Reporte Sexto Piso No. 29

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Reportesextopiso Publicaciรณn mensual gratuita โ ข Enero de 2017

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Índice El amor en los bajos fondos  |  4

Un libro de tres mil años  |  16 Frédéric Boyer

Eduardo Rabasa

El Señor Cerdo  |  18

Ningún país que tenga un McDonald’s puede continuar siendo una democracia  |  7

Instrucciones a los patrones  |  18

George Monbiot

3 poemas  |  9 Jeffrey Yang

Odunacam | 9 Liniers

Contribución a la historia universal de la ignominia  |  10

Johnny Raudo

Mi odio por las cosas que ladran  |  19 Rodrigo Márquez Tizano

Psycho Killer  |  23 Carlos Velázquez

Sexto Piso Times  |  25 El buzón de la prima Ignacia  |  27

Cosas que me hacen pensar en Borges  |  17 Eduardo Berti

Muslámenes | 15 Daniel Saldaña París

Optimismo | 15 dD&Ed

Portada de este número: Diario de Nueva York, de Peter Kuper (Sexto Piso, 2011).

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Reporte Sexto Piso, Año 4, Número 29, Enero de 2017, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., París #35-A, Colonia Del Carmen, Coyoacán, C. P. 04100, Ciudad de México, Tel. 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com. Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Diseño y formación: donDani. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2016-042114221500-102. Licitud de Título y Contenido No. 16768, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en Editorial Impresora Apolo, S. A. de C. V., Centeno 162, Colonia Granjas Esmeralda, Iztapalapa, C. P.09810, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en enero de 2017 con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.


Recomendación de los editores

El amor en los Eduardo Rabasa

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bajos fondos

n el poema de Baudelaire, «Los ojos de los pobres», un joven le escribe a su enamorada para reclamarle un incidente recién transcurrido: mientras departían esa tarde en la terraza de un estiloso café, situado en la esquina de uno de los bulevares que significaban la llegada de la modernidad parisina en el siglo xix, un mendigo de edad mediana se aproximó con sus dos hijos pequeños, para contemplar con resignada envidia el interior de un sitio en el que por su condición social jamás podrá participar. Al buscar refugio en los ojos de su amada frente a la culpa que lo devora, el joven encuentra tan sólo una indiferente respuesta: «¡No soporto a esa gente con los ojos abiertos como platos! ¿No puedes decirle al encargado del café que los eche de ahí?», lo cual suscita en él un ligero odio, pues es consciente de la insalvable distancia que separa a su sensibilidad de la de su mujer. Sin pronunciar palabra, el pordiosero y su familia parecerían decirnos que la condición para que la radiante pareja pueda desplegar su enamoramiento en público implica una serie de elementos que proporcionan o niegan tajantemente el acceso, y quizá por eso mismo el concepto de amor romántico en nuestros tiempos se encuentra casi siempre vinculado a los entornos afluentes que lo vuelven posible. Sin embargo, sería interesante preguntarnos por la propia historia de amor del mendigo: ¿cómo conoció a la madre de sus hijos?, ¿qué los hizo sentir atracción?, ¿cómo comparten el proyecto de vagar por las calles en busca de un sustento para su familia? En ese sentido, el poema de Baudelaire nos obliga a preguntarnos por la existencia del amor al otro lado del espejo, sometido a condiciones que a la enorme mayoría de los ciudadanos respetables les quitaría las ganas siquiera de pensar en ello. En ese mismo sentido, Preparación para la próxima vida, la primera novela del escritor estadounidense Atticus Lish, es una especie de actualización del mismo tema, una historia que estira tanto como es posible los límites del amor al interior de submundos contemporáneos tan descarnados que como lectores nos ponen en la encrucijada sobre si sentir ternura, repulsión, o simplemente la más absoluta de las desesperanzas al asistir de primera mano al despliegue de una realidad tan brutal que sólo la precisa prosa de Lish permite que seamos capaces de comenzar a imaginarla.

*** Como si hubiera perfecta correspondencia entre la novela y su contenido, la aparición de Preparación para la próxima vida fue en sí misma una historia de irrupción inesperada en la celebridad vía los submundos literarios: Atticus es hijo de Gordon Lish, el legendario editor y escritor, famoso por haber torturado a Raymond Carver hasta producir el inconfundible estilo cuentístico que crearía una escuela en la narrativa norteamericana. Atticus nació así bajo un inigualable pedigrí literario, que incluyó datos como el hecho de que un muy amigo de su padre, llamado Don DeLillo, incluyera en su novela Los nombres un pasaje textual escrito por Atticus a sus escasos nueve años, con el correspondiente crédito al niño en los agradecimientos. Tras incursionar en Harvard, Atticus abandonó sus estudios para desempeñar trabajos como dependiente en la cadena de comida rápida Papaya King, guardia de seguridad en una fábrica de espuma», así como participar en dos peleas profesionales de artes marciales mixtas (ganó una y perdió la otra). Tras alistarse en el ejército y ser dado de baja honorablemente, se mudó con su esposa a dar clases de inglés a una remota provincia en el noreste de China, antes de volver a Brooklyn para dedicarse cinco años a terminar la novela. Una vez finalizada, Lish se encontraba decidido a abrirse su propio camino, así que no utilizó en absoluto los contactos o la influencia de su padre, razón por la cual terminó publicando en 2014 la edición en inglés con una pequeña editorial dirigida por un amigo suyo, llamada Tyrant Books, que previamente le había ya publicado un libro de dibujos. De inmediato se convirtió en un éxito de crítica y obtuvo premios como el pen/Faulkner Award for Fiction, y los derechos de traducción se vendieron para ser publicada en varios idiomas. Muy a la manera de los protagonistas de Preparación para la próxima vida, daría la impresión de que Lish hubiera preferido incluso que su magistral novela permaneciera inédita, antes que transigir en los principios que consideraba adecuados para darla a conocer al mundo.

Como si hubiera perfecta correspondencia entre la novela y su contenido, la aparición de Preparación para la próxima vida fue en sí misma una historia de irrupción inesperada en la celebridad vía los submundos literarios: Atticus es hijo de Gordon Lish, el legendario editor y escritor, famoso por haber torturado a Raymond Carver hasta producir el inconfundible estilo cuentístico que crearía una escuela en la narrativa norteamericana.

*** Zou Lei es una inmigrante ilegal chino-musulmana de la etnia uigur, que decide emigrar a los Estados Unidos vía México para escapar a la esclavitud legalizada de las fábricas chinas, donde «Si levantabas


la cabeza, los jefes taiwaneses se aseguraban de que alguien te la bajase de un empujón. No tenían que pagarte. Descubrieron que eran emigrantes ilegales en su propio país. Así de grande era China». Tras moverse por varios estados de la Unión Americana trabajando en restaurantes de comida rápida, y ser arrestada y encarcelada por las autoridades migratorias, se dirige a Nueva York para perderse entre la marea indiferenciada de inmigrantes ilegales que trabajan en los bajos fondos. Zou Lei es una chica joven, atractiva, de una fortaleza física y espiritual inquebrantables: en mi opinión, uno de los personajes literarios más entrañables de tiempos recientes. Su contraparte amorosa es el ex soldado Brad Skinner, recién licenciado del ejército tras dos turnos en la guerra de Irak, en donde debió cargar el cuerpo mutilado de su mejor amigo tras una explosión que los hirió a ambos, dejándolo con cicatrices físicas y mentales indelebles, que busca sofocar mediante la ingesta regular de tanto alcohol y drogas antipsicóticas como sea capaz de soportar. Si bien la figura del ex soldado que vuelve a casa después de la guerra ha sido ampliamente explorada en la literatura reciente, hay un rasgo de Skinner que destaca particularmente: es perfectamente consciente de su participación voluntaria en la creación del infierno del que ya no puede salir. En algún momento le cuenta a un desconocido en un bar las crueldades que infligían por sadismo puro, por diversión, a iraquíes vivos o después muertos simplemente porque su mayor poder se los permitía. Skinner es como la rasgadura del velo conformado por la bandera y otros nobles ideales democráticos, que nos permite contemplar que en la guerra de a pie lo que hay son simplemente hombres asustados, encolerizados, drogados, perdidos y confundidos, que al reintegrarse a la sociedad llevarán consigo eternamente ese estado al que la organización política del mundo occidental los arrojó: «Skinner era un enfermo mental que día tras día transitaba por la zona de combate agravando sus daños: cortes que no cicatrizaban, dolor de espalda, diarrea, pérdida auditiva, visión borrosa, cefaleas, calambres en las manos, insomnio, apatía, ira, tristeza, desprecio, depresión, desesperación». *** Si como dice Leonard Cohen «Love is the only engine of survival», el amor de Zou Lei y Skinner es todo menos rosa, constreñido como está por parte de ella por el hecho de ser la única esperanza que le permite seguir adelante, así como por el autodesprecio de Skinner que lo tiñe todo, ocasionándole episodios alternativos de rabia y gran ternura hacia Zou Lei, la única persona que se encuentra dispuesta a aceptarlo incondicionalmente dentro de toda su monstruosidad ambivalente. De la idea del amor como redención transitamos a la de que no hay redención posible, en el sentido estricto del término, más que en los momentos en los que logran crear burbujas frágiles que les permiten disfrutar de un pedazo de pollo y una Coca-Cola en un Kentucky Fried Chicken. Aun así, es principalmente el espíritu de Zou Lei lo que les permite navegar la borrasca tanto como sea posible, amparada en una especie de sabiduría ancestral que parecería obviar las vicisitudes de la vida contemporánea que van cercándolos sin remedio, obsequiándonos con pasajes de un lirismo contenido para

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Preparación para la próxima vida Atticus Lish Traducción de Magdalena Palmer Narrativa Sexto Piso • 2016 520 páginas

que podamos tomar aire antes de continuar asistiendo al despliegue de la vida al interior de la cloaca: La tierra entera viajaba por el cosmos. El cosmos se asemejaba a la estepa siberiana y la tierra era un jinete que la cruzaba. El jinete llegó al bosque de alerces donde los ancestros de Zou Lei cazaban renos y siguió cabalgando hacia el sur, a las praderas infinitas. Ella cabalgaba tras él y a su paso brotaban flores silvestres en la tierra color avena. El jinete llevaba una máscara de madera con un gran pico, para transformarse en halcón y encontrar el camino. Se acercaron a la ladera de un valle. Allí encontrarían prados verdes y manzanos donde cantaban los pájaros.

Y es que si al menos fueran dejados en paz para abrirse su camino a lo largo del submundo, quizá podrían encontrar algún tipo de respiro, pero una de las principales características de los submundos es que se encuentran poblados por criaturas deleznables como Jimmy, el hijo de la casera a la que Skinner renta el sótano donde vive en Nueva York. Si bien a lo largo de la novela no hace sino ir definiendo niveles distintos de la abyección, en una escena donde viola y golpea a una masajista china casi llegamos a aborrecer la capacidad que tiene la literatura para recrear de manera tan cruel y vívida episodios como aquel. De manera que conforme se aproxima el enfrentamiento entre Jimmy y Skinner se apodera de nosotros la sensación de que, cualquiera que sea el desenlace, habrá sido tan inevitable como anunciado, pues en cierto modo son dos rostros de una moneda desgastada que sólo funciona como moneda de cambio en los estratos a los que ambos pertenecen. Ello porque, entre muchas características, Preparación para la próxima vida es una historia donde el actual discurso bélico y xenófobo, enmarcado en una sociedad consagrada al culto del dinero y la fama como valores estructurales, desempeña un papel narrativo crucial, pues nos permite contemplar sus efectos microscópicos en vidas individuales, en conciencias individuales, en voluntades individuales, llevadas hasta sus últimas consecuencias por la prosa de Atticus Lish, que en un memorable peregrinaje de Zou Lei condensa en una frase el aire de la realidad que los rodea: «Cruzó una autopista que le pareció como el resto de los Estados Unidos, una vasta carretera de hormigón que resonaba sin cesar». •



Ningún país que tenga un McDonald’s puede continuar siendo una democracia George Monbiot

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Bajo el asedio del ubicuo capital trasnacional que McDonald’s tan bien ejemplifica, la democracia como sistema vivo se marchita y muere. Las viejas formas y foros aún existen –seguimos contando con parlamentos y congresos–, pero su antiguo poder se desvanece, y el verdadero poder reemerge en lugares a los que ya no tenemos acceso.

