Tema central Especial:
Libreros
Hasta los gatos leen en Grammata Wilson Mendoza es librero, un oficio que aprendió conversando y leyendo. Desde diciembre es dueño de una librería. I TEXTO: MÓNICA QUINTERO RESTREPO
C
uando Wilson Mendoza empezó de librero no sabía que iba a ser librero, por supuesto. Le resultó trabajo en una papelería de la Universidad de Antioquia, que tenía una librería, pero iba a estar más entre los papeles que entre los libros. El gusto no lo heredó. Sus papás estudiaron hasta primaria, dice él, porque sacrificaron su propia formación para dársela a sus hijos, tuvieron 14. Él es el menor. “El acceso a los libros en mi casa era muy pobre. Casi todos eran prestados”. El gusto, cree entonces, es innato. No hubo profesor ni hermano ni nadie que le fuera contagiando eso de leer, pero él leía. Por eso fue que cuando trabajaba en la papelería él llegaba más temprano y aprovechaba el mediodía, que cerraban, para leer los libros. Hasta que un día alguien llegó a preguntar por un título y él, curiosamente, sabía que estaba. Wilson, de tanto estar en la librería, se la conocía de estante a estante. Casi natural pasó a ser auxiliar y ahí conoció al que considera su maestro, John Jairo García, que venía de ser librero de La Continental. Wilson, en esa línea, siente que, aunque nunca trabajó en esa famosa librería, él es de esa escuela. “Era un bohemio del libro. Nos sentábamos a conversar, nos tomábamos una cerveza o un vino y hablábamos sobre lo que decían los libros, sobre las historias de Las mil y una noches, la astronomía de los griegos y un montón de cosas, y esa pasión, fuera del influjo del poquito alcohol, continuaba al siguiente día”. No obstante, Wilson sabía que le gustaba lo de leer desde antes de lle4
Domingo, 20 de abril de 2014
FOTO: DONALDO ZULUAGA
gar a la papelería. Si no había un libro, no importaba. Él leía cada valla que se le atravesaba en el camino y esperó muchos meses para que lo aceptaran en la Biblioteca Pública Piloto para hacer la alfabetización. Hasta que la vida lo fue llevando a ser librero. A conversar porque, cuenta, ser librero es conversar y, en medio de la conversación, ir vendiendo un libro. Después vendrá la gratificación: cuando el que se llevó el libro vuelve, dice que le gustó y
busca otro. Volver es el sinónimo de haber encantado. Wilson llegó después a la librería de Eafit, donde estuvo nueve años, y entre libros y conversaciones hizo, no clientes, amigos. Por eso cuando se fue siguió siendo librero en su casa, con teléfono en una mano y lista en la otra, hasta que no pudo más. Wilson vio la necesidad, pese a que muchos le hicieron malos pronósticos, que cómo se le ocurría en estos tiempos, abrir una librería.
Lo que hace uno es buscar necesidades en las personas y ayudarles a descubrir otros temas, otros autores”. La llamó Grammata, un nombre que había pensado hace mucho, cuando todavía no pensaba en tener una librería, porque un profesor le había dicho que hicieran cuentas de cuánto costaba tener una y pensaron en nombres y llegó ese, que significa estudioso de la letra. En diciembre abrió, en un local que encontró por fin después de buscar mucho, cerca al Estadio y a la Cuarta Brigada (calle 49B No. 76A 4), y que antes era una iglesia Cristiana y a él le pareció perfecto porque podía poner una sala y un espacio para los niños y se podía caminar, que era lo que le interesaba, que la gente se sienta en casa y pueda andar entre los libros, se siente a tomar un café y a leer. Además, espera hacer catas de café y conversaciones largas. Él sabe que sus amigos son de eso, y que los nuevos que lleguen se van a contagiar. Wilson no se lee, por supuesto, todos los libros que están en la librería, sería imposible, pero sabe del autor, siempre tiene algo de que conversar. También es de vuelta, de escuchar, de aprender de ese profesor que llega y le cuenta. En los estantes de Grammata no hay vacíos, sin embargo, Wilson dice que todavía faltan libros, que es una librería en construcción. Sigue siendo librero de teléfono, porque algunos lo llaman y él les lleva el libro hasta la casa. Solo le falta el gato, que la providencia le anunció en dos ferias del libro, cuando llegó en la mañana y de pronto encontró gatitos resguardándose debajo de su mesa. Tal vez también quieran leerI