Reportesextopiso Publicaciรณn mensual gratuita โ ข Diciembre de 2016
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Índice Sesenta años con Zama | 4 Emiliano Monge
De qué manera la obsesión por la seguridad transforma la democracia | 7 Giorgio Agamben
Lenguas del mundo | 11 Boris A. Novak
¿Existe una escritura femenina? | 13 Nina Yargekov
Contribución a la historia universal de la ignominia | 15 Entrevista con Valeria Luiselli | 17
El aprendiz de brujo | 23 dD&Ed
La Era de la soledad | 25 George Monbiot
En el tornado | 29 Felipe Rosete
La lagartija ártica | 31 Etgar Keret
El Señor Cerdo | 37 Instrucciones a los patrones | 37
Che. Una vida revolucionaria | 46 Jon Lee Anderson y José Hernández
Psycho Killer | 48 Carlos Velázquez
Corazón de la montaña | 51 Claudina Domingo
Sexto Piso Times | 61 El buzón de la prima Ignacia | 63
Johnny Raudo
Amistad | 38 Simone Weil
Portadores del desastre | 43
Eduardo Rabasa
Eduardo Rabasa
Muslámenes | 23
Odunacam |45
Daniel Saldaña París
Liniers Portada de este número: Biblia, de Serge Bloch y Frédéric Boyer (Sexto Piso, 2016).
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Reporte Sexto Piso, Año 3, Número 28, Diciembre de 2016, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., París #35-A, Colonia Del Carmen, Coyoacán, C. P. 04100, Ciudad de México, Tel. 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com. Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Diseño y formación: donDani. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2016-042114221500-102. Licitud de Título y Contenido No. 16768, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en Editorial Impresora Apolo, S. A. de C. V., Centeno 162, Colonia Granjas Esmeralda, Iztapalapa, C. P.09810, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en noviembre de 2016 con un tiraje de 10,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.
Recomendación de los editores
Sesenta años con Emiliano Monge
Zama
A
diferencia de la huella digital, no todas las novelas son únicas. La inmensa mayoría comparte los sinuosos trazos de la mediocridad, las frases hechas y el eco de un discurso masticado, digerido y regurgitado cien mil veces. Ni qué decir de la puerilidad, la superficialidad y la literalidad con la que se abordan los temas, se cuentan las historias y se delimita a los personajes. La historia de la literatura, tristemente, es igual de repetitiva pero todavía más aburrida que la historia de la filosofía o de la física. ¿Cuántos maestros en estructura atómica, que repiten como merolicos las ideas de otros en un salón de clase y en decenas, cientos o miles de libros se requieren para que aparezca un joven Tesla? Los mismos, exactamente, que escritores malabaristas de lo corriente somos necesarios para que, de pronto, en algún lugar nublado, aparezca un Juan Rulfo. Escritores así, capaces de rasgar el tejido del lenguaje literario y el de las diversas telas de los lenguajes cotidianos, capacitados para dotar de pisos nuevos los edificios de la épica y de la lírica y dispuestos, sobre todo, a proponer otra concepción, otra forma de desnudar las motivaciones de la especie y del individuo y otra manera de situar al ser humano ante el tiempo y el espacio, en la segunda mitad del siglo xx latinoamericano, apenas encontramos una veintena. Y entre esa veintena, por supuesto, cada quien elige su puñado. Levrero, Sada, Vicens, Saer, Ribeyro, Palacios, Di Benedetto. No digo que éstos sean nuestros únicos escritores, pero sí que son nuestros únicos escritores singulares y los únicos cuyos textos podrían estudiarse como huellas digitales. Lo dejo aún más claro: no digo que Cien años de soledad, La región más transparente, Rayuela, Conversación en la catedral o tantas otras obras importantes, del mismo periodo histórico y de la misma región, no sean libros que puedan y deban leerse, ni digo tampoco que sus autores no sean escritores interesantes, lo que digo es que pertenecen, responden y, sobre todo, respetan a su manada. Vicens, Levrero o Di Benedetto no sólo no pertenecen ni responden ni mucho menos respetan a una manada sino que no les interesa pertenecer ni responder ni respetar los códigos previos, los lugares comunes o las ideas preconcebidas que aglomeran, siempre, a un colectivo. Son, pues, los miembros que se apartan voluntariamente y que después buscan su cueva. Los que no escriben sino hasta saberse lejos y entenderse capaces de adentrarse entre las sombras. Por eso los críticos, los libreros y hasta los escritores y editores, acostumbrados a la luz y amparados en asuntos de fingida practicidad que en reali-
dad no son sino la suma interminable de nuestras incapacidades, los llamamos raros, experimentales o diferentes. Y por eso tampoco nos damos cuenta de que son precisamente estas categorías: la rareza, la mal llamada experimentalidad y la mal usada diferencia, las únicas que realmente importan, a las que no debería nunca jamás renunciar la literatura y las que permiten que la piedra siga rodando. A fin de cuentas, de raras, experimentales o diferentes también fueron acusadas, por ejemplo, Moby Dick, Hojas de hierba, Ulises, El ruido y la furia, Malone muere, Mis amigos, Umbral o Zama,* obra cumbre, ésta última, de Antonio di Benedetto. El escritor que, sin duda alguna, elegiría yo si tuviera que escoger uno solo entre el puñado que apenas mencioné hace un momento. Igual que elijo Zama, entre la obra del escritor argentino —aún a pesar de que, por lo menos, El silenciero y El cariño de los tontos arden también con energía propia y resultan igualmente inclasificables—, pues esta novela reúne todas las cualidades referidas con anterioridad: rompe con los lenguajes previos (creando uno que va naciendo con cada nueva oración y que mana de la concreción y del silencio), edifica una nueva forma de la épica (la de lo circunspecto y lo doloroso), propone otra forma de desnudar las motivaciones de la especie y del individuo (una suerte de voluntad de soledad) y concibe también una manera diferente de situar al ser humano ante el tiempo y el espacio (colocando en el centro de estos dos inmensos universos a la espera y a la nada).
Y es que Zama, obra que de Di Benedetto escribió a los 34 años y en un rapto de apenas unos cuantos meses, se desdobla de maneras diferentes cada vez que nos paseamos por sus páginas: por eso es el soliloquio de un hombre que aguarda un nombramiento pero también la perorata de un ser que no puede sentirse amado ni sentir tampoco que ama…
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No obstante, no todo estaba bien. Algo en mí, en mi interior, anulaba las perspectivas exteriores. Yo veía todo ordenado, posible, realizado o realizable. Sin embargo, era como si yo, yo mismo, pudiera generar el fracaso. Y he aquí que al mismo tiempo me juzgaba inculpable de ese probable fracaso, como si mis culpas fueran heredadas y no me importaba demasiado: disponía como de una resignación previa, porque percibía que, en el fondo, todo es factible, pero agotable. Tampoco la fugacidad me inquietaba, porque es posible sacar partido de lo transitorio, disfrutar momento a momento. Era algo mayor la causa de mi anegante desazón, ignoro qué, algo así como una poderosa negación, a cualquier aplicación de mis fuerzas. Es más, yo le temía a distancia. De momento, todo se presentaba con rostro favorable. Pero recelaba de otra etapa —¿lejana?, ¿inmediata?— irrebatible, a la que yo llegara sin vigor, como a una extinción en
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el vacío. ¿Qué era eso tan peor? ¿La destitución, acaso? ¿La pobreza? ¿Alguna afrenta? ¿Tal vez la muerte? ¿Qué, qué era..? Nada, lo ignoro. Era nada. Nada. Quise discernir el porqué de ese vuelco y advertí que era como si hubiese andado largo tiempo hacia un previsto esquema y estuviera ya dentro de él. Necesité imperiosamente asirme a algo. El estómago vino en mi ayuda, reclamándome alimento. Acudí a la posada como en pos de la esperanza.
Pero Zama, por supuesto, va mucho más allá de lo que he dicho. De hecho, esta novela escrita hace sesenta años y que sigue siendo la más importante de la narrativa existencialista latinoamericana, nos permite ver nuevas cualidades en cada una de sus relecturas: de pronto nos enseña, por ejemplo, que la tensión debe ser un remolino, aunque de vientos apacibles; de golpe nos deja ver que el estilo debe estar atado a la invención de las estructuras o que estas estructuras pueden ser a tal punto holgadas que el lector las modifique con su propia experiencia, y de repente nos demuestra que el silencio está en el centro exacto del acto literario o que la narración en primera persona se debe convertir en una materia de plasticidad infinita. Y es que Zama, obra que de Di Benedetto escribió a los 34 años y en un rapto de apenas unos cuantos meses, se desdobla de maneras diferentes cada vez que nos paseamos por sus páginas: por eso es el soliloquio de un hombre que aguarda un nombramiento pero también la perorata de un ser que no puede sentirse amado ni sentir tampoco que ama; por eso es el testimonio de alguien que no consigue liberarse del yugo del pasado pero al mismo tiempo es la denuncia de un hombre que no consigue asir sentido en el presente ni el futuro; por eso es la historia de una persona que le teme a la locura y es asimismo la de un loco que le teme a la materialidad de las cosas, y por eso es la autobiografía del desesperado que emprende una última persecución pero es igualmente el recuento de una serie inagotable de persecuciones que vuelven a la persecución misma algo inasible, invisible, intrascendente. Y por eso, también, es que no importa reseñar Zama en tanto la historia de Don Diego, el funcionario de la Corona que en Asunción del Paraguay espera el nombramiento real que le permitirá marcharse del lugar donde se encuentra y reencontrarse con su esposa (quien, por cierto, lo visita en sueños) y con su hijo (quien, por cierto, es más un sueño que una realidad). Ni importa tampoco decir que él, Don Diego de Zama, mientras aguarda, lucha con la precariedad financiera, con el lentísimo paso del tiempo, con su incapacidad para establecer amistades y amores, con las proyecciones que de sí mismo se hace y con las imágenes que, está convencido, los otros se hacen de él. Y menos aún importa decir que mientras todo esto sucede, Zama cambia de domicilio, se hunde en la escala social a consecuencia de los pagos que no llegan, erige y destroza relaciones y se entrega a la reflexión, a la búsqueda del sentido, a una nueva y desesperada paternidad, a los engaños de la percepción y a la caza final de un fugitivo que, de una u otra forma, no es otro que él mismo.
Zama Antonio Di Benedetto Adriana Hidalgo Editora • 2016 262 páginas
Porque importante, realmente importante, si uno tiene que hablar de Zama, quizá la novela que mejor describe el magma que resultaría en las independencias latinoamericanas y que preconfigura así al ser de estas latitudes, es hacerlo o intentar hacerlo en soñada concordancia con lo que es esta novela: una huella digital, única e irrepetible. Y aceptar, entonces, que la única manera de hablar de la obra, en eterna duermevela, de Di Benedetto es también la más extraña: durante años, tras mi primera lectura, viví convencido de que Zama empezaba con el narrador describiendo, a lo largo de varias páginas, cómo un chango se ahogaba. Pero en mi última relectura, sin embargo, volví a descubrí que este chango, cuando aparece, ya está muerto y ocupa una oración. Aún así, estoy convencido de que, con el paso de los días, aquel chango volverá a llenar las páginas que mi memoria le otorgaba y recobrará, también, la vida. Para después volver a ahogarse en mi recuerdo. Y en el libro. Aunque ya no sea nunca más el chango y sea, para siempre, Don Diego de Zama. O América Latina. Aunque no, quizá lo verdaderamente importante, al final, no sea hablar ni intentar reseñar Zama sino reconocer, junto con Juan José Saer, que «Zama es, no nuestro espejo, sino nuestro instrumento —en el sentido musical y operacional del vocablo—. Aprendiéndolo a tocar oiremos, después de un momento, nuestra propia canción, que no es más que un turbio ronroneo, subjetivo, continuo y universal y que, lleno de sonido y de furia, no significa no propiamente nada, sino algo preciso, previamente determinado, dado de una vez y para siempre y que pueda dispensarnos del estado de lucidez difícil, mezcla de insomnio y somnolencia, en que se debaten nuestras vidas». • * No incluyo en esta lista obras de surrealistas ni de dadaístas ni tam-
poco de escritores OuLiPo, pues considero que la singularidad no se pretende ni se impone como un fin sino que se consigue de manera natural, que debe ser antes el resultado de una búsqueda que la búsqueda de un resultado.
De qué manera la obsesión por
la seguridad
transforma la democracia Giorgio Agamben
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La creciente multiplicación de dispositivos de seguridad refleja un cambio de la conceptualidad política, hasta el punto de poder preguntarnos legítimamente no sólo si las sociedades en las que vivimos pueden todavía ser calificadas como democráticas, sino también y sobre todo si pueden todavía ser consideradas como sociedades políticas.
a fórmula «por razones de seguridad» («for security reasons», «per ragioni di sicurezza») funciona como un argumento de autoridad que pone fin a cualquier discusión y permite imponer perspectivas y medidas que no se aceptarían de ninguna otra manera. Resulta necesario que se le oponga el análisis de un concepto aparentemente anodino que parece haber suplantado al resto de nociones políticas: la seguridad. Se podría pensar que el único propósito de las políticas de seguridad es prevenir los peligros, disturbios o, incluso, las catástrofes. De hecho, cierta genealogía remonta el origen del concepto al proverbio romano Salus publica suprema lex («La salvación del pueblo es la ley suprema»), introduciéndolo dentro del paradigma del estado de excepción. Se puede también pensar en el senatus consultum ultimum y en la dictadura de la Roma clásica;1 en el principio del derecho canónico según el cual Necessitas legem no habet («la necesidad no conoce ley»); en los Comités de Salvación Pública2 durante la Revolución Francesa, en la Constitución del 22 Frimario del Año viii (1799), que hace referencia a «los problemas que amenazan la seguridad del Estado», o en el artículo 48 de la Constitución de Weimar (1919), que servirá de fundamento jurídico al régimen nacional-socialista y que también menciona la «seguridad pública». Aunque sea correcta, esta genealogía no nos permite entender los actuales dispositivos de seguridad. Los procedimientos de excepción están dirigidos contra una amenaza inmediata y real que se debe eliminar mediante la suspensión por un tiempo limitado de las garantías legales; las «razones de seguridad» de las que se habla hoy en
día constituyen, al contrario, una técnica de gobierno normal y permanente. Michel Foucault3 aconsejaba buscar el origen de la seguridad contemporánea no en el estado de excepción, sino en los inicios de la economía moderna, concretamente en François Quesnay (1694-1774) y los fisiócratas.4 Aunque poco después de los tratados de Westfalia5 los grandes Estados absolutistas introdujeron en su discurso la idea de que el soberano tenía que garantizar la seguridad de sus súbditos, no fue hasta Quesnay que la seguridad (sécurité) —o más bien la «protección» (sûreté)— devino el concepto central de la doctrina de gobierno.
¿Prevenir los problemas o canalizarlos? El artículo que Quesnay dedica a los «granos» en la Encyclopédie es aún hoy, dos siglos y medio después, indispensable para entender el modo de gobierno actual. A este respecto, Voltaire dirá que, una vez publicado, los parisinos dejaron de discutir de teatro y literatura para hablar de economía y agricultura… En aquel entonces, uno de los principales problemas al que los gobiernos debían hacer frente era el de la escasez de alimentos y las hambrunas. Antes de Quesnay, se trataban de prevenir mediante la creación de graneros públicos y la prohibición de la exportación de semillas. Sin embargo, estas medidas preventivas provocaban efectos negativos sobre la producción. La idea que tuvo Quesnay fue la de invertir el procedimiento: en lugar de intentar prevenir las hambrunas, había que dejar que ocurrieran y, mediante la liberalización del comercio interior y exterior, gobernarlas cuando se produjeran. «Gobernar» retoma aquí su sentido etimológico: un buen piloto —aquel que sostiene el timón— no puede evitar la tempestad, pero
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obstante, tales dispositivos, como resulta obvio, no permiten prevenir crímenes, sino delatar a los criminales reincidentes. Nos volvemos a encontrar con la concepción de seguridad de los fisiocratas: sólo cuando el crimen se ha realizado, puede el Estado intervenir eficazmente. Las técnicas antropométricas, pensadas para los delincuentes reincidentes y los extranjeros, han sido durante mucho tiempo su privilegio exclusivo. En 1943, el Congreso de los Estados Unidos rechazaba por segunda vez la Citizen Identification Act, cuyo objetivo era dotar a todos los ciudadanos de documentos de identidad que incluían huellas digitales. Y no fue hasta la segunda mitad del siglo xx que éstos se generalizaron. Aunque ha sido recientemente cuando el último umbral ha sido franqueado. Los escáneres ópticos, que permiten identificar en un breve lapso de tiempo tanto las huellas digitales como el iris, han sacado a los dispositivos biométricos de las comisarías de policía para llevarlos a la vida cotidiana. En algunos países, la entrada a los comedores escolares se controla mediante un dispositivo de lectura óptica sobre el cual los niños ponen su mano sin prestar mucha atención. Algunas voces se han alzado para alertar sobre los peligros de un poder que dispusiera de los datos biométricos y genéticos de sus ciudadanos, en cuanto supondría un control absoluto y sin límites sobre los mismos. Con tales herramientas, el exterminio de los judíos (o cualquier otro genocidio que podamos imaginar), realizado sobre la base de una documentación incomparablemente más eficaz que el resto, hubiera sido total y extremadamente rápido. La legislación que se encuentra actualmente en vigor en los países europeos en materia de seguridad es en algunos aspectos sensiblemente más severa que la de los Estados fascistas del siglo xx. En Italia, el Texto Único de las Leyes sobre la Seguridad Pública (Testo unico delle leggi di pubblica sicurezza, Tulsp) adoptado por el régimen de Benito Mussolini en 1926, en lo esencial, está todavía en vigor; sin embargo, las leyes en contra del terrorismo votadas durante los «años de plomo» (de 1968 a principios de la década de los ochenta) restringieron las garantías que contenía la misma. En este sentido, como la legislación francesa contra el terrorismo es aún más rigurosa que su homóloga italiana, el resultado de una comparación con la legislación fascista tampoco daría un resultado muy diferente.
Sin embargo, no debemos olvidar que la equiparación de la identidad social con la identidad corporal se inició con el objetivo de identificar a los criminales reincidentes y a los individuos peligrosos. Por tanto, no es de extrañar que los ciudadanos, tratados como criminales, acepten como evidente que la relación normal con el Estado se funda en la sospecha, en ser fichados por la policía y en el control. Se debe asumir el riesgo de enunciar el axioma tácito según el cual: «Todo ciudadano —en tanto que sea un ser vivo— es un terrorista en potencia».
si se produce una a lo largo de la travesía, deberá ser capaz de pilotar su barco. La fórmula que se le atribuye a Quesnay debe entenderse en este sentido, aunque en realidad él jamás la escribió: Laisser faire, laisser passer. Aparte de ser la divisa del liberalismo económico, también designa un paradigma de gobierno, que emplaza la seguridad —Quesnay evoca la «seguridad de granjeros y trabajadores»— no ya en la prevención de problemas y desastres, sino en la capacidad de canalizarlos hacia una dirección útil. Se debe valorar el alcance filosófico de esta inversión que altera la tradicional relación jerárquica entre las causas y los efectos: porque de nada sirve gobernar las causas o, en todo caso, resulta harto costoso hacerlo, de ahí que sea mucho más útil y seguro gobernar los efectos. No se puede obviar la importancia de este axioma que rige nuestras sociedades, de la economía a la ecología, de la política exterior y militar a las medidas internas de seguridad y a la policía. También este axioma nos permite entender la convergencia, que sin él nos resultaría misteriosa, entre un liberalismo absoluto en economía y un control de seguridad sin precedentes. Hay dos ejemplos que pueden ilustrar esta aparente contradicción. El primero sería el del agua potable. A pesar de que se sepa que en una gran parte del planeta pronto no habrá ni gota, ningún país está llevando a cabo una política seria sobre el derroche. Sin embargo, a lo largo y ancho del planeta se desarrollan y multiplican las técnicas y fábricas destinadas al tratamiento de aguas contaminadas —un gran mercado de futuro—. El segundo sería el de los dispositivos biométricos, que representan uno de los aspectos más inquietantes de las tecnologías de seguridad actuales. La biometría apareció en Francia en la segunda mitad del siglo xix. El criminólogo Alphonse Bertillon (1853-1914) se basó en la fotografía métrica y las medidas antropométricas para constituir su «retrato hablado», el cual se valía de un léxico estandarizado para describir a los individuos y ficharlos. Posteriormente, en Inglaterra, un primo de Charles Darwin, gran admirador de Bertillon, Francis Galton (1822-1911) puso a punto la técnica de las huellas digitales. No
La creciente multiplicación de dispositivos de seguridad refleja un cambio de la conceptualidad política, hasta el punto de poder preguntarnos legítimamente no sólo si las sociedades en las que vivimos pueden todavía ser calificadas como democráticas, sino también y sobre todo si pueden todavía ser consideradas como sociedades políticas. El historiador Christian Meier mostró que en el siglo v a. C. se produjo en Grecia una transformación en la manera de concebir la política, gracias a la politización (Politisierung) de la ciudadanía. Anteriormente, la pertenencia a la ciudad (la polis) se definía por el estatus y la condición —nobles y miembros de las comunidades culturales, agricultores y comerciantes, señores y clientes, padres de familia y parientes, etc.—, pero después el ejercicio de la ciudadanía política se volvió un criterio de identidad social. Meier escribe: «Se creó así una identidad política específicamente griega, en la cual la idea de que el individuo se debía comportar como un ciudadano encontró una forma institucional. La pertenencia a grupos constituidos a partir de comunidades económicas o religiosas quedó relegada a un segundo plano. En la medida en que los ciudadanos de una democracia se consagraban a la vida política, se comprendían a sí mismos como miembros de la polis. Polis y politeia, ciudad y ciudadanía se definían recíprocamente. La ciudadanía se volvía de esta manera una actividad y una forma de vida por la cual la polis, la ciudad, se constituía en un dominio claramente distinto del oikos, la casa. La política se convertía en un espacio público libre, opuesto al espacio privado en el que reinaba la necesidad».6 Según Meier, este proceso de politización específicamente griego fue transmitido en herencia a la política occidental, en la cual la ciudadanía ha seguido siendo —ciertamente con grandes altibajos— el factor decisivo. Ahora bien, precisamente es ese factor al que se empuja progresivamente hacia un proceso inverso: un proceso de despolitización. Antaño, la ciudadanía era el umbral de politización activo e irreductible, mientras que hoy se ha convertido en una condición puramente pasiva, donde acción e inacción, lo público y lo privado, se entremezclan y confunden. Aquello que era una actividad cotidiana y una forma de vida, se limita hoy a un estatus jurídico y al ejercicio de un derecho de voto que tiende cada vez más a parecerse a una encuesta de opinión. Los dispositivos de seguridad han desempeñado un papel decisivo en este proceso. El uso progresivo sobre todos los ciudadanos de las técnicas de identificación, en otro tiempo reservadas a los criminales, tiene imperativamente efectos sobre sus identidades políticas. Por primera vez en la historia de la humanidad, la identidad ya no es una función de la «persona» social y de su reconocimiento, del «nombre» y de la «reputación», sino de datos biológicos que no pueden mantener ninguna relación con el sujeto, como los disparatados arabescos que mi pulgar manchado de tinta ha dejado sobre una hoja de papel o el orden de mis genes en la doble hélice del adn. El hecho más neutro y privado se vuelve de esta manera el vehículo de la identidad social, a la que se le hurta su carácter público.