na ola de repulsión recorre el mundo. Los índices de aprobación de los líderes electos se colapsan por doquier. Los símbolos, los eslóganes y las emociones prevalecen por encima de los hechos y de los argumentos detallados. Uno de cada seis estadounidenses piensa en la actualidad que un régimen militar sería una buena idea. A partir de todo esto, he extraído la siguiente conclusión: ningún país que tenga un McDonald’s puede continuar siendo una democracia. Hace veinte años, el columnista del New York Times, Thomas Friedman, propuso su «teoría de los arcos dorados de prevención del conflicto». Ahí postulaba que «no existen dos países que cuenten con McDonald’s que alguna vez hayan peleado una guerra entre sí desde que cada uno tuvo su McDonald’s». La de Friedman era una de varias narrativas del fin-de-la-historia que sugerían que el capitalismo global conduciría a la paz permanente, pues aseveraba que este sistema podría crear «un punto de inflexión mediante el cual un país dado, al integrarse a la economía global, abrirse a la inversión extranjera y dotar de poder a sus consumidores, restringe permanentemente su capacidad para causar problemas y promueve una democratización gradual y una paz difundida». No quería decir literalmente que McDonald’s termina con las guerras, sino más bien que su llegada a un país representaba un símbolo de la transición. Al igual que Friedman, al utilizar a McDonald’s como una abreviatura de las fuerzas que despedazan actualmente a la democracia, lo hago de manera figurada. No estoy afirmando que la presencia de la cadena de hamburguesas por sí misma sea la causa del declive de

las sociedades abiertas, democráticas (aunque hay que decir que en Inglaterra sí ha desempeñado un papel para ocasionarlo, al utilizar las leyes de difamación en contra de aquellos que la critican). Tampoco que los países que cuenten con McDonald’s necesariamente se convertirán en dictaduras. A lo que me refiero es a que, bajo el asedio del ubicuo capital trasnacional que McDonald’s tan bien ejemplifica, la democracia como sistema vivo se marchita y muere. Las viejas formas y foros aún existen —seguimos contando con parlamentos y congresos—, pero su antiguo poder se desvanece, y el verdadero poder reemerge en lugares a los que ya no tenemos acceso. El poder político que debería pertenecernos se ha desplazado hacia reuniones confidenciales con los lobistas y donadores que establecen los limites del debate y de la acción política. Se ha desplazado hacia los dictados del Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo, que no responden a los intereses de la gente sino a los del sector financiero. Ha sido transportado, resguardado por escoltas armadas, al helado ajetreo de Davos, en donde Friedman siempre es tan bien recibido (incluso cuando pronuncia sinsentidos).* Pero principalmente, el poder que debería pertenecer a la gente ha sido aplastado por los tratados internacionales. Los acuerdos como el tlc, el propuesto Acuerdo Transpacífico de Comercio y Servicios y la fallida Alianza Transatlántica de Comercio e Inversión se diseñan a puertas cerradas, mediante discusiones dominadas por lobistas corporativos. Y dichos lobistas consiguen introducir cláusulas que ningún electorado informado jamás aprobaría, como el establecimiento de opacos tribunales offshore para dirimir las controversias, gracias a los cuales las corporaciones pueden pasar por encima de las cortes nacionales, desafiar las leyes nacionales y exigir compensaciones por los resultados derivados de decisiones democráticas.

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Estos tratados internacionales limitan el ámbito de la política, evitan que los Estados puedan interferir en los resultados sociales y minan las conquistas laborales, la protección al consumidor, la regulación financiera y la calidad de los barrios. También vuelven ridícula la noción de soberanía. Cualquier persona que olvide que echarlos atrás fue una de las principales promesas de Donald Trump no conseguirá comprender por qué tanta gente estuvo dispuesta a arriesgarlo todo para elegirlo como presidente. Igualmente, en el nivel nacional el modelo de McDonald’s destruye toda democracia verdadera. La democracia depende en la creencia recíproca, en la confianza y en la pertenencia: en la convicción de que uno pertenece a la nación y la nación le pertenece a uno. Al aniquilar el apego, el modelo de McDonald’s no podría estar mejor diseñado para borrar esa percepción. Como observa Tom Wolfe en su novela A Man in Full: «La única manera que se tenía para saber que dejabas una comunidad para entrar a otra era cuando las cadenas comerciales comenzaban a aparecer nuevamente, y uno veía otro 7-Eleven, otro Wendy’s, otro Costco, otro Home Depot». La alienación y la anomia que esta destrucción de la comunidad promueve se ven incrementadas por la precariedad del trabajo y por un régimen de monitoreo, cuantificación y calificación que destruye el espíritu (modelo en el cual McDonald’s es un ejemplo a seguir). Los desastres de salud pública contribuyen también a esta sensación de ruptura. Por ejemplo, tras haber caído durante décadas, las tasas de mortalidad entre estadounidenses blancos de edad mediana están al alza. Entre las causas probables se encuentran la obesidad y la diabetes, la adicción a los opiáceos y la falla hepática, enfermedades producidas en buena medida por las grandes corporaciones. Las grandes corporaciones, liberadas de los contrapesos democráticos, nos están conduciendo al desastre ambiental, que se ha convertido en una amenaza inminente para la paz global. McDonald’s ha contribuido una buena parte: la producción de carne es una de las más poderosas causas para el cambio climático. En su libro The Globalisation Paradox, el economista de Harvard Dani Rodrik describe un triple dilema político: argumenta que la democracia, la soberanía nacional y la hiperglobalización son incompatibles. No es posible tener las tres al mismo tiempo. La McDonal-

En 1938, el presidente Roosevelt advirtió que «La libertad de una democracia no se encuentra a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder privado hasta un punto en el que se vuelve más fuerte que el Estado democrático mismo. Eso es, en esencia, el fascismo».

dización acaba con la política doméstica. Por incoherente y peligrosa que sea, la lucha global contra las principales opciones políticas es en el fondo un esfuerzo por recuperar la soberanía nacional frente a las fuerzas de globalización antidemocrática. Un artículo sobre la historia del Partido Demócrata de Estados Unidos, escrito por Matt Stoller para la revista Atlantic, nos recuerda que el gran jurista estadounidense Louis Brandeis planteó en su momento una elección similar: «Podemos tener democracia, o podemos tener riqueza concentrada en las manos de unos cuantos, pero no podemos tener ambas», dijo. En 1936, el congresista Wright Patman consiguió que se aprobara una ley en contra de la concentración del poder corporativo. Entre sus blancos se encontraba A&P, la gran cadena comercial de su época, que desolaba pueblos, destruía comercios locales y convertía «a los comerciantes independientes en dependientes de mostrador». En 1938, el presidente Roosevelt advirtió que «La libertad de una democracia no se encuentra a salvo si la gente tolera el crecimiento del poder privado hasta un punto en el que se vuelve más fuerte que el Estado democrático mismo. Eso es, en esencia, el fascismo». Los demócratas consideraban que la concentración del poder corporativo era una forma de dictadura. Por ello desmantelaron los bancos y negocios gigantescos, y encadenaron a las cadenas comerciales. Lo que Roosevelt, Brandeis y Patman sabían ha sido olvidado por quienes detentan en la actualidad el poder, incluidos los periodistas poderosos. Pero no lo han olvidado las víctimas de este sistema. Una de las respuestas frente a Trump, Putin, Orbán, Erdoğan, Salvini, Duterte, Le Pen, Farage y las políticas que representan consiste en rescatar a la democracia de las corporaciones trasnacionales. Consiste en defender la unidad política crucial que está bajo el asedio de los bancos, monopolios y cadenas comerciales: la comunidad. Consiste en reconocer que no existe ninguna mayor amenaza a la paz entre las naciones que un modelo corporativo que aplasta la elección democrática. • Traducción de Eduardo Rabasa © Guardian News & Media Ltd 2016

* Monbiot se refiere a un episodio en el foro de Davos, donde Friedman dijo «La Primavera Árabe no ha fracasado por falta de banda ancha, sino por la falta de comprensión humana que tan sólo puede producirse cuando alguien llega quince minutos tarde al desayuno y uno le responde “Gracias por llegar tarde”.» Según el periodista Felix Salmon, quien fue el que lo hizo público en Twitter, Friedman se refería al último capítulo de un libro en ciernes, titulado «Gracias por llegar tarde», donde afirma que cuando los importantes ejecutivos con los que se reúne a desayunar llegan quince minutos tarde, él se los agradece por haberle permitido estar consigo mismo en paz durante ese tiempo. Al parecer, el público de Davos irrumpió en un estruendoso aplauso. (N. del T.)


3 poemas

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Jeffrey Yang Delfín Los griegos pensaban que los delfines habían sido hombres una vez.
 El delfín chino de río era una diosa.
 Los científicos nos dicen que si reordenamos algunos de nuestros genes nos convertiríamos en delfines. ¡Eso sí que sería progresar!

Kelp Qué fácil es perderse en un bosque de kelp. Entre las grandes láminas frondosas, la luz del sol
 traspasa la superficie del agua; los nutrientes llevan la vida allí donde solo
 habría un mar estéril; un vasto eco-
 sistema respira. Cada
 ser es
 un eslabón del ser.

Odunacam • Por Liniers

Jiang Kui Jing Wang traduce a Jiang Kui
 de la dinastía Song del norte: «Al escribir poesía es mejor aspirar a ser distintos
 de los antiguos que intentar
 asemejarse a ellos. Pero mejor aún
 que aspirar a ser distinto es que estés destinado a encontrar tu propia identidad con ellos,
 sin aspirar a la identificación;
 y que estés destinado a diferir de ellos,
 sin aspirar a la identificación.»

Traducción de Jordi Doce


Contribución a la historia universal de la ignominia Las mujeres que se quejan de que Trump diga «¡Agárrala del coño!» son idiotas, porque a mí me encanta que me agarren del coño. Tila Tequila, actriz y modelo, que ha sido recientemente expulsada de Twitter por posar en una foto con unos jóvenes haciendo el saludo nazi, en una fiesta de grupos de extrema derecha para celebrar el triunfo de Donald Trump.

Mi marca está ciertamente más en boga que antes de la elección. No puedo hacer nada al respecto, pero tampoco es algo que en este momento me importe. Donald Trump

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El miedo a los musulmanes es racional. Michael Flynn, recién nombrado asesor de seguridad nacional de Donald Trump, en un tuit publicado el pasado mes de noviembre.

La primera vez que se asesina a alguien no es un evento insignificante. Habiendo dicho eso, hay algunos pendejos en el mundo que lo merecen. Hay cazadores y hay víctimas. Según la disciplina personal, uno decide si es un cazador o una víctima. Hay gente que piensa que necesitas odiarlos para poderlos matar. Yo no lo creo así. Es simplemente un negocio. James «Perro rabioso» Mattis, recién nombrado secretario de Defensa por Donald Trump.

Me gustan las mujeres hermosas comiendo hamburguesas en bikini. Creo que es algo muy americano (…) Alguna gente dice que las marcas adquieren la personalidad del director general de la empresa, y me parecía que aquello sucedía poco, pero creo que en este caso la empresa sí adquirió mi personalidad. Andy Puzder, nombrado secretario del Trabajo por Donald Trump, refiriéndose a los anuncios de la cadena de hamburguesas Carl’s Jr. que mostraban a mujeres hermosas comiendo hamburguesas en bikini como parte esencial de la publicidad de la empresa.

En esos países extranjeros la violación no es una noticia tan prominente, pues sus periódicos no reportan estos casos como lo hacemos nosotros. Tenemos una tolerancia cero hacia la violación, y nuestros periódicos la reportan de manera cotidiana. Maneka Gandhi, ministra del Departamento de Mujeres y Desarrollo infantil de la India.


Cosas que me hacen

pensar en Borges Eduardo Berti

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a idea de Italo Calvino de que un clásico es una obra que no termina de decir lo que tiene para decir y Borges definiendo a un clásico como «aquel libro que una nación o un grupo de naciones o el largo tiempo han decidido leer como si en sus páginas todo fuera deliberado, fatal, profundo como el cosmos y capaz de interpretaciones sin término». Sylvie and Bruno, de Lewis Carroll, no solamente por el uso de paradojas dignas del mejor Chesterton, sino también por la inclusión de una biblioteca infinita que parece anticipar «La biblioteca de Babel». El personaje hitchcockiano de Mr Memory, que aparece en la película Los 39 escalones (1935), interpretado por el actor Wylie Watson y se basa, a la vez, en un circense antepasado de Funes: un tal William James Maurice Bottle (1875-1956), apodado «Datas: The Memory Man». El hipertexto, sus resonancias con la obra de Ts’ui Pên donde «todos los desenlaces ocurren» y «cada uno es el punto de partida de otras bifurcaciones» y también con el «Libro de arena» cuyo número de páginas es «exactamente infinito» pues «ninguna es la primera; ninguna la última». Paul Valéry explicando por qué nunca escribiría una novela (y su espanto ante frases como «la marquesa salió a las cinco»); ciertos editores explicando por qué conviene y es casi obligatorio publicar novelas. Los libros imaginarios en la obra de Stanisław Lem.

