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Capítulo Dos. Evaluación formativa, retroalimentación y aprendizaje autorregulado
Si se considera la etimología, el adjetivo formativo se asocia con la formación o el moldeado de algo, generalmente para lograr un fin deseado. La evaluación expresa una apreciación, juicio o valoración del trabajo o desempeño de un estudiante. Es habitual que, cuando se alude a la evaluación formativa, se haga la distinción entre ésta y la evaluación sumativa, a la cual está inexorablemente unida desde su origen. Recordemos que ambos conceptos evaluativos fueron acuñados por Scriven (1967) y, aunque surgieron en la discusión metodológica sobre la evaluación del currículo, posteriormente se extrapolaron para evaluar diferentes componentes del sistema educativo (estudiantes, docentes, centros educativos, etcétera) porque tienen poder explicativo por sí mismos.
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Diferencia entre evaluación formativa y sumativa
En los últimos años, la evaluación formativa ha recibido una considerable atención en muchas partes del mundo, incluido Estados Unidos de América. El alcance de este interés se manifiesta por su inclusión, junto con la evaluación sumativa e intermedia, en las concepciones de “sistemas de evaluación equilibrados”. Como ha señalado Shepard (2005), la teoría formal sobre la evaluación formativa se desarrolló en otros países (como Inglaterra, Nueva Zelanda y Australia) en parte para contrarrestar los efectos negati-
Tiburcio Moreno Olivos
vos de los test de rendición de cuentas exportados por los Estados Unidos. Sin embargo, en muchos sectores de este país la evaluación formativa se interpreta de forma muy distinta a como ocurre en los lugares donde se ha convertido en parte importante de la práctica establecida para apoyar el aprendizaje (Heritage 2010). En este sentido, Perie, Marion y Gong (2009) sugieren que en Estados Unidos muchas de las llamadas evaluaciones formativas en realidad son evaluaciones temporales administradas varias veces al año; en tanto que Shepard (2005) se refiere a la generalizada “apropiación indebida” de la etiqueta evaluación formativa, advirtiendo que “es el uso de un instrumento, en lugar del instrumento en sí, lo que debe demostrarse, con evidencia, para justificar la afirmación de evaluación formativa” (Shepard 2009, 33).
Según Heritage (2010), las discusiones actuales perpetúan un enfoque que distingue la evaluación formativa de la sumativa, vistas como métodos alternativos para evaluar el aprendizaje. En esta comparación, se pierden los papeles y las prácticas distintivas de los maestros y los estudiantes en la evaluación formativa per se que la convierten en un motor muy poderoso para la enseñanza y el aprendizaje, lo cual, para la autora, resulta lamentable.
Para Sadler la evaluación formativa se refiere a cómo los juicios sobre la calidad de las respuestas de los estudiantes (tanto en actuaciones, tareas o trabajos) se pueden utilizar para dar forma y mejorar la competencia de los mismos, al evitar la aleatoriedad y la ineficia del aprendizaje por ensayo y error (1989, 120). Los ingleses Black y Wiliam (1998b) hicieron un metaanálisis muy importante de la evaluación y propusieron que la evaluación formativa efectiva involucra tres elementos: a) Profesores que realizan ajustes en la enseñanza y el aprendizaje como respuesta a la evidencia de la evaluación; b) estudiantes que reciben retroalimentación sobre su aprendizaje con consejos acerca de lo que pueden hacer para mejorar; y c) participación de los estudiantes en el proceso a través de la autoevaluación.
Evaluación formativa, retroalimentación y aprendizaje autorregulado
Estos investigadores llegaron a la conclusión de que los resultados de aprendizaje de los estudiantes provocados por la evaluación formativa se encontraban entre los logros más grandes reportados para intervenciones educativas, y los más altos los obtuvieron los alumnos con bajo rendimiento. Este continúa siendo un argumento poderoso para la evaluación formativa (Black y Wiliam 1998b).
Por otro lado, recuperando las ideas de Sadler (1989), la evaluación sumativa difiere de la formativa en cuanto a que busca resumir el logro o desempeño de un estudiante, con la intención de informar al final de un curso académico, especialmente con fines de certificación. Es pasiva y en general no tiene un impacto inmediato en el aprendizaje, aunque a menudo influye en las decisiones que pueden tener profundas consecuencias educativas y personales para el alumno. Por ello, la principal distinción entre la evaluación formativa y la sumativa se relaciona con el propósito y el efecto, no con el tiempo.5 Muchos de los principios que son apropiados para la evaluación sumativa no son necesariamente transferibles a la formativa; ésta última requiere una conceptualización y tecnología distintivas.
Si la evaluación sumativa tiene el propósito de sintetizar el rendimiento de un estudiante, es esencialmente pasiva y no tiene un impacto inmediato en el aprendizaje, entonces en las escuelas donde actualmente se atienden clases grandes y se evalúa el “producto final” (Hounsell 2007) la retroalimentación sumativa continúa siendo el discurso dominante (Boud 2007).
Por su parte, la retroalimentación sumativa es aquella que se ofrece al final, una vez que el trabajo, la tarea o la actuación ha concluido y, generalmente, se expresa mediante comentarios sobre los aciertos y errores del mismo. Este tipo de retroalimenta-
5 En este sentido Michael Scriven (1967) afirmó, hace más de cincuenta años, que las palabras formativa y sumativa se refieren a la interpretación, no a la prueba. Una prueba puede ser interpretada por el profesor como formativa en la medida en que el docente modifica lo que el estudiante tiene que hacer a continuación, o puede ser sumativa en la medida que trata al final de una serie de lecciones.