Si criterios biológicos que no dependen en nada de mi voluntad determinan mi identidad, entonces la construcción de una identidad política resulta problemática. ¿Qué tipo de relación podría establecer con mis huellas digitales o mi código genético? El espacio de la ética y de la política que estamos habituados a concebir pierde su sentido y exige ser radicalmente repensado. Mientras que el ciudadano griego se definía por la oposición entre lo privado y lo público —la casa (sede de la vida reproductiva) y la ciudad (lugar de la política)—, el ciudadano moderno parece más bien evolucionar en una zona de indiferenciación entre lo público y lo privado o, para emplear las palabras de Thomas Hobbes, entre el cuerpo físico y el cuerpo político.
Las cámaras de vigilancia, de la cárcel a la calle Esta indiferenciación se materializa en la videovigilancia en las calles de nuestras ciudades. Este dispositivo ha tenido el mismo destino que las huellas dactilares; diseñado para las prisiones, se extendió gradualmente a los lugares públicos. Ahora bien, un espacio vigilado por cámaras no es un ágora —puesto que deja de contar con el carácter público—, es un área gris entre lo público y lo privado, la prisión y el foro. Una transformación semejante da cuenta de una multiplicidad de causas, entre las cuales la deriva del poder moderno hacia la biopolítica ocupa un lugar particular: tratar de gobernar la vida biológica de los individuos (la salud, la fertilidad, la sexualidad, etc.) y no sólo ejercer la soberanía sobre un territorio. El desplazamiento del concepto de vida biológica, que ahora ocupa el centro de la política, explica la primacía de la identidad física sobre la identidad política. Sin embargo, no debemos olvidar que la equiparación de la identidad social con la identidad corporal se inició con el objetivo de identificar a los criminales reincidentes y a los individuos peligrosos. Por tanto, no es de extrañar que los ciudadanos, tratados como criminales, acepten como evidente que la relación normal con el Estado se funda en la sospecha, en ser fichados por la policía y en el control. Se debe asumir el riesgo de enunciar el axioma tácito según el cual: «Todo ciudadano —en tanto que sea un ser vivo— es un terrorista en potencia». Pero ¿qué son un Estado y una sociedad gobernados por un axioma como ese? ¿Es posible aún definir a esa sociedad como democrática o incluso como política? Tanto en sus conferencias en el Collège de France como en su libro Vigilar y castigar, Foucault7 esboza una clasificación tipológica de los Estados modernos. El filósofo muestra cómo el Estado del Antiguo Régimen, que se define como un Estado territorial o de soberanía,
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cuyo lema era «Hacer morir y dejar vivir» evoluciona gradualmente hacia un Estado de población, donde la población demográfica sustituye al pueblo político, inclinándose hacia un Estado de disciplina, cuyo lema es a la inversa «Hacer vivir y dejar morir», un Estado que pasará a ocuparse de la vida de los sujetos con el fin de producir cuerpos sanos, dóciles y ordenados. Hoy, en Europa, el Estado en el que vivimos no es un Estado de disciplina, sino —en palabras de Gilles Deleuze— un «Estado de control»: no tiene como objetivo ordenar y disciplinar, sino administrar y controlar. Después de la violenta represión de las manifestaciones contra la cumbre del G8 en Génova en julio de 2001, un funcionario de la policía italiana dijo que el gobierno no quería a la policía para mantener el orden, sino para gestionar el desorden; no se imaginaba cuánta razón tenía. Por su parte, los intelectuales estadounidenses que han tratado de reflexionar sobre los cambios constitucionales inducidos por la Patriot Act y la legislación post-11-septiembre,8 prefieren hablar de «Estado de seguridad» (security state). Pero ¿qué se quiere decir aquí con «seguridad» (sécurité)? Durante la Revolución Francesa, esta noción —o la de «protección» (sûreté), como se la llamaba entonces— se entrelaza con la de la policía. La Ley del 16 de marzo de 1791 y la del 11 de agosto de 1792 introdujeron en el derecho francés la idea, que tendrá un futuro prometedor en la modernidad, de «la policía de seguridad» (police de sûreté). En los debates que precedieron a la adopción de estas leyes, aparece claramente que la policía y la seguridad se definen recíprocamente, pero los oradores —entre los que se encontraban Armand Gensonné, Marie-Jean Hérault de Séchelles, Jacques Pierre Brissot— no son capaces de definir ni lo uno ni lo otro. Los debates se centran sobre todo en la relación entre la policía y la justicia. Según Gensonné se trata de «dos poderes perfectamente distintos y separados» y, sin embargo, mientras el papel del poder judicial es claro, el de la policía resulta imposible de definir. El análisis del discurso de los diputados muestra que el lugar de la policía es en sí indecidible, y debe seguir siéndolo, porque si fuera absorbido por el poder judicial, la policía ya no podría existir. Este es el famoso «margen de apreciación» que caracteriza todavía hoy a la actividad del oficial de policía: en lo que concierne a la situación concreta que amenaza la seguridad pública, el policía podrá actuar como soberano. Al hacerlo, no decide ni prepara —como se repite erróneamente— la decisión del juez: toda decisión implica causas y la policía sólo interviene sobre los efectos, es decir, sobre un indecidible. Un indecidible que ya no se llama, como en el siglo xvii, «razón de Estado» sino «razones de seguridad».
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Una vida política que se ha vuelto imposible De esta manera, el security state es un estado policial, incluso si la definición de la policía supone un agujero negro en la doctrina del derecho público. Es decir, cuando en el siglo xviii aparecen en Francia el Traité de la police de Nicolas de La Mare y en Alemania el Grundsätze der Policey-Wissenschaft de Johann Heinrich Gottlob von Justi, la policía se piensa en relación con la etimología de politeia, y designaba la verdadera política, mientras que el término «política» hacía referencia a la política exterior. Von Justi llamará Politik a la relación de un Estado con otros Estados y Polizei a la relación de un Estado consigo mismo: «La policía es la relación de fuerza de un Estado consigo mismo». Al situarse bajo el signo de la seguridad, el Estado moderno sale del dominio de la política para entrar en un no man’s land, cuya geografía y fronteras son difíciles de percibir y para las que carecemos de conceptos. Este Estado, cuyo nombre hace referencia etimológicamente a una ausencia de preocupaciones (securus: sine cura), sólo puede hacernos más conscientes de los peligros que representa para la democracia, puesto que en él la vida política se ha vuelto imposible; ahora bien, democracia y vida política son —al menos en nuestra tradición— sinónimos. Frente a un Estado así, resulta necesario que repensemos las estrategias tradicionales del conflicto político. En el interior del paradigma de seguridad, cualquier conflicto o intento más o menos violento destinado a derrocar al poder, le facilita al Estado la posibilidad de gobernar los efectos en beneficio de sus propios intereses. Eso lo vemos en la dialéctica que vincula estrechamente, en una espiral viciosa, el terrorismo y la respuesta del Estado. La tradición política de la modernidad pensó los cambios políticos radicales bajo la forma de una revolución que actúa como poder constituyente de un nuevo orden constituido. Se debe abandonar ese modelo para pensar más bien una potencia puramente destituyente, que no podría ser capturada por el dispositivo de seguridad y precipitada en la espiral viciosa de la violencia. Si queremos detener la deriva antidemocrática del Estado de seguridad, el problema de las formas y los medios de esa potencia destituyente constituye la cuestión política esencial sobre la que tenemos que pensar en los años que vienen. • Traducción de Hero Suárez 1 En casos de problemas graves, la República Romana preveía la posibilidad de confiar de modo excepcional los plenos poderes a un magistrado (el dictador). 2 Establecidos por la Convención, los Comités debían proteger a la República contra los peligros de invasión y de guerra civil. 3 Michel Foucault, Sécurité, territoire, population. Cours au Collège de France, 1977-1978, Gallimard-Seuil, colec. «Hautes études», París, 2004. 4 La fisiocracia funda el desarrollo económico en la agricultura y promueve la libertad del comercio y de la industria. 5 Los Tratados de Westfalia (1648) concluyeron la Guerra de los Treinta Años entre el campo de los Habsburgo, con el apoyo de la Iglesia Católica, y el de los Estados alemanes protestantes del Sacro Imperio Romano. Con ellos se inauguró un nuevo orden europeo fundado en los Estados-nación. 6 Christian Meier, «Der Wandel der politisch-sozialen Begriffswelt im V Jahrhundert v. Chr.», en Reinhart Koselleck (dir.), Historische Semantik und Begriffsgeschichte, Klett-Cotta, Stuttgart, 1979. 7 Michel Foucault, Surveiller et punir, Gallimard, París, 1975. 8 Cfr. Chase Madar, «Le président Obama, du prix Nobel aux drones », Le Monde diplomatique, octubre 2012.
Lenguas
del mundo Boris A. Novak (Oda) Hay lenguas más allá de las palabras: Cada toque es el habla de la piel. Cada paso redacta su vestigio. Sabe el ojo el dialecto de la flor. Cada cual lee el mensaje de los sueños, que el día en la vigilia no comprende. Innúmeros los signos de animales: ave y reptil, león y perro y pez... tienen el movimiento como lengua. Callado, oirás el habla de las piedras. Todos los seres hablan a su modo: El tallo emplea el lenguaje de las hojas y canta mudo con la flor polícroma. El bosque es libro que repasa el viento que usa —mano del aire, no visible— el pincel de la nube al escribirnos. ¡Mira, la luz susurra los matices! El mar usa la lengua de las olas; una costa lejana las escucha. Las estrellas son letras misteriosas. Y bajo las estrellas, cuántas voces. Qué música nos ciñe en todas partes. ¡Mira las cosas, oye su voz mágica, ojo del mundo tú, oído del mundo! Traducción de Laura Repovš y Andrés Sánchez Robayna
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¿Existe una escritura
femenina? Nina Yargekov
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s una pregunta molesta que me gustaría suprimir de un golpe, y arrojar al rostro de quien la hizo: mi útero, mis zapatos de tacón, el color de mi lápiz labial, o la primera cifra de mi número de la seguridad social, no tienen nada que ver con la literatura, por favor. ¿Acaso es necesario seguir repitiendo, otra vez, desde los tiempos inmemoriales en que se esfuerzan en aprisionar a las mujeres en su sexo, en reducirlas a ese componente de su persona, que ése es sólo un componente más entre tantos otros? Sería correcto ya parar con esto, ¿no creen? Ya los veo venir: escritura femenina, escritura histérica, menstrual, romántica, psicológica, superficial, parlanchina, hogareña, maternal, líquida, blanda, frustrada, feminista, demasiado enérgica; y sobre todo: singular, personal, subjetiva, literatura sobre las mujeres, por las mujeres, para las mujeres. Ya no enfadada, sino encolerizada, querría continuar: ¿y por qué ese criterio y no otro? ¿Con qué motivo, por qué razón, sobre qué fundamento, piensan seriamente que las mujeres forman una comunidad cuyo espíritu está en armonía, y que les hace escribir a todas de la misma forma y en el mismo sentido? ¿Acaso han olvidado que existen mujeres enemigas entre sí que se confrontan en todo, y grupos mixtos a los que todo une? Y ya que insisten, ¿por qué no una escritura de personas con las orejas grandes, de gente que utiliza paraguas cuadriculados, o de criadores de caracoles? Pero ¿por qué se necesitaría un criterio, por qué habría que delimitar el campo de las letras en comunidades, en literaturas de, en voces de, como se divide el campo jurídico en derechos de unos y de otros para atribuirles prerrogativas específicas? Es cierto, amigos míos, que la literatura está compuesta por escuelas y familias, pero ahí escogemos nuestros afines y nuestros consanguíneos en función de los textos, y no por una correlación estadística, ¿o acaso ustedes son tan limitados, tributarios de nomenclaturas y de estudios cuantitativos como para ignorar que una variable no crea un grupo con valores comunes, sino una clase de individuos sumados artificialmente? ¿Acaso son miembros de la policía para querer investigar sobre el sexo de las personas, para querer etiquetarlos y ficharlos? Y me gustaría continuar así, sin tregua, bombardeando a mis interlocutores con argumentos más o menos sólidos, más o menos pertinentes, pero cada vez más numerosos, porque mi táctica de ataque defensivo consiste en disparar en todas las direcciones y de forma continua para desorientar al adversario, observen cómo
Soy una mujer. Es una discapacidad muy fuerte, se los concedo. No porque sea menos inteligente que mis congéneres masculinos, sino porque recibí una educación diferente, menos propicia para el desarrollo de las disposiciones de espíritu indispensables para el ejercicio de la literatura. ¿Cómo he podido compensar esa desventaja?
estoy dotada para la guerra, a pesar de que soy mujer, contraataco y replico, no me dejo aplastar y, sin embargo, existe un problema: quien ha hecho la pregunta soy yo. Sí, soy yo quien pregunta, quien inquiere ¿existe una escritura femenina? ¿Escribo desde un lugar femenino, los hombres podrán entender lo que narro? ¿Por qué escucho en ciertas mujeres un eco tan particular? Y si puedo rechazar, negar la pregunta, entonces también puedo rechazar y negar su refutación. Pero pobre hija mía, confundes el ideal de universalidad con el hecho fehaciente de que hay una diferencia de sexos, no es sólo porque tú no quieras ver las líneas de convergencia que ellas van a dejar de existir milagrosamente, ¿sabes que en el psicoanálisis tu actitud defensiva se llama resistencia? ¿Y por qué, entonces, dime, por favor, tus narradores son siempre de sexo femenino? Y he aquí que llega la guerra civil, intestina, he aquí una mujer, contradictoria, paradójica e inconstante, mujer que cambia, mujer lábil y sin apoyo, mujer sin influencia en el mundo, debatiéndose consigo misma, apolítica, arrinconada en su interior, incapaz de poner un dedo del pie en la esfera pública. En estas condiciones, dadas las fuerzas presentes, dado el status quo, dadas las generalidades consensuadas que les serviría en bandeja de plata si quisiese sintetizarlas (sí, sin duda hay temas y formas de abordarlos que son femeninos, pero no, no podemos hacer de eso un sistema), todo lo que puedo enunciar sobre este tema es que, de una forma u otra, la pregunta siempre me ha preocupado, y esta preocupación está ligada, se puede suponer de forma razonable, con el hecho de que yo soy, no podemos negarlo, una mujer. Sobre todo, y para finalizar aquí, sin responder verdaderamente a la pregunta que titula este texto, porque la desplazo al terreno de las competencias, aunque de cualquier forma no está dicho en ninguna parte, me parece, que mi trabajo consista en responder a las preguntas, y creo además que este asunto de aptitudes y de capacidades se inscribe precisamente en este debate, sobre todo, decía, cuando seriamente consideré escribir y que, como es debido —uno no se lanza en tal aventura por un capri-
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cho, sin obtener el consentimiento de las autoridades competentes—, defendí mi candidatura como escritora frente a un jurado imaginario que deliberaba en mi cabeza, he aquí que, en el seno de un largo y fastidioso autoexamen de mis cualidades y defectos destinado a convencer a mi auditorio de que yo poseía el perfil requerido para entrar en la literatura, dije, en un párrafo sin duda alguna femenino, para evitar el reproche que me podían hacer debido a mi género: «Soy una mujer. Es una discapacidad muy fuerte, se los concedo. No porque sea menos inteligente que mis congéneres masculinos, sino porque recibí una educación diferente, menos propicia para el desarrollo de las disposiciones de espíritu indispensables para el ejercicio de la literatura. ¿Cómo he podido compensar esa desventaja? Sepan, antes que nada, que crecí como hija única, con una madre que nunca dejó de repetirme, eres sin lugar a dudas por completo idéntica a tu padre, que era un genio. Observen bien el silogismo. Pienso entonces que me beneficié de ciertas correcciones, dado que desde mi más temprana edad pude colocar las primeras piedras de un ego desmesurado. Además, la conjunción de circunstancias familiares particularmente favorables, en las que preferiría no extenderme, si es posible, me mantuvo alejada del contacto, forzosamente nefasto y capaz de acomplejarme, de un hermano mayor que, si hubiese estado presente, habría automáticamente monopolizado el conjunto de las palabras de aliento y de elogios maternales, desarrollándome así en un ambiente exclusivamente femenino, inocente e ignorante —por así decirlo— de la diferencia de sexos, y pudiendo así identificarme con mi genial padre, sin tener el riesgo de desengañarme en una confrontación directa con la realidad. Por otro lado, la hostilidad de mi madre hacia los regalos en general, y en particular a regalar en Navidad muñecas Barbie, me protegió de los efectos destructivos que ese tipo de juguete tiene sobre
la representación que las niñas hacen de sí mismas, quienes después sólo aspiran a tener el cabello rubio y grandes pechos para seducir a Ken, en lugar de pensar en sus carreras de escritoras. La prueba: a la edad de nueve años programaba, con mi nariz sosteniendo unos lentes de plástico azul, juegos de video en una Commodore 64 que recuperé de un tiradero, y les aseguro que dibujar un castillo con una princesa encerrada adentro (yo jugaba a ser el príncipe, por supuesto), línea a línea, toma mucho tiempo, yo estaba seriamente motivada. Como ven, en cierta medida he sido un niño. En la adolescencia las cosas se complicaron. Me volví niña. Sin embargo, como yo fui la única en darse cuenta, las cosas no cambiaron demasiado. Conservé mis reflejos de niño introvertido, evitando cuidadosamente la compañía de los otros niños y consagrándome exclusivamente al trabajo escolar y a los juegos de rol en la computadora, afirmando así un ya sólido sentido de la competencia. Hoy en día, habiendo ya logrado de forma brillante mi socialización sexuada y controlando los códigos de la feminidad, que sé utilizar en caso de necesidad, creo haber recogido durante mi vida las mejores enseñanzas, y ser incluso capaz de esquivar con destreza los escollos habituales de la condición femenina. Por eso, no cocino, como exclusivamente en platos de cartón —lo que me permite reducir la masa de trabajo doméstico que devora insidiosamente el tiempo profesional de las mujeres— y, sobre todo, estoy animada por un amor al trabajo insaciable e inigualable, recuerden mis orígenes calvinistas que anteriormente evoqué. Finalmente, si nada de eso les ha convencido del todo, querría hacerles notar de forma muy prosaica que, de cualquier manera, mido un metro ochenta: el techo de cristal, literario o cualquier otro, lo rompo fácilmente con tan sólo extender los brazos». • Traducción de Ernesto Kavi
Contribución a la historia universal de la ignominia El mayor problema es que existe una especie de complacencia crónica que ha podrido a la izquierda estadounidense desde hace años, una soberbia que les dice a los demócratas que no tienen que hacer nada distinto, que no tienen que hacer nada por nadie, a excepción de sus amigos a bordo del jet de Google y de esas amables personas que trabajan en Goldman Sachs. A los demás se nos trata como si no tuviéramos adónde ir y no tuviéramos ningún papel que desempeñar más que votar por ellos, bajo el argumento de que estos demócratas son lo único que queda entre nosotros y el fin del mundo. Es una izquierda para los ricos, que ha traicionado a la clase media, y ahora ha fracasado incluso en términos electorales. Thomas Frank, The Guardian
Hay una frase que a menudo se le atribuye al demagogo estadounidense Huey Long, pero que en realidad fue escrita por un oscuro profesor: «Cuando el fascismo llegue a Estados Unidos, lo llamarán americanismo». Ha llegado, y ha llegado gracias al voto popular. Estoy convencida de que presenciamos el ascenso de la política de la humillación. La gente que creció con una poderosa identidad de privilegio blanco, masculino (así como quienes simpatizan con esa imagen del poder), gente para quien ese sentido de su superioridad siempre fue precario y siempre necesitó protección, halló en Donald Trump a una figura para encarnar su propia fantasía de la restauración de una era que se ha esfumado. Siri Hustvedt, The Guardian
Nos encanta horrorizarnos con los excesos de Trump, y verlo como una monstruosa anomalía, el extremo polar de todo lo que una sociedad moderna, civilizada, representa. Pero no es eso en lo absoluto. Es la encarnación de todo lo que se nos ha enseñado a desear y admirar. Trump es tan asqueroso no porque ofende los valores más básicos de nuestra civilización, sino porque los representa. George Monbiot, The Guardian
No obstante que nuestra recién transcurrida elección parecía tratarse sobre prevenir lo impensable (un dilema que ambos bandos anticiparon, pero que sólo un bando debe soportar), el problema siempre se trató sobre lo que habría de ocurrir posteriormente. Una elección en la que se reconoce que ambos candidatos son lamentables y defectuosos es una insuperable medida de una comunidad política que se vuelve ingobernable a pasos agigantados, y es al mismo tiempo una fórmula para peores cosas por venir. Realmente me gustaría que no le ocurriera eso a mi país. Quiero que exista algo que podamos hacer. Richard Ford, The Guardian
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Entrevista con
Eduardo Rabasa
Valeria Luiselli ¿Cómo fue que decidiste utilizar tu experiencia como traductora para niños migrantes centroamericanos para escribir este libro? ¿Te resultó más duro emocionalmente que alguno de tus libros anteriores?