Los juegos de espejos, los relatos «autoconscientes», los abismos de los que hablaba André Gide y con los que soñaba Chuang Zu y la perspicaz pregunta sobre las magias parciales de la ficción: «¿Por qué nos inquieta que el mapa esté incluido en el mapa y las mil y una noches en el libro de Las mil y una noches? ¿Por qué nos inquieta que Don Quijote sea lector del Quijote, y Hamlet, espectador de Hamlet? Creo haber dado con la causa: tales inversiones sugieren que si los caracteres de una ficción pueden ser lectores o espectadores, nosotros, sus lectores o espectadores, podemos ser ficticios». El método S+7 de Oulipo y la idea de que «Pierre Menard» es un S+0. El verbo «orillar». Los casos clínicos que presenta Oliver Sacks, entre los cuales podría estar perfectamente el de Funes. Mi resistencia al hecho de que en francés la palabra «leche» sea masculina («le lait») y la famosa observación de Borges acerca de que en alemán la luna es masculina. El nombre de la rosa de Umberto Eco. El «morphing» y las demás técnicas que permiten la fusión de dos personas en otra cuyo aspecto es más que una simple suma, sino una

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tercera persona con pasmosa identidad propia, como el caso de Bustos Domecq. Macedonio Fernández sosteniendo que los gauchos eran un entretenimiento para que los caballos del campo no se aburrieran. Gabriel Zaid escribiendo que en el Corán sí hay camellos (diecinueve, para ser exactos) y la certeza de que la frase de Borges sigue siendo, pese a ello, genial.

Un breve apunte de Anton Chéjov, en sus Cuadernos de notas, sobre un hombre que, a pesar de haber ganado una fortuna en el juego, se suicida, episodio que Ricardo Piglia cita en su «Tesis del cuento» y me trae a la memoria un fragmento del notable prólogo a  La invención de Morel: «Los rusos y los discípulos de los rusos han demostrado hasta el hastío que nada es imposible: suicidas por felicidad, asesinos por benevolencia, personas que adoran hasta el punto de separarse para siempre, delatores por fervor o humildad…». Las listas de Sei Shonagon en su Libro de la almohada («cosas deprimentes», «cosas desagradables», «cosas que suscitan una profunda memoria del pasado», «cosas que deberían ser de gran tamaño»), las listas de su precursor Li Yi-chan («cosas inoportunas», «cosas vanas», «cosas inadmisibles»), las enumeraciones a lo Walt Whitman, las enumeraciones que tanto fascinaban a Georges Perec.

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Los viejos bluesmen que en la madera de su instrumento grababan (como esos carros con inscripciones que tanto atraían al joven Borges) la frase: «Esta guitarra puede matar» y el poema «1964» que termina con «...y te puede matar una guitarra». La lógica del idioma chino. «Triste» se dice «shang xin» (herido el corazón) y «contento» es «kai xin» (abierto el corazón). Cómo no pensar en las kenningar, esas metáforas propias de la antigua poesía escandinava que encandilaban a Borges: el barco era allí «el potro del mar», la espada era «la serpiente de la batalla». En chino, el útero es «el palacio del niño». O, mejor dicho, el encuentro entre el caracter que significa niño y el que significa palacio. Los traductores literarios que a la ideología de la fidelidad extrema a «las palabras» del original anteponen la fidelidad a «los impactos» del original y la idea (expuesta en forma explícita por Aline Schulman en su versión francesa del Quijote) de que un traductor «modernizante» es un «anti-menard» porque echa mano a frases «verbalmente diferentes» para restituir la singularidad de la obra y los efectos de su recepción. La zoología fantástica y los «seres imaginarios». Las Siluetas de Luis Chitarroni. La ceguera como aparece en Laughter in the Dark, de Nabokov. El empleo popular e inconsciente de ciertas formas de «hipálage»; la persona que me dijo que a su hija «se le veían las vergüenzas» en vez de decirme que estaba desnuda o semidesnuda, lo cual es otro modo de «fatigar las calles» o «fatigar las bibliotecas».

El «italianismo» argentino y el francés Jean Pierre Bernès que, en su edición de La Pléiade, arriesga la teoría de que hay cierto «anti-italianismo» en las páginas más tempranas de Borges: una «ideología de rechazo» heredada del poeta Evaristo Carriego (a quien Borges le dedicó un libro en 1930) y que pervive incluso en relatos como «El Aleph» o «La espera», donde puede advertirse «el exotismo que representaban los italianos de la Argentina para un Borges que aún vivía bajo los esquemas moralizantes de una edad de oro criolla, anterior a la fuerte inmigración». En 1979, Borges bromearía: «A veces me siento extranjero porque no tengo, que yo sepa, sangre italiana; entonces me siento un poco intruso en Buenos Aires». Los Fantasmas de la China, de Lafcadio Hearn La leche cuajada y el yogur porque el primer trabajo a dúo que hicieron Borges y Bioy fue el folleto publicitario «La leche cuajada La Martona-Estudio dietético sobre las leches ácidas», un trabajo alimenticio en más de un sentido. «Pagaban 16 pesos la página, que era bastante dinero. Yo sabía que Borges estaba pasando momentos de estrechez económica y le propuse que hiciéramos eso juntos», recordó Bioy en 1997.

El «mot juste» de Flaubert y el disgusto de Borges por el empeño de Leopoldo Lugones en «ser original» y recurrir más de la cuenta a adjetivos o verbos «inesperados», a cierto «barroquismo» o a laboriosas metáforas, «tan visibles que obstruyen lo que deberían expresar». Dicho de otra manera: por buscar el «mot surprenant» en vez del «mot juste». La fantástica imagen de la luna que rueda por la avenida Callao («Balada para un loco», 1969, de Astor Piazzolla y Horacio Ferrer), más o menos esbozada, cuarenta y cuatro años antes, en el poema «A la calle Serrano».


Los «inspectores de aves de corral». Ciertos libros de Carlos Castaneda que, en el fondo, se hacen eco de muchas ideas budistas, y Borges alegando que «el budismo niega el yo» durante una conferencia en el Colegio Libre de Estudios Superiores (seguramente el embrión de su libro Qué es el budismo, escrito con Alicia Jurado). Y añadiendo: «Una de las desilusiones capitales es la del yo. (…) No hay un sujeto, lo que hay es una serie de estados mentales».

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La flecha del tiempo, de Martin Amis, por su refutación de la cronología habitual. Dedé Wolf, la mujer de Piazzolla, y el cassette que me hizo escuchar una tarde en Buenos Aires: el «demo» de los poemas de Borges que musicalizó Piazzolla; el «demo» que Borges dijo preferir a las magníficas versiones de Edmundo Rivero. Los gatos cuando se miran en «la lúcida luna del espejo». Witold Gombrowicz diciendo, más o menos, que cuando uno nació en Polonia no tiene sobre su cabeza el peso imponente de una tradición maciza como le ocurre a un escritor nacido en Francia o Inglaterra, lo cual es casi otra versión del «escritor argentino y la tradición». El goce de perderse en la lectura de viejas enciclopedias. Bouvard y Pécuchet y el lazo que hace Alan Pauls entre ellos y Silvina Ocampo cuando recuerda a Bioy y Borges escribiendo entre carcajadas «esa deslumbrante enciclopedia de idiotas que son las Crónicas de Bustos Domecq». Filosofícula (1924), de Leopoldo Lugones, sobre todo la historia del señor Bergeret que parece escrita por Borges : «Quizá la idea de Dios proviene de la invención del espejo. Cuando el hombre pudo ver su imagen comprendió la posibilidad de que existieran seres irreales e incorpóreos a la vez. En suma, todo lo sobrenatural está ahí. Aquello explica el don de la ubicuidad, y hasta el misterio de la Trinidad inclusive. En el espejo, soy simultáneamente uno y doble». Et si les œuvres changeaient d’auteur? (2010), libro en el que Pierre Bayard imagina a Balzac como el autor de La cartuja de Parma y hasta explica las razones por las cuales Nietzsche escribió Los hermanos Karamazov. Las Crónicas marcianas, de Ray Bradbury.

La búsqueda de una prosa concisa y Cortázar opinando: «La gran lección de Borges no fue una lección temática, ni de contenidos, ni de mecánicas: fue una lección de escritura. La actitud de un hombre que, frente a cada frase, ha pensado cuidadosamente, no qué adjetivo ponía, sino qué adjetivo sacaba». La teoría de los universos paralelos o mundos múltiples y hasta el inefable gato de Schrödinger, próximos a las «infinitas series de tiempos» y a la «red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos» de «El jardín de senderos que se bifurcan». John Barth y la novela posmoderna en los Estados Unidos.

El concepto oulipiano de «plagiarios por anticipación» y un gran relato de Perec llamado «Le Voyage d’hiver» donde se narra el hallazgo tardío de un viejo libro en el que están reunidos, como se comprueba fácilmente, los mejores versos de los mejores poetas de Francia, Rimbaud y Baudelaire, Verlaine y Mallarmé (y aun otros menos prestigiosos: Banville, Richepin, Valale, Mérat, Rollinat, Laprade), salvo que el libro que se descubre no es realmente una antología: es un libro editado antes de que esos poetas nacieran o empezaran a escribir. Una inquietante «antología premonitoria». Una fuente secreta de la cual se copiaron después todos los poetas «inmortales». Una fuente secreta que, al descubrirse, obliga a replantear la historia posterior. El humor inteligente de Edgardo Cozarinsky. Las vidas imaginarias de Marcel Schwob y su influencia en J.R. Wilcock, en Vila-Matas, en Bolaño, en Jean Echenoz… El recuerdo del hogar de mis tías, en Buenos Aires, a mediados de los años setenta; el hecho de que ellas vivían juntas (dos tías solteras) y que, en verdad, cada cual tenía su propia biblioteca, por lo que no faltaban los libros repetidos, entre ellos todos los de Borges. La Gioconda de Marcel Duchamp como posible obra de un Pierre Menard que no supo resistirse a dejar una pequeña huella personal: la fina sombra de un bigote y una especie de barbita. Los hogares de clase media, en Buenos Aires, a mediados de los años setenta; el hecho de que, aparte de la guía telefónica, casi nunca faltaba el gran libro verde de Emecé con las obras completas. La obra de Kafka, su visión del fantástico, y Martin Kohan escribiendo: «Es posible preguntarse por qué razones Borges, cuando concibió a Pierre Menard, lo hizo autor del Quijote. (…). De igual manera, es posible preguntarse por qué motivos Borges, cuando postuló el carácter no solamente sucesivo sino también retroactivo de las influencias literarias, puso a Kafka, a Kafka y no a otro, como paradigma del hacedor de precursores. Evidentemente percibía el


alcance inigualado de la onda expansiva de lo kafkiano: de pronto autores remotos, y además de remotos previos, podían verse como kafkianos. ¿Y si por fin el propio Kafka terminase siendo, en cierto modo, un precursor de sí mismo, si es que no un avatar de sí mismo?» El mundo de las letras y las artes en la obra de Henry James. La espera y el tiempo en El desierto de los tártaros, de Dino Buzzati.

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«La mendiga de Nápoles», cuento de Max Jacob («Cuando yo vivía en Nápoles, había en la puerta de mi palacio una mendiga a la que yo arrojaba monedas antes de subir al coche. Un día, sorprendido de que no me diera nunca las gracias, miré a la mendiga; entonces vi que lo que había tomado por una mendiga era un cajón de madera, pintado de verde, que contenía tierra colorada y algunas bananas medio podridas») y una anécdota que ha relatado Carlos Mastronardi: «Al pasar junto al atrio de una iglesia, oímos la voz de un mendigo. Después de responder a su llamado, planteamos el inmemorial problema estético: ¿por qué razón el mendigo del teatro o de la novela puede conmovernos más que su modelo real? No ha de ser —arriesgamos— porque el alma humana se nutre de ficciones. Borges habla: Nos conmueve más porque lo conocemos. En el transcurso de dos o tres horas podemos mirarlo de un modo no eventual. El que acabamos de ver es apenas una imagen, una percepción suelta que estuvo en nuestro espíritu unos pocos segundos.». El libro Œuvres (2002) de Edouard Levé y David Lodge cuando afirma que ciertas obras mejor imaginarlas (o hablar de ellas como si existieran) que realizarlas. «Wakefield», de Nathaniel Hawthorne.

