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Un gobierno acorralado Enrique
Paz*
Las elecciones del pasado domingo 4 de junio dejaron varias líneas de reflexión sobre el rumbo de la democracia en México, particularmente de los escenarios que se abren en la elección presidencial de 2024.
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Los resultados electorales muestran una tendencia favorable a la coalición gubernamental. Ganó el estado con mayor población y votantes en todo el país , con lo que actualmente gobernará en 23 entidades federativas y casi el 80 por ciento de la población del país a nivel estatal.
Aunque la diferencia fue menor -8 puntos porcentuales de acuerdo con el Programa de Resultados Preliminares (PREP)- a la que vaticinaban algunas encuestas, lo cierto es que la contienda fue dominada de principio a fin por la candidata de la coalición gubernamental. Quien que para esta elección se presentó como el factor de cambio en la entidad gobernada por más de 80 años por el PRI.
En la elección de Coahuila el triunfo avasallador del candidato de la Alianza Va por México, Manolo Jiménez, cumplió el pronóstico de las encuestas y ratificó el control político que tiene el grupo local en la entidad. El electorado coahuilense se resistió al embate de la propaganda morenista que también buscaba romper con la hegemonía priísta en aquella entidad.
Un primer análisis de los resultados del domingo puede arrojar un salomónico empate. Coahuila para la alianza opositora que arrolló electoralmente al candidato obradorista, Armando Guadiana; y el Estado de México para la coalición gubernamental, que con el triunfo de Defina Gómez arrebata un estado simbólico al PRI y muestra que la alianza no fue capaz
*Enrique Paz es politólogo y Maestro en Estudios Políticos y Sociales por la UNAM. Experto en asuntos legislativos, proceso electoral y partidos políticos. Consultor político y asesor en la Secretaría de Educación de la Ciudad de México. Fue coordinador de asesores del Grupo Parlamentario Nueva Alianza en la Cámara de Diputados en la LXII Legislatura. Consejero Electoral Distrital del entonces Instituto Federal Electoral (hoy INE) en los procesos electorales de 2000, 2003 y 2006. Participó como consultor político en campañas electorales de presidentes municipales y diputados federales. Ha sido profesor en los diplomados impartidos por el Instituto Ortega y Gasset en México en materia Educativa y Transparencia y Acceso a la Información.
@jepp_79 de competir en una entidad tan compleja como la mexiquense.
Ambos bandos pueden sentirse, como lo han declarado en las horas recientes, triunfadores de la contienda. En sus respectivos narrativas ambos bloques se sienten con la capacidad de competir en el 2024 y ganar la elección presidencial.
No obstante, el camino para la oposición presenta más obstáculos para arribar a buen puerto. Mientras que la ruta del oficialismo tiene la certeza de que su movimiento y lo que representa es aceptado por un sector mayoritario de los electores.
Para la alianza opositora son varios los puntos que deben entender y comprender si realmente quieren ganar la elección presidencial. Las dirigencias partidistas parecen muy satisfechas con los resultados y hacen cuentas alegres.
Además de mantener la gubernatura de Coahuila fuera de la esfera obradorista, asume que en términos absolutos la votación en ambas entidades fue la misma para el bloque opositor y el oficialismo.
Al sumar la votación que obtuvieron el pasado domingo resulta que las candidaturas de la Alianza Va por México fue de 3 millones 497 mil 264 de votos, mientras que las candidaturas del oficialismo obtuvo 3 millones 552 mil sufragios. Una diferencia mínima de solo 54 mil 733 votos.
Más allá de la retórica propagandística que trata de impulsar la oposición partidista para encubrir los costos de la derrota en la elección mexiquense, lo cierto es que de poco sirve agrupar la votación en un solo bloque sin considerar los contextos abismalmente distintos entre el estado norteño de Coahuila y el complejo Estado de México.
Lejos del análisis electoral y político, un trabajo serio de las dirigencias partidistas estaría enfocado a un análisis antropológico y sociológico del comportamiento electoral para comprender realmente lo que sucedió el domingo 4 de junio y el por qué de dichos resultados.