En respuesta a la segunda parte de tu pregunta, sobre si este libro me resultó más difícil emocionalmente que mis otros libros: eso no tiene la menor importancia. Pasamos a lo siguiente. La primera parte de la pregunta es más difícil de responder. No tenía pensado escribir este libro. Antes de empezar a escribirlo estaba trabajando en la novela que llevo casi tres años escribiendo, y había decidido no aceptar ningún proyecto o colaboración hasta no terminar la novela. Pero pasaron un par de cosas. Primero, pasó que me atoré en la novela. Me atoré, porque la novela también trata, entre otras cosas, sobre migración infantil, y a medida que me involucraba más profundamente con el trabajo en la corte y a medida que los casos de algunos de los niños se iban complicando, me empecé a encabronar y frustrar. Y aunque a veces se puede perfectamente escribir ficción desde la frustración y la rabia, a mí no me estaba saliendo bien la ecuación. No me estaba saliendo, porque entré en el dilema infértil —por definición, todo onanismo es infértil— de la utilidad de la ficción y el deber del novelista frente a sus circunstancias políticas. El único deber del novelista es escribir muy bien. Y es difícil escribir muy bien si quieres conseguir un efecto político, una reacción social, o si crees que una novela va a ser útil y va a cambiar o mejorar algo. Por supuesto que una novela puede cambiar muchas cosas, lector por lector, mente por mente, pero escribir desde la creencia de que uno debe o puede hacer eso, es pura arrogancia y vanidad intelectual. Las novelas escritas desde las alturas tan desubicadas de esa clase de arrogancia son siempre infumables. Nada de lo anterior lo tenía claro en ese momento, pero sí me daba cuenta de que, cada vez que me sentaba a escribir, estaba escribiendo una novela infumable. Así que decidí dejarla descansar hasta que pudiera escribirla bien. Segundo, pasó que mi antiguo editor en la revista Granta, John Freeman, me pidió un texto para la revista Freeman’s (que lleva sólo dos números pero que ha generado un espacio de discusión e intercambio fundamental para escritores de muy diversas procedencias y contextos). Yo quería enviarle un breve adelanto de la novela atorada, o un cuento corto, pero, como buen editor, me empezó a insistir en que tratara de escribir un ensayo más largo sobre lo que estaba viendo cada semana en la corte federal de migración. Me resistí unos meses,
Por supuesto que una novela puede cambiar muchas cosas, lector por lector, mente por mente, pero escribir desde la creencia de que uno debe o puede hacer eso, es pura arrogancia y vanidad intelectual. Las novelas escritas desde las alturas tan desubicadas de esa clase de arrogancia son siempre infumables.
porque sentía que no tenía todavía la claridad que se requiere para escribir un ensayo así. Ni claridad emocional, ni claridad sobre los enredadísimos procesos legales en la corte migratoria. Me resistí unos meses, pero acabé cediendo. (Como sabes, Eduardo, siempre pierdo todas las discusiones con mis editores, incluida la de responder esta entrevista).
En el libro expresas con claridad la frustración que te producía por momentos no poder hacer más por los niños que simplemente traducir sus respuestas. Al mismo tiempo, desde un punto de vista literario, creo que alcanzas una distancia justa como para poder narrar los hechos en su inmensa brutalidad, sin caer nunca en la compasión ni el sentimentalismo. ¿Nos podrías contar un poco acerca del proceso para decidir la distancia narrativa justa? ¿Te gustaría que alguno de los niños a los que entrevistaste, con los que seguiste teniendo algún tipo de vínculo, leyera el libro en su versión final?
Una amiga, escritora y activista, a quien admiro mucho, me dijo un día que si iba a escribir sobre temas como estos tenía que saber transformar cualquier capital emocional en capital político. Esa idea me ayudó a encontrar la «distancia narrativa justa» como bien dices. Sobre la segunda parte de tu pregunta: sí, pero no todavía. Sí, porque quizás sea útil para algunos de ellos ver su historia individual escrita en un contexto más amplio, o que al menos aspira a ser más
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amplio. Sí, porque el «tejido» narrativo es justamente eso, un tejido que vincula cosas que antes estaban separadas. Si en un mismo tejido narrativo están entrelazadas las vidas de distintas personas, quizá esas vidas se puedan leer como parte de una colectividad. No es una idea nueva: la literatura genera comunidad. Pero creo que no me gustaría que, por ejemplo «Manu» —el alias que uso en el libro para contar la historia de uno de los adolescentes que conocí en la corte y con quien aún tengo contacto cotidiano—, leyera el libro ahora. No todavía, pues. Porque todavía hay muchas cosas irresueltas en su caso (¡aunque ya le concedieron una forma temporal del asilo político!) y verse reflejado en un «espejo» narrativo donde se muestra claramente la incertidumbre de su futuro podría generarle más angustia que seguridad: y eso es lo último que nadie en su circunstancia necesita. Pero si pasan los años y le gana de forma definitiva al monstruo migratorio, por decirlo así, si su historia termina bien, entonces sí, entonces me gustaría mucho que leyera el libro y se acordara de ese periodo de mierda, lleno de incertidumbre y miedo, y que quizá, incluso, le diera risa.
Otro momento particularmente interesante es cuando reflexionas sobre tu propio estatuto de «pending alien», así como los problemas que tuviste para obtener tu Green Card, incluido el hecho de que un tiempo no pudiste trabajar a consecuencia de no haberla recibido aunque, paradójicamente, fue en parte eso lo que condujo a que terminaras trabajando como traductora para la corte. ¿Cómo fue para ti el proceso de vivir un largo tiempo en un país cuyo gobierno demoraba interminablemente en otorgarte el permiso de residencia?
Sí, en efecto, gracias a esa complicación de mi propio estatus migratorio acabé trabajando en la corte (los detalles los cuento en el libro). Mi solicitud para la Green Card se perdió en un limbo de casi dos años (nunca sabré por qué), mi permiso temporal de trabajo caducó, y no me concedieron a tiempo uno nuevo. Así que tuve que renunciar temporalmente a mi trabajo en la universidad —lo cual habría sido una vacación forzada maravillosa, si no hubiese tenido que renunciar también a un sueldo mensual y, lo que es peor en este país, al seguro
médico que cubría a toda mi familia. Empezaron unos meses raros, bastante angustiosos. Pero también meses en los que mucha gente, porque sí y por pura generosidad, me ayudó muy activamente a salir del laberinto migratorio. Y también, meses en los que me pude dedicar más al trabajo de la corte (era trabajo no remunerado, así que no era ilegal que lo hiciese), y a estudiar y tratar de entender mejor la ley migratoria y sus entresijos, y sobre todo a hacer algo que casi nunca tenemos el lujo de hacer: darme tiempo para pensar las cosas con mayor dedicación y profundidad, acomodar el desmadre emocional acumulado, y organizar bien mis ideas y opiniones. Así pude escribir el ensayo. Lo escribí primero en inglés, para Freeman’s. Luego, unos meses más tarde, lo reescribí completo en español. Esa fue otra discusión editorial que perdí, contigo y con Diego: yo quería que alguien más lo tradujera al español y ustedes querían que lo tradujera yo misma; yo quería que lo publicáramos pronto y en alguna revista, y ustedes vieron un posible libro, si lo trabajaba más a fondo. Al traducirlo, por supuesto más bien lo reescribí completo en español, y se volvió un ensayo más complejo y más completo, con más capas y con más calma: un libro. Escribirlo en español me obligó, además, a pensar temas que simplemente no había pensado en inglés. No por algo intrínseco al inglés o al español (no creo en el determinismo lingüístico, que es una pendejada nacionalista y decimonónica que se inventaron los filólogos alemanes y que desafortunadamente lograron argumentar muy bien). No había visto muchas cosas cuando lo escribí en inglés, no por el idioma mismo, sino porque estaba dialogando con una sola comunidad lingüística mientras lo escribía. Al reescribirlo en español, tuve que empezar una conversación con y desde una segunda comunidad lingüística. En fin, durante ese proceso de reescritura, tuve que aprender a situarme simultáneamente en las dos comunidades lingüísticas a las que pertenezco, considerar cosas desde ambos lados de la frontera geográfica, ampliar y yuxtaponer perspectivas. Al final, tanto Freeman como ustedes Rabasas tenían razón, todos en su infinita terquedad: y estoy muy agradecida de que hayan visto un ensayo donde yo veía un desmadre.
Con la victoria de Donald Trump, por desgracia el tema de la migración adquiere una mayor relevancia, dado su abierto racismo y las múltiples amenazas proferidas durante su campaña. Al mismo tiempo, en tu propia experiencia con tus alumnos te has organizado con ellos para realizar acciones concretas frente al abuso y la injusticia. ¿Crees que pueda haber una reacción generalizada para intentar hacer frente en lo posible a esta aparente nueva era de intolerancia y xenofobia?
Pinche Eduardo, ya me necesito ir a dormir, doy clase mañana. Pero esta última pregunta abre mi caja de pandora emocional, porque este es justo el tema que me ocupa día y noche, obsesivafuckingmente, desde que se anunció la victoria de The Trump. No tengo todavía ninguna claridad, ninguna certidumbre —y no sé cuándo las vaya a tener: sigo bajando por la espiral confusa y caótica del duelo, como tantas otras personas a mi alrededor. Pero ya hiciste la pregunta, así que ahora te chingas y te chutas mi insomnio. De entrada, te diría que sí, que de hecho ya está habiendo una reacción generalizada, a nivel nacional, para hacer frente a lo que se nos vino encima. Ahorita todavía es natural y muy necesaria la reacción civil —marchas, protestas, ruido— porque genera un sentido de comunidad en medio de tanto pinche duelo, confusión y miedo individual, y nos da un sentido de propósito colectivo en medio de tanta impotencia, sinsentido y soledad. (La paradoja de los duelos, aun si son compartidos, es que sumen a las personas en el más aislado de los solipsismos, porque el dolor, sea físico o emocional, aunque es la experiencia más universal, también es la experiencia más individual e imposible de compartir). Pero la clave es que lo que motiva y espolea esa reacción se transfiera exitosamente de las protestas de pancarta esporádicas, a la acción cotidiana sostenida; de las calles, a las instituciones y organizaciones. La clave es que después de la reacción civil, grande y general, haya una suma de millones de acciones individuales, pequeñas pero muy concretas. La gente tiene vidas complicadas, trabajos, familias, obligaciones, funerales, la gente se aburre y conforma porque no le queda de otra, la gente tiene que sobrevivir y vivir con cierto sentido de normalidad, así que hasta la peor de las pesadillas se termina por aceptar y normalizar. Nadie puede ni debe pasarse todas las tardes del resto de su vida en marchas (qué pesadilla: como vivir atrapado en una novela de Salvador Elizondo). Lo que sí es realista y sí se puede hacer es dedicar, al menos una porción, aunque sea mínima, pero del resto de nuestras vidas, a crear y apuntalar lazos comunitarios a través de la participación en instituciones y organizaciones. Eso no es nada difícil, nada heroico. Y creo que eso puede pasar aquí, sin duda. Como sabes, creo ferozmente en el poder de las instituciones y organizaciones civiles gringas, porque las he visto, con creciente admiración, trabajar incansablemente en favor de las personas que la ley migratoria de su propio gobierno llama «aliens», y que la mitad trumpista de su país quiere erradicar o marginar. Estados Unidos es una nación de entusiastas. El entusiasmo gringo, a veces errático, ingenuo y desbordado, produce la cursilería abominable e infatigable de las tarjetas de San Valentines, de la época de «apple-picking», de la semana de esculpir las calabazas de Halloween, y las demasiadas juntas vecinales o de padres de familia. Quizás también produce el fanatismo siniestro del kkk y, más recientemente, de los gorras-rojas del maga (Make America Great
Lo que sí es realista y sí se puede hacer es dedicar, al menos una porción, aunque sea mínima, pero del resto de nuestras vidas, a crear y apuntalar lazos comunitarios a través de la participación en instituciones y organizaciones. Eso no es nada difícil, nada heroico. Y creo que eso puede pasar aquí, sin duda.
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Again). Pero ese mismo entusiasmo —tan fácilmente derrochado y mal canalizado— también se concentra a veces en causas más urgentes, relevantes, y con mayor impacto social y político positivo. Un ejemplo concreto: el 9 de noviembre, cuando se hizo oficial el resultado de la elección, decenas de universidades del país mandaron, una por una, un comunicado en donde se comprometían a apoyar a sus estudiantes indocumentados, o la generación «dreamer», como se identifican. Hay casi un millón de estudiantes universitarios indocumentados que ahora están protegidos por la «acción diferida» (daca), que Obama propuso en 2012, y el senado republicano resistió y resistió durante tres años consecutivos, hasta que finalmente Obama la implementó por decreto presidencial en 2015. Trump anunció que revocará la daca en su primer día de mandato. Revocar ese decreto es muy fácil: no tiene estatuto de ley, no conlleva las complicaciones logísticas y financieras de levantar un muro impenetrable en medio del desierto, y en definitiva no implica el costo altísimo de deportar a personas (deportar a los aproximadamente 11.2 millones de migrantes indocumentados en Estados Unidos tardaría unos 20 años y costaría entre 400 y 600 billones de dólares). Revocar ese decreto implicaría dejar sin educación y sin futuro a los cientos de millones de jóvenes que ya están estudiando, y a los millones que les seguirían. Revocar ese mandato es, además, muy conveniente: asegura que todos ellos, como sus padres y madres, sigan trabajando en las sombras de la economía, ganando sueldos menores al salario mínimo a pesar de que pagan impuestos. Los dreamers saben perfectamente que son uno de los blancos más fáciles e inmediatos de la era del trumpismo (que se perfila claramente como una era de apartheid o racismo institucional, aunque aún no sabemos si de mano dura o de políticas discriminatorias a cuentagotas, quizá aún más peligrosas por sigilosas e invisibles). Así que, muchas de las universidades en donde estudian dreamers anunciaron de inmediato: los vamos a proteger, por la vía institucional y legal, sea como sea. En universidades en las que no se extendió de inmediato ese comunicado, se organizaron miembros de la facultad y del cuerpo estudiantil, para ejercer presión sobre los órganos directivos. El poder de instituciones como las universidades es limitado frente al poder de instituciones como la Homeland Security, pero no es sólo un apoyo «moral». Las universidades pueden, por ejemplo, reservar fondos para cubrir colegiaturas, asegurar becas, e incluso patrocinar y gestionar visas estudiantiles. Creo, en vista de lo que ya está ocurriendo en las universidades, que la suma de acciones individuales que se vuelven colectivas, primero en pequeña escala, y luego en mayor escala, una por una, nos van a salvar de muchas de las cosas horribles que vienen en la era del trumpismo.
Los niños perdidos Valeria Luiselli Prólogo de Jon Lee Anderson Sexto Piso • 2016 108 páginas
Una coda: No nos haría mal preguntarnos, en México, si tenemos la altura moral, como sociedad, para criticar la llegada del trumpismo. Preguntarnos, por ejemplo: ¿cómo vamos a acabar con el siniestro Plan Frontera Sur, igual de cruel, xenofóbico e inhumano que el muro de Trump? O preguntarnos, en una dimensión menor y más manejable: ¿qué ha hecho la unam —o la Ibero, o el tec o la universidad que sea— para proteger a jóvenes indocumentados centroamericanos en edad universitaria que terminan en un limbo migratorio en México? Una respuesta: nada. Una explicación: porque no nos importa un carajo Otra explicación: porque no confiamos suficiente en el poder que sí pueden tener nuestras instituciones. Una postura: lo que nos falta en México no son ganas, ni entusiasmo, sino confianza y compromiso con nuestras muchas y muy buenas instituciones y organizaciones. No nos haría mal preguntarnos, en México, en lo que queda de la era del peñanietismo con el trumpismo de contraparte, qué podemos hacer. Preguntarnos, por ejemplo: ¿qué pueden hacer instituciones como la unam o las demás universidades del país para proteger a jóvenes indocumentados centroamericanos en edad universitaria que terminaron viviendo en un limbo migratorio en México? Una respuesta: muchísimo. Por ejemplo: asegurar becas, crear programas, gestionar visas. Y si las instituciones no se mueven, es porque no se mueven solas, porque los estudiantes y la facultad las mueven, porque ellos son la institución, porque sin ellos las universidades son sólo edificios vacíos. Una última postura: la horizontal, me voy a dormir, buenas noches. •
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Muslámenes. Novela por entregas • Por Daniel Saldaña París
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ormac O’Dwyer, el viejo y misógino gringo, me sonríe satisfecho desde la silla de junto, acodado sobre la barra en la que tenemos alineados cuatro caballitos de bourbon. Cada uno. Cormac sonríe y pienso que se parece un poco a Keith Richards. Una versión fracasada de Richards. El tipo de hombre que Richards pudo haber sido de llevar una vida ordinaria y aburrida en Montreal. —Te lo dije, Daniel —me espeta Cormac—. Trudeau le dio armas parapsicológicas a las matriarquistas. No me sorprende. ¿Para cuándo agendaron tu sacrificio? —Para dentro de un mes —le explico, resignado—. Quieren que sea vegano durante este tiempo para que mis toxinas no les jodan el conjuro psicomágico o algo así. Ahora mismo debe de haber una vestal sin brasier dando instrucciones al gerente del bar para que no me sirvan nada de origen animal. Por suerte me permiten beber bourbon. Dicen que le dará un sabor rico a mi carne. —¿Van a comerse tus restos? —Creo que algunas partes. No he entendido del todo qué quieren hacerme. Sé que planean pisar mi escroto, eso sí. —Pídeles que se sienten en tu cara. Si te van a matar deberías tener derecho a que se sienten en tu cara un rato. —No sé, Cormac. Esta gente no se anda con estupideces. Están convencidas de que Buckminster Fuller era en realidad una mujer, y que algunos de sus inventos son instructivos emancipadores o complejos androides feministas. O’Dwyer vacía su segundo bourbon y se pierde en un nuevo monólogo de tintes sexistas, explicándome los vericuetos de la do-
minación feminista en el Canadá. Pero yo dejo de ponerle atención y su voz se pierde en un segundo plano muy distante. Mi muerte ha sido calendarizada por una oficina de gobierno responsable de la parapsicología en un país primermundista; un grupo de fuertes e independientes vestales me pisará el escroto antes de inmolarme en aras del inconsciente colectivo. Si me va bien, se sentarán en mi cara un rato. Intento asimilar esta información, pero no es fácil. Siempre creí que moriría de un lento y trabajado cáncer, fruto de reprimir casi todo lo que he sentido desde los diecisiete años. Pero ahora resulta, en contra de todas mis predicciones, que moriré por una causa difusa y esperpéntica. Moriré una muerte de improbable mártir, en una ciudad donde el único peligro para la población civil es salir de su casa sin bufanda. Tras bebernos, de un trago, el último caballito de bourbon, Cormac O’Dwyer y yo nos despedimos con cierta solemnidad. Nos hemos visto tan sólo tres veces en la vida, pero de pronto me parece que una cierta amistad empezaba a unirnos. Morirme será un inconveniente mayúsculo para mi vida social. De camino hacia el barrio jasídico, en donde está mi departamento, me detengo en una librería de segunda mano en la que no había reparado hasta ahora. Y ahí, imbuido de una euforia etílica y bajo la mirada acusadora del obeso dueño, suelto una sonora carcajada al descubrir, en uno de los libreros, el siguiente título: The Life and Double Death of Buckminster Fuller. La foto de la autora revela un flequillo geométrico: Eloïse Delisle. •
El aprendiz de brujo • Por dD&Ed ¿No que la democracia de mercado era el fin de la historia? Yo creo que no era literal, goeee.
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La Era de
la soledad George Monbiot
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ómo deberíamos llamar a esta era? No es la era de la información: el colapso de los movimientos por una educación popular dejó un vacío ocupado por la mercadotecnia y las teorías de la conspiración. Igual que las edades de piedra, de hierro y la del espacio, la era digital se expresa con gran elocuencia sobre nuestros artefactos, pero dice poco sobre nuestra sociedad. El periodo conocido como antropoceno, distinguido por la gran influencia humana sobre la biósfera, no es suficiente para distinguir a este siglo de los veinte anteriores. ¿Cuáles son los cambios sociales que distinguen a nuestra época de las precedentes? Para mí, es obvio que nos encontramos en la Era de la soledad. Cuando Thomas Hobbes afirmó que en el estado de naturaleza, antes de que se creara la autoridad que nos mantiene bajo control, nos encontrábamos librando una guerra de «todo hombre contra todo hombre», no pudo haberse equivocado más. Desde el principio fuimos criaturas sociales, abejas mamíferas, que dependían por completo unas de otras. Los primeros hombres del este de África no habrían sobrevivido ni una noche por sí solos. Más que ninguna otra especie, somos moldeados por el contacto con los otros. La era en la que nos adentramos, en la que cada quien existe por sí solo, es distinta de todas las precedentes. Hace unos meses leímos una noticia que afirmaba que la soledad se ha convertido en una epidemia entre los adultos jóvenes. Ahora sabemos que es también un padecimiento de gente de mayor edad. Un estudio de la organización caritativa Independent Age mostró que la soledad severa aqueja en Inglaterra a más de 700 mil hombres, y a más de 1.1 millones de mujeres mayores de 50 años, y que la cifra aumenta a una velocidad extraordinaria.
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La guerra de cada hombre contra los demás —en otras palabras, la competencia y el individualismo— es la religión de nuestro tiempo, justificada por una mitología de llaneros solitarios, comerciantes solitarios, autoemprendedores, hombres y mujeres autosuficientes, que se las arreglan por sí solos.
Ni una enfermedad como el ébola probablemente matará a tanta gente como esta enfermedad. El aislamiento social es una causa tan poderosa de muerte temprana como lo es fumar quince cigarros al día; las investigaciones apuntan a que la soledad es dos veces más mortífera que la obesidad. La demencia, la alta presión sanguínea, el alcoholismo y los accidentes —así como la depresión, la paranoia la ansiedad y el suicidio— presentan una mayor incidencia cuando no existe contacto con los demás. No podemos valernos por nosotros mismos. Sí, se ha producido un cierre masivo de fábricas, la gente se desplaza en coche en lugar de transporte público, y prefiere ver videos en YouTube antes que ir al cine. Pero estas transformaciones no bastan para explicar la velocidad de nuestro colapso social. Estos cambios estructurales se han visto acompañados por una ideología que niega la vida, que refuerza y celebra nuestro aislamiento social. La guerra de cada hombre contra los demás —en otras palabras, la competencia y el individualismo— es la religión de nuestro tiempo, justificada por una mitología de llaneros solitarios, comerciantes solitarios, autoemprendedores, hombres y mujeres autosuficientes, que se las arreglan por sí solos. Para la criatura más social de todas, aquella que no puede prosperar sin amor, ya no existe la sociedad, tan sólo el individualismo heroico. Lo que cuenta es triunfar. El resto son daños colaterales. Los jóvenes británicos ya no aspiran a ser conductores de tren o enfermeras: más de una quinta parte responde que sólo «quieren volverse ricos»: la riqueza y la fama son las únicas ambiciones del 40% de los encuestados. Un estudio gubernamental realizado en junio reveló que Inglaterra cuenta con la capital más solitaria de Europa. Somos menos propensos que los demás europeos a tener amigos cercanos o a conocer a nuestros vecinos. ¿Quién podría sorprenderse,
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Cisco Jiménez ilustra magistralmente esta obra y nos ofrece una colorida mezcla de viñetas, gráfica, cómic y dibujo contemporáneo con la intención de alejarse de las imágenes clásicas asociadas con estos textos.