El premio Nobel de literatura que ganó Winston Churchill. Virginia Woolf, Marcel Proust, Carlos Fuentes, Henry James, Vladimir Nabokov y otros escritores que nunca ganaron el Nobel. Marcel Bénabou explicando por qué no ha escrito ninguno de sus libros Juan Villoro citando una (¿apócrifa?) tesis del cuento de Augusto Monterroso en la que puede leerse: «Los novelistas son aprendices de cuentistas, pero no al revés. El cuento no es la preparación para otro género».

Los relojes de arena y Héctor Bianciotti escribiendo: «Borges murió muy lentamente y en silencio, como un reloj de arena que se vacía». La tarde en la que charlé con Bioy Casares y me contó cómo se enteró de la muerte de Borges: había salido a pasear, miraba distraídamente la mesa de novedades de una librería cualquiera, le dolía un poco la cabeza o algo por el estilo, un librero quiso conversar un rato, él se disculpó diciendo que no era un buen momento, el librero repuso «claro, con lo que ha ocurrido hoy» y, entonces, Bioy quiso saber: «¿Qué ocurrió?». •


Muslámenes. Novela por entregas • Por Daniel Saldaña París

M

e despierto agitado, sudoroso. La cama está hecha un desastre: las cobijas en el suelo, la sábana de abajo hecha un churrito a mis pies y mi jeta, como una mascota sobre la que no tengo control alguno, desmayada sobre una mancha de baba seca, amarillenta. Lentamente me incorporo. Siento los párpados como dos pellejos de pollo hervido, la boca pastosa como cemento fresco. Me arrastro hasta el baño y dejo correr el agua fría en el lavabo mientras orino siete gotas turbias —tres de las cuales se quedan en el borde del escusado, ominosas—. Me enjuago la cara con vehemencia, casi con rencor, como queriendo borrarla: borrar mi gesto y mis arrugas, mi barba rala, mi incipiente calvicie de treintañero angustiado. «Todo fue un sueño», me digo en voz alta, mirando fijamente mi reflejo. Las vestales feministas, Buckminster Fuller, las agencias gubernamentales del Quebec buscando mi aniquilación, las peroratas orates de Cormac O’Dwyer. Un sueño inquietante cuya interpretación no me atrevo a explorar siquiera. Un sueño cuyas fronteras no están del todo claras para mí mismo. Sé que ayer por la tarde fui a tomar una cerveza con aquel escritor gringo, Cormac. Sé que mientras él iba al baño me tomé una pastilla de Protax —o dos pastillas, ya no estoy seguro—. Sé que bebí un poco más de la cuenta y luego desperté aquí, en mi departamento, sudado y torcido y con los ojos hinchados. Regreso a mi cuarto. Junto a la cama encuentro el libro que he estado leyendo, una biografía de Buckminster Fuller —aquel inventor farsante que diseñó la cúpula geodésica de la isla de Saint Helene—. En mi sueño, la autora de tal volumen era una vestal

postpunk. La realidad es mucho más grisácea: lo firma un académico de Minnesota. Las resonancias misóginas de mi perturbado sueño me rondan, acusadoras. «Estoy mal de la cabeza», me digo. Mi subconsciente es una catacumba de humillaciones múltiples que no quiero visitar nunca. Me tomo un Ibuprofeno, un complemento vitamínico y una pastilla de cartílago de tiburón, para las articulaciones. Intento extraer conclusiones útiles de mi pesadilla. De entrada puedo decir esto: soy el puto barro en los zapatos de la razón ilustrada. Soy representante de una clase, un género y un modo de vida que no ha hecho sino perpetrar la opresión y el calentamiento global. Eso está claro. Pienso que debería dejar de tomar Protax. El dealer me había advertido que era un producto fuerte, una de esas drogas que limpian las tuberías más profundas de tu cerebro y permiten que salga a flote toda la mierda. Salgo del edificio y enciendo un cigarro. Necesito desayunar, pero quizás es demasiado tarde. No tengo idea de la hora, pero la luz indica que es pasado el meridiano. La primavera montrealense experimenta uno de sus característicos retrocesos y hace un frío considerable. Decido volver al bar donde me reuní ayer con Cormac, en busca de alguna pista. Quizás el mesero me recuerda y puede decirme en qué estado y a qué hora salí de ahí. Y si estaba solo. No quiero pensar en mi pesadilla. El asunto de las vestales, los ritos paganos y mi sacrificio me provocan náuseas. Quizás debería preguntarle al dealer por alguna pastilla que bloquee mis sueños, o mi subconsciente entero. Quizás debería borrar mi cara. •

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Optimismo • Por dD&Ed

Año nuevo, vida nueva


Frédéric Boyer

Un libro de

tres mil años

L

a primera vez que leí el libro de Ernesto Kavi, La luz impronunciable, algo inolvidable ocurrió para mí. Algo que casi nunca ocurre cuando leo un libro contemporáneo. La primera vez que leí el libro de Ernesto Kavi, leí un libro de 3000 años. Pero eso no es todo. Debo precisar lo que ocurrió ese día o, mejor dicho, esa noche, cuando leí el libro de Ernesto Kavi. Las palabras que leía tenían 3000 años o quizá más. Leía un libro cuyas palabras eran tan antiguas que de pronto escuché, como plantándose en mi corazón, la juventud pura y recta de esas palabras tan antiguas. El poema de Ernesto se inscribe en las actos de palabras de esa poesía antigua de la Torá: He visto y He dicho. Vi todo Bajo el sol Y digo Todo es destrucción

Debo precisar lo que ocurrió ese día o, mejor dicho, esa noche, cuando leí el libro de Ernesto Kavi. Las palabras que leía tenían 3000 años o quizá más. Leía un libro cuyas palabras eran tan antiguas que de pronto escuché, como plantándose en mi corazón, la juventud pura y recta de esas palabras tan antiguas.

Ver y decir son los dos actos de lenguaje del vidente bíblico. ‫( הָאָר‬ra’ah), el mismo verbo aparece en Génesis 1, 4: «Dios vio (ra’ah) que la luz era buena». Ver la luz, eso es el comienzo. Pero la luz que vio es impronunciable. Ernesto hace resonar esas viejas palabras de Qohelet (extraño libro bíblico) por lo que son: qohelet llama (ese es el significado de la palabra hebrea) al mundo y a la existencia hasta hacer escuchar la fragilidad, la fatiga de su llamada —esa palabra vuelve en el texto de Kavi y cierra, por así decirlo, Qohelet: «demasiados libros (sefer), demasiado estudio (lahag) es una fatiga (yegiah) para la carne (basar)» (Qohelet 12, 12)—. No se ha insistido demasiado en que el libro de Qohelet trata precisamente sobre el acto de nombrar y de decir, de leer el mundo, la existencia. El poeta hace el ejercicio físico de decir el mundo y afronta el hevel, ‫ ה‬la quinta letra del alfabeto hebreo, y segundo y cuarta del Nombre yhwh. Letra de la fragilidad (que encontramos en el nombre de Abel). Comprendí lo siguiente: la juventud nunca ha existido antes de la poesía. Antes de esta palabra de 3000 años, y quizá más antigua, que hiere y agota nuestros corazones. Esa herida, es ella, es la juventud.

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Que nunca antes había existido. Antes de la palabra. Antes que la palabra no tocara el mundo. Porque tocar es nombrar. Tocar con las letras y el sonido de las letras pronunciadas. Quizá por eso el Nombre, dice la Kabbala, está en el origen del lenguaje. El lenguaje es el efecto de la caricia, del tacto del Nombre sobre el mundo. Piensa En los días infinitos de tiniebla Piensa En la juventud

La juventud del mundo, que tiene más de tres mil años y quizá más, no se pronuncia. Es ella quien pronuncia el mundo. Ella, la juventud del mundo, nadie puede pronunciarla. Nuestra aventura, nuestra odisea, será la de responder a nuestro nombre, reconocer nuestro nombre que nos llama desde lo impronunciable. El Nombre que llama no se pronuncia. No es, según yo, una prohibición ritual, ni religiosa. La Torá no formula tal ley ni tal prohibición. Es un acto poético, un acto de lenguaje que permite el llamado del mundo. El llamado del mundo tiene lugar porque el Nombre que llama, el mundo nombrado no lo pronuncia. Para que la luz sea nombrada es necesario que exista una luz impronunciable. La que nombra. Para que me sienta llamado y nombrado, es necesario que exista una voz de la cual no puedo pronunciar el nombre. Para que el tacto del mundo ocurra en el lenguaje, cuando hablo y cuando canto, es necesario lo impronunciable. Sin lengua me llamaste Sin manos cubriste mis ojos de ceniza Sin boca me diste a beber la ley


Aquel a quien yo llamo, me llama desde la negación, desde la ausencia misma. El poeta experimenta lo mismo que el profeta Elías: pasa de la manifestación visible en el fuego, el viento, la tormenta, a una voz de fino silencio molido: «Después del fuego, una voz de fino silencio» (1 Reyes 19, 12). Esa es también la experiencia del salmo, del canto mismo: pronunciar preguntas y sólo escuchar una respuesta de la cicatriz. Nunca se escucha una respuesta en un salmo, pero el canto pasa de la llamada, de la queja, a la alabanza, y así inscribe la cicatriz de la respuesta en su propia letra. Ernesto Kavi pone como cita en el libro el verso del salmo 62, literalmente: «el silencio, la confianza / el reposo (duwmiyah) dios (elohim) alabanzas / cantos de gloria (tellilah) en Sión». El silencio es un canto de gloria. La palabra silencio aquí viene del verbo (damah) que significa terminar, degollar, destruir, silenciar… Los salmos lo emplean regularmente. «¡Dios mio! Grito por el día, y tú no respondes. Por la noche, y no tengo reposo (duwmiyah)» (Salmo 22, 3) Literalmente: en la noche no hay silencio. Pero el silencio del que

se habla, para mí es el silencio que ocurre después del fin, el silencio que sigue a la destrucción, el silencio que viene después de la llamada. Habría que traducir: «El silencio del fin, para Elohim, es una alabanza». He ahí la razón por la cual el libro de Kavi se cierra con una coda alrededor de las cuatro letras del Nombre. Una coda, en música, es el ritmo del fin, que introduce precisamente el silencio. El silencio de la juventud del Nombre. Todo esto podría parecernos esotérico si no comprendiésemos que de ese silencio nace nuestra relación con el mundo, con su nominación, con su presencia frágil en el lenguaje que hablamos y que escribimos. Que lo impronunciable del mundo es aquello que nos hace vivir y hablar. • París, noviembre de 2016

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El Señor Cerdo

A

pesar de que la app en la que el Señor Cerdo tiene planificada su esperanza de vida le indica que aún no está en la fase en la que deba incrementar la relación entre momentos atesorables y momentos productivos, el Señor Cerdo es consciente de que el tiempo no pasa en balde, y ahora que se encuentra en la adultez temprana se sabe en la flor del disfrute hedonista que sólo la gente con su acceso a lo más selecto de la sociedad puede disfrutar. Por eso, el Señor Cerdo organizo con sus más íntimos best best friends un Weekend at Vegas para planear las festividades de año nuevo, y asegurarse de que se encontraran en el Top 5 de los que había disfrutado hasta ese momento, meta que se ha propuesto mínimo igualar durante el resto de su vida. Precavido como es, grabó en Voice Memos los detalles de los preparativos, por si acaso los excesos propios de su estirpe le impidieran recordarlos con posterioridad. Con la satisfacción que proporciona aventajar a los demás incautos en el arte de maximizar la experiencia de vida, el Señor Cerdo se aprovisionó de las drogas necesarias para conducirlo a través de la velada, diseñando cuidadosamente en un archivo de Excel la hora aconsejada para ingerir las diversas dosis y tipos de sustancias, a partir de una fórmula que considera variables como el mood, la música, el tipo de concurrencia y el cansancio acumulado según la hora correspondiente. Así, mientras terminaba de aplicarse su after-shave y despeinaba cuidadosamente su cabello tras aplicar una fina capa de gel sujetador, se tomó un par de shots antes de dirigirse a su primera parada de la noche: una fiestuki de un productor de comerciales con quien el Señor Cerdo se encontraba cerrando unos deals, donde le habían prometido que tocaría el afamado dj Are You Kidding Me, y que habría un selecto grupo de edecanes contratadas para departir con la concurrencia en tan notable ocasión.

