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Líderes locales y el mito del programa electoral
Miguel Molina*
Hablar de la política local es hablar de lo más cercano que tiene un ciudadano. Sus sueños, sus expectativas personales, sus problemas y sus anhelos dependen principalmente de decisiones que se toman en la administración más próxima al gobernado. Y para dar verdadero cumplimiento a una serie de hitos se requiere de una toma de decisiones con mirada amplia y de calado profundo.
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A lo largo de la historia los territorios locales han necesitado de personas capaces de asumir los retos que sus ciudadanos y los diferentes contextos sociales y económicos les planteaban. A estas figuras representativas de la sociedad se les denominaba y aún sigue siendo así, como líderes. Eran vecinos procedentes de diferentes ámbitos profesionales como la abogacía, la medicina, la empresa o de la sociedad civil, entre otros muchos, con capacidad reactiva y proactiva. Daba igual si la decisión se tomaba hoy, mañana o pasado. En cualquier caso, esta era solucionada.
Y para reforzar esta primera idea, es necesario echar una mirada hacia atrás, ver quién o quiénes eran capaces de asumir tales tareas que redundaban en la mayoría de los vecinos. A lo largo de la historia, y ya van más de 100 años, investigadores de todo el mundo han analizado -y lo siguen haciendo actualmente- el comportamiento de la primera figura con representación política en una Administración: el alcalde. Sometido a la presión popular y a la tiranía de unas urnas que quitan y ponen políticos, según el alcance social del candidato, estos y estas deben hacer gala de sus mejores artes para mantener popularidad, carisma y atracción en el momento más decisivo de sus carreras hacia el poder. Sin embargo, la política del líder debe ser entendida como una acción en la que el ciudadano debe estar en el centro o, al me- nos, así lo refleja, con mucho atino, la Fundación Liderar con Sentido Común en su nueva mirada hacia la humanítica, un concepto del que poco se sabe y del que se va a hablar mucho, dado que responde a unas nuevas expectativas sociales no cubiertas por el liderazgo actual.
*Miguel Molina es director de la Fundación Liderar con Sentido Común. Doctor Cum Laude con una tesis sobre Liderazgo Político Local por la Universidad de Alicante y Licenciado en Periodismo por la Universidad Miguel Hernández. Docente en el Grado y Máster oficial del Instituto Mediterráneo Escuela de Protocolo, centro adscrito a la UMH y de la EAE Business School en la Maestría de Comunicación Política y Lobby. Experto universitario en Liderazgo por la UAy Alumni del programa Innovación y Liderazgo en Gobierno de Georgetown University. Consultor y experto en la formación de cargos públicos en materia de liderazgo, habilidades comunicativas y reputación pública. Galardonado con dos Victory Awards al Mérito a la Excelencia Periodista en Washington DC.
¿Son los líderes locales quienes deben afrontar los retos de la mayoría sin obedecer a las directrices de sus partidos? Esta es una cuestión compleja, real y silenciada, que se suma al incumplimiento sistemático de los programas electorales. Cuántas veces se ha escuchado a un político decir “los programas electorales están para incumplirlos”. Se trata de una frase dilapidaria que resta credibilidad, primero al partido que propone y no cumple, y en segundo lugar, el propio líder que no tiene el carisma suficiente para responder al documento que su equipo ha redactado y que sirvió de argumento para arañar votos. Ese “compromiso” escrito queda en papel mojado cada vez que nos citan a las urnas. Por lo tanto, en este siglo XXI se nos cae ese mito del documento mudo, redactado con mimo y acompañado de bellas imágenes capaces de satisfacer nuestras plegarias.
A modo de conclusión, no todo está perdido. Creamos en las personas, creamos en nuevos líderes o, mejor dicho, sigamos de cerca qué nos aportará la humanítica, que vendrá para quedarse entre nosotros e irrumpir con fuerza la agenda de la política local. Ya no habrán administraciones secuestradas por los partidos políticos, ni líderes títeres del sistema; tendremos gestores, personas que hablan a personas, políticas que escuchan, gobernantes que estén a la altura del gobernado y programas electorales diseñados como un mantel en el que todos tienen cabida. La persona como centro del sentir, pensar y hacer.
De entre todos los libros en los que me he sumergido a lo largo de mi vida, destaqué dos recientemente, con motivo de la celebración del Día Internacional del Libro. Son dos lecturas que me marcaron en diferentes momentos. Una fue el archiconocido El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, que nos deja grandes enseñanzas como la necesidad de convivir respetando a los demás y a ti mismo.
