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Comunicación, elocuencia y persuasión (1) Sergio González 40 Los retos de la COFECE en el próximo decenio Armando Hernández

Comunicación, elocuencia y persuasión (1) Sergio González*

El discurso es el arma política por excelencia del candidato y del gobernante. Es el vehículo privilegiado para transmitir con claridad y alcance su mensaje, programa, valores, visión del mundo, estrategia y oferta política, entre otras cosas. A través del discurso político, el o la candidata (o el funcionario público) comunica por todas las vías a su disposición, a todas las audiencias posibles con la idea de persuadir para su causa al mayor número posible de ciudadanos y ciudadanas.

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Para cumplir su misión, dicen los expertos, el discurso, o mejor dicho el buen discurso político, debe prepararse, ensamblarse y pronunciarse con fundamento en 10 reglas generales del oficio; algunas de forma y otras de contenido que, bien ejecutadas y desplegadas con precisión, revestirán al mensaje y al propio orador de solidez y congruencia, tan necesarias para navegar de mejor manera el proceloso mar de la campaña y, en su caso, el del ejercicio de gobierno.

Primera. Reconocer y agradecer a la audiencia y presentarse con ella. No iniciar con la médula del mensaje; ofrecer con las primeras palabras una especie de apretón de manos verbal.

Segunda. Toda gran pieza de oratoria demanda organización (orden); estructura en otras palabras, también conocida como anatomía temática. Esta regla es de las imprescindibles. Entre los buenos redactores de discursos y los grandes oradores el mantra es sencillo y reza: “Diles lo que vas a decirles, después diles lo que vienes a decirles y luego diles lo que les dijiste.”

Tercera. Todo buen discurso necesita una cadencia o ritmo que lo haga asequible, que logre acercar al orador y al público en una suerte de danza que contribuya a sedimentar en el ánimo de la audiencia lo esencial del mensaje. Para lograrlo, los especialistas acuden a la anáfora, figura retórica consistente en una repetición de ciertos elementos. Aquí dos ejemplos, ambos de uno de los más elocuentes discursos de la historia política mexicana. Se trata de Benito Juárez en una elegía sobre Miguel Hidalgo, del 16 de septiembre de 1840 con motivo

*Sergio González, es Licenciado en Derecho por la Universidad Iberoamericana. Especialista en materia electoral con 30 años de experiencia. Ha colaborado en el IFE-INE en 4 ocasiones (fue fundador en 1990), en el IECM y en la FEPADE en posiciones de mando superior. Candidato a Doctor en Derecho, con tema de investigación: El Derecho a la Integridad Electoral. Actualmente es asesor en el Consejo General del Instituto Nacional Electoral.

@ElConsultor2

A mi colega Diego García Vélez, que terminará lográndolo.

del aniversario de la Independencia nacional: “El día 16 de septiembre de 1810 es para nosotros del más feliz y grato recuerdo. En él rayó la aurora de nuestra preciosa libertad. En él recibió el león castellano una herida mortal, que más adelante lo obligó a soltar la presa. En él la Providencia divina fijó al monarca español el hasta aquí de su poder, dando al pueblo azteca un nuevo Moisés que lo había de salvar del cautiverio. En él los mexicanos volvieron del letargo profundo en que yacían y se resolvieron a vengar el honor ultrajado de su patria.” Más adelante: “Entonces no habrá sido estéril el sacrificio de que su vida hiciera el hombre singular…Entonces nos temerán nuestros enemigos… Entonces la paz y la concordia reinará entre nosotros… ”

Cuarta. Asir la ocasión: hay que reconocer el momento en el que se articula el discurso. Puede tratarse de tomar el liderazgo (o cederlo) en un momento de crisis; puede haberse ganado (o perdido) la elección o darse una coyuntura en que la nación entera está hambrienta de esperanza, información o certidumbre. Es menester una aguda sensibilidad social y empatía para identificar una circunstancia que requiere un mensaje político de altura a cargo de un orador-estadista.

Aquí hay que citar varios discursos norteamericanos cargados de anáfora: El 19 de noviembre de 1863 el presidente Abraham Lincoln inauguró el Cementerio Nacional Militar de Gettysburg, luego de una sangrienta batalla en la que murieron cerca de ocho mil soldados de ambos bandos y que aceleró la conclusión de la Guerra Civil norteamericana: “…que esta nación, bajo Dios, tendrá un nuevo nacimiento en la libertad y que el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo no desaparezca de la faz de la tierra”.

En su toma de posesión como presidente, John F. Kennedy afirmó en

plena guerra fría: “Así, conciudadanos, no pregunten qué puede hacer su país por ustedes. Pregúntense qué pueden hacer ustedes por su país.” Finalmente, el famoso “Yo tengo un sueño” de Martin Luther King del 28 de agosto de 1963, sobre los derechos civiles y la igualdad racial en su país: “Tengo un sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo… que todos los hombres son creados iguales…Tengo un sueño que algún día…los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de sus antiguos propietarios, puedan sentarse juntos en la mesa de la hermandad…tengo un sueño que aún el estado de Mississippi se transformará en un oasis de libertad y justicia…. Tengo un sueño que mis 4 hijos vivirán un día en una nación en la que no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter.”

Como usted puede percatarse, una buena pieza retórica puede inspirar a los escuchas, motivar a sus seguidores, informar a los electores reclutando nuevos adeptos, o convencer a sus contrincantes de que puede ganar y sabrá gobernar; una excelente pieza, en cambio, puede lograr todo eso, pero además inclinar una contienda electoral competida o definir o retomar el rumbo de la patria. Ninguno de estos empeños es menor; son fundamentales en la lucha por el acceso al poder y en cotidiano ejercicio de la función pública.

Quinta. En uno de sus más famosos discursos, John Stuart Mill, filósofo, político y economista inglés representante de la escuela económica clásica, acuñó una frase perfectamente aplicable a esta cualidad de todo gran discurso: “Todo lo importante para su propósito fue dicho en el momento exacto en el que había traído las mentes de su audiencia al estado más propicio para recibirlo.” Así, el orador debe hablar con un propósito, un fin, un objetivo. Quizá sea solo informar, pero también puede ser inspirar, liderar, motivar, recordar, avizorar. En todo caso, el orador debe tenerlo claro y, por lo tanto, su discurso debe expresarlo.

Churchill mostró siempre un dominio apabullante de esta regla retórica. Al tomar posesión como primer ministro del Reino Unido en mayo de 1940, cerró su intervención con varias expresiones dignas del alto propósito de hacer prevalecer a los aliados sobre el eje: “Le diría a la Cámara lo que he dicho a los que se han integrado a este gobierno. No tengo nada que ofrecerles, salvo sangre, sudor y lágrimas… ¿Cuál es nuestra política? Hacer la guerra por mar, tierra y aire… contra una tiranía monstruosa nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo del crimen humano… ¿Cuál es nuestro propósito? Respondo con una palabra: victoria, victoria a cualquier costo, a pesar de todo el terror; victoria sin importar qué tan largo y duro sea el camino. Victoria porque sin ella, no hay supervivencia.”

Continuaré en entregas subsecuentes.

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