Debido a que el Señor Cerdo follows no rules, ni siquiera las que se ha establecido a sí mismo, se dejó llevar por el frenesí de apreciar a pura gente preciosa bailando en un espectacular roof garden, con una vista panorámica de la ciudad, con lo cual tiró por la borda su plan toxicológico y procedió a administrarse un jugoso candy flip, puntuado para atemperar la ansiedad por unas cuantas rayas de cocaína, acompañado de shots de Jaggermeister bebidos en compañía de sus amigos más íntimos. Como resultado, los recuerdos del Señor Cerdo se componen de una maraña de flashazos y sensaciones, corroboradas por las fotos y videos que encontraría tras despertar en su hogar a la noche siguiente, acompañado de dos lobukis que se marcharon tan pronto despertaron, sin que el Señor Cerdo pudiera averiguar quiénes eran ni cómo habían terminado con él en su departamento. Entre los highlights de la noche el Señor Cerdo recuerda vagamente haber humillado a gritos a un mesero por demorarse en traerle su bebida, así como ser sacado a empujones de la fiesta por haber orinado en una fuente ubicada en uno de los costados. Posteriormente, tras haberse vomitado la camisa de diseñador en el Uber que lo condujo hacia un after, el Señor Cerdo debió sobornar al cadenero para que le permitiera pasar a recomponerse con unas rayas en el baño, y por el aspecto de las lobukis que despertaron a su lado, intuye que debe haberlas encontrado en un segundo after de menor categoría, del que ya sólo le queda como testimonio el sello borroso estampado en su muñeca derecha. Antes de tomarse un par de pastillas para dormir a manera de poner fin a su loca recepción del nuevo año, el Señor Cerdo sonrió con satisfacción para sus adentros, pues sin duda sentó el tono para un año más en donde el mundo seguirá contando con la fortuna de ser agraciado por su presencia. •

Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo

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odo patrón alerta a lo que sucede en su entorno habrá escuchado hasta el cansancio aquello de que la palabra crisis también significa oportunidad, pues en tiempos difíciles siempre se utiliza esto como concepto motivacional para sortear las dificultades y salir adelante. Sin embargo, tan sólo unos pocos patrones particularmente astutos han reparado en la verdadera implicación que muestra este significado alternativo del término, pues es precisamente el aspecto catastrófico de las crisis el que puede convertirse en una inmejorable oportunidad para ganar terreno en la incansable batalla contra los empleados. En momentos particularmente turbulentos como el actual, como patrón deberás pasar a la ofensiva para despojar a las oportunidades de cualquier tipo de connotación positiva, y dejar muy en claro que, en adelante, las únicas oportunidades de que las cosas sean distintas necesariamente pasan por el tobogán que conduce a la precariedad y desemboca en el despido. Para reforzar este mensaje, puedes encomendarle a los empleados más leales a ti que se disfracen de juglares y recorran el espacio laboral recitando como merolicos las noticias más calamitosas del día, de tal manera que su voz se convierta en un rumor de fondo bajo el cual los empleados se acostumbren a trabajar como mejor puedan. Incluso, en los casos en los que la noticia en cuestión lo permita, se pueden montar pequeñas representaciones teatrales donde se enfaticen los aspectos más violentos, y cuando adviertas que algunos empleados se encuentran al borde de un ataque de nervios ante lo descarnado del asunto, deberás intervenir para poner un alto al espectáculo, con lo cual reforzarás tu imagen de patrón poderoso y benevolente, que es

capaz de poner fin a diversos tormentos con un solo tronido de su voz. Asimismo, puedes utilizar en tu beneficio algunas de las ideas más extremas que han pasado a formar parte del actual discurso dominante, de manera que a tus empleados les quede claro que no son simplemente realidades lejanas basadas en abstracciones que no les competen, sino que se han convertido en valores dominantes que estructurarán sus realidades en los años venideros. Para ello, puedes comenzar a expedir credenciales diferenciadas por rangos y colores, asignando una salida y entrada correspondientes a cada nivel, así como el comedor, sanitarios y espacios comunes a los que autoriza cada una de ellas. Incluso, puedes estar alerta para cazar alguna falta imperdonable cometida por un empleado que pertenezca a alguna minoría étnica o de cualquier otra especie, y a cambio de perdonarle el despido deberás persuadirlo de que acepte pagar su falta mediante un encierro en una jaula construida especialmente para ese propósito, durante el cual los demás empleados gozarán el derecho de insultarlo, burlarse de él, o arrojarle vasos con agua o salsas diversas directo al rostro. Mediante la puesta en práctica de estas medidas, por un lado insertarás directamente a tu empresa en el espíritu de los tiempos, a la vez que pronto comenzarás a ver los efectos concretos en la conducta de los empleados, cuya autoestima quedará tan vapuleada que no tendrán fuerzas ni para alzar la cabeza cuando se presente alguna situación ante la que en otros tiempos, por suerte ya muy lejanos, se les hubiera podido ocurrir protestar. •


Mi odio

por las cosas que ladran Rodrigo Márquez Tizano

E

l cachorro amaneció flotando al fondo de un balde de metal. Sucedió el mismo día que el primer incendio. Fue hallado a la exacta hora en que el aire se deshace de su peso: estaban aún encendidos los cuarzos del alumbrado público y sin embargo el sol hacía ya sus primeras cabriolas sobre el pavimento. Hacía frío. Una de las cabezas lucía una herida profunda que iba desde la naciente del cuello hasta la trufa. La otra mantenía los ojos en blanco: petrificada a la mitad de un trance, no extático sino auténticamente doloroso, si acaso un animal de esa naturaleza puede sentir algo parecido al dolor o al placer. Era idéntico al padre, salvo por el pelaje, que en la cría se aclaraba desde el lomo hasta rozar la blancura total sólo llegar al vientre. Faltaban todavía muchas horas para que apareciera Fonseca por ahí. ¿Yo cuándo llegué? Al perro lo encontró la sirvienta mientras reunía los enseres para fregar el patio. Era lo primero que hacía cada mañana al levantarse: separar los desperdicios en los contenedores de plástico, vidrio y cartón, sacar la basura y enseguida, fregar el patio haciendo uso de una escobetilla, un trapeador, un puño de jabón en polvo y la cubeta donde se encontraba aquel día el cadáver del perro, que al momento de su muerte aún no había alcanzado los noventa días de existencia. Hacía frío, un frío terrible, pero eso creo haberlo apuntado ya. Al verlo, o al creer que había visto algo distinto a lo que en realidad vio, la sirvienta entonó un graznido que se propagó por cada rincón de la casa y más allá. Todo sonido a esas horas deja la impresión de ser oblicuo y no tener fin: fragmentos de voz perdidos entre las varillas de rea y los estribos perpendiculares, ligeramente doblados en sí mismos, al interior de las placas de melamina y yeso y madera: como una caverna en pendiente. El diámetro de su garganta bastó para levantar al vecindario entero. Una vecina algo demente, que no podía conciliar el sueño a causa del pavor que le provocaba la posibilidad de ser abducida por platillos voladores, llamó a la estación de madrinas más cercana al escuchar el grito y confundirlo con la sexta de caballería venusiana. Era en ella una práctica tan reiterada esa de avisar a los agentes del orden sobre las incursiones interplanetarias, que la pareja en turno, habituada ya a los llamados en falso, hizo caso omiso de la alerta. No resulta pertinente ahora detallar cómo fue que la vecina algo desquiciada comenzó, años atrás, la comunicación con seres de otro planeta: basta decir que con el tiempo y la frecuencia como aliados irreductibles, la relación entre

los dos agentes y la vecina algo demente se había vuelto casi familiar. Sin malos tratos de por medio, los encargados de la central nocturna estaban ya adiestrados para desdeñar los reclamos de una paranoia dócil, que preferían dejar pasar antes de castigar, como sería de esperarse entre los hombres de su clase. Los agentes procedían movidos en gran medida por la apatía y de ningún modo por un ánimo conciliador: apenas escuchaban la voz temblorosa de la vecina algo demente, descolgaban el auricular, pese a que tal comportamiento, a todas luces negligente, podía costarles el cargo. Ni siquiera se perturbaban un poco cuando escuchaban el timbrazo interrumpir la calma de su rutina, así como tampoco se tomaban ya la molestia de recordarle a la vecina algo desequilibrada que solicitar en vano la presencia de la autoridad, sobre todo a mitad de la noche, es considerada una falta administrativa grave y capaz de facturar multas, en gran parte a causa de la reiteración, que pueden fluctuar entre los 60 y 100 créditos, además de prisión preventiva, sin posibilidad de fianza. Descolgaban el teléfono, los agentes, y una vez zanjada la cuestión, podían dedicarse a jugar al bridge, una de las aficiones más socorridas entre quienes deben pasar la noche en vela encerrados en aquellas paredes grises, con sus barrotes grises, sus uniformes grises, y sus tazas llenas, siempre llenas de un líquido igual de gris. Estaban seguros de que un día no muy lejano la mujer sería abducida por una enorme nave nodriza de muros blancos y acolchados, y cuando pensaban en ello ambos experimentaban, bien en el fondo, un retortijón también gris, algo parecido a la envidia. Sin embargo, pensaban, de llegar ese momento, ellos, los hombres de la ley, podrían al fin atender sus obligaciones como es debido y dedicarse a las cartas o a ver repeticiones de viejos juegos de pelota sin que las llamadas o la falta de ellas pudieran ser factor de distracción. Después de todo, hasta aquel día la nuestra había sido una ciudad tranquila, sin apenas conciencias criminales ni actos cargados de maldad. Dos veces había llamado antes la vecina incómoda aquella madrugada, así que cuando el reloj marcó las 5 y el grito de la sirvienta anunció el nuevo día, la única respuesta del número de emergencias fue un largo zumbido itinerante. Ahora bien: a la hora señalada ocurrió un incendio en otra parte de la ciudad, justo en el

No resulta pertinente ahora detallar cómo fue que la vecina algo desquiciada comenzó, años atrás, la comunicación con seres de otro planeta: basta decir que con el tiempo y la frecuencia como aliados irreductibles, la relación entre los dos agentes y la vecina algo demente se había vuelto casi familiar.

