Sin contornos Espacio de entramado psicoanalítico
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Marzo 2017 – año 3 – n° 5 ISSN-2451-6465
Dirección, diseño, edición : Aníbal Damián Repetto Sin Contornos: Año 3, n°5 – Marzo 2017 Publicación de suscripción gratuita y acceso abierto. Domicilio legal: Av. La Plata 303, 6° E, Buenos Aires, Argentina Registro de la Propiedad Intelectual Nro. 5322539 Propietario: Aníbal Damián Repetto ISSN-2451-6465
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Sin contornos es un espacio para el intercambio, no solo de ideas, sino de diversos tipos de conocimientos y sensaciones artísticas, ¿relacionadas? con el psicoanálisis. El objetivo es encontrarnos en una zona de juego en la cual las fronteras entre uno y el otro estén totalmente desdibujadas, de manera tal que no exista lugar para cualquier tipo de oposiciones binarias estructurantes. No se trata de evitar la tensiones sino de utilizar la energía potencial que estas acumulan. Se trata de permitirse el descentramiento del eje organizador de lo determinante para abrirse paso a lo indeterminado como potencia des-organizadora, que fluya sin un centro al cual atarse, sin un límite ante el cual rendirse, sin un sistema de pensamiento dominante que nos someta a la repetición compulsiva. Un llamado a la potencialidad suplementaria de la diferencia.
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05 - Aníbal Repetto: El bebé no existe. Winnicott y la psicopatología
14 – Patricia Dizanzo: Asma. La era de los bebés con broncoespasmos
19 - Matías Bonavitta: Sentido común y Representaciones Sociales: Obstáculos para los derechos de las personas con discapacidad
29 - Adriana Santagapita: ¿Necesitar del otro, o contar con? JUGANDO CON LAS LETRAS:
33 - Ariel Spadaro : Compañera 34 - Aníbal Repetto : Juntos LEYENDO A :
35 - Silvia Bleichmar: El amor en la constitución del superyo 45 - Silvia Federici: El patriarcado del salario y la degradación de la mujer
52 - TRAZOS Y MIRADAS 54 - CORTITAS Y AL PIE 55 - LOS AUTORES 56 - CONVOCATORIA Sin contornos – Marzo 2017
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El bebé no existe Winnicott y la psicopatología ANIBAL REPETTO “¿Es el bebé un fenómeno que pueda aislarse, al menos hipotéticamente, para su observación y conceptualización? Sugiero que la respuesta es negativa” (Winnicott, D. 1961, p. 95)
La psicopatología infantil de Winnicott puede resumirse en una frase: “No existe eso denominado bebé” (Winnicott, 1959) Winnicott (1967 a) parte de la consideración de la existencia de una tendencia innata hacia el crecimiento y la evolución personal, considerando a la enfermedad mental como una detención de dicho desarrollo; siendo el factor ambiental de fundamental importancia para que el desarrollo pueda ser desplegado. Ya desde el hecho mismo del nacimiento, Winnicott pone en escena a la madre, al psiquismo de la madre en realidad, como elemento central en el desarrollo, y existencia, del niño. El nacimiento mismo de un bebé, señala, está íntimamente relacionado con la salud psíquica de la madre, ya que es posible que si esta no posee la capacidad para producir un bebé en su fantasía, “la mujer puede abortar casi como un acto de sinceridad” (Winnicott, 1960 a, p. 198). La esperanza radica, en estos casos, en el trabajo analítico, que haría posible que la función biológica
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pueda proseguir sin perturbaciones; brindando luego la lactancia una segunda oportunidad para que la madre, y vicariamente el padre, puedan sentir a su hijo como algo real. Los estadios tempranos del desarrollo infantil implican una dependencia de tal magnitud, que no puede soslayarse el papel que juega el ambiente, representado en gran medida por los sutiles detalles que incluye el manejo de un bebé por parte de la madre, en dicho desarrollo (Winnicott, 1969, a). El analista que se ocupa de la naturaleza del bebé, no puede
encasillar su trabajo en el análisis en las mociones eróticas y agresivas, o en las pulsiones pregenitales, sino que debe empeñarse en ver qué otra cosa sucede. “A un analista ortodoxo le están reservadas algunas sorpresas, si extiende la mirada” (Winnicott, 1969 a, p. 301). El individuo hereda un proceso de maduración que puede ser llevado adelante solo en la medida en que exista un ambiente facilitador que se adapte a las necesidades cambiantes que este requiere (Winnicott, 1963).
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Proceso de maduración que lo lleva desde la dependencia absoluta, pasando por la dependencia relativa, hasta avanzar hacia la independencia. En este ambiente, que evoluciona en consonancia con el desarrollo (en los casos saludables), desde el sostén, pasando por la manipulación, y alcanzando así la presentación del objeto, el individuo logra un desarrollo que puede clasificarse como una integración, a la cual se agrega una residencia (o relación psicosomática), seguida luego de la relación de objeto. Decir que un bebé es dependiente, absolutamente dependiente en un comienzo, implica considerar que el ambiente no puede ser sino significativo, constituyendo por lo tanto una parte misma del bebé. A medida que el niño adquiere la autonomía e identidad necesarias para percibir al ambiente de manera objetiva como un fenómeno separado (Winnicott, 1967 a), o sea, en la salud, el ambiente queda relegado cada vez más a un lugar secundario. Contrariamente a esto, en la enfermedad, el ambiente puede continuar siendo un factor adverso. El estadio de dependencia absoluta corresponde al estado inicial en el cual el bebé no ha separado aún lo “distinto de mí” de lo que es “parte de mí”, por lo cual el objeto es un
objeto subjetivo, un aspecto propio no percibido objetivamente. (Winnicott, 1969 b) En este momento el bebé y el objeto son uno (Winnicott, 1966). El bebé es el pecho y el pecho es el bebé, por lo que la relación entre ambos es una cuestión de Ser y no de hacer. (Winnicott, 1969 c) El estadio siguiente en el desarrollo no puede ser atribuido a las tendencias heredadas (hacia la integración, la búsqueda de objeto, la relación psicosomática, etc.), sino que tiene lugar debido a la experiencia del bebé respecto a la conducta adaptativa de la madre (o su sustituta). Conducta esta que hace posible que el bebé encuentre afuera del self aquello que necesita y espera. De este modo, por medio de la experiencia de un quehacer materno suficientemente bueno, que incluye la capacidad y la actitud para hacer real lo que el bebé está preparado para alcanzar, descubrir y crear, el bebé pasa a la percepción objetiva. Winnicott (1969 a) señala que en los primeros estadios del cuidado del bebé las mociones instintivas no están específicamente involucradas; siendo lo más importante la comunicación que se establece entre la madre y el bebé; comunicación que incluye a las manifestaciones vitales tales como el latido del corazón, los movimientos respiratorios, el calor
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del aliento, los movimientos que indican necesidad de cambiar de posición, etc. Se trata de comunicaciones silenciosas que pueden ser contenidas por el término “holding”. Situación esta que requiere de la madre un estado de identificación con el bebé que le permita, sin pensarlo, saber en general lo que este necesita, sin perder su propia identidad (en los casos saludables). La comunicación “silenciosa” es de una confiabilidad tal que protege al bebé de sus reacciones automáticas ante la intrusión de la realidad externa, las
que poseen potencial para afectar la continuidad existencial del bebé; situación para la cual este carece aún de defensas, y que por lo tanto constituyen un estado confusional traumático seguido de la reorganización defensiva. Todos los procesos del infante constituyen un seguir siendo, y toda intrusión causa una reacción que quiebra ese seguir siendo, por lo que, si la pauta de vida del infante es reaccionar a las intrusiones, se produce una interferencia con su tendencia natural a convertirse en una unidad integrada, quedando
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solo la alternativa del aniquilamiento del ser. El derrumbe está asociado a un factor ambiental que es su momento no pudo ser recogido dentro del área de la omnipotencia infantil. El bebé no distingue de factores externos buenos o malos, sino que experimenta una amenaza de aniquilación (Winnicott, 1961) La falla en la previsibilidad ambiental, en la etapa de la dependencia absoluta, es experimentada como una intrusión, la cual, debido a que las defensas yoicas son insuficientes, sobrepasan la capacidad de reacción del infante. De este modo se produce un estado confusional, seguido de una reorganización defensiva a partir de defensas primitivas, como la escisión.
