Reportesextopiso Publicaciรณn mensual gratuita โ ข Marzo de 2017
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Índice La historia más triste | 4 Felipe Rosete
Los límites de la empatía | 7 Phillip Lopate
Poesía | 10 Lysiane Rakotoson
Contribución a la historia universal de la ignominia | 11 Telas vacías y partituras silenciosas | 12 Carmen Pardo
Odunacam | 13
Espejito, espejito | 17 dD&Ed
El Señor Cerdo | 21 Instrucciones a los patrones | 21 Johnny Raudo
El incendio de Via Keplero | 22 Carlo Emilio Gadda
Psycho Killer | 31 Carlos Velázquez
En defensa de la argumentación | 32 Eduardo Rabasa
Liniers
Sexto Piso Times | 33
Punto, línea, plano | 15
El buzón de la prima Ignacia | 35
Miguel Morey
Muslámenes | 17 Daniel Saldaña París
Portada de este número: Cabezas de Alberto Montt
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Reporte Sexto Piso, Año 5, Número 31, Marzo de 2017, es una publicación mensual editada por Editorial Sexto Piso, S. A. de C. V., París #35-A, Colonia Del Carmen, Coyoacán, C. P. 04100, Ciudad de México, Tel. 5689 6381, www.reportesp.mx, informes@sextopiso.com. Editor responsable: Eduardo Rabasa. Equipo editorial: Rebeca Martínez, Diego Rabasa, Felipe Rosete, Ernesto Kavi. Diseño y formación: donDani. Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2016-042114221500-102. Licitud de Título y Contenido No. 16768, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en Editorial Impresora Apolo, S. A. de C. V., Centeno 162, Colonia Granjas Esmeralda, Iztapalapa, C. P.09810, Ciudad de México. Este número se terminó de imprimir en febrero de 2017 con un tiraje de 3,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del Instituto Nacional del Derecho de Autor.
La historia
más triste
Recomendación de los editores
Felipe Rosete
«E
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l amor en la Antigüedad —señala Pascal Quignard— designa una pasión del mismo rango que la cólera, que una catástrofe meteorológica o que una enfermedad imprevisible, es una fuerza que esclaviza, que destroza, que hace enfermar, que mata. […] Vuelve a la gente salvaje como bestias feroces, traga como un océano, arde hasta los grados más altos como los bosques incendiados». Así es el amor. Eros lanza su flecha y con ella atraviesa, clava, y ata irremediablemente los cuerpos y las mentes de los hombres, algunas veces con consecuencias nefastas. Como ocurre con los personajes de El buen soldado, novela publicada en 1915, considerada la obra maestra del prolífico escritor británico Ford Madox Ford, que narra la historia de los Ashburnham, Leonora y Edward, un matrimonio aparentemente perfecto, debajo de cuya lustrosa apariencia subyace un universo de odio y destrucción mutuos, pero al mismo tiempo una especie de necesidad que los mantiene juntos, a pesar de su infelicidad. Él es un soldado diligente, de familia noble y adinerada, aunque no especialmente rica, de religión protestante y tradiciones arraigadas. Es bondadoso, caritativo, honrado, respetable, trabajador, eficiente, muy generoso y particularmente sentimental. Le gusta ayudar a la gente desvalida. Ella proviene de una numerosa familia irlandesa venida a menos, encabezada por el coronel Powys, quien para descargarse del peso de mantener a sus siete hijas, propone a su amigo Ashburnham que su hijo Edward se case con alguna de ellas. Y éste elige a Leonora, que acaba de salir de una escuela de monjas, donde ha sido educada para ser una mujer callada y obediente, fiel a los principios de la religión católica. Con excepción de su confesor, nunca ha cruzado palabra con un hombre. De su
muñeca cuelga una pequeña llave que parece mantener a resguardo sus sentimientos más profundos. El que nos cuenta todo es el señor Dowell, amigo cercano de la familia con la que, en compañía de su esposa Florence, ha convivido por más de nueve años. Él es un tanto ingenuo. Inserto en su papel de enfermero y cuidador de su mujer, la cual está gravemente enferma del corazón, vive en una burbuja que al menos le otorga una sensación de bienestar y felicidad, sentimientos derivados de estar rodeado de «personas respetables». Florence, en cambio, es vanidosa, fría y calculadora. Su mayor deseo es estar con alguien que la lleve a vivir a Europa, lejos de Estados Unidos, para tener la posibilidad de regresar a la tierra de sus ancestros, exactamente donde viven Edward y Leonora. Narrada con traslapes temporales correspondientes a los recuerdos de Dowell —que es como, según él, se deben contar la buenas historias—, poco a poco irán cayendo los velos que cubren la realidad de los matrimonios en cuestión, una realidad llena de insatisfacción, mentiras, remordimientos, crueldad, como si en esa espiral de locura y destrucción los personajes pudieran encontrar un sentido para sus vidas, como si en los pasajes del amor al odio colocados en el otro pudieran tener la sensación de que su existencia merece la pena. Y con ellos caen también los velos de la sociedad británica, industrializada, citadina y cada vez más individualista, en una época —principios del siglo xx— caracterizada por un fuerte cuestionamiento de las instituciones tradicionales, el matrimonio sobre todo, derivado de un redimensionamiento del papel de la mu-
El narrador no se cansa de decirnos que Edward es un hombre normal. Que detrás de la destrucción, la locura y la hipocresía de sus personajes no hay ningún villano. Que existe en el ser humano una incapacidad de conocer plenamente el corazón del otro, e incluso el propio.
jer y una primera oleada de liberación sexual, que desemboca en la visión del adulterio y el divorcio como cosas aceptables entre los seres humanos. El narrador no se cansa de decirnos que Edward es un hombre normal. Que detrás de la destrucción, la locura y la hipocresía de sus personajes no hay ningún villano. Que existe en el ser humano una incapacidad de conocer plenamente el corazón del otro, e incluso el propio. Que en esa relación en la que él y Leonora no hablan más que en público —a no ser de las tierras y los negocios gestionados por ella—, en la que nunca duermen juntos ni se tocan, en la que no hay siquiera un pensamiento amoroso dirigido hacia el otro, ambos sacan provecho. Él al quedar autorizado para dar rienda suelta a sus pasiones a costa del control y la responsabilidad de su propia vida y del desprecio hacia sí mismo, ella al poder controlarlo todo, aun las relaciones adúlteras de su marido, bajo la idea de que cuando éste se canse habrá de regresar a ella —«Los hombres son así», le habían dicho sus consejeros espirituales—. De ahí que ambos se hundan al comprobar que ella puede confiar en él respecto a Nancy Rufford, la niña ejemplar que hasta entonces había vivido bajo su amparo y por la que Edward sentirá el amor más profundo. Es entonces cuando se rompe el hilo de la relación, el dique de remordimiento y desprecio que la contenía, y toda la mierda acumulada con los años se desborda. A fin de cuentas, ninguno de los personajes consigue lo que quiere. Quizás porque en el fondo ni siquiera lo saben. «¿Acaso —se pregunta el narrador— existe algún paraíso terrenal donde, entre susurros de hojas de olivo, la gente pueda estar con quien quiera, tener lo que desea y disfrutar de sombra y aire fresco? ¿O todas las vidas humanas son como las nuestras […] vidas rotas, tumultuosas,
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El buen soldado Ford Madox Ford Traducción de Victoria León Narrativa Sexto Piso • 2016 256 páginas
angustiadas, carentes de cualquier romanticismo, simples periodos de tiempo en los que sólo se suceden gritos, imbecilidades, muertes y sufrimiento? ¿Quién demonios lo sabe?». De esta amarga historia —La historia más triste, como en realidad se hubiera titulado la novela de no haber sido publicada en tiempos aún más aciagos—, la única beneficiada es la sociedad. Una sociedad que para perpetuarse por un lado castiga el deseo, la pasión y la sinceridad con la culpa, el suicidio y la locura, mientras que por el otro premia con la prosperidad, el respeto y el reconocimiento a aquellos que considera normales y virtuosos por sujetarse a sus normas y convenciones, pasando por alto su hipocresía. «No estoy defendiendo el amor libre, ni en este ni en ningún otro caso», afirma el narrador en uno de los pasajes finales. A pesar de ello, El buen soldado lo hace. Es una apología de los sentimientos y las pasiones, y al mismo tiempo un lamento profundo por el hecho de que la belleza y la voluptuosidad pierdan la batalla frente a la convención y la moral, y dejen de tener significado. En un mundo cien años más viejo, esta novela sigue teniendo un inmenso significado. Porque hace que nos cuestionemos acerca de eso que llamamos amor, y de las formas que adopta en los tiempos que corren, en busca de relaciones más libres en las que esa intensa llama interna capaz de enceguecer a los hombres y conducirlos a la muerte les otorgue también, como señala Alain Badiou, la «posibilidad de asistir al nacimiento del mundo» a partir de la fusión con el ser amado, de la apertura del yo a ver el mundo desde la diferencia. «Si no se concibe como el único intercambio posible de ventajas recíprocas, sin un cálculo a largo plazo y como una inversión rentable desde el principio, el amor —concluye el filósofo francés— consiste verdaderamente en fiarse del destino». •
Los límites de la
empatía
Phillip Lopate 7
Ú
capaces de hacer nuestros, o de fusionarnos, con los sentimientos de otra persona. Es posible que mi mujer desee recuperar el sentimiento de comunión romántica que experimentamos en un principio, que por lo general alcanza su punto más elevado durante la fase de la infatuación, cuando se dice que el corazón de los amantes late como si fuera uno solo. Pero no puedo evitar sospechar que este asunto de la empatía surgió después de unas cuantas sesiones con su terapeuta, Barry. Desde entonces —y como resultado de nuestros constantes pleitos, y de la convicción de mi esposa de que su terapeuta es un ser humano extraordinario— comenzamos a ir a terapia de pareja con Barry. Para mi sorpresa, se trata de un ser humano maravilloso. Es sabio, razonable, de una imparcialidad escrupulosa, y empático… quizá demasiado. En ocasiones, cuando se compadecía de las presiones bajo las que vivimos —educar a una niña de tres años con problemas de salud, mientras intentamos mantener a flote nuestras carreras—, empecé a preguntarme sobre la naturaleza de esta cálida compasión, cuya profundidad, me parece, debería reservarse para mineros de carbón rumanos, y no para yuppies como nosotros. En una de las sesiones, estábamos relatándole un desacuerdo que tuvimos la noche anterior. Resultó que el problema era sobre sexo. Estábamos atravesando una temporada de sequía, principalmente por la preocupación de mi esposa respecto a nuestra hija bebé, y la desconfianza que le inspiraba mi incapacidad para empatizar con su dolor. En ese momento había dicho que se encontraba lista para considerar retomar nuestra vida sexual, y yo respondí, como un imbécil, algo en el sentido de que lo creería cuando lo viera. Barry nos ofreció un guión alternativo, pronunciando las frases que, en su opinión, podríamos haber pronunciado para no desembocar en el conflicto. Yo debía haberla felicitado por haber realizado este preludio a un avance sexual, y si aún así necesitaba expresar mi escepticismo, ella debía mostrar que comprendía mi «vulnerabilidad», pues yo me encontraba hambriento por cariños sexuales. Barry preguntó después qué creía yo que habría sucedido si ella respondiera de esa forma. Yo sentí la antigua obligación de decir la verdad en terapia, así que respiré profundo y le dije que sus sugerencias no guardaban ningún tipo de relación con la vida como se vive en la realidad, y que estaba tratando de adoctrinarnos en el culto del nuevo y totalitario Discurso de la Empatía.