La segunda lectura en la que quiero enfatizar hoy es El hombre en busca de sentido de Viktor E. Frankl. Es una historia que pone los pelos de punta, que nos invita a reflexionar sobre la esencia de la vida y a tener en cuenta que, a pesar de toda la adversidad, la vida está para vivirla. Esta reflexión, en los tiempos que hoy corremos pospandémicos, y en los que este mundo nuevo parece venirse abajo por momentos, cobra una vitalidad única, porque nos enfoca también al abanico de oportunidades que se nos presentan y que nos deben dejar grabado a fuego eso de: “la vida está para vivirla”.
El libro consta de dos partes, una en la que narra su experiencia personal como prisionero en varios campos de concentración nazis, y otra en la que introduce la logoterapia. Se trata de una psicoterapia que él mismo funda y en la que propone que la voluntad de sentido es la motivación primaria del ser humano. En esta línea, Frankl relataba cómo llegó a observar que, cuando un preso común fumaba un cigarrillo, esto presagiaba su renuncia a vivir, ya que, en esos momentos de abusos y carencias, el tabaco ganado lo intercambiaban por comida.
El ser humano toma decisiones cada día, desde que se levanta hasta que se acuesta. Algunas son tan sencillas como elegir la ropa del día, o el desayuno, y otras te llevan a decidir, en el ámbito personal, si es el momento para casarte, para tener hijos, para mudarte, y, en otros ámbitos, por ejemplo, a quién votar en unas elecciones. Son decisiones que, aunque nos cueste creerlo, no transitan por una opinión fundada, sino que
*Antonio Sola , es conocido mundialmente como “Creador de Presidentes” por las 16 victorias presidenciales conseguidas en países de África, América y Europa, Antonio es estratega y ha realizado más de 500 campañas electorales de todo tipo. Entiende que ganar es fruto de la ciencia, la técnica y el arte, y que no todos sirven para gobernar. Por eso, valora especialmente la dimensión ética de los candidatos con los que trabaja. Hoy dirige procesos en cuatro de los cinco continentes del planeta y está considerado dentro de los top 5 de los estrategas a nivel mundial. Antonio preside la Fundación Liderar con Sentido Común , nacida para ayudar a cerrar las grietas que nos dividen, y es cofundador de la Escuela Política Fratelli Tutti que busca los líderes del futuro presente para que ayuden a entrar en la nueva era que empieza sin dejar a nadie atrás.
@AntonioSola_ nacen de algo mucho más profundo: los sentimientos.
Este es uno de los puntos donde empata eso que nos contaba el neurólogo y psiquiatra, Frankl. Ese sentir, esa voluntad rotunda que nos aboca a tomar decisiones, desde las más sencillas hasta las más trascendentales.
Por eso, hay algo que, por norma general, estamos haciendo muy mal en el mundo que habitamos. Tendemos a razonar con la persona que tenemos en frente, a exponer argumentos sólidos basados en conocimientos, en ideas trabajadas, pero, en muchas ocasiones, nos olvidamos del corazón, del sentir. Son dos autopistas que, si no se trabajan bien, no tienen un cruce posible y debemos trabajar en alinear el sentir y el pensar, en primer término, para luego, sumarle el hacer.
La única vía posible para que las personas triunfemos en este nuevo mundo, cada vez, más impersonal, es que se vuelva a la raíz de lo que nos hace seres humanos, es decir, esos abra - zos compartidos, esos sentimientos. Menos gente, más personas.
Comenzaba refiriéndome al Día del Libro y termino también con una reflexión traída de una de las recomendaciones del equipo de la fundación que apunta a la literatura como un reflejo social: “recuerdo cuando descubrí los grandes clásicos, esos que, a veces, se miran con recelo porque piensas que están escritos para otra época y, sin embargo, encuentras en ellos los mismos sentimientos y miedos que vivimos ahora. Así, me enganché a Hamlet; me reí con las obras de Moliére o con El fantasma de Canterville de Wilde; averigüé que, antes que Romeo y Julieta, Calisto y Melibea ya tuvieron un trágico romance”.
Pues eso. El ser humano es ser y es humano por sus sentimientos. No nos olvidemos de ellos en esta cuarta revolución industrial.