Las barras, entre gambetas y zancadillas. Contar y cantar el fútbol

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Las barras, entre gambetas y zancadillas

Contar y cantar el fĂştbol



Las barras, entre gambetas y zancadillas Contar y cantar el fĂştbol

Gonzalo Medina PĂŠrez



Parece que fue ayer cuando nos encerrábamos los domingos con la radio y veíamos partidos en la pared, no en el estadio. Canción Tempo, de Lucio Dalla, citada por Juan Villoro en “Infancia en la tierra”.



El país según Medina

Qué dice el fútbol del país. Qué dice el fútbol de los desmanes y las

reivindicaciones y las grietas de la sociedad colombiana. Qué articula por nosotros, a la hora de respondernos la pregunta por quiénes somos, el deporte del que nadie se puede escapar. Quien lee esta importante compilación de las iluminadoras columnas de opinión del periodista Gonzalo Medina Pérez, que es un retrato de lo que hemos estado viviendo y sobreviviendo en estas últimas tres décadas, llega muy pronto a una respuesta: el fútbol lo dice todo de Colombia, el fútbol es el resumen de Colombia. Basta fijarse en lo que sucede en el terreno de juego, como quien pone un oído en la puerta u observa largamente una radiografía, para entender en dónde estamos perdidos. En estas páginas encontrarán los lectores un retrato del mundo que corre detrás del balón –Medina describe con precisión la vida y la obra de las barras bravas futboleras desde Medellín hasta el otro lado del mundo, revive el famoso “en el fútbol no matan a nadie” que pronunció aquel Andrés Escobar que luego fue asesinado en vano, sigue a la selección Colombia en su penoso intento de reponerse de la debacle del mundial de 1994, recobra la idea del deporte “como una suerte de escuela al aire libre para ejercer la ciudadanía”, pone el dedo en la llaga del periodismo especializado, pinta con pulso y con bondad a los complejos protagonistas de las únicas justas que nos quedan–, pero a la larga, y sobre todo, hallarán el retrato de un país que siempre está en juego. Gonzalo Medina Pérez no solo ha sido un periodista de los de verdad, capaz de recorrer Centroamérica como corresponsal de guerra y lleno de las cicatrices que va dejando el oficio de historia en historia, sino que además ha tenido el coraje de volcar en la docencia todo lo que sabe. Medina Pérez ha escrito en algunos de los principales diarios colombianos, de El Espectador a El Colombiano, desde hace ya varias décadas, pero es también profesor e investigador. Y, ya que tiene muy bajo el umbral del dolor por Colombia, ha estado explicándoles el país, a sus alumnos y a sus lectores


con una claridad que no se da silvestre. La idea que está en juego, mejor dicho, es la nación. Y, como prueba el libro de Medina, se arriesga todo el tiempo en el deporte, en la cultura y la política. Este libro es el diario de un hombre que se ha puesto en la tarea de entender, en los tiempos que corren, lo que nos reúne, lo que nos convierte en lo que somos. No es el libro de un derrotista. No es el libro de un pesimista que se regodea en el futuro incierto, en la mala suerte de Colombia. Es una minuciosa descripción de los hechos que ya es suficiente, que ya es mucho, para llamarnos a todos al territorio de la reflexión. Es la mirada incansable de un hombre generoso que solo pretende que comprendamos lo que ha estado pasando en el país –y lo narra y lo documenta y lo prueba y lo critica y lo reivindica– para que nuestra esperanza no se dé sobre la base de nada, para que tengamos razones detrás de la ilusión, para que nuestros anhelos sean con conocimiento de causa. Qué fortuna tenerlo. Qué suerte, para todos aquellos que acaban de abrir esta compilación, tener la voz de Medina Pérez por delante. Ricardo Silva Romero Abril de 2014