Al estado de cosas generado por la intrusión ambiental, Winnicott lo denomina en un primer momento (1963) como factor X, para luego (1965 c) llamarlo derrumbe, señalando que lo absolutamente personal del individuo es X; o sea, no el hecho fáctico disruptivo, sino el modo de funcionamiento psíquico que reacciona a este. De este modo se corre de las posiciones que consideran a la patología infantil como resultado de un déficit, señalando que hay participación activa del niño en la conformación de una organización defensiva ante la agonía primitiva (Winnicott, 1967 a). Organización defensiva que suele lograr su propósito, excepto en los casos en los cuales el ambiente facilitador no ha sido deficiente sino atormentador. La reiteración de intrusiones ambientales, señala Winnicott (1965 a - c , 1967 a), dada por la no regularidad ambiental en las etapas tempranas, produce en el bebé la fractura de la experiencia de continuidad personal, experimentándose en cambio el continuo reaccionar ante la intrusión de lo impredecible, que lo enfrenta a una angustia impensable ante la amenaza de aniquilación. En esta etapa la angustia no es de castración ni separación, sino de aniquilación, la cual es experimentada como la
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sensación de fragmentarse, caer interminablemente, no tener ninguna relación con el cuerpo, desorientación, sentimiento de irrealidad (Winnicott, 1960 b, 1962, 1965 a-c, 1967 a) Al presentarle el mundo en pequeñas dosis, a través de su adaptación a las necesidades yoicas de su bebé, la madre le da el tiempo que este necesita para ampliar sus capacidades. En un ambiente suficientemente bueno, paulatinamente el bebé comienza a encontrar la forma de incluir en su esquema corporal a los objetos y fenómenos que no son “parte de mí”, evitando así las heridas narcisistas. La estabilidad ambiental permite al bebé desarrollarse conservando la omnipotencia junto a la aceptación del principio de realidad (Winnicott, 1961). De este modo, al poder recoger los factores ambientales dentro de su área de omnipotencia, evita experimentar a estos como amenazas de aniquilación, ya que está en condiciones psíquicas de organizar defensas eficaces que le garanticen la continuidad existencial. Hay, por lo tanto, un aspecto normal del trauma a partir de la falla gradual en la función materna, lo que posibilita, experiencia de omnipotencia mediante, el pasaje de la independencia absoluta a la
independencia relativa (Winnicott, 1965 a). A partir de allí es posible la presencia de rabia o ira ante la intrusión, lo que implica la conservación de otra experiencia, diferente a la de aniquilación, implicando la supervivencia del Yo (Winnicott, 1967 a). La pauta de la provisión ambiental suficientemente buena es establecida por las sutiles formas en las cuales la madre maneja al bebé (Winnicott, 1966). A medida que el Yo se fortalece gracias al refuerzo yoico
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materno, la tercera persona comienza a desempañar su papel siendo usado por el bebé como patrón de su propia integración (Winnicott, 1969 b). El padre, o su sustituto, va a ser tal vez, quien brinde al niño el primer atisbo de integración y totalidad personal. A diferencia de la madre, que comienza siendo un conglomerado de objetos parciales, el padre comienza como totalidad. No todas las personas en el mundo alcanzan el complejo de Edipo, (Winnicott, 1969 b) y el avanzar hasta ese punto del desarrollo emocional implica un logro de la salud, lo que marca el ingreso saludable a la niñez (Winnicott, 1954) “…en mi estudio de los fenómenos esquizoides noté que utilizaba el término ´regresión´ con el sentido de regresión a la dependencia. Ya no me preocupó más que el paciente hubiera o no dado un paso atrás en lo que atañe a las zonas erógenas” Winnicott (1967 a, p. 238) “Para avanzar hacia una teoría viable de la psicosis, los analistas deben abandonar totalmente la consideración de la esquizofrenia y la paranoia con referencia a la regresión respecto del complejo de Edipo. La etiología de estos
trastornos nos lleva inevitablemente a etapas que preceden a la relación triangular” Winnicott (1969 b, p. 293) Winnicott (1961, 1969 a) divide el mundo de los bebés en dos categorías: a) aquellos que no han sido significativamente “dejados caer” en la infancia, y cuya creencia en la confiabilidad los lleva a adquirir la confiabilidad necesaria para avanzar “hacia la independencia”, y b) aquellos que han sido significativamente “dejados caer”, y por lo tanto llevan consigo la experiencia de una angustia arcaica impensable, por lo que conocen la agonía de la desintegración. En este caso tienen que edificar su personalidad en torno a la reorganización defensiva posterior al trauma, defensas que se caracterizan por sus rasgos primitivos, tales como la escisión de la personalidad. En los casos en los cuales las defensas no han fallado por completo, y por lo tanto el bebé no se ha instalado en la psicosis, Winnicott habla de psiconeurosis; a la cual considera como un trastorno de niños suficientemente sanos como para no volverse psicóticos. Niños que han alcanzado la suficiente salud mental como para estar en condiciones de tener sus propias dificultades. Basado en la misma categorización
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coloca a la depresión en un punto entre la psicosis y la psiconeurosis; señalando que algunas depresiones están más cercanas a un polo y otras al otro, y refiriendo que en ambos casos aparecen ideas e impulsos destructivos conectados a la experiencia de las relaciones objetales. De este modo, basado en la calidad de la provisión ambiental y la respuesta que el bebé “potencial” genera frente a esta, Winnicott (1961) discrimina los cuadros patológicos en tres categorías: a) la psicosis en la primera infancia, etapa de dependencia absoluta, b) las angustias depresivas en la posterior etapa de dependencia relativa, y c) la tendencia antisocial en el periodo que va de los 10 meses a los tres años. Por su parte, la psiconeurosis es ubicada en la etapa del deambulador, quien, si es sano, presenta todos las manifestaciones psiconeuróticas posibles, resultado de la organización defensiva contra los diferentes tipos de angustia experimentados al enfrenarse al conflicto entre amor-odio, deseo de preservar-deseo de destruir, posición heterosexual-posición homosexual. La ruptura del ambiente en esta etapa (Winnicott, 1965 c) puede volver incapaz al niño de desplegar toda la variedad de manifestaciones “sintomáticas” llevándolo a la
adopción rígida de alguna de estas, ya sea por adecuación a algún aspecto del medio, o por identificación con este; ambos casos en los que el niño pierde parte de su experiencia personal.
Aníbal Repetto
Bibliografía: Winnicott, D.: −1954. La naturaleza humana. Buenos Aires: Paidós (2012) −1956 a. Fragmentos concernientes a algunas variedades de confusión clínica. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) −1956 b. La tendencia antisocial. En Deprivación y delincuencia. Buenos Aires: Paidós (1990) −1959. El destino del objeto transicional. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) −1960 (a). Nota sobre la relación entre la madre y el feto. En Exploraciones psicoanalíticas I. Bs.As.: Paidós (1991) −1960 (b). La teoría de la relación entre progenitores-infante. En Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Buenos Aires: Paidós (2011) −1961. Psiconeurosis en la niñez. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991)
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‒1961. Nuevas observaciones sobre la teoría de la relación parento-filial. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) ‒1962. La integración del Yo en el desarrollo del niño. En Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Buenos Aires: Paidós (2011) ‒1963. El miedo al derrumbe. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) ‒1965 (a). El concepto de trauma en relación con el desarrollo del individuo dentro de la familia. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) ‒1965 (b). Nuevos esclarecimientos sobre el pensar de los niños. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) ‒1965 (c). La psicología de la locura: una contribución psicoanalítica. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) ‒1966. Sobre los elementos masculino y femenino escindidos. I. los elementos masculino y femenino escindidos. Que se encuentran en hombres y mujeres. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) −1967 (a). El concepto de regresión clínica comparado con el de organización defensiva. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) 1967 (b). El concepto de individuo sano. En El hogar, nuestro punto de partida. Buenos Aires: Paidós (1994) −1968 (fecha probable). El pensar y la formación de símbolos. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991)
−1969 (a). La experiencia de mutualidad entre la madre y el bebé. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) −1969 (b) Sobre el uso de un objeto. VII: El uso de un objeto en el contexto de Moisés y la religión monoteísta. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991) −1969 (c) Sobre los elementos masculino y femenino escindidos (1966) III: Respuesta a comentarios. En Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires: Paidós (1991)
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Asma: La era de los bebés con broncoespasmos
PATRICIA DIZANZO Ásmame Se ahogaba en sus propias secreciones. ¡No puedo!, ¡No puedo! Concierto de flauta en sus pulmones. ¿Qué es lo que no puedes? Respiraba hasta con las cejas, las cuales trepaban y descendían sobre su frente acompasadamente con la cadencia de su respiración. Los músculos del cuello tensos como el arco a punto de disparar la flecha, certeramente, hábilmente, parecían querer arrancar las clavículas desde sus inserciones. La enfermera se asemejaba a su madre, y cuanto más la miraba, más azul se iba poniendo su tez. Cuando le colocó la mascarilla de oxígeno sobre la cara, en un estado de semiinconsciencia, él la confundió con sus tetas, que venían a saciar una necesidad, un ansia inconmensurable, que parecía de aire, por el empeño con el cual él intentaba apropiarse de todo el que hubiese en la habitación, pero era de otra cosa. Ante los ojos atónitos de la enfermera, la acción de colocar la mascarilla, lejos de calmar ese ansia tornó los ruidos respiratorios en jadeos, muy similares a los que salían de la habitación de sus padres, que estaba junto a la de él, en aquellas tardes de verano de insoportable calor. El médico entró en la habitación atraído por ese sonido. ¿Qué sucede?, preguntó. Tiene alergia al polvo -dijo la enfermera- digo... al polen. Alejandra Menassa de Lucía (1996)
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Enero. Sala de urgencias pediátricas en un hospital. Los médicos de guardia corren de un gabinete a otro asistiendo a bebés que a-penas pueden respirar. Distintos padres, distintos niños, y en medio de tanto movimiento un sonido en común: apretados ronquidos y silbidos que emanan de rostros azulados. El doctor recibe a un paciente y anuncia: ¡Otro broncoespasmo! Particular forma de nombrar a ese infans que aún intenta adaptarse al aire después de haber vivido la mitad de su vida en un medio acuoso. Dos madres preocupadas conversan entre si tratando de sujetar la situación y en plena ilusión de control una de ellas tropieza ante su propio desconsuelo: ¿No se supone que estas crisis aparecen en invierno? ¡Esto va más allá de junio o julio, hace 30 grados!
De acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, el broncoespasmo consiste en una contracción de la fibra muscular que rodea el bronquio y suele acompañarse de un edema o hinchazón de la mucosa que lo tapiza en su interior. Ambos fenómenos contribuyen a disminuir la luz del bronquio, produciendo dificultad para la entrada del aire y para su salida del pulmón. Esta dificultad se traduce clínicamente en ronquidos y
sibilancias. Además, la inflamación de la mucosa produce un aumento de mucosidad, lo que, unido a la disminución del calibre de la luz, produce el resto de los síntomas: dificultad respiratoria, tos y expectoración. El broncoespasmo es una de las características principales del asma que en diversas ocasiones es desencadenada a través de un alérgeno. Si bien las alteraciones del asma resultan reversibles después de cada crisis, la inflamación mantenida, termina produciendo en ocasiones lo que se llama un remodelado bronquial, una estrechez permanente de los bronquios, es decir: lesión orgánica.