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humo, contados muertos. Los bomberos parecían estar al tanto —con sospechosa antelación— de las coordenadas exactas de cada fuego por nacer, y demoraban apenas unos minutos en manifestarse allí donde las llamas comenzaban a propagar su calor destructor. Verlos desmontar esos espléndidos camiones colorados era un elogio de la heroicidad: «Ordenando las formaciones / como mariscales de algún imperio antiguo / frente a la estructura en llamas / la escalera / la empuñadura cobriza de la toma de agua, el gusano de caucho que da vueltas en sí mismo: / ellos mismos como máquinas engrasadas y provechosas, / igual que un ciempiés compuesto de agua». Esto, lo que acabo de apuntar, es parte de un poema, ganador de Los Juegos Florales de San Martín Jagua y dedicado por un vate local a las hazañas de estos hombres que pasarán, de una u otra forma, a la historia. Los periodistas, acostumbrados de igual modo a consentir y propagar sobrenombres vulgares con el objetivo de captar lectores, no tardaron en bautizarlos como «Los Bomberos Síquicos». A los más osados miembros del cuerpo les fue entregada la Cruz de Honor por los valerosos actos realizados en pro de la comunidad. La fama de «Los Bomberos Síquicos» fue tal, que no bien llegado el mes de septiembre, una importante casa editorial les ofreció un contrato para posar en ropa interior y publicar un calendario cuyos beneficios filántropos fueron únicamente superados por los de orden fiscal. En realidad aquella editorial, que había sido comprada por un delincuente de cuello blanco a los italianos, que a su vez habían adquirido dicha casa gracias a la crisis en España del Norte (y al devalúo del libro, a la ola tecnológica y al nulo respeto por el precio único), era sólo una trastienda para encubrir espantosos crímenes de lenocinio que nunca serán castigados. Los Bomberos Síquicos, por supuesto, no estaban al tanto de esta situación. Su código ético no les hubiese permitido la participación en dichas actividades. Aparecían en televisión: programas de concursos, cameos en series forenses, shows de variedad y revistas matutinas. «Los Bomberos Síquicos», que hasta entonces habían permanecido en la lobreguez del anonimato, o más bien, en ese cajón repleto de ingratitudes y reveses en el que descansan los héroes anónimos, eran de pronto tan populares como los cantantes de moda o las gaitas ocasionales fundidas en plastipiel. Su efectividad era impresionante. Sólo uno de los hospitales —el infantil— fue marcado por la tragedia: un ala entera, la de los enfermitos de cáncer, se calcinó por completo sin que una sola de esas cabecitas rapadas pudiese ser rescatada de las llamas. Sucedió también que en un asilo, el más pobre de todos, es decir, un moridero, uno de los internos utilizara su bastón para atrancar la salida de emergencia, provocando así la propia combustión y la de seis viejecitos más. Aquel incidente, fruto de la demencia senil, el terror y la excesiva ingesta de textos evangélicos, apenas trascendió, en buena parte porque el interés popular se había volcado con el caso de los niños carbonizados y también por el hecho, desconsolador pero cierto, de que la mayoría de los ancianos habían sido abandonados de antemano en aquel sitio por los mismos seres que alguna vez engendraron. La oleada tuvo, a pesar de todo, un fin abrupto. Justo un año después del primer incidente, y gracias a un informante anónimo, se detuvo al responsable de actos tan nefandos. La noticia causó el revuelo previsto por los más ambiciosos maquetadores, quienes no sólo superaron por un amplio margen el número de ejemplares vendidos durante los atentados en concepto de esquelas, morbo y pánico, elementos siempre capitalizados durante las crisis en cualquier civilización que se precie de serlo, sino que además tuvieron el acierto de elaborar un suplemento donde se detallaba paso a paso, con elaboradas infografías, encuestas y gráficas de pie, el modus operandi del incendiario, que resultó ser el más esmerado cabecilla de los «Bomberos Síquicos». Aquella resolución encajaba de modo tan perfecto y redondo que pocos se atrevieron a pensar en la perfección y la redondez como fin último del artificio: cuando aprehendieron al presunto culpable, quien perdió el adjetivo primero al

«Los Bomberos Síquicos», que hasta entonces habían permanecido en la lobreguez del anonimato, o más bien, en ese cajón repleto de ingratitudes y reveses en el que descansan los héroes anónimos, eran de pronto tan populares como los cantantes de moda o las gaitas ocasionales fundidas en plastipiel.

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margen más remoto de la prefectura. El cuerpo de bomberos tardó ocho minutos contados en presentarse frente al edificio en llamas (una fábrica de harinas), pero las madrinas no llegaron hasta dos horas después, cuando el campo de cenizas había cuajado bajo el sol fiambre. El inspector encargado del caso, acosado por la prensa y los reclamos de sus superiores, descargó su ira contra el superior delegacional quien, a su vez, delegó toda responsabilidad en el jefe de estación que, por no faltar a las costumbres primerísimas del cuerpo, tampoco tuvo empacho en señalar como culpables de todo embrollo a la pareja encargada de atender el turno de la noche: les fue retirada placa, arma, y meses más tarde, tras una serie de vergonzosos juicios transmitidos en cadena nacional, fueron condenados a prisión por ser hallados responsables, indirectos pero responsables al fin —motivo: negligencia— de la muerte de tres sindicalizados de la industria molinera. Tal escándalo provocó el incendio en la fábrica de harinas, que el cachorro bicéfalo hallado aquella mañana en el fondo de una cubeta de metal pasó desapercibido. Ni siquiera mereció una nota en el periódico de la tarde, de tiraje menos voluminoso pero con un amplio público cautivo, compuesto, en buena medida, por los entusiastas de las encueradas de la página 3 y el aviso oportuno de remates sexuales. Nadie pareció darse cuenta de lo extraño de aquella inadvertencia ni de la repentina transformación que sufrió la ciudad a partir de dicho incidente, hoy olvidado salvo por unos cuantos infelices. La tinta de los rotativos se prodigó por completo en el incendio de la fábrica de harinas, que no fue sino el primero de una terrible serie comenzada esa precisa madrugada. Aquella época será recordada por siempre como «La cuarentena del fuego», a razón de los más de diez incendios registrados en la ciudad y sus alrededores durante el verano. La sucesión de calamidades tuvo consecuencias más o menos trascendentes, según el caso y quien lo mire, en todos los niveles de la vida pública: hace no mucho se desveló la noticia de que un director extranjero había comprado los derechos para realizar una trilogía sobre el Gran Incendio, cuyo reparto constará de damnificados auténticos e incluso será filmada entre los escombros de las construcciones originales. Esto, quizá valga la pena destacarlo, traerá una derrama económica de varios millones y es un asunto prioritario para el gobierno metropolitano, que busca participar en la próxima puja de plazas olímpicas. Ahora: entre los edificios calcinados hasta los cimientos durante la cuarentena, se contaron dos hospitales —uno de ellos infantil—, tres colegios, una iglesia y cuatro residencias para adultos mayores. Hubo, a pesar de la violencia y el


momento de comprobarse que la cronología de sus hazañas servía como tapiz en su departamento, la opinión pública halló por fin una contestación más o menos sensata al incomprensible hecho de que se hubiesen registrado tan pocas fatalidades en relación al elevado número de siniestros. Aquello derivó en hundimiento moral, tanto para los héroes como para los admiradores: al resto de los «Bomberos Síquicos», no obstante que ninguno conocía las maquinaciones secretas de su líder, les fue retirada la Cruz de Honor, y sólo salvaron el trabajo porque, visto lo visto, la infraestructura citadina no podía permitirse prescindir de un cuerpo de bomberos. Un mes más tarde, el Bombero Sádico (el renovado título que los diarios otorgaron al pirómano fue ése), envestido como enemigo público número uno del pueblo, atravesó por el proceso criminal más adverso del que se tenga memoria en los libros judiciales de la ciudad. Un tribunal especial, compuesto por representantes de la comunidad albina, un par de jueces de tendencia ultraconservadora y tres vocales pertenecientes a las familias afectadas por la tragedia del hospital de menores, lo condenó a la hoguera, gracias a una enmienda de carácter extraordinario en la que se estipuló, con consentimiento unánime de la Secretaría de Caos y Azar, que todo aquel sentenciado culpable por el crimen de genocidio sería eliminado de manera consecuente, utilizando la Secretaría de Impartición de Justicia idénticas herramientas a las que en su momento hubiese utilizado el malhechor para perpetrar sus enajenaciones. Luego de la ejecución, las cenizas del Bombero Sádico fueron repartidas entre los dolientes que así lo solicitaron y cumplían además con los requisitos adecuados para efectuar el trámite: si uno anhelaba contarse entre los privilegiados, no había sólo que comprobar la relación sanguínea directa con alguna de las víctimas del hospital infantil y presentar la debida documentación, apostillada y con los sellos pertinentes, sino que además era menester tener al corriente y en orden las finanzas con la administración tributaria en poderes. Ciertas irregularidades, entre las que se pueden detallar falsificación de urnas, usurpación de identidad, acarreo, ratón loco y venta de plazas, ralentizaron el proceso a tal grado que las urnas comenzaron a estimarse de buena manera entre los coleccionistas y especuladores de arte. Al final, un considerable número de beneficiarios legítimos del programa gubernamental denominado «Desagravio Popular: La Gente Primero» se quedaron sin el correspondiente puñado de desagravio, mientras que un artista local, patrocinado por la Secretaría de Juegos Florales, decidió montar una exposición en Venecia con cien urnas adquiridas en el mercado negro, llevando a cabo una especie de performance de denuncia que le valió una bienal y otra caldosa beca. Luego de la quema pública, los obligatorios debates televisivos a favor y en contra de la pena capital, las marchas en contra de la violencia, y el escandaloso fichaje de un mediocentro brasileño de inigualable técnica por los Albinegros de Izcuintlán, el Jefe de la Policía sería nombrado Alcalde, sólo para recibir cinco impactos de bala, seis meses después, durante un mitin de la Asociación Amigos de los Perros, que él mismo, orgulloso dueño de un par de perros indígenas sin pelo, presidió hasta el momento de su muerte. A pesar de que presumiblemente la mitad de la población habría apoyado la promoción del antiguo Jefe de la Policía —según las encuestas de popularidad efectuadas durante su cortísimo mandato—, hubo un amplio sector —del frente progresista— que se manifestó en contra de la sanción capital impuesta al Bombero Sádico, por considerarla una práctica propia de tiempos más oscuros. Este incómodo escenario le había granjeado al ex Jefe una enconada enemistad con algunos círculos intelectuales, quienes no tardaron en acusar al

nuevo regente al menos de intempestivo y represor, cuando no de fetichista medieval. Durante su mandato el ex Jefe y ahora también ex Alcalde cultivó también otros adversarios, más feroces: los familiares de las víctimas que aún no recibían su urna y organizaban caminatas circulares alrededor de una céntrica plaza rodeada por un cinturón de platanales, otros más que no estaban de acuerdo con su gestión como rector de los canófilos, por considerar que el suyo era un régimen laxo en cuanto a formalismos étnicos (vale aclarar que los perros calvos son mal vistos por la facción radical del organismo), y algunos más que simplemente lo consideraban un imbécil redomado: no, no era popular en absoluto el ahora ex Alcalde, y de su asesinato se terminó culpando a un chivo expiatorio sin mayor relevancia en esta historia, un chico de Los Altos que llevaba menos de dos meses trabajando como mensajero para una subdependencia de la Secretaría de Caos y Azar. Ahora: calculo que estas imágenes y las demás (las imágenes de todos los tiempos por venir) llegaron de golpe a mi cabeza en cuanto la segunda cabeza dejó de respirar. El perro está frente a mí todavía, aunque todo esto aún no llegue a suceder. Aunque forme parte de un bucle, un tiempo común a la idea de espacio y nada más. La sirvienta fue quien alertó al vecindario. El peso de su cuerpo sobre el pasto, de crecimiento irregular y textura más propia de la paja, despertó a la dueña de la casa, que era también dueña del cachorro y podía considerarse, en su condición de lenona destacada, ahora lo veo, asociada de los italianos y dueña incluso de una docena de muchachas envueltas en camisones ligeros, casi transparentes por la fricción de los textiles, con los ojos aún hinchados, deudores de las pocas horas de sueño intermitente, que miraban la escena con cierto tedio desde las estrechas ventanas de la casa. Una de ellas, apenas mayor de edad, fue quien me facilitó la entrada a la casona. Tuve que pagar su compañía tres noches, por adelantado, antes de ganarme su confianza. Ella también había visto al fenómeno de las dos cabezas. Le temía. Ya lo he dicho: la sirvienta activó las imágenes, el curso de las imágenes, el caudal de imágenes que no se detiene más, pero fue el golpe seco contra el piso y no el grito lo que hizo salir a la lenona mayor de la cama: el rostro deforme contra la almohada, salivante, acaso la primera cosa nítida que recuerdo haber intuido sin que mi cuerpo se encontrara presente, una mancha de saliva seca e incolora. Luego siguió la avalancha: tardó en llegar la dueña al patio: como un bostezo, a pasos cansados, salió por la boca de un pasillo angosto y que giraba a noventa grados y cuyo fin era conectar las habitaciones y el cobertizo, donde había más habitaciones, como palomares, habitaciones donde las muchachas más feas cobraban la mitad porque apenas cabían dos personas de pie, así pasa la dueña por las habitaciones, ahora mudas, ningún gemido, ningún sonido de uñas contra el yeso, sólo los ojos, los párpados y las pestañas de las mujeres que la siguen con la mirada, y entonces la señora grita: ¡Merlín! ¡Pobrecito mío!, para luego echarse a llorar. Hubo también otro sonido: el del mango de madera que dio contra el suelo. Otro más: el líquido violeta, la sangre del animal, escurriendo por la coladera. Perseguido por la neblina, bañado por luz fría, casi helada, porque he repetido y es importante, no lo olvidemos, que hacía un frío endemoniado aquella mañana, yo corría entonces ya a tres cuadras de distancia, con dirección al metro, empapado de sangre violeta, más bien aterronada, casi púrpura, alejándome a toda velocidad de aquellas casas, tomando pequeñas calles con la intención de evitar tumultos y testigos potenciales, cuando el derrumbe de imágenes me sacudió de pronto. Ahí pude ver entre otras cosas, por adelantado también, que la mujer