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dado que por todas partes se nos conmina a pelear como si fuéramos perros callejeros disputándose las sobras de un basurero? Hemos modificado nuestro lenguaje para reflejar esta transformación. Nuestro más mordaz insulto es calificar a alguien como perdedor. Ya no hablamos de personas. Ahora los llamamos individuos. Este término alienante, que atomiza, se ha extendido tanto que ahora incluso las organizaciones caritativas que combaten la soledad lo utilizan para describir a las entidades bípedas que antes se conocían como seres humanos. Sin embargo, apenas podemos completar una frase sin alguna referencia personal. Personalmente (lo enfatizo para distinguirme de un muñeco de ventrílocuo), prefiero amigos personales a la variedad impersonal, y posesiones personales a las que no me pertenecen. Aunque es sólo mi preferencia personal, que también se conoce como mi preferencia. Una de las consecuencias trágicas de la soledad es que la gente se vuelca hacia sus televisiones en busca de consuelo: dos quintas partes de la gente mayor afirma que ese cíclope es su principal acompañante. Esta medicación autorecetada agrava el problema. Una investigación de un grupo de economistas de la Universidad de Milán sugiere que la televisión ayuda a alentar la aspiración competitiva. Refuerza fuertemente la paradoja existente en la relación entre ingreso y felicidad: el hecho de que conforme se incrementa el ingreso nacional, la felicidad no lo hace a la par. Las aspiraciones, que se incrementan conforme lo hace el ingreso, aseguran que el punto de llegada, la satisfacción sostenida, se aleja conforme nos aproximamos. Los mismos investigadores encontraron que quienes miran mucha televisión obtienen menor satisfacción de un nivel determinado de ingreso que quienes la ven poco. La televisión incrementa la velocidad de la caminadora hedonista, obligándonos a esforzarnos mucho más para obtener el mismo nivel de satisfacción. Tan sólo basta con pensar en las omnipresentes subastas
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televisadas a lo largo del día, en reality shows como Dragon’s Den o The Apprentice, o en la infinidad de competencias para trepar que el medio celebra, en la generalizada obsesión con la fama y la fortuna, en el sentido subyacente, al ver la televisión, de que la vida se encuentra en otra parte distinta de donde se encuentra uno. Con estos elementos es suficiente para comprender la insatisfacción general que dicho aparato tiende a producir en nosotros. Entonces, ¿de qué se trata todo esto? ¿Qué ganamos participando en esta guerra de todos contra todos? Puede que la competencia traiga crecimiento, pero el crecimiento ya no nos vuelve más ricos. Datos recientes han mostrado que si bien el salario de los altos ejecutivos corporativos se ha incrementado más de cinco veces en el último año, los salarios de la clase trabajadora como tal han caído en términos reales en el mismo periodo. Los jefes ganan —perdón, obtienen— 120 veces más que el trabajador de tiempo completo promedio. (En el año 2000 era 47 veces más). E incluso si la competencia nos volviera más ricos, no nos hace más felices, pues la satisfacción obtenida de un incremento de los ingresos se vería mermada por el impacto aspiracional de la competencia. El 1% más acaudalado posee el 48% de la riqueza global, pero incluso los pertenecientes a esa minúscula élite no están contentos. Una encuesta realizada por investigadores de Boston College entre gente con una riqueza total promedio de 78 millones de dólares concluyó que ellos también se encuentran asediados por la ansiedad, la insatisfacción y la soledad. Muchos aseguraron sentirse financieramente inseguros: para sentirse a salvo, pensaban necesitar, en promedio, alrededor de 25% más de dinero. (¿Y si lo obtuvieran? Sin duda querrían otro 25%). Uno de los que respondió a la encuesta dijo que no se sentiría seguro hasta que no tuviera mil millones de dólares en su cuenta bancaria. A causa de todo esto, hemos despedazado la naturaleza, degradado nuestras condiciones de vida, y renunciado a nuestras libertades y oportunidades de satisfacción a favor de un hedonismo compulsivo, atomizado, que nos priva de todo goce y que, una vez que hemos consumido todo lo demás, nos hace consumirnos a nosotros mismos. Para conseguir esto, hemos destruido la esencia de la humanidad: nuestra capacidad para conectarnos. Es cierto que existen paliativos, principalmente algunos programas inteligentes y alentadores llevados a cabo por organizaciones caritativas para ayudar a gente mayor que se encuentra aislada. Pero si hemos de romper este ciclo y vincularnos nuevamente, debemos confrontar el sistema que consume el mundo y su carne, en el que nos encontramos actualmente atrapados. La condición presocial de Hobbes era un mito. Pero estamos entrando en una condición post-social que nuestros ancestros hubieran considerado imposible. Nuestras vidas se están volviendo horribles, brutales y demasiado largas. • © Guardian News & Media Ltd 2016 Traducción de Eduardo Rabasa
En el tornado Felipe Rosete «¿Cómo es posible que sepa nadie de qué está hecha una tormenta hasta que no se mete de cabeza en una?» Joseph Conrad
A
lguien camina por una planicie de tierra con surcos. En el horizonte sólo se aprecian las nubes y el cielo azul. De fondo se escucha el sonido del viento y una respiración ligeramente agitada, la de quien lleva unos minutos andando. Todo parece estar en calma. No sabemos hacia dónde se dirige. Conforme avanza, el ruido del viento se vuelve más intenso. Su fuerza levanta ligeras estelas de polvo que adornan el paisaje desértico. Mientras el hombre sigue su curso, un perro corre en el sentido inverso, como si huyera de algo. A lo lejos, se observa un gran remolino de polvo. No hay duda. Hacia allá va el hombre jadeante. Y se inserta en él. El ruido aumenta hasta volverse ensordecedor. El viento sopla en espiral hacia el cielo con una fuerza capaz de arrastrar todo lo que quede a su paso. Ahí está el hombre, golpeado por piedras y terrones, luchando contra el poder del vendaval en el que se ha metido voluntariamente, en medio de la oscuridad formada por la tierra volante que lo circunda.
rrativa breve completa—, tras ignorar los signos de la catástrofe y la literatura al respecto. Olas gigantes y espumosas inundando el barco de proa a popa, sacudiéndolo por completo, «como si se tratara de una criatura dominada por el terror», en medio de una total oscuridad, sin una sola estrella a la vista. Con un viento furioso, terrible, que vuelve inaudible cualquier voz y vana cualquier esperanza: «Se manifestó como algo extraordinario y repentino, algo parecido a la ruptura de un recipiente en el que había estado contenida toda la furia. Fue como si una detonación resonara alrededor del barco, y a continuación se produjo una descomunal avalancha de agua, como si se hubiese roto un dique por la fuerza del viento».
Así son esos pasajes mentales. Las señales de su arribo son apenas perceptibles. Todo parece estar bien: la mar en calma, el sol a plenitud, las nubes blancas y esponjosas decorando el cielo, y de repente… llega el torbellino y arrasa con todo: las certidumbres, el gozo, las ideas, el amor, la alegría, la capacidad de disfrute.
*** «Así me siento», pensé al rememorar los torbellinos mentales que por momentos se apoderan de mí. A ellos me remitió «Tornado», la obra de Francis Alÿs que vi hace más de un año en el museo Tamayo. Desde entonces, cada que vuelve el malestar me acuerdo de esas imágenes, de los jadeos, de los quejidos, del atronador ruido provocado por el viento. Me acuerdo también del capitán MacWhirr, de Jukes, su segundo de a bordo, y del Nan-shan, su barco. Del tifón que les toca vivir en los mares del sur en su camino hacia Fuchau —narrado a la perfección por Joseph Conrad en «Tifón», incluido en su Na-
*** Así son esos pasajes mentales. Las señales de su arribo son apenas perceptibles. Todo parece estar bien: la mar en calma, el sol a plenitud, las nubes blancas y esponjosas decorando el cielo, y de repente… llega el torbellino y arrasa con todo: las certidumbres, el gozo, las ideas, el amor, la alegría, la capacidad de disfrute. Su poder abarca todos los rincones de la mente, que entonces queda bajo el yugo de voces, pensamientos, impulsos, fantasías que parecieran tener vida propia y escapar de todo control. Adviene el reino de la duda, del abatimiento, de la inseguridad, de la insatisfacción perpetua, de la desesperanza, de la frustración. También se apodera del cuerpo, en donde se manifiesta en forma de ronchas, tos, mocos, dolor corporal, cansancio físico. Síntomas todos de haber pasado por un tifón. Dice Conrad: «la expectativa de un drama que siempre está a punto de suceder, unida al cansancio corporal de tener que aferrarse a la existencia en mitad de un tumulto fantástico, provoca que un insidioso cansancio acabe filtrándose en el alma de un hombre hasta deprimir y entristecer su corazón de tal forma que ya no le interesen casi las bondades de la vida —ni siquiera la vida en sí—, tanto como alcanzar sencillamente la paz».
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*** Al cansancio físico y mental, Conrad parece oponer la confianza, la fe, y la voluntad ciega de salir con vida. «Un nuevo día», dice MacWhirr para sí mismo cuando, en medio de la tormenta, ve el reloj de su cabina marcando la una y media de la mañana. «No me gustaría que se perdiera este barco»; «puede salvarse todavía», se dice el capitán en plena soledad como si fuese alguien más quien pronunciara esas palabras, mientras aguarda lo que según los libros será la peor parte del tornado. «Tenemos que confiar en que este barco es capaz de atravesar un tifón y salir por el otro lado», le dice a Jukes, a quien, ante la posibilidad de quedar al mando del barco, le aconseja: «No se arredre por nada […] Mantenga siempre la proa contra el viento. La proa al viento, la proa al viento es la única posibilidad de salir con vida. Digan lo que digan, las olas más grandes siempre vienen de la dirección del viento […] Y nunca pierda la cabeza». Si alguna posibilidad hay de salir del tifón es, pues, manteniendo la cabeza en su lugar, aunque la corriente sea tan fuerte que parezca arrancárnosla en cualquier momento. Y mantener la proa al viento. Para enfrentarlo, para afrontar las gigantescas olas que a veces se nos vienen encima. *** La ficha explicativa del museo señalaba que la obra de Alÿs, realizada en las planicies de Milpa Alta, era una alegoría del tornado político y social por el que atraviesa México, un país en donde predominan la corrupción, la desigualdad, la pobreza y la violencia en sus distintas manifestaciones. Es el tornado en el que muchos han sido golpeados, asesinados, desaparecidos, estafados, vejados desde hace tiempo, y del cual pareciera que no podemos o no queremos salir. Además de natural y mental, pues, el torbellino es también colectivo.
Conrad parece decirnos lo mismo. Al tifón de la naturaleza le corresponde el que se activa en las mentes de MacWhirr o Jukes, pero también el de los coolies, los trabajadores chinos explotados en las minas de las colonias inglesas que, tras varios años de labor, eran transportados de regreso a su país en el Nan-shan. Hacinados en el entrepuente, al estilo de los barcos negreros, el tifón produjo en ellos una lucha a muerte por recuperar sus escasas pertenencias, monedas sobre todo, que se habían regado por el compartimento como efecto de los bruscos movimientos del barco, generando un tremendo caos, similar al ocurrido en cubierta. La solución de MacWhirr, que algo nos dice sobre los tifones sociales que vivimos en la actualidad, fue confiscar todo el dinero regado y repartirlo en partes iguales entre los trabajadores. «Ya que todos los chinos habían estado en el mismo lugar y trabajado las mismas horas, parecía razonable distribuir entre ellos la misma suma». Una decisión salomónica, en beneficio de todos. *** En cuanto a mí, estoy aprendiendo a leer las señales de los tornados que se aproximan. Si mi barómetro baja o sube, si el oleaje de mis aguas mentales se vuelve cada vez más intenso, si el viento comienza a levantar el polvo acumulado en los hechos de mi historia personal, si mi animal interior grita y exige cada vez más y de distintas maneras, debo actuar. No huir, como el perro en la obra de Alÿs. Simplemente darle la vuelta a la situación, aunque implique recorrer un camino más largo. Siempre hay indicios, el problema es que uno pueda o quiera verlos. Pero si aun alerta el tifón se desata de manera repentina, procuraré seguir los consejos de MacWhirr. La popa al viento. Y, lo más importante, no perder la cabeza. •
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¡Ven rápido que se acaban! Stand i-11, entre Novelistas y Poetas
#UdeGedita
Universidad de Guadalajara
La lagartija ártica Etgar Keret
H
Si Baker supiera que modifiqué mi testamento, reptaría hacia mi sleeping bag hoy por la noche y me rebanaría la garganta, juro que lo haría. Prácticamente puedo escuchar los estertores de alegría de ese pedazo de mierda. Pero se lo merece. Ese hombre se destrozó la espina dorsal por mí. Podría haber dudado, como cualquier otro soldado hubiera hecho.
oy modifiqué mi testamento. Algo que pensé que jamás haría. Me uní a la unidad 14+ el día después del famoso discurso «Alamo, siglo 21» del presidente Trump. Pero, con todo respeto para mi país y mi bandera, en realidad lo hice por Summer. Ella siempre estuvo ahí para mí: amiga, hermana mayor, guardaespaldas, madre. Para ambos era muy claro que si algo malo me llegase a pasar en el frente, todo aquello que yo lograra reunir y ahorrar durante mi servicio, sería suyo. Pero esta mañana, de vuelta hacia la base desde el hospital, modifiqué mi testamento. Y si el día de mañana me topo con un ied1 en un callejón de Kiev, o me cruzo en la mira de un francotirador en los suburbios de Minsk, todo irá a parar al sargento Baker. Summer no lo va a entender, eso lo sé. Después de todo, me alisté en el ejército por ella, por nosotros. Y ese Baker, es un verdadero imbécil. El tipo me hizo cosas durante el entrenamiento básico por las que deberían golpearlo. Quizá incluso meterlo preso. Pero después de aquella noche en la balsa en el Mar Báltico, no puedo simplemente seguir como si nada hubiera pasado. El nuevo testamento fue la única forma que se me ocurrió de hacerle saber a ese cabrón cuánto aprecio lo que hizo por mí. Puedo imaginarlo sentado en su silla de ruedas motorizada en casa de sus padres en Cleveland, viendo porno por internet, cuando de pronto recibe el e-mail: Sargento Baker, tenemos buenas y malas noticias. Para ser honestos, las malas noticias no son tan malas —sólo es otro tonto soldado raso que sirvió bajo su guardia (¿recuerda aquellos días? ¿Cuándo aún podía usar su pie para patear el trasero de cualquiera que le tocara las narices?) que le entregó su equipo al gran superintendente en el cielo… Pero la buena noticia —agárrese bien, amigo mío, porque es realmente buena— es que usted aparece en su testamento y ahora es el dueño de 29 personajes Maestros muy raros y 48 huevos suerte. ¡29 Maestros! Incluida una lagartija ártica armada de una edición limitada de la serie exclusiva para Marines. Sólo alguien que estuvo en Bangkok el día de la Revolución Silenciosa pudo haber capturado ese espécimen. Sólo existen seis de ellas en todo el puto universo. ¡Y ahora una de esas seis le pertenece a usted!.
Puedo verlo haciendo el moonwalk con su silla de ruedas, gritando como un demente. Conozco soldados que pasaron diez años de sus vidas en los culos del mundo más peligrosos, que cambiarían felizmente su estupenda colección por esa chingada lagartija. La he usado en 142 batallas frente-a-frente desde que me la gané, y he ganado todas y cada una de ellas. Si Baker supiera que modifiqué mi testamento, reptaría hacia mi sleeping bag hoy por la noche y me rebanaría la garganta, juro que lo haría. Prácticamente puedo escuchar los estertores de alegría de ese pedazo de mierda. Pero se lo merece. Ese hombre se destrozó la espina dorsal por mí. Podría haber dudado, como cualquier otro soldado hubiera hecho. Habría bastado con que titubeara un solo segundo y entonces hubiera estado disparando el tiro de honor en mi funeral. Pero no lo hizo. Unos minutos después de haber enviado el nuevo testamento al hq2, mi teléfono se enciende con un mensaje nuevo de Summer. Mi primera reacción es de pánico: tuvo que haberse enterado. Alguien del jag3 tuvo que haberla informado. Después de todo, sus datos también están en el testamento. Todo el dinero y los demás beneficios aún son para ella. ¿Será que cuando un soldado cambia su testamento, le avisan automáticamente a los beneficiarios? Miro fijamente a la pantalla, petrificado. He pasado algunos sustos que te cagas este último año: cuando nuestro jeep se encendió cual estrella fugaz en Lima, o en la costa de los francotiradores en Phuket cuando Timmy Culo-Duro chorreó sus sesos sobre mi chamarra camuflada, y en aquella aldea cerca de Ankara cuando los rebeldes nos dejaron escondido un «dulcecito» y Jemma y Damian volaron como una hoguera. Pero todo eso no es nada comparado con lo asustado que estoy de abrir el e-mail de Summer. Porque si se ha enterado del testamento, entonces no tengo ningún motivo para volver a San Diego. No habrá lugar en el mundo que me represente volver a casa. Fue un error enviar ese nuevo testamento. Podría haberlo cambiado a mano, dárselo a cualquier tipo de la unidad y pedirle que lo entregara al hq sólo en caso de que algo me sucediera, en lugar de subirlo a su servidor y arriesgarme a que fuera enviado al resto del mundo.
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Abro el e-mail de la misma forma en que se le da la vuelta al cuerpo de un terrorista que puede estar colmado de explosivos: lenta y cuidadosamente. Mis manos están tan sudadas que el touch screen no responde, pero después de que las seco contra mi pantalón, finalmente logro abrir el mensaje. Summer dice que no ha sabido nada de mí en varios días y que está preocupada. Así que comienzo a escribir de vuelta contándole de la lesión, de cómo mi Sargento me salvó la vida, de cómo me siento en deuda con él y tengo que pagarle. Y acerca de cómo aunque está viejo, casi 20 años, está casi más obsesionado con Destromon Go de lo que estamos nosotros. Pero a la mitad me detengo, borro todo y envío un mensaje diferente en vez, uno más breve: «Todo está bien. Estaba un poco ocupado.» Firmo con tres emojis de corazones palpitantes y uno con un dedo atravesando un par de labios, como si fuera un gran secreto. Y luego añado: «Te lo contaré todo cuando vuelva.» Pero ella nunca lo entenderá. No estuvo ahí. Montaron el 14+ exactamente un año después de que Trump fuera elegido para su tercer mandato. Estados Unidos aún se estaba lamiendo las heridas causadas por la guerra contra México. Si somos honestos, nadie podría decir que imaginó lo dura que sería. Nuestros drones los lapidaron desde el aire en las líneas de combate, pero no hubo mucho que pudiéramos hacer contra los ataques terroristas en los centros comerciales. El país entero se transformó en un campo de batalla. Los jihadistas y esos rusos mierderos se aliaron en nuestra contra y comenzaron a contrabandear armas a los mexicanos como si no hubiera mañana. El Gobierno Federal decretó la Ley Marcial. Primero se inició un reclutamiento, y después, cuando las cosas se pusieron realmente peliagudas, anunciaron la creación de la nueva unidad y la nombraron 14+. En teoría tenías que contar con un permiso parental para ofrecer tus servicios, pero después del gran ataque navideño en San Diego, Summer y yo quedamos a nuestra suerte. Es decir, teníamos un custodio asignado por el Estado y todo eso, pero la decisión recaía totalmente en nosotros. Al principio Summer no quería ni oír hablar de ello, pero había propaganda en línea circulando de manera constante. A los soldados de la unidad 14+ les pagaban salarios reales, cinco veces más que lo que Summer ganaba en McDonald’s. Pero eso no fue lo que inclinó la balanza. No, lo que realmente me condujo al centro de inducción fue la serie especial para coleccionistas que mostraron en los anuncios. Destromon Go edición limitada, caracteres Maestros con mega cps4 que sólo aparecían en las zonas de guerra. El ejército estadounidense los subió en 48 horas y la única forma de conseguirlos era siendo uno de los combatientes en el campo, lo que significa ser un Marine
Montaron el 14+ exactamente un año después de que Trump fuera elegido para su tercer mandato. Estados Unidos aún se estaba lamiendo las heridas causadas por la guerra contra México. Si somos honestos, nadie podría decir que imaginó lo dura que sería. Nuestros drones los lapidaron desde el aire en las líneas de combate, pero no hubo mucho que pudiéramos hacer contra los ataques terroristas en los centros comerciales. El país entero se transformó en un campo de batalla.
o un luchador ruso o cualquier otro hijo de puta que nos estuviera combatiendo ahí afuera. Le dije a Summer: me voy a alistar durante un año, enviaré dinero a casa cada mes, y cuando vuelva tendremos la mejor colección de toda la ciudad, tal vez la mejor de todo el puto estado. Y tenía razón, tenía tanta razón. Seis Maestros muy raros de tres continentes distintos. ¡Seis! Antes de ser reclutado, el único lugar en el que vi Maestros con mega-CP fue en YouTube. Y ahora, si puedo permanecer vivo durante diez semanas más, se los llevaré de regreso a Summer y seré el rey. Pero si muero, todo será de Baker. Aunque el muy hijo de puta se lo merece, hay que reconocerlo. De regreso en la base, los muchachos de la unidad parecían felices de verme. El Marine Cachorro me abraza y solloza. Su id dice «Robby Ramírez», pero todo el mundo lo llama el Marine Cachorro. Su id también dice que tiene catorce y medio, pero que me parta un rayo si no tiene doce y cachito. Ese pequeño renacuajo apenas me llega al pecho, y en la ducha puedes ver que no tiene pelo en el cuerpo, ni siquiera en las axilas o en los huevos. Suavecito como nalga de bebé. El Cachorro estuvo ahí aquella noche en la que Baker saltó entre donde estaba yo y esos chechenos, y me ayudó a transportar lo que quedaba del sargento de regreso a la embarcación después. Los doctores me evacuaron a mí también, pero ya en el hospital que está en el campo de batalla se dieron cuenta de que no estaba ni de cerca tan mal como parecía. Sólo una munición en las tripas. «¡Feliz de verlo en pie, colega!», dijo el Cachorro, tratando de contener las lágrimas. Después de la cena, él y yo sostuvimos una pequeña batalla de Destromon Go, lo que supuso la victoria 143 para mi lagartija ártica. «¿Has escuchado algo del sargento?», me preguntó después, mientras nos congelamos el cerebro con raspados de color rojo sacados de la comisaría. «El HQ nos puso al tanto de tu condición, pero no hemos oído ni una palabra de Baker». Le cuento todo lo que sucedió en el hospital. Acerca de cómo los doctores estuvieron a punto de perderlo, de cómo no podrá volver a caminar jamás. Todo esto es demasiado para el Cachorro, y saca su celular y comienza a mostrarme su colección. «¿Conoces éste?», y señala a un Destromon Go que parece como un mazo gigante: «Lo encontré en la balsa la noche en la que tú y Baker fueron heridos. Tal vez no sea un Maestro pero tiene una técnica especial de golpeo. La próxima vez que peleemos, te lo voy a mandar y le va a romper la madre a tu chingada lagartija hasta dejarla como un pollo rostizado.» Un anuncio en los altoparlantes nos ordena que nos equipemos y reportemos para una misión con nuestras armas. En el camino, trato de averiguar con el nuevo sargento del pelotón hacia dónde nos llevan esta vez, pero me responde con un silencio más contundente que el de un cadáver. Tenemos tantos enemigos en el mundo que podría ser a cualquier sitio.