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Presentación

El género de la columna de opinión ha venido adquiriendo un im-

portante protagonismo en los últimos años en nuestro país, al punto que se ha convertido en una modalidad generadora de noticias, sobre todo de aquellas que han denunciado los abusos cometidos desde ciertas instancias de poder, bien sea del público o del privado. Si bien el trabajo que ponemos a consideración da cuenta de una compilación estructurada de columnas inspiradas en el fenómeno del deporte, cuyo cubrimiento comprende desde 1996 hasta 2013, afirmamos que en ellas subyace una suerte de narrativa de país, si tenemos en cuenta que esta práctica constituye otra manera de evidenciar los conflictos, tensiones y posibilidades que ese mismo país puede explorar para superar dificultades que incluso van más allá del hecho propiamente deportivo. Porque el deporte, y en ello siempre habremos de insistir, es una de las mejores alternativas de que puede echar mano una sociedad, con mayor razón cuando reina un ambiente de polarización, tal como sucede en Colombia. Y no es para menos. Porque, como puestos de acuerdo, tanto el país político como el país deportivo y cultural vienen recorriendo caminos que están marcados por la expectativa de la esperanza y la alegría. Sin lugar a dudas, los últimos dos años han estado signados por el augurio del progreso y del volver a creer en sí mismos como nación, con todo y los vacíos que como tal arrastramos. Nos referimos, por una parte, al proceso de diálogo adelantado por la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos Calderón, proceso que se muestra promisorio en cuanto a los resultados finales de las conversaciones; por otra parte, ha sido el resurgir de nuestro fútbol que, después de 16 años de no participar en un mundial, ha regresado triunfante, más allá de los resultados inmediatos, luego de una notable jornada eliminatoria bajo la orientación del argentino José Péckerman. 11


Sin embargo, el entusiasmo no nos puede enceguecer ni impedir que veamos los retos que, en el corto plazo, se nos vienen a todos, partidarios o no de la solución negociada del conflicto armado. Tales desafíos se inscriben en el contexto del postconflicto, la etapa en la cual habrán de aflorar todos los lastres propios de una guerra centenaria como la que hemos vivido en Colombia. Por supuesto que una de tales marcas será la violencia en sus distintas manifestaciones, violencia que, producto de la costumbre, pasa de ser efecto y se transforma en causa, con las consecuentes implicaciones de hacer más compleja, y por ende más difícil de resolver, tan alocada dinámica. Y entre tales expresiones de dicha violencia, pero sin perder de vista sus componentes sociales, culturales y políticos, se encuentran las barras del fútbol, con sus iniciativas creadoras y también con sus expresiones de choque y exclusión. Enunciado de esta manera, resulta ser un problema cuya solución estaría en la mera represión, ejercida de manera unilateral. Pero la experiencia viene demostrando que ello no es tan fácil, porque un conflicto protagonizado por los adolescentes y jóvenes de la Colombia del siglo xxi no se arregla solo con la práctica de la violencia estatal o privada. De allí que el proceso de paz gobierno-guerrilla y su fase posterior denominada postconflicto no solo deben asumir sino también aprovechar para sus objetivos todas las posibilidades que brinda, de un lado, la participación de los jóvenes, con la energía transformadora y alocada que por momentos les caracteriza, y, de otro, la tarea formativa de estos mismos muchachos, dada su presencia en las dinámicas de violencia que padece el país en la actualidad. Como un aporte a la reflexión sobre las barras del fútbol en Colombia, compartimos este libro, cuya primera parte se concentra en consignar y analizar distintos aspectos de este fenómeno que no solo se caracteriza por las manifestaciones de violencia en distintos escenarios de nuestro país –caso especial de Medellín y Bogotá–, sino que también se ocupa de los aspectos legales, sociológicos, comunicacionales y políticos de esas mismas barras. Porque la pretensión que subyace en este apartado del libro es la de superar la mirada según la cual quienes integran las barras son unos desadaptados, vocablo que no solo empobrece la condición y el comportamiento de quienes las integran –con todo y el virtual ejercicio de la violencia–, 12