Para pensar el As-Ma, desde otra perspectiva, será conveniente adentrarnos en los primeros tiempos constitutivos del interjuego entre el sujeto y el Otro. El cachorro humano nace prematuro a la vida, indefenso, preso de sus necesidades orgánicas. En este sentido Lacan (1971) manifiesta que en las primeras experiencias de satisfacción, el viviente, sujeto mítico de la necesidad: llamado así porque no puede acceder directamente al objeto sin la
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intervención del Otro, será significado a través de la palabra por este último; y el encuentro entre el sujeto mítico de la necesidad y el Otro dejará un efecto en el viviente quien pasará a ocupar el lugar de Sujeto Barrado. La necesidad será tomada por el lenguaje del Otro transformándose en demanda. El sujeto quedará a merced de la lectura de ese Otro. Esta primera demanda de satisfacción en la que lo más propio de uno se pierde, dejará en el sujeto una inscripción, una huella, lo irrecuperable que dará lugar a la repetición a través de la
cual el sujeto intentará encontrarse con el goce perdido. Este atravesamiento dado por la falta dará lugar al deseo. El Otro, función materna, sin el cual no sería posible la vida de ese recién nacido, estará destinado a cumplir los requisitos del infans, quien recurrirá a dicha función cada vez que necesite cubrir una necesidad. Es por ello que el niño terminará atribuyéndole un don, un poder, un lugar en el que sin su presencia la vida sería imposible
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Madre y bebé conformarán una simbiosis perfecta. La madre será, para el niño, una prolongación de su propio cuerpo y el espejo donde él se refleja. Lacan (1964) manifestará que existen dos operaciones fundantes del sujeto del inconsciente: alienación y separación. La alienación estará dada, como se ha mencionado anteriormente, por aquellos significantes que vienen del Otro, y que permitirán su surgimiento en el campo de la subjetividad dejándolo anclado a dichos significantes. En este sentido, Lacan (1964) dirá que la esencia de esta operación es la inscripción del sujeto en el lugar del Otro, es decir, en esta operación aparece la importancia de la dependencia del sujeto respecto del Otro. Cada significante que viene del Otro hace surgir al sujeto y también lo borra, anulando su presencia, es decir, provocando su desaparición. Frente a este eclipsamiento del sujeto capturado por un significante es preciso otra operación. Para el advenimiento del sujeto, será necesaria la aparición de la separación. Cuando el sujeto se encuentra con la falta del Otro, se separa del mismo, y de esta forma es reducido ese
efecto de aplastamiento subjetivo dado en la alienación. Es decir, en la separación el sujeto apunta a la falta del otro, hay una intersección de las dos faltas donde una falta recubre a la otra, permitiendo la creación de esa distancia que posibilitará el advenimiento del sujeto. Lacan (1966), situado en la relación del sujeto y el objeto, manifiesta que el estatuto de la alienación conlleva la separación,
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es decir, el atravesamiento del lenguaje que barra al Sujeto lo arroja a la demanda a través de la cual barrará al Otro implicando el significante de la falta en el Otro: su deseo. Y esta operación será la condición para que el Sujeto tenga un estado civil: estado que será posible a través del anudamiento de los tres registros, simbólico, imaginario y real, permitiendo la constitución del cuerpo como superficie psíquica de inscripciones. El significante otorga un cuerpo y a la vez lo fragmenta resquebrajándolo en órganos y funciones (Lacan, 1974). Y será consecuencia del significante que la pulsión aísle una zona erógena de bordes constituyendo un corte, una hiancia entre sujeto y objeto. Comprendiendo la importancia del deseo del Otro y sus significantes en la constitución del sujeto, una de las formas posibles de comenzar a pensar el asma sería interrogando ¿de qué manera aparece el sujeto en el campo de ese Otro?
Bibliografía - Lacan, J. (1964). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. en Seminario XI. Buenos Aires: Paidós. - Lacan, J. (1966). La lógica del fantasma en Seminario XIV. Buenos Aires: Paidós. - Lacan, J. (1971). Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Lectura estructuralista de Freud en Escritos I. México: Siglo XXI. -Lacan, J. (1974). RSI en Seminario XXII. Buenos Aires. Paidós. - Menassa, A. (1996) http://www.alejandramenassa.com/blog/ - OMS recuperado de http://www.who.int/mediacentre/factsheets /fs307/es/
Patricia Dizanzo
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Sentido común y Representaciones Sociales: Obstáculos para los derechos de las personas con discapacidad MATIAS BONAVITTA
Este trabajo intenta describir de qué manera el sentido común y sus representaciones sociales sitúan a las personas con discapacidad en una situación de desventaja social. Para ello, se aborda el paradigma del Modelo Médico Hegemónico, la curatela y el sistema de apoyos propuesto por la Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad -, con el fin de advertir como se generan sentidos que violan los derechos de las personas con discapacidad. A lo largo de la historia, las personas con discapacidad (PCD) han sido tratadas a partir de términos que van desde la muerte, el abandono y el ocultamiento. Por ejemplo, en la antigua Grecia, eran arrojadas desde el Monte Taigeto, pues no estaba bien visto que existieran individuos que corrompan el ideal de belleza que pretendía la sociedad griega. Al respecto, Garland (1995) cita de un escrito sobre ginecología del médico griego Soranos (siglo II A.C), titulado “Como reconocer a un niño que no vale la pena criar”: “El niño debe ser perfecto en todas sus partes, extremidades y sentidos y con pasajes no obstruidos, incluyendo los oídos,
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nariz, garganta, uretra y ano. Sus movimientos naturales no deben ser ni lentos ni débiles. Y sus extremidades deben poder flexionarse y estirarse, su tamaño y forma adecuada y debe responder a estímulos naturales” (Garland 1995: 52).
Más próximos a nuestra época, el Modelo Médico Hegemónico (MMH) fue quien se ocupó de indicar que hacer con las PCD, especificando que la discapacidad es un atributo individual resultado de una deficiencia fisiológica del organismo. Destacando facetas biológicas que redujeron a la persona a un cuadro médico. De acuerdo con Menéndez (1971), el MMH entiende la salud/enfermedad a partir de los siguientes parámetros:
f) medicalización de los problemas. g) racionalidad científica como criterio manifiesto de exclusión de otros modelos. Es decir, el posicionamiento del MMH se corresponde con el pensamiento simplificante que impide concebir la conjunción de lo uno y lo múltiple. Que subyuga al individuo hacia una reducción de su complejidad, delimitándolo a meros componentes fisiológicos (cromosomas, genes, valoraciones cognitivas, etcétera) e inhibiendo otras facetas fundamentales del sujeto: su historia, sociabilidad, participación, etcétera.
a) biologismo, ahistoricidad y asocialidad. b) la enfermedad es vista como desviación y la salud como normalidad estadística. c) práctica curativa basada en la eliminación del síntoma.
d) relación médico–paciente asimétrica, de subordinación social y técnica del paciente. e) la salud/enfermedad es vista como mercancía y tendencia inductora al consumismo médico.
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En este sentido, Oliver (1998) afirma que la discapacidad, lejos de ser entendida, está distorsionada por las definiciones oficiales derivadas del MMH, pues este sostiene axiomas que sitúan a las PCD como objetos pasivos de intervención, tratamiento y rehabilitación; imponiendo límites sociales y excluyéndolos de sus componentes experiencialessituacionales, en fin, apartándolos de los derechos básicos de todo ciudadano.
Modelo médico, derechos y representaciones sociales A través de la Ley 25.504, conocida como Ley del Certificado Único de Discapacidad, el Servicio Nacional de Rehabilitación del Ministerio de Salud de la República Argentina expide un documento público, intransferible y de validez nacional, denominado: Certificado Único de Discapacidad; que atestigua que la persona tiene una discapacidad y que el estado garantiza los beneficios que el mismo le concede: acceso a los servicios del Sistema de Salud. En cuanto a los criterios para entregarlo, es una junta médica quien hace evaluaciones de acuerdo a parámetros internacionales establecidos por la OMS reunidos en la Clasificación Internacional de
Enfermedades 10º Revisión (CIE 10), y la Clasificación Internacional del Funcionamiento de la Discapacidad y de la Salud (CIF). Es decir, el Certificado Único de Discapacidad es emitido y sellado bajo el ordenamiento del MMH, para finalmente, ser legitimado por el poder jurídico. Ahora bien, el cruce de sentidos que torna compleja la situación se halla en que si bien dicho certificado posibilita el acceso a la salud, también, actúa como una etiqueta que se le antepone a la persona, pues ésta pasa a ser un “discapacitado”, un “incapaz” o un “anormal” antes que persona, colocándola en una situación de desventaja social. Como si su naturaleza fuera ser discapacitado más que poseer solo una discapacidad, lo cual, impacta en el ejercicio de las disímiles facetas de la vida; que ni siquiera pueden estar afectadas por la naturaleza de la discapacidad, pero sí por las barreras jurídico-sociales (Angelino & Rosato: 2009). Aparte de dicho certificado, existe otro documento denominado curatela. Su etimología surge de la mixtura de dos palabras: curador y tutela. Que proviene de curatore (latín) que significa: quien tiene a cargo o cuidado.
