Las sombras de Darío

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Las sombras de Darío I FERNANDO CRUZ KRONFLY

Por fin, caro Darío, he terminado de leer con

la debida atención tu novela. Es fascinante, seria, comprometida a fondo con una generación entera y además muy, muy bien escrita. Esto, en lo general. Pasando a ciertos detalles más puntuales, me encanta esa manera tuya de “desnombrar” a los personajes de sus nombres propios. Has conservado la tercera persona como base de tu narración, pero no das nombre a nadie. De esta manera, esa tercera persona somos todos. “Ella sube cansinamente las escalas...”. No se sabe su nombre. “La mujer que abrió la puerta del hotel era joven...”. No se sabe su nombre. “Lo que los oídos alertas del hijo escuchaban en la panadería...”. No se sabe el nombre del hijo. Has borrado los nombres, quedan los actores, los sujetos humanos sin nombre a la deriva. Este recurso consistente en el borrón de los nombres (de alguna manera me recuerdas a Peter Handke), produce una descarga absoluta sobre los actores anónimos y hace, a mi juicio (por otra vía diferente a la convencional), que uno como lector se involucre en la acción, en el contexto. Me ha encantado este recurso. Hay, sin embargo, Alguien que lo va viendo todo, que lo va contando todo. Y, como ese alguien es el ojo del narrador, ese alguien tampoco tiene nombre. Tu trabajo elimina los “personajes” e instaura a los actores. A los sujetos anónimos a la deriva que tejen no obstante un sentido. El sentido que tejen es histórico, es el contexto despersonalizado, soportado en los actores sin nombre. El contexto histórico, entonces, tejido por los actores sin nombre, se torna en lo principal. Veo en tu obra trazos fugaces, fragmentos de gentes anónimas que van apareciendo y desapareciendo en la aparente casualidad de los hechos que al mismo tiempo van siendo espigados por el narrador, en medio de un siempre presente trasfondo de la miseria humana de la posguerra y la violencia. Posguerra en España, violencia en Colombia. La miseria humana de la posguerra se levanta entonces como el trasfondo profundo que gobierna Las sombras. Vas contando a pedazos, vas introduciendo reflexiones, pensamientos. Vas agarrando la totalidad fragmentada. Este es tu modo de ver el mundo, Darío, es tu modo de representártelo. Vas uniendo lo disperso para enseguida vol-

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Domingo, 3 de agosto de 2014

Darío Ruiz Gómez presentó Las sombras (Sílaba Editores) esta semana, en la Librería Al Pie de la Letra.

verlo a dispersar. La totalidad resultante no es una suma narrativa consolidada sino apenas una suma insinuada en todo momento evanescente. Todo está condenado a disolverse en el mismo momento en que es narrado y por el arte de la misma narración recuperado del olvido (de la inexistencia) apenas por instantes. Esta es la sensación que va quedando, reforzada por la ausencia de los nombres de los actores (que no son personajes). Este modo tuyo de crear el “efecto mundo” me resulta muy particular. Pues tu propósito no parece ser el de hacer permanecer ese mundo en la memoria sino por el contrario el de producir el efecto de la evanescencia. De la perpetua aparición-desaparición del mundo ante el ojo narrativo, ante la palabra que nombra y en el acto abandona a su suerte lo casual, para que lo casual regrese al olvido, a su anterior desagregación. Pero, por esto mismo y aún así, lo que va quedando es la música de fondo de la miseria humana de la posguerra y la violencia. Se va consolidando de este modo la música de fondo de la que hablo, a punta de ir poniendo en marcha los actores sin nombre, su modo de ir a la deriva como corcheas, fusas, semifusas a lo largo del pentagrama de la música de fondo de la miseria humana que derivó de la posguerra europea y nuestra violencia, los despojos, los desplazamientos, los destierros. Los destierros, Darío. La muy dolorosa supresión de la tierra a los pies cargada de identidad destrozada.

La lectura de tu novela me ha hecho releer a Cacciari, en Hombres póstumos. La casualidad, la casualidad del ir por el mundo. La relación entre actor individual y estructura social e histórica. Pero, encuentro algo aún más fascinante en Las sombras, que, considero lo esencial de tu propósito narrativo. Incluso de tu propósito no necesariamente consciente. Me refiero a los deslumbrantes y agudos detalles relativos al sufrimiento interior, el derrumbe causado en los actores por el destierro político y social. Pienso que este es el “verdadero” territorio de fondo de tu trabajo: el efecto interior, el derrumbamiento interior derivado de la violencia de la posguerra y de nuestros desalojos y destierros. Se requiere una pluma como la tuya para abordar, como lo has hecho, este territorio inefable, inenarrable de los efectos espirituales y culturales de la violencia aquí y allá. Hablo del territorio nunca antes narrado en nuestro país, que se reúne y se expresa en el destrozo cultural, simbólico, mental y subjetivo causado por la violencia, el destierro, el despojo y el desplazamiento. Lentamente, sin premura, la extensión de su escritura lo va logrando como telón de fondo, como tragedia, como música terrible que todo lo impregna. Los muertos, los episodios evidentes pasan a un segundo plano. Tu interés narrativo no está en los cadáveres ni en los largos viajes de los desterrados, sino en lo que todo esto dejó en los espíritus, en la cultura, en el sufrimiento interior elaborado en forma de crisis del principio esperanza. Quedan en pie los muertos vivos. Mención especial, en toda esta música de fondo tan magistralmente llevada a la extensa partitura que es Las sombras, merece tu manera de ir delineando los rasgos del mundo mental y simbólico del conservadurismo católico falangista español y, por extensión colombiano. Ese conservadurismo creador del terror, del destierro, del desalojo, de las violencias que erosionaron desde el púlpito, la presidencia, las gobernaciones, las alcaldías y las inspecciones de policía de este país. Por un lado ese mundo simbólico del conservadurismo falangista católico terrorista de aquí y allá, y por el otro lado el telón oculto del sufrimiento causado y que se expresa en derrumbe de un mundo que tú y yo todavía añoramos I


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