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Escribe tu carta
- “Mami si Cata sigue así yo tampoco le presto mis cosas”
Le dije hijo, las cosas no son así, es cierto que está mal que ella no comparta contigo, pero tú debes compartir, porque siempre debes dar lo mejor, sin importar quién te lo pide, porque cada quien da de lo que tiene y en tu corazón esta Dios.
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Encomienda tus obras a Yahveh y tus proyectos se llevarán a cabo. (Prov 16, 3)
El año pasado tuve la oportunidad de conocer a Diana una mujer que tenía el mismo deseo de vida, pero que ya no continúa en nuestra pequeña fraternidad.
Dianita tiene un testimonio hermosísimo. Ella le escribió una carta a Dios pidiéndole un esposo. Tuvo que esperar varios años, guardándose en castidad, orando, frecuentando los sacramentos, visitando al Santísimo… Hasta que llegó el príncipe azul como se lo había pedido a Dios. Ahora vive un matrimonio lindo, tiene un hombre que la ama y al que ella ama.
Contar su testimonio en estas cuatro líneas es realmente hacer un resúmen muy corto, el testimonio de Diana está lleno del amor de Dios. Es una historia de perseverancia, confianza, lágrimas y sobre todo de la infinita misericordia de Dios que
responde ante la confianza de un corazón fiel a su servicio.
Las personas constantemente dicen que todos los matrimonios son iguales. Yo diría que no, que lo que pasa es que debemos pedirle al Señor nos regale la persona indicada para nosotros, para llevar un matrimonio en santidad y nos permita amar y ser amados.
Dianita no escribió la carta y por arte de magia apareció el San José. No. Ella tuvo que esperar, tuvo que llorar, tuvo que cambiar, ser una mujer nueva, si quería un San José, ella debía ser una esposa digna.
Hace poco le decía a un amigo que amo profundamente y por el cual oro todos los días de mi vida y lo haré hasta mi último respiro, que si quería una buena mujer a su lado se la pidiera a Dios, lo invité a escribirle una carta a Dios, que orara y sobre todo, que se preparara para recibirla. Él es un buen hombre, tendría todas las cualidades que una mujer esperaría encontrar, pero lastimosamente ha elegido mal. Aún no se ha casado, entonces puede encontrar un corazón para amar, una mujer que estoy segura Dios le concederá, pues siempre oro para que la encuentre y le suplico al Señor se la conceda.
El Señor tiene mil formas de llamarnos, cada día inventa una nueva por amor a las almas, lo importante es que atendamos el llamado y decidamos seguirle, pase lo que pase, venga lo que venga y no desfallezcamos hasta el final.
La carta que escribí en agosto de 2002, cambió mi vida. Hoy por gracia de Dios ya no soy la misma, ahora puedo verme y recordar este pasaje de la Biblia:
Sucedió que, al acercarse él a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello. Le informaron que pasaba Jesú s el Nazoreo y empezó a gritar, diciendo: «¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí!» Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: «¿Qué quieres que te haga?» El dijo: «¡Señor, que vea!» Jesús le dijo: «Ve. Tu fe te ha salvado». Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.
(Lucas 18, 35-43)
Me siento identificada con el ciego de Jericó, y he conocido a muchos que también se sienten igual, que al escuchar hablar de Jesús lo buscan, y en esa búsqueda aparecen quienes intentan apagar nuestro clamor, nuestro grito, pero es más fuerte nuestro deseo, es más fuerte el querer salir adelante, y nuestro grito sale aún más fuerte de lo profundo del alma y llega al corazón de Dios. Jesús se detiene, nos indica la palabra, y al igual que con el ciego de Jericó vuelve su mirada a nosotros, nos manda a llevar, ¿con quién? Pues con todos y todo lo que nos habla de Dios. Siempre hay alguien invitándonos a un grupo de oración, a una Misa de sanación, a un congreso espiritual, alguien que nos lleva un libro, una oración, alguien que nos escucha, que nos mira con amor, alguien que sin ser consciente tal vez, es enviado por Dios después de escuchar nuestro grito desesperado, que se ha convertido en lo que se llama una “auténtica oración”.
Ahora en medio de mi sordera puedo escuchar la voz de Jesús:
Y tomando la mano de la niña, le dice: «Talitá kum», que quiere decir: «Muchacha, a ti te digo, levántate.» (Marcos 5, 41)
Es entonces cuando entendemos la importancia de la fe, de continuar adelante sin importar que los demás intenten detenernos, la confianza en la misericordia de Dios y un corazón arrepentido y humillado.
Incorporándose Jesús le dijo: «Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?»
Ella respondió: «Nadie, Señor.» Jesús le dijo: «Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más.»