sino que no contribuye a dilucidar lo que se esconde tras un discurso, una actuación y una postura irreverente frente al otro. A través de las columnas que se ocupan de las barras aparecen también las dimensiones globalizantes, entendiendo por tal fenómeno que dichas organizaciones juveniles están influenciadas por el contexto de los procesos integradores entre continentes, regiones y países. Y en ese sentido, a las barras han llegado distintas corrientes de pensamiento y de acción, desde las que pretenden revivir el fantasma del nazismo, hasta aquellas dotadas de una orientación de mayor avanzada, que asumen el fútbol como una opción formativa y de encuentro. El presente libro también da cuenta de otras facetas alusivas al fútbol, no siempre abordadas con la necesaria seriedad en estos tiempos de industria deportiva y cultural y de alto rendimiento. Es el caso de tendencias relacionadas con el creciente suicidio de futbolistas, lo mismo que con el preocupante número de infartos que se están presentando entre aquellos que están en plena competencia. Además se evalúan diversos y recientes acontecimientos protagonizados por el deporte con mayor capacidad de convocatoria: el fútbol. Y no podía faltar el Deportivo Independiente Medellín como tema de inspiración de varias de estas columnas, las mismas cuyos temas están atravesados por esa ineludible incertidumbre que por lo general afrontan El Poderoso y sus torcedores, a la vez que por la declaración de afecto incondicional del suscrito hacia los colores rojo y azul. Otros pasajes de esta publicación aluden a los Juegos Olímpicos, sobre todo a los de Beijin 2008, una de cuyas proyecciones es el protagonismo deportivo, económico, político y cultural de China, lo mismo que a los de Londres 2012, con la intención de auscultar similares proyecciones, sin perder de vista el discurso original enunciado y reivindicado, desde 1896, por el Barón Pierre de Coubertin, quien no solo le dio al deporte el carácter de actividad dedicada a formar ciudadanos, sino que también le otorgó la responsabilidad de unir a los pueblos por encima de sus ideologías. Pero es necesario volver del tiempo presente a los orígenes del libro que hoy ponemos en las manos de todos. Al asumir, en 1996, la tarea de publicar una columna semanal sobre deporte en el periódico El Espectador, este diario seguía enfrentado a las afugias económicas que para ese momento persistían como resultado de la guerra que le había declarado el narcotrá13


fico diez años atrás. La salvación financiera de El Espectador llegó con su compra, en 1998, por parte de la organización Santodomingo. De mi paso por este periódico debo resaltar la apertura informativa y de opinión con que fui tratado por los editores de ese momento. Mis gratitudes para con los colegas Rufino Acosta, Marisol Cano, Olga Lucía Barona, Juan Manuel Roca, Claudia Antonia Arcila y Carlos Mario Correa, entre otros. Mi paso por El Colombiano estuvo marcado, en cambio, por dos momentos de carácter editorial: el primero de ellos, ubicado a mediados de los noventa, determinado por una apertura informativa y una opinión plural, coincide con el compromiso del medio de apoyar el proceso de paz que se abría paso entre el gobierno de César Gaviria Trujillo y la insurgencia de entonces; a dicha coyuntura corresponden, por tanto, las columnas y colaboraciones publicadas a mediados de los noventa en las páginas deportivas del diario antioqueño. El segundo momento tiene que ver con mi participación en las páginas de opinión –entre 2008 y 2009–, la misma que se mantuvo hasta cuando la postura restrictiva de algunos de los editores forzó mi retiro de este diario. El cansancio ante el veto a algunas de las publicaciones o el cuestionamiento sobre algún tema o enfoque de ciertas colaboraciones motivaron dicha decisión. Pero más allá de tales circunstancias, consideramos de mayor relevancia identificar algunos temas y personajes sobresalientes a lo largo de la presente publicación, bien sea por lo curioso de su manifestación, por el comportamiento de los segundos o por la manera de pensar de estos. También tenemos situaciones presentadas, con todo y sus sorpresivas ocurrencias, lo mismo que los puntos de afinidad o de diferencia entre los contenidos de las columnas que consignamos en el presente trabajo y que se inscriben en diferentes períodos. Resulta inevitable aludir en esta pequeña relación al drama vivido por el inolvidable Andrés Escobar Saldarriaga, asesinado hace cerca de dos décadas después de haber hecho un autogol en el Mundial de Estados Unidos, cuando nuestra selección enfrentaba al anfitrión del torneo. Y para quienes se resistían a aceptar que el deporte, aún en tiempos de modernidad, se expresaba como un equivalente real, y no metafórico, de la guerra, es necesario recordar que estallan en el siglo xxi diversas confrontaciones bélicas en distintos países de África. Nombres de personajes que son ineludible referencia en los temas del deporte, y en especial del fútbol, también desfilan por estas páginas: men14


