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Todo es culpa de la Bruja Manuel

Grapain*

Es un nuevo día, las máquinas no han cesado su trabajo en sincronía, engrasadas, todo funciona de manera perfecta; apenas el sol levanta un poco suena el silbato de vapor anunciando el cambio de turno en esta Metrópolis (Alemania, 1927). En su plano más profundo, la parte subterránea de la ciudad, viven como topos los trabajadores que segundo a segundo mantienen palpitando el gran corazón, la máquina madre, el gran aparato que le da sentido a la vida y muerte de los que ahí habitan (la masa), caminando al ritmo, con la cabeza gacha, los hombros más caídos cada vez, hasta que solo sirvan de combustible para el corazón.

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Así viven, tan profundo como tan alto, y tan al aire libre los hijos y familias de los que sostienen económicamente esta metrópolis, disfrutan de las plazas, los jardines eternos y todo tipo de instalaciones que funcionan a partir del palpitar del gran corazón; en una de ellas, Freder, el hijo del gran señor y creador de la metrópolis, se divierte jugando con las más hermosas doncellas del lugar, quienes compiten por su compañía y favor. En medio de ese juego de lujuria adelgazada, aparece María rodeada de una centena de niños a los cuales les muestra el mundo exterior, llamando hermanos a quienes tienen de frente, las miradas de Freder y María se cruzan justo antes de que los guardias los regresen al subterráneo, para esos niños ese pequeño momento fue como estar en la gloria, en el paraíso que no habían soñado siquiera.

La conexión fue directa y total, tanto, que Freder corre para alcanzar a María sin éxito, en su viaje desesperado llega a los primeros niveles del subterráneo para descubrir las condiciones en las que los trabajadores viven y mueren para mantener vivo el sistema, tan preciso y tan falible, que una vida menos bien vale la pena para sostenerlo. De principio no alcanza a comprender el semblante, el gesto, incluso a lo que huelen las personas de allá abajo, todo lo que ve lo horroriza, pero entiende que es la única vía para encontrar a María; una explosión interrumpe la búsqueda, muchos mueren y son reemplazados a la brevedad, sin que para los muertos haya protocolo alguno, son aventados al fuego que bien necesita combustible; en completo estado de shock regresa a la superficie; en la oficina de su padre cuenta lo sucedido, lejos de compadecerse, su padre corre a su gerente por no haberlo enterado antes que su hijo, a quien trata de tranquilizar, pero el muchacho está completamente arrobado por el magnetismo de María.

Alcanzarla es lo que marca cada uno de sus movimientos, decide entonces reemplazar a uno de los trabajadores para estar más cerca de su objetivo, en lo que poco a poco pasa de ser algo meramente carnal a la conciencia de que algo no encaja en el mundo de aparente perfección en el que él vivía, ese impulso lo lleva a las catacumbas, un nivel de profundidad aún mayor, en donde por fin encuentra a María, quien tiene detrás todo un muro de velas que le dan un carácter casi divino frente a la muchedum- bre que se conforma con vivir de la esperanza y la promesa de que el mediador llegará un día a resolver la vida, así de un plumazo, con una mirada, con un gesto, a partir del cual el dolor no sea dolor, el cansancio ya no sea tal y el sacrificio sea bien recibido como una especie de puntaje acumulativo para alcanzar la gloria con la convicción de que haber vivido y muerto en el mundo subterráneo fue por lo menos una fortuna y una gracia del destino.

*Manuel Grapain es director, guionista y fotógrafo cinematográfico, así como actor, egresado de la Escuela de Arte Teatral (INBA) como Lic. En Arte Dramático. Maestro en Mercadotecnia por la Universidad de la Comunicación, donde también es profesor en la carrera de Cinematografía. Forma parte de la Comisión de Evaluación del EFICINE PRODUCCIÓN que otorga el estímulo fiscal por la cláusula 189 de la Secretaría de Hacienda.

El gran señor Joh Fredersen sospecha que su hijo tiene algo que ver en el plan secreto que escondían algunos de los muertos por la explosión y hace que lo sigan, así descubren que hay un grupo subversivo a punto de ejecutar dicho plan, por lo cual acude a la casa del inventor, viejo conocido de Joh, pues tienen en común el gran amor que sintieron por Hel, madre de Freder, en su juventud antes de que aquella muriera, pero no hay remedio Joh conoce que el inventor está desarrollando un autómata capaz de confundir a cualquiera con actitudes y comportamientos casi humanos, así que Joh le exige que lo convierta en la figura viva de María, para confundir a la masa y controlarla desde dentro de su misma organización; al principio todo parece estar saliendo bien, pero el plan maestro para la desestabilización de la metrópoli falla desde el origen, pues es el inventor quien manipula en realidad los mensajes del humanoide, su plan es poner a la masa en contra del gran señor, lo cual consigue, y de aquel equilibrio casi perfecto sobre las bases donde descansa el corazón central de toda Metrópolis ya no queda nada, los trabajadores abandonan sus puestos, los impulsos eléctricos se alejan de la sincronía, las máquinas chocan entre sí, y el mundo subterráneo se torna poco a poco submarino, todos están condenados a morir ahogados.

Pero tanto Freder como María se adelantan y sacan a todos los niños del peligro mientras la turba cree que está haciendo justicia quemando viva a la que consideran una bruja, un agente del mal, la manipuladora que los hizo destruirlo todo, pues son tan pueriles que no les alcanza la vida como para lograr un criterio propio. De pronto se han dado cuenta de que por la enajenación destruyeron su propia fuente de subsistencia, de que sus emociones han sido manipuladas por cada uno de los dos polos de control y, al final, de que su ignorancia le ha servido a los poderosos para mostrar músculo a su conveniencia, por lo cual vivir esperando al gran mediador solo prolongará su calvario en los siglos por venir.

Tan contundente es la verdad, tan aplastante, que al presentarse un nuevo agente de esperanza, la turba se amansa, sin importar que este nuevo agente sea parte del sistema, pero con un discurso nuevo, imagen nueva, retórica nueva y, a su alrededor, una nueva alienación conforme vayan surgiendo nuevos líderes de un lado y del otro, mientras el corazón central vuelva a latir.

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