El PRI puede seguir engañándose a sí mismo y responsabilizar al gobernador Alfredo del Mazo por dejar sola a la candidata de su partido, tal como lo están haciendo. Puede denunciar la operación política de MORENA para coaccionar el voto el día de la elección o las múltiples y sistemáticas violaciones a la intromisión del gobierno federal, vía sus programas sociales, para condicionar el voto.
Sin embargo, la cuestión de fondo es que con todo y el empeño que hicieron en la campaña mexiquense por enviar el mensaje de que una votación copiosa podría beneficiar a Alejandra del Moral, 1 de cada dos electores mexiquenses decidieron quedarse en sus casas y no salir a votar. Las dirigencias partidistas de la oposición no han comprendido del todo el comportamiento electoral del votante en esta coyuntura electoral. Piensan que el simple rechazo al obradorismo les traerá votos de forma automática, como si los electores no tuvieran capacidad crítica para evaluar la situación del país.
La narrativa opositora busca movilizar a los sectores medios de la sociedad, apostando que son las clases medias quienes resienten la falta de resultados del gobierno morenista como la violencia, inseguridad; la mala calidad de los servicios de salud, el retraso educativo; la corrupción, falta de transparencia gubernamental y la ilegalidad en la que caen varios representantes de Morena.
Esta estrategia, usada en la campaña mexiquense, resultó poco efectiva a juzgar por los resultados. Hay dos explicaciones que se deben valorar: 1) los sectores medios a los que apela la oposición no son suficientes en términos de voto para superar el clientelismo político del oficialismo o 2) las clases medias necesitan algo más que un voto de castigo para movilizarse en la jornada electoral.
En lugar de tratar de comprender el comportamiento del votante mexicano, los tres tristes dirigentes partidistas están pensando en cómo repartirse las candidaturas de la alianza opositora. Sin mayor reflexión, ya no digamos autocri- tica, los tres tristes dirigentes rarificaron su alianza y prevén que para fines de junio se establezca el mecanismo de repartición de candidaturas el próximo año. no, lo que implica el control de los poderes de la unión (ejecutivo, legislativo y judicial); así como de los gobiernos y congresos locales y presidencias municipales. Hoy tiene bajo su control a las Fuerzas Armadas y a los principales sectores empresariales, que lejos de ver una amenaza las decisiones del gobierno obradorista están dispuestos a negociar y transitar en beneficio de sus intereses particulares (el caso Grupo MéxIco como botón de muestra) .
Del lado del oficialismo el mayor riesgo para lo que parece será una elección que tienen bajo control es evitar la ruptura por la designación de la candidatura presidencial. Por ello, de manera inmediata el jefe de la facción, en funciones de presidente de la República, se reunió con los máximos representantes de su movimiento para enviar el único mensaje importante: AMLO como único factor de poder con la capacidad de elegir a su sucesor en la presidencia.
La alineación de los poderes formales de poder del régimen bajo una sola figura, la del jefe máximo. Al más viejo estilo del dedazo, revestido de una serie de encuestas a modo, López Obrador deberá no solo conducir la sucesión presidencial sino la consolidación de la hegemonía morenista.
Con los resultados del domingo las expectativas transexenales del obradorismo ya no solo es mantener la presidencia de la República, es construir su hegemonía en el sistema político mexica-
Así las cosas, la narrativa que impera después del domingo es que el obradorato llegó para quedarse por la buena o la mala, frente a una oposición partidista más preocupada por mantener sus prebendas políticas que por construir un verdadero movimiento de oposición política. En medio de estos dos bloques hay una sociedad dividida y confrontada entre aquellos que quieren se sienten cómodos con el resentimiento hacia las élites políticas y buscan nuevas formas de representación política, más allá si son o no un factor de cambio; frente a otro sector que reclama un proyecto político más allá de un voto de castigo.