cionemos al gran Alfredo Di Stéfano, La Saeta Rubia, y su afán de ser feliz al lado de una mujer cincuenta años menor que él; al técnico húngaro Béla Guttmann y su maldición al Benfica de Portugal para que nunca más volviera a ser campeón, que nos recuerda la condena similar que contra el América de Cali lanzó en los años cincuenta el famoso Garabato; el liderazgo abrumador, y hasta misterioso, del exjugador y hoy técnico catalán José Pep Guardiola, quien lleva a sus equipos a logros arrasadores en el fútbol mundial, tal como sucede en el presente con el Bayer Munich. También se hacen presentes el inagotable Diego Armando Maradona y su indiscutible capacidad para construir expresiones verbales inteligentes que llegan a competir con sus malabares en la cancha; las supersticiones del argentino Helenio Herrera, el creador del famoso catenaccio o esquema ultradefensivo que impuso en el Inter de Milán y, en general, en el fútbol europeo; el Nobel de Literatura, el peruano Mario Vargas Llosa, y su sorprendente reflexión sobre el fútbol, confesando sus mayores secretos sobre este deporte, marcados por su frustración de no haber sobresalido en la práctica del mismo; y no podía faltar el terrorífico hombre-vampiro, habitante de Transilvania, el famoso Drácula, convertido en un referente espontáneo para pensar en el fútbol rumano, ese que arrojó la primera palada de tierra para la eliminación de Colombia en Estados Unidos 1994. El libro también echa una mirada sobre el mundo de las empresas informativas en el deporte, las mismas que mezclan la información, los negocios, los servicios y las medidas frías contra profesionales que les entregaron lo mejor de sus años y de sus capacidades. Por ello, y ante decisiones como estas, las preguntas las deben responder dichos medios. Y siguiendo ese esquema esclarecedor y pedagógico que es la pregunta, damos cuenta también en este libro de los interrogantes alusivos a lo que debía hacerse con la Selección Colombia de los noventa, no solo por lo que pasó en Estados Unidos 94 sino por el ambiente enrarecido que comenzaba a rodear su presencia en el Mundial de Francia 98, a pesar del satisfactorio desempeño en la fase eliminatoria. Y el nombre de un modesto futbolista belga, Jean-Marc Bosman, es tema de una de nuestras columnas publicadas en El Espectador, cuando la justicia europea le reconoce el derecho de ejercer la propiedad sobre su pase, en respuesta a una demanda por él interpuesta contra el equipo que le negaba el derecho a vincularse a otro club. El fallo se constituye en una especie de jurisprudencia futbolística mundial, con la cual se logra huma15


nizar la relación laboral entre el equipo y el deportista, porque este recupera autonomía al decidir sobre la empresa a la que prestará sus servicios. A pesar de la cuantiosa suma recibida, cerca de un millón de euros hace unos veinte años, Bosman terminó en la pobreza y el alcoholismo. Sin embargo, hoy en día, las formas de contratación impuestas, producto del modelo de libre oferta y demanda, han hecho que reaparezcan en el fútbol las figuras de los esclavos de botines, solo que en una versión más amable. Esta diversidad de fenómenos que hemos descrito, y que tienen al deporte como una suerte de sombrilla, marcha de manera paralela con los procesos de violencia, resistencia, persistencia y búsqueda de una solución dialogada de nuestro mayor conflicto político, social y económico. Si de algo estamos seguros es del papel que habrá de seguir jugando el deporte en un país que está urgido por tener referentes más claros de nación. Porque, precisamente, si en algo coinciden el deporte y la nación es en su capacidad de construir representaciones colectivas simbólicas que trascienden los intereses económicos y políticos, sobre todo si no se articulan con un proyecto nacional, el mismo en el cual el deporte ha de ocupar siempre un lugar de privilegio. El autor Medellín, 27 de marzo de 2014

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CapĂ­tulo I Barras: identidades y dilemas



¿Bravos así… en barra? (I)