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La curatela se oferta como un sistema de protección y salvaguardia de las personas con discapacidad, su tramitación puede ser iniciada por familiares, el cónyuge o el Ministerio Público. Para declarar un curador en Argentina existen dos vías procesales que se diferencian en el grado de incapacidad de la persona, la cual deberá ser mayor de 21 años, salvo excepciones (desde los 14 años de edad): Proceso de insanía: Del artículo 141 del Código Civil que declara incapaz o insana a una persona que no tiene capacidad para dirigir su persona o administrar sus bienes debido a una enfermedad mental. Inhabilitación judicial: Del artículo 152 bis del Código Civil, considerando la inhabilitación de personas que se embriagan o usan estupefacientes a modo de
prevención de auto realizarse jurídicamente perjuicios a sí mismos o a su patrimonio. Marianetti (2008) dice que la curatela se comporta como un arma de doble filo, ya que por un lado, busca la protección de la persona, mientras que por otro, institucionaliza la incapacidad declarando la insania para que éste dirija su propia persona, sus bienes, el derecho al voto y gran parte de su participación social. De este modo, la persona es obligada a renunciar a sus derechos civiles como si no se tratara de un ser humano. Vale aclarar, que actualmente existe una Convención Internacional de los Derechos de las Personas con Discapacidad (2006) a la que Argentina adhiere. La cual elaboró detalladamente los derechos de las PCD estableciendo un código de aplicación para garantizar que las personas con
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discapacidad disfruten del derecho inherente a la vida en un pie de igualdad con otras personas. Entre sus líneas expresa lo siguiente: “Las personas con discapacidad disfrutarán de igualdad de oportunidades de tener relaciones sexuales e íntimas, experimentar la procreación, contraer matrimonio y fundar una familia, decidir el número y el espaciamiento de sus hijos, tener acceso a educación y medios en materia reproductiva y de planificación de la familia, y disfrutar de igualdad de derechos y responsabilidades con respecto a la tutela, el pupilaje, el régimen de fideicomiso y la adopción de niños” (Artículo 23º).
Esta convención suministra un amparo legal para hacer valer los derechos que a todos los seres humanos les corresponden, sin embargo, muchos de estos derechos parecen imposibles de incorporar porque la sociedad aún mantiene en vigencia barreras, mas bien, representaciones sociales que se objetivan en prácticas que excluyen a las PCD. Ahora bien, ¿qué es una representación social? Al respecto, Moscovici (1963) expone: “Una representación social se define como la elaboración de un objeto social por una comunidad (…) Los objetos y categorías sociales son creados por los actores sociales” (Moscovici 1963: 110).
Entonces, las representaciones sociales emergen de las significaciones y discursos presentes en el tejido social, mediante los cuales los individuos inmersos en un determinado espacio social configuran y atribuyen sentidos para sí mismos, a las prácticas y a otros; muchas veces agraviando la integridad de algunos grupos sociales.
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Al respecto, Villaverde (2013) expresa que las representaciones que circulan en los tribunales de provincia y nación son ofensivas, puesto que asumen que las PCD no tienen derechos de ningún tipo, usándose términos peyorativos para dirigirse a éstas: por ejemplo, aún se denomina “asesores de incapaces” a aquellos que orientan legalmente a las PCD, asimismo, “mujer idiota”, “niño mogólico”, etcétera. Considerando lo expuesto, se observa que pese a que la Convención Internacional sobre los Derechos de las PCD está ratificada por el estado argentino, sus cortes constitucionales aún asumen concepciones objetivadas en representaciones sociales que violan los derechos básicos de todo ser humano. Y que a pesar de que el Comité de los derechos de las PCD (órgano de expertos que supervisa la aplicación de la convención) ha declarado que la curatela y la visión del MMH entran en contradicción con el tratado los operadores judiciales se muestran resistentes a poner en práctica el sistema de derechos. En fin, se vislumbra que no alcanza solo con modificaciones a nivel legislativo para transformar las representaciones que objetivan prácticas que deterioran la calidad de vida de la PCD.
El sentido común como obstáculo epistemológico Sin dudas, no es sencillo modificar los modos de percibir la realidad, puesto que como se ha indicado, las representaciones que configuran la discapacidad están cristalizadas en la cultura. Por ello, posiblemente, el primer obstáculo epistemológico para tener otras percepciones acerca de las PCD lo sea el sentido común. Ya que muchas representaciones no suelen discutirse porque forman parte de las nociones y creencias compartidas por toda una comunidad, las cuales, se consideran verdaderas o válidas. Es decir, bajo el gobierno del sentido común resulta muy dificultoso replantearse la idea de que una PCD tiene derechos a tener hijos, vivir solo, decidir por cuenta propia, etcétera; pues al contrario, el sentido común apunta a pensar: “¿cómo él va a tener una familia? Si no puede, no es capaz, es discapacitado”. En relación a lo formulado, Jodelet (1986) dice que las representaciones sociales son una forma de conocimiento específico: el del saber del sentido común, cuyos contenidos manifiestan la operación de procesos generativos
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y funcionales socialmente caracterizados. Por lo cual, constituyen una manera específica de pensar, que surge en un contexto de intercambios cotidianos de pensamientos y acciones entre los agentes de un grupo social. Entonces, se puede pensar que el sistema de valores y normas sociales, como así también, el ambiente ideológico del grupo determina no solo una representación social, sino que además, el sentido común de la gente. El cual, constituye una lógica que se fue formando a través del tiempo mediante informaciones construidas socialmente, que terminan inscribiéndose en la cultura como un determinado tipo de
estructura que organiza el pensamiento. El cual se empecina en interpretar las cosas de cierto modo y no de otro, legitimando algunas significaciones por sobre otras. Así, modificar el sentido común, junto a las representaciones sociales que constriñen a las PCD no resultaría nada sencillo, pues se han priorizado ciertos sentidos por sobre otros, atribuyéndosele validez cognoscitiva a significados que, siendo producto de la actividad humana, adquieren carácter de objetividad (como ocurre con las certezas del MMH y del poder judicial). .
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Vale tener en cuenta también, que el modo de entender la realidad se trasmite hacia las nuevas generaciones por vía del sentido común, instituyéndose un orden que se enseña como si fuera el legítimo, inamovible, que genera la ilusión de que siempre fue de esa forma y no de otra, donde cambiar pareciera imposible. De esta manera, la legitimación opera en una dimensión cognoscitiva y normativa, estableciendo las pautas sociales acordadas acerca de la manera de comprender y actuar sobre el mundo. Por lo tanto, la ruptura con ciertas nociones instaladas en el sentido común es un desafío, puesto que la red de sentidos que rodea a la PCD está montada sobre concepciones a priori que infringen sus derechos. Por ejemplo, en relación a la curatela: se oferta (por instituciones, médicos, psicólogos, trabajadores sociales y consejeros) como una tutela y salvaguarda que afirma que el individuo necesita de otra persona que decida en nombre de él, es decir, facilitando y ofertando la declaración de la incapacidad y la insanía por pensar que ésta es la mejor opción para que el sujeto éste protegido. No obstante, este recurso, lejos de protegerlo, viola sus derechos. Sin embargo, resulta muy difícil alterar dicha práctica, principalmente, porque es algo que se da por hecho, y por ende, no se cuestiona.
En este sentido, el artículo 8º de la Convención Internacional sobre los Derechos de las PCD denominado “Toma de Conciencia”, muestra la importancia de realizar campañas de sensibilización para erradicar aquellas visiones negativas, y así, remover las representaciones que impiden que todos desplieguen sus derechos con independencia del formato humano que se posea. Es decir, el plan de trabajo de la Convención consiste en construir otro tipo de sentido sobre las PCD, el cual pueda habilitarlo más que incapacitarlo (como lo ha hecho el MMH). Por ejemplo, mediante un modelo de corte social, propone la abolición de la curatela y en su lugar ofrece un sistema de apoyo de acuerdo a las necesidades y particularidades de cada caso. En el cual se busca que la persona pueda tener una vida más activa en la sociedad, respetando sus derechos y rompiendo con el arcaico sentido común que prescribe que la PCD no debe ejercer su sexualidad, decisión propia, etcétera. Ahora bien, para que dicho sistema de apoyos se aplique eficazmente se requiere que la comunidad pase de un sentido común que discapacita, hacia otro que no, pues los apoyos deben venir de todos; no basta con la
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familia y los profesionales de la salud, sino que se requiere la participación de toda la sociedad, es decir: el barrio, el club, el municipio, etcétera. Lo que implica, como dice Pichón Riviere (2004), entender que el sujeto es emergente de un sistema vincular que en su interacción puede frustrarse, o bien, gratificarse. Y que renunciar a un sentido común, cuyas representaciones sociales minusvalizan, facilita que los vínculos iatrogénicos desaparezcan, generándose un entorno social más diverso, y por ende, más gratificante para todos, independientemente del formato humano que se posea.
Conclusiones La discapacidad es, ante todo, un problema social, resultado de un complejo conjunto de variables, muchas de ellas creadas por el ambiente social, lo que implica entender que el entorno discapacita a las personas (mediante barreras edilicias, tecnológicas, actitudinales, etc). De este modo, se torna primordial tomar conciencia de que concebimos el mundo a partir del sentido común (forjado en base a informaciones construidas a lo largo del tiempo), el cual contiene representaciones sociales que resultan dañinas para la PCD, puesto que producen relaciones
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asimétricas y restricciones sociales. Entonces, y en concordancia con la Convención Internacional sobre los Derechos de las PCD, no solo resulta vital desnaturalizar cuestiones que se dan por hecho (como la curatela), sino que además, ingresar nuevas significaciones sociales sobre la discapacidad. Inaugurando otros sentidos que viabilicen modos de vincular no iatrogénicas; resignando así, a los viejos criterios del MMH, los cuales colocan a las PCD como objetos pasivos de intervención, tratamiento y rehabilitación. Omitiendo sus componentes experienciales y situacionales (subvalorando la faceta social y singular del ser humano), para reducir al ser humano a un cuadro médico. En síntesis, no alcanza solo con modificaciones a nivel legislativo para acabar con las prácticas que deterioran la calidad de vida de las PCD; en efecto, resulta importante advertir que el sentido común comporta representaciones sociales que amparan prácticas que violan los derechos de las PCD. Por lo cual, generar estrategias para cuestionar y posteriormente cambiar el modo de ver la realidad, posibilitaría salir de una lectura deficitaria y estigmatizante de la discapacidad.