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Catorce horas después estamos demoliendo una base de al-Qaeda en el Sinaí. Borramos del mapa a Jamil «Nueve Vidas» al-Mabhouh, el legendario segundo de a bordo de al-Qaeda y me anotan a mí su eliminación. En el parte que nos brindan al terminar, el Comandante de la compañía se me abalanza como una niña pequeña, diciéndole a todo el mundo cómo volví de una lesión para volver directamente al infierno, y cómo cuando me encontré a unos cuantos centímetros de Nueve Vidas, con el arma trabada, no perdí el control y le reventé el cráneo con la culata de mi rifle. Me saluda frente a todo el pelotón y me asegura que se encargará personalmente de que me den una medalla en el Congreso. Todos están firmes y atentos, y el Comandante le dice a todo el mundo que me vitoreen y todos gritan como una runfla de lunáticos. Pero en cuanto se va, todo el mundo corre hacia el Engreído Sammy. De todos los combatientes en la unidad, él fue quien encontró un camello de fuego en el Sinaí el día de ayer, un personaje épico —quizá el más fuerte en la historia del juego. Con su famoso ataque infernal y su defensa de joroba, el camello de Sammy podría freír a mi lagartija ártica en dos segundos. Llenamos cubetas de agua helada y le echamos arena a Sammy, como siempre lo hacemos cuando alguien del 14+ se apaña un personaje raro, y Sammy, todo cubierto con lodo, empieza a balbucear y a agradecernos. Hace seis meses estaba escribiendo reportes de lectura de Tom Sawyer y Huck Finn en alguna polvorienta secundaria en Tuscaloosa. Si alguien le hubiera dicho
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entonces que algún día tendría un camello de fuego en su colección, se habría partido de la risa. De noche en mi tienda, recibo un Instagram de Summer. La foto muestra un número 10 gigante hecho con puras M&M sobre su panza. Cada domingo me envía el número de semanas que me faltan para terminar, escrito con cosas como: figuritas de Star Wars, panditas, esos pequeños sobres de cátsup. En vez de dormir, pienso en ella y en Baker. Trato de imaginar la forma en la que cada uno de ellos sonreiría si resulta ganador, en lugar de imaginar la cara del otro, la del que se tenga que joder. Diez semanas hasta que pueda hacer feliz a una persona. Diez semanas máximo, tal vez menos. • Traducción de Diego Rabasa 1 ied: Improvised Explosive Device (Dispositivo explosivo improvisado). (N. del T.) 2 hq: Headquarters (cuartel general). (N. del T.) 3 jag: Judge Advocate General: departamento legal del ejército de los Estados Unidos. (N. del T.) 4 cp: Combat Power (poder de combate). (N. del T.)
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textos sobre la obra
de abraham cruzvillegas Eduardo Abaroa Enna Bae Andrew Berardini Kasha Bittner Alejandra Carrillo Doryun Chong Niamh Coghlan Alexandre Constanzo Eréndira Cruzvillegas Jesús Cruzvillegas Jimmie Durham Patricia Falguières Anselm Franke Angelita Fuentes Verónica Gerber Mark Godfrey Sergio González Rodríguez Robin Adèle Greeley Aline Hernández Ryan Inouye
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editado por la secretaría de cultura presentación de libro salón juan josé arreola feria internacional del libro de guadalajara 2016 sábado 26 de noviembre, 6 pm
presentado por: abraham cruzvillegas, jaime soler y luciano concheiro
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El Señor Cerdo
U
no de los más secretos anhelos del Señor Cerdo consiste en dar cauce a sus inmensas capacidades artísticas, entre otras expresiones, mediante la publicación de un libro que capture lo más profundo de su esencia. Si bien el Señor Cerdo ha realizado exhaustivos análisis de rentabilidad, mismos que lo han conducido a concluir que la tasa de retorno por hora invertida en el proceso creativo es incluso inferior a la que muestran profesiones tan rentables como la de maestro de cello o paseador de perros, el Señor Cerdo califica de inmoral privar al mundo de su sabiduría encapsulada en esos curiosos objetos rectangulares de papel. Al mismo tiempo, los estudios de mercado le han enseñado que existen múltiples casos de mentes sagaces que han sabido potenciar su branding a través de la publicación de un libro. Se trata, pues, de una winwin situation donde el Señor Cerdo será magnánimo con sus seguidores, a la vez que incrementa el net worth de su persona mediante este artilugio publicitario. Así que el Señor Cerdo ha decidido acudir a la fil de Guadalajara para cerrar un trato con algún editor visionario que sepa reconocer su talento, incluso si hasta la fecha no ha escrito ni media palabra de su futura obra maestra. Tras haber contratado informantes para comunicarle cuáles son los códigos que mueven al entorno literario, el Señor Cerdo ha podido concluir que en realidad el trabajo decisivo ocurre previo a ese trámite un tanto molesto consistente en escribir el libro. Apoyándose en sus asesores de merchandising, el Señor Cerdo ha trazado una rigurosa agenda
de restaurantes, bares y las fiestas más exclusivas de la fil, donde se dejará ver rozagante, con aire misterioso, hablando siempre con quien tenga la fortuna de escucharlo sobre sus recientes experiencias locas o agudas interpretaciones sobre la realidad, desplegando en cada frase la mezcla justa de ingenio, mordacidad, sarcasmo y falsa erudición que, según le han comentado sus mercadólogos al Señor Cerdo, distingue a algunos de los más prominentes miembros del gremio literario. Para complementar el impacto, el Señor Cerdo ha mandado hacer unas tarjetas de presentación que por un costado muestran sus datos de contacto, mientras que por el otro exhiben una foto suya con medio rostro bañado por un rayo de luz, al tiempo que el Señor Cerdo mira con aire melancólico hacia la ventana, transmitiendo el desgarro de su alma al contemplar sin cesar lo endeble de la condición humana. Por último, el Señor Cerdo ha invertido una importante cantidad de dinero para realizar una especie de product placement de sí mismo, para asegurarse de que escritores afamados lo saluden con un efusivo abrazo en las fiestas adecuadas. Con esta versátil estrategia conjunta, el Señor Cerdo está convencido de que volverá de la fil con un jugoso contrato bajo el brazo para, una vez reciba el anticipo correspondiente, poner a sufrir a sus futuros editores con desplantes e insolencias, comunicándoles de la manera más grosera posible que su arte no puede ser sometido a sus imperativos de mercachifles, y que sólo él sabrá cuándo está lista su obra maestra, aquella con la que el mundo al fin se rendirá a sus pies, como lleva aguardando a que suceda todos estos años. •
Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo
A
hora que un patrón ha obtenido acceso al cargo de hombre más poderoso del planeta, es tiempo de que conjuntamente como estirpe los patrones se despojen de las máscaras de la compasión y la corrección política, y puedan —por fin— actuar y nombrar a las cosas por sus nombres respectivos. Hasta este momento, ciertas trabas más propias de un internado de señoritas han impedido que los patrones pongan en práctica las medidas verdaderamente necesarias para que no haya más ley que la de los beneficios, pero en este momento de triunfo se han abierto insospechadas posibilidades que en definitiva conducirán a las empresas hacia su anhelada época gloriosa, que hará que los patrones del pasado parezcan unos meros acólitos del colectivismo, frente a lo descarnado de la ofensiva que está por venir. Es conveniente copiar hasta en el más mínimo detalle las ideas y prácticas que condujeron a encumbrar al Patrón Supremo, para que idealmente se incremente el número de patrones que accedan a puestos gubernamentales por la vía de las urnas, pues de ese modo no sólo formalmente gobernará la casta patronal sino que, quizá más crucialmente, los ciudadanos continuarán siendo inoculados con los principios corporativos que habrán de proveer las necesarias estructuras psicológicas y sociales para configurar las sociedades del futuro a la manera de una gigantesca corporación. Es entonces de capital importancia comprender como el Patrón Supremo que en estos tiempos la imagen lo es todo, y seguir sus pasos hacia procurar convertir la vida en la empresa —y la vida en general— en un continuo reality show. Para ello, deberás incluir
en los contratos con tus empleados una cláusula que los obligue a instalar en sus smartphones una app que los convierta en cámaras, bajo pena de despido fulminante si la apagaran incluso para ir al baño o entregarse con sus cónyuges a los placeres carnales. Asimismo, deberás instalar un ritual periódico conocido como «La hora del despido», de preferencia en fin de semana para no afectar la productividad en días laborales. Mediante una votación anónima en un sitio web de la empresa específicamente creado para estos propósitos, los empleados deberán votar cada mes para determinar a quién de sus compañeros les gustaría ver despedido, y el resultado se conocerá en vivo, con todos conectados a la red, para poder registrar cada detalle de la reacción de desconsuelo del afortunado ganador. Al principio, mientras la costumbre consigue enraizarse, puedes hacer un poco de trampa y manipular el sistema, de modo que el despedido sea un padre de familia en una situación precaria, con lo cual el dramatismo de ser echado a la calle conseguirá incrementar los ratings del periódico ritual catártico. Estas son simplemente unas cuantas posibilidades que se abrirán en la era que se avecina, que promete con pitorrearse de la risa en la cara de las más sombrías novelas futuristas, que ni en sus más oscuras pesadillas imaginaron que el miembro más simbólico de la casta patronal llegara a ser elegido para dirigir a la empresa multinacional más poderosa del planeta entero. •
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Amistad Simone Weil
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xiste un amor puro, personal y humano, que contiene un presentimiento y un reflejo del amor divino. Es la amistad, pero a condición de emplear esa palabra en un sentido riguroso. Sentir una preferencia por un ser humano en particular es, necesariamente, algo distinto a la caridad. La caridad es indiscriminada. Si sólo se encuentra en un lugar determinado es debido al azar de la desdicha, que suscita un intercambio entre la compasión y la gratitud. Está disponible por igual para todos los seres humanos, puesto que la desdicha puede proponer a todos ese intercambio. La preferencia personal por un ser humano en particular puede tener dos naturalezas. O buscamos en el otro un bien, o buscamos al otro porque lo necesitamos. De forma general, todo tipo de apego posible se reparte entre esas dos especies. Nos acercamos a algo porque buscamos ahí un bien, o porque no podemos vivir sin ello. A veces, ambos móviles coinciden. Pero casi nunca ocurre eso. Son distintos en sí mismos, y completamente independientes. Nos alimentamos de comida repugnante porque no nos queda más remedio, o tan sólo porque no tenemos de otra. Un hombre moderadamente goloso busca los buenos alimentos, pero fácilmente puede vivir sin ellos. Si nos falta el aire, nos ahogamos; luchamos hasta encontrarlo, no porque esperemos un bien, sino porque lo necesitamos. Respiramos el viento del mar sin ser empujados por ninguna necesidad, lo hacemos sólo porque nos gusta. Muchas veces el curso del tiempo hace que el segundo móvil se imponga sobre el primero. Ese es uno de los grandes dolores humanos. Un hombre fuma opio para tener acceso a un estado especial que cree superior; después, en muchas ocasiones, el opio lo lleva a un estado lamentable y degradante; pero ya no puede vivir sin él. Arnolphe compró a Agnès a su madre adoptiva porque le pareció que sería un bien tener en casa a una niña de la que haría, poco a poco, una buena esposa. Más tarde, ella sólo le causaría un dolor atroz y humillante. Pero con el tiempo su apego a ella se convirtió en un vínculo vital que lo llevó a pronunciar el terrible verso: «Sin embargo, siento que debo morir allí dentro…». Harpagon consideró el oro como un bien. Tiempo después, ya no era sólo el objeto de una obsesión recurrente, sino un objeto cuya privación le provocaría la muerte. Como dice Platón, existe una gran diferencia entre la esencia de lo necesario y la esencia del bien. No existe ninguna contradicción entre buscar un bien en una persona, y desear el bien a esa persona. Por esta misma razón, cuando el móvil que nos empuja hacia un ser humano es únicamente la búsqueda del bien para uno mismo, no existen las condiciones para que se realice la amistad. La amistad es una armonía sobrenatural, la unión de los contrarios. Cuando un ser humano nos es necesario en cierto grado, no podemos querer su bien, a menos que dejemos de querer el nuestro propio. Donde existe la necesidad, existe la coacción y la dominación. Nos regimos bajo la voluntad de aquello que necesitamos, excepto si nosotros somos los propietarios. El bien más importante para todo
ser humano es la libre disposición de uno mismo. O renunciamos a esa libertad —pero eso es un crimen de idolatría, pues sólo podemos renunciar a ella en favor de Dios—, o deseamos que el ser cuya presencia necesitamos sea privado de su propia libertad. Hay toda suerte de mecanismos que pueden crear vínculos de afección que tienen la dureza del hierro de la necesidad. El amor maternal tiene, casi siempre, esa naturaleza; a veces el amor paternal, como en El padre Goriot de Balzac; el amor carnal en su forma más intensa, como en La escuela de las mujeres y en Fedra; el amor conyugal, de forma muy frecuente, sobre todo a causa de la costumbre; de forma mucho más rara, el amor filial o fraternal. Existen diferentes grados de necesidad. Es necesario en cierto grado todo aquello cuya pérdida causa realmente una disminución de la energía vital, en el sentido más preciso, más riguroso que esa palabra puede tener si el estudio de los fenómenos vitales estuviese tan avanzado como el estudio de la gravedad. En el grado más extremo de la necesidad, la privación conlleva la muerte. Eso ocurre cuando toda la energía vital de un ser está ligada a otro a través de un apego. En niveles menores, la privación conlleva una disminución más o menos considerable. Es así como la privación total de alimento implica la muerte, pero la privación parcial sólo implica un debilitamiento. Sin embargo, consideramos necesaria toda comida, sea cual sea la cantidad, pues sin ella el ser humano se debilita. La causa más frecuente de la necesidad en los vínculos de afección es una cierta combinación de simpatía y de costumbre. Como en la avaricia o en la intoxicación, lo que fue búsqueda de un bien se convierte en necesidad, debido al simple curso del tiempo. Pero la diferencia con la avaricia, la intoxicación y todos sus vicios, es que los dos móviles, en los vínculos de afección, es decir, la búsqueda de un bien y la necesidad, pueden perfectamente coexistir. También pueden estar separados. Cuando el apego a otro ser humano sólo se debe a la necesidad, es algo atroz. Pocas cosas en el mundo pueden alcanzar ese nivel de fealdad y de horror. Siempre, en todas las circunstancias en las que un ser humano busca el bien y encuentra sólo la necesidad, encontramos algo horrible. Los cuentos en los que un ser amado aparece de pronto con una cabeza de muerto son la
La amistad se ve mancillada en el momento en que la necesidad se impone, aunque sea por un instante, sobre el deseo de conservar la libertad. En todas las cuestiones humanas la necesidad es el principio de la impureza. Toda amistad es impura si en ella existe, aunque sólo sea como un residuo, el deseo de gustar, o el deseo inverso.
mejor imagen. El alma humana posee, es verdad, todo un arsenal de mentiras para protegerse contra esa fealdad, y fabricarse así, en la imaginación, falsos bienes donde sólo hay necesidad. Por eso, la fealdad es un mal, porque nos obliga a mentir. Siempre hay desdicha cuando la necesidad, bajo cualquiera de sus formas, se hace sentir tan fuerte que su dureza sobrepasa la capacidad de mentir de quien recibe el golpe. Por eso, los seres más puros son los más expuestos a la desdicha. Para quien es capaz de impedir la reacción automática de protección que tiende a aumentar en el alma la capacidad de mentir, la desdicha no es un mal, aunque siempre sea una herida y, de cierta forma, una degradación. Cuando el apego por otro ser humano implica un vínculo de afección en el que existe cierto grado de necesidad, desear que el otro y uno mismo conserven cierto grado de autonomía es imposible. Imposible en virtud del mecanismo mismo de la naturaleza. Pero posible gracias a la intervención milagrosa de lo sobrenatural. Ese milagro es la amistad.
«La amistad es una igualdad hecha de armonía», decían los pitagóricos. Existe la armonía porque existe la unidad sobrenatural entre dos opuestos, la necesidad y la libertad, esos dos contrarios que Dios creó al combinar el mundo y los seres humanos. Existe la igualdad porque se desea la conservación de la libertad en uno mismo y en el otro. Cuando alguien desea subordinar a un ser humano o acepta subordinarse a él, no hay rastro de amistad. El Pílades de Racine no es amigo de Orestes. No existe amistad en la desigualdad. Es esencial que exista cierta reciprocidad en la amistad. Si en uno de los dos está ausente toda benevolencia, el otro debe suprimir en sí toda afección, por respeto a la libertad del otro, que no debe desear modificar. Si en uno de los dos no existe respeto por la autonomía del otro, éste debe cortar todo vínculo por respeto a su propia libertad. Asimismo, quien acepta ser servil, no puede obtener ningún tipo de amistad. Si la necesidad, oculta en el vínculo de afección, existe sólo en una de las partes, entonces la amistad existe sólo para uno de ellos, si tomamos la palabra en su sentido más preciso y riguroso. La amistad se ve mancillada en el momento en que la necesidad se impone, aunque sea por un instante, sobre el deseo de conservar la libertad. En todas las cuestiones humanas la necesidad es el principio de la impureza. Toda amistad es impura si en ella existe, aunque sólo sea como un residuo, el deseo de gustar, o el deseo inverso. En una amistad perfecta ninguno de esos dos deseos existe. Los dos amigos aceptan completamente ser dos seres, y no uno, y respetan la distancia
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Cuando el Cristo dijo a sus discípulos: «Amaos los unos a los otros», no les prescribía el apego. Puesto que entre ellos ya existían vínculos debido a sus ideas comunes, a la vida en comunidad, a la costumbre, les pedía transformar esos vínculos en amistad, para así impedir que se transformaran en apegos impuros o en odio.
que existe entre ellos por el sólo hecho de ser dos criaturas distintas. El ser humano únicamente tiene el derecho de desear ser uno sólo con Dios. La amistad es el milagro a través del cual un ser humano acepta observar de lejos, y sin acercarse, al otro ser cuya existencia le es tan necesaria como un alimento. Es la fuerza en el alma que Eva no tuvo; y, sin embargo, ella no tenía necesidad del fruto. Si hubiera tenido hambre al momento de mirar el fruto y, si a pesar de ello, se hubiera quedado observándolo, infinitamente, sin acercarse a él, habría acometido un milagro análogo al de la amistad perfecta. Gracias a la virtud sobrenatural del respeto por la autonomía humana, la amistad es muy semejante a las formas puras de la compasión y de la gratitud suscitadas por la desdicha. En ambos casos, los contrarios, que conducen a la armonía, son la necesidad y la libertad o, aun, la subordinación y la igualdad. Ambas parejas de contrarios son equivalentes. Debido a que el deseo de gustar y el deseo de disgustar están ausentes en la amistad pura, hay en ella, al mismo tiempo que afección, algo semejante a una completa indiferencia. Aunque sea un vínculo entre dos personas, en ella hay algo impersonal. No impide la imparcialidad. No impide, de ninguna forma, imitar la perfección del Padre celeste que distribuye, por doquier, la luz del sol y la lluvia. Por el contrario, la amistad y la imitación del Padre, son la condición mutua para que una y otra se cumplan, casi siempre. Dado que todo ser humano —o casi todo— está ligado a otros seres a través de vínculos de afección que implican cierto grado de necesidad, entonces sólo puede acercarse a la perfección si transforma esa afección en amistad. La amistad tiene algo de universal. Consiste en amar a un ser humano de la misma forma en que quisiéramos amar a cada uno de los seres que componen la especie humana. Como un geómetra que observa una figura particular para deducir las propiedades universales del triángulo, aquel que sabe amar entrega a un ser humano en particular
un amor universal. Consentir que el otro y uno mismo conserven la autonomía es, por esencia, algo universal. Cuando se desea esa autonomía en más de un ser, entonces se desea en todos los seres; eso ocurre porque dejamos de colocar el orden del mundo alrededor de un centro que está aquí, abajo. Y llevamos ese centro por encima de los cielos. La amistad no tiene esta virtud si los dos seres que se aman, debido a un uso ilegítimo de la afección, creen ser sólo uno. No existe amistad en el sentido más estricto de la palabra. Es sólo, por así decirlo, una unión adúltera, aun si se produce entre esposos. Sólo existe la amistad ahí donde la distancia se conserva y se respeta. El simple hecho de sentir placer al pensar de la misma forma que el ser amado, o desear tal concordancia de opiniones, es una forma de herir la pureza de la amistad y la probidad intelectual. Eso es muy frecuente. Es muy rara la amistad pura. Cuando los vínculos de afección y de necesidad entre seres humanos no se transforman de forma sobrenatural en amistad, no solamente la afección es impura y baja, sino que también se mezcla con odio y repulsión. Eso se ve muy en La escuela de las mujeres y en Fedra. El mecanismo es el mismo en todas las afecciones, aun en aquellas que no implican el amor carnal. Es fácil de comprender. Odiamos aquello de lo que dependemos. Nos disgusta todo aquello que depende de nosotros. A veces la afección no simplemente se debilita, sino que se transforma por completo en odio y en asco. A veces la transformación es casi inmediata, de manera que casi ninguna afección tiene el tiempo de aparecer; es lo que ocurre cuando la necesidad es inmediatamente visible. Cuando la necesidad que vincula a los seres humanos no tiene por origen la afección, cuando ocurre sólo debido a las circunstancias, la hostilidad surge casi siempre desde el inicio. Cuando el Cristo dijo a sus discípulos: «Amaos los unos a los otros», no les prescribía el apego. Puesto que entre ellos ya existían vínculos debido a sus ideas comunes, a la vida en comunidad, a la costumbre, les pedía transformar esos vínculos en amistad, para así impedir que se transformaran en apegos impuros o en odio. Porque el Cristo agregó poco antes de su muerte este nuevo mandamiento a los mandamientos del amor al prójimo y del amor a Dios, podemos pensar que la amistad pura, así como la caridad al prójimo, llevan en sí algo como un sacramento. Quizá fue eso lo que el Cristo quiso indicar con respecto a la amistad cristiana cuando dijo: «Cuando dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy en medio de ellos». La amistad pura es la imagen de la amistad original y perfecta, es decir, la Trinidad, que es la esencia misma de Dios. Es imposible que dos seres humanos sean uno, y respeten escrupulosamente la distancia que los separa, si Dios no está presente en cada uno de ellos. El punto de encuentro de las líneas paralelas está en el infinito. • Traducción de Ernesto Kavi
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Portadores del
desastre Cuando el desastre sobreviene, no viene. El desastre es su inminencia pero, dado que el futuro, tal y como lo concebimos en el orden del tiempo vivido, pertenece al desastre, el desastre ya lo ha retirado o disuadido siempre, no hay porvenir para el desastre, de la misma manera que no hay tiempo ni espacio en el que este se cumpla. Maurice Blanchot, La escritura del desastre
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l triunfo de Donald Trump en las elecciones estadounidenses vino a cerrar la trifecta de calamidades decididas por votación popular en este año en el que ni el más paranoide de los comentaristas de la realidad habría vaticinado tantos infortunios sucesivos. Y es que, salvando todas las particularidades específicas de cada caso, tanto el Brexit como el rechazo a los acuerdos de paz en Colombia como la elección presidencial en Estados Unidos transitaron más o menos por el mismo ciclo: certeza de la victoria de la alternativa que la mayoría de la gente con tendencias progresistas apoyaba, seguida de los primeros atisbos de duda frente a lo que mostraban las encuestas (esos dioses fallidos que se burlan una y otra vez de la creencia ciega de sus feligreses), creciente temor ante un posible resultado adverso, para culminar con rabia y pánico ante lo irrefutable de lo que en un comienzo se antojaba impensable. Posteriormente, buena parte del enfurecido análisis se dedica al vilipendio de los siniestros líderes demagogos que condujeron el proceso a su destino final, así como a expresar desdén contra esa masa ignorante que se dejó engañar y que, nuevamente, nos jodió a los demás manifestándose en el sentido en el que lo hizo. Sin embargo, los eventos espeluznantes que nos arrojan hacia un futuro incierto, para el que de momento no contamos ni con algoritmos ni con hojas de Excel donde podamos modelarlo para continuar viviendo tranquilos, seguros de que nuestra cómoda existencia no se verá turbada en lo esencial, nos ofrecen por lo menos dos grandes funciones psicológicas: la primera tiene que ver con la especulación sobre las futuras consecuencias de los acontecimientos, pues es evidente que en todos los casos producirán efectos reales, muy probablemente negativos, en las vidas de millones de personas, incluso seguramente entre aquellos que apoyaron con su voto al bando victorioso. Es decir que al menos una dosis de pánico esté quizá justificada, provocando un desánimo que conduce a la parálisis, que a su
Eduardo Rabasa 43
vez hará más factible que el temido escenario se materialice. Pero las catástrofes contemporáneas desempeñan otro papel esencial, íntimo, que probablemente a un nivel agregado es por lo menos igual de importante para configurar nuestras realidades específicas que los eventos que suceden en la cúpula: al dotarnos de villanos a los que (con buena razón) podamos odiar, evitan que miremos con seriedad hacia dentro y estemos siquiera dispuestos a considerar hasta qué punto contribuimos a crear aquel estado de cosas que tanto nos abruma. Una de las ideas fundamentales de Morris Berman consiste en que los sistemas sociopolíticos representan narrativas sobre cómo queremos que transcurran nuestras vidas como sociedades. No hay nada que dicte que tengamos que organizarnos de una forma particular u otra, así que una configuración social resulta sumamente reveladora acerca de las ideas subyacentes de la comunidad como tal. Para poner un ejemplo evidente, una sociedad donde la esclavitud sea legal, evidentemente estará poblada en su mayoría por individuos que consideran adecuado que por razones de raza o estatus económico, una parte de la población pueda ser considerada como propiedad legal de otra. O una sociedad donde las mujeres no tengan derecho al voto, o a contar con un trabajo igualmente remunerado que el de hombres con capacidades equivalentes, necesariamente alberga —así sea en secreto— ideas sobre la superioridad intrínseca del género masculino sobre el femenino. En ese sentido, ¿cuáles podrían ser algunas de las principales ideas que estructuran las narrativas de nuestras sociedades contemporáneas? A manera de datos duros, está ampliamente demostrado que en Occidente la desigualdad económica se ha profundizado de manera escandalosa en las últimas décadas, pues porcentajes cada vez más minúsculos de la población acaparan porcentajes cada vez mayores de la riqueza. El salario real de la clase trabajadora ha caído en picada, y las reformas laborales han echado para atrás conquistas sindicales históricas, colocando a las personas comunes en un estado de creciente precariedad e indefensión ante las implacables decisiones que se toman siempre en pro del incremento de los beneficios corporativos. También observamos una creciente tendencia a mezclar a la política con el espectáculo y el glamour, pues no sólo es sumamente común encontrar a líderes políticos cuyas parejas provienen del mundo de la farándula, sino que las campañas políticas se asemejan a espectáculos televisados,
Después de todo, una cultura que encuentra en la competencia entre sus miembros el motor inmóvil que la conducirá hacia el crecimiento económico y el progreso, no puede sino producir una realidad en donde dichos miembros estarán dispuestos a despedazarse, con tal de conseguir acumular otro poco de lo que sea para cada cual.