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El peso de su cuerpo sobre el pasto, de crecimiento irregular y textura más propia de la paja, despertó a la dueña de la casa, que era también dueña del cachorro y podía considerarse, en su condición de lenona destacada, ahora lo veo, asociada de los italianos y dueña incluso de una docena de muchachas envueltas en camisones ligeros, casi transparentes por la fricción de los textiles, con los ojos aún hinchados, deudores de las pocas horas de sueño intermitente, que miraban la escena con cierto tedio desde las estrechas ventanas de la casa.

a la cual iba a pagarle tres noches por adelantado (o quizá ya había sucedido) era portadora. Menor de edad y portadora. Tuve que detenerme y contener el aliento. El aire helado me picaba la nariz, o me picará: la sensación es que me pica, justo ahora, así, en el tiempo en el que cuento, y ese mismo tiempo, la noción de estar en un mismo tiempo que se desdobla, me hace pensar que la pared blanca, recién pintada y contra la cual recargo el cuerpo, me deja una mancha blanca sobre la gabardina, en la espalda: es decir, no puedo ver por mí mismo el trazo irregular y poroso del blanco perlado, quizá tirando a hueso, pero lo sé, siento la marca, una mancha irregular, mucho más fea que un brochazo distintivo o un goteo que vaya dejando, casi sin querer, una relación súbita, dispuesta, del hombre, su movimiento y el color. Estuve ahí parado un par de minutos. Al otro lado de la calle, el sol, siempre moribundo en esta ciudad, embarraba sus filos contra un estante repleto de refacciones para autos: rines, discos, platos, todos niquelados. El hombre que atiende el puesto, o más bien lo vigila, espera a que el semáforo que controla el cruce pinte en rojo y entonces toma una especie de anaquel portátil donde lleva repuestos de limpiaparabrisas y se lanza a ofrecer su mercancía entre los coches detenidos. Llega el verde y yo mismo decido seguir corriendo. Entonces vinieron de nuevo. El grito de la sirvienta y las imágenes. Como una cadena de naipes doblados, cada premonición fue alojándose en la zona baja del hipocampo: las llamas, los rostros, los titulares de los diarios, incluso las intenciones y los motivos más recónditos, las bastillas de un andamio de revelaciones que se resquebrajaba de súbito y dejaba escapar su néctar más preciado, y el sonido: el crepitar de esas llamas y los maxilares de aquellos rostros golpeándose entre sí, el engranaje mecánico, sin aceitar, de las intenciones y los pensamientos, incluso el olor penetrante de la tinta al secarse, esas letras que anuncian bomberos, mediocentros brasileños, y asesinos, todo envuelto en una ola de luminiscencia, en bloque, conocimiento puro de lo irremediable: la nitidez era tal, poseían aquellas imágenes una carga de verdad tan opulenta (a pesar de hallar su origen en la incertidumbre o la superstición), que era imposible retenerlas y menos aún distinguirlas, eran mías por derecho pero al mismo tiempo podía considerarlas inasibles, no existía un orificio para ocultar el mínimo detalle y aquellas repentinas apariciones que conformaban el cuerpo de llamas, rostros, titulares, intenciones, futbolistas, bomberos, asesinos y motivos, le pertenecía también a quien pertenece el resto de cosas que pueden considerarse propiedades, e incluso las que no: pájaros, mar, cielo, aquello también le pertenecía y ahora estaba todo muy claro: la tristeza que me embargó, entonces lo supe, era también de su propiedad, todo muy claro, clarísimo, vaya, y pensé: no puedo

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seguir viviendo luego de saberme guiado por una tristeza que no me pertenece, una tristeza común, el fracaso de la época, de los dioses, porque de pronto era como si hubiese recibido el regalo más anhelado, un regalo de esos dioses fracasados, de tiempos antiguos y religiones derrocadas, vueltos a la tierra como demonios: este, su regalo para mí, las imágenes envueltas con un papel irrompible, el papel de la nada, una nada que no se detiene en el pensamiento sino que lo abarca, y más allá, invade, conquista, avasalla, pero no sólo el pensamiento sino la vida, y porque frente a mis ojos, en esos contados segundos, quince, o veinte, medio minuto tal vez, atravesó la promesa de totalidad, pero sobre todo se resaltó ante mí lo que no formaba parte de esa totalidad: no había bien, ni mal, ni demonios, ni dioses fracasados, ni siquiera victoriosos y, por tanto, tampoco había hombres, mucho menos hombres: sólo manchas en lugar de hombres y sólo Merlín y las cosas que ladran, aullando de tristeza, esos ojos redondos, casi líquidos como reflejo de la totalidad inalcanzada, mientras su huella en la tierra se desvanecía en dirección a esa eternidad vulgar que debe aburrirles tanto a los que no pueden dejar de existir: Merlín en todas partes, su sangre violeta, las cenizas de Merlín esparcidas a los pies de la sirvienta, escapando de las manos de la lenona jefa, que estaba como muerta, llorando hacia adentro. Fue su último impulso vital. Hacerse ceniza. Al contemplar la escena, la dueña remachó el grito de la sirvienta, y las chicas apiñadas frente a las ventanas (las más feas asomando las pestañas por las rendijas de los cuartos del cobertizo) que no podían dejar de mirar sin mirar del todo, se quedaron ahí petrificadas, a causa del asco o del miedo, y horas más tarde nada pudieron decir a Fonseca sobre lo ocurrido, porque en cuanto la señora puso las manos sobre las cenizas húmedas del cachorro, surgió desde su boca, o desde el estómago primero, una voz distinta, más grave, poco humana, también el conocimiento inequívoco de una lengua que desconocía, y pasaba Fonseca por ahí, dueño de la casualidad, apestando a brandy seco, a vómito ajeno, sin sombrero posible que cubriera su calvicie: hubo uno, sin embargo: era beige, de fieltro percudido, con una cinta marrón y una pluma de faisán, y lo había perdido una noche antes, mientras investigaba otro caso, uno que le había encomendado una rubia de esas que entraban al menos cada veinte días por el cristal de su oficina: rubias auténticas casi ninguna, pero rubias al fin y eso era una señal, porque Fonseca tomaba sólo casos de rubias, casi por superstición, y aún así acertaba poco: la ciudad entera estaba compuesta de suciedad y sol muerto y casos sin resolver de Fonseca, rubias falsas todas con maridos muertos, hijos muertos, ellas mismas vueltas cadáveres: todos casos para Fonseca, quien pasaba por ahí, no por casualidad sino porque estaba ya dispuesto a escuchar esa lengua extraña, torva, que lo hizo girar la cabeza, y yo estaba en ese otro plano, doblado en quién sabe cuántas partes, pero apenas a unas cuadras de distancia, en dirección al metro, descansando el cuerpo contra un muro recién pintado de un blanco hueso que más bien tiraba a marfil. •


Psycho Killer • Por Carlos Velázquez Who Dig Los Angeles Is Los Angeles Nuestra generación no aprendió nada de Mi pobre angelito 2. Viajar en diciembre es una calamidad. Pero quién puede quedarse a cantar el jingle bells, jingle bells rock, cargar los peregrinos o inyectarle metadona a un pavo, si Joe Bonamassa se presenta en el Dolby Theatre. Ni el pinche Kevin McCallister. Todo comenzó con una llamada de don Cheto, mi díler de boletos. I got tickets for the secon night. In sigunda fila. A 250 dólares el privilegio. Había elegido diciembre para desintoxicarme. Estaba preparado para ver al bebé gatear por el techo. Existe gente que suda alcohol o droga. Yo transpiro conciertos. Llamé a mi editor. ¿Te interesa una pieza brillante sobre Bonamassa? Sí, me respondió, pero por favor ya no pongas que fue la mejor noche de tu vida. Al día siguiente desperté a las 6 am para tomar un avión a Guadalajara, de allí uno a Tijuana, cruzar la frontera a pie y proceder por carretera hasta el centro de Los Ángeles. El vuelo se retrasó y perdí la conexión. Apenas aterricé en tapatilandia exigí entrevistarme con el gerente de la aerolínea. No se puede tratar de esta forma a un doctor en periodismo. Ya no soy un don nadie. Tengo agente. ¿Tiene agente?, me interrogaron en el mostrador. ¿De verdad tiene agente? Es lo que acabo de decir, argüí. Denle a este hombre un vuelo a Los Ángeles, ordenó. El siguiente era a las 8 de la noche. Y eran las 11 de la mañana. Si piensan que eso puede derrotar a un doctor en periodismo están equivocados. Todo retraso trae su torta ahogada bajo el sobaco. Invertí todo el día en leer Born to Run, la bio de The Boss. Pasada la medianoche el avión descendió sobre lax y me sentí bien papas fritas. Pero la migra me bajó los humos. Tardé dos horas en ingresar al Chuco. Salí al contaminado aire angelino con la sensación de haber sido violado. Mi plan era pedirme un pUber pool. Estaba lloviendo. La pedrada salía en 63 dólares. Mi olfato reporteril

me llevó hasta un taxi pirata. El chofer era un yugoslavo. Idéntico a Yuri, el padrote de Leaving Las Vegas. Y para acabarla de chingar también era de Latvia. Por 35 dólares me llevó hasta Hollywood. Al depa de Lorena Villa Parkman. Vecina nada menos que de Peter Katsis, el descubridor de Ministry y manager de Smashing Pumpkins y Jane’s Addiction. Para ser un niño de la calle eres demasiado fresa, me dijo don Cheto. Uno siempre cae parado, le respondí. A las dos de la madrugada me desvanecí sobre el sofá de mi amiga. Habían transcurrido 20 horas desde que saliera de mi depa. Ay Joe, everything I do, I do it for you. Corte A (lo demás vale madre): Home Alone (capítulo Californication) No existe pendejada más grande que desplazarte unos cuantos miles de kilómetros para acudir a un concierto y llegar tarde. Terminé mi segunda chela en Cabo Wabo, la cantina de Sammy Haggar, y don Cheto me dijo juyámonos. Pero me pedí una más, no pensé que Joe arrancara a tiempo. Pero salió a las 8 en punto. Cuando nos internamos en el Dolby el venue retumbaba. Todavía me cumplí el capricho de largarme a miar. Pero sirvió para el encontronazo. Camino a ocupar nuestros asientos Joe estaba al filo del escenario y lo tuve a menos de metro y medio. Había visto cientos de videos de Bonamassa, pero nada me preparó para topármelo de frente. De impecable traje. Parece un abogado. Un Lionel Hutz guapo y exitoso. Lo que diferencia a Bonamassa de otros guitarristas es que no parte de un punto para llegar al clímax. Desde el principio es climático. Y no baja de intensidad ni en las rolas más lentas. Por lo que cada tanto sacude las manos en señal de desentumimiento. Si Gary Clark Jr. es el mejor guitarrista negro desde Hendrix, Bonamassa lo es desde

Stevie Ray Vaughan. El concierto se dividió en dos partes. Primero tocó canciones de su último disco Blues of Desperation. Y la segunda de Live at Greek Theatre, su tributo a los King. Y qué voz tiene, emparentada con la ópera. Y qué banda lo acompaña, Anton Fig, baterista del show de Letterman, a quien yo jamás había visto trabajar tanto como esta noche en el Dolby, y la leyenda Resse Wynans. Verlo ha sido lo más cerca que he estado de un miembro de la banda de Stevie Ray. Con el Dolby sold out, Bonamassa cimbró Los Ángeles. Era el último concierto de una exhaustiva gira, y un regalo de navidad invaluable. Es el guitarrista más completo de los últimos tiempos. Lo mismo toca blues a la manera clásica, que con acústica, que jazz y que metal. O un sonido semi big band, como esta ocasión, con tres metales y dos coristas negras de respaldo, una especie de virtuoso Brian Setzer. Y qué feeling maneja. Parece que se comió a un negro. Y es que no existe otra manera de definir su estilo más que canibalesco. Y su persona contrasta con la imagen del blusero. No se ha tirado a las drogas o al alcohol. Si en este momento no es más popular es por su sentido de la no tragedia. Cerró el show con una vigorosa Going Down, How Many More Times (me van a matar pero le pasa por encima a Jimmy Page) y Hummingbird del recién fallecido Leon Rusell. Las 20 horas habían valido la pena. No vi a Hendrix, ni a Stevie Ray, pero ya vi a Bonamassa. •

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Sexto Piso Times

Noticias Que de tan falsas… podrían ser verdaderas

Fuentes anónimas confirmaron a Sexto Piso Times que el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, le llamó personalmente al ex secretario de Hacienda, Luis Videgaray, para ofrecerle un puesto en su administración, como un gesto de agradecimiento por la invitación oficial a nuestro país el pasado mes de septiembre, cuando su campaña se encontraba en pleno desplome. Nuestros lectores recordarán que fue el primer momento en el que Trump apareció públicamente con la talla de estadista, y que su encuentro con el presidente de México le sirvió para frenar el ciclo de noticias negativo que amenazaba con conducirlo a una estrepitosa derrota. El resto, como dicen por ahí, es historia. Por lo tanto, fiel a sus principios de lealtad, el magnate decidió retribuir a Videgaray con un jugoso cargo en su administración, aunque de momento no quedó especificado de qué se trataba, pues a pregunta expresa de este medio sus portavoces se limitaron a puntualizar que era «Something terrific». Ante la filtración de la noticia comenzaron a correr todo tipo de rumores sobre el potencial encargo, entre los cuales destacaron que Videgaray quedara a cargo de la construcción del muro fronterizo, pues por sus conexiones con Grupo Higa podría conseguirle a Mr. Trump un trato envidiable para no solamente contar con un muro de gran calidad, construido a bajos precios, sino también permitirle hacerse de algunas propiedades con créditos blandos, pagaderos a unos 10 mil años. Otra posibilidad era encomendarle la cartera de secretario de Energía de los Estados Unidos, para acelerar el proceso de adquisición de los activos petroleros mexicanos por parte de empresas norteamericanas. Sin embargo, para poner fin a los rumores, Videgaray convocó a una conferencia de prensa donde leyó un escueto comunicado en el que manifestaba sentirse abrumado por ser considerado para tan honorables encomiendas, pero aseveró categórico que de momento las rechazaría para concentrarse en otras oportunidades de negocios.