Yo sentí la antigua obligación de decir la verdad en terapia, así que respiré profundo y le dije que sus sugerencias no guardaban ningún tipo de relación con la vida como se vive en la realidad, y que estaba tratando de adoctrinarnos en el culto del nuevo y totalitario Discurso de la Empatía.
ltimamente he dedicado mucho tiempo a pensar sobre la empatía —de manera defensiva, debo reconocer—, porque mi mujer me acusa de no ser en absoluto empático con ella. Y creo que tiene razón. Simpatizo con el dolor de Cheryl, pero no consigo empatizar con él. Cada vez que lo digo se enfurece aún más, y es el tipo de persona que no se limita a la hora de vengarse. Y sus venganzas me hacen menos propenso a ceder. Le explico que si acaso tuviera en mí algún endeble mecanismo para mostrar empatía, se ve completamente anulado cuando me atacan: no puedo identificarme con alguien que desea cortarme en pedacitos. Ahí me topo con un claro límite de mi imaginación. Me pregunto en qué momento la palabra empatía comenzó a reemplazar a la palabra simpatía. Empatía ni siquiera aparece en mi Oxford English Dictionary de 1971, lo cual posiblemente sea un reflejo de la mayor reserva de carácter de los británicos: es factible asumir que la moda de la empatía comenzó de este lado del Atlántico. (Recordemos la famosa frase de Bill Clinton: «Siento en carne propia su dolor»). Una reciente edición de The American Heritage Dictionary nos dice que si bien la simpatía «denota el acto o la capacidad de compartir las tribulaciones o los problemas de alguien más», la empatía «es una identificación vicaria y una comprensión de las situaciones, sentimientos y motivos de alguien más». Para mí, la simpatía hace referencia a una preocupación humana por la posición o los apuros de los demás, parcialmente basada en una ética general de compasión hacia todas las criaturas vivas. En cambio, la empatía proyecta, en mi opinión, una sombra más pegajosa y macabra, que proviene del engaño de pensar que somos
—¿De verdad estás en contra de la empatía?— me preguntó un tanto incrédulo. —Sí, lo estoy… —¿Lo ve? —dijo mi mujer—. ¿Se da cuenta de lo que tengo que aguantar? Yo proseguí diciendo que yo estaba a favor de la simpatía, ese término un poco anticuado. La gente a la que más admiro, como dos amigos que ya tienen más de setenta años, se conducen a partir de un código moral más viejo que la empatía, que reconoce que la brecha entre dos almas jamás podrá ser completamente zanjada. Pensé en mi antiguo profesor, Lionel Trilling, que cuestionó en una clase el hambre de D.H. Lawrence por la honestidad total en una relación amorosa diciéndonos: «¿Por qué dos personas no deberían guardarse ningún secreto?». Por otro lado, en nuestra cultura actual hay una gran tendencia a promover o exagerar una simpatía falsa, como la figura del conductor de programa televisivo, el Gran Oyente, como Oprah Winfrey o Geraldo, figuras que me parecen espurias. Como podrán imaginarse, las cosas fueron de mal en peor. Me di cuenta de que mis intentos por explicarme eran percibidos como inadecuadamente «académicos», y por lo tanto fríos, con lo cual me estaba alejando de las emociones y del asunto que nos concernía. (Es interesante pensar que la terapia tenga en la actualidad ese carácter tan anti-intelectual. Se considera que no es un lugar para comenzar a pensar).
Cuando la gente se refiere a la razón como una «defensa», empiezo a ponerme nervioso, considerando a dónde nos ha conducido lo irracional en los últimos cien años. Y, si bien me encuentro agradecido por la disposición de Barry a ayudarnos a resolver nuestros problemas, durante las sesiones terapéuticas no puedo evitar ser cauto con lo que digo. Tengo una persistente sospecha de que muchos terapeutas de pareja te entrenan para que digas, no lo que realmente piensas, sino lo que sea menos proclive a la confrontación, y todo mientras te dicen que quieren que estés en contacto con tus sentimientos. Es mentira, lo que quieren es que te encuentres bien. Sospecho que nunca podré experimentar empatía con el pánico y la depresión que mi mujer siente en ocasiones, por la sencilla razón de que ambas cosas me aterrorizan demasiado. Crecí bajo un contacto muy estrecho con ambas emociones por parte de mis padres, y requirió de toda mi fortaleza distanciarme de su influjo debilitante hasta poder conformar una personalidad funcional, razonablemente alegre. ¿En dónde coloca esto a nuestro matrimonio? Mi mujer aún anhela un compañero más empático, y por mi parte me encuentro convencido de que yo ofrezco de manera realista algo más que también tiene valor. Podríamos llamarlo una comprensión de los límites, basada en el carácter intratable de la naturaleza humana, y el fuertemente problemático —por no decir trágico— dilema del matrimonio contemporáneo. Dada mi naturaleza carente de empatía, me veo ante el dilema de intentar fingir un orgasmo de empatía —lo cual sería de muy mal gusto—, o tenerle paciencia a la furia de mi esposa, con la esperanza de que al final conseguirá aceptar mis defectos, así como yo espero y rezo por poder aceptar los suyos. Alguien (¿Buffon o Goethe?) dijo alguna vez, «La genialidad consiste en una larga paciencia». Yo no sé sobre la genialidad, pero sí creo poder afirmar que en eso consiste el matrimonio, al menos cuando uno se encuentra comprometido con lograr que el matrimonio dure. • Traducción de Eduardo Rabasa
Ilustración de Alberto Montt
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Poesía Lysiane Rakotoson Sé una cazadora de luz. Siente tu canción hasta el fondo de tu vientre…, me decía. También conquisto cada hora y cosecho mis campos: tu rostro variable, uno tras otro — acompaño la tierra y su lección de penumbra.
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* El mar abierto está aquí, en el horizonte de un día ardiente: camino por las pendientes doradas de las seis de la tarde, envuelvo mis frases en tu calor, cada palabra moldeada por tus susurros.
* Hazme sentir una vez más el olor de la hierba recién cortada de tu partida — Traducción de Ernesto Kavi
Contribución a la historia universal de la ignominia
Hagamos patria y exterminémoslos; ellos sólo viven de nuestros impuestos sin aportar nada, son unos chupasangre. Carlos Vega Monroy, funcionario de la Secretaría de Educación de Puebla, que publicó lo anterior en su muro de Facebook en referencia a los Voladores de Papantla, acompañando la publicación con un símbolo nazi. El funcionario fue cesado como consecuencia de su exabrupto digital.
Sería un error confundir la defensa de la legalidad con el rechazo a la austeridad. La ciudadanía demanda una democracia menos onerosa. La Constitución exige que los recursos públicos se ejerzan con eficiencia y economía. Existen en el ine grandes áreas de oportunidad para conseguir ahorros sin dejar de realizar los fines para los cuales se destinaron los recursos. Benito Nacif, consejero electoral del ine, en una carta al presidente de la institución, Lorenzo Córdova, en donde le comunica su decisión de impugnar ante el tepjf la decisión de rebajar en 10% el sueldo de los consejeros electorales (de los actuales 177,000 pesos a la módica cifra de 159,300 pesos al mes), evidentemente no porque se niegue a ganar menos dinero, sino preocupado por el carácter anticonstitucional de la medida.
[La quejosa] tenía la oportunidad única, que se presenta una vez en la vida, en su calidad de persona muy famosa y conocida, así como ex modelo profesional e imagen de marcas, y exitosa mujer de negocios, de lanzar una marca comercial de gran alcance en productos de múltiples categorías, cada uno de los cuales le habría reportado relaciones de negocios con un valor de varios millones de dólares, por un periodo de varios años en el que la quejosa será una de las mujeres más fotografiadas del mundo. Extracto de la demanda por difamación presentada por Melania Trump en contra del Daily Mail, por haber publicado sin fundamento que en el pasado la ahora primera dama se había desempeñado como escort.
Vayan y compren productos de Ivanka. Es realmente una línea hermosa. Yo misma tengo varias piezas. Voy a hacer una publicidad gratuita: vayan hoy mismo y compren sus productos, los pueden encontrar en línea. Kellyanne Conway, una de las principales asesoras del presidente Trump, en una entrevista con Fox News.
Si Dios decide llevárselo, entonces preferimos presentarlo a las elecciones como cadáver. Grace Mugabe, mujer de Robert Mugabe, dirigiéndose a una multitud en un mitin político, abordando la posibilidad de que su esposo de 92 años, que ha gobernado con mano dura Zimbabue desde 1980, no pudiera ser nuevamente candidato a la presidencia por haber fallecido antes de las elecciones.
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Telas vacías y partituras silenciosas Carmen Pardo
Notas en torno a Wassily Kandinsky y John Cage
Tela vacía. En apariencia: verdaderamente vacía, guardando silencio, indiferente. Casi estúpida. Pero en realidad: llena de tensiones con mil voces bajas, llenas de espera. Un poco asustada porque puede ser violada. Pero dócil. Un poco asustada porque se le exige, ella sólo pide gracia. Puede darlo todo pero no puede soportarlo todo. Acentúa lo justo pero también lo falso. Y devora sin piedad la cara de lo falso. Amplifica la voz hasta el aullido agudo, imposible de soportar. Wassily Kandinsky, Tela vacía
A
El alma del artista y la obra entran en resonancia. La obra plasmada que enuncia ese «heme ahí», supone la liberación de la tensión de la tela vacía al transformarse en el lugar de encuentro con el artista y después con el público.
menudo, la forma en que el artista siente el vacío de una tela o de una partitura ejemplifica, no sólo su concepción del arte, sino también la distancia que establece entre él y sus obras. A este respecto, Wassily Kandinsky y John Cage aparecen como dos modalidades dispares de llevar a cabo la práctica artística. Esta disparidad surge, sin embargo, de un punto de encuentro común: el vacío o el silencio considerados como un espacio repleto de sonido. La tela vacía de Kandinsky está llena «con mil voces bajas» que, en tensión, aguardan la mano del pintor. Esa mano es la responsable de que el lienzo se transforme en una obra o de que, por el contrario, no pueda soportar el gesto del pintor. La tela vacía de Kandinsky no puede acoger todo porque es el espacio de una amplificación, del acrecentamiento de lo «justo» y de lo «falso». La tensión de la tela —con su rumor apenas audible— espera del pintor la gestación de una polifonía de forma y color que, para Kandinsky, responde a una gramática de las formas. Esta gramática está formada por la combinatoria de formas y colores. Pero el ars combinatoria de Kandinsky no es un divertimento; aparece más bien como la organización en pos de lo «justo». Por ello, cada nuevo gesto que se revela en el lienzo debe establecer su relación con el anterior. Se trata de una deferencia para con el gesto que le precede: Cada nueva mancha de color que entra en la tela durante el trabajo se somete a las manchas anteriores, incluso en su contradicción es una pequeña piedra que se añade a la gran construcción «heme ahí».1
El sometimiento adopta en Kandinsky la forma de una consideración, un tener en cuenta que modula cada gesto que el pintor realiza sobre la tela. Por ello, el lienzo sólo está aparentemente indeterminado. Aunque la combinatoria sea elevada y, finalmente, puedan producirse obras dispares, todas deben tener en común el respeto a la gramática de las formas. Esta gramática de lo que el pintor denomina la «necesidad interior».