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performances destinados a seducir a las audiencias no tanto por la vía de la razón sino por la de las emociones más descarnadas. Existen asimismo indicios múltiples de una creciente intolerancia racial, xenofobia, e incluso en países como México, la libertad de prensa se halla seriamente amenazada, y el periodismo se convierte no sólo en una actividad de alto riesgo, sino que por doquier se borran las fronteras que distinguen al periodismo riguroso de la difamación, la injuria y la opinión, al grado de que cada vez escuchamos más sobre uno de los conceptos que se antojan clave para comprender nuestra nueva realidad: el de la posverdad. Si a nivel macroscópico observamos un pronunciado abismo entre los principios fundamentales de la democracia de mercado (libertad, igualdad, etc.) y esta realidad estratificada y pauperizada, a nivel de las conciencias también se observan transformaciones significativas. Una de las más visibles consiste en la atomización posmoderna donde la subjetividad y la identidad personales se han convertido en las categorías fundamentales por antonomasia, y donde la corrección política ha llegado a niveles tan absurdos como para que en universidades se prohíba la enseñanza de ciertos textos clásicos para proteger a los alumnos del daño emocional que podrían ocasionarles.1 Si sumamos a estas concepciones el efecto que las redes sociales ocasionan al brindarnos la posibilidad de crear una personalidad virtual, que a menudo no guarda gran correspondencia con el ser humano sentado detrás de la pantalla, contamos con los elementos necesarios para crear una imagen grandilocuente de nosotros mismos como criaturas vulnerables, únicas, en perpetua necesidad de protección y consuelo frente a unos sentimientos desbordados ante los cuales la razón poco puede hacer. Se produce entonces una sustitución entre ese self ideal y siempre autorreferencial que creemos ser, separado del sujeto real
que funciona en el mundo, reforzando a su manera las jerarquías que forman parte integral de las catástrofes cíclicas que vivimos. Esta imagen exaltada de uno mismo desemboca en la creencia de que uno nunca forma parte del problema, y ahí es donde juega un papel capital el contar con un villano en turno contra el cual poder descargar el odio. Al situarnos por definición de este lado de la frontera de los miembros respetables de la sociedad, aquellos que consideran que si todos fueran como ellos las cosas serían sumamente distintas, introducimos una barrera radical entre nosotros y los otros, ya sean estos últimos en su vertiente más monstruosa, o en la vertiente digna de nuestra lástima por la precariedad y la ignorancia en las que están condenados a vivir.2 Una vez inoculados contra cualquier posible manifestación de la mala conciencia, entonces sí podemos participar abiertamente de lo que Orwell llamó «money and power worship», entregando nuestras vidas al elusivo anhelo de formar parte de la élite cosmopolita, educada, sensible, creativa, definida inmejorablemente por el Comité Invisible en esa demoledora radiografía política de la contemporaneidad titulada A nuestros amigos: La hiperburguesía que negocia un contrato cerca de los Campos Elíseos antes de ir a escuchar un set sobre una azotea de Río, y que luego va a reponerse de sus emociones en un after de Ibiza, es más un signo de la decadencia de un mundo en el que se trata de gozar apresuradamente, antes de que sea demasiado tarde, que una anticipación de un porvenir cualquiera.3
La hipocresía es a menudo más pronunciada en los círculos artísticos o intelectuales, poblados como están mayoritariamente por gente muy consciente de abanderar todas las causas sociales adecuadas,
incluso a menudo como parte de sus obras, libros o artículos periodísticos. Paralelamente, la misma gente a menudo despliega en privado una inmensa soberbia y arrogancia, considerándose literalmente superiores al común de los mortales, precisamente a causa de sus capacidades creativas. De ese modo, el culto al ego, la envidia y la mezquindad se convierten en las categorías de relación esenciales, que reproducen en esos círculos formalmente críticos con el poder y sus injusticias estructuras igualmente jerárquicas, verticales, esnobs, donde cada quien conoce muy bien el lugar que ocupa, y donde la vida se va, no al servicio de la obra como se afirma comúnmente, sino al servicio de la carrera como creador, siempre en pos de otro tanto de fama, de dinero y, principalmente, de reconocimiento. *** Como ha señalado con claridad un pensador tan agudo como George Monbiot, la preeminencia de las categorías vinculadas con el egoísmo y la avaricia es una consecuencia natural de la ideología neoliberal que estructura tanto nuestras sociedades como nuestras conciencias. Después de todo, una cultura que encuentra en la competencia entre sus miembros el motor inmóvil que la conducirá hacia el crecimiento económico y el progreso, no puede sino producir una realidad en donde dichos miembros estarán dispuestos a despedazarse, con tal de conseguir acumular otro poco de lo que sea para cada cual. En la misma dirección, el propio Monbiot ha señalado que Donald Trump no es ninguna anomalía sino antes lo contrario, es el epítome del hombre de nuestra época, pues enarbola a gran escala como nadie los valores a partir de los cuales se nutre la mentalidad y el comportamiento de casi todos los demás. Si acaso, la diferencia esencial en su caso es que ha prescindido de toda necesidad de autoengañarse, y con ello de engañar a los demás, pues puede admitir abiertamente y sin el menor remordimiento que para él la vida consiste en una competencia en pos de la victoria (¿qué es lo que se gana —podríamos preguntar—, el juego de la vida?), para la cual no hay que escatimar la utilización de los medios más mezquinos, viles o despreciables, con tal de conseguir alcanzar aquellas metas a las que hayamos consagrado la existencia. Así que en los descansos que nos procuremos entre los lamentos autocomplacientes y los tuits rabiosos contra el estado del mundo, quizá haríamos bien en preguntarnos en qué medida cada uno de nosotros reproduce en sus ámbitos personales los comportamientos, ideas y valores que se encuentran enraizados en lo más profundo de la
Odunacam • Por Liniers
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narrativa dominante, que en su conjunto terminan por ser —además de los execrables villanos— buena parte de la causa de que el mundo se encuentre en estos momentos al borde de la catástrofe ecológica, económica, política, social y, quizá principalmente, ética y moral en su sentido más profundo, asemejándose con escalofriante precisión al vislumbre de Leonard Cohen en «The Future», aparecida en el ya muy lejano año de 1992: Things are going to slide Slide in all directions Won’t be nothing Nothing you can measure anymore The blizzard, the blizzard of the world has crossed the threshold and it has overturned the order of the soul. •
1 «No sólo se censuran experiencias del mundo real, sino también las relativas a la ficción. Lo hemos visto en numerosas universidades de Estados Unidos. En la de Columbia, en Nueva York, aún retumba en la memoria un famoso incidente, cuando una alumna sufrió una crisis provocada por la lectura de las gráficas descripciones de violaciones contenidas en las Metamorfosis de Ovidio; como consecuencia, se ordenó a los profesores que incluyeran advertencias sobre aquellos pasajes del canon literario que pudieran herir la sensibilidad de los estudiantes», Slavoj Žižek, «Después del fin de la historia», Suplemento Babelia, El País, 29 de octubre de 2016. 2 El mejor ejemplo que conozco de esta autocomplacencia que al enunciar el horror de los demás lo anula, dando sobre todo gracias de no tener que experimentarlo, es la famosa frase de Woody Allen en Annie Hall: «Me parece que la vida se divide entre lo horrible y lo miserable. Son las dos categorías básicas. Lo horrible son, no sé, los enfermos terminales, o los ciegos, los inválidos. No sé cómo se las arreglan para seguir adelante. Me resulta sorprendente. Y los miserables somos todos los demás. Así que, ya sabes, deberías de dar las gracias de ser miserable, porque es una gran fortuna, la de ser miserable.» 3 Comité Invisible, A nuestros amigos, Pepitas de calabaza, Logroño, p. 189.
Fragmento del libro:
Che. Una vida revolucionaria. Libro 2 Jon Lee Anderson y José Hernández Sexto Piso • 2016 124 páginas
Che. Una
vida revolucionaria
Jon Lee Anderson y JosĂŠ HernĂĄndez
Psycho Killer • Por Carlos Velázquez Confundiendo mis deseos de
destrucción con el rock Tú en tu casa, nosotros en la hoguera. Extremoduro Si hay algo que me caga, me caga, me caga, es que se termine el chupe, declaró Nacho Perales, vocalista de la banda Pellejos, mientras encendía un cigarro. Pues ya nos lo chingamos todo, respondí. Pero ya traje una tella, me sonrío. Achinga, a qué horas, le contesté. Pellejos grababa Soy Cavernas, su segundo disco. Era el día de mi cumpleaños. Que me invitaran a acompañarlos era el mejor regalo que había recibido nunca. En el estudio, una casa en la colonia Roma, sólo nos encontrábamos los cuatro miembros del grupo, el productor y yo. Más tarde caería el Zorro. Nos habíamos armado con cuatro botellas de Macallan y varios gramos de cocaína. Durante uno de los recesos Nacho se las había ingeniado para salir en chinga por un pomo y regresar sin que me diera cuenta. Yo estorbaba en el pasillo que conducía a la puerta. Es imposible, pensé. A menos que este cabrón sea un nahual. Está mamando, me dije. Pero era neta. Fui a la cocina y una de White Goose nuevecita brillaba como un lingote de oro sobre el fregadero.
Gente poseída por las drogas Le pregunté a Daniel Guzmán, bajista y líder moral de la banda, si podía contar en mi texto que nos estábamos metiendo drogas. Tú escribe lo que quieras, pinche Charly, me autorizó. A Guzmán lo conocí en una peda en el Fonca. Era el tutor de medios audiovisuales. Yo becario de cuento. En San Luis armamos un paryzón en el hotel. La señora embarazada, la Diva, Guzmán, Pelo de Caramelo y yo. Levantamos un conjunto de fara fara en la Plaza de Armas y lo metimos, junto a sesenta personas, en la habitación de Pelo de Caramelo. El conjunto no dejó de tocar hasta las cinco de la mañana. La seguridad del hotel, primero, y la policía, después, trataron de reventarnos varias ocasiones, pero se la
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pelaron. Pelo de Caramelo tuvo que huir. Dejamos la habitación destruida. Se convirtió en una noche mítica. Es una leyenda urbana que se transmite de generación en generación. Ninguna de las posteriores ha conseguido superarla. Camino a la cdmx, en el autobús, Guzmán me hizo escuchar Sexo ficción, el ep de su banda. Crudo, caliente, y desesperado por un pase, lo menos que se me antojaba era escuchar a un grupo amateur. Daniel insistió en pasarme su iPhone. Soy un pendejo, lo sé. Porque nunca había escuchado hablar de Pellejos. Ya tenían un disco. Y se los había producido Quique Rangel. Y un video sensacional. De la rola «El gas». La odisea visual de un tanque de gas por la cdmx. Me embutí los audífonos y mierda, las cuatro rolas me volaron la cabeza. Me convertí en su grupi instantáneamente. Guzmán me regaló su primer disco en vinyl y no dejé de escucharlo en meses. Nunca me había ocurrido eso con un grupo de rock mexicano.
Abuelita soy tu nieto
Cuando escuché el primer disco me quedó claro que Pellejos era la mejor banda de rock mexicano de la actualideath. «Porque tengo el teléfono del infierno, comunícame con el diablo, si no está, pásame a su hermana, si no está, pásame a su abuelita», era su declaración de principios. Las canciones «La torta», «El gas», «Gente poseída por rock-olas» y «Abuelita», no se parecían a nada que sonara en la radio por estos días. Pellejos es una banda de garaje con espíritu punk. Y un humor inusual dentro del panorama musical mexicano. Cuando Guzmán me invitó a presenciar la grabación de su segundo disco no podía creer que fuera a conocer a estos héroes. Cuando subí las escaleras hacia el estudio, que en realidad era un cuarto con un minisauna dentro, aislado por una puerta de cristal, donde apenas si cabían los miembros de la banda y los instrumentos, llevaba un gramo de cocaína. No sabía a
lo que me enfrentaba. Nacho Perales estaba echado sobre un sillón. Para romper el hielo fuimos a comer a la Negrita, los mariscos del Mercado de Medellín. Pero, lo sabemos, la barra de hielo no se resquebraja hasta la primera línea de coca. Antes de iniciar operaciones pasamos por la Naval, y levantamos las botellas de Macallan. Nacho insistió en pagar. Nacho tiene una filosofía personal. Es como aquel que siempre que destapa una caguama vierte un chorro en el piso, pa’ Satanás. Aunque eso es más bien como un ritual, si lo pienso. O como aquel que dice lo del agua al agua. Nacho tiene la creencia de que cada vez que le cae una lana extra debe invitarle unos pomos a los amigos, para que la buena suerte no termine. Y además del chupe, iba armado con unos cuantos gramos de soda.
Yo amo a los Doors
Nos preparamos unos tragos y comenzó el desmadre. No lo sospechaba en ese momento, pero estaba en la grabación de lo que sería el disco del año. La banda siempre cuenta una versión distinta sobre el nombre que eligieron. Pero la anfibología indica que se llaman Pellejos porque todos están rucos. El más chagalaga es Mariano, el baterista, un auténtico despojo. La mente maestra detrás de las letras de Pellejos. Con una capacidad para el albur y para la distorsión de la lengua. Le cambia el acento a las palabras. Las esdrújulas las convierte en graves y viceversa: «plativólos», «piramídes», es uno de los juegos lúdicos que pueden identificarse como el sello Pellejos. Con unas enumeraciones demenciales. A diferencia de su primer disco, incluyeron la armónica, tocada por Nacho, lo que le imprimió al sonido de la banda un dejo de blues sucio. Que recrudecieron
con la inclusión de Esteban Alderete en la guitarra. El toque maestro que cerró la pinza. Pellejos sonaba mejor que nunca. La primera fase de la grabación consistió en registrar a la banda en crudo. Como si fuera una presentación en vivo. Y después hacer los coros. Y los efectos. En su versión final el disco incluiría la socarrona voz del Muertho de Tijuana y unas palabras sobre la Canción Cardenche narrada por un cardenchero. Las influencias que soportan la idiosincrasia de Pellejos son incontables. Su sonido no las alcanza a explicar. Pero el amor que Guzmán profesa por los Doors sobresale. No pasa fin de semana que no reciba un mensaje de texto en la madrugada con la frase «Yo amo a los Doors». Ya pedo Daniel tiene la costumbre de mandar el mismo mensaje a absolutamente todos sus contactos. Otra influencia de peso son los Kiss. Guzmán es tan pero tan fan de Kiss y la parafernalia que hasta tiene una lonchera de Kitty Kiss, la vi la primera vez que entré a su casa.
Me alimento de caca Nunca antes había estado en la grabación de un disco. No por falta de oportunidades. Es que no me interesaba. En la primera jornada se le dio trámite a «La muerte es perfecta», una rola que Mariano le escri-
bió a Derrida. Detrás de la socarronería y lo coprológico en Pellejos existe un marco teórico que otras bandas de rock mexicano ni en sus sueños han considerado. Mariano es artista de profesión, como Guzmán. Sólo Esteban se dedica por completo a la música. Nacho es ajustador de seguros. Y si alguien me hubiera dicho que estos tres cabrones escribirían el mejor álbum del rock mexicano de esta década le habría mentado la madre. Una nueva versión de «Gente poseída por rocolas», con un ritmo machacón como el de la rola que aparece en La carabina de Ambrosio, «Morralla de amor», un blues distorsionado disfrazado de carta de desamor, «Pulso de mono», su monumento dedicado a la chaqueta, «El gas», en una versión más rápida que la original, «Las joyas de la familia», la canción que Daniel y Mariano le compusieron a sus madres, con burlescas referencias a Monsiváis, «Soy Cavernas», una homenaje a la realidad mexicana y un cover, «Por los caminos del sur», de Agustín Ramírez, el tío de José Agustín, se grabaron una y otra vez en un lapso de tiempo de las cuatro a las seis de la tarde. Sin tirar netas, como dicen los mismos Pellejos, sin chupar de manera aleccionadora, pero qué magia hubo en el estudio aquel primer día. Qué pinche power. Qué energía. Sin dejar de sudar, entilichados en un espacio de cuatro por cuatro (o menos) con ocasionales pausas para servirse un chupe, Pellejos se la partió. Y yo ahí como pendejo
observándolos y jalando cocaína. Sin dar crédito. Bailando con la batería marcial de «Pulso de mono». Y perplejo ante el Guzmán repitiendo la frase me alimento de caca, con esa voz suya tan afectada que parece que va a tartamudear pero que es sólo un tic. Y a Mariano y sus gritos apaches. Era un momento íntimo. Que le pertenecía sólo a la banda. Y yo estaba ahí. Y el Zorro que había aparecido para participar del milagro. El milagro que puede hacer el alcohol. La guía espiritual de la grabación.