Bibliografía ‒Convención Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. (2006). Madrid: Real patronato y Grupo DILES. ‒Garland, R. (1995). Deformidad y Discapacidad en el mundo Greco Romano. Londres: Duckworth. ‒Jodelet, D. (1986). La representación social: fenómenos, concepto y teoría. Buenos Aires: Paidós. ‒Marianetti, G. (2008). Leyes de personas con discapacidad en Argentina. Buenos Aires: Nueva Visión. ‒Menéndez, G. (1971). Racismo, colonialismo y violencia científica. Buenos Aires: CEDAL. ‒Moscovici, S. (1963). Pensamiento y vida social. Psicología social y problemas. Barcelona: Paidós Ibérica. ‒Oliver, M. (1998). Una sociología de la discapacidad o una sociología discapacitada. Londres: Duckworth. ‒Pichón Riviere, E. (2004). Teoría del Vínculo. Buenos Aires: Nueva Visión ‒Rosato, A. & Angelino, M. (2009). Discapacidad e ideología de la normalidad. Buenos Aires: Nueva Educación. ‒Villaverde, M. (2009). Tutela procesal diferenciada de las personas con discapacidad: Claves para una reforma procesal. Buenos Aires: Revista de Derecho Procesal.
Matías Bonavita Sin contornos – Marzo 2017
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¿Necesitar del otro, o contar con? ADRIANA SANTAGAPITA Previamente publicado en “Santagapita, A (2016). Cuestiones de Lazos. Testimonios de un psicoanálisis.. Buenos Aires. Ed. Dunken
Cuando desde muy tempranamente, en los inicios de la vida, se empieza a registrar la precariedad de los recursos del entorno, se sufre. Y quedan varias opciones por delante. Una es sucumbir. Otra es buscar modos de autosostenerse, construyendo todos los recursos defensivos necesarios para anidarnos en los estados de angustia y desolación por soledades muy primarias. Cuando una tras otra des-ilusión nos muestran en la infancia que contar con otros es aleatorio, y depende de estados y momentos del mundo adulto, los más fuertes psíquicamente, se las arreglan para tomar de algunos otros lazos importantes aquellas presencias que ayudan a soportar las penas. Y de construir lo sano de la historia familiar con los momentos donde el amor circula. Registrarlos, alivia y entran en la cuenta. Pero quedan marcas. Quedan modos aprehendidos. Y se va creciendo en escenarios similares con lo cual es difícil ubicar cuándo se puede contar con otros y cuándo no. Con conmoción cada vez.
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Se sigue creciendo, y esos modelos pujan más de lo deseable, con lo cual es posible que las sucesivas elecciones de amor tengan algunos de esos rasgos. Se eligen los afectos al modo de los modelos leídos. A veces repitiendo, otras por la contraria (que es más de lo mismo), y otras, las más tranquilizadoras, al son de lo que nos interesa, haciendo diferencias. También al ritmo de los propios recursos. Y cuando en esa elección ya más tardía vuelven a aparecer esos rasgos que nos retrotraen el pasado, la lucha por quedarse o irse puede ser larga y compleja. O para encontrar cómo quedarse para no irse del todo. Porque son escenas conocidas. Se han ido haciendo anticuerpos para las ausencias. Y uno aprende a tomarse cada vez más de sí mismo. Aunque a veces, el tope de dejar de buscar el modo de quedarse es lo que alivia en ese devenir de luchas internas arcaicas. Haber necesitado del otro y encontrarlo sólo a veces, nos propone como salida saludable el trabajo intenso con nosotros mismos para entender, de una vez, que primero y fundamentalmente, somos nuestros páramos, aliados, y únicos capaces de entender la dimensión de los estados de carencia, y por dónde está la dirección que nos alivia.
Por eso, cuando se sigue avanzando en los años y nos transformamos en hombres y mujeres, la mirada se agudiza sobre aquellos con quienes contar. Y del otro lado, muchos nos instalamos en lugares de elegir la presencia amorosa cuando leemos la necesidad de otros. Lazos, pacientes, alumnos, hijos, sobrinos, amigos. Y la vida se empieza a entender más claramente, con menos
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sobre las ausencias en momentos significativos. La ausencia ante la necesidad de presencia y tolerancia de estados de vulnerabilidad no es para entender, pero sí para saber qué es posible y qué no. Y quedarnos, si queremos, con lo que el otro sí puede ofrecer. Que claramente es lo mismo que tiene para ofrecerse a sí mismo. Entonces, la misma vara de saber sobre lo fundante de la presencia en lo propio y en los momentos de vulnerabilidad del otro es la que hace la diferencia para reencontrarnos, o ayudar a retomar el estado de bienestar y armonía. Es con la que se
mide la necesidad de selección de con quienes queremos o cuándo podemos contar para circular por el mundo. Lo que queda es la convicción de que nos tomamos de nosotros o nos hundimos, porque nadie más tiene en sus manos la posibilidad de salvarnos de algunos momentos de sensaciones de abismo. Por eso, se va aprendiendo a contar con algunas personas que pueden ofrecer su presencia. Pero sabiendo que sólo es a veces. Lo constante es los recursos que supimos construir, nuestros, propios, y las ayudas
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que podamos darnos. A modo defensivo uno deja de necesitar del otro. Porque eso implica esperar que esté. Demandarle presencia a nuestra medida, enojarse si no se lo encuentra. Y no siempre puede. No por falta de amor, ni en contra nuestra. No puede y punto. Y justificaciones tampoco sirve demasiado entender porque. Cada uno está ocupado en lo suyo, que ya es bastante. Cuando de a poco se vuelve a confiar, a veces, soltamos esas defensas, bajamos la “guardia”. Pero es fundamental no idealizar ni esperar la presencia permanente, para no desilusionarse y abrir nuevamente las heridas. La incondicionalidad no es posible. Nadie puede. Porque cada quien está concernido por lo suyo y hace lo que es posible para cada momento y circunstancia. La alternativa que nos pacifica verdaderamente sería siempre confiar en lo que sabemos de nosotros, leerse en los estados de angustia y desesperación, de falla de esos mismos recursos, para pedir auxilio a quienes calculemos lo más ajustado posible, que podrán estar ahí. A su modo. Con sus posibilidades. Que no siempre condicen con lo que se necesita escuchar y sentir, pero muchas otras, si.
Tomados de nuestro mundo, contando con nosotros, se deja de esperar. Y entra más o menos a tiempo el alivio. Más tarde o más temprano, volvemos al eje. Porque finalmente, los lazos nos hacen de red, solo cuando sabemos que es la segunda instancia. La primera, es uno mismo.
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Adriana Santagapita
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COMPAÑERA Si tan solo piensas… un instante. Todo lo que te ha dado tu juventud andariega, la elección de la reina de la noche. Cuantas noches, cuantas nuevas reinas. El perfume, el sabor etil de madrugadas los fines de semanas casi eternas. Así pasan los años, tallando primaveras. Pero en un girón del tiempo, te das cuenta que la vida, efímera, se vuela. Ya de nada sirve todo lo que obtienes si en tu rompecabezas solo cambias piezas. Entonces no dudes un instante no hay más tiempo para andar de reinas inventa una excusa intrascendente, busca retenerla, que tu orgullo duerma con su arrullo antes de que su espera lúgubre roce otras veredas, que sus agujas encuentren una esquina o dicho de otra forma que su tiempo de una vuelta entera. Toma su mano con firmeza, recuerda los caminos que compartiste con ella alegrías, tristezas, el respaldo cobijoso, el perdón, la confianza plena. No duermas esta noche, abrázala con fuerza y cuando se despierte con sus ojos de almendras, respira muy profundo, toma el aire que puedas y conviértete en hombre, entonces sin dudarlo acércate a su oído y dile suavemente ¡Gracias compañera! Ariel Spadaro
JUNTOS Sin la hoja y la tinta de soporte, no habría rosa ni luna a cual cantarles. No hay grafismo sin sentidos, esperando ser hallados, tras las letras escondidos. Imposible concebir por separado, el papel y la tinta que lo mancha. O el tachón, sin el verbo al cual corrige; y al que una y otra vez le da revancha.
Aníbal Repetto (2011): Entre paréntise: Buenos Aires: Cuchíz
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Silvia Bleichmar El amor en la constitución del superyo
Bleichmar, S. (2016). La construcción del sujeto ético. Buenos Aires: Paidós.