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La necesidad interior brota cuando el artista, ajeno a las urgencias y dictados de su época, es capaz de depositar su mirada y su escucha en sí mismo. En su interior el pintor reconoce si la tela ha acogido lo «justo» o lo «falso». Con su mano es capaz de poner en contacto adecuadamente la armonía de los colores y su alma.2 El alma del artista y la obra entran en resonancia. La obra plasmada que enuncia ese «heme ahí», supone la liberación de la tensión de la tela vacía al transformarse en el lugar de encuentro con el artista y después con el público. Pero, ¿qué ocurre en ese encuentro? El artista lo explica acudiendo a los términos resonancia y vibración. La resonancia y la vibración transmiten un contenido espiritual que va del artista a la obra y de ésta al espectador. Pero, este contenido espiritual del artista, no puede ser reducido a la subjetividad que haría del arte su modo de expresión. En el caso de Kandinsky, el contenido espiritual se extiende a cualquier elemento de los que integran el mundo: El mundo está lleno de resonancias. Constituye un cosmos de seres que ejercen una acción espiritual. La materia muerta es espíritu vivo.3
Estas resonancias no determinan el resultado de la obra, pues ésta es sólo un mundo posible entre la diversidad de voces que aguardan en cada tela vacía. Como los lienzos vacíos del pintor, también las partituras silenciosas de Cage bullen con sonidos. Y esto ocurre tanto con aquellas que acogen sonidos, silencios o ruidos, como con las que restan en apariencia silenciosas. Tal es el caso de 4'33'' (1952) y de 0'00'' (1962). En la primera, se indica la duración de la interpretación: 33'', 2'40'' y 1'20'', aunque podía haber sido cualquier otra extensión pues esta duración surge de la práctica del azar. Con este silencio musical se da entrada al silencio sonoro que siempre coexiste en el espacio de ejecución de cualquier obra. El músico presta oído a todos esos sonidos no intencionales que se encuentran en el entorno. Más tarde, 0'00'' demuestra que la noción misma de estructura es contingente. Las mil voces que pueden poblar las partituras silenciosas de Cage no están en tensión. A partir de los años cincuenta, el compositor manifiesta su renuncia a la expresión de sus propias emociones y gustos en la composición musical y la necesidad de dejar que los sonidos
sean simplemente sonidos, sin el sometimiento a la decisión del compositor ni tampoco a una gramática. Este hacer se ve alentado con su conocimiento del budismo Zen, del que aprende que el espíritu debe ser libre. El recurso al azar y, posteriormente, a la indeterminación, suponen el rechazo al mundo de las conexiones causales. Primero, de aquellas que forjan la gramática del lenguaje musical y después de las que rigen el mundo de los gustos y emociones que dan lugar a la toma de decisiones. Cage realiza un ejercicio de distensión de la partitura y de sí mismo. Por ello, a la decisión del artista en el desarrollo de su obra le sustituye la aceptación de cualquier sonido y, al establecimiento de relaciones entre sonidos, la interpenetración sin obstrucción que parte de que cada sonido es un centro que puede entrar en relación con no importa qué otro sonido.4 En ese destensar, la práctica artística no tiene por objeto la expresión sino la transformación: Quiero cambiar la opinión tradicional según la cual el arte es una manera de expresarse por esa según la cual el arte es una manera de transformarse, y lo que se transforma es el espíritu, y el espíritu está en el mundo y es un hecho social…5
El arte es un modo de cambiar el espíritu, pero esto no se produce por una suerte de comunicación que parte del artista y llega hasta el público. Los sonidos en su misma actividad pueden afectar al oyente y parecer expresivos, pero su expresividad sólo pertenece al que escucha. Esta transformación que se ha producido en sí mismo es la que, tal vez, se pueda producir asimismo en todos los ámbitos, como un hecho social. El espíritu de Cage y el de Kandinsky no comparten la misma disposición ante sí mismos y ante el arte. Distensión y tensión marcan su distancia y, sin embargo, ambos están atravesados por el respeto al espíritu vivo de la materia, a lo que en Cage implica dejar ser el sonido.6 Para ambos, el arte no es una práctica separada del resto de
Odunacam • Por Liniers
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la vida. Por ello, Cage puede afirmar que toda su música posterior a 4’33’’ es algo que, fundamentalmente, no interrumpe ese fragmento y Kandinsky, al final de su texto Tela vacía expresa: Miro a través de mi ventana. Varias chimeneas de fábricas frías se yerguen silenciosas. Son inflexibles. De repente el humo asciende de una sola chimenea. El viento lo doblega y, al instante, cambia de color. El mundo entero ha cambiado.
Un color, un sonido… y el mundo cambia. Y este mundo, es tan sólo uno de los mundos posibles, un centro que, en cualquier momento, puede ser interpenetrado o, entrar en resonancia con otro centro, sea éste otro sonido y/u otro color… •
1 Kandinsky W. «Tela vacía» en La gramática de la creación, Barcelona, Paidós, 1987 (1912), p. 131. 2 Cfr. por ejemplo Kankinsky W., «Sobre la cuestión de la forma» en op. cit., p. 17 y De lo espiritual en el arte, Barcelona, Labor, 1983, pp. 59, 64 y 75. 3 Kandinsky W., «Sobre la cuestión de la forma», op. cit., p. 28. 4 La noción de interpenetración sin obstrucción —que proviene del budismo Zen— aparece en el ámbito musical a finales de los años cincuenta, cuando Cage realiza partituras con hojas transparentes. Más tarde, la transpone a la interpretación simultánea de diversas partituras y a la superposición de obras de diferentes compositores. Esta noción es el resultado de una comprensión de la vida en tanto que «interpenetración compleja de centros que se desplazan en todos los sentidos sin obstrucción». Cf. Cage J., «Letter to Paul Henry Lang» en John Cage, Documentary Monographs in Modern Art, ed. R. Kostelanetz, The Penguin Press, 1968, p. 117. 5 John Cage, en Kostelanetz R., Conversations avec John Cage, París, ed. Des Syrtes, 2000, p. 290. 6 Este dejar ser el sonido es primero, en los años 40, una preocupación por alcanzar el espíritu que todas las cosas tienen a través de su sonoridad. Esto es lo que Cage aprende de Oskar Fischinger en esa época, un cineasta abstracto que conocía bien el pensamiento de Kandinsky.
Punto, linea, plano
Miguel Morey
L
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I
a palabra griega graphós designaba tanto al dibujo como a la escritura, es bien sabido. Lo curioso del ensayo de Kandinsky, Punto y línea sobre el plano (subtitulado Contribución al análisis de los elementos pictóricos, 1926) es que comience analizando precisamente el punto gramatical, cuando los signos de puntuación no aparecen sino mil años después de que la escritura fuera ya vehículo privilegiado de cultura. Él sabe, sabemos, que su origen es plástico, incisión o muesca, un primer signo. Y todavía resulta más curioso que relacione el punto en la escritura con el silencio, cuando lo que tradicionalmente distingue a la poesía de la prosa es precisamente el encabalgamiento, el que la línea que se lee encuentre el punto que cierra su sentido en la línea siguiente, pero sin acabar de darse como silencio. Y aun podríamos seguir en una pareja perplejidad considerando su primera frase, sobre el punto geométrico: «el punto geométrico es invisible» (premisa que le va a permitir equiparar al punto con el 0 y el silencio). Se parece demasiado a la primera Definición de los Elementos de geometría de Euclides: «El punto es inextenso». Y en el momento en que Kandinsky escribe ya era manifiesta la incongruencia de caracterizar al punto como inextenso, definiendo la recta como una sucesión de puntos. Y establecer sobre ello el fundamento de la geometría. Y sin embargo, no se trata de torpezas de Kandinsky, lo que hay es un empeño por comenzar aislando el punto en la especificidad de un ámbito, evitando cualquier equívoco: el ámbito de lo pictórico.
¿Y qué ocurre cuando el cuadro rompe con la ventana y sale a la calle? En palabras de Kandinsky, lo que ocurre cuando se pasa a formar parte de eso que quedaba del otro lado de la ventana es que: «En su permanente cambio, los tonos y velocidades de los ruidos envuelven al hombre, ascienden vertiginosamente y caen de pronto paralizados…».
II
Punto y línea sobre el plano se presenta como una prolongación de Lo espiritual en el arte (1911), y puede pensarse así, pero lo que es seguro es que el esfuerzo reflexivo y discursivo que le exigieron sus lecciones en la Bauhaus está profundamente presente. Y desde su mismo título. Por el punto, la línea y el plano, y sentándolos como elementos
básicos de todo análisis espacial, comienza la obra de D. Hilbert, Fundamentos de la geometría (1899), uno de cuyos grandes logros fue articular un grupo de axiomas que unificara la geometría euclidiana, sin distinguir entre la plana y la espacial. Otra mirada geométrica, otro espacio pensable. Las primeras frases del texto de Kandinsky parece como si nos abrieran a esa dimensión espacial: «Cada fenómeno puede ser experimentado de dos modos. Estos dos modos no son arbitrarios, sino ligados al fenómeno y determinados por la naturaleza del mismo o por dos de sus propiedades: exterioridad/ interioridad. La calle puede ser observada a través del cristal de una ventana, de modo que […] aparezca como un ser latente, del otro lado. O se puede abrir la puerta: se sale del aislamiento, se profundiza en el serdeafuera…». Se dirá, con razón, que esto no es exactamente lo que afirmaba Hilbert, pero el argumento quedaría atenuado tal vez si se recordase el subtítulo del texto, y es que la analítica de los elementos aquí no es geométrica, es pictórica. Lo que se pretende abrir es la posibilidad de plasmar una otra visibilidad del espacio, y de otras geometrías (ahora también cromáticas, y no sólo) que están hechas de magnitudes intensivas, sin una métrica común.
III
«El cuadro ha dejado de ser una ventana», afirmaba al respecto Gilles Deleuze en una de sus clases (28/04/81). ¿Y qué ocurre cuando el cuadro rompe con la ventana y sale a la calle? En palabras de Kandinsky, lo que ocurre cuando se pasa a formar parte de eso que quedaba del otro lado de la ventana es que: «En su permanente cambio, los tonos y velocidades de los ruidos envuelven al hombre, ascienden vertiginosamente y caen de pronto
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paralizados. Los movimientos también lo envuelven en un juego de rayas y líneas verticales y horizontales, que, por el movimiento mismo, tienden hacia diversas direcciones –manchas cromáticas que se unen y separan en tonalidades ya graves, ya agudas…». Lo que ocurre cuando se sale al afuera es que aquello que, desde la ventana, podía ser más o menos plegado al espacio bidimensional del cuadro, ahora escapa. El espacio se ha diversificado en tal multiplicidad de planos y de tan diverso orden que se muestra irreductible al plegado bidimensional, porque ha perdido toda su solidez ese ser latente al que llamábamos, del otro lado de la ventana, espacio. Y es en esta dirección que podría tener sentido haber recordado la innovación geométrica de Hilbert al respecto. Y resultaría entonces más que explicable el homenaje que Kandinsky parece rendirle en su texto.
IV
Imaginemos ahora qué ocurre cuando el pintor regresa de la calle al caballete, a la mesa de trabajo. Lo que puede ver ahora tras la ventana carece de fuerza, y las fuerzas que acaban de impactar en sus sentidos escapan a toda forma. No cabe imaginarlas sino como caos. ¿Entonces? Evidentemente el pintor puede tratar de cerrar la ventana y concentrarse en el lienzo y sólo en el lienzo, pero el lienzo mismo guarda memoria de mil ventanas pasadas que permanecen ahí, y no sólo pictóricas. Esas imágenes retenidas, también están cargadas de historias y relatos, todo lo que se aparece está sobrecargado por un sentido… pero que no tiene nada que ver con lo que acaba de sentirse. Deleuze, en el curso antes citado, si bien subraya que un cuadro ni es ni tiene nada que ver con un relato, al mismo tiempo advierte que «las narraciones y figuraciones existen, están dadas, incluso antes de que el pintor haya comenzado a pintar, son datos, y están ahí sobre la tela». Se trata de otro tipo si se quiere, pero también de un caos al fin y al cabo, y del que evidentemente hay que escapar para que algo se logre.