El cuadro de violencia, de esa absurda que siempre galopa sobre la

realidad colombiana, no podía ser más patético: el joven apuñalado en inmedia­ciones de Bogotá por fanáticos del Santa Fe era un seguidor del Deportivo Cali, pero tenía la camiseta de su rival de pla­za: el América. El muchacho buscó protección en el rojo, tal vez porque quería confundir a sus persecutores, o porque presentía que el verde de su equipo no era ya esperanza de vida ante la horda que abandonó el bus para salir en su búsqueda. El asesinato de Juan David Pérez, de 17 años de edad, en Soacha, a manos de más de 25 incondicionales del Expreso Rojo, obliga a ocuparse de un fenómeno que supera cual­quier lógica y confronta a la razón. Solo en Colombia, este año, han sido asesinadas seis personas en medio de situaciones protagonizadas por las deno­minadas barras bravas, térmi­no que, de súbito, nos llegó de Argentina y lo se­guimos utilizando como si fuera el más apropiado. Si hay algo que podemos afirmar para explicar por qué un grupo de adolescentes de­cide quitarles la vida a otros muchachos, solo porque aman los colores de otro equi­po –y se atreven a exhibirlos–, es que la sociedad burguesa está perdiendo lo que podría­mos llamar “la guerra de identidades”. En otras palabras, lo que el pensamiento liberal le prome­tió hace cerca de dos siglos a la humanidad –por ejemplo, el progreso constante y el predo­minio de la razón– entró en crisis frente a nuevas expresio­nes identitarias surgidas de la denominada globalización y de un consecuente agotamiento del modelo de Estado-Nación, ese mismo que la Modernidad puso en marcha para hacer realidad la democracia. Entre otros motivos porque aquel se concibió para darles cabida a todos los sectores y todas las clases sociales, para gobernar en nombre de todos y no únicamente en favor de unos pocos. El Colombiano, 1 de agosto de 2008.

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Mientras en Europa algunas barras todavía actúan movidas por un espíritu xenófobo o antiétnico, en nuestros países –como en el caso de Colombia– opera tam­bién un sentimiento antirre­gional, cuando no es un sentimiento sectario el que se produce, por ejemplo, en los casos de ata­ ques contra seguidores del cuadro de la misma plaza, complementados con manifestaciones que evocan al nacionalsocialismo alemán. Hoy inspira más arraigo entre los jóvenes el hecho de pertenecer a una barra de fútbol que el de ser estudiante o habitante de un determinado barrio o locali­dad. Uno de los líderes de la barra santafereña, protagonis­ta del asesinato de Juan David, afirmó categóricamente: “cuando a uno le atacan la ba­rra, de hecho o de palabra, es igual o peor que le atacaran a la mamá, el ser más querido que uno tiene”. Un primer balance de la si­tuación permite concluir, por desgracia, que lo que hoy apa­rece como un pretendido triunfo de los jóvenes –de por sí engañoso– es una aplastan­te derrota de la Modernidad. El autogol en el arco de la dignidad es de todos.

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¿Bravos así… en barra? (y II)

El fenómeno de la violencia en las barras de fútbol lo explicamos a

partir de “la guerra de identidades”, que no es otra cosa que la permanente tensión entre los principios propios del pensamiento moderno –esos que este último le prometió al mundo para su redención y que luego entraron en crisis– y aquellos que surgen del descontento de las nuevas generaciones por el desencanto que les produjo la sociedad burguesa. No puede, pues, reducirse el análisis de este comporta­miento guerrero al fácil expe­diente de la pobreza o el desempleo, sin desconocer con ello la influencia de estos fac­tores, como tampoco su trata­miento a la mera represión. A mi juicio, subyace un compo­nente cultural y político que permite entender por qué la violencia en los estadios –y en particular entre las barras– ha tenido en Europa una presencia protagónica. Mencione­mos de paso a los hooligans, los skinheads, los tedescos, los tifossi, todos ellos inscritos en el marco de sociedades cuyas necesidades básicas es­tán satisfechas o que, incluso, se encuentran en el estado de la hartura, del exceso. En otras palabras, habla­mos de la vigencia de la socie­dad de consumo y su guía filo­sófica: la razón instrumental. Para esta, son más importan­tes los fines que los medios y por ello las consideraciones morales pasan a un segundo plano, empezando por la ma­nera de entender y de practicar su relación con el otro. Tal in­versión de principios es lo que explica por qué ya hoy no se habla –como lo ha concebido el pensamiento humanista– del triunfo y de la derrota en el devenir normal del sujeto, sino del éxito y del fracaso, aquellos a los cuales el escritor Rudyard Kipling calificó como “dos grandes impostores”. La sociedad de consumo de hoy, por una parte, califica de fracasado a quien no está a la altura de sus exigencias de re­sultados –dentro de los requi­sitos de tiempo y espacio–, y, por otra, destaca como exitosa a la persona que se impone sobre las demás por encima de cualquier circunstancia El Colombiano, 8 de agosto de 2008.