“Cuando hablo de ética, me refiero a la capacidad de poder tomar en cuenta al otro, aludo a la renuncia edípica o pulsional en función del respeto al padre o a la madre, o del amor al padre o a la madre. La renuncia al parricidio, no por el imperativo hipotético sino por el categórico; no para no ser castrado, sino para no dañar a un objeto amado” (Bleichmar, S. (2016). La construcción del sujeto ético. Buenos Aires: Paidós. p 252)
Partiendo de la definición de ética de Levinas, como el reconocimiento de la presencia del semejante, quien inscribe una ruptura en mi egoísmo; Bleichmar refiere que es a partir del amor sublimatorio hacia el niño, que permite considerarlo como otra subjetividad, que el cuerpo de este es acotado como lugar de goce, en términos del amor ético, del adulto. De manera tal que, el clivaje del adulto juega un rol fundamental en la constitución de la subjetividad del niño. Clivaje intrapsíquico, de un adulto provisto de inconsciente y de superyó, que lo lleva a introducir las acciones propiciadoras de la inscripción de la sexualidad al ejercer las tareas relacionadas con el cuidado autoconservativo del niño. Bleichmar dice que si bien
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Freud propone que es la introyección en el yo de la autoridad de las figuras parentales lo que va a formar el núcleo del superyo, esto no implica a dichas figuras en tanto tales, sino al superyo de los mismos; el cual se manifiesta a través de las acciones que los padres ejercen. El ser humano, señala Bleichmar, no nace con la ética inscripta, sino que es está condicionada por la presencia del adulto que regula los intercambios de la asimétrica relación adulto-niño. Regulación cuya modalidad de implementación está atravesada por el conflicto resultante del clivaje del psiquismo del adulto. Entre el deseo de apropiación gozosa del cuerpo del niño, y el amor a la ley que lo prohíbe. En tanto responde al imperativo categórico, el superyo es impersonal. No se trata de una ley que otorgue beneficios, sino de una ley taxativa, pautante de los límites de la acción respecto al semejante. El superyó del adulto ejerce sobre el otro, incluido el propio hijo, el modo de condena que funciona para sí mismo. Bleichmar señala que, Laplanche postula que, en la medida en que sus imperativos no son discutidos, el superyó es una implantación que opera al modo de un enclave psicótico. Enclave psicótico en tanto inmetabolizable, en tanto no sometible a ningún tipo de racionalidad pragmática. Esto debido
a que las órdenes del superyo no son imperativos hipotéticos sino categóricos, en términos kantianos: no se mata porque no se mata, y no para que no te metan preso. De este modo, si bien provienen de articulaciones exteriores al psiquismo, implantadas por otros, producen una suerte de representación imaginaria de inmanencia. Respecto a ello, la pregunta que surge es si el imperativo categórico kantiano (actúa de manera tal que tu accionar sea considerado como una ley universal) implica una ley universal, o si esta es determinada por los imperativos morales de una época, lo cuales se transforman en supuestos imperativos categóricos. Si bien se trata de formas de diferenciación, el yo no es un derivado directo del ello, así como el superyo no lo es del yo. Se trata de formas de diferenciación que no son derivadas sino constitutivas, ya que al constituirse el yo, rearticula la relación al inconsciente; así como al constituirse el superyo rearticula la relación del yo y el inconsciente, y el yo y el ello. Bleichmar refiere que la idea de que un niño es un perverso polimorfo hasta el momento en que se constituye el superyo, tiene que ser abandonada, debido a que la definición de perverso polimorfo se refiere al ejercicio de la pulsión, y no
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a la perversidad moral. El polimorfismo perverso, anterior a la legalidad que constituye la normativa, expresión del ejercicio pulsional del niño, debe ser claramente diferenciado de la perversión clínica, como posicionamiento de sujeto ante la ley; del lugar que este ocupa frente a su propia acción, y su propio fantasma.
“Esta es la mayor brutalidad que ha ocurrido en el psicoanálisis: pensar que le niño es un pequeño malvado por definición hasta que se instaura el superyo” (Bleichmar, S. (2016). La construcción del sujeto ético. Buenos Aires: Paidós. p. 31)
Bleichmar señala que Laplanche plantea un doble origen de la fuerza del superyó: a ) las prohibiciones parentales y la impronta de la amenaza de castración, b) el amor ambivalente al padre. Propone que en la relación intersubjetiva es imposible la transmisión de un mensaje sin fantasmatización y sin enigma. De manera tal que, todo mensaje proveniente de una figura significativa nunca va a ser considerado como lo que este dice, sino desde donde lo dice; debido a que, en la prohibición, siempre se cuela el fantasma del otro. En la transmisión de las formas de la moral está implícito el fantasma. El ejemplo que da Laplanche es que
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cuando un padre le reprocha a la hija que la minifalda es muy corta porque se le ve el culo y parece una puta, le está diciendo que le mira el culo y piensa en ella como una puta. El discurso aparece como prohibición pero está dando cuenta de su fantasma inconsciente, de modo que pauta a la vez que excita. Que sea productor de pautación o de excitación va a depender, no del enunciado en sí mismo, sino de las condiciones de enunciación. La transmisión de la ley,
inevitablemente implica al fantasma, ya que esta es transmitida por adultos llenos de fantasmas. Lo sexual está implícito en el mensaje, no solo en el modo en cómo se articula con el fantasma infantil, sino en el modo en que el fantasma infantil se articula con los fantasmas del adulto. No se trata del enunciado en si mismo, sino del modo en que este se inscribe, ya que un mismo enunciado puede inscribirse tanto en el yo como en el superyo.
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Bleichmar se diferencia del primero de los puntos planteados por Laplanche, el referido a la amenaza de castración, y postula la incorporación de la ley debido a que el niño es amado, y al papel que la culpa cumple en la relación intersubjetiva.
Respecto de la culpa, señala que el concepto de superyo aparece tardíamente en la obra freudiana, ya que la primera tópica está planteada en términos de represión, y es recién a partir de la segunda tópica donde el conflicto aparece vinculado a la culpabilidad. Así mismo refiere que el mito freudiano de la horda primitiva,
si bien lo considera forzado, posee la virtud de plantear que la cuestión del superyo está definida por el daño producido a un tercero. Eje de la culpabilidad que se define por el reconocimiento de un daño provocado aun tercero, y no por vergüenza o pudor. De manera tal que, culpabilidad y posibilidad amorosa se constituyen el reconocimiento del otro, no idéntico. Propone también diferenciar entre culpabilidad y angustia social, ya que en la angustia social el sujeto teme las consecuencias externas y no las internas; o sea teme el cuestionamiento por parte de los demás, lo que lo colocaría en una situación de desmedro narcisístico. Mientras que en el conflicto con el superyó el sujeto se siente mal ante la falla y no solo por la acción cometido; debido a que la obligación moral es interna, siendo desde el otro interiorizado desde donde emanan el cuestionamiento o la convalidación. Respecto al amor parental, Bleichmar afirma que la ley no proviene de la prohibición edípica sino que se va planteando previamente en la relación con el semejante; por ejemplo, con las primeras renuncias pulsionales, principalmente la de los esfínteres. Primera renuncia en la cual el niño se niega a sí mismo un goce por amor al otro y a sí mismo, en tanto sí mismo es amado por el otro.
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otro. Coloca a la renuncia esfinteriana en el centro, porque mientras el pecho es algo que es retirado del niño, las heces son algo a lo cual el niño renuncia: renuncia que si bien es hecha sobre la base de una prohibición exterior, el niño participa en ella activamente. Así, no es la prohibición la que hace que se renuncie al goce, sino que es el amor al otro que acompaña la prohibición. De manera tal que la ley solo puede ser impuesta por aquel que está investido, que es amado como legislador. Por este motivo, no solo es importante el cómo se transmite la pauta, sino lo que la transmisión de la pauta, y la transgresión del
niño, generan en el adulto. La hostilidad el adulto por la transgresión es percibida por el niño, quien la significa como posible pérdida del amor de este. Esto debido a que en los primeros tiempos de la vida, lo que se manifiesta es la angustia por la ausencia del objeto en el momento del embate pulsional, lo que deja al niño inerme ante las representaciones asociadas al activamiento deseante. Luego, una vez que el yo comienza a constituirse, la cuestión pasa a centrarse en la angustia de perder al otro como fuente de protección; por lo cual la posibilidad de la pérdida del amor del otro es significada como la posible pérdida de todo resguardo.
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Así, Bleichmar propone como antecedente del superyo a la introducción del sujeto en la cultura, lo cual implica ciertas pautaciones y renuncias autoeróticas, universales y particulares, que podrían denominarse como normas básicas de socialización. Consideración que supone la antecedencia del superyo del adulto en la instauración de las normas morales en el niño, dada por aquello que no se debe o no se puede hacer. El sujetos e subordina así a una ley que no solo interesa al objeto sino a la comunidad de pertenencia. Empieza como la subordinación a la ley impuesta por el objeto, pero termina tratándose de una subordinación a la ley de la comunidad. De este modo, el niño comienza controlando esfínteres por temor a la pérdida del amor de la madre, y luego, siente vergüenza si no lo logra frente a sus compañeros en la escuela; lo que demuestra que se ha constituido un rasgo de pudor que implica una responsabilidad hacia la comunidad. Así, el superyo, como heredero del complejo de Edipo, es la culminación reestructurante de los modos previos en que las legalidades se fueron instalando. Bleichmar manifiesta que el hecho de que la represión, no solo implique la renuncia a una acción, sino el sepultamiento del deseo de realizarla, le da a esta un lugar
fundamental en la constitución de la ética. La renuncia a la acción es insuficiente, requiriéndose del sepultamiento del deseo de realizarla, o del sentimiento de vergüenza ante el retorno del deseo. No se trata de una renuncia pragmática, refiere Bleichmar, debido a la angustia de castración, sino para ser respetado por el yo, y luego amado por el ideal. Así, Bleichmar coloca a la culpabilidad, como inherente a la responsabilidad hacia el semejante, articulando al mismo tiempo el amor al otro y del propio ideal del yo; no solo el temor a la consciencia moral, sino la sensación de ser amado por el objeto interno en la medida en que se ejercen las acciones éticas definidas por dicho objeto.