V
Según Foucault (en Ceci n’est pas une pipe, 1968, luego revisado y ampliado en 1973), dos han sido los principios que han regido la historia de la pintura desde el siglo xv hasta el xx. El primero de estos principios «afirma la separación entre representación plástica (que implica semejanza) y referencia lingüística (que la excluye). Se hace ver mediante la semejanza, se habla a través de la diferencia, de tal manera que los dos sistemas no pueden entrecruzarse ni mezclarse». Habrá que esperar a la obra pictórica de Paul Klee para que la soberanía de este principio que demarcaba nítidamente los ámbitos de lo decible y lo visible, a un lado las palabras y a otro las cosas, sea derrocada. El segundo principio establecerá una equivalencia entre semejanza y representación: esto es, o representa, aquello —se dirá entonces—. «Lo esencial —escribe Foucault— radica en que no podemos disociar semejanza y afirmación. La ruptura de este principio podemos
colocarla bajo la influencia de Kandinsky: doble desaparición simultánea de la semejanza y del lazo representativo mediante la afirmación cada vez más insistente de esas líneas, de esos colores de los que Kandinsky decía que eran “cosas”...». La perspectiva de Foucault es clara al respecto. Lo que le importa ante todo es aquello que ambos, Klee y Kandinsky, dejan atrás, aquellos prejuicios habituales con los que rompen, aquello de lo que hacen posible que la pintura se libere de una vez por todas. Y su eje de atención se sitúa en continuidad con sus últimos dos textos, tanto Archéologie du savoir (1969), como especialmente Les mots et les choses (1966): el desplazamiento irreversible en las relaciones entre lo visible y lo decible. Así las cosas, no cuesta demasiado imaginar a Kandinsky y a Klee, rumbo a los eeuu en 1924 (junto a Lyonel Feininger y Alexej von Jawlensky, Die Blaue Vier), conversando largamente al respecto…
VI
La mirada conceptual de Deleuze se diría que es a la vez opuesta y complementaria: no le importa tanto lo que Kandinsky deja atrás y para siempre, cuanto aquello que abre a la posibilidad de invenciones futuras de ahí en adelante. Y los procedimientos que inventa para ello. Aunque resulte evidente que sin romper con un determinado pasado no cabe abrir nada que pueda llamarse realmente futuro; aunque resulte evidente que sin romper con los clichés que inundan de espectros verbales y figurativos la superficie del lienzo no puede trazarse verdaderamente nada sobre él, ni un punto ni una línea. No hay plano, sólo caos. Pero se trata de un caos irrenunciable por otra parte, la cuota de dolor obligada que debe pagar el artista para saberse tal. Ahí sitúa Deleuze a Kandinsky para interrogarse por su lección, frente al caos vertiginoso que puebla el lienzo. Y para mostrar mejor su especificidad lo enfrenta con una figura situada en el otro extremo del problema: J. Pollock. El caos siempre parece que está a punto de engullir las obras de Pollock, siempre en el límite, aunque acaben resolviéndose gracias al conjunto de diferentes relaciones y cambios entre las partes del fenómeno que va apareciendo... Un diagrama —nos dirá Deleuze—. Por el contrario, el modo de encarar el caos del lienzo de Kandinsky desestima ese juego al límite y opta por el código, por inventar un código. Pero, nos advierte Deleuze, debe ser un código que no proceda de ninguna exigencia exterior al pintor (que ya está y para siempre sólo ante el lienzo, con las ventanas cerradas), y que sea estrictamente y sólo pictórico. Esta será su estrategia específica para exorcizar el caos, inventar un código –en el otro extremo del intento de Pollock. Para Deleuze, el gran descubrimiento de Kandinsky (pero también de Mondrian) es que todo código debe ser binario. Ante el caos de un lienzo que pretende estar en blanco, lo que se debe hacer entonces es demorarse en el procedimiento elemental que lo despuebla de sus fantasmas. Trazar una línea horizontal y una vertical que lo crucen. Y entonces aparece un punto. Y, desde la expansión de ese punto, los despliegues posibles del plano, despliegues capaces de contener a la vez tanto la extensión como la intensidad, forma y contenido, materia y espíritu… Y comenzar por ahí. •
Muslámenes. Novela por entregas • Por Daniel Saldaña París
R
éjean Ducharme pertenece a esa rara estirpe de escritores que Enrique Vila-Matas noveló en Doctor Pasavento y cuya principal pasión es desaparecer, pasar al anonimato. En el caso del escritor quebequense, parece haberlo conseguido con éxito (hasta ahora que lo acabo de encontrar, convertido en un vagabundo, acostado en un sillón en medio de la calle en el barrio de Parc Extension). Ducharme ha desaparecido de un modo más absoluto que Thomas Pynchon, con quien se le ha llegado a comparar, por la sencilla razón de que al francófono no lo busca nadie —o casi nadie—. Se sabe que vive en algún punto del Plateau-Mont-Royal, el barrio burgués y artistoide de Montreal, y que durante un tiempo se dedicó a hacer esculturas en su jardín con basura que recogía de la calle (lo cual, en mi imaginación, lo convierte en una especie de Kurt Schwitters moderno). Se conocen unos pocos datos sobre su vida. En 1965, un año antes de la aparición de su primera novela (L’Avalée des avalés), Ducharme hizo un viaje en autostop desde Montreal hasta México. Luego vino su consagración como el novelista más importante del Quebec y, como resultado de ésta, su paso a la sombra: «No quiero que mi cara sea conocida. No quiero que se haga el vínculo entre mi novela y yo. No quiero ser conocido». Eran los años más atractivos de la literatura quebequense, cuando los movimientos separatistas y el apoyo que les diera el general De Gaulle despertaron el interés de los lectores franceses, que vieron en la antigua colonia de ultramar una promesa política y una aventura estética a tono con eso que terminó por llamarse Mayo del 68. Ducharme era el niño prodigio de esa generación, con cinco novelas publicadas en París
Espejito, espejito • Por dD&Ed ¿Quién es ahora the Leader of the Free World?
por la prestigiosa editorial Gallimard antes de cumplir los 33 años. Su desaparición, como suele suceder, avivó el mito. Pero con el fin de los años 60, el atractivo político y literario del Quebec empezó a difuminarse, y Ducharme se convirtió en un escritor doblemente secreto: escondido a la mirada pública desde el principio y escondido, cada vez más, a los lectores del mundo. La traducción al inglés de L’hiver du force (1973), su libro más celebrado, no consiguió amplificar su reconocimiento más allá de un pequeño círculo de entendidos, y también Francia comenzó a darle poco a poco la espalda. La última vez que Ducharme publicó algo fue en la bisagra del milenio, en 1999. Después de eso, a su invisibilidad se sumó su silencio. Se conocen solamente tres fotografías de Réjean Ducharme. En una de ellas tiene el sombrero sobre la cara, así que en realidad sólo hay dos fotografías suyas donde se puede ver su rostro. En la más reciente de ambas, tomada por su compañera, Claire Richard, a mediados de los años 80, se le ve caminando en la nieve, acompañado por dos perros pardos, con una chamarra gris que lleva abierta del todo y mirando con gesto enigmático hacia la derecha del cuadro, a algo o alguien que se nos escapa. Esa misma mirada, estoy seguro, es la que me dirige ahora el viejo de 75 años. Una mirada incómoda y huidiza, que pide no ser relacionada, nunca, con el nombre del autor que abrió una vía intransitada de la literatura francófona. •
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El Señor Cerdo
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l Señor Cerdo siempre se ha sentido atraído por cualquier tipo de filosofía que pueda contribuir a potenciar diversas facetas de su personalidad, incorporando perlas de sabiduría en el camino hacia el perfeccionamiento de su ser en el que consiste su vida. Por eso, cuando hace poco se encontró en el bote de basura de su edificio una antigua edición de un libro con frases profundas orientales, logró dominar el asco que le producía tocarlo y con dos dedos consiguió trasladarlo hasta su casa, para solicitarle a la señora de la limpieza que lo desinfectara a conciencia, de manera que el Señor Cerdo pudiera adentrarse en sus preceptos. Tras diez minutos de luchar contra la legendaria atención flotante que ha hecho del Señor Cerdo un maestro del multitasking, se encontraba a punto de concluir que los refranes sin sentido no le servirían ni para adornarse en la próxima ocasión social donde requiriera impresionar a la concurrencia, y cuando se disponía a arrojar el libro nuevamente a la basura, una frase captó su atención hasta dejarlo en un estado similar al trance, procurando descifrar el significado que debían tener en su vida las palabras: «La gota que se incorpora al torrente lo modifica tanto como el torrente modifica a la gota». Tras unos días de insomnio que el Señor Cerdo combatió con una mezcla de pastillas para dormir combinadas con whiskys en las rocas, que le indujeron una especie de duermevela etílica que le pareció más conducente que su estado base para recibir a las epifanías que lo acechaban entre las sombras, finalmente comprendió lo que esa frase se había encargado de transmitirle a él y sólo a él: un ser tan especialmente dotado como el Señor Cerdo brillaría más al compartir sus dones con el resto de la gente, por lo que, ni tardo ni
perezoso, comenzó a buscar online alguna causa a la cual sumarse, para así poder devolver un poco de la inmensa fortuna que le ha significado en todos los sentidos ser quién es. En un nuevo giro de su particular relación con el destino, en breve encontró una protesta a la que todos los principales líderes de opinión parecían sumarse, por lo que decidió que marcharía acompañado de las selectas luminarias de la comentocracia, quienes nada más verlo reconocerían en el Señor Cerdo a uno de los trendsetters de mayor influencia en un futuro ya muy próximo: el torrente de los elegidos se vería sacudido en lo más profundo de su cauce con la incorporación de una gota tan talentosa como él. Sin embargo, llegado el gran día, los planes del Señor Cerdo fueron engullidos por el torbellino de la desorganización, pues de inmediato pudo darse cuenta de que ni los propios líderes de opinión consiguieron ponerse de acuerdo en cuanto a la dirección que debería tomar la protesta, y el Señor Cerdo terminó marchando en diversas direcciones, enfrentándose por momentos a quienes unos minutos antes eran sus compañeros, hasta que su cabeza era un hervidero de consignas y pancartas que competían entre sí para abrirse paso en su conciencia. Afortunadamente, tras perderse involuntariamente por algunas calles aledañas a la protesta, el Señor Cerdo se topó con una sucursal de su restaurante de carnes favorito, donde pudo refugiarse al amparo de un buen corte con su respectivo vino, hasta que logró restablecer la calma en todos sus sistemas internos, con la plena comprensión de que la sociedad aún no se encuentra lista para recibir la luminosidad que el Señor Cerdo ha sido llamado a proporcionarle. •
Instrucciones a los patrones • Por Johnny Raudo
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odo buen patrón sabe que la principal batalla se libra por apoderarse de la mente de sus empleados, pues la obediencia ciega e incondicional resulta ser uno de los mejores antídotos en contra de los enemigos históricos de toda empresa, como los sindicatos y las regulaciones gubernamentales, que representan en ambos casos una inadmisible violación al inalienable derecho de lucro con el cual nacieron los seres humanos, particularmente en el caso de una estirpe tan vanguardista como son los patrones. Por lo tanto, un buen patrón irá siempre dos pasos delante de cualquier traba que pudiera atentar contra la maximización de beneficios, como los actuales lloriqueos que buscan echar atrás una de las grandes conquistas patronales de los últimos tiempos: la conectividad ininterrumpida, que garantiza que ni en sus sueños puedan encontrarse a salvo los empleados de las exigencias de esa madre hiperdemandante llamada empresa. Y si bien por fortuna los patrones de estas regiones no se encuentran sujetos a la tiranía de las regulaciones gubernamentales a la que son sometidos quienes operan en zonas del mundo menos subdesarrolladas, ahora con las redes sociales las noticias viajan al instante, y no se puede ser nunca demasiado precavido contra futuras problemáticas, como ocurrirá cuando se quieran también imponer aquí restricciones sobre los horarios en los que los empleados deban estar disponibles para fines laborales. Entonces, puedes poner en práctica soluciones creativas, orientadas principalmente a que, de una manera u otra, los empleados
sientan la presencia constante de la empresa en sus dispositivos móviles. Una alternativa —que además en estos momentos sería de gran pertinencia por homenajear al patrón supremo a nivel mundial— es organizar concursos de belleza entre tus trabajadoras, otorgando la oportunidad de que también se inscriban las esposas de los empleados de la empresa. De esa manera, en primer lugar estarás fomentando que las mujeres de la empresa se esmeren en transmitir la mejor imagen corporativa posible —con los evidentes beneficios que eso reportará a todos los machos alfa que laboren contigo—, y al mismo tiempo crearás un vínculo emocional, pues deberás fomentar la creación de grupos de WhatsApp donde se vayan comentando los chismes, pormenores y favoritas de la contienda, con lo que difícilmente conseguirán separar a la empresa de sus vidas cotidianas. Incluso, con el paso del tiempo —continuando con la línea de homenajes al patrón supremo— puedes procurar que el concurso de belleza se convierta en un reality show interno, consiguiendo algunas participantes que acepten ser grabadas mientras se preparan en la intimidad para disputarse la corona. Si cuentas con la suerte de que tu iniciativa sirviera para catapultar al estrellato a alguna de las participantes, con ello no sólo incrementará significativamente el apego interno que futuras ediciones generarán, sino que la afortunada se convertiría en una embajadora inmejorable para potenciar el branding de tu empresa. •
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El incendio de Via Keplero Carlo Emilio Gadda