It’s a Bad Mistake Pasadas las nueve de la noche, era suficiente, Pellejos le pararon. Y confundiendo nuestros deseos de destrucción con el rock nos dedicamos a malograrnos el resto de la cocaína. Y otra White Goose hizo su triunfante aparición. La cocina era un cementerio de botellas y latas de cerveza. Aprovechamos para ir por un par de doces a la esquina. También conocida en el inframundo como la Banda Oxxo, era obvio que debía haber uno a unos pasos de donde Pellejos grabara el disco. Como siempre ocurre en las películas, buenas y malas, la cocaína se terminó. Pero a la fiesta le faltaba todavía mucho. Y para celebrar la jornada decidimos movernos a un bar. Pero antes había que reabastecernos de perico. Me ofrecí a llamarle a mi díler. E hice una colecta entre la banda. No voy a decir cuánto dinero fue para no quemarme más. Así que si alguno de los Pellejos lee esto le pido disculpas. Le juro que no fue a propósito. Salí a esperar al díler en la esquina y me aplasté en el marco de una puerta. Y me quedé dormido. No es choro. Se tardó tanto que me aburrí y me eché un coyotito. Cuando abrí los ojos tenía mil llamadas perdidas, del díler, de Guzmán. Volví al estudio pero se habían marchado. Al día siguiente regresé a buscar a la banda. Por supuesto con el dinero intacto. Y desde la calle escuchaba el ruido. Estaban en el estudio. Le marqué a Guzmán pero me mandó al buzón. Tardé varios meses en contentar a mi díler. Los Pellejos todavía no me dirigen la palabra. •
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Corazón
Claudina Domingo
de la montaña ¿N
o será una traición? ¿Estar acostada en el asiento reclinable del servicio de lujo, con las piernas bien estiradas? El anzuelo en el esternón se tensó. Pero ni cómo darse el lujo de llegar fatigada. Además de las cinco horas a San Luis, faltaba el viaje en carretera hasta el pueblo. Doblaste las falanges de los dedos hacia adentro; no tronaron. Doblaste entonces las muñecas y la izquierda hizo un clic apagado que te dio un poco de aire. Viste (¿y así era en todos los camiones?) que las ventanas no se podían abrir. ¿Cómo entonces, si a mitad del viaje…? Tuviste náuseas y ganas de orinar al mismo tiempo, pero esto ya no te inquietaba. Habías aprendido que era una trampa del cuerpo para hacerte bajar la guardia. Pensaste en la pastilla y, también, en el día que, frente al espejo, te descubriste adormecida a causa de los cinco gramos de citalopram que ya tomabas tras dos meses de búsqueda. Volviste a echar llave a la idea de tomarte una mitad. Sólo si era muy necesario, sólo si no tomarlo interfiere con tu propósito: estar viva, fuerte y viva, para buscarla; buscarla hasta dar con ella. En un horizonte que siempre llevas a la altura del pecho: el mundo que se abrió como una flor al desaparecer tu hija. Cada pétalo es inmenso, cada pétalo tiene sus intersticios y una madre es una arañita minúscula que se puede aniquilar de un soplo. En los pechos, la señal. En el estómago y la vejiga y la cabeza, la respuesta a la señal. Ahí venía otra vez, con las patas resbaladizas, la somnolencia causada por la corriente brava de tus obsesiones. El cuerpo, eléctrico, pendiente de las evoluciones de la angustia. Volviste al otro pensamiento; ni siquiera un pensamiento, sólo la imagen: los pies despegándose de la cornisa de la azotea. Y volviste a aferrarte al mundo: ¿cómo así? ¿cómo así? ¿cómo así? Uno no tiene hijos para verlos desaparecer. No se ama a una hija para perderla. Dios es justo. El amor existe. Y el amor de una madre es lo más justo que hay en el mundo. Una mancha indecisa, como una ola ínfima, te cerró los ojos. Volviste a pensarlo en el camino empedrado hacia Real de Catorce: nada es real, nada existe, todo es un sueño, algo peor que un sueño pero menos real que una pesadilla. El pensamiento es un error y la vida es frágil, anómala, un accidente. Ahora que te hablas buscando tranquilizarte has dado con tantas ideas desechables. Porque, luego de pensar un rato, te das cuenta de que las ideas que habían sido tan relucientes unos minutos antes se convierten en basura. Entonces el mundo deja su fachada de irrealidad y puedes ver delante de ti las cosas, duras y tangibles: Te llamas Rosa Montoya, tienes una hija. El mundo puso velos entre tú y ella el 15 de septiembre del 2013. Esta fecha existe. Aunque se comprobara que todo lo demás es irreal, esta fecha
tiene un sabor, su aroma, todos sus nervios prendidos de tu cuerpo por una multitud de tallos que crecen conforme sienten tu tibieza. Una enredadera no es una planta parásita sino un arbusto trepador. Así, la fecha existe por sí sola pero ha crecido como una plaga por tu cuerpo. Y tú has dejado de ser una flor para convertirte en una llaga. El camión traquetea sobre el camino empedrado. Allá está Jazmín, tu hermana. Anda diciendo que vio a tu hija, en octubre, pasearse con una gringa entrada en años por Real. Hazte el favor: Lina, tan dulce, tan lista, sus ojos negros y almendrados como ventanas moras… con una mujer… vieja. Pero eso sería mejor que todo lo que te han dicho, todo lo que has pensado, cosas que se te suben al cuerpo como alimañas y no te dejan respirar, dormir, sin que pronuncien su nombre en tus entrañas. Ya estás cerca. Ya está cerca Jazmín. Ojalá no hubieras tenido que volverla a ver.
El pensamiento es un error y la vida es frágil, anómala, un accidente. Ahora que te hablas buscando tranquilizarte has dado con tantas ideas desechables. Porque, luego de pensar un rato, te das cuenta de que las ideas que habían sido tan relucientes unos minutos antes se convierten en basura.
Te bajaste del camión a la salida del túnel. Te acomodaste el suéter y la bolsa, pero tuviste la impresión de que el calcetín derecho te estorbaba. Hacía más calor… —Hermana… —Jazmín te había reconocido por la espalda. Jazmín te acompañó a buscar un hotel. Algo barato, dijiste, conforme las náuseas crecían y el sudor en las manos mojaba tu pantalón. Jazmín hablaba de llevarte a comer pizza de ¿qué? y de un recorrido por el pueblo antes de presentarte con sus amigos por la noche. Te detuviste en seco y te sentaste en la baranda de asfalto de un árbol. Las náuseas eran más prominentes que de costumbre. Quizá por el viaje tenías la presión baja. Las manos te temblaban y se te habían dormido los pies. —¿Te sientes bien? —Jazmín intentó apartarte el cabello de la cara. Te hiciste hacia atrás bruscamente. —No sé dónde está mi hija —el tono fue el de una niña extraviada. Jazmín se sentó a tu lado, sin saber si acercarse a tu cuerpo impredecible. —Si quieres vamos de una vez a comer, en vez de buscar hotel. Hermana, estás delgadísima. —No quiero hotel no quiero comer —dijiste, rápida y violenta— quiero que me digas lo que le has estado contando a medio mundo. —Tu barbilla temblaba y las lágrimas, que habías imaginado de vacaciones, se agolpaban a tus ojos. —La vi, en octubre. —¿Octubre cuándo? ¿Le hablaste? —No recuerdo bien la fecha. La primera o la segunda semana. —Necesito saber la fecha exacta, necesito corroborar que la viste. ¿Alguien más la vio?
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Breve historia de siete asesinatos Marlon James
Un mundo infiel Julián Herbert El viaje impactante y violento de unas vidas al límite camino de la frontera entre EE.UU. y México.
Una de las mejores novelas del siglo XXI.
PREMIO BOOKER 2 015
malpasoed.com
Yoro Marina Perezagua
Don Quijote de Manhattan Marina Perezagua
El testimonio inaudito de una mujer que no está dispuesta a aceptar un destino trágico.
XXIV Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2016
Una novela surrealista, divertida y cargada de literatura.
leer para ver
loslibrosdellince.com
Cómo entrevistar a una estrella de rock y no morir en el intento
Malayerba Javier Valdez Cárdenas
un viaje es tr e mecedor a l a viol e nci a cotidiana en el n o r t e de m é x i c o .
www.jus.com.mx
Fernando García
u n l i b ro de s t e r n i l l a n t e y r e v el a dor sobr e l as peripecias de u n p e r i o d i s t a de ro c k
Jazmín te miró, por un instante herida por tu desconfianza. Se recompuso. —Estaba aquí, en la plaza, con los compañeros artesanos. El Neto estaba conmigo. Le dije: «Mira qué guapa está Lina, salió idéntica a Rosa». Y le iba a hablar pero llegó un cliente; luego ya no la vi. Rous, no sabía que ella andaba desaparecida. ¿Hace cuánto que no hablamos? —Eso no importa —tu voz era rabiosa, y tu hermana bajó la vista y se mordió los labios—, no ahorita, Jazmín. ¿Cómo sabes que tenía algo que ver con la gringa; las viste… de la mano? —Vi cómo le sonreía. Sólo entonces se te ocurrió: ¿cómo podía saber que era Lina si tenía años sin verla? ¿Por las fotografías de Facebook? Eso, tan lógico, no se te ocurrió en el df ni una sola vez. —¿Cómo supiste que era ella? La última vez que la viste en persona tenía 13 años, cuando nos topamos en el zócalo. Jazmín meneó la cabeza, comenzó a agitar las manos. —¡Porque es la hija de mi única hermana, pendeja! Se alejaba del árbol a zancadas. Se detuvo en seco. Alzó la cabeza al cielo y dijo algo que no alcanzaste a escuchar. Se limpió los ojos y regresó. —Aquí no hay hoteles ni tan baratos ni tan caros. Lo mínimo son 500 pesos, ya sea que el hotel esté junto a la carretera o aquí en el centro del pueblo. Yo te llevo a uno que es seguro. Tiene buena vista —para que no le vieras el semblante, se te adelantó. No había restaurante en el hotel, ni siquiera una máquina de refrescos. Estabas temblando. ¿Pero por qué si no hacía frío? ¿O hacía frío y ya no podías sentirlo? La línea donde la pared y el piso se unían comenzó a dudar. La vergüenza a lo que ocurriría si te encontraba así Jazmín te vivificó. Buscaste en la mochila de ejercicio de Lina, que se había convertido en tu mascota. Tenías la vaga impresión de que compraste un café y guardaste… un sobre de azúcar refinada. Los granos de azúcar se fundieron en tu saliva. Te rendiste en la cama, cerrando los ojos y masticando los restos de los gránulos de azúcar. Te tranquilizó sentir tu corazón latir más acompasado y, poco a poco, los dedos de los pies. Abriste los ojos y descubriste el techo envigado. ¿Y si encerraron a Lina en una jaula de madera y nadie la escucha mientras pide ayuda? El corazón se precipitó en una carrera inútil y las náuseas volvieron a retorcerse en el estómago. Tras abrir de un solo golpe la puerta, saliste al patio del hotel. Iban y venían ráfagas de un aire frío y limpio que hacían bailar las buganvilias amarillas. Respiraste hasta que te dolió el pecho, con las manos apoyadas en las rodillas. El hotel, más bien una posada de paredes gruesas con un patio central, se escurría sobre una calle empinada del pueblo. Afuera un cerro, verde y amarillo, como un seno dadivoso o una corona chata. ¿Dónde lo habías visto antes? En una foto, seguramente. En una foto donde también aparece la flor del maguey en el centro del patio. ¿En qué revista? Jazmín se había cambiado de ropa. Con todo y el aturdimiento a causa del viaje (o de esa visión que parecía provenir de una fotogra-
fía lejana), te llamó la atención que se hubiera cambiado las bermudas por unos pantalones de mezclilla y que trajera una blusa huichol bordada en el pecho con motivos de… rosas. No habló, sólo caminó junto a ti, por las calles empedradas donde el sol, rotundo y dorado, desprendía escamas de luz hasta en el moho. No habías comido nada desde las seis de la mañana, cuando te tomaste un vaso de leche y untaste un pan con mantequilla. Mantequilla era lo que olía en la calle en ese momento, algo que se doraba o se asaba en el fondo de una cocina. Jazmín seguía callada, y cuando volteaste a mirarla te sonrió, con los labios cerrados, igual que si tuviera 15 años y tú 18 y ella te acompañara en las caminatas silenciosas, cuando te procurabas deshacer de la angustia de la familia astillada. Dormías en la misma cama que ella. Todas las noches atrancabas la puerta de la habitación para evitar que el Gil, un simio de 100 kilos al que tu madre se pegó como una lapa, se equivocara de habitación y cuerpo tras la borrachera. Al otro día, después de la escuela, pasabas por Jazmín a la suya y juntas caminaban por una hora hasta llegar a Santa María la Ribera, a la casa a donde ninguna quería llegar. A veces callabas y Jazmín acompañaba con su silencio, más distraído, el tuyo, retorcido y espinoso. —Es aquí —dijo Jazmín, entrando en un local tibio y oscuro como una madriguera de conejos—. ¡Maestro Núñez, aquí le traigo una invitada especial! Un hombre alto y enjuto apareció en el umbral de la cocina, alertado por la voz gruesa de tu hermana. La saludó con reverencias y a ti con una cordialidad galante. —¿Qué les sirvo, Jazz? Tu hermana, de pie junto a una de las sillas, probablemente había ensayado esa pose desde la adolescencia: una de sus fuertes manos en la cintura, la otra sobándose el mentón donde una barba fantasma de pirata se retorcía bajo sus manos. —Déjame pensar… Algo clásico de Real, ¿sí? ¡Pizza de cabuches! El hombre sonrió asintiendo con la cabeza y desapareció en la cocina. —Tráeme dos frías, oscuras —ordenó Jazmín, como un capataz, como un niño malcriado, como la mujer guapa y hombruna que desconcertaba siempre a los desconocidos con su graciosa altanería. —A ver, ¿cómo está el asunto? ¿Ya preguntaste entre toooodos sus amigos o fuiste corriendo a la policía? Sólo la miraste, como ella sabe que precede a tu furia. —Perdón, lo siento, yo no sé lo que es tener hijos —dijo, para tu sorpresa, humilde y razonable—. ¿Cuántos meses…? —Tres… No sé qué otra cosa hacer. Ya fui a la policía, fui con unas madres de una ong, he pegado carteles por todo el df… Trajeron las cervezas. Empujó la tuya hasta ti. Negaste con la cabeza pero te arrepentiste: hacía calor y Jazmín, del otro lado de la mesa, te ponía nerviosa. No podías seguir atesorando esa flecha por mucho tiempo. —No sé qué me dolería más: que fuera una mentira que la has visto o que fuera verdad —cerraste los ojos antes de darle un beso largo y profundo a la botella. Jazmín suspiró, volteó un poco los ojos, rectificando a mitad de su gesto burlón. Fijó la vista en una flor azul sumergida en un vaso de veladora en la mesa. Tú volviste a besar tu botella.
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El maestro Núñez llegó con la pizza y la dejó en la mesa. —Esto, verás, hermana, esto no lo hallarás en otro sitio. Sobre el queso fundido se esparcían unos capullos amarillos y apretados como piñas de pino en miniatura. Volteaste uno con un tenedor en tu plato. —No muerden, hermana. Éntrale —con la boca llena, agregó—: son cabuches, la flor de la biznaga. El desierto es un jardín también. ¡Maestro! El hombre apareció en la puerta de la cocina, como un sirviente, limpiándose las manos en el delantal: —¿Tendrás mezcal? —Ah, claro, mi doña, espéreme tantito. Reíste con la boca llena, atragantándote. —¿Desde cuándo eres la Doña, Jazmín? —Desde siempre, hermana, sólo que tú no te habías dado cuenta —te lo dijo sin ámpulas, pero seria. La recordaste igual, doce años antes: «Un día me vas a extrañar y vas a ir a buscarme a mi guarida. Recuerda estas palabras». Te dolió recordarlas, imaginar que si las recordabas era porque ella las estaba recordando en ese mismo instante. Te concentraste en comer, vorazmente, la pizza con las pequeñas flores que abrían sus pistilos delicados en el paladar. El hombre vino con unos caballitos tamaño familiar llenos de un líquido casi transparente. —Yo no, hermana —te escuchaste decir, imitándola a ella—. Con la cerveza tengo. —Te puedo asegurar que no has dormido bien en meses. Los miraste intermitentemente a ellos: al mezcal y a tu hermana, ¿cuál podía ser más traicionero? Tu mano avanzó hacia el vaso. —Necesito corroborar lo que dices. El hombre que estaba cuando viste a Lina, ¿dónde vive? Tu hermana te miró y apretó las mandíbulas, se empinó su mezcal. —Aquí, hermana. Se llama Ernesto, el Neto, es guía de turistas, es artesano, es músico también. Escribe unos poemas bellísimos que le ha dictado el viento del desierto. Bajaste la vista hacia el mantel. Te tembló la mano en torno al vasito: ¿y si todo era un alucín de tu hermana? —¿Sigues fumando cannabis? La risa de tu hermana estalló como un cántaro en medio del restaurante. —¿Cannabis? ¿De verdad le dices así? Jazmín siguió riendo y un gato, que había estado cerca del horno, se deslizó por la puerta de la cocina. —A ver: no me importa si te drogas ni con qué. De verdad, respeto tus decisiones… —Más bien te valgo verga… Algo frío y húmedo se te sentó en el regazo. Te aferraste al vasito de mezcal. —Quizá sí te juzgué —te escuchaste decir. El maestro Núñez se acercó y llenó los vasitos de nuevo antes de que pudieras negarte. —Eso es algo que necesita otro proceso, Jazmín, en otro momento. Estoy buscando a mi hija, es para lo único que tengo cabeza y cuerpo. Creíste verle los ojos húmedos, quizá el mezcal... Ibas a decirle que, sin embargo, a cada rato la recordabas, que ciertas calles, que todos los aromatizantes que llevan su nombre te dan coces en el corazón, pero ella te interrumpió antes de que pudieras abrir la boca. —El Neto anda en el valle, en un caserío, fue a atender un parto. Ya no vuelve hoy, pero mañana lo encontramos en la plaza. Los fines
de semana sube turistas al Cerro Grande. Ya, nada más nos tomamos éste y nos vamos, si no, no te vas a querer levantar mañana. Cuando abriste los ojos, el sol del domingo desperdigaba sus tallos por la ranura de la puerta. ¿Tantas horas? Habías regresado a tu habitación al oscurecer. Te acostaste a reposar la copiosa comida. En el espejo del baño, el rostro fresco te corroboró que habías dormido más de doce horas. Buscaste el reloj cuando alguien gritó. —Rous, Ross, ¿estás bien? Podría despertarte incluso si estuvieras del otro lado del pueblo. Abriste la puerta con mucha precaución como si un ladrón, un violador o… tu hermana estuviera detrás de ella. Ella entró con las manos juntas. De uno de sus antebrazos colgaba una bolsa. Miraste sus manos, morenas, con los dedos largos y fuertes terminados en uñas blancas como aspirinas que se parecían tanto a los de tu madre. —Es una cajita, se lastimó un ala. Va a estar muy bien. Podrá volar en una semana. Ya veías venir otro choro sobre la vida y el desierto. Te sobaste la frente. —Bueno, vamos a ver al Ernesto ese, para que pueda bajar temprano a Matehuala y llegar hoy al df. —Ya se fue —dijo Jazmín, absorta en el pájaro, cuya diminuta cabeza asomaba entre sus manos—. ¿Verdad que vinimos a buscar a tía Rosa? Bueno, yo —corrigió mirándote a los ojos sonriente—, a él me lo encontré en la calle. Bien jetona que estaba la tía Rosa, ¿verdad amor alado? —¿Cómo que se fue? ¿A dónde se fue? —preguntaste, sacudiendo los hombros de tu hermana. Ella se desprendió con viveza de tus manos, protegiendo al ave de tu cuerpo. Ya estabas sentada en el piso, llorando y maldiciendo. Ojalá no estuviera ahí Jazmín, tu hermana la loca, viéndote, a ti, toda histérica, hecha un nudo de mocos, lágrimas y temblores. Tocaron a la puerta. Jazmín, de pie con el pájaro en las manos, te miró sin saber qué hacer… como cuando niñas. Te levantaste y te metiste al baño. Ella ahuyentó a la visita. Tras la puerta del baño, la escuchaste hablar, firme, segura, toda una doña, mientras tú, su ángel de la guarda de la adolescencia, temblabas como yoyo, orinabas la pipí fría que desde hace meses te sale del cuerpo. Tardaste unos minutos en recomponerte. Ella curaba al pájaro cuando saliste del baño. —¿Ya estás mejor, Rous? —te dijo, muy seria, casi fría—. El Neto lleva turistas al Cerro Grande los domingos. Se me hizo gacho despertarte, bueno, más de lo que lo intenté… Pero hoy van a hacer un picnic allá. No tiene mucho que se fue. Los alcanzamos, ¿te parece? Asentiste con la cabeza y los ojos, como ella cuando le decías, en las caminatas por la ciudad: «No estés triste; pronto nos iremos lejos».
La recordaste igual, doce años antes: «Un día me vas a extrañar y vas a ir a buscarme a mi guarida. Recuerda estas palabras». Te dolió recordarlas, imaginar que si las recordabas era porque ella las estaba recordando en ese mismo instante.
Desde el 16 de septiembre has hecho todo. Ya preguntaste a sus amigos, a los amigos de los amigos, a los conocidos de los conocidos de los amigos. La historia es la misma: ella fue a dar el grito a Azcapo, de donde son sus amigos, y no en el Centro ni en Iztacalco. La dejaste ir sola para no incomodarla. Es una chica sensata y equilibrada que conoce los límites en todo: las copas, las relaciones, la festividad y la melancolía. Se fue, con un pantalón de mezclilla azul claro y una playera verde que decía «Sweet as gold». El cabello negro y lacio, anudado en dos colas de caballo con listones rojos. Te dio un beso
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Domingo 27 de noviembre
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Viernes 2 de diciembre
Martes 29 de noviembre
Lunes 28 de noviembre
Sábado 26 de noviembre
Actividades Editorial
LOS LECTORES PRESENTAN…
EL LADO PERDIDO
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en la frente —te salió alta— y te sacudió el peinado con una mano, juguetona e irreverente. Sus amigos dicen que tenía ganas de orinar, muchas, justo antes de que dieran el grito. Se alejó hacia el mercado, donde hay baños públicos. No volvió. Por eso te cuesta tanto creer lo de la gringa. Fuiste a la policía y te dijeron que sí, que parecía trata… Estás en el padrón de las Madres de las Hijas Perdidas. Son traumáticas las reuniones. Las más antiguas parecen resignadas, pero sólo en la superficie; las nuevas, como tú, no paran de llorar. Y todas buscan consolarse: con la religión, en el compañerismo, con cursos y clases, películas, psicólogas que se encargan, sobre todo, de las madres que tienen hijas desaparecidas por años. Los rumores que se cuentan tras las reuniones son horripilantes. De seguro estás en el mundo equivocado. Ya no puedes ver en las miradas masculinas en la calle, en los rostros de las muchachas en las revistas, sino un rastro sanguinolento, huellas de macacos feroces. Tienes miedo de enloquecer y tienes miedo de no hallarla. Si ella está con una mujer mayor, si ella huyó (y escondió su huida), sería duro, pero no tanto como las noches que te sepultan bajo las posibilidades. Pegas carteles los viernes por la tarde, para que no los arranquen los de limpia. Conoces ya todas las fotocopiadoras de la colonia, la altura perfecta para pegar un cartel: 1.50, a la altura de los ojos de las mujeres, que son las que más responden a los teléfonos de búsqueda. Pero a ti nadie te ha hablado, nunca. Y diste tu saliva y tu sangre por si la encuentran sepultada o flotando en un canal. El sol del desierto te hirió la coronilla. Te sentaste en una roca, blanca y lisa, en las salientes del empinado camino. —Eso no puede ser… Me quieren hacer creer eso para que deje de buscarla. Jazmín se arrodilla ante ti. Así, puedes ver la frente sembrada de cabellos finos que heredó de tu madre, los labios casi violetas, la tez morena y brillante, sensual. Con razón tu padrastro, piensas… y echas a rodar el pensamiento negro por el látigo del sendero. —¿Quién te quiere hacer creer eso, hermana? —No sé, Jazz —buscas a esos, que puedes olfatear de noche, cuando el insomnio te va carcomiendo cada molécula de tiempo—. Ellos: la policía, los de la ong, los amigos. Todos quieren que esté muerta para poder continuar con sus vidas, para que yo continúe con la mía. Sabes que estás pálida. Las manos te sudan y los dedos meñiques y anulares están entumecidos. «No mires sobre tu hombro». Pero miras, y ves el fondo de la cañada. Podrías rodar y hacer la siesta allá abajo, con el cráneo abierto como un fruto maduro. ¿Pero quién la encontraría entonces, quién la recibiría y la consolaría cuando por fin regrese? Una caricia te devuelve al camino blanco y brillante. Jazmín acaricia tus manos entre las suyas. Cierras los ojos. No ha pasado el tiempo; aún es 1984 y ella te consuela de la enorme carga que te echas a cuestas, en el quiosco de Santa María la Ribera. Serás su madre ahora, trabajarás y estudiarás. Tu madre está tan absorta en el macho apaleador que acosa a Jazmín que ni siquiera se inmuta cuando abandonan la casa. Y tú prefieres no tener madre que tener una tan débil. Jazmín te abraza en el quiosco y su confianza en ti te da fuerzas. Sus ojos, que ahora te miran en la blancura cegadora del desierto, ya no son frágiles. Te miran con piedad y eso no lo soportas. Te levantas de golpe y continúas ascendiendo.
