincuenta años en el tristemente célebre concierto de Altamont, California, y acepten el encargo de fungir como su guardia personal, para evitar conspiraciones de funcionarios cubanos que se sintieran agraviados por su nombramiento. Asimismo, otro miembro del grupo que ha vivido en persona las tensiones constantes de la más reciente gira de los Rolling Stones aseguró a esta publicación que una de las motivaciones secretas de Jagger para aceptar la propuesta consiste en que, gracias a la estricta política antidrogas en vigor en Cuba, es prácticamente seguro que nunca jamás será visitado en la isla por Keith Richards. •


Las verdaderas razones detrás del desempeño olímpico mexicano En exclusiva para nuestros lectores, Sexto Piso Times les ofrece antes que nadie los resultados de una investigación que explica las verdaderas razones para el fracaso estrepitoso de la delegación mexicana en los Juegos Olímpicos de Río. Los aficionados al deporte mexicano habrán podido advertir con cierta perplejidad que el titular de la Conade, Alfredo Castillo, a menudo se mostró un tanto errático ante los cuestionamientos por los resultados, pronunciando frases como: «Hoy vemos como un fracaso un quinto o un sexto lugar, pero no cualquiera lo puede lograr», o «También hay doscientos países que se han preparado», que probablemente alcanzaron su cúspide cuando expresó que, a su parecer, las medallas olímpicas no son un indicador del éxito. Es por ello que nuestra redacción se dio a la tarea de descifrar lo sucedido tras bambalinas, y este reportaje es el resultado de dichos esfuerzos. Todo comenzó cuando el gobierno de la república tomó la decisión de nombrar a Castillo como director de la Conade, buscando aprovechar su experiencia como Comisionado para la Seguridad y Desarrollo Integral de Michoacán, en particular su conocimiento de las autodefensas, con la esperanza de que lograra inculcar a los deportistas nacionales algo de la determinación y de la garra de éstas. Pese a no contar con experiencia previa como dirigente deportivo, Castillo aceptó con entereza el nombramiento y procedió a prepararse con diligencia para los retos que se le avecinaban. Entre otras cosas, procuró ver la mayor cantidad posible de películas con temática deportiva, hasta el fatídico día en que uno de sus asistentes no logró procurarle un dvd de la legendaria película Rudy, en la que un muchacho con inherentes limitaciones atléticas logra realizar su sueño de jugar en un partido con el equipo de futbol americano de la Universidad de Notre Dame, y decidió sustituirla con una copia de Jerry Maguire, obra maestra de la cinematografía en la que Tom Cruise

Investigación de Sexto Piso Times explica de fondo el éxito disfrazado de fracaso que se obtuvo en Río 2016. encarna a un agente deportivo que sufre una crisis de conciencia cuando uno de sus representados sufre una lesión que lo deja al borde de la parálisis. Testigos presenciales aseveran que Castillo rompió en llanto prácticamente desde el comienzo de la película, y que quedó tan conmocionado que resolvió alinear su estrategia olímpica a partir de las enseñanzas de la misma. Tras solicitarle a sus colaboradores que en adelante se dirigieran a él como «Jerry Maguire región 4», una de sus primeras decisiones fue la de ponerse firme con los presidentes de las distintas federaciones deportivas que, a la usanza del personaje representado en la película por Cuba Gooding Jr. le exigían: «Show me the money!», lo cual desató una ola de conflictos iniciales que dejó a los deportistas sumamente confundidos pues, confesó uno de ellos: «nos sentíamos como si estuviéramos entre la espada y la pared». Posteriormente, Castillo los obligó a ver

la cinta un número considerable de veces, hasta que comprendieran que en el deporte lo importante no es ganar, sino competir, y así pudieran acudir a la justa olímpica a poner en alto el nombre de México de una forma alternativa: mostrándole al mundo que nuestra sabiduría y grado de desapego son tales que, en efecto, las medallas no representan el tipo de éxito que buscamos sino que más bien, como rezaba la canción oficial del Mundial de México 86’: «Por lo pronto, ya tenemos/El trofeo de amistaaaaaad». Así que, queridos lectores, ya lo saben, lo de Río no fue un fracaso deportivo sino un éxito espiritual: recibamos con los honores correspondientes a nuestros héroes patrios y, principalmente, al capitán del barco, quien pese a todas las apariencias y señalamientos en su contra, en realidad nos ha proporcionado una duradera lección sobre los valores fundamentales de la existencia. •

Alfredo Castillo encarnando una famosa escena de la película como parte del proceso de preparación.