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e cuentan de todos los colores sobre el fuego del número 14. Pero la verdad es que ni siquiera Su Excelencia Filippo Tommaso Marinetti habría podido simultanear lo que ocurrió, en tres minutos, dentro de la ululante pocilga, como de inmediato consiguió hacer, en cambio, el fuego, que excarceló de repente a todas las mujeres que vivían allí semidesnudas a mediados de agosto y a su prole global, aparte del tufo y del espanto repentino de la casa; luego a varios los chillidos y los llantos de sus mil críos. Ya sentían la cabeza, y el hombres; luego a algunas señoras pobres y, según algunos, con las pelo, vanamente ondulado, arder en una horrible y viviente antorcha. piernas bastante maltrechas, que aparecieron Aullaron las sirenas de las chimeneas o de huesudas y blancas y despeinadas, con faldas De los parques lejanos, abriénlas fábricas cercanas hacia el cielo torrefacto, blancas de encaje, en vez de negras y decoroy la trama criptosimbólica de las cosas elécsas como acostumbran llevar a la iglesia; lue- dose de par en par, salieron a la tricas perfeccionó las apelaciones desespego a algunos señores un poco remendados carrera las baterías de los coches radas a la angustia. De los parques lejanos, también ellos, luego a Anacarsi Rotunno, abriéndose de par en par, salieron a la carrera el poeta ítalo-americano, luego a la criada de bomberos, rápidos y céleres las baterías de los coches de bomberos, rádel garibaldino agonizante del quinto piso, para atender a cualquier repenpidos y céleres para atender a cualquier reluego a Achille con la niña y el papagayo, pentino mal de las llamas, mientras el último luego a Balossi en calzoncillos con la Car- tino mal de las llamas, mientras bombero de la quinta escuadra, pegando un pioni en brazos, mejor dicho, me equivoco, el último bombero de la quinta salto, consiguió agarrar con la izquierda el la Maldifassi, que parecía que el diablo fuera último hierro del pasamanos de la escalera detrás de ella, desplumándola, de tanto que escuadra, pegando un salto, con- móvil de cola ya girando fuera del portón, chillaba también ella. Luego, finalmente, en- siguió agarrar con la izquierda y viceversa con la derecha aún acababa de tre persistentes alaridos, angustias, lágrimas, abotonarse la botonadura de la chaqueta de niños, gritos y desgarradoras llamadas y ate- el último hierro del pasamanos servicio. rrizajes de emergencia y hatillos de ropa tira- de la escalera móvil de cola ya La somnolencia engominada de los condos para su salvación ventanas abajo, cuando ductores de automóviles que siegan con el ya se oía llegar a los bomberos a toda carrera girando fuera del portón, y vice- guardabarros las rodillas de los claudicantes y dos camiones se vaciaban de tres docenas versa con la derecha aún acababa viejos en las esquinas y, flojos dentro del code guardias municipales en uniforme blanco, che, pero saetas locas por fuera, rompen las y estaba llegando también la ambulancia de de abotonarse la botonadura de esquinas de las aceras garibaldinas de la mela Cruz Verde, entonces, en fin, de las dos la chaqueta de servicio. trópolis; pero he aquí premonitorias bocinas ventanas de la derecha del tercero, y poco eléctricas que los bloquean repentinamente después del cuarto, el fuego no pudo menos que liberar también sus en las esquinas; luego, de inmediato, el advenimiento de las sobreespantosas llamas, ¡tan esperadas!, y lenguas, por momentos súbitas, volantes sirenas. Clavados los tranvías, los caballos retenidos con el serpentinas y rojas, celerísimas en su manifestación y desaparición, bocado por el mozo, bajado del pescante; los caballos con el carro con espirales negras de un humo peciento y graso, como de un asado contra el culo, los ojos en la esquina, blanqueados por un ignoto infernal, y libidinoso sólo de desdoblarse en globos y más globos o de motivo de terror. enroscarse sobre sí mismo como una pitón negra salida de las profunLos efectos del incendio, para empezar, fueron terroríficos. Una didades y de bajo tierra entre siniestros resplandores; y mariposones niña de tres años, Flora Procopio, hija de Giovan Battista, a la que haardientes, así parecieron, quizá papel o más probablemente tela o bían dejado sola en casa con un papagayo, llamaba desesperadamente cuero de imitación quemado, que fueron a revolotear por todo el ciea su madre desde la trona donde la habían izado y aprisionado, sin lo ensuciado por aquel humo, en el nuevo terror de las desgreñadas, poder bajar, y grandes lágrimas como perlas desesperadas le goteaban algunas descalzas en el polvo de la calle inacabada, otras en pantuflas y rodaban abajo, después de surcar los pómulos, por el babero empasin preocuparse de las meadas y de las albóndigas de caballo, entre pado con su inscripción «Buen Provecho», hasta alcanzar la papilla
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Ilustraciones de Mariana Castillo
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blanduzca de su café con leche, donde poco a poco había bañado toda una barra de pan francés, evidentemente mal cocido, más algunos bizcochos, no se sabe si de Novara o de Saronno, pero también ellos de tres años, esto es seguro. «¡Mamá, mamá!», aullaba aterrorizada mientras, más allá de la otra cabecera de la mesa, el variopinto pájaro, con su pico en forma de nariz de duquesa, que solía darse aires, extasiado y complacido, en cuanto los chicos lo apostrofaban por la calle, «Lorito, Lorito», y también con soberbia, o bien le cogía una especie de melancolía y de letargo sin remedio, o, en cambio, si lo incitaban, «¡Venga, Lorito, canta…! ¡Anda… canta “Viva Italia”! Venga, Lorito asqueroso», entonces, apenas oído aquel «canta», él replicaba con un dulce gorgoteo: «Canta ti». Esta vez, en cambio, pobre criatura, ¡nada de «Canta ti»! Oh, Dios, sí, de hecho, a decir verdad, él ya había percibido un cierto olor a chamusquina, aunque
sin inquietarse demasiado, pero cuando vio que los pétalos de aquella magia tan siniestra atravesaban en diagonal la ventana abierta y luego entraban en la habitación como muchos murciélagos encendidos y se ponían a lamer los agujeros de la tapicería seca y la persiana amarilla, de madera de fresno, enrollada con sus cordeles raídos en la parte superior del hueco, entonces empezó de pronto a chillar también él, desde el fondo del buche, todo aquello que le vino en mente; todo de un tirón, como si fuera una radio, y aleteaba asustado y espantado hacia la niña, con ímpetus súbitos, truncados cada vez después de medio metro de agitación, por la perfidia inexorable de la cadenita que lo ataba por una pata a la estaca. Se decía que en su juventud había pertenecido al general Buttafava, veterano del Moscova y del Berézina, luego al añorado noble Emmanuele Streppi; una juventud reposada y plena de ideas, en Bor-
gospesso; y había conseguido batir en longevidad no sólo a Streppi, sino a todas las otras venerables figuras del patriciado lombardo, de las cuales, por lo demás, iba diciendo pestes a los transeúntes. Pero esta vez, frente a aquel vuelo de táleros candentes que parecían evaporarse de la ceca maldita de Belcebú, había perdido por completo los estribos: parecía enloquecer: «¡Viva-i-Ita-ia! ¡Viviva-i-Ital-ia!», se había puesto a chillar a voz en cuello, revoloteando con la cadenita tensa en la pata en un meteoro de plumas y entre un montón de papel quemado y hollín, en la esperanza de llegar a granjearse la suerte, mientras la niña chillaba «¡Mamá, mamá», y aullaba aterrorizada dentro de su llanto, batiendo sobre la mesa con la empuñadura del cucharón. Hasta que un tal Achille Besozzi, de treinta y tres años, ladrón reincidente y vigilado especial de la Real Jefatura, desocupado, ya que estaba obligado, a causa de la desocupación, a dormir de día para poder estar libre para despachar algún trabajillo de noche, en el caso de que fuera necesario, y a pesar de la vigilancia, como para ganarse un bocado de pan también él, pobre Cristo, así que fue una verdadera fortuna y gran misericordia de San Antonio de Padua, es preciso decirlo en voz alta, y reconocerlo, la de este vigilado especial que dormía justo en el piso de arriba y en la habitación de arriba, de la señora Fumagalli, en una vieja otomana de la familia, y que, apenas entendido el peligro sufrido, se había armado de valor, en el acto, entre el miedo y el humo, un humo que subía por el hueco de las escaleras como si fuera una chimenea, y todas aquellas mujeres que se precipitaban en camisón o en blusa de peldaño en peldaño, y los gritos, y los niños, y la sirena de los bomberos en llegada. Descerrajó la puerta de los Procopio, a patadas, a empellones, y salvó a la criatura y al pájaro; y también un reloj de oro que estaba sobre la cómoda, pero que luego se olvidó de devolver, y todos creyeron que había sido el agua de los bomberos, con la cual, para poder apagar el fuego, habían inundado la casa de arriba abajo. Besozzi había oído los gritos y sabía que la niña estaba sola porque hacia las cinco de la tarde era la hora, justa, en que solía desembarcar de la otomana sobre los muelles de la despierta conciencia, todos repletos de fastidios con la jefatura; la hora en que se frotaba los ojos, se rascaba un poco aquí un poco allá, en especial la cabellera, y acababa poniendo la cabeza bajo el grifo del fregadero; que se secaba –con una toalla color rata de alcantarilla, que se peinaba –con su medio peine de bolsillo, verde, de celuloide–, y luego, quitando uno a uno con gran delicadeza los pelos que habían quedado enganchados, los contaba y los entregaba uno tras otro al fregadero regurgitante de pilas de escudillas y de platos pringados de la cocina casera de la «pensión» de Isolina Fumagalli. Luego, bostezando, se ponía sus cuatro harapos, y los dos torpederos viejos de sus zapatos medio deshechos por el sudor de los pies, hasta que salía volviendo a bostezar al rellano y empezaba a recorrer a trancas y barrancas, arriba y abajo, las interminables escaleras, lleno de pretextos, y cada tanto asaeteaba fuera de los bucinadores el dardo líquido de la saliva sobre los peldaños o sobre la pared, desganado y antojado a un tiempo, con los huesos aún
Una mujer embarazada, otro caso penosísimo, ¡y estaba en el quinto mes!, a causa del pánico y la angustia del trasiego y quizá también, sin embargo, sofocada por aquel humo de las escaleras, que apenas abierta la puerta le sopló dentro una ráfaga que daba miedo, se sintió mal y se desvaneció justo en el rellano, al intentar escapar.
blandos por la otomana, con la esperanza de algún encuentro agradable. Encuentro, oh, ya se sabe, con alguna vecina de aquéllas, y las había de aquellas robustas y lozanas; y decididas; y luego rápidas para golpetear los tacones peldaños abajo tatic y tatac hasta el final, y hasta fuera de la puerta: seguro que algunas no faltaban en el número 14, incluso si Keplero estaba repleto de comerciantes que en estos últimos años se han ido marchando a casa para estar con la familia. Así que aquel día había encontrado a la madre, ¡una altanera!; y sabía, pues, que la niña estaba sola con el papagayo. Y así la salvó. Y también al lorito. Habrían sabido quién era él, y cómo era de verdad; y cómo los compensaba de su soberbia; y con todos los apuros de la jefatura, pisándole los talones, día y noche. Está bien: el reloj. En cuanto a eso, es otra cosa, ya se sabe: peor para ellos si lo habían dejado sobre la cómoda, en el momento en que la casa se prendía fuego. «El incendio –dijeron luego todos– es una de las cosas más terribles que hay». Y es verdad. Entre la generosidad y la perplejidad de los bomberos de oro, entre cataratas de agua potable sobre las otomanas meadas y verdes, pero esta vez amenazadas por un rojo muy feo, y, encima de los bargueños y de los aparadores, custodios acaso de cincuenta gramos de gorgonzola sudado, pero lamidos ya por la llama como el corzo por la pitón, con chorreos, alfileres líquidos, por las serpientes túrgidas y empapadas de los tubos de cáñamo, y largas, lancinantes azagayas de los hidrantes de latón, que acaban en blancas melenas y nubes en el cielo del tórrido agosto; y aislantes de porcelana medio ustionados cayendo en pedazos para estrellarse del todo contra la acera, ¡patapaf !; y cables de teléfonos quemados que revoloteaban lejos en la tarde desde sus ménsulas candentes, con penínsulas negras y volantes de cartón y globos aerostáticos de tapicería carbonizada; y abajo, entre los pies de los hombres, y detrás de las escaleras móviles, recodos y vueltas y empinamientos de tubos que salpican chorros parabólicos desde todas partes en el barro de la calle, vidrios hechos trizas en un pantano de agua y de limo, orinales de hierro esmaltado repletos de zanahorias tiradas ventanas abajo, ¡aún ahora!, contra las
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botas altas de los salvadores, las botas de caña de los gastadores, de los carabineros y de los ingenieros comandantes de los bomberos; y el arrogante e indefenso chic-chac, y chichic y chichac, de las sandalias femeninas recogiendo trozos de peine, o astillas de espejo, e imágenes benditas de San Vicente de Liguori dentro del charco de aquella catastrófica lavandería. Una mujer embarazada, otro caso penosísimo, ¡y estaba en el quinto mes!, a causa del pánico y la angustia del trasiego y quizá también, sin embargo, sofocada por aquel humo de las escaleras, que apenas abierta la puerta le sopló dentro una ráfaga que daba miedo, se sintió mal y se desvaneció justo en el rellano, al intentar escapar. Y a ésta la salvó de milagro un tal Gaetano Pedroni, hijo del difunto Ambrogio, de treinta y ocho años, mozo de cuerda de la estación central, donde debía retomar su turno a las seis y media. ¡Enviado por Dios! Si se piensa que, para llevar o mover un baúl así, es preciso tener práctica. Él estaba a punto de salir, silbando como un mirlo, de la puerta de más arriba de Isolina Fumagalli, de vuelta de cierta robusta galantería, ante la cual es casi seguro que el Señor debió cerrar al menos un ojo. Y, después de la despedida, se sentía liberado y ligero, y más proclive que nunca a la protección de los débiles y de los desvalidos; cogió el sombrero de paja, se lo ajustó en la cabeza, y encendiendo medio toscano ya soñaba con el gobierno y la canalización totalitaria de los veinticinco baúles y las maletas y las sombrereras de cualquier americana sarnosa, de aquellas larguiruchas y prepotentes que van por ahí con el bastón de hombre, entre el Venecia y el Gotardo, el Bolonia y el T. P.
