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No hay divorcio entre vida y fe
En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. (Juan 12, 24)
La vida interior se debe hacer exterior. Francisco de Asís nos dice:
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Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). El siervo de Dios no puede conocer cuánta paciencia y humildad tiene en sí, mientras todo le suceda a su satisfacción. Pero cuando venga el tiempo en que aquellos que deberían causarle satisfacción, le hagan lo contrario, cuanta paciencia y humildad tenga entonces, tanta tiene y no más.
(Cap. XIII: De la paciencia)
Estas son palabras totalmente ciertas. El vivir tantas situaciones difíciles hace que nos lleguemos a conocer mejor, hace que logremos bajar a las profundidades de nuestro interior y logremos encontrarnos con nosotros mismos, con nuestra vida y con la misericordia de Dios.
En la carta le pedí a Dios que me uniera a Él muy fuerte, que mi mayor deseo era contemplar su rostro el día que me llamara a su encuentro.
Las personas que el Señor ha dispuesto a mi lado han sido tan importantes en mi vida interior y para cada uno de nosotros el Señor dispone de ángeles que llegan a nuestra vida para llenarla de luz, para preparar nuestro camino y enderezarlo si se encuentra torcido.
Lo importante es permitir que la luz del Espíritu penetre nuestro duro corazón, lo importante es doblegar nuestra voluntad que en ocasiones se resiste a ceder ante la acción de Dios, lo importante es desear con el alma la santidad, que Dios mismo se encarga del resto.
La palabra dice: Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil.» (Mt 26, 41).
En otro capítulo habla de las diez vírgenes: Cinco de ellas eran necias, y cinco prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las alcuzas. (Mt 25, 2-4)
En este corto camino he visto cómo mi Señor cuida de mi alma, cómo respondió con amor a esa carta que le escribí con el corazón en la mano. Un día me dijo una monjita que estaba conmigo:
-“Mi niña llénate de pequeños ayunitos”.
Si vas por la calle y te dan ganas de comerte un buñuelo y tienes el dinero para comprarlo, no lo compres, ofrécele al Señor esta pequeña penitencia con amor y por amor. Ese consejo penetró mi alma y desde ese día el Señor me ha dado la gracia de ofrecerle pequeñas penitencias con amor y por amor. No sabía la magnitud y profundidad de aquel consejo que parecía tan pequeño, pero que en realidad es una hermosura, es una forma sencilla de unirnos a Jesús, pobre y crucificado. Él, siendo el hijo de Dios, se hizo pobre, vivió con limitaciones, pero fue feliz. Esa es la diferencia. San Francisco de Asís también nos revela de igual manera la felicidad de vivir sin tantas ataduras, la felicidad de la vida sencilla.
En otra ocasión, llegó Fray Luis María a casa, cansado de su viaje todo el día en auto stop. Eran ya las once de la noche y le dije que si podíamos hablar un momento, o que si quería descansar y dejarlo para el día siguiente. Su respuesta fue
contundente: Hablemos... de una vez, “para descansar ya tendremos el cielo”.
No recuerdo exactamente ni de qué hablamos aquella noche, muy seguramente necesitaba que me ayudara con oraciones por alguna necesidad en mi vida o de algún amigo, o quizá, necesitaba un consejo. Pero jamás he olvidado esas palabras: “para descansar ya tendremos el cielo”.
El ejemplo de una vida que va acorde a esas palabras ha hecho huella en mi vida y sé que en la de muchos. Ahora trato de pensar menos en que debo descansar, trato de ocupar bien mi tiempo, de servir más, de dar más de mi cada día, de entregarme, de amar más y mejor. Es una forma de negarme a mí misma, de morir para que otros vivan. Cuánto bien puede hacer escuchar a alguien, que se sienta escuchado, amado; o mirar a los ojos a quien te habla, con una mirada de atención, de dulzura, de Jesús acogiendo al necesitado, una mirada de amor fraterno.
Hace poco el Señor me llamó a servirle durante tres años en una comunidad hermosísima y nueva en la ciudad. Mi celular timbraba desde las cinco de la madrugada y a veces terminaba a la madrugada
del día siguiente. No puedo negar que mi hermano cuerpo se cansaba, se agotaba, pero mi corazón estaba lleno de gozo, lleno de amor, listo para continuar trabajando en la viña del Señor.
Fueron tantas las historias que pude contemplar desde ese servicio, fueron tantas las almas a las que pude brindarles un abrazo, una mirada, un pan, un alimento, una palabra, un consuelo, un techo donde dormir, una cama, una oración, un sitio donde morir rodeado de amor y caridad, en fin, el Señor solo necesitó un “SI” de mi parte y de muchos para hacer una hermosa obra en cada uno.
Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado. (Cantar 2, 16)
En palabras más populares diría: Dios es para mí y yo soy para mi Dios, somos el uno para el otro. Ver cómo Dios está conmigo siempre, cómo me cuida, cómo sale en mi auxilio en todo momento es hermoso, saber que soy para él su niña, su esposa, su alma consentida es algo que me conforta, realmente es todo lo que necesito. Saber que solo Dios es y eso basta.
Es por ello, que cada día debo cuidar esta relación de amor, cada día debo hablarle a mi Amado, cual enamorados, así es la relación de amor entre el alma y Dios. Al levantarme sé que debo buscarlo para saludarlo, en el día le cuento todo lo que pasa, le consulto mis cosas más importantes y lo veo presente en todo lo que sucede a mi alrededor, tanto en lo bueno como en lo que no lo parece.
Hay momentos en donde todo parece brillar y todo sale muy bien, allí agradezco al Señor por su misericordia. Pero hay otros, en donde la luz se oculta y la noche llega, todo es oscuridad y la última estrella que brilla intenta apagarse como leí en el libro “En la Fosa del no-poder”. La súplica es lo único que el pobre tiene, que el alma tiene, la súplica y la confianza hacen que por dura que sea la noche, exista la esperanza de que la luz del sol que nace de oriente llegará.
La misericordia del Señor no tiene límites definitivamente, pues no solo me dio personas muy llenas de Él, sino que puso en mi camino, personas que desean ardientemente la Santidad, personas que contemplan su rostro noche y día.
El Señor me ha dado inmerecidamente padres espirituales que caminan en santidad. Su ejemplo,
sus consejos y sus oraciones por mí han hecho que pueda escuchar la voz de mi Amado, que pueda correr a sus brazos, que desee ardientemente contemplar su rostro, no solo al nacer para la vida eterna, sino también aquí. Lo busco en mis hermanos, lo encuentro en el necesitado, en el que tiene hambre y sed, de pan y de Dios, lo encuentro en el pobre, en el enfermo, en el abandonado, en el que sufre.
Es una unión íntima y sublime la que hay entre Dios y el alma, de Él viene todo y es él todo lo que necesitamos.
Cuando la noche llega el alma ya no puede ver con claridad nada, se pierden todas las seguridades y es allí cuando el alma entiende que es Dios quien guía su vida. Muchos santos han experimentado estas palabras y es por esto que han entendido que solo la gracia de Dios es suficiente, que solo es Dios quien hace posible todo, que solo por la gracia de Dios llegaremos al Reino de los cielos.
Podemos caminar en la vida y sentir que todo a nuestro alrededor es desolador. Cuando las cosas no te salen bien, cuando estas enfermo y en ruina, y te sientes solo, porque todos se marchan ó solo unos pocos se quedan a tu lado, algunos porque te
aman y te ayudan hasta el final, otros para juzgarte y humillarte en el dolor. Este momento te exije que puedas ver en ellos el rostro de Dios. Un Dios que sufre en ellos, que necesita ser amado, conocer el amor, conocer al Amor mismo. Un Dios que te reclama misericordia y fidelidad.
En estos momentos de la vida es donde se entiende la importancia de estar rodeado de personas llenas de Dios. En el corto camino que he recorrido, estas personas han sido claves para alentarme, para exhortarme, para prestarme su hombro para llorar, para escucharme, para amarme, para conocer la palabra “caridad” y experimentarla en mi vida.
Doy infinitas gracias a Dios por el padre espiritual que tengo actualmente. El me ha enseñado un camino muy estrecho, y no señalándomelo con el dedo, sino recorriéndolo él mismo. Por el contrario de lo que muchos piensan de la vida espiritual, me ha enseñado a bajar, y bajar, y bajar. Cada día me conduce hacia la pequeñez, a la vida sencilla, incómoda, mortificada, donde no solo te incomodas, sino donde incomodas a muchos, porque buscas ser luz en la oscuridad, ser sal para dar sabor a la vida de todos los que te rodean, donde buscas ser menos para que habite en ti el más, que es Dios.
Un día le pregunte: Padre mío, a veces te sientes como el “bicho raro” y me respondió:
- No solo me siento así. Lo peor es que los otros me ven así.
Nos sonreímos. Pero realmente es así, nos convertimos en el bicho raro en todos lados, por la forma como vivimos, por la forma como hablamos, incomodamos en donde estemos porque buscamos vivir conforme a la voluntad de Dios, y no como nos indica el mundo moderno. Donde debemos tener una cantidad de cosas materiales para ser felices, donde nos hacemos esclavos de las personas y las cosas, distrayéndonos del plan que Dios ha trazado para nosotros al darnos vida y en el que verdaderamente experimentaremos la alegría, la felicidad y el gozo, y la tan anhelada libertad de la que tanto he escuchado hablar a lo largo de mi vida.