El buzón de la prima Ignacia Holaaaaaa a todos mis lectorcitos y lectorcitas, ya saben que me encanta responder a sus preguntas, para compartirles un poco de mi sabiduría en sus viditas (nada más de pensar en ustedes, todos anónimos y perdidos por ahí, me dan mucha mucha ternuritaaaaa, ánimo, mis cositas), pero ahorita voy a tener que usar un poco de mi propio espacio para compartir con ustedes una historia de éxito, para que vean que si quieren salir adelante, no importa lo mucho que los haya perjudicado inicialmente la vida, sí es posible, sólo tienen que desearlo y confiar en el poder del pensamiento positivo. Bueno, el caso es que no sé si se acuerdan de que el mes pasado me escribió un tipín llamado Manuel Padilla, todo azotadito el pobre porque ya me le iban a dar las gracias por participar en Inglaterra, por la mafufada esa del Brexit, y eso luego de que el desgraciado llevaba más de diez años lavando platos, haciéndole apuestas por encargo a una chinita, y quién sabe qué cosas más que ya mejor ni se atrevió a contar en este espacio, ¡y todo con tal de ver cumplido su sueño de que algún día alguien le dijera: Mister Padilla! (A los que no se acuerdan, lo pueden consultar aquí en la página de internet de este panfletucho de quinta, para que tengan un poquitín de contexto histórico: http://reportesp.mx/a-manuel-padilla). Yo, oooooooobvio, le di ánimos y le dije que no se preocupara, pero la verdad es que por dentro pensé que al chaparrito ese le quedaban los días contados en la tierra de Her Majesty the Queen. Híjole, ¡pues no me lo van a creer! El tal Manuelito me mandó un correo todo agradecido, porque ya saben que luego esta gente como que es medio esotérica a lo chafa (no como yo que sí tengo mi doctorado en Karma y tengo mis fotos mirando al horizonte en el Tíbet y toda la cosa), y tiene esas ideas de que todo pasa por algo y no sé qué. Bueno, pues el chiste es que cree que gracias a mi respuesta, algo pasó, y resultó que a los pocos días de recibirla, cuando ya estaba pensando cómo le iba a contar a sus familiares y seres queridos que había fracasado en Inglaterra, ¡que le llega esta carta con el sello oficial y toda la cosa! Para los que no le entiendan al English, en buena onda métanse a Harmon Hall o algo así, porque yo soy gurú de lifestyle, no traductora, pero como estoy de buen humor se las resumo diciéndoles que al buen Manuelín ya no le van a sacar la roja de Inglaterra. ¡Bravo bravo, Mister Padilla! Por fin cumpliste tu sueño: ¡Enhorabuena! Pero como yo me debo a mis lectorcitos y lectorcitas, a ustedes les digo que también hay que sacar enseñanzas de todo, así que no se dejen de fijar en la parte en la que la carta le informa a Mister Padilla que tiene que jurar lealtad al Reino Unido y que, básicamente, es un leal súbdito de la reina, o sea, su pelagatos. Se los digo para que también le midan el agua a los camotes y comprendan que por mucho que uno se esfuerce, tampoco un Padilla se va a convertir de la noche a la mañana en el príncipe Carlos ni nada del estilo. Aun así, los dejo con esta historia de superación, para motivarlos a escribirme y buscar mi sabiduría, porque a mí me pagan para aventarles aunque sea un rayito de luz a sus viditas, así que ándenles, anímense, y verán que no se van a arrepentir. Su prima Ignacia

Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).