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Cuando he aquí que, en vez de la americana, te topas con los alaridos y el enredo y el humo escaleras arriba en cuanto abres la puerta, que por momentos no se veía nada. Fue un momento desagradable, contaba aquella tarde, uno de los más desagradables de su vida. Dio enseguida voces a la mujer, que aún estaba empeñada con el grifo, con un cuévano-bidet, con algunas cacerolitas y gran trasiego de agua, pero lo plantó allí todo de inmediato, jabón y toalla y cubo y agua y todo, y se puso en un santiamén una especie de bata china, o japonesa, y sin más demora se puso inmediatamente a chillar: «¡Ah! ¡Virgen, ah, Virgen, mi piel, mi piel!», y quiso sacar la bolsita de la cómoda, y él entonces la cogió por un brazo y la arrastró fuera tal como estaba, con ese kimono de Porta Volta y sin bragas, en chancletas de andar por casa, de las que sembró una escaleras abajo; y tirándola tras de sí por una mano buscaron salvación hundiéndose los dos en aquella asfixia espantosa. Él, luego, con dos o tres patadas, así, por instinto, hizo añicos la primera vidriera, pasando delante; y el humo, entonces, fue también por allí. Luego, abajo, de pronto tropezaban con la mujer desvanecida, de espaldas contra la jamba; y entonces, con la ayuda de la otra, que cojeaba del pie sin chancleta y quería escapar por su cuenta, a toda costa, pero a quien en cambio él aferró y sujetó con fuerza y le gritó a la cara: «Ayúdame, zo…», consiguieron ambos, después de una fatiga y un terror y un sudor infinitos, llevarla hasta abajo, donde ya estaban la camilla y los enfermeros de la Cruz Verde, si Dios quiere, y ahora los bomberos. En cambio la señora Arpàlice Maldifassi, prima del famoso barítono Maldifassi, ¡Eleuterio Maldifassi! (¡pero sí!, ¡venga!, que había cantado incluso en la Scala, en 1908… en el Mefistofele… durante la temporada primaveral. ¡Oh!, ¡un triunfo, un verdadero triunfo! Y una gloria auténtica de nuestra Milán), aquella que al tratar de precipitarse a salvo junto a todos los demás, golpeada y zarandeada por
el «egoísmo», según contó luego, «de los inquilinos del quinto», que llovían escaleras abajo como liebres, ¿no fue a parar con la zapatilla, ¡cobardes!, entre el peldaño de mármol de Carrara y el hierro retorcido y mal combinado de la barandilla? ¡Seguro! por eso se había roto una pierna, decía ella: pero en realidad sólo se había dislocado un tobillo en el primer peldaño, deslizándose en el espanto y porque no sabía donde meter los pies, con los tacones, en la ambición, que tienen las mujeres, de ganar esos seis o siete centímetros. Y todo, luego, porque había querido salvar a toda costa el retrato de su Eustorgio, pobre mujer, y sus joyas, que también eran un recuerdo de su pobre Eustorgio, y había entrado a la carrera para sacarlas de la cómoda: porque precisamente aquella mañana las había liberado del Monte, con el dinero que le había devuelto la Menegazzi. ¡Cuando se habla del azar! ¡Imaginémonos qué debió sentir también ella, ¡Dios! ¡Dios!, se horroriza solamente de pensarlo, no digo luego de referirlo, cuando en un espanto y en una confusión semejante se sintió sacudida contra la barandilla a riesgo de precipitarse en el vacío! Y al espanto y a la debilidad del sexo se añadió de pronto también el tirón en el pie, aquel espasmo repentinamente lancinante seguido por un dolor horrible en toda la pierna, por el que cayó sobre el borde de un escalón y luego se deslizó abajo con el culo, todavía un poco más, en un tobogán horrible, en cada nueva inclinación de peldaño en peldaño magullándose y volviéndose a magullar de nuevo el hueso sacro cada vez, o coxis, si se prefiere, que estaba tan poco defendido por la deficiencia de los glúteos, de los cuales estaba tan dolorosamente mal provista desde joven, ¡pobre señora Maldifassi! Tosía y estornudaba en el hollín acre y chillaba: «¡Me ahogo! ¡Me ahogo!, ¡ay, ay!, Virgen, Virgen, la pierna, la pierna, ¡salvadme!, ¡por caridad! ¡Ay!, me ahogo!, ¡me ahogo!». Y ya no acababa de emitir senarios a pares por la boca retorcida; por el alma aterrorizada, por el cuerpo desgarrado. Y debió arrastrarla escaleras abajo, entre alaridos inauditos de dolor y con aquella tos y aquel humo horrendo, el buen aprendiz de albañil y vanguardista Ermenegildo Balossi de Gesualdo, de diecisiete años, de Cinisello, el cual, en calzoncillos, y con el rostro pálido, estaba a punto de salvar sus propias alegrías también él, no empeñables éstas, ¡ay de mí!, en ningún Monte. Al menos montes de piedad, desde el momento que se está hablando de ellos. También aquí… se vio el dedo del Señor. Porque Balossi había llovido descalzo desde el techo donde había acudido para arreglar las tejas maltrechas, después de la furibunda granizada de la semana pasada, que había sido sobre los diversos techos de la zona imparcial y solemne, como todas las desgracias que se dan el aire de descender de la divina providencia, o justicia. Trabajaba al atardecer, dado que en pleno mediodía sobre aquellas tejas candentes era para morirse cocinado, y con el cerebro insolado; la cabeza apretada en la venda de un pañuelo rojo y amarillo, y mejor que nunca reparada por la densidad del pelo, que era como el vello de una oveja, pero empolvado de cal: y se mantenía también, como se ha visto, bastante ligero de ropas, con una camiseta color celeste apagado sobre el dorso, de tejido de viscosa y transparente, y toda agujeros, que parecía un papel cebolla empapado de sudor.
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Sus enormes pies, macizos y carnosos, de dedos cortos, carnosos, y separados y abiertos en abanico, ofrecían a la porosidad bizcochada de las tejas un agarre particularmente apreciado por los capataces y los aprendices de toda Milán, y eran en suma lo más adecuado que había en toda la albañilería y la chiquillería milanesa para mandarlo arriba por los declives por siete liras al día rodeando las chimeneas como un fantasma, restregándose, como un gato impávido, por los canalones y los caballetes. Su «puesto en el mundo», pues, para decirlo con Virgilio Brocchi, se lo había ganado por méritos propios, no enchufado con recomendaciones, y yo sé por qué razones. Y durante todo este laborioso pan perdía ininterrumpidamente cuatro cintas de los tobillos, como un Hermes de Cinisello al que se le hubieran frito como cintas las alas de los pies. El maestro, ensuciados de cal los bigotes y la cara, reseca, toda arrugas, con aquel florecimiento de los lunares blancos, pero ahora cansado y vencido por el pandemonio, lo llamaba quejosamente desde el fondo espantoso de las escaleras: «¡Oh, chico! ¡Oh, chico!», y explicaba lloriqueando a todas aquellas histéricas en fuga dentro de sus chancletas, cargadas de terror y de hatillos y niños aullantes, que aún había un muchacho sobre el techo, «el chico, mi chico», que arriba en el forjado debía de estar «Gildo, el chico, el Hermes de Cinisello», y luego empezaba a llamarlo de nuevo en la tromba humeante de aquellas infernales escaleras, de abajo arriba, pero superado por los alaridos de todos. Seguro que nadie volvía sobre sus pasos al acordarse del chico, y la mayoría, además, ni siquiera lo oía. Hasta que apareció también él en el último tramo, trastornado, rojo, macerado en sudor, con aquella venda roja y amarilla del pañuelo en torno a la cabeza, con una mancha negra sobre la mejilla, con la señora Maldifassi, aullante, en brazos, «¡Ay, ay! ¡Mi pierna!, ¡la pierna la pierna! ¡Señor, Virgen, ayudadme!», pero mientras tanto apretaba en una mano un saquito de tela y se veía que no quería soltarlo a ninguna costa, y él con los calzoncillos caídos debido a la extrema emergencia, que casi casi estaban por desaparecer, tropezando a cada nuevo peldaño en las cintas con los dedazos abiertos de los pies, como dos peines. La había cogido y la sujetaba por las axilas, desde atrás, y con una rodilla, o con la otra, en cada peldaño le hacía una sillita momentánea bajo el trasero magro y desvalido, cuidando de mantener el equilibrio y de no caer rodando los dos uno sobre el otro hasta el final del tramo. Tanto que luego le dieron el encomio, ¡el día del Estatuto!, al valor civil. ¡Pobre y buen muchacho!, realmente se lo había merecido. Y también otro pobrecillo, el viejo Zavattari, se salvó por un pelo. Sufría de asma y de catarro bronquial, éste desde hacía años. Una forma grave, hasta el punto de que ni siquiera el agosto milanés podía mitigar sus sufrimientos, y estaban todos más que persuadidos, ahora, de que era un caso incurable. Algún leve paliativo a tanta pena se lo procuraba guardando cama hasta mediodía, y mesa hasta después de las seis de la tarde, donde estaba todo el día el mantel, sucio, y una frasca de Barletta, «mi medicina», como lo llamaba, sin prestar atención a las manchas de vino y de tomate, y de café, ni inquietarse de la degollina de mondadientes plegados en dos y de todo el miguerío que había quedado de aquel poco de gorgonzola y de longaniza hasta muy tarde. De aquella frasca –sentado en la mesa, con un codo sobre el mantel del que colgaba la izquierda inerte– el viejo Zavattari
iba sirviéndose poco a poco durante toda la adormecida y colgante tarde medio vaso tras otro, «medio vaso» y «otro medio vaso», y con mano oscilante, la derecha, de vez en cuando se lo llevaba bajo los bigotes; y así nunca acababa de saborear y de paladear (largos saboreamientos y clamorosos destapes del paladar), como si fuera néctar de ambrosía, aquella nata roja, madurada a mediados de agosto en las bodegas de la Martesana, que le dejaba dos milímetros de una papilla violácea sobre la lengua farfullante y, luego, grandes gotas rojas sobre los bigotazos cayentes, de Belloveso apendejado por el catarro. Que parecían, tan vivas y rojas eran, las gotas del Sagrado Corazón o de la Dolorosa en una pintura de Cigoli. Y también la mirada, por lo demás, velada y melancólica, fija, lejísimos, en el cielo del agotamiento, con las dos mitades superiores de los bulbos ocultas por los congestión imprevista, presa del horror de la soledad y de sentirse las párpados caídos, en una especie de sueño-de-la-frente, también la piernas tan blandas precisamente en el momento de mayor necesidad, mirada asumía esa entonación de Sagrado Corazón, así, un poco a acabó, ante todo, yendo de cuerpo en el acto dentro del camisón, a la manera de la Keplero, pero era también la sagrada frasca que funplena carga, y luego para expulsar de las vorágines pulmonares mucionaba con plenitud. Así, horas y horas, con el codo sobre aquel chas de aquellas bondades, que estoy seguro que ni siquiera el mar estercolero del mantel tomate-Barletta, con de Tarento, con todas sus ostras, conseguiría la mano colgando, y rascándose con la otra vomitar tantas compañeras. la rodilla, si no escanciaba o paladeaba; así El maestro, ensuciados de cal Lo salvaron los bomberos, con las máscagruñía y roncaba durante horas, a lo largo los bigotes y la cara, reseca, toda ras, abatiendo la puerta a hachazos. «Se ve de todo el declive de la tarde, sudado, denque el fuego le ha dado cagadera», sententro del bochorno y el hedor de la habita- arrugas, con aquel florecimiento ció el jefe de pelotón Bertolotti ultimado el ción, que estaba llena de polvo, con la cama de los lunares blancos, pero ahora salvamento. aún por ventilar, la funda color liebre; con Penosísimo, y por desgracia fatal, el calos pantalones desabotonados de los que sa- cansado y vencido por el pandeso del caballero Carlo Garbagnati, el exgalía una punta del camisón, con dos chanclas monio, lo llamaba quejosamente ribaldino del quinto piso, uno de los mil raídas metidas en los pies desnudos y verde Marsala, y de los cincuenta mil del cindosos, con la respiración breve que parecía desde el fondo espantoso de las cuentenario de Marsala. Porque, a pesar de correr sobre bolitas de moco, mimando con escaleras: «¡Oh, chico! ¡Oh, los alaridos de la criada, Cesira Papotti, se la ternura de una mamita joven su catarro había obstinado en poner a salvo sus mesumergido de catacumba, una cola que far- chico!», y explicaba lloriqueandallas, contra cualquier evidente criterio de fullaba, en lentas