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éti­ca o moral. Estamos, por tan­to, ante un pragmatismo cerril de proporciones preocupantes para cualquier sociedad que se precie de democrática –“el fin justifica los medios”–. En algunas de las denomi­nadas barras bravas prevale­ce un espíritu bélico dispuesto no solo a rechazar –violenta­mente si es del caso– el triun­fo del equipo contrario –ellas lo llaman enemigo–, sino tam­bién a irse en contra de sus ju­gadores, del técnico o de los directivos de su equipo, si no se imponen a como dé lugar en el partido –el que ellas califican como batalla–. En el caso colombiano, de por sí agravado con la existen­cia de un conflicto armado y con múltiples manifestaciones de violencia, el reto está en ge­nerar propuestas pedagógicas, políticas y culturales para sec­tores clave de este fenómeno, como son los niños, los ado­lescentes y los jóvenes. La fa­ milia, la escuela, los medios de comunicación y esa instan­cia rectora de la sociedad que es el Estado tienen el liderazgo para responder al de­sencanto que subyace en las nuevas corrientes generacio­nales. Y ese liderazgo ni co­ mienza ni termina con el ga­rrote que muchos reclaman.

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Vivas y abajos de la ley de barras (I)

Una vez más la tradición santanderista colombiana tiene una nueva

oportunidad para enfrentar y resolver uno de los retos que la globalización y las nuevas corrientes culturales le han planteado al mundo, incluido nuestro país: las barras en el fútbol. En este último punto ha­blamos, por ejemplo, de la irrupción de nuevos paradig­mas o representaciones que guían la relación de los jóve­nes con el mundo y que, quié­rase o no, terminan provocan­do choques generacionales e incluso confrontaciones con las instituciones del Estado, sobre todo cuando se apela al ejercicio de la violencia. Es lo que algunos filósofos, sobre todo los postmodernistas franceses, denominaron en su momento “el desencan­to de la Modernidad”. En ese contexto, el Congre­so de la República expidió la ley 1270, del 5 de enero de 2009, la cual plantea una suerte de combinación de for­mas de lucha, dos de las cua­les son la acción represiva por parte del Estado –lo cual está dentro de sus funciones– y, de igual manera, la pedagógica y educativa, a cargo de aquel y de organismos vinculados de una u otra forma al deporte. En cuanto al primer compo­nente, hay que decir que se otorga una atribu­ ción a la Comisión Nacional de Seguridad, Comodidad y Convivencia en el Fútbol –creada por la misma ley– “para conformar y alimentar perió­ dicamente un sistema de in­formación que contenga los datos de aquellas personas que han cometido o provoca­do actos violentos”. Asimismo, se le entrega a dicha comisión el diseño y la promoción de un sistema de registro que les permita a los clubes de fútbol profesio­nal contar con información actualizada de los miembros de sus barras. En este registro deberá figurar, por lo menos, el nombre completo, la cédula de ciudadanía o tarjeta de identi­dad y la profesión u ocupación de cada integrante. El Colombiano, 23 de enero de 2009.

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Respecto a estas dos pri­meras orientaciones, son mu­chas las dudas, los temores y has­ta las resistencias que pueden surgir entre los miembros de las barras, si tenemos en cuen­ta los antecedentes recientes de organismos estatales y pri­vados que abusan con la infor­mación de las personas y han pretendido utilizarla para ejer­cer controles policíacos arbi­trarios –caso del seguimiento a miembros del Polo Democrá­tico, ordenado por un alto fun­ cionario del DAS–. Un reto pedagógico intere­sante que se propone la ley, para dejarlo en manos de la Comi­sión, es “diagnosticar las cau­sas de la violencia en el fútbol y proponer soluciones acordes con las expresiones del barrismo social”. Creemos que el verdadero papel de la ley 1270 comenza­rá a ser eficaz y edificante cuando se aborde esta última tarea. En esta columna inten­ taremos formular algunos aportes, conscientes de la ur­gencia de romper con esa cul­tura política tan nuestra, cual es la de pensar que la ley, por ser ley, tiene más fuerza que la voluntad política que deben asumir los gobernantes para al menos aliviar una llaga histórica en Colombia como es la violencia.

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