•   enero de 2017

Ofreció Trump en agradecimiento puesto a Videgaray en su gabinete «Es un honor, pero me encuentro persiguiendo otras oportunidades de negocio»: ex secretario de Hacienda Con la tenacidad que ha caracterizado a los grandes medios informativos de la historia, el equipo de Sexto Piso Times se dio a la tarea de desentrañar el misterio del futuro del ex secretario de Hacienda, hasta que esta redacción consiguió hacerse de un detallado business plan para la creación de una agencia de conferencistas de primer nivel pues, como explica el documento a los potenciales inversionistas, «¿Por qué habremos de permitir que empresas gringas se beneficien de las tarifas que generan grandes oradores como Ernesto Zedillo, Esteban Moctezuma, Pedro Aspe, Vicente Fox o Felipe Calderón, cuando una empresa 100% mexicana se puede encargar de promoverlos y gestionar sus apariciones públicas, cobrándoles la comisión correspondiente?». Asimismo, el documento detalla que la empresa de futura creación se propone aprovechar las conexiones partidistas de su fundador para asegurar conferencias por vía remota con personajes como Mario Villanueva, Javier Duarte y otros prominentes políticos caídos en desgracia, pues por razones evidentes, expresa con elocuencia el business plan, se encuentran en una posición privilegiada para compartir con los interesados los mecanismos reales de poder bajo los cuales se mueven la política y los negocios en nuestro país. Aun así, una fuente muy allegada a Videgaray recomendó estar atentos a nuevos acontecimientos, pues dada la incertidumbre política y la volatilidad financiera actuales, en algún momento podría reconsiderar y tocar a la puerta del presidente Trump para sumarse a las filas de su gobierno. Incluso, se aventuró nuestro informante, existe un amplio potencial para conjugar ambas iniciativas, pues Vide-

garay podría quedar al frente de una nueva dependencia de nombre tentativo Office for the Relations with Good Mexicans and not the Rapists and the Murderers, mediante la cual se organizarán exposiciones itinerantes de una selecta lista de mexicanos representativos de los negocios, las artes y el folclore, para que dieran conferencias a lo largo de la Unión Americana y con ello reforzarán el mensaje del presidente Trump de que el problema no son los mexicanos como tal, sino sólo «the bad people» a la que nuestro país se empeña en enviar a su país a desempeñar los trabajos que, Vicente Fox dixit, «ni siquiera los negros quieren hacer». •



El buzón de la prima Ignacia Querida Prima, Uf. Te desearía feliz navidad y año nuevo y todas esas linduras pero sigo al borde del colapso por algo que me pasó mientras estaba de vacaciones con mi familia en Vail. Ay, prima, de verdad que este mundo cada vez está peor y una termina con un ataque de nervios, doblando la dosis de sus pastas, luego de lo que tenía que haber sido un hermoso viaje familiar para añadir fotos a los álbumes (o sea, es un decir, oooobvio que ya no tenemos álbumes porque eso es sooooo eighties, pero tú me entiendes, ¿no?) y en cambio, ¿qué obtiene una por taruga? Pues eso. Más problemas y sinsabores. Espero que puedas ayudarme. Resulta que como todos los años nos llevamos a Vail a Josy, la sirvienta que desde hace mucho trabaja y vive con nosotros, y a quien queremos tanto que es como si fuera de la familia, prima, para que nos ayude a cuidar a los niños mientras nosotros salimos a cenar o a tomar algo con nuestros amigos. Bueno, pues como yo sé que Josy en el fondo es bien coqueta, le doy permiso de que en las vacaciones no ande en uniforme como todas las demás criaditas que se andan dando sus vueltas por el centro de Vail, pero nunca pensé que me hiciera esto. O sea, ¿cómo ves que un día salgo en ropa sport a peinar el mall como a medio día con un par de mis amigas, y que me la encuentro tomándose una malteada con mi Laurita, toda emperifollada y bien vestida, ¡hasta más elegante que yo!, prima? No sabes la risa de burla sofocada que me dirigieron mis amigas. No pude decir nada y me fui directo a la cabaña a encerrar con unos vodkas y ansiolíticos, y pues la mugre Josy me arruinó la vacación. ¿Crees que deba confeccionarle unos uniformes horrorosos para que no vuelva a humillarme de esa manera? Leticia Legorreta de Hohenlohe

Good morning lady Leticia, Ay, perdóname amiga, o sea, sí simpatizo con tu dolor, pero la verdad no pude evitar comenzar mi respuesta a tu carta con ese chascarrillo, ji ji ji. Pero, o sea, también con eso le podemos bajar algunas rayitas de emociones negativas y concentrarnos en atender el verdadero problema. Mira, a mí me pagan por tener una visión integral y holística, y aunque quisiera ponerme sólo de tu lado por las oooooobvias afinidades que tenemos, mi contrato me obliga a intentar ver las cosas desde todos los ángulos. Por eso te digo, te imploro, ¡ponte por un segundo en el lugar de la pobre Josy! Ahí, en Vail, rodeada de la créme-de-la-créme de la alta sociedad mexicana, todos radiantes esquiando y yendo a fiestas y cenas con los ejecutivos de Televisa y otras luminarias. O sea, ¡ellas también son humanas, mi vida! Perdónale un poco su mal timing para ponerse su vestidito de lujo (y seamos realistas también, ¿qué tan de lujo podía ser, realmente?) en una hora y lugar inapropiado. Es más, te lo pido de mujer a mujer: sé magnánima y concédele ese triunfo, y verás que la rueda del karma girará definitivamente a tu favor. Ahora, para evitar problemas se me ocurre que además de lo de los uniformes, que es muy buena idea para evitarle confusiones, ¿por qué no le mandas a hacer unas máscaras como las que se ponía el Tom Cruise en las películas de Misión imposible?. De esa manera le sigues dando chance algunos días a la Josy de vestirse como quiera, pero le pones como condición que cuando sienta la necesidad de arreglarse más, se ponga una máscara con un rostro tipo Elba Esther Gordillo para compensar, y así no sólo ya no te opaca con su apariencia, sino que además puedes hacer como que no la conoces y no saludarla y ¡fin del asunto! Nada más asegúrate de compartirle el plan a tu hija Laurita para que no les vaya a arruinar la coartada y terminen todas haciendo un ridículo peor, porque imagínate nomás lo que podría ocurrir.

Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).

Estimada Lic. Ignacia, Le escribo respetuosamente desde una start-up que se encuentra a punto de lanzar la plataforma tecnológica www.gurusalamedida. com, para invitarla a formar parte de nuestro catálogo de gurús, que estarán disponibles en nuestra página para ser contratados según las necesidades específicas de nuestra clientela. En el caso de que estuviera interesada podríamos platicar detalles más específicos, pero de momento permítame comentarle que nos proponemos ofrecer gurús en alquiler para que nuestros clientes puedan impregnarse de su sabiduría durante el tiempo que les resulte necesario, así como contratarlos como acompañantes para cenas o retiros empresariales de alto nivel, con lo cual no sólo tendrán asegurada la templanza necesaria para desempeñar sus funciones, sino que además impresionarán a la concurrencia con el estatus que proporciona estar siempre listo con un gurú de primera calidad a la mano para lo que pudiera ofrecerse. Esperando que nuestra propuesta pueda ser de su interés, queda de usted su seguro servidor. Gregorio Esquivel

Apreciado señor Gregorio Godínez (y ya sé que su apellido es Esquivel pero para mí todos los de su calaña son y siempre serán Godínez): No sé ni siquiera cómo se atreve a escribirme con una propuesta tan vulgar. O sea, ¿a mí, la prima Ignacia? ¿Qué no ha visto mi currículum? ¿Qué no sabe que tengo estudios en la Universidad Tibetana, donde me gradué magna cum laude con una tesis sobre las 7 formas más eficientes de rentabilizar el karma? ¿Sabe lo que le digo? Ja, ja y recontra ja. ¿De verdad pensó que tenía posibilidades de contratarme en una start-up de gurús a sueldo? Qué poco me conoce. Y nada más para que quede como precedente por si tuviéramos un problema legal, le advierto que justamente yo me encuentro por lanzar mi servicio de asesoría espiritual online, donde por supuesto que no acudiría yo en persona más que en los casos de clientes de más alto perfil (billetito habla), pero me encuentro capacitando a un selecto grupo de consejer@s espirituales que estarán imbuid@s en los principios del Ignacismo, y que en efecto podrán ser alquilados para acompañar a mis clientecitos y rociarlos con sabiduría para maximizar sus potencialidades. Ahora que si quiere que hablemos de tú a tú como dos empresarios, estoy dispuesta a explorar posibilidades de alianzas por si quieren invertir en mi proyecto, o podemos unir esfuerzos y lanzar un mega servicio de gurús, que por supuesto lleve mi nombre: Ignacia’s Customized Guru Service™. Yo la verdad es que soy muy buena para la sabiduría pero mala para los negocios (así somos las almas creativas), así que si usted como Godínez quiere encargarse de todo lo práctico, avíseme y lo platicamos. Pero nomás le advierto que así como puedo ser buena onda, me convierto en una hiedra venenosa cuando quieren traicionarme, así que váyase con cuidado o ni el ejército de gurús más poderoso del mundo podrá recomponerlo cuando yo haya acabado de pisotearlo, jajajajaja.

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Hace 50 años murió en Bolivia el revolucionario más famoso de la historia… A través de los años, su espíritu ha continuado adquiriendo nuevas vidas… Ahora reaparece en México, en una magistral novela gráfica realizada por José Hernández, de la mano de la monumental biografía sobre el Che de Jon Lee Anderson…

El Che Guevara es sin duda uno de los personajes más relevantes e icónicos del siglo xx. De entre las numerosas biografías y aproximaciones a una figura tan fascinante y enigmática como la suya, sin duda la biografía escrita por Jon Lee Anderson, Che Guevara. Una vida revolucionaria, es considerada como una de las mejores y más completas, pues, entre sus virtudes, el autor contó con acceso privilegiado a diarios del Che y a otros materiales que ningún periodista había podido consultar jamás. En esta adaptación a versión de novela gráfica realizada por el gran monero, novelista gráfico y caricaturista político José Hernández, la vida y obra del Che, así como los acontecimientos que produjeron la Revolución cubana, adquieren una nueva dimensión. A través de un trazo prodigioso y una narrativa que rinde justicia a las virtudes y contradicciones de un personaje a la vez tan heroico y trágico como el Che Guevara, esta primera entrega titulada Libro 2: Cuba, revive con asombrosa precisión, colorido y dramatismo el periodo que abarca desde el embarco con destino incierto, a bordo del legendario Granma, hasta la partida del Che rumbo al Congo, para dar cauce a su inextinguible deseo de trastocar para siempre el orden del mundo.

Tomo 1. El doctor Guevara      Tomo 2. Los años de Cuba

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