“…el temor no pasa por perder algo en particular, sino por perder la aprobación interna respecto a su respeto a una norma en la cual el otro está implicado” (Bleichmar, S. (2016). La construcción del sujeto ético. Buenos Aires: Paidós. p. 209)
Ante la pregunta de ¿Porqué se estructura un superyo rígido en niños criados de manera laxa? Bleichmar señala que ante la ausencia total de pautas no va a constituirse una organización tópicamente armada, sino un desborde general del
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funcionamiento psíquico. Dice que, si en el ejercicio de la ley las pautas son contradictorias, o sea que, por un mismo hecho un día hay castigo y otro día no, dependiendo del modo en que moleste ese accionar al adulto en cada momento, el niño va a sentirse en riesgo ante la falta de una normativa clara que le permita protegerse de sus propios impulsos. En ese caso, un superyo rígido lo va a proteger de ese temor a su acción hostil, y de ser destruido por el propio deseo. Respecto a la implicación del otro, Bleichmar señala que, tanto Freud, cuando, en El malestar en la cultura, considera al superyo como la interiorización de la instancia parental, y por lo tanto lo concibe como una suerte de representante, antropomorfizado, del otro en el psiquismo; como Melanie Klein, al concebir al superyó como un derivado de la pulsión de muerte, constituyéndose así, no en un regulador social, sino en un inhibidor de una destrucción endógenamente determinada; no se acercan en ningún momento a la idea de algo que, proveniente del otro, se convierta en enunciado metabólico. A diferencia de Melanie Klein, para Bleichmar lo mortífero del superyo no se asocia con la pulsión de muerte, sino con las formas de captura en las que el superyo puede
ahogar las posibilidades mediante las cuales el yo va a enfrentarse tanto a las tareas de la vida, como a la lucha con el inconsciente. Captura que puede llevar a un ideal del yo aplastante, en tanto grandioso, y a una consciencia moral aniquilante debido a su severidad. Bleichmar diferencia claramente entre la tiranía del superyo y la tiranía del goce, en tanto los enclaves que obligan al ejercicio del goce de manera tiránica, si bien son efecto de la acción del otro, se tratan de una intromisión que obliga a cierto ejercicio de la sexualidad, y no a la imposición de una ley. Respecto a la renuncia edípica, Bleichmar manifiesta que Freud la define de un modo pragmático, en tanto miedo a perder el atributo valioso, y no por amor al padre frente a la opción del parricidio. De este modo, la teoría de la castración en Freud, como fuente de la moral, remite a lo pragmático, al temor a la pérdida de algo valioso que no es el amor del objeto, sino algo del orden del narcisismo y del propio goce. Frente a esto, Bleichmar propone que, en tanto heredero del complejo de Edipo, el superyó no lo es en tanto la prohibición del padre, sino en el amor por el padre; ya que señala que no es posible la incorporación de la norma si nos e ama a quien la establece. Así, es el
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monto de amor lo que va a prevalecer en la incorporación de la norma en tanto organizadora del psiquismo, a través de enunciados muy firmes transmitidos, de modo no solo verbal, por el legislador amado; ya que de lo contrario, su incorporación va a ser realizada de manera brutal y aterrorizante bajo un modo perverso.
Bleichmar enfatiza en el hecho de que poner en el centro a la amenaza de castración, se relaciona con el imperativo hipotético, y no categórico, de no hacer determinadas cosas por miedo a las consecuencias. Lo que implicaría una degradación pragmática de la moral.
El amedrentamiento no es del orden de la instalación del a culpa, la cual solo puede producirse por el daño producido, y no por el daño sufrido. Motivo por el cual, considerar a la castración como constitutiva del superyo no lleva a la culpabilidad, sino al establecimiento de la norma como renuncia. De manera tal que, cada vez que apareciese el fantasma deseante, aparecería la zozobra por temor al castigo. Así, la identificación al otro, cuyo residuo es el superyo, sería una forma de preservarse de un deseo que podría poner al sujeto en riesgo. De manera tal que el eje de la culpabilidad quedaría desplazado, adquiriendo el superyo un carácter protector del sujeto y no del objeto. Así, cada teoría – la de la castración y la de la culpabilidad – fundamenta a diferentes instancias. La teoría de la castración, en tanto uno se reconoce identificándose por la renuncia, conduce a la instauración del ideal del yo, en tanto incorporación de la pauta como forma de preservación narcisística. La de la culpabilidad, en tanto derivada del amor al objeto, conduce a la instauración de la consciencia moral como forma de conservación del objeto. La instancia de observación no observa la relación entre la conciencia moral y el deseo de acción, que podría llevar a la punición real, sino que observa la
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culpabilidad por el deseo inconsciente. En tanto trasmisión intergeneracional de pautas universales, Bleichmar plantea que la idea de Freud y de Jung de que la ontogenia repite a la filogenia, implicaría que todos tenemos en nuestro interior al caníbal primitivo, a la horda fraterna, y al parricida, como un inconsciente que trasciende a la especie. Al respecto señala que, si bien es cierto que las inscripciones de las generaciones anteriores operan en nuestro inconsciente a través de los modos en que se transmiten las vivencias y los fantasmas; lo que cada generación transmite solo abarca dos o tres generaciones, o remite a los grandes mitos de la cultura. Experiencias de generaciones anteriores que nos e transmiten como experiencias, sino como organizaciones fantasmáticas.
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Silvia Federici El patriarcado del salario y la degradación de la mujer
Federici, S. (2010). La acumulación del trabajo y la degradación de las mujeres. En Caliban y la bruja. Madrid: Traficantes de sueños.
“No hay duda, sin embargo, de que en la ´transición del feudalismo capitalismo´ las mujeres sufrieron un proceso excepcional de degradación social que fue fundamental para la acumulación de capital y que este ha permanecido así desde entonces ” (Federici, S. (2010). La acumulación del trabajo y la degradación de las mujeres. En Caliban y la bruja. Madrid: Traficantes de sueños. p. 110)
Federici señala que como respuesta a la crisis del poder feudal, y en un intento por apropiarse de nuevas fuentes de riqueza, la clase dominante europea lanzó una ofensiva global que, entre 1450 y 1640, estableció las bases del sistema capitalista; siendo la conquista y el sojuzgamiento los pilares de este proceso. Así mismo, propone que, la expropiación de los medios de subsistencia de los trabajadores europeos, y la esclavización de los pueblos originarios de América, no fueron los únicos medios empelados para dicha acumulación de capital; sino que el proceso requirió de la transformación del cuerpo en una máquina de trabajo, y del sometimiento de las mujeres para la reproducción de esa fuerza de trabajo. Situación esta última que Sin contornos – Marzo 2017
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requirió la destrucción del poder de las mujeres, el cual se logro en parte por medio del exterminio de las “brujas”. Federici señala que la violencia fue el medio principal utilizado para la acumulación del capital y el incremento del número de trabajadores serviles, que daría pie al desarrollo del capitalismo. Aborígenes americanos sometidos al trabajo en las minas, productores agrícolas atados servilmente al trabajo en la tierra en Europa oriental, y caza de brujas, marcas a fuego, encarcelamiento de mendigos y traslado de sirvientes contratados a América en Europa occidental.
Inquisition [Public domain], via Wikimedia Commons
Respecto a la mujer, postula que los cambios que la llegada del capitalismo introdujo en su posición social, principalmente entre el proletariado, tuvieron como finalidad la búsqueda de nuevas fuentes de trabajo, y nuevas formas de disciplinamiento. Ataque contra las mujeres que acabó en la construcción de un nuevo orden patriarcal, al cual Federici define como “patriarcado del salario”. En los inicios del Capitalismo, señala Federici, la guerra y la privatización de la tierra empobrecieron a la clase trabajadora. Así, al perderse la tierra y por lo tanto venirse abajo las aldeas, las mujeres fueron las que
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más sufrieron, ya que para ellas era mucho más difícil convertirse en vagabundas o trabajadoras migrantes; debido a que la vida nómade las exponía a la violencia masculina, lo que se sumaba a la menor posibilidad de movilidad debido a los embarazos y cuidado de los niños. Situación esta que excluiría a las mujeres de muchas ocupaciones asalariadas, llevándolas a una gran diferencia en la paga en caso de que trabajasen. La redefinición social de las mujeres respecto a los hombres las confinaría así, con su punto más alto en el siglo XIX, al rol de ama de casa de tiempo completo. Sujetas tanto al trabajo reproductivo como a la dependencia respecto a los hombres, siendo el salario masculino el instrumento de los empleadores y el estado para gobernarlas. Federici plantea que, el conflicto social producto de la miseria a la que era sometida la clase trabajadora llevó a: a) crear una fuerza de trabajo más disciplinada, b) distender el conflicto social, c) fijar a los trabajadores en los trabajos que le habían sido impuesto. Así, todas las formas de sociabilidad que alguna vez habían servido para crear lazos y solidaridad entre los trabajadores (deportes, juegos, danzas, rituales, etc.) fueron atacadas, ya que lo que estaba en juego era la descolectivización de la
reproducción de la fuerza de trabajo. Hasta la relación del individuo con Dios fue privatizada, enfatiza Federici. E las regiones protestantes, a través de la institución de una relación directa entre el individuo y la divinidad, y en las regiones católicas a través de la confesión individual. Así, la iglesia dejó de ser un centro comunitario de cualquier actividad que no estuviese relacionada con el culto. Así, el cercamiento físico ejercido por la privatización de la tierra, fue ampliado por el desplazamiento de los trabajadores del campo abierto al hogar, de la comunidad a la familia, del espacio público al privado. En menos de un siglo desde la llegada de colón a América el sueño de una oferta infinita de trabajadores se terminó debido al abrupto descenso poblacional provocado por las enfermedades y la brutalidad española. A esto se sumó el decrecimiento de la población en Europa, lo que afectó al mercado. Contexto en el cual el problema de la relación entre trabajo, población y acumulación de riqueza pasó al primer plano de las estrategias políticas con el fin de producir los primeros elementos de un régimen de biopoder. El Estado comenzó así a castigar brutalmente cualquier comportamiento que obstruyese el crecimiento poblacional.
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La intensificación de la persecución a las “brujas”, y los nuevos métodos disciplinarios con el fin de regular la procreación y quebrantar el control de las mujeres sobre la reproducción, tienen origen en este contexto, dice Federici. La idea de que el número poblacional determinaba la riqueza de una Nación se convirtió en un axioma hacia el siglo XVI. Preocupación por el crecimiento poblacional que estuvo presente en Lutero y otros reformadores protestantes, quienes ,desechando la exaltación cristiana de la castidad, valorizaron el matrimonio, la sexualidad, e incluso a las mujeres por su capacidad reproductiva. Federici marca dos aspectos en la política mercantilista: un aspecto intensivo, consistente en la imposición de un régimen totalitario que se valía de todo medio posible para obtener el máximo trabajo de cada individuo, y un aspecto extensivo, que consistía en el esfuerzo por incrementar el tamaño de la población, y así, de la fuerza de trabajo disponible. De manera tal que, los seres humanos pasaron a ser considerados como recursos naturales que trabajaban y criaban para el estado. La familia adoptó así la importancia de institución clave en el reaseguro de la transmisión de la propiedad y la reproducción de la fuerza de trabajo.