Hazle una pregunta a la prima Ignacia. Si tienes la suerte de que en su infinita sabiduría la seleccione como la mejor del mes, recibirás gratis en tu domicilio el libro de tu preferencia de Sexto Piso.

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Esta temporada Reporte Sexto Piso te recomienda Un año en los bosques

El librero

Sue Hubbell • Errata Naturae

Roald Dahl • Nørdica Libros

«A menudo he soñado con un libro en el que cupiera toda la naturaleza y que me hiciera tan feliz como cuando en otros tiempos leía a Virgilio, junto al mar, a la sombra de los olivos. Un libro en el que la poesía fuera como una respiración, en el que el lenguaje nos acercara su música. Creo que Un año en los bosques de Sue Hubbell es ese libro».

«Un narrador en la tradición de Poe y Hawthorne. Dahl comparte la maestría de los grandes escritores del pasado con respecto a la trama y los personajes, unida a una ferocidad y un retorcimiento típicamente suyos». Los Angeles Times

J. M. G. Le Clézio, Premio Nobel de Literatura

Las aventuras de Huckleberry Finn

Madres y perros

Mark Twain y Pablo Auladell • Sexto Piso

Fabio Morábito • Sexto Piso

«Twain es el primer escritor verdaderamente estadounidense, y todos nosotros somos sus herederos».

«Su escritura deja constancia de aquello que en la vida se pierde, se anula o se despide a través de un estilo clásico, y vira la expresión de lo esencial, transparente y sensible a las premisas de la velocidad y la contundencia».

William Faulkner

Geney Beltrán, Letras Libres

Astronautas

Narcisa

Stanislaw Lem • Impedimenta

Jonathan Shaw • Sexto Piso

«Lem es un erudito, un narrador virtuoso y un estilista. Un verdadero genio».

«La escritura de Shaw es un descenso salvaje hacia los extraños inframundos de su dañada conciencia (…) Su escritura lo certifica como un habitante subversivo y criminal del mundo de la expresión humana».

The New York Times Book Review

Jim Jarmusch

La chica de california

Quizás en otro lugar

John O´Hara • Contra Editorial

Arnoldo Kraus • Sexto Piso

«O’Hara infundió en gente como yo la idea de una América más amplia. Se introdujo en las trastiendas y los salones de la política y nos explicó qué decían los americanos, cómo vivían, con qué se vestían, cómo calzaban, qué coches conducían».

«Sorprende el desenfado y la sencillez con que nos cuenta algunos pasajes de su infancia y juventud; pareciera que estamos escuchándolo entre los humos del tabaco y la compañía de una copa de vino». Guillermo Fadanelli

Gay Talese

Ensayos

Roba este libro

Lewis Mumford • Pepitas de Calabaza

Abbie Hoffman • Capitán Swing

«Un libro inmenso y conmovedor, rico en conocimientos, en el poder para establecer continuidades, en la afirmación de los valores humanos. Nos ofrece una manera de volver a hacer comprensible nuestro mundo».

Escrito en 1970, este volumen es un clásico de culto que ejemplifica como ninguno la contracultura de los años sesenta y en particular la visión de los yippies, la rama más politizada del movimiento hippie que inspiró a toda una generación a desafiar el status quo.

G. Levine, New York Times Book Review

El hermano del famoso Jack

Yakarta

Barbara Trapido • Libros del Asteroide

Rodrigo Márquez Tizano • Sexto Piso

«El estilo es frenético y apasionado, el humor agudo y ágil, la emoción profunda y verdadera, lleno de una vida arrebatadora».

«Pocas novelas son, como Yakarta, lo que deben ser: relatos culturales, alientos de civilización desquiciada en cuya trama los individuos funcionan como partículas que todo lo sufren sin aspirar a nada, tan sólo al heroísmo cruel, desapercibido y algo gratuito de las grandes historias anónimas».

Andrew Sinclair, The Times

Sergio Chejfec


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