(Juan 8, 10-11)
¡Qué palabras tan hermosas! ¡Llenas de tanto amor! El corazón me late con más fuerza y dolor cuando escucho estas palabras porque son para mí, y también para ti. “Tampoco yo te condeno”. El Señor lo único que desea es que nos volvamos a él, si vemos la vida de Magdalena en adelante fue un seguimiento de Jesús, se convirtió. No pecó más.
Recuerdo también la mirada de mi padre espiritual, siempre con misericordia, sin importar cuán grave es mi falta, cuánto lejos pueda estar de Dios, me
enseñó a confiar en la misericordia de Dios, me enseña cada día que debo vivir “día a día, piedra a piedra”, pequeños pasos, grandes finales, una vida en Dios se construye paso a paso.
He podido experimentar este texto en mi vida, todo por la gracia de Dios.
A lo que pedí aquella mañana en la carta, he recibido respuesta. He recibido siete veces siete, la misericordia de Dios y estoy segura la seguiré teniendo, porque el Señor dice:
Dad y se os dará; una medida buena, apretada, remecida, rebosante pondrán en el halda de vuestros vestidos. Porque con la medida con que midáis se os medirá.»
(Lucas 6, 38)
Es por ello que trato de tener compasión y misericordia con todos. No puedo hacer otra cosa diferente que dar de lo que he recibido, pensando que algún día me encontraré con mi Amado Jesús y querré quedarme para siempre con él, y recibiré de lo que he dado, de lo que le he dado a mis
hermanos. Soy torpe y débil, con frecuencia como dice San Pablo, siento el dolor de no hacer lo que debo:
Pues bien sé yo que nada bueno habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero.
(Romanos 7, 18-19)
Sin embargo persevero.
Hace unos meses tuve un sueño muy hermoso. Soñé que caminaba por una calle donde a lado y lado habían casas, veníamos caminando con un grupo de amigos, poco a poco ellos se iban quedando y yo continuaba solo con alguien a mi lado. De pronto, vi un frailecito con una barba blanca pasar muy rápido hasta llegar al final de la calle y pasar al otro lado. El se volteó y me miró.
Yo le grité: ¿ QUE HAGO ?
Pues sentí que no avanzaba rápido. Levantó su mano y moviéndola con una camándula pronunció dos veces mi nombre y dijo:
- “El rosario, el rosario”.
En ese momento miré mis manos, entre ellas tenía una camándula blanca, que irradiaba luz. Entonces empecé a rezar y así pude avanzar más rápido hasta llegar al otro lado de la calle, que en ese momento comprendí, era el cielo y la vía que había recorrido era la vida terrenal.
Mientras caminaba veía como salían personas de las casas y nos conversaban, los que se paraban a hablar se quedaban ahí y no continuaban; entendí que es lo que nos pasa en ocasiones, nos detenemos en charlas sin sentido, tan vacías y superfluas que perdemos nuestro valioso tiempo, y nos distraemos del plan de Dios.
Veía como otras personas se quedaban admirando la belleza de las casas o carros lujosos que había sobre la carretera; entendí que son aquellas personas que se concentran en los bienes materiales y todos sus esfuerzos se concentran únicamente en ello, olvidando para qué habían sido creados. Para amar.
Fue un sueño tan lindo que recuerdo como un regalo de Dios no solo para mí sino para todos los que lo han escuchado, pues cuando el Señor nos da algo, es para compartirlo, nada es propio, todo es de Dios.
Unos días después viendo unas fotos de los frailes reconocí al frailecito del sueño. Era Fray Tomás.
Ahora toma papel y lápiz, busca un sitio donde puedas estar en silencio, enciende una velita, haz una oración al Espíritu Santo e inicia a escribir tu carta, háblale de corazón a corazón, como a tu confidente, Dios te conoce y desea escucharte.
«Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.
Porque todo el que pide recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
¿O hay acaso alguno entre vosotros que al hijo que le pide pan le dé una piedra; o si le pide un pez, le dé una culebra?
(Mt 7, 7-10)
Debemos pedir con la certeza que recibiremos lo que pedimos, si es la voluntad de Dios, recuerda desnudar tu alma ante Dios, hablarle con sinceridad y pedir sobre todo tu conversión. Recuerda que no es una lista de mercado, ni electrodomésticos, ni cosas materiales; no está mal pedirle, pero cuando se escribe una carta de amor, se escribe con dulzura y confianza, sobre todo con amor, de enamorado a enamorado, sin ningún interés diferente que permanecer en este amor para siempre.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti y tenga misericordia de ti
El Señor vuelva hacia ti su rostro y te conceda la paz.
El Señor te bendiga a tí, hij@ al escribir la carta que cambiará tu vida.