La principal iniciativa del Estado, refiere Federici, fue lanzar una guerra contra las mujeres, orientada a quebrar el control que estas poseían sobre sus cuerpos y sobre la reproducción. Caza de brujas que demonizó cualquier forma de control de la natalidad, y de sexualidad noprocreativa. La anticoncepción, el aborto y el infanticidio comenzaron así a recibir las penas más severas, como la decapitación.
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Deschamps [Public domain], via Wikimedia Commons
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Se adoptaron, a tal fin, nuevas formas de vigilancia, para asegurar que nos se efectúen abortos, tales como un edicto real de 1556 en Francia que requería que cada embarazo fuese registrado, o como en Escocia, que en 1624 hospedar a una mujer soltera embarazada era ilegal. La sospechas también recayeron sobre las parteras, señala Federici. Situación que condujo a la entrada del Doctor masculino en el proceso de parto; con la consecuente pérdida del control que la mujer poseía sobre la procreación. El rol de la mujer en el parto pasó así a ser reducido a la pasividad, siendo los médicos hombres los que a partir e allí se consideraron como los verdaderos dadores de vida. Federici relata que la comunidad de mujeres que solía reunirse en torno a la cama de la futura madre fue expulsada de la sala de partos, y las parteras fueron puestas bajo la vigilancia del Doctor. Así, para per continuar ejerciendo su trabajo, las parteras tuvieron, en Francia y Alemania, que convertirse en espías del Estado, vigilando a las mujeres, informando sobre los nuevos nacimientos, descubriendo a los padres de aquellos recién nacidos por fuera del matrimonio, y examinando a las mujeres sospechadas de haber dado a luz en secreto. Igual colaboración era requerida a parientes y vecinos. Todo en nombre del “bien común”.
“En Alemania, la cruzada pro-natalista alcanzó tal punto que las mujeres eran castigadas si no hacían suficiente esfuerzo durante el parto o mostraban poco entusiasmo por sus vástagos” (p. 135)
Federici postula que el resultado de estas políticas fue la esclavización de las mujeres a la creación. Transformando sus úteros en un territorio político controlado por los hombres y el Estado, y puestos al servicio de la acumulación capitalista.
Inmaculada concepción - Murillo - [Public domain], via Wikimedia Commons
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Edgar Degas – La familia Bellelli [Public domain], via Wikimedia Commons
“…el cuerpo femenino fue transformado en instrumento para la reproducción del trabajo y la expansión de la fuerza de trabajo, tratado como una máquina natural de crianza, que funcionaba según unos ritmos que estaban fuera del control de las mujeres” (p. 139)
De este modo, la maternidad fue degradada a la condición de trabajo forzado, al cual fueron confinadas las mujeres, que adquirieron la categoría de no-trabajadores en a nueva
división sexual del trabajo. La obtención de cualquier empleo se limitaría sí a los de más baja condición, ganando terreno el supuesto de que las mujeres no debían trabajar fuera de su hogar, y su participación en la producción debía limitarse a ayudar a sus maridos, que eran los que percibían el salario. Todo trabajo realizado por la mujer en su casa careció de valor productivo. Aún si cosiese ropas que no fuesen solo para la familia, esta actividad fue considerada una tarea
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doméstica. Así, en los casos en lo cuales alguna mujer trabajase fuera de su casa, por ejemplo como sirvienta doméstica, o hilandera, el salario siempre fue menor que el destinado al trabajo masculino, y nunca el suficiente como para que la mujer pudiese vivir de este. Quedando, por lo tanto, el matrimonio, o la prostitución como única posibilidad de mantenerse, señala Federici. Prostitución que debido a su incremento pasó, de ser aceptada como un mal necesario al cual se destinaban altos ingresos en la Edad Media, a la criminalización y persecución en el siglo XVI. Federici señala que la expulsión de las mujeres de sus lugares de trabajo organizado y la prohibición de la prostitución, se conectan con la aparición del ama de casa y la redefinición de la familia como lugar para la producción de fuerza de trabajo construyéndose así un orden patriarcal que redujo a las mujeres a la dependencia de los hombres. Si bien la desigual relación de poder entre hombres y mujeres no fue algo nuevo, en la Europa pre-capitalista esta subordinación estaba atenuada por el hecho de que las mujeres tenían acceso a las tierras comunes, así como a otros bienes comunales. Por el contrario, en el nuevo régimen capitalista, las mujeres fueron quienes se convirtieron en un bien común, debido a que su trabajo pasó
a ser considerado un recurso natural, quedando así por fuer de las relaciones de mercado. Federici concluye que la familia surge así como la institución más importante para la apropiación de las mujeres; y que en la nueva familia burguesa, e marido se convirtió en el representante del Estado, encarado de disciplinar y supervisar a la esposa y a los hijos. Siendo la exclusión del salario a la mujer lo que le daba ese poder a los hombres de la clase trabajadora. Así como en la clase alta dicho poder estaba centrado en la propiedad.
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Trazos y miradas
“Luego de mucho tiempo de esfuerzo Leonardo logró volar lo más deseado de toda su vida. Lo único que tuvo que hacer fue realizar sus objetivos. Así, es como los sueños se hacen realidad” JM (14 años)
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Nadie
AnĂbal Repetto
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Cortitas y al pie
“Para que pensar lo impensable no devenga delirio, lo impensado se organiza siempre en los márgenes de otros pensamientos previos” Bleichmar, S. (2012). La fundación de lo inconsciente, p.11, Buenos Aires: Amorrortu
“Todo el movimiento del ser humano consiste en negar y volver a incluir la alteridad” Laplanche, J. (2001) Entre seducción e inspiración: el hombre, p. 13, Buenos Aires: Amorrortu editores
"Lejos está el autor de esta pequeña obra de ilusionarse por ella dadas las deficiencias y oscuridades que contiene" Freud. S. (1909) Tres ensayos para una teoría sexual. Prologo a la segunda edición
"En un mundo cuya dominancia apunta al afán de goce inmediato y barre con la preservación de sí mismo transformando al semejante en objeto, dar sustrato conceptual a las formas de esta des-subjetivación del enlace erótico entre los seres humanos cobra carácter de urgente” Bleichmar. S. (2015) Paradojas de la sexualidad masculina, p. 10. Buenos Aires : Paidós
“Un campo hecho de injertos, suplementados entre sí, y no un campo básicamente homogéneo que se adornase con algún toque de injerto seleccionado y superestructural. Lo mismo vale para el material clínico” Rodulfo, R (2008). Futuro porvenir, p. 44. Buenos Aires: Noveduc
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Los autores Aníbal Repetto Lic. en Piscología / Profesor Universitario / Lic. Kinesiólogo Fisiatra / Docente Cátedras Introducción a la Psicología, Psicología del Desarrollo, Integración de Psicoterapias y Intervenciones clínicas con niños y adolescentes: Lic. en Psicología, U. Maimónides / Director y editor revista Sin Contornos / Músico repettoanibal@gmail.com
Patricia Dizanzo
Lic. en Piscología / Magister en Psicoanálisis / Psicoanalista / Docente adjunta de Comunicación No Verbal I y Psicología Forense Universidad de Lanús / Poeta / Cantante pmdizanzo@yahoo.com.ar
Matías Bonavitta Lic. Prof. Psicología. Orientación psicoanalítica / Maestrando en Antropología / Músico. matiasbonavitta@yahoo.com.ar
Adriana Santagapita Psicoanalista / Miembro Consejo directivo Fundación Campos del Psicoanálisis / Miembro Comisión Organizadora Jornadas de Dis-capacidad Fundación Campos del Psicoanálisis. pspas1@yahoo.com.ar
Ariel Spadaro Docente con postítulo en Educación y TIC / Bibliotecólogo / Periodista / Escritor / Secretario de prensa regional de AATRAC ari_escobar@hotmail.com Sin contornos – Marzo 2017
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Convocatoria: Revista Sin Contornos convoca a participar en sus ediciones en las diferentes modalidades (artículos, imágenes, viñetas clínicas, reseñas bibliográficas, literatura, poesía, etc.). El requisito es sostenerse dentro de las premisas de la revista: Intercambio de conocimientos y sensaciones artísticas relacionadas con el psicoanálisis, en su sentido más amplio. Sentido que nace en las teorizaciones clásicas, y pasando por sus revisiones fundamentales, alcanza las nuevas propuestas, y se proyecta en el futuro. Los artículos y demás aportes en caso de no ser inéditos deben acompañarse de la respectiva referencia al autor y propietario de los derechos del mismo. Sin contornos, y su editor, no se hacen responsables de demandas que surjan ante el incumplimiento de dicha norma, así como tampoco de las potenciales situaciones de plagio que pudiesen surgir. Así mismo, los autores son responsables de sus expresiones, dichos, comentarios, e imágenes; y de los efectos que estas provoquen. La publicación no implica que Sin Contornos coincida con lo expresado por los autores; ya sea a nivel teórico, social, político, etc. Requisitos formales para aportes escritos: a) Los aportes escritos deben enviarse en Word, con una longitud de 5 a 10 páginas, utilizando letra Times New Roman, Arial, o Verdana, y un espaciado de 1.5. b) El inicio del escrito debe estar acompañado de un breve abstract no mayor a 500 caracteres. c)
Todo escrito debe incluir las correspondientes referencias bibliográficas, ordenadas alfabéticamente de acuerdo a las normas internacionales de la American Psichological Association (APA)
d) Incluir un breve currículum que dé cuenta del recorrido académico / profesional del autor, no mayor a 50 caracteres, incluyendo solo información relevante. Así como una dirección de correo electrónico que posibilite el contacto con los lectores, y una foto de perfil, o en su defecto, una imagen que lo represente
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Los escritos deben ser enviados por correo electrónico a : sincontornos@gmail.com, señalando en Asunto: Propuesta de publicación.
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