Camina unos pasos detrás de ti pero es como si se hubiera vuelto una sombra. Tiene la habilidad de camuflarse con el pasado. Ahora ves que no era un camino de terracería; aquí todo tiene el mismo fondo, bajo las matas, bajo las piedras, hay piedra. Tus tenis hacen revolotear el aroma de la gobernadora y el desierto abre sus ventanas al aire. «Escucha cantar al viento, hermana». El viento se afila las garras en tu esternón y ahí te alivia con su piedra afilada. En la cima hay un grupo de gringos y algunos mexicanos. Buscas al Neto por sus señas particulares: varón, greñudo, guitarra, curtido al sol. Es mayor de lo que imaginabas. Muy flaco y alto, desgarbado. Le explica algo con mucha concentración a un gringo boquiabierto. En la palma de la mano sostiene un objeto que no puedes ver. —Siéntate un rato, hermana, descansa un poco. Te voy a traer una quesadilla. —No tengo hambre, Jazz —dices por costumbre, pero tu estómago se alebresta y en las comisuras de la boca se abre el antojo—. ¿Qué es lo que comen? —Quesadillas de cabuches. —¿Todo es de cabuche aquí? —Al menos este mes, sí. —Quizá… una. Jazmín se ríe, con la boca casi cerrada (con su risa más femenina, menos ensayada). Saludas con un gesto a una mujer pequeñita que te mira. Desearías que nadie quisiera preguntarte tu nombre, saber a qué has venido. La roca donde te sientas está caliente y eso te reconforta del aire frío que pasa volteando sombreros y girando faldas. Tanto viento. Tus manos siguen frías. Las piedrecillas sueltas sobre el suelo están calientes. Acoges, una, dos, tres en tus manos. —¡Ross, Rous! Giras el torso para no hacerte añicos el hombro hecho bulto junto al cuello. Unos metros más abajo, protegido por una mata espinosa, hay un anafre. La mujer pequeñita que viste hace un momento te sonríe y se dirige hacia allá. Tu hermana te señala con un gesto enérgico el anafre y las ollas de barro sobre él. Te acercas al anafre, donde la mujer pequeñita te ofrece la quesadilla. —¿Quieres salsa? Pónele, sabe mejor —señala una cazuelita de barro. Tiene los dientes tan blancos como las rocas del desierto. Se acerca hacia un hombre vestido también de manta bordada. Carga a un niño pequeñito, casi de juguete, que duerme. Hablan un idioma veloz lleno de consonantes. Le pones salsa a la quesadilla y te acercas con cautela a la pareja. —¿Es tu primer hijo? —Sí, nuestro primero de él —dice la mujer, mientras el hombre calla—. ¿Tú tienes hijo? —Una hija, ya es una señorita, tiene diecisiete años —dices orgullosa—. Mira. Sacas de tu pantalón la mica con la fotografía que llevas desde hace meses y que muestras en los camiones cuando tienes el ánimo robusto. La mujer asiente. —Yo, diecinueve años; él veintidós —te dice, y vuelve a sonreír—, ¿tiene ella hijo? No respondes. Has hablado demasiado. Te das la media vuelta y vuelves a tu roca. Quieres conocer a los hijos de tu hija. Quieres
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consolarla si un día se separa de un hombre. Quieres estar con ella hasta que, por vieja, no la puedas mirar. Deberías preguntarle ya al amigo de tu hermana, que sigue hablando con el gringo en un inglés salpicado de frases castellanas. ¿Será como Jazmín de pacheco? ¿Alucinan los que fuman marihuana? Podría no haber visto a tu hija. O no recordarla. ¿Y si la recuerda y confirma la versión de Jazmín? El nudo en el estómago se empieza a deshacer en espinas. Tienes ganas de vomitar la quesadilla. Has estado comiendo demasiado; no has comido así en meses. Una corriente de aire corta contra tu mejilla izquierda, trae el perfume de la gobernadora. Te acercas más al borde del cerro. Te subes a una roca, a otra y a otra, peldaños de una escalera blanca salpicada de motas grises. Abajo se abre un valle amplísimo que termina donde una masa de montañas se aleja en diagonal hacia el norte. El espinazo de esas montañas sale del cerro donde estás subida, haciendo un medio círculo desde dónde estás. Sólo puede ser la Sierra Madre. ¿Dónde estás? Acaso has subido mil metros sin darte cuenta. Todo es piedra, blanca y gris, apenas recubierta por biznagas y matas espinosas. El aire pasa afilándose las uñas, frío y puro. Quizá sea cierto que nuestra historia está sobrevalorada. Las montañas llevan aquí millones de años; han sufrido muertes y resurrecciones. Aunque no parezca, están creciendo, algunas se apartan de sus hermanas, otras chocan con ellas. La que tienes a tu izquierda está pariendo un monte pequeñito y chato en dirección al pueblo. Y luego podría caer del cielo un meteorito del tamaño de un autobús y despedazarlas por completo, fundiendo sus portentosos corazones de feldespato, haciendo polvo, brizna de polvo, nada, las biznagas y los billones de flores de gobernadora. ¿Y quién las lloraría? La mención de la sal te devuelve a tu día y a sus cuentas. Ni siquiera la formidable historia de piedra que pisas te consuela de tu tragedia. Ojalá sólo fuera un malentendido, una crisis adolescente, cruel y egoísta, que termina en una llamada telefónica. Nunca consigues alejarte más de dos pasos de la otra idea: te presenta las fauces sanguinolentas todas las noches; incluso en el día sientes en la nuca su aliento. No te le puedes acercar al Neto, aún no. Has regresado a la roca donde te sentaste por primera vez. Te sientes segura cerca del grupo. Todo está cargado de lejanía. Es casi como estar de visita en otro planeta. Una mano se asienta en tu hombro. Volteas desde la cintura; tienes apeñuscados los omóplatos. Es la mujer del bebé. Lo trae en los brazos. Te hace una seña para que le hagas espacio en tu roca. Trae, también, una calabacita con un líquido transparente. Te lo extiende. Parece que todos aquí arriba se embriagan. No cuentan con que eres técnica laboratorista. Hueles lo que te da. Es un aguardiente fuerte, pero puro. El bebé sigue teniendo los ojos cerrados. —¿Nació dormido o qué? La mujer no contesta. ¿Diecinueve años? Aparenta treinta. No sólo por las arrugas en torno a los ojos, algo más en su gesto. Te da la espalda. —Lo desanudas. Deshaces los nudos del atado de su rebozo y te vuelves hacia al valle. No tienes ganas de cháchara materna. Al llevarte a los labios la jicarita, sientes el pase del rebozo sobre los hombros. Antes de que te des cuenta, el bebé está en tus brazos y la mujer camina, despreocupada, hacia su esposo. Al menos el bebé no preguntará nada. Tiene los ojos cerrados como candados. Su tibieza te recuerda la de un gato, la de Lina bebé, la cabeza de Jazmín por las noches, cuando la guarecías del estrépito en la habitación contigua. Te giras un poco sobre la roca. La joven madre te ha dejado también un plato de quesadillas cubiertas con una tela bordada. A tu izquierda, a cinco o seis metros, tu hermana está sentada, con una chica delgada y joven,
59 llena de trenzas. Señala la Sierra mientras habla. Está apoyada sobre un codo como un cazador, antiguo y joven, y habla (seguro) como un héroe. Probablemente le esté contando historias exageradas a su conquista. La luz ilumina de lleno su rostro, encendiendo sus colores: los ojos claros, la carne del color de las ciruelas, el cabello negro y lacio. La luz se tiende en su cuerpo anguloso y fuerte. Quizá Jazmín eligió la respuesta correcta: entre ser una mujer o un hombre en este país y en este tiempo de mierda, ella eligió ser una mujer que ama a las mujeres. No puedes, sin embargo, no recordar la tarde del quiosco en que pensaste que todos los sacrificios eran valiosos si ella alcanzaba la madurez, universitaria y bella, siendo una madre cariñosa. Quizá éste es el destino de los sueños: un despeñadero. El bebé en tus brazos parece destinado a dormir una eternidad. La muchacha que escucha a tu hermana no necesita iluminación: está plena en su gracia y aparente inocencia, desperdigada su falda sobre las rocas; su mano pequeña busca constantemente la mano de Jazmín. El bebé bosteza. Tienes el impulso de cubrirle la boca para que no aspire el aire frío de la montaña, pero de camino, tu mano lo piensa: «si ha de vivir debe ser fuerte, si nació aquí es porque lo será». En vez de eso te comes la última quesadilla y tomas del pocillo. No quieres buscar, ni con la mirada, al hombre del que te habló tu hermana. El sol se empieza a acodar sobre la cintura de la Sierra. Da lo mismo si le hablas aquí o en el pueblo, dentro de una hora. Tienes cinco llamadas perdidas. ¿Cómo es que no te habías dado cuenta? Quizá sólo ahora que bajas del Cerro Grande las registra el celular. Dos son de un teléfono del Estado de México, tres de Madres de las Hijas Perdidas. Pasa junto a ti un burro con unos ojos negrísimos, trotando tan lento que el sol arrasado del crepúsculo se refleja en sus órbitas de obsidiana. Llamarás cruzando el puente, donde empieza el pueblo. Te acercas a tu hermana. —¿Estás bien, Rous? No tienes pretexto, así que la tomas del brazo con la mano derecha mientras marcas el número de la ong. Tu hermana te arrima a la baranda del camino. Te contesta la abogada de Madres. Hace dos semanas encontraron un cuerpo. La playera coincidía con la fotografía que diste. Los jóvenes padres huicholes, rezagados, pasan tomados del brazo. La muchacha te sonríe. Se están yendo tus ojos poco a poco en una maceta con mastuerzos. Esperaban las pruebas genéticas. Pensabas que los mastuerzos necesitaban mucha agua, pero aquí en el desierto crecen como nenúfares. Los resultados son positivos. Estás soñando otra vez, despierta. Lo siente mucho, te acompaña en tu... —¿Dónde la encontraron? —te escuchas decir allá, en un pueblo lejano, mientras cuentas las flores del mastuerzo, parada contra el barandal de un puente chico. Cuelgas sin despedirte. El pecho de tu hermana, tibio y firme, desprende todavía su aroma a yerba. El suelo bajo tus rodillas, de piedra, sopesa tu carne blanda, tus huesos que han de durar menos que sus guijarros. Estás cantando una canción, una canción que habías olvidado y que se deshilacha en vocales desnucadas. El coro de tu hermana es un susurro y un lento mecimiento. Te vas a quedar sin voz. Te vas a quedar sin agua. Anochece mientras Jazmín te asiste en el parto de la muerte. •
El nudo en el estómago se empieza a deshacer en espinas. Tienes ganas de vomitar la quesadilla. Has estado comiendo demasiado; no has comido así en meses. Una corriente de aire corta contra tu mejilla izquierda, trae el perfume de la gobernadora.
SEXTO PISO TIMES
NOTICIAS QUE DE TAN FALSAS… PODRÍAN SER VERDADERAS • NOVIEMBRE DE 2016
Gobernará Donald Trump a través de un reality show permanente Suenan Paris Hilton, Hulk Hogan y Mel Gibson como posibles conductores. Fuentes anónimas confirmaron a Sexto Piso Times que el primer gran sorprendido por su victoria en las recientes elecciones de Estados Unidos fue el propio Donald Trump, y de ahí que se tardara unos momentos en bajar a hablar con sus seguidores, pues tuvo que tomarse un tiempo prudente para procesar la situación y modificar su estrategia. En primer lugar, debió reformular las palabras que pronunciaría, pues ya tenía preparado un discurso donde acusaba fraude electoral, así como una conspiración en su contra que incluía a Barack Obama, por supuesto a Hillary Clinton, y hasta al Estado Islámico, Fidel Castro, Diego Armando Maradona y la madre Teresa de Calcuta. Posteriormente, requirió unos instantes a solas para procesar el hecho de que en efecto sería presidente, con lo cual debía abandonar sus planes de fundar una cadena televisiva llamada Trump tv, así como poder volver a protagonizar sus adorados reality shows, mismos que le aseguraban ser permanentemente el centro de atención de millones de televidentes. Sin embargo, el magnate inmobiliario tuvo una revelación que le permitirá conjugar su afán de continuar siendo una celebridad con su anhelo de ejercer el poder con enorme sadismo, y fue en ese momento cuando consiguió salir del marasmo y bajar radiante a dirigirse a la nación: durante su periodo presidencial transmitirá las 24 horas del día en tres canales de televisión por cable distintos absolutamente todos los instantes de su vida, convirtiéndola de este modo en el reality show de mayor audiencia de todos los tiempos: The Terrific President Donald Trump. Cuentan allegados que la maniobra está destinada a reportarle beneficios al presidente Trump por distintas vertientes. La más evidente es que ya se encuentra en negociaciones con Fox para venderle en exclusiva los derechos de transmisión de su nuevo reality, utilizando sus artes de duro negociador para conseguir que además de un pago estratosférico, promocionen en los comerciales sus resorts de lujo, sus lociones, la línea de cosméticos de su hija Ivanka, y todos los demás productos de la marca Trump. Asimismo, en consonancia con su abierto desprecio por los medios de comunicación con cierto afán de objetividad, a los que insultó constantemente a lo largo de su campaña, podrá utilizar la transmisión de su vida en directo para comunicarse sin mediadores con el pueblo americano, pudiendo encima mostrarles con hechos cómo se conduce la vida de un auténtico ganador. Por último, en línea con los principios de management con los que piensa gobernar, conseguirá un sustancial ahorro en spray y en los servicios de un estilista para peinarle su copete falso, pues incluirá estos gastos como parte de los costos de producción de su programa. El programa incluirá un segmento especial titulado «President Trump’s Dark Side», donde se pondrán en práctica a través de distintos artificios las medidas vinculadas con los aspectos más incendiarios y negativos de su campaña electoral. Entre el proyecto se
cuenta una hotline para que los ciudadanos blancos y respetables de Estados Unidos puedan llamar a solicitar la expulsión de inmigrantes indocumentados, misma que será filmada por un equipo especial, para capturar todo el dramatismo de la deportación. Habrá también un «War Room» donde Trump tendrá literalmente dispuestos como si fuera un videojuego los controles para poder lanzar ataques con drones o unidades de élite para cometer asesinatos en remotas partes del mundo, por lo que la nación entera lo podrá ver chocando palmas y realizando bailes de la victoria con sus asesores cada vez que una misión sea cumplida exitosamente y ponga fin a los días de uno más de sus malvados adversarios, empeñados como siempre en acabar con las libertades implícitas en el American way of life. Al parecer, nos revelaron las mismas fuentes, se produjo una álgida discusión entre Trump y su círculo íntimo cuando el presidente electo les confió que, ahora que sería la mayor estrella del planeta entero, podría poner en práctica su teoría de que las mujeres le permiten «hacer lo que sea», incluido «agarrarlas por la vagina», por el mero hecho de su fama, pues encima considera que a lo largo de la campaña electoral perdió muchas oportunidades para acosar sexualmente a las diversas mujeres que le provocaron deseo, pues la hipocresía y corrección política de los medios de comunicación se lo impedían. Ahora que, envalentonado por su victoria, se ha declarado dispuesto a dar rienda suelta a sus impulsos lujuriosos sin freno alguno, consiguió llegar a un acuerdo con sus asesores, consistente en que cada vez que el presidente Trump decida besar, tocarle la vagina o forzar a una mujer a tener un intercambio sexual con él sin su consentimiento, las cámaras de The Terrific President Donald Trump mostrarán de inmediato un efecto borroso, acompañado por la música de una banda del género Nazi Punk, los legendarios Blue Eyed Devils, quienes gustosos han cedido los derechos de reproducción de su canción «Hate Filled Mind» para que sea utilizada mientras el presidente Trump sacia su apetito sexual en vivo y en directo frente a toda la nación. •
El buzón de la prima Ignacia Hola prima, hace mucho que no te escribo, pero ya sabes que luego la vida es como un perro que se muerde la cola, así que otra vez me encuentro en el mismo dilema de todos los años. Fíjate que cada año acudo con mis amigos de Editorial Sexto Piso a la Feria del Libro de Guadalajara, y siempre es el mismo cuento: estudio con mucho cuidado el programa de la feria, me hago mi calendario chingón de las presentaciones a las que quiero asistir, y mi lista de los libros que ahora sí voy a comprar para leer. Pero entonces, ¿qué crees?, que siempre me gana la debilidad y en la camioneta en la que nos vamos de camino me pongo hasta el zoquete con drogas diversas (aunque, eso sí Prima, ¡no sabes cómo se ven los lagos de Pátzcuaro cuando uno está puesto con unos buenos ajos!), y luego pues ya me sigo por ese camino durante toda mi estancia en la feria, y al final termino por no ver ni medio evento. Yo siento que de todos modos se me pega algo con estar ahí, pero la verdad sí quisiera reformarme un poco este año. ¿Qué me recomiendas que haga? Atentamente, Wenceslao Gómez López
¡Hurra, yupi, qué emoción que por fin me vuelves a escribir, querido Wenceslao! Es que mira, aquí entre nos, nada más de volver a leer tu nombre me entran unas carcajadas que hasta luego tengo que dejar de teclear para recuperarme. O sea, no te lo digo por mala, pero todavía si tuvieras un apellido como Aus den Ruthen Hag, pues otra cosa sería. Fíjate nada más cómo sonaría: «Acaba de llegar el señor Wenceslao Aus den Ruthen Hag». ¿A poco no sería otra cosa? Perdóname, pero, ¿Gómez? ¿López? No la amueles, mi vida. En serio cámbiate aunque sea alguna parte de tu nombre, porque así me cae que va a estar difícil que logres enmendar el camino. Y pues eso me lleva a lo principal del asunto. Es que de entrada ya vas mal si eres amigo de los de Sexto Piso. Mira, no te niego que todavía cuando estaban un poco más jóvenes daba risa lo de que se creyeran los muy reventados y drogadictos, pero ahorita que ya casi son unos cuarentones, ¿no crees que ya más bien empiezan a dar como que lastimita? O sea, ¿qué no les alcanza para irse aunque sea en VivaAerobus a Guadalajara? ¿Pues no qué dizque tienen libros que venden muy bien? Se me hace que son como que de esos raritos que prefieren nada más embrutecerse y luego ya no pueden ni cumplirle a una como mujer. Si es por falta de dinero que te vas en la camioneta de esos barbajanes, mejor aunque sea trata de irte de aventón en la carretera, porque pase lo que pase seguro vas mejor acompañado. Entonces, si evitas ese error inicial, cuando llegues a la fil vas a ver que te van a dar mil ganas de ir a presentaciones de autores como Jordi Rosado, Carlos Cuauhtémoc Sánchez, o igual y te toca de suerte que se presenten las memorias de Yuri o de Luis Miguel. Es que a mí me pagan por ser sincera, y pues tampoco sirve de nada que te diga que te vayas a eventos de autores de más catego, porque te me vas a aburrir y va a salir peor el caldo y se me hace que vas a recaer peor en eso de las drogas. Mejor, paso a paso te vamos llevando de la mano, hasta que termines como yo, estremeciéndote con las novelas de EL James o de Isabel Allende. Pero lo primero es que cortes ya con esas malas amistades, porque de verdad que no te van a traer nada bueno. Te lo digo por experiencia, darling.
Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).
Hola amiguis Igni, ¿cómo estás? Espero que bañada de luz en todos los rinconcitos de tu vida. Te escribo porque el otro día estaba leyendo en la Muy Interesante que un señor que como que había estudiado mucho en unas universidades muy forofas decía que en unos poquitos años ya iba a haber unos cyborgs que pudieran hacer todo el trabajo por los humanos, y que entonces ya nada más nosotros podíamos dedicarnos al ocio. Al principio me asusté, porque ni me imagino tener a mi marido todo el día aquí en la casa, pero luego me acordé de mis cursos de pensamiento positivo, y traté de buscar el lado amable. Y entonces fue que pensé que como de todas formas nuestros maridos gordos y borrachotes casi ni nos dan para el gasto (y cuando nos dan dura tan poquito y es tan feo que casi mejor que ni nos hubieran dado, la verdad, prima), a lo mejor nos pueden entrenar a unos de esos cyborgs para que ellos sí nos echen la mano en tiempos de necesidad. ¿Cómo ves, prima, crees que tenga esperanza en el futuro, o mejor me espero aquí sentadita y calladita? María Fernanda Álvarez de Buenrostro
Mugre María Fernanda: O sea mijita, voy a ser breve. No sé si es que me agarraste en un mal día, y pues la verdad es que puede ser, porque las hormonas ya no las hacen como antes. Si ese fuera el caso, es muy fácil, por qué no te vas a llorar con tu mamita. O sea, mira, una cosa es usar el Rabbit como esos mujerones de Sex and the City de vez en cuando para que a una no le salgan telarañas, pero tu perversión de los cyborgs no tiene cabida en la mente de una niña bien como lo soy yo. El día que un cyborg sea capaz de llorar borracho con una canción de Alejandro Fernández, como lo hace todo hombre digno de ser llamado así, hablamos. Mientras tanto, no me hagas perder ni mi tiempo ni el de mis lectorcitas y lectorcitos, que ya bastante perdiditos andan con cosas que sí merecen mi atención, y no como tus perversiones que sinceramente no le interesan a nadie. Abur.
Hazle una pregunta a la prima Ignacia. Si tienes la suerte de que en su infinita sabiduría la seleccione como la mejor del mes, recibirás gratis en tu domicilio el libro de tu preferencia de Sexto Piso.
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