burbujas, en un caldero do a todas aquellas histéricas en oportunidad, e incluso los daguerrotipos y olvidado sobre el fuego. los dos pequeños retratos al óleo de cuando Este Zavattari, consocio de la firma Ca- fuga dentro de sus chancletas, era joven, es decir, en la época de Calatafimi. rabellese Pasquale, en Via Ciro Menotti 23, cargadas de terror y de hatillos y Ahora bien, el traslado del medallero de un explotaba un negocio de pescado atlántico garibaldino, en especial en una contingencia a buen precio de la Genepesca, pescado con niños aullantes, que aún había un de pánico total como aquélla, no es un prolos motopesqueros Stefano Canzio y Gual- muchacho sobre el techo… blema tan sencillo como podría parecer a conda y alguna vez el Doralinda; pero tenía primera vista. También él acabó siendo prea precios muy convenientes también las ostras de Tarento, y frutos sa de la asfixia, o algo similar, y debieron sacarlo los bomberos tamde mar congelado de ambas orillas. Y no le iba nada mal, endilgando bién a él, si querían salvarle la piel, a riesgo de dejar la suya. Pero las aquellos pedazos de monstruos verdes de las profundidades marinas cosas,por desgracia se precipitaron, dada también la edad, ¡ochenta y a las aterradas amas de casa del Cir Menott, las cuales, llevadas por ocho años!, y los problemas de corazón, y un penoso restringimiento la idea del ahorro, estaban absolutamente desprovistas de los más uretral del que sufría desde hacía tiempo. Así que la ambulancia de la básicos requisitos necesarios para poder cocinar mínimamente seCruz Verde, en el quinto viaje, se puede decir que aún no había llegamejantes animales fabulosos. do a la guardia médica de Via Paolo Sarpi, cuando ya la habían hecho Pero nada de esto importa: lo que se quería decir es que el viejo, volver atrás al vuelo hacia el obitorio de la clínica universitaria, allá al ante la llegada de los primeros ardores y ante los primeros gritos de fondo de la ciudad de los estudios detrás del nuevo Politécnico, ¡qué espanto escaleras arriba y desde el patio, el viejo Zavattari, por más va en Via Botticelli!, ¡más allá, más allá!, en Via Giuseppe Trotti, sí, que ya llegado a la estupefacción y al torpor más consoladores, había bravo, pero pasada también Via Celoria y Via Mangiagalli, y luego intentado dirigirse también él, en una especie de alucinada angustia Via Polli, Via Giacinto Gallina, más allá de Pier Gaetano Ceradini, del físico, hacia la ventana para intentar abrirla, porque en su comde Pier Paolo Motta, en el quinto pino. • pleta ebriedad la creyó cerrada, mientras que siempre había estado abierta durante toda la tarde: una angustia física y primordial, que le Traducción de Juan Carlos Gentile Vitale aleteaba como un fuego fatuo en torno a aquel muñón de instinto, pero sólo consiguió volcar la frasca de Barletta, semivacía y envilecida también ella; y se le habían abierto de par en par, en cambio, de golpe, las cataratas de los bronquios y aflojado, al mismo tiempo, los más valerosos anillos inhibidores del esfínter anal, así que entre golpes de tos terribles, mientras un humo acre, negrísimo, empezó a filtrarse en la casa por la cerradura y por debajo de la puerta, en el espanto y en la
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Psycho Killer • Por Carlos Velázquez
The Ramones And The Birth Of Punk El museo del Grammy en Los Ángeles es un sitio alucinante. Sus exposiciones permanentes te vuelan la cabeza. Un elevador te deposita en el último piso. Comienza entonces el descenso por varias décadas de la historia del rock. Una visita no alcanza para escrutar toda la memorabilia envitrinada. Te salen al paso objetos entrañables, como la chaqueta roja que porta Michael Jackson en el video de «Thriller». Para celebrar los cuarenta años del punk, del 16 de septiembre del 2016 al 28 de febrero de 2017, la sala dos exhibió una muestra dedicada enteramente a los Ramones. El recibimiento a la exposición era un escenario desastrado, con instrumentos de la banda. Amplificadores Marshall, guitarras y una batería de Marky Ramone con un sticker del Pájaro Loco. La sensación que te producen estos objetos es la misma que experimentas al ingresar a un museo a observar huesos de dinosaurios. La columna vertebral consistía en cinco vitrinas. La primera: «El nacimiento del punk», albergaba las pertenecías de los Ramones cuando todavía no eran los Ramones. Las calificaciones de Joey durante su paso por la Forest Hills High School, por ejemplo. La segunda correspondía a «Ropa e instrumentos». Con unos tenis estilo Converse pero marca Adidas de Marky Ramone y una de las primeras guitarras de Johnny, una chaqueta de cuero, una playera y portadas de la mítica revista Punk. La tercera, «Tour», ostentaba las hojas con los requerimientos de catering de la banda. Galones de leche, cajas de Heineken, papas fritas. Y la lista de lo que necesitaban para el house y los monitores. Para crear el ruido que cambió la historia. En la cuarta vitrina, «Merchandising», se distinguía la marca Ramone, diseñada por Arturo Vega. Con una pantalla para serigrafiar usada. Playeras y portadas de discos. Con la mítica foto de End of the Century con los Ramones con la chaqueta de cuero. La portada que no pudo ser por los caprichos de Phil Spector. La última vitrina era un homenaje a la banda. «Legado», la influencia de los Ramones en el
mundo, como su aparición en los Simpson, con un dibujo original de la banda hecho por Matt Groening. Las cinco vitrinas albergaban las joyas de la corona de los Ramones. La historia que no vas a leer en los libros. Que fue reunida por primera vez en cuatro décadas. Todo un acontecimiento. Una colección que ha cobrado casi la misma importancia que la colección de objetos personales de los Ramones. Como las tarjetas de beisbol de Johnny o las entradas a todos los conciertos a los que acudió o las armas nazis de Dee Dee. Quedan para otra muestra, sin duda. Lo que sí está presente son algunas de las libretas de Johnny con sus apuntes, era un obsesivo de las listas. La mitad de una pared está reservada para carteles sobre tocadas de la banda. En la que sobresalían varios con diseños de máscaras de lucha libre. Y un poster promocional de la película Rock ‘n’ Roll High School. La parte restante tenía una foto de cada uno de los cinco integrantes principales acompañados de una semblanza. La pared opuesta sostiene una serie de fotografías con algunos personajes del género, como Iggy Pop. Y la pared del fondo exhibe los cuadros de Shepard Fairey de cada uno de los integrantes de la banda. Un mapa, sobre la presencia de los Ramones en Nueva York, desde su natal Queens, pasando por los lugares donde tocaron y vivieron completa el panorama de su existencia. Destaca la portada del primer disco ocupando toda una pared, con unos Ramones gigantes observando desde lo alto.
La muestra no está exenta de humor. Una serie de mezcladores con «I Wanna be Sedated» están dispuestos para la diversión. Puedes escuchar cada uno de los instrumentos de la canción por separado y crear tu propia mezcla. También hay un cuarto pequeño con un karaoke. Cantas sobre una pista y te puedes llevar tu interpretación en un cd. Tres pantallas transmiten videos intermitentemente. En uno aparece Linda Ramone, ex esposa de Johnny, hablando sobre la figura de su marido. En el siguiente se transmite un concierto de los Ramones. Y, en el último, músicos de las siguientes generaciones hablan sobre la influencia que tuvieron los Ramones sobre ellos. Observar los objetos de la muestra era un experiencia extrasensorial. Casi podías oler el sudor, escuchar las peleas, oler la sangre, sentir todo lo que tuvo que atravesar esa banda para llegar a donde llegaron. Una experiencia invaluable para un fan de los Ramones. Era como si la Rickenbacker de Johnny respirara. Después de mirar la chaqueta de los Simpsons con un Homero bordado y el nombre de Johnny te daban lo mismo los souvenirs de la tienda del museo. La exposición era exhaustiva pero no eterna (conociendo la manía obsesiva de los Ramones, seguro atesoran memorabilia para llenar quince o veinte museos del Grammy). Una vez que la terminabas de ver no querías marcharte. Te entraban deseos de verla otra vez. De quedarte incluso toda la tarde junto a aquellos objetos. Te quieres quedar a vivir ahí. •
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Eduardo Rabasa
En defensa de la
argumentación P
rimero una aclaración: Valeria Luiselli ha publicado todos sus moral de las redes sociales parecería que «El espíritu son las características físicas, de género, socioeconómicas y geográficas» de quien libros en español en Sexto Piso, editorial de la que formo parte escribe cualquier cosa. Así, los argumentos de Valeria (que, insisto, desde su fundación, y es sin duda una de las autoras más emblemáticas pueden perfectamente ser cuestionados sin que ello implique ningún del catálogo. No sólo eso, sino que además de la relación editorial, agravio) parecerían explicarse absolutamente por el hecho de ser hija es una amiga muy querida. Si alguien considera que lo anterior me de diplomáticos, blanca (incluso hay quien se ha quejado de que sea descalifica para dedicar este artículo a la polémica suscitada recientemente en torno a ella, sería totalmente comguapa), haber conocido desde niña a Nadine Es como si la Ley de Godwin prensible, y por suerte no tendría más que Gordimer, vivir en Nueva York, ser una esdejar de leerme en este momento. (que postula que en internet en critora exitosa, etcétera, etcétera. La inmensa mayoría de ataques en su contra han tomado Después una precisión: esto no es un texto la forma de insultos, descalificaciones ad hosobre las ideas o argumentos vertidos por Va- algún determinado momento leria en su artículo «Nuevo feminismo». Al toda discusión desembocará en minem, y otro tipo de descargas espetadas en igual que otras personas, estoy en desacuerdo menos de 140 caracteres mediante esa nueva con algunos de sus planteamientos. No sería una comparación con Hitler) se variante warholiana de los 15 minutos de fala primera vez: en varias ocasiones hemos sos- hubiera apoderado de nosotros ma, también conocida como Twitter. tenido discusiones sociopolíticas, literarias y Sin embargo, ¿no es uno de los rasgos definitorios de los líderes demagogos y xenofobos demás, a veces de manera un tanto acalorada, y nos compeliera periódicaque pululan ahora por el mundo el reducir a y nunca ha pasado nada grave ni a mayores. mente a buscar una nueva categorías inmensas de seres humanos a esteEn esto precisamente se basa lo que me gustaría explorar aquí: en que no hay absoluta- víctima sacrificial sobre la cual reotipos asociados con determinadas caractemente nada de reprobable en que alguien, o verter en masa nuestra bilis… rísticas étnicas o raciales? Al acusar en masa, un amplio grupo de personas, estén en fuerte echando montón, virulentamente, a Valeria o desacuerdo con lo escrito en un artículo de opinión. De hecho, esa a quien sea, a partir de sus características físicas, familiares, profesionales o socioeconómicas (condensadas en el epíteto «mujer blanca es una de las principales funciones del género: la de provocar debate, empoderada»), y no a partir de sus argumentos, ¿no estamos reprointercambio de argumentos, de ideas, que incluso puedan producir duciendo exactamente el mismo mecanismo? Es como si la Ley de modificaciones en los puntos de vista de alguna de las partes. Eso es Godwin (que postula que en internet en algún determinado momento algo muy distinto del linchamiento en redes sociales al que Valeria ha toda discusión desembocará en una comparación con Hitler) se hubiesido sometida desde hace ya casi dos semanas, ¡que al parecer condujo ra apoderado de nosotros y nos compeliera periódicamente a buscar incluso a una convocatoria a marchar en protesta contra ella! una nueva víctima sacrificial sobre la cual verter en masa nuestra bilis, He leído varias veces su columna y no encuentro ningún argumento del que pueda desprenderse que a Valeria le dé igual que mujeres se y si bien cada linchamiento es especialmente duro para la víctima en desangren en el imss en salas atestadas. Tampoco que no le importen cuestión, así como ahora le ha tocado a Valeria —y probablemente los millones de mujeres acosadas, violadas, asesinadas en México y mañana me toque un poco también a mí a causa de este texto—, no otras partes del mundo. Además, incluso si fuera el caso de que clasolamente cualquiera estará expuesto a correr la misma suerte, sino ramente fuera una antifeminista recalcitrante (asunto que me parece que la existencia recurrente del mecanismo como tal nos empobrece puede debatirse, pues el feminismo no consiste únicamente en la verindudablemente como colectivo. Y lo más irónico es que incluso las tiente sobre la cual Valeria ironiza), si bien todos los temas anteriores invectivas más ofendidas pierden efectividad cuando se reducen a en efecto se vinculan con el feminismo, de ninguna manera pueden ataques enfocados a destruir a la persona y no a sus ideas: entre mayor reducirse a dicho movimiento (es decir que a las y los no feministas sea el ultraje o la indignación moral que nos ocasione la postura de también les puede parecer abominable la proliferación de feminicideterminada figura pública, entre más ecuánime y mejor argumentada dios), y de ahí que sea un poco exagerado extender el argumento para fuera la respuesta, mayor sería también la probabilidad de desestimar acusarla de una presunta indiferencia frente a dichas atrocidades. Y es los argumentos que produjeron la ofensa en primer lugar. que incluso parece ser responsable ante algunas personas de contar con Me parece que en estos tiempos que corren deberíamos todos de una amiga que confeccione trajes de astronauta, con lo cual se extienponer particular empeño en no reproducir en nuestros ámbitos parde su ámbito de influencia, y por tanto de la materia en la que puede ticulares aquellos mecanismos de incitación al odio y la agresión, ser juzgada, a las decisiones profesionales de la gente de su entorno. que así como en términos sociopolíticos nos parecen claramente deplorables, en lo intelectual cada vez se vuelven más recurrentemente Así como la tesis frenológica de Hegel —retomada como ejemplo nuestro pan de cada día. • recientemente por Žižek— reza que «El espíritu es un hueso», en la
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Sexto Piso Times
Noticias Que de tan falsas… podrían ser verdaderas
• MArzo de 2017
Pugnan diversas editoriales por publicar los diarios de Karime Macías Ahora que la lectura se encuentra en retirada frente a los smartphones y las múltiples opciones de entretenimiento a nuestra disposición, las casas editoriales se encuentran más que nunca a la caza de best-sellers, pues en muchas ocasiones son la única forma de sacar adelante los balances del año y con ello tener satisfechos a los inversionistas. Por eso, el mundo editorial se ha puesto de cabeza con la revelación del contenido de los diarios de Karime Macías, esposa del ex gobernador de Veracruz Javier Duarte, pues más de un editor ve un inmenso potencial de ventas, equiparándolo tanto con clásicos del género como los Diarios de Kurt Cobain, como con obras maestras de personalidades políticas mexicanas como el legendario Dios mío, hazme viuda por favor, de Josefina Vázquez Mota. Para anunciar la publicación con el bombo y platillo que se merece, trascendió que publicaciones como TVyNovelas, TV Notas, Hola! y Breitbart News se encuentran a su vez pujando por obtener la exclusiva del relato de la cena del matrimonio Duarte con la actriz Edith González y su esposo Lorenzo Lazo, pues se comenta que incluso existen productores de telenovelas que ven ahí el potencial para una miniserie, protagonizada desde luego por la propia González, donde ambos matrimonios unen fuerzas para desenmascarar a los villanos que habían detenido en el aeropuerto de Toluca el avión repleto de efectivo, propiedad del gobierno de Veracruz. Tras una minuciosa lectura de la entrada del diario, los guionistas de telenovelas se chupan los dedos con el potencial dramático contenido en la descripción de las «miradas coquetas entre Moy y Vanessa (la chica colombiana que trabaja en tv Azteca», que sumados al avión detenido con el dinero, la furia ocasionada, la intriga, y la anfitriona preocupada por
«Hemos tenido algunos problemas para localizar a la autora, pero no desistiremos»: prominente agente literario. «Estar linda/Estar informada/Comidas en casa», ofrecen elementos para una épica policiaca a la altura de las grandes producciones de la historia. Se supo también que en estos momentos en que el país atraviesa una crisis de violencia, corrupción, económica, política, social y demás, los Diarios de Karime Macías serán promocionados dentro de la corriente del Poder del Pensamiento Positivo, pues si después de que la autora llenara una página completa con la frase «sí merezco abundancia», su sueño se hizo realidad a niveles que jamás habría sospechado, se pretenderá comunicar a los lectores que en realidad la espeluznante situación bajo la que viven no es de culpa de nadie más que de cada uno, pues al no creernos merecedores de algo mejor, terminamos provocando nuestro propio destino. Como bonus, el final del libro contendrá unas hojas en blanco que reproduzcan de manera fidedigna aquellas en las que Macías se embarcara en el diálogo consigo misma, para que los lectores puedan enlistar aquello a lo que se consideren merecedores, de manera que ellos también pronto hayan alcanzado sus más profundos anhelos y conquistado sus más arraigados miedos. De manera extraoficial, supimos que la agencia literaria que se ha erigido como la favorita para representar el libro de Macías está buscando también firmar los derechos de representación de su media naranja, Javier Duarte, quien aparentemente también cuenta ya con el manuscrito de un libro destinado a limpiar su imagen, titulado Sí robé… pero tan sólo unos cuan-
Se filtra la propuesta de portada en Sexto Piso, bajo el título tentativo de Sí merezco abundancia. Apuntes y reflexiones de una First Lady jarocha. tos Frutsis y Gansitos. De concretarse las negociaciones, el plan consistiría en realizar una gira de presentación conjunta de ambos libros pues, si bien evidentemente abordan temáticas sumamente distintas, es también manifiesto que constituyen una ventana inmejorable para que los lectores conozcan lo más profundo de la podredumbre nacional. •
El buzón de la prima Ignacia
Querida prima: No sé ni de dónde estoy sacando fuerzas para escribirte. En estos tiempos tan locos, donde ya nadie tiene ninguna certeza de nada, nos quedaban pocas cosas de las cuales agarrarnos, en las cuales creer, que le den algún tipo de sentido a nuestra vida. Pero todo se acabó. Yo no he leído las profecías del tal Nostradamus, pero estoy segura de que el oso que se cometió en la ceremonia de los Óscares es una señal de que se aproxima el fin del mundo. ¿Los Óscares equivocándose en el premio más importante de la noche? Nooooo, prima, a mí no me engañan, ahí hubo gato encerrado de algún tipo, como una conspiración del Putin y el Trump y Salinas de Gortari para ahora sí terminarnos de hacer la maldad y quitarnos toda la alegría. Ya no nos queda nada más que la puritita resignación. Epigmenia Buenrostro
Querida Epigmenia, Ya lo sé, ya lo sé, ya lo séeeeeeee. Si te dijera que tu carta fue como echarle limón a una herida abierta, me quedaría corta, amiguis. De hecho, te confieso que me arrancaste las pocas lagrimitas que me quedaban por llorarle a esta tragedia. Año con año, desde mi más tierna juventud, he vibrado, estremecídome y llorado de rabia y de alegría con la entrega anual de los Óscares, pero esto me dejó totalmente descompuesta. Y además, oooooobvio, mi favorita de la noche era La La Land, así que encima que el supuesto «error» haya sido con ese peliculón, y después de que nos emocionaran con el premio a mejor actriz a la Emma Watson, y para premiar una película de desviaditos y traumaditos… no, no, fue casi demasiado. Con decirte que me tomé de hidalgo lo que quedaba de mi Rivotril, y ni así pude conciliar del todo el sueño durante la noche entera. Y claaaaaro que ahí hubo algún tipo de mano negra. O sea, ¿qué creen que somos tan mensos como para no darnos cuenta o qué? Pero déjame decirte una cosa: esto no es obra de Putin ni de Trump ni de Salinas. Nooooo. Para esto se requiere una mente verdaderamente perversa, y una maldad sin límites. Se requiere ser un peligro para la patria, para nuestros hijos, para la humanidad entera. Ya sabes a quién me refiero, a un señor muy malo —¿verdad que soy bien ingeniosa y ocurrente para los apodos?— que lleva ya muuuuuucho tiempo siendo la pesadilla de la gente decente como tú y como yo. Qué te digo, compañerita. Normalmente ya sabes que yo con lo del karma y todo eso como que siempre soy optimista, pero ahora sí, viendo de lo que es capaz este tipejo, me quedo sin esperanzas. Ya nomás nos queda rezar para que no meta también su cuchara en nuestros premios TVyNovelas, porque entonces sí ya no sé qué nos va a quedar para agarrarnos de algo para sobrevivir a esta espantosísima realidad que estamos viviendo.
Hazle una pregunta a la prima Ignacia. Si tienes la suerte de que en su infinita sabiduría la seleccione como la mejor del mes, recibirás gratis en tu domicilio el libro de tu preferencia de Sexto Piso.
Estudié Economía en el itam, Finanzas en Harvard y Karma en la Universidad Tibetana, pero el verdadero aprendizaje lo obtengo en esa loca maravilla llamada vida. Si quieres que lo comparta contigo, no lo pienses más y consúltame en el siguiente correo electrónico: ignacia@sextopiso.com (PD: No hay censura pero por favor sean recatados y no me vayan a andar preguntando puras pendejadas).
35 Estimada Ignacia: Soy un hombre de edad mediana, con un estilo de vida más bien sedentario aunque, para decirlo claramente, si miro hacia abajo todavía mi barriga no me obstruye la vista completamente, aunque para allá vamos. Bueno, el chiste es que tengo dos labradores, que también estaban acostumbrados a la buena vida como yo, hasta que empecé a andar con una chava progresista, más joven que yo, y está empeñada en meternos a todos en cintura. A mí me trae corto racionándome ya sabes qué, pero a mis pobres perros les compró un dispositivo que dizque mide su actividad y la compara con un algoritmo y no sé qué, pero el caso es que mi novia saca diario unos reportes de que si los perros estuvieron corriendo, caminando, jugando o descansando, y les echa unos rollos mortales todas las noches, diciéndoles que nada más están ahí tirados, que están desperdiciando su vida y cosas del estilo. ¿Crees que deba deshacerme de la novia, de los perros, de los dos o de nadie? Ayúdame por favor. Cérdules McCoy
Ay, amigo Cérdules: Aunque parezca que no, comprendo tu dilema. Mira, yo nunca he sido de esas anorexiquillas que se trauman si no comen solamente su ensalada de quinoa. Nooooo, a mí me educaron en la escuela de que más vale que sobre y no que falte, y te confieso que algunos de mis pecadillos ya se notan por ahí, pero en eso consiste el arte de ser mujer, en engañarlos y engañarnos para que no se note, hasta que ya sea demasiado tarde. ¿Y qué he obtenido a cambio?, te preguntarás: te lo digo sin tapujos. He tenido una vida llena de alegrías y sinsabores, donde a cada triunfo lo seguía un tropezón, y viceversa. Si algo he aprendido que no le perdonan a una —¡y línchenme si quieren, víboras de lengua venenosa!— es osar ser una mujer independiente, que sabe lo que vale y que no agacha la cabeza ante nadie. ¿Que si he pagado un precio? ¡Sí, lo he pagado! Pero eso sí te digo, y le pese a quien le pese, que lo bailado nadie me lo quita. Creo que ya me fui un poco por las ramas y ya tengo que entregar mi mugre colaboración y ya ni nos queda espacio, pero si sabes mirar con atención, verás que en mi respuesta está toda la sabiduría que necesitas. Yo no puedo resolvértelo todo, amigo Cérdules, porque a veces me entra mi faceta como de Yoda, y aunque yo no sé hablar al revés para que no se entienda nada, si logras resolver mis enigmas, encontrarás la solución a todos tus dilemas: te deseo que, vayas a donde vayas, y hagas lo que hagas, la sabiduría de la prima Ignacia —o sea, yo— te acompañe.